RESPONSABILIDAD PENAL POR CONTAMINACIÓN AMBIENTAL Fermín Morales Prats Catedrático de Derecho Penal Universitat Autónoma de Barcelona 1.- INTRODUCCION Desde la introducción del delito de contaminación ambiental en España, en la Reforma Urgente y Parcial del C.P. de 1983, algunas cuestiones relativas a la intervención del Derecho Penal en el sector medioambiental han quedado esclarecidas, lo que permite efectuar un inventario de consideraciones generales en la materia: 1.La primera consideración a efectuar concierne a las previsiones de primera hora que la doctrina penal efectuó sobre el entonces vigente artículos 347 bis ACP. El transcurso de los años ha desvelado cómo la doctrina penal erraba en sus pronósticos. En efecto, los comentaristas señalaron que las previsiones legales del art. 347 bis no alcanzarían ninguna efectividad, por cuanto en tal precepto se contemplaba un tipo penal inaplicable, por su defectuosa estructura, por acudir a la técnica de la Ley penal en blanco y por introducir exigencias típicas de peligro relativas a la salud de las personas o bien a la flora y a la fauna. En la actualidad, transcurrido ya un considerable período de tiempo, puede indicarse que tales predicciones no se han cumplido. No en vano en las colecciones de Jurisprudencia pueden identificarse ya múltiples sentencias relativas al delito de contaminación ambiental. Quiere indicarse con lo anterior que las dificultades aplicativas del referido delito no se verificaban ni se verifican principalmente a partir del contenido y estructura interna del precepto penal, sino de factores externos al mismo. 2.- Los factores que dificultan la aplicación del delito ambiental aluden y conciernen a cuestiones relacionadas con la justicia penal; en concreto las dificultades, a la vista de la experiencia aplicativa y de la praxis juridisprudencial, se proyectan en el ámbito de la prueba o, más particularmente, en los requisitos, garantías y medios técnicos a observar y a utilizar en la fijación de pruebas de cargo en el delito de contaminación ambiental. Y a esta primera cuestión no es ajena la secular falta de medios y recursos de la propia Administración de Justicia a la hora de afrontar complejas y sofisticadas investigaciones judiciales en las que se reclama el auxilio de peritos y de expertos en cuestiones técnicas de contaminación ambiental. Y este es un primer y serio escoño, que deberá ser abordado en el futuro, cuestión a la que no es ajena la mejora cuantitativa y cualitativa de la oficina judicial, asignatura pendiente en nuestro país. 3.- Otro factor a considerar a la hora e efectuar un inventario o balance del rendimiento proporcionado por el delito de contaminación ambiental concierne a la dificultad insita en la propia definición de un modelo institucional y articulado de tutela ambiental. Sabido es, y ocioso recordarlo aquí, que el Derecho Penal constituye la ultima o extrema ratio del ordenamiento jurídico. Esta afirmación en sectores como el relativo al medio ambiente transciende el terreno de los 17 principios y de las declaraciones programáticas, para adoptar un contenido concreto, por cuanto en estos ámbitos la intervención del Derecho Penal es y debe ser especialmente accesoria o subsidiaria de la prima ratio jurídica, que en el caso que nos ocupa no es otra que la propia legislación o Derecho Ambiental. Por consiguiente en la tutela de los denominados interessi diffussi (entendiendo por tales los intereses o bienes jurídicos de corte social de impronta en muchos casos institucional) se suscitan múltiples problemas que conciernen a las técnicas de tutela idóneas a utilizar por el Derecho Penal. Y, entre estos problemas, se sitúa el modelo de articulación que la legislación penal debe observar con respecto a la disciplina jurídica extrapenal. Si esto es así, como parece indiscutido, es lógico pensar que la practibilidad y eficacia de las previsiones penales dependa en gran medida del propio desarrollo e implantación de la legislación ambiental extrapenal. Por ello puede decirse que la real y efectiva aplicación del delito de contaminación ambiental en España se ha impulsado al compás de la recepción del Derecho comunitario ambiental y del desarrollo en Derecho interno de las técnicas de tutela administrativa sobre el medio ambiente. Y a lo anterior no es ajeno tampoco el grado de desarrollo y especialización alcanzado por la propia Administración pública, en sus distintos eslabones o ámbitos institucionales, encargada de la tutela y prevención del medio ambiente. Todo lo anterior debe tenerse presente cuando se alude a la ineficacia del Derecho Penal en la tutela del medio ambiente, al objeto de evitar valoraciones o juicios críticos en buena medida demagógicos o que intentan demandar del instrumento punitivo aquello que éste no puede ofrecer por déficit de instrumentos previos institucionales. El nuevo Código Penal de 1995 ha mantenido, en lo esencial, la definición del delito de contaminación ambiental (art. 325 CP) que ya estaba presente en el antiguo art. 347bis ACP. No se verifican cambios que afecten a la estructura esencial del delito, por cuanto las modificaciones se proyectan sobre aspectos de mejora puntual del precepto preexistente. Así, como se indicará, se identifican reformas en punto a la definición del acto típico contaminante, que pasa a ser más omnicomprensiva y detallada, y con relación a los parámetros y graduación de las estructuras típicas de peligro; más todo ello no afecta a la configuración estructural esencial del delito analizado. El art. 325 OP exige la concurrencia de un acto contaminante, que debe presentar aptitud generadora de peligro grave para la salud de las personas o el equilibrio de los sistemas naturales, y en todo caso el referido acto contaminante ha de verificarse con infracción de lo dispuesto en las Leyes u otras disposiciones de carácter general protectoras del medio ambiente. Obsérvese pues que el delito de contaminación ambiental sigue basculando sobre la exigencia de tres elementos típicos estructurales al igual que sucedía con el derogado artículo 347 bis ACP. Al análisis de estos elementos típicos se destinan los siguientes apartados El derogado artículo 347bis ACP aludía a la provocación o realización directa o indirecta de emisiones o vertidos de cualquier clase, en la atmósfera, en el suelo, o las aguas terrestres o marítimas, como primera exigencia típica en el delito de contaminación ambiental. La primera formulación típica alternativa aludía al modo material de verificación de la acción típica contaminante, cifrada en los actos de provocar o 17 realizar directa o indirectamente la conducta contaminante. Este primer pasaje típico ha quedado inalterado en la nueva redacción que adopta el art. 325 del CP de 1995. Los principales problemas interpretativos al respecto se verifican en el significado que debe atribuirse a la provocación. Algún autor propuso ya con respecto al derogado artículos 347 bis ACP una interpretación de la acción de provocar en un sentido normativo, de modo que tal expresión aludiría a un elemento normativo del tipo, que debería quedar asimilado a la provocación constitutiva de un acto preparatorio punible (art. I8CP). Desde esta perspectiva provocar equivaldría a incitar directamente a la perpetración del admitiría conceptualmente la versión culposa o imprudente. La referida interpretación, como es lógico, produce un efecto distorsionador, según el cual en tanto que la acción de realizar admite la comisión culposa, la referida a la provocación (que desde la perspectiva interpretativa aludiría a conductas materialmente previas a la realización estricta del acto contaminante), sólo seria susceptible de incriminación en la versión dolosa de la conducta. Esta conclusión, cifrada en una simetría 4 de ámbito incriminador en uno y otro caso do máticamente acerta a ni político criminalmente conveniente. Ciertamente el tipo básico del delito de contaminación ambiental (art. 325 CP) podría sugerir una alternativa típica entre una conducta amplia (realizar), comprensiva de toda clases de conductas que implican de modo concreto una directa o indirecta perpetración del hecho típico, y una conducta anterior al mismo (provocar), que supone una incitación o, cuanto menos, una facilitación del hecho típico. Esta alternativa típica sugiere una equiparación típica de actividades preparatorias con actos ejecutivos lo que ha suscitado-lógicamente criticas doctrinales. No obstante es posible establecer una vía interpretativa que permita armonizar la hermenáutica del precepto. En este sentido provocación o realización constituirían modos materiales de perpetración de la conducta típica, de forma tal que la acción de provocar no debería someterse a una interpretación en clave normativa (técnico-penal) del término y restrictiva conforme al tenor del art. 18 GP. Así, la provocación vendría a integrar una forma “mediata de ejecución”. que como tal no quedaría circunscrita en cuanto a su ámbito de incriminación a las formas dolosas. Por consiguiente tanto a la conducta de realización como la de provocación sería proyectable la claúsula de castigo de la imprudencia grave, prevista en art. 331 GP. Esta conclusión, a mi juicio, es pausible tanto desde el punto de vista dogmático como político criminal. De este modo, la realización del acto contaminante alude a la ejecución inmediata del mismo, en tanto que la provocación se proyecta sobre las formas de producción mediata del acto contaminador. Y esta alternativa incriminadora parece coherente con las necesidades de intervención penal en el sector medioambiental, pues en particular la forma o el modo material mediato de verificación de la conducta típica puede proyectarse a supuestos en los cuales la responsabilidad penal se identifica en un ámbito organizado de empresa, en el que es necesario acudir a conceptos de autoría basados en la idea de domino social del hecho y en los que el responsable penal principal puede no corresponder con la persona que realiza de forma inmediata el acto contaminante. Se ha dicho también que la previsión del referido modo material de perpetración del delito puede abarcar supuestos en los que se verifican actividades en sí mismas carentes de nocividad para el medio ambiente, pero originadoras de productos secundarios nocivos o que pueden serlo por una ulterior transformación. En este sentido se apunta la distinción entre actos contaminantes que incorporan conductas nocivas per se 17 (constitutivas de los actos típicos de realización) de aquellos otros cuya nocividad provendría dei modo o la forma con que se producen (estos últimos corresponderían a las conductas de provocación). Las analizadas formas o modos materiales de verificación del hecho típico, conforme al tenor del art. 347 bis ACP, debían concretarse en emisiones o vertidos de cualquier clase. El art. 325 GP 1995 ha modificado sustancialmente las manifestaciones del fenómeno contaminante en un sentido más amplio y omnicomprensivo; de todos modos, como se argumentará, esta modificación, si bien puede llegar a esclarecer la interpretación del precepto, no alberga repercusiones decisivas. El legislador de 1983 había optado por una fórmula que otorgaba tratamiento unitario a los fenómenos contaminantes, técnica legal que incluso gozó del respaldo doctrinal. La doctrina, arrancando de significado mítica de los términos emisión y vertido, interpretaba que significa derramar o vaciar líquidos o cosas, en tanto a que emitir corresponde a la acción de arrojar, exhalar o echar hacía afuera una cosa. Sobre este significado gramatical se añadían al concepto de emisión o vertido fenómenos que, desde el punto de vista del uso común del lenguaje y en un sentido jurídico ambiental, son coherentes a las necesidades de tutela del bien jurídico medioambiente. Este planteamiento, asumido en ocasiones por la Jurisprudencia (sentencia de 1 de octubre de 1993 de la AP de Barcelona, sentencia de 7 de octubre de 1992 de la AP de Barcelona, sentencia de 9 de febrero de 1993 de la AP de Barcelona y sentencia de 18 de abril de 1994 de I~ AP de Barcelona, entre otros), permitía que la interpretación de los términos típicos “emisión” y “vertido” no quedará encorsetada en su corto alcance y significado gramatical. De ahí que pudiera entenderse el lanzamiento de factores o materias que, de algún modo, puedan menoscabar o poner en peligro el medioambiente siempre que esa acción. quiera que la localizada en el aire el agua o el suelo. Con esta interpretación del incluso la protección del cústico calma) frente a la contaminación por emisión de ruidos, acorde ataque al bien jurídico que de otro modo hubiera quedado extramuros del ámbito típico de incriminación. A su vez, desde la óptica interpretativa sugerida por la doctrina y la jurisprudencia, por vertido debía entenderse toda acción de arrojar, derramar o vaciar líquidos o residuos al aire al suelo o principalmente, a las aguas. Esta interpretación normativa de los términos emisión y vertido, venía sugerida incluso por el propio tenor legal, al precisar el art. 347 bis CP que podían ser “de cualquier clase”. Goma puede observarse, pese a la sintética fórmula expresiva elegida por el legislador de 1983, el precepto ofrecía una cobertura de incriminación de largo alcance frente a los fenómenos o factores contaminantes. EI Código Penal de 1995, en el art. 325, ha optado por especificar con mayor determinación las modalidades contaminantes. El precepto alude ahora a la provocación o realización de emisiones, vertidos, radiaciones, extracciones o excavaciones, aterramientos, ruidos, vibraciones, inyecciones o depósitos. La nueva redacción facilita la interpretación del precepto y ofrece cobertura típica frente a algunos factores o fenómenos contaminantes que pudieran bordear los límites del concepto de emisión o vertido o que, incluso, duros de tales conceptos. Es lo que ocurre con las pausible y se endereza a evitar interpretaciones tensionadoras del principio del legalidad. La sentencia de 30 de noviembre de 1993, de la sección primera de la AP de Lleida es un buen exponente de esta cuestión, que la nueva redacción ofrecida por el art. 325 CP 17 viene a solventar. La referida sentencia, al adoptar una configuración normativa del concepto de vertido, llegaba a bordear el principio de legalidad al objeto de cubrir necesidades de incriminación; la indicada resolución judicial señalaba: ‘‘Etimológicamente la voz vertido se refiere, de forma principal, al movimiento de líquidos, pero esta misma Sala la ha aplicado al des rendimiento de sólidos de acuerdo con una interpretación amplia autorizada por la expresión legal “ de cualquier clase” y por tratarse de una Ley penal en blanco. El art. 92.2 de la Ley de Aguas se refiere también a los vertidos “cualquiera que sea la naturaleza de éstos” en concordancia con lo expuesto, el vaciado total del embalse, en contra de lo sostenido por la resolución de primer grado, esta incluido en la acción típica de vertido... Evidentemente la nueva redacción del precepto ya no requiere de tales circunloquios interpretativos para la subsunción típica de un buen número de factores contaminantes. No obstante, la mayor repercusión en cuanto al ámbito de incriminación que suscita una nueva redacción del art. 325 CP, alude al establecimiento de depósitos o vertederos ilegales de desechos o residuos. En efecto, esta manifestación contaminante no encontraba encaje típico conforme al tenor del art. 347 bis CP, lo que suscitaba un grave problema, pues sabido es el acuciante problema de la existencia de vertederos o depósitos contaminantes en nuestro país. La laguna ha sido cubierta por el nuevo art. 325 CP de manera nítida. Sin embargo, en la medida que en el art. 328 del 5 se ha optado por tipificar un es ecífico delito de establecimiento de ósitos o de desechos o residuos sólidos o líquidos, desgajando así de manera autónoma esta previsión típica del amplio delito de contaminación ambiental previsto en el art. 325 CP, se suscita un problema interpretativo a la hora de establecer las fronteras de incriminación que ofrecen uno y evidentemente, dado que el art. 325 CP alude entre los fenómenos o factores contaminantes a la provocación o realización de depósitos con infracción en lo dispuesto en las Leyes o disposiciones generales protectoras del medio ambiente, se suscita, prima facie , un solapamiento con lo previsto en art. 328 de Código penal de 1995. Una cuestión parece clara, a la vista de las penas contempladas, el delito tipificado en el art. 328 es menos grave que la modalidad contaminante de provocación o realización de depósitos del art. 325 CP. A partir de este dato legislativo, que en todo caso es seguro y cierto, debe desarrollarse una propuesta interpretativa que ofrezca la fijación de los dominios típicos de incriminación de la conducta de establecimiento de depósitos o vertederos ilegales en uno y otro precepto. La cuestión no está al alcance de una solución interpretativa simplista, por cuanto ambos preceptos ofrecen parcialmente una simetría de elementos típicos. Así, por ejemplo, en ambos preceptos se contempla un idéntico parámetro de peligro típico, pues en ambos tipos penales el establecimiento del depósito debe presentar una potencialidad o aptitud para poner en peligro grave el equilibrio de los sistemas naturales o la salud de las personas. La diferencia radicaría en que, respondiendo a mejores criterios valorativos, en el art. 325 si el peligro hipotético del acto contaminante se proyecta a la salud de las personas, opera un tipo agravado, en tanto que en art. 28 CP (sin que concurran razones que abonen la decisión le generación de peligro para la salud de las personas no suscita la configuración de un tipo agravado, siendo así que el equilibrio de los sistemas naturales goza de idéntica protección que la salud de las personas. 17 A la vista de lo anterior, podría pensarse que el principio de especialidad, previsto en e art. 8 9p), podría ofrecer una vía de solución del concurso aparente de Leyes, originado por la superposición normativa entre los arts. 325 y 328 CP. Mas, este expediente hermenéutico no ofrece una solución adecuada, por cuanto el art. 325 ofrece un plus típico de especificación respecto del art. 328; no en vano el art. 325 exige que la verificación del depósito o vertedero se efectúe en contravención de lo previsto en Leyes o disposiciones generales protectoras del medio ambiente, en tanto que el art. 328 nada dice al respecto; pero, paralelamente, el art. 328 también se muestra parcialmente como un precepto con más notas de especialidad frente al art. 325, en la medida en que especifica que el depósito o vertedero debe contener desechos o residuos sólidos o líquidos que sean tóxicos o peligrosos. Por consiguiente, nos hallamos antes una relación normativa de especialidad recíproca, lo que exige identificar otras vías de solución interpretativa que, en cualquier caso, deberá ahondar en el desvalor subyacente en cada una de las conductas típicas analizadas. Una cuestión al respecto parece clara, la conducta típica de establecimiento de depósitos o vertederos contaminantes prevista en el art. 328, aunque el tenor legal no lo exprese, no puede verificarse huérfana de la nota de ilegalidad. Por consiguiente, de lo que ese trata es de matizar o graduar la ilegalidad de los depósitos o vertederos a los que se refiere el art. 328 CP, teniendo presente el dato indubitado de que los depósitos o vertederos establecidos con infracción de Leyes o disposiciones generales de tutela ambiental encuentran su ámbito de subsunción típica en los dominios del art. 325 del Código penal. A la vista de estos datos legales, estimo que debe concluirse en que el art. 328 incrimina la conducta de establecimiento de depósitos o vertederos con infracción o con incumplimiento de lo dispuesto en una licencia o autorización específica; se trata de una conducta menos grave que la prevista en el art. 325, que aludiría al establecimiento de depósitos o vertederos ilegales en cuanto infringen la normativa general protectora del medioambiente, identificándose entonces una conducta contaminante más grave que se refiere a los depósitos o vertederos clandestinos tout court , en la medida que vulneran frontalmente la normativa de tutela ambiental general. Esta solución interpretativa se antoja armoniosa con la gravedad de las penas previstas en uno y otro precepto, y apela incluso a un argumento interpretativo, en cierta medida histórico, dado en el Anteproyecto de Código penal de 1994 la tipificación de la conducta prevista en el actual art. 328 aludía a la vulneración o incumplimiento de las condiciones previstas en la autorización administrativa del depósito o vertedero. La última cuestión que resta por analizar en lo relativo a la definición del acto contaminante, alude a elementos naturales del ambiente en los que debe incidir o quedar localizada la provocación o realización del fenómeno o factor contaminante. Conforme a la redacción del antiguo art. 347 bis CP, el factor o fenómeno contaminante debía quedar localizado en la atmósfera, el suelo o las aguas terrestres o marítimas. La expresión legal había sido objeto de críticas por su imprecisión técnica y, en particular se había subrayado que el precepto no abarcaba claramente las aguas subterráneas. Con independencia de que esta última crítica no fuera asumible, a la vista del tenor de la Ley de Aguas de 1995, que ya otorgaba un tratamiento unitario a las aguas superficiales y a las subterráneas de tipo continental, lo cierto es que el art. 325 ha venido a incorporar mejoras técnicas evidentes, en la medida que explícitamente alude a las aguas subterráneas, así como al subsuelo, aspecto este último que con serias dudas podía ser abarcado por el término suelo. El legislador del 1995 ha incorporado también la referencia a las captaciones de agua con infracción de lo dispuesto en la normativa general de protección ambiental y, por último, ha optado, con acierto, por extender la 17 protección penal, frente a los fenómenos contaminantes, a los espacios transfronterizos, consciente de que la incidencia en el medio ambiente puede con facilidad desbordar el territorio estrictamente nacional. A la vista de todo lo anterior es fácil comprender que el art. 325 ha ampliado su ámbito de proyección, con mejoras técnicas que responden a necesidades político criminales. 3.LA ESTRUCTURA DE PELIGRO: LOS PARAMETROS DE REFERENCIA ANTROPOCÉNTRICOS RELATIVOS A LA SALUD DE LAS PERSONAS Y AL EQUILIBRIO DE LOS SISTEMAS NATURALES. La incriminación del delito de contaminación ambiental puede responder a diversos modelos que, en definitiva, responden a diversas conceptuaciones teóricas del bien jurídico medio ambiente. Una opción político criminal que, en principio, podría parecer ambiciosa, consistiría en emancipar la técnica de tutela penal de referencias típicas antropocéntricas, relativas a la salud de las personas o al equilibrio de la flora o la fauna; en este sentido todo podría caminarse a la protección derñidio ambiente asimismo considerado, lejano la idea de que se trata de un bien jurídico colectivo e institucional al servicio de la persona y de la calidad de vida. Se trataría entonces de preservar calidades de elementos ambientales básicos en si mismos considerados. Esta alternativa, como luego se argumentará, no se corresponde con el modelo constitucional de medio ambiente establecido en art. 45 CP, y además puede llegar a suponer una propuesta distorsionada de los límites de intervención del Derecho penal frente a la técnica de tutela que ofrece el Derecho ambiental. Asimismo, pese a venir la propuesta revestida de una cierta impronta de autonomización de la tutela ambiental frente a otros bienes jurídicos, paradójicamente todo lo anterior fundamenta la conceptuación relativamente antropocéntrica del bien jurídico protegido en el art. 325 CP. Puede decirse que el legislador penal ha optado por una concepción relativamente instrumental del medio ambiente, y estos presupuestos valorativos constituyen, a su vez, el fundamento de la estructura típica adoptada en el delito de contaminación ambiental. Se ha optado en el Código penal de 1995, en línea de continuidad con lo previsto do art. 347 bis CP por tipificación mena a la estructura e delito de peligro abstracto en sentido estricto, ambiente en sí mismo considerado y desligado de referencias instrumentales o antropocéntricas. Por ello puede indicarse que en el art. 325 no subyace una presunción general de peligro en los actos típicos contaminantes, conforme a un juicio apriorístico y estandarizado de la experiencia, que releve al juzgador de la comprobación de una concreta peligrosidad real del acto contaminante en el caso concreto. Por ello el tipo de injusto no queda conformado con la verificación de un acto contaminante en contradicción con la legislación general ambiental, dado que es preciso la concurrencia de elementos de lesividad material al servicio de una técnica de protección del medio ambiente relativamente instrumental antropocéntrica. La doctrina y la jurisprud9noia-~~..rr~ayoritarias, con relación al derogado art. 47 bis CP señalaba el precepto contemplaba una estructura típica de peligro concreto Reveladoras al respecto son múltiples sentencias, en re o ras, la de 30 de noviembre de 1990 TS , 1 de octubre de 1993 SAP Barcelona, 11 de marzo de 1992 TS, 5 de octubre de 1993 TS,18 de abril de 1994 SAP Barcelona, 3 de julio de 1993 TS, 18 de julio de 1995 SAP Barcelona, 26 de septiembre de 1994 TS, por citar algunas que expresan una sólida corriente jurisprudencial respecto de la interpretación reinante en punto a la estructura de peligro del delito analizado. Así 17 las cosas, si la estructura típica era de peligro concreto, debía de comprobarse una relación de causalidad y una relación normativa de adecuación (imputación objetiva ) entre el acto contaminante y el resultado típico ( peligro concreto), lo que evidencia la necesidad de cargas probatorias que no pueden ser hurtadas en la fundamentación del fallo judicial condenatorio. Ilustrativa al respecto son la de 1990, que alude a la exigencia de relación de causalidad la STS de 3 de julio de 1993, en i que se determinaría la absolución por no haberse colmado la prueba del resultado típico, esto es, el peligro concreto para la flora o la fauna o bien para la salud de las personas. No obstante, en 1 jurisprudencia ocasionalmente, después de haberse optado por la caion de delito de peligro concreto, se indica que el resultado de peligro queda demostrado en el caso enjuiciado por la infracción normativa del medio ambiente. Esta perspectiva interpretatoria es correcta, vid. PRATS CANUT), pues viene a convertir, mediante u ex e iente contra Iegem , el delito de contaminación ambiental en una igro abstracto, que compromete no sólo el tenor del precepto sino la propia configuración de bien jurídico protegido, relativamente antropocéntrico e instrumental. En definitiva, la referida vía interpretativa despoja a la intervención penal de referentes materiales de afección al bien jurídico, al renunciar a la comprobación de si el acto contaminante ha llegado a poner en peligro o no la salud de las personas o la flora o fauna . Amén de todo lo anterior, puede comprobarse la incorrección hermenáutica de tal proceder, por incurrir en una reduplicada utilización de la referencia típica a infra ilación ambiental, pues, en una suerte de bis in idem prohibido, remisión a la contravención de la normativa e rape a para configurar el acto típico contaminante y, a la vez, para configurar el resultado típico de peligro. En suma, la opinión dominante con respecto el derogado art. 347 bis CP transitaba por la calificación de un delito de peligro concreto y, por consiguiente, de resultado, en el que era exigible’ una relación de causalidad y una relación normativa de ese resultado. En auxi off indamentación de esta conclusión se acudía a las referencias típicas del precepto, que venían a exigir que el acto contaminante generase un peligro grave para la salud de las personas o bien la flora o la fauna. Un sector doctrinal minoritario se pronunciaba juicio con razón y diversa DEMANN, DE LA GUESTA ARZAAMENDI, MORALES PRATS En este sentido, se uladas alternativamente por el legislador, en el referido precepto no eran de idéntica estructura o naturaleza. Así, el precepto respecto de la salud de las personas exigía la puesta en peligro grave, por lo que no podían suscitarse dudas respecto de la presencia de una estructura típica de peligro concreto. En esta hipótesis el legislador exigía la creación de una situación de efectiva puesta en peligro concreto para la salud de las personas, ulterior a la acción típica (acto contaminante salud de las personas. Tan solo se expresa ahora que el acto contaminante pueda perjudicar gravemente el equilibrio de los sistemas naturales, en el tipo básico, de modo que si el riesgo de grave perjuicio fuese para la salud de las personas, sería aplicable el tipo agravado. Por consiguiente, parece claro que el legislador ha querido referirse a un idéntico juicio de peligro para ambas hipótesis típicas (la básica y la agravada), y ese juicio de peligro alude a un peligro hipotético. Esta conclusión interpretativa, lógicamente, parte de un entendimiento del tenor legal, según el cual el legislador ha procedido a crear el tipo agravado, relativo a la salud de las personas, reproduciendo implícitamente la estructura de peligro hipotético, que ha empleado previamente para definir el tipo básico, relativo a la aptitud de peligro del acto contaminante para el equilibrio de los sistemas naturales. 17 Otra opción interpretativa, a mi juicio menos sustentable, se encaminaría a calificar la hipótesis típica de la conducta básica, la relativa al equilibro de s sistema naturales como un tipo de peligro hipotético delito de aptitud), conservando la calificación de delito concreto para tipo agravado concerniente para la salud de las personas. Esta interpretación se orientaría a negar, por tanto, que el tipo agravado del art. 325 dé por implícitamente reproducida la referencia que el tipo básico efectúa al carácter hipotético del peligro (“puedan perjudicar gravemente). Desde esta opción interpretativa, el tipo agravado encontraría entonces fundamento en el propio plus de peligro exigido (resultado de peligro concreto) y no en el objeto de referencia del juicio de peligro (la salud de las personas). A mi juicio, esta interpretación no es pausible por cuanto reproduciría, en cierta medida, el desajuste o contradicción valorativa presentes en el derogado art. 347bis CP y, en definitiva, volvería a dotar de mayor protección el equilibrio de los sistemas naturales que a la salud de las personas. En suma, debe optarse por un entendimiento del precepto, según el cual, tanto el tipo básico como el tipo agravado del art. 325 responden a la estructura de peligro hipotético (delito de aptitud). Con la técnica de tipificación adoptada, se debilita la seguridad jurídico la de lersividad material en la configuración de la conducta típica. Pero este coste en términos de garantías al que aboca la renuncia a la estructura del peligro concreto) debe ser asumido en aras a facilitar la practicabilidad y efectividad de la intervención penal, por cuanto libera al juzgador de constatar complejas y técnicas relaciones de causalidad entre el acto contaminante y el resultado de peligro concreto en un sector, el medioambiental, en el que suelen suscitarse hipótesis en las que impera el desconocimiento de los elementos de hecho o de las leyes científicas (TIEDEMANN) y al que no son ajenas hondas dificultades probatorias. Asimismo, debe tenerse en cuenta que la técnica incriminadora, adoptada por el legislador de 1995, también puede revelarse más operativa frente a fenómenos tales como los relativos a la causalidad cumulativa o los relativos al significativo y elevado transcurso de tiempo hasta la verificación del resultado de peligro, problemas todos ellos generadores de significativas dificultades en punto a la fijación de la relación de causalidad entre acción y resultado de peligro y a la valoración de la imputación objetiva, en términos de adecuación y relación de riesgo entre conducta y resultado (SILVIA SÁNCHEZ). A mi juicio, el referido coste en términos de garantías es asumible, por cuanto la adopción de la estructura propia del peligro hipotético incorpora la exigencia de constatación de la aptitud de la acción típica para producir un peligro al bien jurídico como elemento material integrante del tipo (TORIO). En este sentido, el tipo de peligro hipotético no se limita a describir acciones que con carácter general se presumen peligrosas para el medio ambiente, conforme a un juicio proporcionado por la experiencia; en este sentido, no puede interpretarse que en el art. 325 CP se ha optado por la técnica de los delitos de peligro presunto. En este precepto el legislador no se limita ha describir una acción generalmente peligrosa, fundamentada en una presunción de peligro, basada en criterios generales estadísticos o de la experiencia social. El analizado precepto reclama la constatación, en el caso concreto, de la aptitud del acto contaminante para producir un peligro ex ante ( peligrosidad objetiva y real de la conducta formulada ex ante) con relación al equilibrio de los sistemas naturales o a la salud de las personas, y se trata de una exigencia típica esencial para la conformación del delito, a diferencia de lo que acontece en los delitos de peligro abstracto estricto sensu, fundamentados en una presunción general de peligro. Por consiguiente la técnica adoptada, garantiza la preservación de un referente de lesividad material, 17 que destierra el peligro de una intervención penal alejada de la función de protección de bienes jurídicos. A la vista de lo anterior, no es sustentable una interpretación del tipo, según la cual el tipo de injusto quedaría conformado por la mera infracción de la normativa general protectora del medio ambiente. La estructura de peligro hipotético garantiza que el Derecho Penal no pase a asumir una mera función sancionadora de las previsiones administrativo-ambientales, que acabaría por diluir las fronteras entre ilícito penal e ilícito administrativo. Afirmado lo anterior, debe afrontarse la problemática relativa al fenómeno de la acumulación de riesgos en el sector medioambiental. Es frecuente en este sector que se verifique un acto contaminante que en sí mismo, y valorado de forma aislada, no presente la entidad o calidad suficiente como para generar un peligro para la salud de las personas o el equilibrio de los sistemas naturales, como el exigido legalmente por el art. 325 CP. Sin embargo, el referido factor contaminante aislado, por acumulación con factores previos o concomitantes, puede dar lugar al peligro típico medioambiental contemplado por la norma penal. El Derecho Penal no puede dar respuesta a estas situaciones, que en su caso podrán ser objeto de las técnicas de prevención y de sanción propias del Derecho Administrativo-ambiental. El Derecho Penal debe asumir que un fenómeno de acumulación de riesgos como el descrito debe conducir a la impunidad, por cuanto los criterios penales de fundamentación y de imputación de responsabilidad responden a principios garantistas, y quedan cifrados siempre en la idea de responder por el hecho propio. En este sentido, no puede avanzarse hacia el desarrollo de una pretendida teoría de los delitos de acumulación, por cuanto esta idea gravita en el concepto de responsabilidad por el hecho ajeno o por las condiciones preexistentes generadas por terceros o bien por la propia dinámica acumulativa o sumativa del sistema, y una construcción de tal tenor supone un coste tal en términos de garantías, que desembocaría incluso en un desarrollo inconstitucional del Derecho Penal ambiental. Y el jurista debe ser consciente de las limitadas opciones y funciones que está llamado a desempeñar un instrumento jurídico tan primitivo, pero garantista, como el Derecho Penal. Así pues, en este contexto de tensión entre eficacia y garantías, debe optarse por estas últimas, a sabiendas de que existen otros instrumentos de tutela del medio ambiente tanto en el terreno jurídico como en el de la política social y económica. Llegados a este punto, procede efectuar otras reflexiones sobre la descripción típica de las hipótesis de peligro, presentes en el art. 325 CP. En primer lugar, debe advertirse que tanto en el tipo básico ( peligro para el equilibrio de los sistemas naturales) como en el tipo agravado ( peligro para la salud de las personas), el tenor legal exige que se trate de un peligro “grave”. No basta por tanto con cualquier aptitud de peligro en el acto contaminante, y la valoración de la entidad del peligro ante el laconismo legal, queda en términos absolutos remitida a los Tribunales. Se trata pues de una cláusula normativa indeterminada, que concierne a la entidad material del peligro, de la que depende, ni más ni menos, que la propia existencia del delito, y respecto de la cual el Juez juega un papel supletorio de la función que corresponde al legislador. Ilustrativa es al respecto la STS de 12 de marzo de 1992, en la que se pone de manifiesto la dificultad de concretar taxativamente el juicio de peligro grave; en la referida sentencia, al objeto de acotar el concepto de peligro grave, señala: “ es semánticamente lo que produce o puede producir importantes consecuencias nocivas... Implica un juicio de valor y por tanto es circunstancial...”; en la referida sentencia se acaba por concluir que peligro grave 17 no es ( a sensu contrario) el riesgo de deterioro irreversible o catastrófico que configura el tipo agravado. Si se tiene en cuenta, a su vez, que reina la incertidumbre en torno a lo que significa este último concepto, podrá comprenderse el contexto de indeterminación en que se mueven las decisiones judiciales. La sentencia de 5 de junio de 1995, de la Sección Quinta de la Audiencia Provincial de Barcelona, dictamina la absolución por delito ambiental, al no haber quedado acreditada la gravedad del peligro, sin prejuzgar la posible ilicitud administrativa del acto contaminante. Efectivamente esta resolución judicial pone de manifiesto, ejemplificativamente, cómo la gravedad del peligro es un criterio típico esencial en aras a establecer al frontera entre los actos contaminantes con relevancia penal y aquellos otros constitutivos de mera infracción administrativa; y lo criticable es que uno de los criterio esenciales para establecer tal frontera gravite sobre un elemento normativo abiertamente indeterminado, cuya apreciación queda absolutamente al arbitrio del juzgador. Finalmente, en la descripción de las hipótesis de peligro, se ha operado una última reforma en el tenor legal del art. 325 CP. El tipo básico adopta, como parámetro de referencia del peligro, la expresión “equilibrio de los sistemas naturales”, conforme a una enmienda suscitada en el Senado, la número 19. Parecería que esta expresión es más amplia y difusa que la relativa a conceptos que de una manera más directa evocan la flora o la fauna, como los empleados en el derogado art. 347 bis CP, relativos a las condiciones de vida animal, bosques, espacios naturales o plantaciones útiles. No obstante, a mi juicio, el cambio de redacción no debe suponer una variación sustancial ni del ámbito de incriminación ni del bien jurídico protegido, aún reconociendo que la expresión empleada por el legislador supone una entelequía, difícilmente domable por vía interpretativa. Pese a ello, estimo que el nuevo CP no ha variado el bien jurídico protegido y, por tanto, el art. 325 sigue estando al servicio de la protección de un concepto de medio ambiente relativamente instrumental o antropocéntrico. Dado que se mantiene la sintonía con el mandato del art. 45 CE, no parece que se haya ampliado la órbita de incriminación del precepto. En otros términos, la referencia a los sistemas naturales ( como objeto último del juicio de peligro) no supone, a mi juicio, un cambio sustancial con relación a la referencia típica anterior a la vida animal, la vida vegetal y los espacios naturales. Sin embargo, esta aseveración debe ser en parte matizada, por cuanto el derogado art. 347 bis se refería a un peligro para las” condiciones” de la vida animal o vegetal, en tanto que el actual art. 325 exige tan sólo que el peligro afecte al “equilibrio” de esos sistemas de vida que, en definitiva, son los sistemas naturales. En este concreto punto, se verificaría una amplificación del ámbito de incriminación de conductas, de modo que el peligro ya no debe ser de tal intensidad como para determinar un riesgo para las “condiciones” de vida de los sistemas naturales, bastando con el mero riesgo para el “equilibrio” de tales sistemas. Si se acepta este matiz, se puede concluir que en algo se ha agrandado el objeto de referencia del juicio de peligro 4.LA TÉCNICA DE LA LEY PENAL EN BLANCO Y LA ACCESORIEDAD DEL DERECHO PENAL EN EL SECTOR MEDIOAMBIENTAL. En el seco medioambiental, la intervención del Derecho penal se proyecta a un ámbito caracterizado por un entramado organizativo de actividades peligrosas 17 consentidas, que podríamos denominar esfera o espacio de riesgo permitido. Este dato de partida determina que la intervención del Derecho penal presente un elevado grado de dependencia o accesoriedad. Pero, del mismo modo que debe ser descartado un modelo de protección penal del medio ambiente excesivamente autónomo, por cuanto vendría a desconocer la lógica de funcionamiento del sector sobre el que se proyecta, también debe ser desterrado un modelo de intervención penal excesivamente gregario o dependiente de la normativa administrativa-ambiental, al objeto de conjurar el peligro cifrado en que el Derecho penal asuma una función meramente sancionadora o de respaldo de la normativa administrativa, que acabaría por determinar el solapamiento entre infracción penal y infracción administrativa, así como por favorecer la represión penal de conductas de mera desobediencia informal, carentes de lesividad o desvalor material. En este sentido, estimo conveniente para el sector medioambiental la opción de un modelo de intervención penal que puede denominarse como “modelo de intervención equilibrado. La elucidación de cuándo es necesaria la intervención del Derecho penal, reclama la identificación de los focos o fuentes de peligro en el sector medio ambiental, lo que determina inexorablemente la apertura y articulación del Derecho penal con la normativa que ofrece la legislación medio ambiental. A mi juicio, el art. 325 CP, pese a adoptar la técnica de la norma de reenvío o remisión, característica de la Ley penal en blanco, viene a satisfacer las exigencias de un modelo de intervención equilibrado en la tutela penal del medioambiental, por cuanto, como se ha expresado ya, en el referido precepto se adopta una estructura que exige un plus de desvalor (en términos de peligro hipotético) al propio acto contaminante infractor de la legislación general protectora del medio ambiente. En este sentido, el recurso de la Ley penal en blanco constituye un elemento típico orientado a complementar la conducta típica contaminante, pero sin que tal opción determine un modelo excesivamente accesorio de intervención penal, por cuanto, desde sus propios postulados valorativos, el Derecho penal incorpora la exigencia de un peligro hipotético para el equilibrio de los sistemas naturales o la salud de las personas, peligro que en términos de desvalor material, además, deberá ser grave. A la vista de estas premisas, la culminación del modelo de intervención penal equilibrado va a depender ya de factores exógenos o externos a la propia disciplina penal y a la propia estructura típica del art. 325 CP. El primer factor externo alude a que el modelo legal institucional de medio ambiente, conforme a técnicas de prevención y control extrapenal y conforme a criterios de organización y especialización de la Administración pública, se halla asentado, desarrollado y articulado adecuadamente. En segundo lugar, el logro del modelo dependerá de que los operadores jurídicos en el ámbito penal (en especial el juzgador) estén atentos a las reglas de funcionamiento extrapenales, al objeto de alcanzar la adecuada y necesaria articulación del Derecho penal con la normativa ambiental, presupuesto indispensable para que la en infracción de la legislación ambiental). Sin embargo, respecto de la restante hipótesis típica (alternativa) de peligro, relativa a las condiciones de vida de la fauna y la flora, el legislador sólo exigía que la emisión o vertido “puedan perjudicar gravemente”. La diversa redacción empleada, denotaba que en esta segunda hipótesis la estructura de peligro adoptada se correspondía con la de los delitos de aptitud o delitos de peligro hipotético, en los que basta con que la acción típica presente una aptitud para producir un determinado resultado de peligro. Es por ello que en esta segunda modalidad típica no se exigía la producción de un modelo de 17 producción de resultado de peligro concreto, ulterior a la acción típica; en estas estructuras típicas basta con comprobar la concurrencia de una acción apta para la producción de un peligro del bien jurídico, lo que implica que no sea exigible la demostración de una relación de causalidad y una relación normativa de imputación objetiva. Una configuración del delito ambiental como la observaba el antiguo art. 347 bis CP, debía ser objeto de críticas (TIEMANN, DE LA GUESTA ARZAMENDI, MORAL ) desde el punto de vista valorativo. En efecto, en el referido delito anidaba una contradicción valorativa que no podía hallar un contexto de fundamentación, por cuanto con relación a la salud de las personas el tipo exigía un plus de peligro, ulterior a la acción típica, cifrado en la verificación de un resultado de peligro concreto. Por el contrario en la alternativa típica relativa a la flora o a la fauna, la conducta típica se conformaba con la verificación o comprobación de un acto contaminante con capacidad o aptitud para generar un peligro real. La conclusión era clara: la vida animal y vegetal adquirían una protección penal más intensa que la correspondiente a los seres humanos. Se trataba de una suerte de mando al revés”, en abierta contradicción con la perspectiva instrumental del bien jurídico tutelado. El legislador había partido de un presupuesto erróneo, que no es otro que la creencia de que el medio ambiente no instrumental (estricto sensu considerado), es el compuesto por la vida animal, los bosques, los espacios naturales y las plantaciones útiles, cuando en realidad no es así. Y, desde esta perspectiva, probablemente el legislador (de manera infundada) pretendió formular una estructura de peligro hipotético en la creencia de así adelantaba o anticipaba la línea de tutela penal respecto de la tutela de intereses ambientales en sentido estricto (no instrumentales). En este contexto, la exigencia de un plus con relación a la salud de las personas (resultado de peligro concreto) se fundamentaría en un retraso de la línea de protección penal, en cuanto que, en esa hipótesis, se trataría de salvaguardar el medio ambiente instrumental, que toma como referente valorativo otros bienes jurídicos. Estos presupuestos interpretativos y valorativos transitan por derroteros erróneos, dado que tanto la salud de las personas como la flora o la fauna constituyen aspectos relativamente instrumentales de la concepción constitucional del medio ambiente, por cuanto este bien jurídico en sí mismo considerado (perspectiva no instrumental) aprehende tan sólo los elementos básicos relativos al agua, el aire y el suelo. A la vista de lo anterior, el legislador de 1995 tenía a su alcance diversas alternativas político criminales, enderezadas a solventar el desajuste valorativo que se observaba en el art. 347 bis CP. Una primera opción podía consistir en adoptar para ambas hipótesis típicas, la relativa a la salud de las personas y la relativa a la flora o la fauna, la estructura típica de peligro concreto, exigiendo en todo caso la comprobación de un resultado típico, con la consiguiente prueba de la relación de causalidad y de la imputación objetiva; esta primera opción retrasa en alguna medida la línea de intervención penal e incorpora un plus de exigencias probatorias, en muchos casos complejas desde el punto de vista no sólo jurídico sino de la pericia técnica. La segunda opción era la de establecer para las dos hipótesis típicas una estructura delictiva de aptitud o de peligro hipotético; esta solución anticipa la línea de intervención penal y descarga al tipo de exigencias probatorias relativas a la relación de causalidad y a la demostración de la imputación objetiva, pero deja sin afrontar la contradicción valorativa, parcialmente, pues ofrece una idéntica intensidad de tutela para la salud de las personas que para el equilibrio de la flora y la fauna. Por último, una tercera vía es la de adoptar para ambos supuestos la estructura típica de peligro hipotético o de aptitud, pero preceptuando una agravación de pena para las 17 hipótesis de peligro hipotético con relación a la salud de las personas, en atención a que este aspecto instrumental de medio ambiente es de mayor rango que la vida animal o vegetal. El Código penal de 1995, en el art. 325, ha optado por la última de las soluciones esbozadas, lo que parece correcto tanto desde un punto de vista dogmáticovalorativo como político criminal. Así, la hipotética puesta en peligro de la salud de las personas ya no figura como una alternativa del tipo básico, pues pasa a constituir un tipo agravado, en correcta correspondencia con los presupuestos valorativos del art. 45 CP. Asimismo, en el art. 325 CP se ha alterado la redacción del tipo, de modo que en momento alguno del tenor de el acto contaminante deba poner en peligro grave y concreto fomentaría una mayor accesoriedad del Derecho penal respecto del Derecho administrativo ambiental, pues fácilmente los referidos niveles de calidad ambiental a proteger tenderían a ser delimitados conforme a los criterios estándar que marca la legislación ambiental y, en definitiva, la propia Administración. Se incurriría entonces en el desarrollo de un Derecho penal ambiental que contemplaría infracciones formales y, probablemente, carentes de la lesividad material que reclamaría infracción penal en este sector. Cuando se afirma que el medio ambiente no se debe proteger por sí mismo, sino tan sólo en la medida en que constituye una condición necesaria para el desarrollo de la vida humana, se está efectuando una apuesta antropocéntrica en torno al bien jurídico a proteger. En este sentido, la protección de un bien jurídico social e institucional como el medio ambiente encuentra fundamento, desde el punto de vista jurídico penal, en la medida que identifica un anclaje teológico con bienes jurídicos materiales que a la calidad de vida y a la protección de la persona. Este es e rama normativo previsto en la Constitución de 1978, cuyo art.45 expresa la programación básica en la esfera ambiental, por me fijación de medios (entre los que se encuentra el recurso al Derecho penal) y fines constitucionales en la tutela del medio ambiente. Mas concretamente, dentro del capítulo correspondiente a los principios constitucionales relativos a la política económica y social, el Derecho penal constituye el cierre del sistema constitucional en la tutela del ambiente conforme a un modelo constitucional programado. El concepto constitucional de medio ambiente se endereza a la consecución de la aspiración centrada en la garantización del Derecho a la calidad de vida, y no en vano el art. 45 CE aparece como una fórmula de especificación de los valores-guía fundamentales (“Grundwerte”), expresados en el preámbulo de la CE, que en particular alude a la voluntad “de asegurar a todos una digna calidad de vida” . Así el medio ambiente es contemplado desde una perspectiva dinámica y funcionalizada al logro de metas superiores, con rango constitucional, como la calidad de vida o el libre desarrollo de la personalidad del individuo. Estos presupuestos constituyen los principios que alumbran el art. 45 CE y que explican la referencia en este precepto a que todos tienen derecho a un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona; en las mismas coordenadas se sitúa la referencia a la utilidad racional de los recursos naturales, así como la relativa a la protección y mejora de la calidad de vida, aspecto este último que constituye la meta de la programación final-constitucional en el sector ambiental. Intervención penal sea racional, efectiva, practicable y se verifique con respeto al carácter de última ratio del Derecho penal. Y, en este contexto complejo, el legislador penal debe descartar técnicas de incriminación que satisfacen en óptima medida el principio de táxatividad o determinación de las normas penales, en aras adoptar técnicas de tipificación 17 que, en alguna medida, vienen a delimitar el principio de legalidad penal, pero que, a su vez, son indubitadamente necesarias para alcanzar una correcta y operativa definición típica de las conductas objeto de castigo. En este sentido, es necesario la renuncia al empleo de elementos descriptivos en la definición de delitos de contaminación ambiental, por cuanto esta técnica, pese a su carácter certero, es de corto alcance y no permite aprehender la complejidad de los fenómenos de la contaminación ambiental, y al respecto es ilustrativa la sentencia del Tribunal Constitucional 127/90 y las posteriores concordantes con la misma. La complejidad del bien jurídico a proteger obliga a adoptar el empleo de elementos normativos o bien la técnica de las Leyes penales en blanco, de ahí que se indique que en el sector medioambiental el Derecho penal presenta un alto grado de dependencia con respecto al entramado legal-institucional extrapenal. En art. 325 CP, el legislador penal ha optado tanto por la utilización de elementos normativos como por empleo de la técnica legal en blanco y, a la vista del rendimiento interpretativo que ha suscitado ya en la jurisprudencia el indicado precepto, así como su antecedente el art. 347 bis CP, puede concluirse ya en que el empleo de elementos normativos, pese a sugerir formalmente una técnica de tipificación cerrada (dentro del propio Derecho penal), suscita mayores problemas materiales para las garantías del principio de legalidad penal, que el empleo de la técnica de la Ley penal en blanco. Ilustrativo es al respecto el grado de indeterminación que genera el empleo de la expresión peligro grave’’ para el equilibrio de los sistemas naturales o la salud de las personas, por no aludir ya a la honda problemática que genera la forma agravada del art. 326 letra e) CP, alusiva al “riesgo de deterioro irreversible o catastrófico”. En efecto, desde el punto de vista formal de las garantías del principio de legalidad, el empleo de las referidas cláusulas puede dejar tranquila o aletargada la “conciencia garantista”, pero, desde la perspectiva material y efectiva de tales garantías de legalidad penal, la alarma es máxima, por cuanto se trata de conceptos absolutamente indeterminados e indomables por vía interpretativa, cuya apreciación queda en la más absoluta discrecionalidad de juzgador, por no hallar referente de determinación ni en los propios postulados valorativos del Derecho penal ni en la normativa extrapenal, que constituye la prima ratio de tutela de medio ambiente. Sin embargo, es paradójico que las mayores críticas, en dichas de postulado garantistas, se hayan vertido con ocasión de recurso a la técnica de reenvío o remisión normativa, propia de las Leyes legales en blanco, presente en el art. 325 CP. No se alcanza a atisbar otra técnica de articulación del Derecho penal con la legislación ambiental, alternativa de la Ley penal en blanco, que no sea aquella que determina el empleo de elementos tales como “indebidamente” o “sin estar autorizado”. Efectivamente si se 0pta por esta técnica se evita la Ley penal en blanco, pero se acaba por adoptar un modelo de accesoriedad del Derecho penal todavía más acusado y degradado con respecto a la normativa extrapenal. En tal caso se verifica un modelo de accesoriedad, que no toma ya como parámetro de referencia la legislación extrapenal general protectora del medio ambiente, sino los meros actos administrativos; se produce entonces una accesoriedad con respecto a las decisiones de la Administración, de modo que la intervención penal depende esencialmente de la concurrencia de un acto administrativo de autorización, mediante el que se descarte el carácter indebido de la conducta. Un modelo de tales características, al que se orienta por ejemplo el Derecho alemán, debe, a mi juicio, quedar descartado. Sin embargo, considero indispensable un sistema de accesoriedad, por cuanto estimo, en coincidencia con GONZALEZ GUITIAN, que es presupuesto de 17 racionalidad de la intervención penal y de preservación del carácter de última ratio del instrumento punitivo en el sector medioambiental. Y el sistema de accesoriedad debe desarrollarse conforme a la utilización de la Ley penal en blanco, en los términos que presenta el art. 325 CP. La técnica de las Leyes penales en blanco ha sido sometida a un enjuiciamiento crítico severo desde postulados garantistas, que apelan al principio de legalidad y a la necesaria preservación de los postulados de valoración propios del Derecho penal. Es cierto que en la reciente historia penal española se han verificado, sobre todo en el CP de 1973, manifestaciones de un uso incorrecto y cercenados del principio de legalidad de la Ley penal en blanco. Pese a esta relativa “oscura historia reciente” de esta técnica de tipificación, en la actualidad se ha consolidado ya una reinterpretación de la misma, en clave garantista, que permita reemprender el debate desde parámetros más puntuales y certeros (DOVAL PAíS y DE LA MATA BARRANCO), en sectores de intervención penal que reclaman de forma ineludible la articulación del Derecho penal con la normativa extrapenal, como acontece con el delito ambiental. A estos loables designios responden las sentencias del Tribunal Constitucional 127/1990, 62/1994 y 120/1 998, entre otras. La doctrina del Tribunal Constitucional señala, de manera inequívoca que la técnica de las Leyes penales en blanco es cohonestable con los postulados de seguridad jurídica y las exigencias del principio de legalidad penal, siempre que el legislador en su empleo respete los siguientes requisitos: 1º.- la remisión o reenvío a la legislación extrapenal debe ser expresa, evitando las remisiones genéricas y no identificables; 2º.- la remisión debe estar fundamentada y justificada en atención a las necesidades de tutela del bien jurídico (en este caso el medio ambiente) 3º.- la normativa extrapenal debe constituir el complemento indispensable para la completa definición de la conducta típica, incriminada en el precepto penal; 4º.- el núcleo de la prohibición penal debe quedar establecido desde y en el propio tipo penal, de modo que la esencia de la prohibición normativa no constituya el objeto del reenvío o la remisión. A mi juicio, la doctrina del Tribunal Constitucional sitúa en la senda correcta la interpretación de la remisión a la legislación ambiental presente en el art. 325 CP, como elemento normativo del tipo, que en cuanto tal debe quedar sometido a criterios de desvalor sustancial que, con carácter omnicomprensivo, informan y presiden la totalidad del precepto previsto en el art. 325 CP. En esta medida, el reenvío a la legislación general protectora del ambiente no debe ser interpretado como un elemento formal del tipo, que opere mecánica y artificialmente, respondiendo a una lógica ajena al desvalor normativo de la conducta incriminada (contenido material de injusto) presente en el art. 325 CP. Y, para comprobar que se verifican en el citado precepto los requisitos exigidos por el Tribunal Constitucional, es menester analizar si en el delito analizado el núcleo esencial de la prohibición penal se establece desde y en propio tipo penal. Y, al respecto, debe concluirse que el art. 325 CP no se conforma y estructura mediante la mera tipificación de actos contaminantes en infracción de las Leyes generales del medio ambiente; el tipo contempla y refleja criterios de desvalor sustancial, atentos al contenido del material injusto de la conducta, que aluden a la exigencia de un peligro hipotético grave para el equilibrio de los sistemas naturales o la salud de las personas. Por consiguiente, la esencia de la prohibición normativa se infiere del propio tipo penal y alude a la verificación de actos contaminantes ilegales, generadores del referido grado de peligro para los 17 bienes jurídicos indicados. Este núcleo de prohibición penal es el que preside teleológicamente el reenvío o remisión normativa a la legislación ambiental. Por lo anterior, ya he sustentado en anteriores trabajos que una técnica de reenvío como la que ofrece el art. 325 CP, permite proceder a una selección cualitativa de los elementos de la normativa extrapenal que merecen complementar el tipo penal, en atención a criterios de desvalor material tanto relativos al peligro ex ante de la conducta, propio del desvalor de acción, como relativos a criterios ex post, propios del desvalor de resultado. En este sentido, las normas administrativas que pasarán a complementar el tipo penal deberán aportar cualitativamente datos que permitan delimitar y complementar el acto contaminante conforme a criterios de peligrosidad objetiva del mismo (formulada ex ante, ámbito del desvalor de acción) o conforme a criterios de desvalor de resultado (perspectiva ex post) alusivos al desvalor resultante del acto contaminante. Esta perspectiva interpretativa obliga, como ya se ha afirmado, a abandonar un entendimiento formal, por mecánico y acrílico, amén de artificial, de la hermenáutica propia de las Leyes penales en blanco, con la concreta consecuencia de que no toda infracción de la legislación medioambiental sirve en igual medida a la complementación de tipo penal. En el futuro deberá ahondarse en el desarrollo de una cultura interpretativa orientada a la selección cualitativa de las normas administrativo-ambientales que pueden complementar el tipo penal, por identificarse en las mismas el complemento indispensable de los criterios de desvalor material, presentes en el art. 325 CP. Y el intérprete debe estar advertido de que, en muchas ocasiones, la legislación ambiental no facilita la tarea tendente a una función de selección cualitativa de las normas complementadoras del tipo penal ; asimismo, deberá quedar desterrada una lógica interpretativa del delito analizado, según la cual el peligro al que alude el precepto penal quedaría demostrado por la mera infracción de la normativa del medio ambiente, pues por esta vía queda ignorada la lógica garantista de la Ley penal en blanco y distorsionada la propia estructura del tipo penal. Asimismo, la revisión de la técnica de la Ley penal en blanco, en la línea garantista sugerida por el Tribunal Constitucional, permite afrontar la problemática relativa a si la normativa ambiental de las Comunidades Autónomas puede ser fuente complementadora del art. 325 CP. A mi juicio, ningún obstáculo se detecta para una respuesta positiva, siempre que se opere con los indicados criterios de selección cualitativa, pues desde el principio constitucional de igualdad no se detectan peligros tendentes a un desarrollo hermenáutico del delito de contaminación ambiental en clave desigualitaria, cercenadora de garantías constitucionales, pues, como es bien sabido, el referido principio de constitucional de igualdad no debe ser contemplado exclusivamente desde una perspectiva formal. Precisamente, la tutela del medio ambiente reclama una contemplación material del principio de igualdad, pues antes desiguales focos o fuente de peligro para el medio ambiente, en atención a los diversos grados de industrialización que ofrecen las Comunidades Autónomas, son precisas a su vez normas jurídicas desiguales enderezadas a las protección del medio ambiente. En estos términos, no puede suscitarse una violación del principio de igualdad, por el dato de que la normativa que complementa el tipo penal, pueda llegar a alimentarlo o matizarlo desde puntos de vista relativamente desiguales (de mayor o menor intensidad de protección del medio ambiente). En otro de consideraciones, el art. 325 CP ha venido ha modificar la cláusula de reenvío a la legislación ambiental con designios no del todo esclarecidos. El precepto penal reclama ahora que el acto contaminante ofrezca una infracción de 17 las Leyes u otras disposiciones de carácter “general” protectoras del medio ambiente. Obsérvese que el tenor del precepto es diverso al que ofrecía el art. 347bis CP, que aludía a Leyes o reglamentos protectores del medio ambiente, sin que el debate parlamentario logre esclarecer los designios de la reforma efectuada. El calificativo alusivo al carácter general de las normas que deben ser infringidas, sugiere una aproximación limitadora de las disposiciones ambientales que complementan el tipo penal. Mas, como el lógico, no es suficiente con el argumento a contrario, conforme al cual las disposiciones ambientales no generales quedan excluidas de la integración normativa del tipo penal. Ahondando en la cuestión parece claro que quedan descartadas del tipo las disposiciones especificas, ajenas a la nota de generalidad, tales como las autorizaciones o licencias administrativas, concedidas ad hoc por la Administración local, autonómica o central, con respecto a administrados en particular. En igual sentido, y por idénticas razones, deben excluirse del tipo la infracción de los denominados “planes de descontaminación gradual” (PDG), que la Administración acuerda y establece específicamente con determinadas empresas; en tales casos, la vulneración bien del PDG bien de la licencia o autorización administrativa, no puede colmar la conducta típica del delito ambiental, si el acto contaminante no supone además la infracción de disposiciones ambientales de carácter general, hipótesis que no se suscitará con frecuencia por cuanto, si el acto contaminante es apto para poner en peligro la salud de las personas o el equilibrio de los sistemas naturales, con alta probabilidad, supondrá ya la infracción de alguna normativa general protectora del medio ambiente. Al analizado modelo de accesoriedad del delito de contaminación ambiental, articulado conforme a la Ley penal en blanco, se le efectúan reproches desde el punto de vista valorativo y de la eficacia u operatividad que debe cumplir el Derecho penal, en el sentido de que una conducta apta para poner en peligro la salud de las personas, mediante actos contaminantes, podría llegar a resultar atípica si no infringiera las Leyes o disposiciones generales del medio ambiente (vid. SILVIA). Al compás de la crítica expuesta se adosa otra, tendente a significar que la acotación de lo peligroso para el medio ambiente (y en definitiva la delimitación del riesgo permitido en este sector) queda en manos de la Administración, o más concretamente, de la normativa general que dicta la Administración. Las objeciones son relativamente ciertas, sin embargo, cualquier alternativa tendente a adoptar un modelo de incriminación de conductas que responda al principio estricto de autonomía del Derecho penal en cualquier caso suscita más costes que beneficios y, paradójicamente, determina una mayor impracticabilidad de las previsiones penales. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que el reproche valorativo de partida cuanto menos suscita hipótesis excepcionales, pues a la vista de la nueva normativa medioambiental, en la que se incluyen las Directivas comunitarias, no es fácil ni frecuente identificar supuestos en los cuales pueda producirse el peligro para la salud de las personas por actos contaminantes, que no sea objeto de previsión por parte de la extensa normativa medioambiental. En segundo término, la postulada por algunos autonomización del Derecho penal puede comportar más desventajas que beneficios. A mi juicio un Derecho penal ambiental, emancipado del modelo institucional extrapenal de medio ambiente, se desarrollaría en la ignorancia de la propia lógica interna del sector de actividad sobre el que pretende proyectarse, con el consiguiente riesgo de intervenciones del Derecho penal orientadas no tanto a salvalguardar los intereses que se reclaman social e institucionalmente cuanto a poner en cuestión el propio modelo funcional e institucional de medio ambiente. Dicho en otros términos, el Derecho 17 penal y el sistema de justicia penal ni está en condiciones ni institucionalmente es adecuado para definir el modelo social e institucional de medio ambiente por sí mismo, es decir mediante sus propios instrumentos; lo que significa que, en un sistema inconstitucional trabado, conforme a directrices y normas de programación institucional, que derivan del propio art. 45 CE, el Derecho penal no puede por si solo definir las esferas de riesgo permitido y no permitido en el sector medioambiental. Son precisa pues fórmulas de compromiso, atentas a la idea, que deriva del propio art. 45 CP, de que el Derecho penal constituye tan solo la cláusula de cierre de un programa de riesgos y fines institucionales, enderezados a la tutela del medio ambiente, con todas las limitaciones que ello significa. Por consiguiente parece necesario un sistema de accesoriedad del Derecho penal respecto a la normativa general del Derecho ambiental, que se articule a través de la Ley penal en blanco, por ello no es de extrañar que TIEDEMANN afirme: “la técnica de las normas penales en blanco, que reenvían a normas no penales, permite establece perfectamente la concordancia entre las dos materias. Ciertamente está técnica de reenvío es crítica de si misma, sobre todo por razones de legalidad. Sin embargo el reenvío a normas administrativas garantiza a menudo una mayor seguridad jurídica que las nuevas nociones de un Derecho penal autónomo... El sistema de accesoriedad suscita múltiples interrogantes interpretativos, en particular con relación a las autorizaciones administrativas. Como se ha afirmado, en el sistema español la accesoriedad no depende de la infracción de concretos actos de autorización de la Administración. Así, en el Código penal de 1995 la clandestinidad, por ausencia de la preceptiva autorización administrativa de las instalaciones da vida al tipo agravado del art. 326 a) CP, siempre y cuando esa ausencia de autorización se refiera a un acto contaminante en los términos típicos exigidos en el art. 325 CP. En principio, no es objetable que la ausencia de autorización administrativa de las instalaciones constituya un facto de agravación en un ámbito en el que la técnica autorizatoria no se limita a un acto formal sino que se integra en un complejo proceso de control que se prolonga después de otorgar la licencia administrativa. Amén de lo anterior, la ausencia de autorización administrativa determinará la operatividad del tipo agravado del art. 326GP, pues difícilmente se suscitará la hipótesis relativa a que la ausencia de autorización constituya la única infracción de la legislación general protectora del medio ambiente, de forma que solo fuera aplicable el tipo básico del art. 325 CP. El funcionamiento clandestino de una empresa, en atención a la cada vez más detallada y exigente normativa ambiental, determinará automáticamente múltiples infracciones de la normativa general ambiental, lo que determinará la práctica aplicación del art. 326 a) CP. A diferencia de otros países, como Alemania, en España la doctrina y la jurisprudencia no han alcanzado una teorización culminada de la trascendencia de las autorizaciones administrativas en el delito de contaminación ambiental . En la doctrina alemana se ha abierto camino la opinión tendente a establecer un enjuiciamiento unitario sobre la legitimidad del acto. Se tiende así a otorgar trascendencia a la autorización administrativa en el ámbito del Derecho penal ambiental, a partir de la consideración siguiente, si el acto es lícito, conforme al Derecho Administrativo no puede ser refutado ilícito por el Derecho penal; esta tesis parte del principio de unidad del ordenamiento. Sin embargo, en la doctrina alemana, aún desde este planteamiento, potenciador de los efectos de la autorización administrativa en el ámbito penal, se efectúan matizaciones. En el caso español, la existencia de una cláusula de cierre del ordenamiento jurídico como la que ofrece el art. 20. 7 CP, relativa a la eximente de ejercicio legítimo de un derecho, podría hacer pensar, prima facie, que el encaje de la autorización 17 administrativa debe ubicarse, en el ámbito penal, en el concreto contexto de las causas de justificación, de modo que la doctrina alemana de la “unidad del ordenamiento jurídico” podría ser transportada fácilmente al sistema jurídico español. Sin embargo, el análisis de las técnicas autorizatorias en el Derecho ambiental español permite establecer una dificultad de partida a la orden a afirmar que la autorización administrativa crea un derecho, que pueda ser ejercitado legítimamente, en cuanto que causa de exclusión de la antijurícidad del delito previsto en el art. 325 CP. Se alude a una dificultad de partida en vista de la incierta y variada calificación jurídica que merecen las técnicas autorizatorias en el sector ambiental. Asimismo debe tenerse en cuenta el carácter cada vez más operativo de las mismas, en cuanto que encauzan la actividad de su titular positivamente en la dirección definida por planes o programas medioambientales; a lo anterior debe sumarse el paulatino acercamiento de estas autorizaciones a la técnica de acción interventora de la Administración sobre la libertad de actuación privada. Este conjunto de factores permiten establecer que la vía que ofrece el art. 20.7 CP no es la apropiada para valorar la trascendencia penal de autorización administrativa en el delito de contaminación ambiental. Y por si todo lo anterior fuera poco, debe añadirse que las autorizaciones con relevancia ambiental, en algunos casos, operan como una técnica concesional, por ejemplo cuando se proyectan sobre actividades relacionadas con bienes pertenecientes al dominio público, como es el caso del agua, sometido al régimen de la Ley de Aguas. No obstante, tampoco parece expediente de recibo zanjar la cuestión con la pura negativa de concesión de efectos penales a la autorización administrativa. Esta perspectiva interpretativa dejaría elementos sin valorar y no abordaría la cuestión en toda su complejidad. Como punto de partida, es conveniente distinguir diversas hipótesis. Con carácter general, puede afirmarse que los efectos de cobertura de cobertura en el ámbito de la autorización administrativa deben descartarse en los siguientes supuestos: a) cuando la autorización hubiere sido obtenida a través de la presentación de información o indicaciones falsas, supuesto en el que de verificarse los requisitos de tipo básico del art. 325 CP, se podría dar vida, además, al tipo agravado previsto en el art. 326 c) CP; b) cuando la autorización hubiere sido obtenida por soborno o acto de corrupción de funcionario público; en este caso, verificados los elementos típicos del delito ambiental, además, concurriría el correspondiente delito contra la Administración pública (por cohecho, y, en su caso, por prevaricación) ; c) cuando la autorización es tardía con respecto a la conducta típica, pues aquella carece de aspectos retroactivos; este supuesto suscita una honda problemática a la que ulteriormente se hará alusión; d) Cuando la conducta típica del delito ambiental se verifica una vez expirado, en su caso, el plazo de validez temporal de la autorización, pues está carece de efectos ultraactivos. El problema se centra principalmente en aquellos supuestos en los que se ha obtenido la autorización por medios lícitos y, pese a ello, se verifican actos contaminantes en los términos típicos del art. 325 CP. El debate podría cerrarse por el cómodo expediente de afirmar que el hecho es atípico, pues la concurrencia de la autorización privaría de uno de los elementos del tipo básico, el relativo a la infracción ambiental. Pero, en la práctica, los problemas no se suscitan con esta simplicidad; normalmente se tratará de supuestos en los que la Administración ha concedido una autorización, pero ésta adolece de incorrecciones que determinan la infracción de la normativa general protectora del ambiente. Al respecto debe anticiparse que el CP de 1995 ha venido a colmar la laguna existente en punto a la incriminación de conductas de funcionarios en el sector ambiental, que informan favorablemente la concesión de licencias 17 manifiestamente ilegales, o la conducta de aquellos funcionarios que resuelven conceder tal licencia o votan a favor de su concesión (art. 329 CP). No obstante esta previsión legal, cuyo alcance no puede abordarse aquí, no viene a resolver la cuestión de la transcendencia penal de la autorización administrativa desde la óptica del administrado, por cuanto el problema a resolver reclama del análisis de lo qué penalmente le es exigible al administrado en tales circunstancias; el debate se debe orientar entonces a cuestiones relativas al error con trascendencia penal(PRATS CANUT). En otros términos, deberán enjuiciarse los deberes objetivos de cuidado que le son exigibles al administrado-autorizado en tales supuestos, en orden a detectar las insuficiencias o incorrecciones de la autorización y que han determinado un acto contaminante en los términos típicos del art. 325 CP. En cualquier caso, el administrado-autorizado no debe se contemplado como un vigilante de las técnicas evaluadoras que emplea la Administración, por cuanto la autorización o concesión de licencia genera un principio de confianza en el administrado. Por consiguiente, en el contexto de las reglas penales del error (art. 14 CP ), deberán ser enjuiciados todos estos elementos, entre los que cabrá incluir los particulares conocimientos del administrado en la materia (deber subjetivo de cuidado); lo anterior es relevante, por cuanto los responsables de una poderosa industria sofisticada disponen en ocasiones de mayor información sobre el impacto ambiental de su actividad que la propia Administración. Mas, con carácter general, el administrado no puede ser contemplado como un guardián de la actividad de la Administración. Ahora bien, con lo hasta aquí consignado nada se ha dicho todavía sobre la calificación dogmática del error, relevante a los efectos penales, que en tal situación puede verificarse. La cuestión alude a si, en tales supuestos, se suscita un error de tipo o bien un error de prohibición y, en segundo lugar, cuáles deben ser los criterios para enjuiciar la vencibilidad o invencibilidad del error. Respecto de lo primero, y conforme al art. 14 del Código penal, tanto pueden aportarse argumentos tendentes a aplicar las reglas de error de tipo como las relativas al error de prohibición, pues no en vano las fronteras entre tipicidad (ámbito del error de tipo) y antijuricidad (ámbito del error de prohibición en el que se analizan la trascendencia de la conducta típica a la vista del ordenamiento jurídico) no son nítidas en el plano de la técnica legislativa, pues en mucha ocasiones, para la descripción del tipo legal, el legislador utiliza conceptos o elementos que aluden ya a aspectos de la antijuricidad de la conducta. Y esto es lo que acontece en el tipo de injusto contemplado en art. 325 de CP. Conforme a la teoría secuencial-sistemática, propuesta en nuestro país por MUÑOZ CONDE, en el caso analizado, deberá optarse por la aplicación de la regla de error de tipo, por cuanto la trascendencia penal de la autorización administrativa generará un problema ya en sede de tipicidad, a la vista de que la exigencia típica relativa a la infracción de la normativa ambiental constituye sistemáticamente, y de forma primera, un objeto referencial del error de tipo. Ciertamente, conforme a otras perspectivas teóricas, tenderá a favorecerse en estos casos la aplicación de las reglas del error de prohibición. Sin embargo, en el sector analizado, ante la disyuntiva de optar por la calificación de error de tipo o error de prohibición, la decisión debe depender de la solución que aporte una mejora distribución de riesgos en la vida social. La tesis del error de prohibición, a buen seguro, acentuará las exigencias de cuidado que recaen sobre el administrado. En el ámbito del art. 325 CP, no se producen riesgos de impunidad, si se 0pta por el error de la solución de tipo, pues en caso de que este fuera evitable o vencible, el precepto admite el castigo de la imprudencia grave. No obstante, político criminalmente, no parece acertado asentar como principio de partida una exacerbación de la exigencia relativa a los deberes de cuidado que recaen sobre 17 el administrado que goza de autorización administrativa, pues en tal caso pasaría a ser contemplado como un guardián no solo de su actividad sino también de la función de control que corresponde a la Administración. Por estas razones de carácter político criminal, amén de las razones dogmáticas antes señaladas, estimo procedente la solución que ofrece el error de tipo. Por lo que respecta a la vencibilidad o invencibilidad del error, se deberá atender a un conjunto de factores exigibles que conforman los niveles exigibles del cuidado objetivamente debido. En los supuestos de tipo de error vencible, que abren la vía de incriminación del delito ambiental por imprudencia grave, deberá establecerse que el administrado-autorizado infringió el deber de comprobación de la información sobre la legalidad o corrección de la licencia administrativa, ámbito de valoración en el que deberán incluirse también los conocimientos especiales o excepcionales del sujeto que deben ser tenidos en cuenta en el juicio de previsibilidad objetiva. En otro orden de consideraciones, el sistema de accesoriedad suscita también una honda problemática en lo relativo a los planes de descontaminación gradual (PDG), que la Administración acuerda en ocasiones con el administrado. Como antes de indicó, en estos casos no puede sustentarse la concurrencia de una suerte de autorización tardía con respecto a la conducta típica, pues aquella carece de efectos retroactivos. Y lo cierto es que los PDG pueden suscitarse en supuestos en los que se ha perfeccionado ya el delito de contaminación ambiental, conforme a los términos típicos del art. 325 CP. Así las cosas, en estos supuestos es infundamentado especular con factores de atipicidad sobrevenida o con la posible aplicación de las reglas penales del error. Se trata de supuestos en los que, perfeccionada ya la conducta típica, se suscitan cuestiones de punibilidad ex post factum, y lo cierto es que el Código penal vigente no contempla explícitamente causa de levantamiento de pena alguna. Se trata de supuestos de regularización ambiental, en los que además no puede exigirse al administrado que en unidad de acto cese en la actividad contaminante, de ahí que el objeto del PDG quede cifrado en una gradual y paulatina descontaminación hasta llegar a los niveles estándar exigidos por la legalidad ambiental, bajo supervisión de la Administración correspondiente. Ante la ausencia de una causa de levantamiento de pena (excusa absolutoria) ex post factum en el Código penal, tan solo cabe especular en estos casos, en tesis exoneradora de responsabilidad criminal, con la identificación de una condición de punibilidad implícita en el art. 325 CP, de modo tal que en el contexto de PDG se puede llegar a suscitar una ausencia de necesidad de pena. Pero, en tanto no se aborde en términos realistas y sinceros una reforma legal en la materia, tendente a afrontar la configuración de una excusa absolutoria, mediante la que se efectuase una llamada a la vuelta a la legalidad ambiental, con carácter voluntario por parte del administrado (configurándose así una suerte de normativa premial), la relevancia penal de los PDG transitará por los derroteros inciertos, pese a las bondades político criminales que se cobijan en tales técnicas de cooperación entre las empresas y la Administración pública. 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