CONTAMINANTES ORGANICOS PERSISTENTES

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Edición 77 / Enero del 2001
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Carta de los
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Por un Futuro sin Contaminantes
Orgánicos Persistentes
Opinión
Por José Santamarta Flórez (*)
Director de World Watch
[email protected]
www.nodo50.org/worldwatch
Del 4 al 9 de diciembre del 2000 se realizó en Johannesburgo, Sudáfrica, la 5ª reunión del
Comité Intergubernamental Negociador sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes
(COP). La mayoría de los COP son compuestos órgano-clorados. La química del cloro
produce más de 11.000 compuestos órgano-clorados, la mayoría dañinos para las
personas, los animales y el ambiente en general.
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Fue un error del desarrollo industrial, hoy con sus días contados, los Contaminantes Orgánicos
Persistentes (COP), POPs en inglés, son sustancias químicas extraordinariamente tóxicas y
duraderas. Las emisiones actuales causarán cáncer y alteraciones hormonales en los próximos
1.000 años. Es necesario y posible dejar de producir este tipo de sustancias.
Entre los COP están las dioxinas y furanos, el DDT y numerosos plaguicidas y sustancias
químicas de uso corriente. Los COP son sustancias tóxicas y persistentes, conocidas como
COP, siglas de los contaminantes orgánicos persistentes. La definición plena de un COP, sin
embargo, es algo más compleja de lo que la sigla implica. Además de ser persistentes (es
decir, no se descomponen rápidamente), orgánicos (con una estructura molecular basada en el
carbono) y contaminantes (en el sentido de ser muy tóxicos), los COP tienen otras dos
propiedades. Son solubles en grasas y por consiguiente se acumulan en los tejidos vivos; y
pueden viajar grandes distancias. Estas cinco propiedades juntas los hacen muy peligrosos.
La aleatoriedad aparente de la amenaza se agrava por el hecho de que la lesión a menudo tarda
en aparecer o es indirecta. Los productos químicos sumamente tóxicos pueden esperar su
tiempo, envenenando a sus víctimas de maneras tales que son muy difíciles de ver.
El benceno, por ejemplo, es un disolvente común. Es un ingrediente en algunas pinturas, en
productos de desengrasado, gasolinas, y en varios otros contaminantes industriales y
comerciales. Es cancerígeno, y afecta a los descendientes de las personas contaminadas,
incluso a los hombres, pues la exposición fetal no es la única manera en la que el benceno
puede envenenar a los niños; también puede afectar a los cromosomas y dañar los genes que
su hijo heredará. El benceno puede dañar sin tocar directamente al niño.
Los COP son también potentes venenos ecológicos. Y al igual que en el cuerpo humano, sus
efectos ecológicos a menudo siguen caminos tortuosos. En Estados Unidos en los años
sesenta, por ejemplo, los biólogos empezaron a encontrar evidencias de que el plaguicida DDT
(diclorodifeniltricloroetano) y otros productos químicos similares eran peligrosos. Pero la
evidencia no provino de los organismos que habían absorbido el plaguicida directamente. Vino
de las águilas y halcones que estaban sufriendo fracasos reproductivos generalizados.
Aunque los COP son tóxicos por definición, sus efectos en la salud y los impactos ambientales
a largo plazo en gran parte se desconocen. Más complejo aún que el análisis de un COP
individual, es la necesidad de entender qué tipos de interacciones sinérgicas se producen por la
exposición a varios COP o a COP junto con otros productos químicos. La contaminación
múltiple es la regla, en lugar de la excepción, pero realmente no se conocen sus efectos. Lo
que sabemos es que la mayoría de los organismos vivientes están expuestos a una difusa
mezcla de COP. Y eso nos afecta a todos nosotros. Independientemente de donde vivamos,
probablemente estaremos contaminados por ciertas cantidades de COP. Están en los alimentos
y en el agua; probablemente también en el aire que respiramos; probablemente de vez en
cuando entre en contacto con nuestra piel si, por ejemplo, manipulamos pinturas, disolventes o
combustibles.
Actualmente, 140 países están negociando un tratado para eliminar 12 COP específicos. Esta
"docena sucia" comprende nueve plaguicidas, un grupo de contaminantes industriales
conocidos como bifenilos policlorados (PCBs), y dos tipos de subproductos industriales, las
dioxinas y furanos. El tratado se llama el "Instrumento Legalmente Vinculante para Llevar a
cabo la Acción Internacional en Ciertos Contaminantes Orgánicos Persistentes" y como su
nombre sugiere, es un esfuerzo laudable pero tímido. Sus partidarios esperan que servirá en el
futuro como un mecanismo para eliminar a docenas de otros COP.
Pero al menos en su forma actual, no afronta el problema fundamental. Si queremos reducir
los riesgos del inmenso y creciente número de productos químicos sintéticos que están
soltándose en el ambiente, tendremos que repensar algunas de las nociones básicas del Aunque
se desconoce si muchos de los órgano-clorados son peligrosos, un número sustancial de ellos
presentan grandes riesgos.
En gran parte, esos riesgos son el resultado de tres características comunes. Los órganoclorados son muy estables, y de ahí el atractivo de su fabricación, pero es por esto por lo que
también no nos libramos de ellos fácilmente. Tienden a ser solubles en las grasas, lo que
significa que se bioacumulan. Y muchos tienen una toxicidad crónica, lo que significa que
aunque la exposición a corto plazo frecuentemente no sea peligrosa, a largo plazo si lo es. (Las
razones para la toxicidad varían.
Algunos órgano-clorados pueden "imitar" a sustancias químicas naturales como las hormonas
y pueden perturbar los procesos químicos de los organismos vivos; unos debilitan el sistema
inmunológico; otros afectan al desarrollo de los órganos, y muchos promueven el cáncer, y así
sucesivamente.) Estabilidad, solubilidad en grasas y toxicidad crónica: lo mismo que los COP.
Ciertamente no es necesario que un producto tenga cloro para que sea un COP. Entre los COP
sin cloro hay varios órgano-metales (usados, por ejemplo, en pinturas de barcos) y órganobromuros (usados como plaguicidas y como aislantes líquidos en equipos eléctricos).
Pero la mayoría de los COP conocidos, incluidos la "docena sucia", son órgano-clorados. Los
plaguicidas órgano-clorados son los COP más notorios. No es sorprendente que los
plaguicidas sean de los productos químicos más peligrosos, pues han sido diseñados para ser
tóxicos y se producen en cantidades enormes.
Desde 1945, la producción global de plaguicidas se ha multiplicado por 26, de 0,1 millones de
toneladas a 2,7 millones, aunque el crecimiento se ha ralentizado en los últimos 15 años, ya
que los efectos en la salud y las preocupaciones ambientales han inspirado un número
creciente de prohibiciones, principalmente en los países industrializados. Estas restricciones
han reducido la cantidad total de plaguicidas usadas en los países industrializados, pero la
toxicidad de éstos sigue creciendo. Las formulaciones actuales de los plaguicidas son de 10 a
100 veces más tóxicas que en 1975.
Hoy los fabricantes de plaguicidas quieren que sus productos tengan una toxicidad aguda alta
y una toxicidad crónica baja. Buscan contaminantes que maten rápidamente pero que no
permanezcan en el campo indefinidamente, como los órgano-clorados, que con sus toxicidades
crónicas sustanciales, ya no tienen el atractivo universal de antes. Los más nuevos plaguicidas
es probable que no contengan cloro. Eso es evidentemente bueno, pero no lo bastante, por dos
razones: los plaguicidas que no son órgano-clorados a veces también resultan ser COP, y casi
todos los productos viejos todavía están con nosotros Persisten en el ambiente y la mayoría
todavía se usan en los países en desarrollo.
Una serie más oscura de COP son una familia de órgano-clorados que se han usado como
aislantes líquidos en los equipos eléctricos, como fluidos hidráulicos, y como aditivos en
plásticos, pinturas e incluso en papel de calco sin carbón. Éstos son los bifenilos policlorados,
o PCBs. Durante décadas, la estabilidad extrema, la baja inflamabilidad y la baja
conductividad de los PCBs les hizo el aislante líquido normal en los transformadores, y dado
que éstos son un componente esencial de las redes de distribución de electricidad, la
contaminación de PCBs es omnipresente.
En los países industrializados, se fabricaron PCBs entre los años veinte y finales de los
setenta; todavía se fabrican en Rusia y aún se usan en muchos países en desarrollo. Los
científicos estiman que el 70 por ciento de todos los PCBs fabricados todavía están en uso o en
el medio ambiente, a menudo en los vertederos donde gradualmente van contaminando los
acuíferos. El Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente (PNUMA) recientemente
publicó una guía para ayudar a los funcionarios de los países en desarrollo a identificar los
PCBs. Pero dados sus usos múltiples y los más de 90 nombres comerciales, sólo encontrarlos
es una tarea ingente, y no digamos eliminarlos.
Pero la mayoría de los COP no se producen intencionadamente, sino que son subproductos,
como las dioxinas y furanos, dos clases de COP que son resultado principalmente de la
producción de órgano-clorados, el blanqueo de las pastas papeleras y la incineración de
residuos sólidos urbanos. Un inventario de emisiones de 1995 realizado por el PNUMA en 15
países contabilizó unos 7.000 kilogramos de dioxinas y furanos emitidos por las incineradoras,
que representaban el 69 por ciento de los emisiones totales de esas sustancias en estos países.
(Siete mil kilogramos pueden parecer poco, pero téngase en cuenta que estas sustancias
sumamente tóxicas se producen en cantidades ínfimas.)
Se conocen 210 dioxinas y furanos. Y entre los subproductos de la producción y uso de
órgano-clorados, es probable que queden miles de COP por descubrir.
Cloro
La química del cloro es la causa de muchos de los problemas ambientales Gases que contienen
cloro, como los clorofluorocarbonos (CFCs) y los HCFCs, destruyen el ozono estratosférico y
son potentes gases de invernadero, plaguicidas órgano-clorados como el DDT
(diclorodifeniltricloroetano) dañan la capacidad reproductiva de numerosas aves, los PCBs
(policlorobifenilos) afectan a todo tipo de peces y mamíferos marinos, el pentaclorofenol
(PCP) provoca la atrofia de la médula ósea, cirrosis hepática y desórdenes nerviosos, las
dioxinas causaron en 1976 la catástrofe de Seveso (escape de 34 a 126 kilos de dioxinas en la
planta de Hoffman La Roche), y los efectos tóxicos del agente naranja usado en la guerra de
Viet-Nam persisten y siguen matando 25 años después de haber terminado la guerra.
Según la OMS cada año hay de 30.000 a 40.000 muertos por intoxicación de plaguicidas,
órgano-clorados y órgano-fosforados en gran parte, y medio millón de personas sufren
envenenamiento por ingestión o inhalación. La producción de "Lindano" ha dejado una
herencia de 185.000 toneladas de residuos en Vizcaya y Huesca. Desde la Antártida al Polo
Norte, desde el mar Báltico o el Mediterráneo a la estratosfera (donde destruyen la capa de
ozono), ningún rincón del planeta se libra de la mortal presencia de los más de 11.000 órganoclorados que hoy se producen, compuestos que prácticamente no existían hasta que en los
últimos 80 años se creó y se expandió una nueva industria, la química del cloro.
El cloro en la naturaleza está en forma de cloruros, retenido a través de fuertes enlaces, y una
vez libre, es extremadamente reactivo, uniéndose a átomos de carbono, formando órganoclorados, compuestos inexistentes en la naturaleza, razón por la que los seres vivos no son
capaces de descomponerlos. Los órgano-clorados son sustancias tóxicas, persistentes y
bioacumulativas, y suponen un grave riesgo para las personas y para el medio ambiente. Los
órgano-clorados permanecen en el medio decenas de años, algunos durante cientos de años, y
como son muy estables y no se disuelven en el agua, acaban por entrar en la cadena trófica,
depositándose en los tejidos grasos de los seres vivos.
El cloro, y los órgano-clorados en general, se emplean en disolventes, plásticos como el PVC,
plaguicidas y herbicidas como el DDT, refrigerantes (CFCs), blanqueo del papel y los textiles
y tratamiento de aguas. La industria del cloro es la causa de la formación de las tóxicas
dioxinas, que son los agentes cancerígenos y teratógenos más potentes, con una toxicidad tal,
que ha sido imposible establecer un nivel mínimo de exposición, al ser tóxicas a cantidades
increíblemente bajas. El término dioxina se refiere a una familia de 75 compuestos químicos,
cuya toxicidad está determinada por la cantidad y la posición del cloro; la 2378tetraclorodibenceno-p-dioxina (TCDD) es el compuesto químico más tóxico de cuantos han
sido sintetizados por el hombre.
Las dioxinas son tan tóxicas debido a que actúan como si fueran hormonas naturales,
sustancias muy potentes en pequeñísimas cantidades, pues excitan, inhiben o regulan la
actividad de otros órganos, pero a diferencia de las hormonas, la actividad de las dioxinas
continúa indefinidamente durante años y años. Las dioxinas actúan dentro de las células de
nuestro organismo.
El cloro es un gas amarillo verdoso, altamente tóxico, de olor penetrante y es más pesado que
el aire, por lo que se acumula a nivel del suelo. Descubierto por Carl Wilhelm Scheele en
1774, en 1868 se inició la fabricación industrial de cloro a través del proceso ideado por Henry
Deacon, en 1874 fue descubierto el DDT (redescubierto por el suizo Paul Müller en 1939, por
lo que recibió el Nobel de 1948), en 1913 se patenta el PVC, aunque el mundo entró en la era
del cloro el 22 de abril de 1915, cuando las tropas alemanas utilizaron el gas cloro contra
británicos y franceses en Ypres, Bélgica (la patria de Solvay), causando 5.000 bajas y 15.000
intoxicaciones.
En varios países y en numerosas ciudades crecen las iniciativas para eliminar el PVC. El PVC
tarde o temprano será prohibido, al igual que lo fue el DDT, o más recientemente los CFC.
El septiembre de 1994 la EPA de Estados Unidos hizo público, después de tres años y medio
de investigaciones, un informe de cerca de 2.000 páginas donde se demuestra que las dioxinas
pueden provocar cáncer y dañar los sistemas inmunológicos y reproductivos de las personas.
El actual informe de la EPA es una ampliación solicitada por la propia industria del cloro, que
en 1985 se vio desagradablemente sorprendida por otro informe de la EPA sobre los posibles
riesgos cancerígenos de las dioxinas. La incineración de plásticos como el PVC produce
dioxinas y furanos, y el PVC está presente en todo tipo de residuos, ya sean industriales o
domésticos. Solvay, ICI y Clorox dedican muchos millones de dólares a convencer a la
opinión pública y a las administraciones de la bondad del cloro y del PVC. Uno de los
objetivos de las campañas de imagen es desacreditar a Greenpeace y a otras organizaciones
ecologistas por su oposición al PVC y al cloro en general.
Hace más de tres décadas, en 1962, Rachel Carlson ya había demostrado los daños que pueden
causar los insecticidas órgano-clorados como el DDT, y desde entonces numerosos
investigadores han documentado los riesgos de los compuestos órgano-clorados
bioacumulativos en los seres humanos y en la vida salvaje en general. La Administración
española esperó hasta el 17 de febrero de 1994 para prohibir los plaguicidas con cloro, como el
DDT, el Aldrín, Dieldrín, Clordano, HCH, Heptacloro o el Hexaclorobenceno. Aún hoy el
Lindano se vende libremente en las farmacias españolas para combatir los piojos del cabello
de los niños, y se utiliza en Murcia y otras zonas agrícolas.
Cloro-Sosa
El cloro no se encuentra libre en la naturaleza, pero combinado en forma de cloruros, es un
elemento abundante y frecuente, retenido a través de fuertes enlaces. La industria extrae el
cloro de la sal común (cloruro sódico, NaCl), al mismo tiempo que la sosa cáustica (hidróxido
de sodio) por electrólisis; el agua del mar posee hasta un 3,5% de cloruro sódico.
Tres son las tecnologías empleadas para fabricar cloro-sosa: la de celdas de mercurio, celdas
de membranas y celdas de diafragmas. Las celdas de mercurio plantean el grave problema de
los arrastres de mercurio por las corrientes de hidrógeno, cloro, sosa, salmuera, fangos y aguas
residuales. En las plantas con celdas de mercurio se pueden sustituir éstas por las de
membranas, con la ventaja de no utilizar mercurio. La media mundial de emisiones, según el
Banco Mundial, es de 7,5 gramos de mercurio por cada tonelada de cloro, cifra que otras
fuentes elevan hasta 20 gramos.
La producción mundial de cloro asciende a unos 40 millones de toneladas; EE.UU., con el
29,2%, es el mayor productor. Japón produce el 9%, Europa el 43,4%, Canadá el 4,1%,
América Latina el 5%, África el 1% y el 8,3% corresponde a los países de Asia, exceptuando
Japón. Las principales multinacionales productoras de cloro en Europa son Solvay, ICI, Dow
Benelux, Enimont, Atochem, Bayer, Hoechst, Akzo y Basf. El 40% del cloro en Europa va
destinado a la producción de PVC, el 26% a la fabricación de plaguicidas, el 10% a
disolventes (tetracloroetileno, cloruro de metilo y percloroetileno, entre otros), el 6% para
blanquear papel y textiles y el resto a otros usos, como tratamiento de aguas (del 2,5 al 5%) y
materias primas para la industria química.
La reducción del consumo de cloro para la producción de CFCs, plaguicidas, PCBs y otros
productos ya prohibidos, es una de las causas que explica el bajo precio del PVC, al haberse
convertido éste en un auténtico sumidero para los productores de cloro-sosa; la solución más
racional sería producir la sosa por otros medios que no requieran la producción simultánea de
cloro (la tecnología existe), y dejar de producir cloro.
En España la cifra máxima de producción de cloro se alcanzó en 1989, con 646.210 toneladas.
En 1995 se produjeron 582.037 toneladas de cloro, y el consumo aparente ascendió a 580.795
toneladas. Hay siete empresas fabricantes. El mayor productor es la multinacional belga
Solvay con una capacidad de producción de 230.000 toneladas repartidas entre las factorías de
Torrelavega (Santander) y Martorell (Barcelona). El segundo productor es Energía e Industrias
Aragonesas, con una factoría en Palos de la Frontera (Huelva) y el tercero es ERCROS con
una planta en Flix (Tarragona) con capacidad para 120.000 toneladas. ELNOSA tiene una
planta capaz de producir 30.000 toneladas anuales en Lourizán (Pontevedra), Electroquímica
Andaluza tiene una capacidad de 24.000 toneladas repartidas entre Vilaseca (Tarragona),
Úbeda (Jaén) y Sabiñánigo (Huesca) y Electroquímica de Hernani una capacidad de 10000
toneladas en Hernani (Guipúzcoa).
Del 1 al 5 por ciento del cloro, según países, es utilizado para potabilizar el agua, siendo éste
uno de los pocos usos admisibles del cloro, aunque existen alternativas. Entre las ciudades
europeas que ya no usan cloro para tratar el agua están Amsterdam, Paris, Berlín y Munich. La
desinfección del agua puede realizarse utilizando ozono, la radiación ultravioleta combinada
con agua oxigenada, y en general con la prevención y eliminación de la contaminación del
agua.
Blanqueo del Papel
El blanqueo del papel y los textiles puede ser realizado sin el empleo de cloro. Hacen falta de
30 a 80 kilogramos de cloro para fabricar una tonelada de pasta kraft. Un 10% del cloro
empleado en el blanqueo termina reaccionando con las moléculas orgánicas de la madera,
formando órgano-clorados, para pasar a los vertidos de la fábrica. Las fábricas españolas
emiten de 3 a 8 kilogramos de AOX (Halógenos Orgánicos Absorbibles) por cada tonelada
blanqueada. Los AOX miden la cantidad de los órgano-clorados presentes en los vertidos
finales, pero no su peligrosidad; en el proceso de blanqueo se llegan a formar hasta 1.000
compuestos órgano-clorados, aunque sólo han podido ser identificados unos 300.
Entre las alternativas propuestas y desarrolladas al blanqueo con cloro está la deslignificación
con oxígeno, el empleo del agua oxigenada (peróxido de hidrógeno) o de enzimas naturales y
biodegradables.
Igualmente existen alternativas a los plaguicidas clorados (rotación de cultivos, control
biológico de las plagas, plaguicidas naturales) y a los disolventes clorados (métodos
mecánicos, agua, disolventes naturales). El disolvente percloroetileno, empleado para la
limpieza en seco (dry cleaning), es cancerígeno, y su uso debe ser evitado a toda costa. Las
pastillas para desinfectar el inodoro contaminan de una manera innecesaria e irresponsable con
órgano-clorados las aguas residuales.
Policloruro de Vinilo
Al reducirse el consumo de cloro para la producción de productos peligrosos como el DDT, el
Lindano, los PCBs y los CFCs que destruyen la capa de ozono, el PVC se convirtió en el
sumidero para los excedentes de cloro.
El precio del cloro bajó un 35% desde 1986, debido a la reducción de la demanda de cloro. Es
significativo que las mismas empresas productoras de cloro, como Solvay o Atochen, sean las
productoras de PVC; a medida que se cierran mercados para el cloro, más interés tienen en
encontrarle nuevos mercados al PVC. Hoy el PVC consume ya el 40% del cloro producido en
Europa. Igualmente asistimos a un proceso de deslocalización de la fabricación de los
productos más tóxicos, como el dicloroetano de etileno (EDC) y el monómero de cloruro de
vinilo (VCM), materias primas del PVC, hacia países como Brasil, México y Venezuela, y en
los últimos años hacia los países de Europa del Este. El transporte de cloro desde 1980 ha
causado la muerte de un centenar de personas, decenas de miles de heridos y centenares de
miles de personas evacuadas.
El PVC no se biodegrada y su reciclaje es un mito sin base real, por la gran variedad de
productos con muchos aditivos diferentes, algunos muy tóxicos, aunque se reciclan algunas
cantidades ridículas y a un coste prohibitivo sólo por razones de imagen; la industria pretende
crear la imagen de un material ecológico y que puede ser reciclado. Los aditivos pueden
suponer más del 50% del peso final, y algunos son extremadamente tóxicos, como el cadmio y
otros metales pesados. El plástico de PVC utilizado para envolver los alimentos, puede llegar a
contaminarlos, por la migración del plastificador dioctiladipato (DOA).
También las botellas de PVC de agua mineral pueden presentar problemas, sobre todo si han
estado abiertas y en contacto con la radiación solar, y además los microbios pueden
reproducirse mejor y más rápidamente que en los envases de vidrio. En caso de incendio, el
PVC es un material extremadamente peligroso, pues el humo contiene cloruro de hidrógeno,
productos órgano-clorados, furanos y dioxinas.
Los juguetes de PVC no son nada recomendables para los niños, debido a los peligros de los
plastificadores, como el Di-2-etilhexilftalato (DEHP).
El 14% de los 1,6 millones de toneladas de plásticos que van a la basura son incinerados. Una
parte de los plásticos que van a la basura son PVC, en torno a las 290.000 toneladas anuales, y
cerca de 50.000 toneladas de PVC son incineradas ya en España.
Especialmente grave es la incineración de productos con PVC en los hospitales. La
incineración de un kilogramo de PVC produce hasta 50 microgramos de dioxinas, cantidad
capaz de provocar cáncer a 50.000 animales de laboratorio. La incineración del PVC forma
cloruro de hidrógeno, sustancia venenosa y corrosiva, de difícil y costosa eliminación, y al
final siempre quedan las cenizas con metales pesados y otros aditivos, cenizas que deben ir a
parar a vertederos especiales para residuos tóxicos y peligrosos.
La producción mundial de PVC es de unos 20 millones de toneladas. En Europa el 8% del
PVC se consume en botellas de aceite y agua mineral, el 17,4% en film y láminas, el 27,8% en
tubería, el 21% en perfiles y mangueras, el 8,4% en cables, el 5,1% en suelos, el 4,1% en
recubrimientos, el 0,3% en discos y el 7,9% en otros usos. En España en 1995 el consumo fue
de 421.485 toneladas. Las empresas fabricantes son tres: Hispavic Industrial (filial de Solvay)
con una factoría con capacidad para producir 130.000 toneladas en Martorell (Barcelona), Elf
Atochem con una planta de 75.000 t en Miranda de Ebro (Burgos) y otra de 25.000 t en
Hernani (Guipúzcoa) y Aiscondel con 145.000 t de capacidad y dos plantas, una en Monzón
(Huesca) y la otra en Vilaseca (Tarragona).
La totalidad de los usos del PVC son fácilmente sustituibles por otros productos y materiales,
como vidrio, caucho, metal, madera u otros plásticos menos tóxicos, como el PET
(Polietilentereftalato), el polipropileno o el polietileno. El PVC pasará a la triste historia junto
al DDT, el PCB, el PCT y los CFCs. El debate sobre los disruptores endocrinos y los
contaminantes orgánicos persistentes deberían servir para avanzar hacia una producción
industrial limpia, en la que el cloro no tiene lugar.
Disruptores Endocrinos
Un gran número de sustancias químicas artificiales que se han vertido al medio ambiente, así
como algunas naturales, tienen potencial para perturbar el sistema endocrino de los animales,
incluidos los seres humanos. Entre ellas se encuentran las sustancias persistentes,
bioacumulativas y órgano-halógenas que incluyen algunos plaguicidas (fungicidas, herbicidas
e insecticidas) y las sustancias químicas industriales, otros productos sintéticos y algunos
metales pesados.
Muchas poblaciones animales han sido afectadas ya por estas sustancias. Entre las
repercusiones figuran la disfunción tiroidea en aves y peces; la disminución de la fertilidad en
aves, peces, crustáceos y mamíferos; la disminución del éxito de la incubación en aves, peces
y tortugas; graves deformidades de nacimiento en aves, peces y tortugas; anormalidades
metabólicas en aves, peces y mamíferos; anormalidades de comportamiento en aves;
demasculinización y feminización de peces, aves y mamíferos machos; defeminización y
masculinización de peces y aves hembras; y peligro para los sistemas inmunitarios en aves y
mamíferos.
Los disruptores endocrinos interfieren en el funcionamiento del sistema hormonal mediante
alguno de estos tres mecanismos: suplantando a las hormonas naturales, bloqueando su acción
o aumentando o disminuyendo sus niveles. Las sustancias químicas disruptoras endocrinas no
son venenos clásicos ni carcinógenos típicos. Se atienen a reglas diferentes. Algunas
sustancias químicas hormonalmente activas apenas parecen plantear riesgos de cáncer.
En los niveles que se encuentran normalmente en el entorno, las sustancias químicas
disruptoras hormonales no matan células ni atacan el ADN. Su objetivo son las hormonas, los
mensajeros químicos que se mueven constantemente dentro de la red de comunicaciones del
cuerpo. Las sustancias químicas sintéticas hormonalmente activas son delincuentes de la
autopista de la información biológica que sabotean comunicaciones vitales. Atracan a los
mensajeros o los suplantan. Cambian de lugar las señales. Revuelven los mensajes. Siembran
desinformación. Causan toda clase de estragos. Dado que los mensajes hormonales organizan
muchos aspectos decisivos del desarrollo, desde la diferenciación sexual hasta la organización
del cerebro, las sustancias químicas disruptoras hormonales representan un especial peligro
antes del nacimiento y en las primeras etapas de la vida. Los disruptores endocrinos pueden
poner en peligro la supervivencia de especies enteras, quizá a largo plazo incluso la especie
humana.
La especie humana carece de experiencia evolutiva con estos compuestos sintéticos. Estos
imitadores artificiales de los estrógenos difieren en aspectos fundamentales de los estrógenos
vegetales. Nuestro organismo es capaz de descomponer y excretar los imitadores naturales de
los estrógenos, pero muchos de los compuestos artificiales resisten los procesos normales de
descomposición y se acumulan en el cuerpo, sometiendo a humanos y animales a una
exposición de bajo nivel pero de larga duración. Esta pauta de exposición crónica a sustancias
hormonales no tiene precedentes en nuestra historia evolutiva, y para adaptarse a este nuevo
peligro harían falta milenios, no décadas.
La mayoría de nosotros portamos varios centenares de sustancias químicas persistentes en
nuestro cuerpo, entre ellas muchas que han sido identificadas como disruptores endocrinos.
Por otra parte, las portamos en concentraciones que multiplican por varios millares los niveles
naturales de los estrógenos libres, es decir, estrógenos que no están enlazados por proteínas
sanguíneas y son, por tanto, biológicamente activos.
Se ha descubierto que cantidades insignificantes de estrógeno libre pueden alterar el curso del
desarrollo en el útero; tan insignificantes como una décima parte por billón. Las sustancias
químicas disruptoras endocrinas pueden actuar juntas y cantidades pequeñas, aparentemente
insignificantes, de sustancias químicas individuales, pueden tener un importante efecto
acumulativo.
Causa gran preocupación la creciente frecuencia de anormalidades genitales en los niños,
como testículos no descendidos (criptorquidia), penes sumamente pequeños e hipospadias, un
defecto en el que la uretra que transporta la orina no se prolonga hasta el final del pene. En las
zonas de cultivo intensivo en la provincia de Granada y Almería, en donde se emplea el
endosulfán y otros plaguicidas, se han registrado unos 500 casos de criptorquidias. Algunos
estudios con animales indican que la exposición a sustancias químicas hormonalmente activas
en el periodo prenatal o en la edad adulta aumenta la vulnerabilidad a cánceres sensibles a
hormonas, como los tumores malignos en mama, próstata, ovarios y útero.
Entre los efectos de los disruptores endocrinos está el aumento de los casos de cáncer de
testículo y de endometriosis. El signo más espectacular y preocupante de que los disruptores
endocrinos pueden haberse cobrado ya un precio importante se encuentra en los informes que
indican que la cantidad y movilidad de los espermatozoides de los varones ha caído en picado
en el último medio siglo. El estudio inicial, realizado por un equipo danés encabezado por el
doctor Niels Skakkebaek y publicado en 1992, descubrió que la cantidad media de
espermatozoides masculinos había descendido un 45 por ciento, desde un promedio de 113
millones por mililitro de semen en 1940 a sólo 66 millones por mililitro en 1990. Al mismo
tiempo, el volumen del semen eyaculado había descendido un 25 por ciento, por lo que el
descenso real de los espermatozoides equivalía a un 50 por ciento. El descenso amenaza la
capacidad fertilizadora masculina.
Una política adecuada para reducir la amenaza de las sustancias químicas que alteran el
sistema hormonal requiere la prohibición inmediata de plaguicidas como el endosulfán y el
metoxicloro, fungicidas como la vinclozolina, herbicidas como la atrazina, los alquilfenoles,
los ftalatos y el bisfenol-A. Para evitar la generación de dioxinas se requiere la eliminación
progresiva del PVC, el percloroetileno, todos los plaguicidas clorados, el blanqueo de la pasta
de papel con cloro y la incineración de residuos.
Entre las sustancias químicas de efectos disruptores sobre el sistema endocrino figuran:
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Las dioxinas y furanos, que se generan en la producción de cloro y compuestos
clorados, como el PVC o los plaguicidas órgano-clorados, el blanqueo con cloro de la
pasta de papel y la incineración de residuos.
Los PCBs, actualmente prohibidos. Las concentraciones en tejidos humanos han
permanecido constantes en los últimos años aun cuando la mayoría de los países
industrializados pusieron fin a la producción de PCBs hace más de una década.
Numerosos plaguicidas, algunos prohibidos y otros no, como el DDT y sus productos
de degradación, el lindano, el metoxicloro (autorizado en España), piretroides
sintéticos, herbicidas de triazina, kepona, dieldrín, vinclozolina, dicofol y clordano,
entre otros.
El plaguicida endosulfán, de amplio uso en la agricultura española y en
Latinoamérica, a pesar de estar prohibido en numerosos países.
El HCB (hexaclorobenceno), empleado en síntesis orgánicas, como fungicida para el
tratamiento de semillas y como preservador de la madera.
Los ftalatos, utilizados en la fabricación de PVC. El 95 por ciento del DEHP
(di(2etilexil)ftalato) se emplea en la fabricación del PVC.
Los alquilfenoles, antioxidantes presentes en el poliestireno modificado y en el PVC,
y como productos de la degradación de los detergentes. El p-nonilfenol pertenece a la
familia de sustancias químicas sintéticas llamadas alquilfenoles. Los fabricantes
añaden nonilfenoles al poliestireno y al cloruro de polivinilo (PVC), como antioxidante
para que estos plásticos sean más estables y menos frágiles. Un estudio descubrió que
la industria de procesamiento y envasado de alimentos utilizaba PVC que contenían
alquilfenoles. Otro informaba del hallazgo de contaminación por nonilfenol en agua
que había pasado por cañerías de PVC. La descomposición de sustancias químicas
presentes en detergentes industriales, plaguicidas y productos para el cuidado personal
pueden dar origen asimismo a nonilfenol.
El bisfenol-A, de amplio uso en la industria agroalimentaria (recubrimiento interior de
los envases metálicos de estaño) y por parte de los dentistas (empastes dentarios). @
Referencias
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Revista World Watch Nº10.
(*) José Santamarta Flórez es director de la edición en castellano de la revista World Watch.
www.nodo50.org/worldwatch
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