FAVALORO por LEGNANI

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FAVALORO por LEGNANI
Bajo el título “Dr. René G. Favaloro – Un paisano en Cleveland;
reflexiones acerca de los trabajos y la muerte del Dr. René G.
Favaloro” (I – Libris, setiembre 2011, 174 páginas) el Dr. Ramón
Legnani, antiguo médico de Santa Lucía, escribe un nuevo libro para
indagar en aspectos poco conocidos de la vida y muerte de un médico
excepcional, que quiso mucho a Artigas y al Uruguay, así como a sus
buenos colegas uruguayos.
El notable cardiocirujano argentino, que popularizó el by pass
coronario para resolver el drama de las arterias cardíacas ocluidas o
estrechadas por la aterosclerosis, hizo un largo recorrido por la vida.
Que comienza por su origen humilde, en el barrio “El Mondongo” de La
Plata, hijo de inmigrantes y sigue con su graduación en La Plata, en
1949, pero que no puede acceder a una carrera docente por no
aceptar firmar la adhesión al Partido de Juan Domingo Perón. Quiebre
en su carrera, que le lleva a instalarse en Jacinto Aráuz, un pequeño
pueblo de La Pampa, de 3.000 habitantes, donde permanecerá doce
años, creando una modesta clínica médico quirúrgica y obstétrica,
junto a su hermano menor, minusválido y su esposa. Estableciendo un
fuerte vínculo afectivo y de leal servicio a la población modesta y
aislada. Logran paulatinamente resolverle la mayor parte de los
problemas de salud a esa comunidad, que los valora y le permite
tomar mayor contacto con los problemas cotidianos de sus
pobladores.
Cuando obtuvo la conformidad de la Cleveland Clinic, estimulado por
su maestro José María Mainetti, debe iniciar en otro país, de
costumbres y vida muy distinta, pero más serio, una carrera
ascendente de trabajo quirúrgico e investigación que lo tendría por
más de diez años trabajando junto a Frank Mason Sones (1918-1985)
creador de la coronariografía, y Donald B. Effler (1915-2004) el más
destacado cardiocirujano de dicha Clínica. Allí emprendió nuevos
caminos que cambiarían la vida de miles de pacientes condenados a
morir por su patología obstructiva coronaria.
Vuelto a la Argentina, emprende una aventura con sólidas bases:
lograr el avance de este campo de la cardiocirugía en su país, que
estaba muy atrasado, logrando instalarse en el sanatorio Güemes, de
la Avenida Córdoba, donde algunos uruguayos colaboraron con él en
hacer de ese un servicio de excelencia. Con magníficos resultados. Su
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trabajo benéfico y sus resultados fueron conocidos en toda la región y
pronto fue el foco hacia donde se orientaron espontáneamente
médicos y pacientes para resolver sus propios casos, cuando en sus
países (incluido el nuestro) esta cirugía estaba en sus primeros pasos,
por 1970. Con el tiempo, el proyecto que latía en la mente de este
médico creador, fue creciendo. Al amparo del apoyo popular,
particularmente el Sindicato de Canillitas de Buenos Aires, fue
fundando los pilares de su gran obra, que sería la Fundación Favaloro.
Allí se prodigarían cuidados a quienes pudieran y no pudieran
pagarlos. El prestigio fue creciendo y sus pacientes aumentando.
Pero allí chocaron dos visiones diferentes: la del médico honesto que
rechazaba las prácticas corruptas arraigadas del ana-ana (o el
“retorno”, que significa compartir honorarios y dar coima, incluso
reconocido por la DGI de allá, que admite esa declaración de
ingresos), o las mordidas de los sindicalistas que gobernaban las
Obras Sociales, y a los propios médicos que las buscaban. Y la ética de
un ser de excepción chocó contra las rocas del sistema público y
privado de salud, profundamente minado por la enfermedad social de
la corrupción, epidemia muy extendida allí, pero no exclusiva de los
vecinos.
Cuando en el 2000 arrecian las dificultades y sus compañeros le
insinuaban que debía dejar de lado utópicos principios éticos para
cobrar las millonadas que le debían, él agotó las instancias de recorrer
todas las jerarquías. Desde el Presidente de la Nación hasta sus
Ministros, buscando le pagaran las deudas. El silencio fue la
respuesta.
Como no transó con los corruptos, fiel a sus principios, prefirió morir
antes que despedir a su personal y tomar el vil atajo de la coima.
No sólo fue un gran cardiocirujano y un filántropo lleno de ilusiones.
Fue también un humanista, que se internó en el estudio de la Historia,
particularmente la nuestra, con una erudición de la que dejó huella en
los congresos científicos. Particularmente los uruguayos. Amigo en la
madurez de Jorge Dighiero Urioste, nuestro primer Profesor de
Cardiología, vino en los últimos años de su vida a diversos encuentros.
Pero sobre todo acudió a homenajearlo, cuando la Dictadura ante su
muerte, impidió la honras que le hubieran correspondido y debió
dársele sepultura en silencio.
El mejor homenaje a Favaloro fue que 200 médicos argentinos,
posiblemente contaminados por esa epidemia de corrupción, que
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integraron los círculos eternos del Poder, se hayan opuesto a un
reconocimiento, luego de muerto, que se planteó darle el Gobierno
Argentino en 2004, con argumentos baladíes, que escondían sus
vergüenzas. Los mediocres y coimeros no podían aceptar que el
brillante se manifestara en el esplendor de su grandeza.
Ramón Legnani con su sensibilidad y paciencia de investigador, ha
reunido documentos y testimonios que permiten, en una amena
lectura, obtener un panorama amplio y rico del hombre y sus
circunstancias. De uno de los mayores valores de la Medicina del siglo
XX, testimonio de sabiduría y rectitud. Que practicaba lo que
predicaba y no admitía lo que los Códigos de Ética proclaman, pero
quienes tienen que cumplirlos y aplicarlos, a menudo olvidan o dejan
de lado. Al menos en la vereda de enfrente.
Buen motivo para reflexionar acerca de la naturaleza humana y sus
dobleces e hipocresías. En un tiempo en que hacer rápidos progresos
en cualquier terreno, pasando por encima de todos, puede ser la
fórmula del éxito, conviene leer esta historia, tan cercana, de los
alcances de las malas prácticas éticas en la salud. De gobernantes y
gobernados. Sobre todo cuando se quiere crecer rápido, no
importando a qué precio.
Felicitaciones al Dr. Ramón Legnani por la valentía de traernos estos
testimonios.
Dr. Antonio L. Turnes
7 de diciembre de 2011
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