Conservadores y liberales: cien años de conflictos A partir de la independencia de los países hispanoamericanos y el fin del reinado de Fernando VII (1833), el mundo hispano se hundió en una inestabilidad política debido a la larga lucha ideológica que oponía los liberales deseosos de más democracia y los conservadores que preferían el antiguo sistema (o sea una monarquía absoluta en España y un sistema jerárquico con los criollos en la cúspide de Hispanoamérica). Frecuentemente, esta tensión se manifestó en un conflicto entre el localismo y la centralización. En España, la muerte de Fernando VII debilitó el absolutismo debido a que su esposa María Cristina y su hija Isabel II resultaron ser más liberales. El grupo de la oposición al reinado de Isabel II era conocido como "carlistas" porque eran los conservadores que querían que Carlos, el hermano de Fernando VII, sustituyera a Isabel en el trono. La disputa entre los dos bandos (liberales y conservadores) se transformó en las llamadas Guerras carlistas que estallaron tres veces entre 1833 y 1872 y obligaron a los liberales a defender su ideología en los campos de batalla. Al principio los carlistas no pudieron vencer a los fieles de la reina e impedir las primeras reformas liberales: la división de poderes entre el rey y las Cortes (el parlamento elegido), la eliminación definitiva de la Inquisición, la oposición a los excesivos poderes de la iglesia y la elaboración de una nueva constitución. Para algunos liberales, estas reformas iban demasiado lejos de su ideología más moderada y causaron la fragmentación de su bando en dos nuevos grupos políticos: progresistas y moderados. Las dos facciones se alternaron en el poder durante catorce años (1844-1858). Durante el gobierno de los moderados, sus creencias sobre el orden público tuvieron la prioridad sobre la representación del pueblo. La nueva Constitución de 1845 disminuyó las libertades individuales y populares, eliminó los ayuntamientos y restringió el sufragio. En 1844 se creó la Guardia Civil y se escribió el Código Penal en 1848. Sin embargo, las reformas de los moderados no impidieron que estallara la Segunda Guerra Carlista que duró hasta 1860. El progreso industrial del país que representó la inauguración de la primera línea de ferrocarril en Cataluña tampoco pudo contrarrestar los problemas económicos del país y los progresistas se apoderaron del gobierno con el apoyo de las masas desilusionadas. En un intento de solucionar las divisiones políticas del país, moderados y progresistas formaron una coalición llamada la Unión Liberal. Pese a que al principio se consiguiera la estabilidad política por medio de la expansión económica, el progreso económico no benefició a todos, lo que causó más inestabilidad. También se puso en evidencia que el localismo y el poder político de sus jefes se enfrentaba al del cuerpo legislativo representativo. No obstante, la animosidad hacia el Antiguo Régimen que unía a moderados y progresistas facilitó la Revolución de 1868 que destronó a la reina Isabel II. La nueva constitución de 1869 apoyaba la enseñanza, legalizaba las reuniones públicas, establecía el sufragio universal y aunque aceptaba el principio de la monarquía, realzaba el poder legislativo de las Cortes. La aceptación de una monarquía señalaba la necesidad de nombrar a un nuevo monarca. Con la reina Isabel II y su hijo Alfonso en el exilio, las Cortes eligieron a Amadeo de Saboya como el próximo rey de España. Amadeo I respetaba la constitución, pero no pudo solucionar los problemas entre las diversas facciones políticas ni evitar la Tercera Guerra Carlista que empezó en 1872. Con su abdicación un año más tarde, la Asamblea Nacional proclamó La Primera República. Varios individuos sirvieron como Presidente del Gobierno durante los dos años de la República, pero ninguno fue capaz de resolver los múltiples problemas económicos y sociales del país. El cuarto y último fue Emilio Castelar, conservador y muy autoritario. Entre otras cosas, este presidente disolvió las Cortes, anuló los derechos constitucionales, apoyó la pena de muerte y la censura. La oposición a Castelar llevó al ejército a interesarse por una solución monárquica, y el general Martínez Campos proclamó La Restauración de la monarquía en 1875. De modo que, hacia finales del siglo XIX, a los 17 años Alfonso XII, hijo de Isabel II, regresó del exilio para aceptar el trono español. […] A pesar de los conflictos entre conservadores y liberales, durante el siglo XIX, las letras en España vivieron un renacimiento y en Hispanoamérica nació una literatura propia que afrontaba los problemas de la identidad hispanoamericana. Este fenómeno empezó con el romanticismo, caracterizado por la glorificación de la independencia y la libertad -- la independencia de España en los países hispanoamericanos y la independencia de Francia en España. El autor romántico más emblemático en España fue Gustavo Adolfo Bécquer, mientras que en Hispanoamérica sobresalen las figuras de dos argentinos, Esteban Echevarría y Domingo Faustino Sarmiento. A pesar de la popularidad del romanticismo, en la segunda mitad del siglo la temática de la literatura volvió a los problemas concretos de la sociedad, siendo la burguesía el principal blanco de los autores del realismo. El escritor español Benito Pérez Galdós fue el más prolífico escritor y crítico realista de la época. El paso del realismo al naturalismo enfocó la crítica realista en lo desagradable y descubrió un mundo alejado de los burgueses al retratar la pobreza, el abuso, la criminalidad y otros aspectos "feos" de la sociedad. Los mejores exponentes del naturalismo fueron los españoles José María de Pereda y Emilia Pardo Bazán y el venezolano Rómulo Gallegos. A finales del siglo, el modernismo apareció como una reacción en contra de la triste estética del naturalismo. Era un movimiento artístico cosmopolita e internacional cuyo centro era París, aunque generalmente se asocia con el fin de siglo hispanoamericano. Los más grandes cultivadores del modernismo fueron el cubano José Martí, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, el colombiano José Asunción Silva, el nicaragüense Rubén Darío, y los españoles Manuel y Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Dado que la perduración de las tradiciones de un pueblo depende de la participación del público, no extraña que en el siglo XIX continuara el proceso de "espectacularización" que se había iniciado en los siglos XVII y XVIII. Las procesiones religiosas se convirtieron en pintorescos espectáculos con un crecido número de participantes. En el sur de España, el número de procesiones se multiplicaron y la Semana Santa llegó a ser un importante festival en todas las ciudades y pueblos. […] En cuanto a las actividades seculares, el toreo a caballo, iniciado entre las clases bajas, se popularizó tanto en España como en Hispanoamérica, especialmente en México y el Perú. En todo el mundo hispano el baile y la canción popular también reflejaron el proceso de transculturación donde las influencias de varias culturas tuvieron un papel muy importante. En España, el flamenco, conocido como "la canción española", parece haber aparecido entre los gitanos, aunque la influencia árabe y norteafricana es indiscutible. En el siglo XIX se hizo muy popular y se abrieron los primeros "cafés cante". Luego el flamenco -- que realmente consta de la canción, el baile y el tocar la guitarra -se convirtió en el centro de las "ferias" o grandes celebraciones que tienen lugar anualmente en todas las ciudades y pueblos de Andalucía y que derivan de las ferias de ganado del siglo XIX. […] Otro festival que se popularizó en el mundo hispano del siglo XIX es el Carnaval, siendo las celebraciones más famosas las de Tenerife y Cádiz en España y las de Santo Domingo y Mazatlán en México. Finalmente, varios deportes se convirtieron en actividades y entretenimiento de las masas. El fútbol, por ejemplo, evolucionó de un juego de pelota que los jóvenes de la clase trabajadora practicaban en las calles de las ciudades inglesas a principios del siglo XIX hasta convertirse en el deporte más popular tanto de España como de Hispanoamérica. La primera Copa Mundial de fútbol se celebró en Uruguay en 1930. La vitalidad de la cultura popular se encuentra en su capacidad de unir a todas las clases en celebraciones y espectáculos que refuerzan las tradiciones de una cultura. La cultura popular del mundo hispano que surgió en el siglo XIX crecería durante todo el siglo XX y, como en muchos países del mundo, sufriría una "mercantilización" donde el consumismo juega un papel importante en su difusión. Fuente: El mundo hispano a lo largo de los años (http://www.yourworldonline.com/mundohispano/etext/Historia/sigloXIX.php)