SEMINARIO MUJER Y PRISIÓN: ABRIENDO PUERTAS A UNA REALIDAD IGNORADA Quiero comenzar agradeciendo a las personas que se han sumado a nuestra convocatoria, especialmente a quienes van a exponer hoy: a Jorge Frei, Myriam Olate, Daniela Godoy Juan Pablo Hermosilla, así como a Comunidad Mujer y Telefónica por su patrocinio a este Seminario. Debo confesar, a riesgo de caer en lo más emotivo, que este es un momento muy significativo para la Corporación Abriendo Puertas y que, probablemente hace 8 años jamás lo habríamos soñado ni probablemente querido. Nuestra misión, así la definimos desde un comienzo, es acompañar, capacitar y rehabilitar a las mujeres privadas de libertad. Elegimos el mundo carcelario porque éste es uno de los más abandonados por la estructura benefactora de la sociedad debido al fuerte rechazo que provoca el contacto con el delito y sus culpables. Nos hemos concentrado en la prisión femenina, sobre la cual prácticamente nada se habla, porque creemos que la mujer ocupa un rol social fundamental en Chile debido a su posición dentro de la familia, con todas las repercusiones sociales que ello trae consigo. Nuestra opción fue, por lo tanto y desde un comienzo, ingresar a la cárcel, aprender de ella, conocer a sus habitantes, con sus penas, alegrías, carencias, y también esperanzas. En el camino, hemos intervenido a unas 500 internas gracias a nuestro equipo de voluntariado. Y nos hemos quedado allí, adentro, por todos estos años. Nos ha costado salir, y si hoy lo hacemos hacia Uds. es porque, desde dentro, nos ha surgido una nueva urgencia. Nos preocupa como a todos el aumento de la delincuencia. Pero también nos preocupa la mirada que se enfoca en reprimirla por la vía de encarcelar más personas. Nos inquieta la ceguera de quienes creen que las rejas bloquean el paso de la maldad a la bondad, como si la ciudad que convive fuera de ellas no las contuviera en su mismo seno y no fuera también responsable de ellas. Creemos que se comete un error al hablar de cárceles, en pensar solamente en cárceles masculinas, modelo sobre el cual se construye y concibe la prisión. Creemos que es fundamental crear y estudiar ecuaciones que introduzcan la variable de género, y que vinculen a la mujer con el delito; (no en vano la mujer está contribuyendo hoy en una mayor proporción al aumento de la delincuencia que el hombre), y a la mujer con la prisión, desde la certeza que sus resultados serán determinantes para generar políticas que comprendan la particularidad del delito femenino en su contexto social; que encaren la especificidad de los problemas que enfrenta la mujer privada de libertad y que, como resultado de lo anterior, se elaboren adecuados planes de capacitación y de reinserción social y laboral de la mujer. No pretendemos con ello crear una nueva segregación a la mujer. Solamente afirmar que creyendo en la igualdad de los ciudadanos y ciudadanas, entendemos que lo femenino y lo masculino se despliegan en un contexto social y en una cultura particular. En ese sentido, el concepto de género sirve de operador estratégico al mostrar que las identificaciones sexuales son también un producto socio-cultural, aprendido, reproducido, institucionalizado y transmitido de generación en generación. Las mujeres que se encuentran internas en el Centro Penitenciario Femenino, se han hecho invisibles para el mundo de afuera; sin embargo, continúan siendo actoras de sus propias vidas, de las de sus familias y, en consecuencia, de una sociedad entera. Confiamos en que es posible quebrar el círculo vicioso de los malos hábitos y procedimientos, aportando a las reclusas una nueva mirada a las posibilidades que la vida les brinda, a fin de que puedan volver a confiar en si mismas y en los demás. Para ello se hace necesario comprender que su postura ante la vida, sus definiciones esenciales, sus motivaciones personales y prácticas, todas ellas, las diferencian del mundo delictual masculino. También comprender que la prisión tiene para la mujer implicancias distintas que para los hombres, tanto respecto a su pérdida de identidad como de sus vínculos primarios afectivos. Se hace finalmente necesario aceptar que, especialmente en los sectores populares de donde proviene la gran mayoría de las internas, la mujer es mayoritariamente proveedora relevante del sustento de los hijos (las cifras hablan de sobre un 60%), todo lo cual no solamente justifica que la prisión femenina sea relevante para el tema de la delincuencia, sino también para el destino de las familias que la rodean. Si hoy hay 2 mil reclusas en el CPF, podemos fácilmente concluir que al menos 10 mil personas se encuentran en algún grado de abandono afectivo. No somos una institución de estudios ni tampoco un organismo con capacidad para emprender políticas. Como institución de voluntariado solidario nos proponemos apoyar la rehabilitación de las mujeres privadas de libertad, y a quienes desde la sociedad civil y el Estado se comprometan con esta tarea. Nuestra experiencia al interior del CPF es nuestro verdadero patrimonio, y desde ahí creemos poder hacer un aporte verdadero al debate sobre la delincuencia femenina, la prisión femenina y sus repercusiones familiares y sociales, y colaborar con quienes deben urgentemente formular políticas públicas que enfrenten este tema. Los roles sociales femeninos han evolucionado en el tiempo. Por razones que no cabe consignar aquí, la mujer ha ocupado espacios crecientes en el mundo laboral y ha asumido también responsabilidades crecientes en el sustento de su hogar. Trabajos fuera del hogar comprometen a las mujeres de sectores medios y alto; en cambio, solo una de 4 mujeres del quintil más pobre de la población accede a estos trabajos. Lo anterior nos dice que la mujer ha debido asumir un rol más activo, para el cual la mujer de sectores más pobres y vulnerables no cuenta generalmente con la preparación necesaria ni las oportunidades. Recordemos que el 57.% de las mujeres que llegan a la cárcel ha tenido educación básica o ninguna. Por otra parte, la penetración de la droga en los sectores urbanos más pobres ha abierto un campo de experimentación con el delito que parece cobijado, además, por un entorno delictual que ha permitido que la mujer se familiarice con un tipo de delito aparentemente fácil e inocuo. De allí que sea fundamental establecer un vínculo necesario entre la marginalidad, la droga, y la incorporación femenina al delito. Y constatar el cambio en el desempeño de la mujer en ese ámbito. Si hasta los años 80 actuaba fundamentalmente como encubridora y cómplice, ahora se encuentra mucho más integrada a la contracultura del hampa y en el tráfico de drogas. Así, tenemos que un 56% de los delitos femeninos estén vinculados al microtráfico y más de 30% a robo, asociado en muchas ocasiones con la droga, sea para consumir o vender. También es importante considerar, para validar esta ecuación, que el microtráfico, principal delito femenino, está asociado principalmente a mujeres jefas de hogar, con un promedio de 3 a 4 hijos, con bajo compromiso delictual pero dependientes de las demandas de su grupo familiar. Sus explicaciones apuntan por lo general a la necesidad de satisfacer necesidades de consumo de otros, de su medio familiar próximo. En cambio, la mujer que roba para consumir por lo general tiene un rango menor de edad, menos hijos y es más indiferente a sus obligaciones. Este es indudablemente un grupo más dañado y, por consiguiente más difícil de intervenir. Manejar estos datos segregados por género es más que un atractivo estadístico: nos permite aproximarnos a la ecuación mujer-delito, diferenciarla de aquella del hombre y, en consecuencia, planificar e implementar políticas dirigidas justamente hacia esas mujeres que, aún con 60 años, delinquen porque no perciben otras oportunidades. En el CPF viven aproximadamente 2 mil mujeres. Los medios de comunicación se han encargado de hacer públicas sus condiciones de vida y su dolor. Nosotros compartimos ese dolor desde el compromiso por generar y proponer caminos alternativos para ellas, los cuales obviamente deben contar con muchos refuerzos. La privación de libertad también tiene un impacto diferencial de género, por lo cual el sistema penitenciario, concebido por un modelo masculino, difícilmente puede adecuarse a las necesidades y características de una mujer. Una mujer encarcelada sufre por lo general un doble abandono: aquel de su pareja y la separación de sus hijos, lo cual genera una grave crisis de identidad. El 90% de las mujeres presas son madres; todas ellas, casi sin distinción, asocian su ser con la maternidad. Es desde ese rol maternal desde el cual quieren superarse, recuperar la libertad, trabajar para proveer a sus hijos. Sin embargo, la imposibilidad de cumplir con las dimensiones afectivas que la maternidad trae consigo va minando su auto-estima. La situación de prisión altera completamente la intimidad entre la interna y su familia; la comunicación se ve interferida por los horarios rígidos de visitas, los espacios comunes para grupos enormes, la presencia de vigilantes. Al tiempo detenido de la interna no logra traspasarse la dinámica exterior, y generalmente el tiempo se va en comunicaciones utilitarias: el shampoo el jabón. El dolor se niega: La visita intenta alegrar a la interna que intenta alegrar a la familia. Mientras, su universo interno se desconfigura; la desesperación ante el destino incierto de los hijos, corroe su esperanza; la inseguridad sobre su destino afecta su voluntad, sumiéndola muchas veces en un consumo de drogas que antes no habría intentado. Si a la mujer se le detiene el tiempo, ella sabe y nosotros sabemos mejor aún que la vida afuera continúa. Que esa mujer que dejó de proveer y cuidar a sus hijos está entre rejas, pero ellos quedaron desamparados, probablemente en la calle. Los hogares de reemplazo, bien sabemos, no sustituyen a la madre. Los más afectados con la prisión de una mujer son los hijos, quienes quedan habitualmente al cuidado de terceros, lo que supone la disgregación de la familia. Una estadística habla que el 80% de los hijos de delincuentes serán delincuentes. No tenemos cifras que nos permitan saber qué sucede con los hijos de madres delincuentes. Sí sabemos que en Estados Unidos 8 de cada 10 internas tiene hijos delincuentes. Y que serían necesarios estudios más acotados para dimensionar aspectos de la separación madre-hijo y sus consecuencias en conductas futuras. Se sabe que una separación abrupta, por ejemplo, por una detención, cuando el niño aún no internaliza su lugar en el mundo, le impide anclar su posición en la configuración familiar, interrumpiendo su proceso de individuación y dañando su auto-estima. El trauma ocasionado en los hijos en su etapa de formación por la prisión de los padres es causa de múltiples trastornos de larga duración. Sabemos que la delincuencia responde en parte a problemas socio- estructurales; que Gendarmería de Chile agota sus medios de intervención en su función de custodia y de apoyo a la rehabilitación de las internas. Sin embargo, las enormes e imprevisibles consecuencias sociales que trae la ausencia de la madre del hogar merece que se preste atención a su periodo de internación así como a su preparación para la libertad. Fortalecer su auto-estima para que recupere su dignidad de persona única, valiosa, en proceso de cambio y necesitada de ayuda es un camino; capacitarla en actividades que pueda desarrollar laboralmente cuando recupere la libertad es otra; apoyarla en la creación de micro-empresas que pueda llevar a cabo autónomamente es otra. En resumen, recuperarla a un mundo donde la esperanza tiene sentido y darle la oportunidad de volver a la sociedad desempeñándose como una persona positiva no es ayudar a un delincuente; es recuperar a un ser humano dañado, rehabilitado y que puede asumir responsabilidades que son esenciales para vivir en un mundo sin delito. En consecuencia, si la sociedad asume que la delincuencia es una amenaza grave contra la población, consideramos urgente que se amplíe la mirada desde la restringida y desgastada figura de la puerta giratoria. Si pensamos que el bicentenario debe llegar con propuestas de inclusión y ampliación de la ciudadanía, hacemos un llamado a incorporar en ese escenario donde la mujer ya es actora, a la mujer delincuente, a la mujer encarcelada y a la mujer que quiere reinsertarse. Para ello, en primer lugar debemos conocer las variables de género que intervienen en su delito, en su tiempo de reclusión y en sus posibilidades de reinserción. Y luego, comprometernos en una tarea que Abriendo Puertas ha hecho suya , junto a Gendarmería, y a muchos volunarios, por 8 años. Esperamos que desde hoy muchos más se integren a esta fundamental labor social, ampliando, apoyando y complementando nuestra labor. Ana Maria Stuven, Presidenta Corporación Abriendo Puertas 25 DE JUNIO DE 2009.