Semana Pastoral Penitenciaria 2004

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SECRETARIADO NACIONAL
PASTORAL PENITENCIARIA
SEMANA DE PASTORAL PENITENCIARIA
20 – 26 SEPTIEMBRE 2004
Cuantos trabajamos en el ámbito prisión sabemos la importancia de la
prevención y de la reinserción. La entrada y estancia en prisión son duras y graves, pero es más grave el no encontrar puntos de apoyo y referencia distintos a
los vividos en el interior. Es más duro contemplar como entre todos hilvanamos
un tejido social donde la delincuencia es caldo de cultivo, donde los más débiles
caen atrapados.
Quienes sufren prisión y quienes habitualmente compartimos los lugares
de detención, vemos la necesidad de crear e inventar formas nuevas que acojan,
escuchen, acompañen y creen modos de convivir en el respeto y la tolerancia.
Desde la perspectiva de la Pastoral Penitenciaria consideramos que nuestras parroquias tienen la posibilidad y misión de abrir brecha en este sentido. Todos sabemos que si reducimos las parroquias al aspecto sacramental, la persona queda
relegada a un segundo lugar; la parroquia actual, basada en el más puro estilo
evangélico, ha de ser espacio de encuentro, de celebración y convivencia, de educación que favorezca el crecimiento integral de la persona.
La libertad es un don que se nos regala y que es preciso vivir y desarrollar
en comunión y comunicación. Quienes, por circunstancias adversas no han conocido el afecto, la comunicación en diálogo..., quienes en la cárcel han abortado
toda comunicación a expensas del amedrentamiento, han de encontrar grupos y
espacios que favorezcan y les enseñen, con paciencia y ternura, a experimentar
la comunión y la apertura a la comunicación.
Para cuantos han perdido el tren de la Vida, para cuantos no han sabido
entretejer su existencia en hilos de libertad, para cuantos han perdido la pista de
la Verdad en la justificación de inútiles mentiras, nuestras parroquias, comunidades e instituciones eclesiales han de ser:
Comunidades de vida: circuitos abiertos y acogedores donde poder encontrar el
afecto perdido o ignorado.
Educadoras en el amor y la verdad: indicadores de nuevos rumbos tan posibles
como utópicos en la dinámica del Espíritu.
Acompañantes en el camino: facilitadoras de encuentros interpersonales con
uno mismo, con los demás y el mundo, enfilando el camino del Absoluto.
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Introducción
La presencia y labor de la Iglesia son cuestionadas en el mundo occidental,
y concretamente en nuestro país. Esa presencia y labor llega al hombre de a pie,
a través de las parroquias; constatamos que cada vez son menos las personas
que se implican en la dinámica parroquial y, cada vez más, las que sólo recurren
a la parroquia por cuestiones sacramentales. Parece quedar patente que el presente y futuro de la Iglesia y la parroquia no parece quitar el sueño al hombre de
hoy, en los albores del siglo XXI
Paradójicamente, sí se valora la labor y acción socio-caritativa que pueda
prestar la Iglesia en parroquias u otras instituciones eclesiales. Los más desfavorecidos siguen acudiendo a estos medios para paliar sus necesidades más elementales, con la convicción de que parroquias, conventos y otras instituciones
caritativo-religiosas, tienen la obligación de cubrir sus demandas...
Reflexión teológica
Todos convenimos en que hoy no es representativa esa estampa, que todavía expresan muchos de nuestros pueblos y ciudades, donde la Iglesia-templo,
ocupando el centro o el altozano, es el punto de referencia de la convivencia y
estética de todo la población.
Todo un conjunto de cambios sociales y culturales, tan rápidos como profundos, han afectado a unas formas y modos eclesiales que parecen no haber
sabido evolucionar con la celeridad que el momento reclamaba. Es cierto, que
tampoco sabemos a ciencia cierta hacia donde se orienta nuestro mundo, pues
no existe un modelo preestablecido para su construcción: da la impresión de
habernos lanzado por la rampa en caída de la gran montaña rusa del siglo XXI,
sin saber qué nos espera al final de este declive.
Si queremos que nuestras parroquias no se desvinculen y respondan a la
realidad concreta del hombre actual, habrá que cambiar esquemas y mostrar un
nuevo rostro, recobrando el frescor original de la Iglesia: apoyados en la dinámica
evangélica y dejándonos impulsar por la fuerza del Espíritu, es precisa una mayor experiencia de comunión, unas celebraciones que conciten Vida y que comprometan desde la caridad en el devenir de nuestro mundo.
Queda claro que no podemos renunciar al dinamismo evangelizador: “nuestras parroquias no serán evangelizadoras de verdad si no son evangélicas en sus
pautas de pensar y actuar. Sólo hay evangelización donde hay evangelio vivido. Y
la parroquia será comunidad evangelizadora si se esfuerza por vivir el Evangelio;
somos conscientes de que nos falta dinamismo evangelizador. En su conjunto, la
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actividad que se realiza hoy en nuestras parroquias aparece muy centrada en la
vida interna de la misma comunidad, replegada sobre los servicios y atención a los
practicantes, con una pérdida de dinamismo evangelizador en medio de la sociedad” (Congreso de Parroquia Evangelizadora, 1991).
Nuestras parroquias e instituciones están llamadas a ser levadura y fermento del Reino en medio de este mundo. Si nos complacemos en miradas tan
íntimas como simplistas de visión, nos pareceremos al grupo de discípulos cerrados en el Cenáculo. Hoy, más que nunca, es preciso ese soplo fresco del Espíritu
que rompe fronteras físicas e ideológicas y posibilita la comunión que crea comunidad.
Descubrir el verdadero rostro de la parroquia es transparentar el misterio
mismo de la Iglesia, presente y operante. La función de la Iglesia, y de toda parroquia, es anunciar, celebrar y compartir el Dios cristiano: un Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo en comunión y abundancia de vida que quiere compartirla con
nosotros. La Iglesia, nuestras parroquias, sólo serán creíbles si son ejemplo de
comunión y vibran desde la Vida que celebran y comparten. Las parroquias tienen que ser los sujetos activos que expresan la plausibilidad del Reino en el
mundo concreto que vive la gente de a pie.
Sólo en comunión de Vida, alentada por la comunicación divina, llegaremos a Celebrar la Vida para poder Compartir la Vida; Compartir la Vida para poder Celebrarla. Para compartir la Vida en Caridad, antes hay que recibirla y celebrarla. El criterio de que nuestras celebraciones son auténticas es la atención y
servicio a los desheredados de este mundo, quienes nos han sido revelados en la
celebración, como los preferidos del Padre.
Quienes provienen del submundo de la exclusión buscan ávidamente esos
ámbitos de afecto y acogida que siempre desearon y para los que nunca, por una
razón u otra, fueron preparados: se sienten, a la vez impelidos y expulsados, deseosos y fracasados, dispuestos y condenados. Hace unos días, un recluso, con
18 años de prisión a sus espaldas, me confesaba: siempre he soñado que alguien
de la parroquia de mi pueblo viniese a la prisión y compartiese conmigo un par
de cigarrillos y una abierta sonrisa. Ellos, demasiadas veces, no sabrán expresar
ese deseo que late en su interior; otras veces, tendrán la imperiosa necesidad de
alardear de su hueca fortaleza; en otras ocasiones, se encerrarán en el ostracismo logrando que su rudo silencio sea el mejor reclamo para suscitar la ansiada
atención; a veces...
Quienes se deslizan por el fiel de la mal equilibrada balanza de la justicia
precisan grupos de referencia que palien esos desajustes personales que la vida
les ha ido proporcionando. Nuestras parroquias – comunidades han de ser punto
de referencia, por su seria apuesta por la persona, por su acogida y su perdón,
por su paciente esmero en una formación integral, por su diálogo abierto y sereno, por su fe de que cada ser humano es un proyecto divino en el que el mismo
Dios pide nuestra colaboración. Oremos al Espíritu que aliente la fuerza de la
comunión en nuestras comunidades – parroquias, para que se favorezcan encuentros interpersonales, donde toda persona (y sobre todo la que más lo necesite) se sienta querida, acogida e impulsada a ser ella misma.
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Para seguir reflexionando
1. ¿Cómo es mi experiencia de Parroquia? ¿Cómo es mi relación con la Iglesia?
2. ¿Has vivido la Parroquia como comunidad donde se comparte y celebra la Vida? ¿Te has sentido, en ella, acogid@, comprendid@ y aompañado@ en tu proceso de crecimiento humano y espiritual?
3. ¿Es posible un correcto ejercicio de la Pastoral Penitenciaria sin una relación
seria con las parroquias? A tu juicio, ¿cómo se puede ejercitar en el recinto
parroquial actividades de prevención y reinserción?
Oración – plegaria
Al caer la tarde es la hora de sentarse como hermanos a la mesa,
es la hora de ser amigos entrañables en tu alianza,
es la hora de romper el pan y pasarlo a todos,
es la hora de beber la copa en vino reventada.
Es la hora de hacer, de tu grupo, comunidad abierta
a la humanidad que vive en tierra extraña desterrada;
es la hora de volver de nuevo al paraíso perdido
donde el hombre y Dios, como hermanos en ti, se abrazan.
Al caer la tarde, dejas el manto del señorío,
ciñes la toalla del servicio, nos vuelves a lavar los pies y nos dices
que a la mesa se sienta sólo el hombre con entrañas
de ternura, de perdón y comprensión para el hermano.
Al caer la tarde suena la hora del amor y la intimidad,
la hora en que nos revelas un hermano en cada hombre,
y nos invitas a tocar con manos misericordiosas los pies
del hombre que camina de toda sandalia despojado.
Señor Jesús, que el pan se haga sabroso en cada mano,
y la copa no se quede nunca en una sola mano amarrada,
que la toalla y el delantal vayan siempre primero
al encuentro de cada hermano en signo de fe labrada y regalada.
Señor Jesús, que el pan se parta y reparta en nuestra vida,
que el vino cure heridas, sane espíritus y achispe corazones
para que todos, en comunidad abierta, abramos resquicios
que hagan creíble y plausible tu presencia y la venida de tu Reino
a quienes mascan la amargura del desencanto sin futuro.
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Introducción
En estos últimos años, asistimos a una eterna renovación de la ley de educación que todos parecemos considerar necesaria, pero en las inclinaciones, tendencias y orientaciones no todos coincidimos. Lo que sí parece evidente es que el
fracaso escolar existe, que seguimos confundiendo enseñanza con educación y
que los profesionales de la educación tienen, hoy, un papel tan delicado como
complicado.
Si a esto añadimos que los esquemas familiares han variado, que cada vez
hay menos familias estables a causa de relaciones esporádicas, separaciones y
divorcios, que los padres suelen pasar menos tiempo con sus hijos, que los tiempos de diálogo y convivencia entre padres e hijos escasean, la situación se complica. La familia tradicional parece no estar de moda.
En este ambiguo bosquejo, se presentan felicidades señuelo que llevan al
adolescente, joven y adulto a quedar, fácilmente, enganchado en múltiples adicciones que distraen su atención de lo fundamental: la valoración y encuentro con
uno mismo. Tal felicidad cebo resulta, a primera vista, atrayente pues es presentada con resultados inmediatos, que aparentemente quiebran esa rutina que enquista en el vacío; además no requiere demasiado esfuerzo y sacrificio.
Ni que decir tiene que los puntos de referencia son inmanentes pues cualquier atisbo de trascendencia y absoluto puede resultar sospechoso. El mundo
de lo sagrado pertenece al pasado y a sociedades no civilizadas; lo que cuenta es
el mundo de la ciencia y la técnica, del chip y la maquina. Consecuencia: el creciente surgimiento de personas inestables, con muy poca personalidad, incapaz
de elaborar frustraciones, abocado a buscar compensaciones en la vorágine de la
sociedad de consumo y evitar, así, reflexionar para no caer en el vértigo del caos.
Los problemas afectivos y psicológicos son múltiples, lo que comporta que
las relaciones interpersonales sean cada vez más difíciles e imposibles. Podemos
hacer nuestras aquellas palabras de Concepción Arenal: “la sociedad paga bien
caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan a
los suyos”. Nuestras cárceles son la mejor expresión de esta afirmación, pues
detrás de todo acto delictivo está latiendo un falso concepto de felicidad y una
respuesta inadecuada a esos deseos alimentados por instintos primitivos.
Reflexión teológica
Ante este boceto educativo en que nos desenvolvemos, la labor formativa de nuestras parroquias es un reto y un desafío, al reconocer que la vida
es una educación prolongada: cada hombre es como un diamante en bruto que
necesita ser pulimentado. Kant decía que sólo por la educación puede el hombre
llegar a ser hombre; el hombre no es más que lo que la educación hace de él.
Educar conlleva encauzar las energías interiores en orden a unos valores (valores
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humanos = ética; valores sobrenaturales = religión-moral)que superen y encaucen positivamente los instintos.
Con S. Efrén, la parroquia pone alas a toda educación: “La verdad y el
amor son dos alas inseparables. Porque la verdad no puede remar sin el amor, ni
el amor sin la verdad”. La verdad y el amor dan profundidad a la persona, en tanto los aprendizajes superficiales la convierten en mediocre y presuntuosa. Cuando nos situamos ante la verdad y el amor palpamos nuestra indigencia y nuestra
limitación. Quien se enfrenta a la Verdad y el Amor queda abocado y enfocado al
Misterio. Sin respuesta a lo que nos transciende, la educación queda reducida.
Nuestras parroquias hoy deben educar para el misterio. Dios tiene que ser
presentado como la buena noticia que responde a esas dos realidades que afectan al sentido y motivación profundos de nuestra existencia: el Amor y la Verdad.
El misterio no puede ser reducido a ideas, lo sagrado no puede ser atrapado en
ritos, lo religioso no puede quedar enmarcado en el cumplimiento de códigos morales. La parroquia ha de potenciar y colaborar la educación integral de toda persona; en esta perspectiva es preciso romper esa dicotomía (tan nuestra) entre lo
religioso y lo humano: cualquier experiencia religiosa que no desarrolle a la persona en su dimensión humana siempre será sospechosa. Tal vez esta disgregación entre lo humano y lo religioso es lo que ha llevado a tantas y tantas personas a no entender ni captar lo esencial de la experiencia y dimensión religiosa de
todo ser humano. Cuantas personas encarceladas se han distanciado del perímetro eclesial por, lejos de sentirse acogidos y comprendidos en sus par-vedades, se
han sentido acusados y rechazados desde unos códigos y una moral.
La educación más que un adoctrinamiento ha de ser acompañamiento,
donde la comunidad sirva de apoyo para ponerse delante del misterio y abrirse
continuamente a la sorpresa de lo que sobrepasa. Si no hay sorpresa no hay misterio y si no hay misterio, la sorpresa no abre a la admiración y la gratuidad. Sin
misterio no puede haber encuentro ni relaciones interpersonales, por lo que el
ser humano quedará dañado en lo nuclear de su afectividad.
Es en el encuentro y en la relación interpersonal con Dios (oración) y con el
hermano donde el deseo es purificado y equilibrado en la comunión con el otro.
Al ser el deseo encauzado y compensado adecuadamente se evita toda represión
y se vive con placer, paladeando la existencia como un don de lo alto. El dominio
de uno mismo proporciona un placer ecuánime y experimentado con una acertada medida y dominio de los propios límites y posibilidades.
No debemos seguir presentando el placer bajo sospecha, pues la autenticidad y la correcta autoestima conllevan el deleite de saborear la realidad de existir. Nada hay más humano que expresar corporalmente y vivir con gozo las dimensiones del deseo, orientadas hacia la realización de lo que deseamos. Dios y
el placer no son una disyuntiva, pues el encuentro con el Amor proporciona al
hombre la mayor aquiescencia posible: y es que el Evangelio, vivido en comunidad, nos libera tanto del hedonismo como del puritanismo. El placer de ser uno
mismo es el única ostentación posible de auténtica libertad.
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Para seguir reflexionando
1. Siempre me impresionó una afirmación que escuché en uno de mis primeros
encuentros de Pastoral Penitenciaria: “cada persona encarcelada es un fracaso
de nuestra pastoral”. ¿Consideras que las formas y modos de nuestras catequesis y dinámicas parroquiales contribuyen al crecimiento integral de la persona o, por el contrario...?
2. “Si educas al niño no será necesario castigar al hombre”, señalaba Pitágoras;
desde lo reflexionado, ¿cuáles serían las pautas a seguir para una correcta
educación de nuestros niños y jóvenes? ¿Piensas, como se apunta en la reflexión, que la presencia del misterio y lo absoluto es imprescindible?
3. “Abrid escuelas para cerrar prisiones”, anotaba Víctor Hugo. A tu parecer,
¿cómo se tendría que concretar esta apuesta en la marcha de nuestras parroquias e Iglesias diocesanas?
Desiderata
“Después de pasar tantas horas contigo, pateando patios y galerías,
quisiera estar seguro de haberte enseñado:
a disfrutar del amor, a confiar en tu fuerza, a enfrentar tus miedos,
a entusiasmarte con la vida, a pedir ayuda cuando la necesites,
a permitir que te consuelen cuando sufres,
a tomar tus propias decisiones y hacer valer tus elecciones,
a ser amigo de ti mismo, sin tenerle miedo al ridículo,
a darte cuenta que mereces ser querido,
a hablar a los demás cariñosamente,
a decir o callar según tu conveniencia,
a quedarte con el provecho de tus éxitos,
a amar y a cuidar ese pequeño niño que hay en ti,
a no absorber las responsabilidades de todos,
a ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia,
a no perseguir el aplauso sino tu satisfacción con lo hecho,
a dar porque quieres, nunca porque creas que es tu obligación,
a exigir que se te pague adecuadamente por tu trabajo,
a aceptar tus limitaciones y tu vulnerabilidad sin decepción,
a no imponer tu criterio ni permitir que te impongan el de otro,
a decir que sí, sólo cuando quieras y decir que no sin culpa,
a vivir en el presente y no tener expectativas,
a tomar más riesgos, luego de revisar ideologías y apostar por el cambio,
a trabajar para curar tus heridas viejas y actuales,
a tratar y exigir ser tratado con respeto,
a valorar tu intuición y vivir tu presente con planes de futuro,
a desarrollar relaciones sanas y de apoyo mutuo,
a hacer de la comprensión y el perdón tus prioridades,
a crecer aprendiendo de los desencuentros y de los fracasos,
a permitirte reír a carcajadas por la calle sin ninguna razón,
a no idolatrar a nadie, y a mí, menos que a nadie”.
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Introducción
“A fin de cuentas, ¿quién soy yo cuando no juego? Un pobre huérfano abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío en las esquinas de la
Realidad, teniendo que dormir en los peldaños de la Tristeza y comer el pan dado
por la Fantasía. De mi padre sé el nombre...” Estas palabras de Fernando Pessoa
se podrían aplicar a muchas de esos hombres y mujeres que visitamos y acompañamos en nuestro quehacer pastoral. Muchos de ellos no han podido o no han
sabido escoger su vida, por lo que su existencia ha sido un escape del presente,
una huída de la realidad; atrapados en el intento de recobrar su pasado se entretienen en fútiles muestrarios de futuro.
Estos encajes malabares entre el pasado y el futuro se ven obligados a realizarlos no sólo quienes viven la privación de su libertad, sino mujeres y hombres
que, por desajustes afectivos, no han podido recrear su niñez en un presente más
o menos satisfactorio (ésta es una de las misiones del juego). La vida queda enmarcada, así, en una huída hacia un futuro incontrolable, a cuyas aras se dilapida el presente hasta convertirlo en pasado nocivo y proceloso. Todo ello queda
agravado al no haberse sentido acogidos socialmente y sí, muchos de ellos, devorados por el engranaje estereotipado de instituciones y centros de acogida, donde
no han podido paladear ápices de ternura.
Con todo este conjunto de personas, parroquias y comunidades han de
apremiar, en una labor de acompañamiento, a abrir y enfrentar la conciencia al
ahora, al hoy presente. Hay que acompañar y ayudar a escoger la vida, es decir a
“ser uno mismo.”, a vivir lo que se es y no seguir desarrollando roles sociales internalizados desde pequeños. En muchas de estas personas subyace una baja
autoestima, la incapacidad de expresar frustraciones reprimidas, agresividades
incoadas en el hecho de no alcanzar la imagen de perfección en la confrontación
con alguien o algo.
Reflexión teológica
“A la juventud hoy se le adula, se la imita, se la seduce, se la tolera... pero
no se le exige, no se le ayuda de verdad, no se le responsabiliza... porque, en el
fondo, no se le ama” (Corts Grau). Hemos indicado que educar es acompañar y la
labor del acompañamiento precisa mucho amor. Acompañar exige haber realizado, previamente, el viaje, acompañados por otros. Acompañar exige haber reconocido y aceptado las propias limitaciones para acoger y dar respuesta a las limitaciones del hermano: “nosotros los robustos debemos cargar con los achaques de
los endebles y no buscar lo que nos agrada. Procuremos cada uno dar satisfacción
al prójimo en lo bueno, mirando a lo constructivo” (Rm 15, 1-2). Nuestras comunidades y parroquias, viviendo la comunión, desarrollan esa labor de acompañamiento que todos necesitamos para afianzar, celebrar y compartir en la caridad lo
mejor de nosotros como don de lo alto.
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Cuando el amor nutre el acompañamiento, es posible la empatización y la
suerte del otro afecta a nuestro propio destino. “Con los judíos me hice judío, con
los gentiles gentil..., con los que sea me hago lo que sea, para ganar a algunos como sea. Y todo lo hago por el Evangelio, para que la buena noticia me aproveche
también a mí” (1 Cor 9, 19-23). En esa identificación con el otro, le ayudamos a
vislumbrar los horizontes de una vida lograda que se realiza en un prolongado
proceso de madurez.
Negarse a sí mismo y tomar la Cruz es difícil y complicado, pero nadie puede renunciar a ello (Lc 9, 23-24). Acompañar será provocar lentas y dolorosas reconstrucciones para volver a sentir lo humano que cada ser lleva en su interior,
hasta el oportuno reconocimiento y valoración de uno mismo. Acompañar es provocar la aventura de ser uno mismo, de ser libre, desde una libertad hecha de
opciones personales, a menudo tan dolorosas como inaplazables. No es fácil reencontrar las partes de la propia persona, partes reprimidas que necesitan ser integradas en una nueva identidad más auténtica y real. Esas sensaciones de pasividad, de dependencia, de debilidad, de fragilidad, de frustración inevitable...
Acompañar es encauzar al acompañado hacia una autoimagen real de uno
mismo que de consistencia y valor al quehacer de cada día. Acompañar es permitir que emerja lo propio del yo acompañado para que se ayude a sí mismo, favorecer los instrumentos necesarios para valorarse y acogerse hasta alcanzar
la capacidad de valerse a sí mismo como ser humano.
Acompañar es acrisolar necesidades (los sistemas de aprendizaje se encargan de introyectarnos, esquivando nuestra capacidad crítica, cantidad de necesidades artificiales) realizado una adecuada purificación de valores vitales. Sólo así,
serán provocadas actitudes distintas que satisfarán interiormente. Ojala todos
lleguemos a experiencias como ésta: “En la mitad de mi vida, me quiero más que
a los 15, me conozco más que a los 20, experimento más que a los 30, me exijo
menos y me perdono más. Ya no culpo a los demás de lo que soy responsable...”
En esta sociedad hay que ser muy maduro para relacionarse con uno mismo y con los demás desde la propia debilidad y pobreza. Y más todavía para ser
capaz de compartirla sin sentirse superior a nadie, sino igual, y dejarse acompañar. Este camino vital de día y noche pasa por crisis, por momentos en que las
preguntas y las situaciones cruciales son mayores que las respuestas vitales de
que disponemos, desestabilizando así nuestra psicología.
Acompañar es invitar a perdonar, a aprender a soltar el resentimiento dialogando con el propio corazón hasta ser capaces de morir a estructuras, necesidades, esquemas, personas que se consideraban vitales, insustituibles. Con E.
Fromm, podemos afirmar que el triunfo de los principios abstractos es el placer
de los necrófilos, mientras la liberación de los apegos nos engendra a la libertad;
Jesús lo dirá con otras palabras: “el que quiera salvar su vida la perderá, el que
pierda su vida por mí, la salvará. A ver, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él mismo?” (Lc 9, 24-27). Cuando el hombre busca el
sentido de la vida en su yo, nunca acabará por encontrarlo, no está allí: lo encontrará en los otros.
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Acompañar es enfrentar a la persona con el misterio que le sobrepasa hasta
que se abra en la fe. Con Moisés, hay que desprenderse de las sandalias de la autosuficiencia para enfrentarse con la gratuidad que desbarata nuestros planes:
“Venid y comed de balde” (Is 55, 1-5; Ef 2, 8-9) ¡Cuántas idas y venidas, matices,
temores...! hasta reconocer que hay mucho don en cada uno de nosotros, mucha
capacidad de gratuidad, de recibir y de dar. Lo más grande de la vida, ella misma, se nos da gratis. Luego, cuesta “escogerla”...
El acompañamiento, como el proceso de crecimiento, conlleva paciencia (el
proceso no puede ser controlado), perseverancia (creer en el proceso) y esperanza
(hasta que no sea regalada la plenitud). Todo acompañamiento ha de desembocar
en la generosidad, el agradecimiento, la compasión con los más débiles, la alegría, la solidaridad, la piedad y la misericordia. Son la paciencia, perseverancia y
esperanza las que dan consistencia a nuestro saber escuchar, al diálogo y la comunicación; nos apremian a sonreír al presente brindando oportunidades reales
incluso cuando la inestabilidad de ánimo haga mella en el acompañado; nos posibilitan para adecuar confianza y exigencia, reto de todo educador para romper
la frontera del conformismo, la apatía y el desencanto.
Nuestras comunidades y parroquias son zonas privilegiadas donde el Espíritu nos hace fuertes en la honda expansiva del amor trinitario. La fortaleza se
muestra en la forma y modo de afrontar la realidad; ellos, los desfavorecidos y
encarcelados, son en su debilidad e indefensión, espacio privilegiado donde Dios
nos muestra y hace patente su misericordia: “Dios ha escogido lo necio para humillar a los sabios; y lo débil del mundo para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del
mundo, lo despreciado, lo que no existe para anular a lo que existe, de modo que
ningún mortal pueda engallarse ante Dios” (1 Cor 1, 27 – 29). De este modo nuestra pequeñez y su indefensión se transforma, en el corazón de la Madre, en oración: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Su brazo interviene con fuerza, desbarata los planes de los arrogantes, derriba del trono a los
poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío” (Lc 1, 50 –53).
Para seguir reflexionando
1. Seguro que eres capaz de compartir experiencias personales en las que has
experimentado la presencia de alguien que te ayudó a seguir adelante o en las
que has roturado el firme presentando rutas nuevas a otros.
2. Desde esas experiencias personales, señalar los retos y dificultades, así como
logros y alegrías, que conlleva un acertado acompañamiento.
3. ¿Crees que en nuestras comunidades y parroquias, existen personas y grupos
preparados para realizar un adecuado acompañamiento?
4. En tu labor de acompañamiento ¿sabes equilibrar la cercanía y la distancia?
¿sabes estar cercano, teniendo una visión global de todas las dimensiones de
la persona, sin quemarte? ¿Sabes en tu limitación, regalar calidoscopios?
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Calidoscopio
Existía un hombre que a causa de una guerra en la que había peleado de
joven, había perdido la vista. Este hombre, para poder subsistir y continuar con
su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacarse como un estupendo artesano. Sin embargo, su trabajo no le
permitía más que asegurarse el mínimo sustento, por lo que la pobreza era una
constante en su vida y en la de su familia.
Cierta Navidad quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, quien nunca
había conocido más juguetes que los trastos del taller de su padre con los que
fantaseaba reinos y aventuras. Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con
sus propias manos un hermoso calidoscopio como alguno que él supo poseer en
su niñez. En secreto y por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos
que trituraba en decenas de partes, pedazos de espejos, vidrios, metales, maderitas, etc.
Al cabo de la cena de nochebuena pudo, finalmente imaginar a partir de la
voz del pequeño, la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo. El niño no
cabía en sí de la dicha y la emoción que aquella increíble navidad le había traído
de las manos rugosas de su padre ciego, bajo las formas de aquel maravilloso juguete que él jamás había conocido.... Durante los días y las noches siguientes el
niño fue a todo sitio portando el preciado regalo, y con él regresó a sus clases en
la escuela del pueblo. En los tiempos de recreo entre clase y clase, el niño exhibió
y compartió henchido de orgullo su juguete con sus compañeros que se mostraban igual de fascinados con aquella maravilla y que pujaban por poner su ojos
en aquel lente y dirigirlo al sol... Uno de aquellos pequeños, tal vez el mayor del
grupo, finalmente se acercó al hijo del artesano y le preguntó con la ambiciosa
intriga que solo un niño puede expresar:
- “Oye, que maravilloso calidoscopio te han regalado... ¿dónde te lo compraron?,
no he visto jamás nada igual en el pueblo...”
Y el niño, orgulloso de poder revelar aquella verdad emocionante desde su
pequeño corazón, le contestó:
- “¡No!, no me lo compraron en ningún sitio... me lo hizo mi papá”.
A lo que el otro pequeño replicó con cierta sorna y tono incrédulo:
- “¿Tu padre?... imposible... ¡¡¡si tu padre está ciego..!!!”
Nuestro pequeño amigo se quedó mirando a su compañero, y al cabo de
una pausa de segundos, sonrió como solo un portador de verdades absolutas
puede hacerlo, y le contestó:
- “Si... mi papá esta ciego... pero de los ojos...SOLAMENTE DE LOS OJOS...”
El amor solo se puede ver con el corazón...
MORALEJA: alguien diría que "LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS"
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