Cartas persas

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CARTA CI
Nada acerca más a nuestros príncipes con la condición de
sus súbditos que ese inmenso poder que ejercen sobre ellos; nada
USBEK A***
los somete más a los reveses y caprichos de la fortuna.
Aquí siempre hablan de la constitución. El otro día entré en
una casa, donde vi primero a un hombre gordo de tez bermeja que
El hábito que tienen de hacer morir a todos los que les dis-
decía con voz fuerte: "Di mi mandamiento; no voy a responder a
gustan ante su menor gesto invierte la proporción que debe existir
todo lo que decís, pero leed esa pastoral y veréis que allí he resuel-
entre las faltas y las penas, que es como el alma de los estados y la
armonía de los imperios; esa proporción, que los príncipes cristia-
to todas vuestras dudas. Me he fatigado mucho para hacerlo, dijo
llevando su mano a la frente; necesité toda mi doctrina y tuve que
nos cuidan escrupulosamente, les da una ventaja infinita con res-
leer a autores latinos. —Ya lo creo, dijo un hombre que se encon-
pecto a nuestros sultanes.
traba allí; es una bella obra y voy a desafiar a ese jesuita que viene
Un persa que, por imprudencia o por desgracia, se atrajo la
frecuentemente a veros, a que haga una mejor. —Leedlo pues,
desgracia del príncipe sabe que morirá; la menor falta o el menor
continuó; aprenderéis sobre estos temas en un cuarto de hora más
capricho lo pone en esa situación. Pero si hubiera atentado contra
que si os hablara durante toda la jornada." Así evitaba entrar en
la vida de su soberano, si hubiera querido entregar sus plazas a los
conversación y comprometer su suficiencia. Mas, cuando se vio
enemigos, también le significaría perder la vida; no corre más
apremiado, tuvo que salir de esos pueblo y el príncipe; el equili-
riesgo por lo tanto en este último caso que en el primero.
brio es demasiado difícil de conservar; debe disminuir el poder de
Ante la menor desgracia, al ver la muerte cercana y sin
un lado para que aumente del otro, pero habitualmente la ventaja
hallar nada peor, actúa naturalmente perturbando el Estado y
va para el lado del príncipe que está a la cabeza de los ejércitos.
conspirando contra el soberano, el único recurso que le queda.
El poder de los reyes de Europa es por eso muy grande, y se
No sucede lo mismo con los grandes de Europa, a quienes la
puede decir que poseen el que quieren, pero no lo ejercen en la
desgracia sólo despoja de la benevolencia y el favor. Se alejan de
misma extensión que nuestros sultanes; en primer lugar, porque no
la corte y se ocupan de disfrutar una vida tranquila y los beneficios
quieren vulnerar las costumbres y la religión de los pueblos; en
de su nacimiento. Como prácticamente se les condena a morir sólo
segundo lugar, porque no manifiestan interés en llevarlo tan lejos.
ante el crimen de lesa majestad, temen caer en él al considerar lo
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que tienen por perder y lo poco que tienen por ganar; por esa razón
CARTA CIII
existen pocas sublevaciones y pocos príncipes que perecen de una
USBEK AL MISMO
muerte violenta.
Para retomar la idea de mi última carta, esto es lo que me
Si, en esa autoridad ilimitada que tienen nuestros príncipes,
decía el otro día un europeo bastante inteligente: "El peor partido
ellos no tomaran tantas precauciones para poner su vida a salvo,
que los gobernantes de Asia pueden tomar es el de ocultarse como
no vivirían un día, y si no tuviesen a sueldo a una cantidad inmen-
lo hacen. Quieren volverse más respetables, pero hacen respetar la
sa de tropas, para tiranizar al resto de sus súbditos, su poder no
realeza, y no al rey, y vinculan el espíritu de sus súbditos con un
duraría un mes.
cierto trono, y no con una cierta persona.
Hace sólo cuatro o cinco siglos que un rey de Francia tomó
"Ese poder invisible, que gobierna, es siempre el mismo para
guardias, contra la costumbre de ese momento, para defenderse de
el pueblo. Aunque diez reyes, de quienes conoce sólo el nombre,
los asesinos que un pequeño príncipe de Asia había enviado para
sean degollados uno después de otro, no interesa; es como si
matarlo; hasta entonces los reyes habían vivido tranquilos entre
hubieran gobernado sucesivamente varios espíritus.
sus súbditos, como padres entre sus hijos.
"Si el detestable parricida de nuestro gran rey Enrique IV
Los reyes de Francia no pueden, con su propio movimiento,
hubiera asestado ese golpe contra un rey de las Indias, dueño del
quitar la vida a uno de sus súbditos, como nuestros sultanes; por el
sello real y de un inmenso tesoro que parecía juntado para él, habr-
contrario siempre llevan con ellos la gracia para todos los crimina-
ía tomado tranquilamente las riendas del imperio sin que un solo
les; basta que un hombre sea tan feliz para ver el rostro augusto de
hombre hubiese pensado en reclamar a su rey, su familia y sus
su príncipe, para que deje de ser indigno de vivir. Esos monarcas
hijos.
son como el sol, que lleva a todas partes calor y vida.
"Nos sorprendemos de que casi nunca haya cambios en el
Desde París, el 8 de la luna deRebiab, 1717.
gobierno de los príncipes orientales, ¿cuál es la razón sino el temor y la tiranía?
"Sólo el príncipe o el pueblo pueden hacer los cambios; pero
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.allá los príncipes se cuidan de hacerlo; al poseer tanto dominio,
CARTA CIV
tienen todo lo que pueden tener, si cambian algo sólo sería en su
USBEKÁL MISMO
perjuicio.
No todos los pueblos de Europa se someten del mismo modo
"En cuanto a los súbditos, si uno toma alguna resolución, no
a sus príncipes: por ejemplo, el humor impaciente de los ingleses
podría ejecutarla sobre el Estado; tendría que equilibrar de repente
no deja casi tiempo a su rey para endurecer su autoridad. La sumi-
un poder temible y siempre único, le falta el tiempo como los me-
sión y la obediencia constituyen las virtudes en las que menos se
dios; pero tiene que ir a la fuente de ese poder, y no necesita más
obstinan. Al respecto afirman cosas muy extraordinarias. Según
que un brazo y un instante.
ellos, sólo un vínculo puede unir a los hombres: la gratitud; un
"El asesino sube al trono mientras el monarca baja, cae y
marido, una mujer, un padre y un hijo, están ligados entre sí sólo
muere a sus pies.
por el amor que sienten, o por el bienestar que se procuran; estos
diversos motivos de reconocimiento originan todos los reinos y
"Un descontento, en Europa, trata de sostener algún grupo
todas las sociedades.
de inteligencia secreto, de lanzarse hacia los enemigos, de ocupar
alguna plaza, de fomentar algunos rumores vanos entre los súbdi-
Mas si un príncipe, lejos de hacer vivir felices a sus súbdi-
tos. Un descontento, en Asia, va derecho al príncipe, sorprende,
tos, quiere abrumarlos y destruirlos, el fundamento de la obedien-
ataca, subvierte: borra hasta su idea; en un instante esclavo y amo,
cia desaparece; nada los vincula, nada los une a él; vuelven a su
en un instante usurpador y legítimo.
libertad natural. Ellos sostienen que todo poder sin límites no sería
"¡Desdichado el rey que no tiene sino una cabeza! Parece
legítimo, ya que jamás pudo tener un origen legítimo. No pode-
que reuniera en ella todo su poder, para indicar al primer ambicio-
mos, dicen, dar a otro más poder sobre nosotros que el que posee-
so el sitio donde lo hallará entero."
mos nosotros mismos, pues no tenemos sobre nosotros mismos un
poder sin límites; por ejemplo no podemos quitarnos la vida; por
Desde París, el 17 de la luna de Rebiab, 1717.
lo tanto nadie tiene, concluyen, semejante poder sobre la tierra.
El crimen de lesa majestad no es otra cosa, según ellos, que
el crimen que el más débil comete contra el más fuerte desobede3
ciéndole, cualquiera sea el modo en que le desobedezca. Por ello
el pueblo de Inglaterra, que se mostró el más fuerte contra uno de
sus reyes, declaró que era un crimen de lesa majestad que un
príncipe hiciera la guerra a sus súbditos. Tienen mucha razón
cuando dicen que el precepto de su Alcorán, que ordena someterse
a los poderes, no es muy difícil de seguir pues resulta imposible
no observarlo; tanto más cuanto no es el más virtuoso quien deba
someterse, sino el más fuerte.
Los ingleses cuentan que uno de sus reyes, después de vencer y tomar prisionero a un príncipe que le disputaba la corona,
quiso reprocharle su infidelidad y su perfidia: "Sólo hace un momento, dijo el infortunado príncipe, acaba de resolverse cuál de
nosotros dos es el traidor".
Un usurpador declara rebeldes a todos los que no oprimieron
a la patria como él; y, como cree que no hay ley donde no ve jueces, hace reverenciar como sentencias del cielo a los caprichos del
azar y la fortuna.
Desde París, el 20 de la luna de Rebiab, 1717.
Barón de Montesquieu, Cartas persas
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