Anónimo, Renart el Zorro

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PRESENTACION
La decisión de traducir el título de Ro~
man de Renart p9r Renart el zorro obedece
a las siguientes razones:
l. En francés, la palabra "roman", a
pesar de que en su sentido moderno signi~
fica novela, designa en un principio cual~
quier escrito en francés (lengua romance) ;
es decir, en oposición al latín, lengua culta,
en que se escribían los textos litúrgicos,
documentos, etc.
Traducirlo por "novela" hubiera resul~
tado inadecuado, ya que hay otros textos
escritos en romance que difícilmente entra~
rían en esa categoría. La palabra "roman~
ce" en español resultaba muy limitada: a
pesar de que existan las acepciones de "li~
bro de ,caballería" y "composición poética
escrita en romance", su utilización está
casi restringida a los poemas en que se afir~
man los valores de personajes y hechos his~
tóricos.
2. El nombre de Renart, en francés
moderno, remite inmediatamente a la pala~
7
bra "renatt, (zorro). Por una curiosa metonimia que nos da una idea de la importancia que debió tener el texto en su época,
el nombre de Renart originó su aplicación
al animal anteriormente llamado goupil, e
hizo surgir en su momento vocablos como
renardie (que podría significar astucia,
traducido aquí como zorrería) , y posteriormente, voces como renarde (hembra del
zorro) , renardeau ( zorrito) , renarder ( actuar con astucia) y renardH:~re (guarida del
zorro). Se prefirió pues, conservar en el título el nombre del personaje y su representación animal, que en francés cubre una sola
palabra con diferente grafía.
Salvo en el caso de Renart, todos los
nombres se castellanizaron. Respecto a
Grimbert, Tibert, Brun, etc., se trató de
buscar nombres ya existentes o bien de encontrar equivalentes que estuvieran dentro
de las posibilidades fonéticas de la lengua:
Grimberto, Tiberio, Bruno, etc. Algunos
nombres en el original eran compuestos y
correspondían a acciones o conceptos. T ambién se trató de traducir los que pudieran
tener correspondencias casi exactas ( Percehai - Picaseto), (Pinte, Pinta, Noble,
ídem.), o los que pudieran tener equivalentes ( Beaucent, Huelebién).
Aunque la obra original fue escrita en
verso, escogimos la prosa para evitar los
ripios que frecuentemente son típicos de las
traducciones de este género. Sin embargo,
se conserva el tono original, el ritmo de las
acciones, etc. Se dejaron, pues, muchas repeticiones que caracterizan a la obra, así
como algunas situaciones que, desde un
8
punto de vista estructural. podrían conside~
rarse desplazadas o fuera de lugar. Así~
mismo, en el episodio de Renart tintorero
y Renart juglar, el protagonista habla fran~
cés como un extranjero que desconoce la
lengua: confunde palabras, las deforma, les
cambia su sentido. Hemos intentado ape~
gamos a las peculiaridades de este tipo de
habla.
Por supuesto, en toda traducción cabe la
subjetividad y ésta no pretende ser la ex~
cepción. Nuestra intención principal es la
difusión de uno de los textos más cautivan~
tes de la literatura francesa de la Edad
Media.
El con junto de las historias dz Renart
era considerado como un todo, conocido co~
mo Roman de Renart. Estaba formado por
relatos diversos basados en la convención
implícita de una relativa confusión entre el
hombre y el animal; de repente vemos a és~
te convertido en ágil caballero. Aunque se
trata concretamente de un mundo animal,
aparecen de vez en cuando hombres, sobre
todo villanos, artesanos o curas.
Cada relato o conjunto de relatos es de~
signado como "rama" ( branche). En fran~
cés antiguo se encuentran 27 de dichas ra~
mas divididas. en dos ciclos. Las diferentes
numeraciones que existen, se hicieron pos~
teriormente a los relatos, cuando se trató
de agruparlos. Por lo tanto, es muy difícil
establecer un orden lógico de los aconteci~
mientas y luego determinar con precisión
la fecha de los diferentes relatos. Sólo se
9
sabe que las primeras ramas fueron escri~
tas alrededor de 1175 y son las que poste~
riormente se conocen como la li y la V.
Ante la incongruencia lógica de ciertos
acontecimientos se puede afirmar que los
ciclos se formaron con historias encétdena~
das gratuitamente, unas muy cortas, otras
más largas, algunas independientes quepo~
dían añadírse o no con toda facilidad.
El primer ciclo (ramas de la 1 a la XVII)
aparece en ese gran siglo que fue el XII y
se desarrolla en las primeras décadas del
XIII, constituyendo los episodios más co~
nacidos de Renart. El 29 ciclo empieza a
escribirse a principios del XIII y se desa~
rrolla durante casi medio siglo y esporádi~
camente aparecen otros relatos tardíos en
el XIV (no incluidos en los ciclos). Los
últimos relatos se vuelven cada vez más re~
petitivos, salvo algunos en que aparecen
nuevas situaciones.
El primer escrito no es anónimo: su autor
es Pierre de Saint Cloud. En principio en~
contramos en su texto que el tratamiento
que sigue es el tradicional de la fábula
campesina, pero termina con el relato de la
violación de la loba por el zorro Renart.
Empieza en él a hacerse la parodia del
amor cortés.
Antes de aparecer la rama anónima co~
nacida como rama 1 que aquí presentamos,
aparecen otras en las que se nos cuentan
aventuras diversas a veces poco coheren~
tes, muchas muy conocidas como aquélla en
que Renart se encuentra en el pozo y hace
creer al lobo que está en el paraíso.
La rama traducida aquí es una de la:;
10
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que tuvieron mayor difusión, tal vez debido a que en ella se trató de empezar a
organizar los diferentes elementos de las
aventuras y a uniformar el tono. El autor
anónimo reclama a Pierre de Saint Cloud,
(Pierrot) , por haber omitido lo que sigue
a la violación de la loba que él considera
ta parte más interesante de la historia: es
decir, el juicio de Renart y las aventuras
que siguen.
Muchas de las anécdotas de Renart se
conocen en diversos folklores; sin embarg.o, en franéés se dan situaciones nuevas;
entre ellas varias aventuras de carácter paródicamente épico, como cuando Noble el
león, emperador de todos los animales, decide partir a la cruzada y deja al zorro Renart como regente; éste usurpa el trono y
se casa con la leona. Cuando el rey regresa
v.olvemos a encontrar una historia que se
repite en varias ramas: el sitio al castillo del
zorro.
Al finalizar el 1er ciclo, es decir en .la
rama XVII, encontramos la novedad de
que todo sucede al revés de lo previsto. Renart pierde al ajedrez con el lobo, quien
lo clava en la pared; el zorro muere y hay
un duelo general; entonces Bernardo el
asno hace su oración fúnebre presentándolo como ejemplo de virtud. Así, Renart se
vuelve mártir, apóstol, está en el paraíso,
pero de repente resucita e inmediatamente
tiene un duelo con el gallo Cantaclaro que
a su vez lo vence. Viene la segunda muerte del zorro, y el cuervo se ensaña con su
cadáver, mutilándolo. El tejón, primo de
Renart, clama justicia; pronto se anuncia
11
que Renart va a desaparecer completamente del mundo y entonces el león se aflije
por haber perdido al más noble de sus barones. Aquí todo es absurdo y el tono
abiertamente irónico, pero eso permite seguir a Renart (falsamente muerto) hasta
su triunfo.
En otra rama, va a Toledo a estudiar
magia y se asocia con todos los animales
diabólicos para vengarse.
Ahora bien, en la rama XXIV se nos
cuenta la infancia de Renart y la historia1
se remonta hasta Adán y Eva, ésta última
creadora de Jos animales nefastos; con ello
Renart tendrá su filiación infernal.
En las ramas posteriores se advierte un
intento moralizante y el tono se vuelve cada
vez más pesimista. En otras aventuras, no
agrupadas en los ciclos, como Renart el
Nuevo vemos que el zorro es coronado por
la asamblea de los vicios y la fortuna, deteniendo su marcha, lo pone en el pináculo de la gloria pretendiendo fijar su imagen
por siempre. En La Coronación de Renart,
éste aconseja al papa hacer de la "zorrería" una ley universal.
Al principio del XIV aparece otra historia que se llama Renart el Contrahecho
cuyo autor afirma ser un tendero de T roy es que se disfraza de Renart para poder
así descubrir el fondo de su pensamiento y
la esencia de las cosas; tantos horrores ve,
que hace que el mismo zorro se sienta asqueado por las costumbres del siglo y termine por tomar el camino del bien.
U no de los problemas que se han planteado los estudiosos es el falso problema
12
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de los or~genes. Algunos afirman que estas
.historias son de creación popular. Otros
que son de origen oriental. ya que se e-ncuentran en las tradiciones árabes. Los partidarios de la teoría popular aducen como
prueba el hecho de que las anécdotas más
conocidas (p. ej. el lobo que pesca con su
cola en el hielo, o el zorro y el lobo en el
pozo, etc.) aparecen en diversos folklores. ·
Por otra parte, en la literatura de los siglos XI-XII se encuentran textos en latín
donde ya aparecen las figuras del zorro
Renardus y el lobo Y sengrimus. Pero anteriormente, también en textos latinos, ya
se había presentado la parodia de un mun·do animal, como por ejemplo: en el IX un
elogio burlesco por la muerte de un borrego. En el X surge un relato en que el zorro
aconseja al león enfermo vestirse con la
piel del lobo; en el XI hay unas historias
del lobo monje.
Así, lo anterior ofrece una materia semielaborada, antes de los textos en lengua
romance.
Es indudable que hay diversas fuentes
tant.o folklóricas como literarias, pero puede
afirmarse que las· historias de Renart en
francés son obras individuales que no ema- nan directamente de una creación colectiva y popular.
En el texto que aquí presentamos, junto a situaciones tradicionales aparece el
motivo de la guerra feudal. Sería interesante al resp~cto estudiar más a fondó el papel
13
que desempeña el rey llamando continua~
mente a la paz frente a la lucha constante
de sus barones.
El barón Renart (que en cierta medida
nos recuerda a Reinaldos de Montalbán,
popular héroe de Los cuatro hijos Aymon)
se presenta desde el principio como un cri~
minal astuto que se enfrenta permanente~
mente al lobo representante de la fuerza
bruta.
Algunas tendencias sociologizantes pre~
tenden ver en el zorro al barón astuto y
hambriento que continuamente tiene que es~
tar haciendo trampas para poder subsistir.
Otros encontrarían una sátira a la sociedad
en la que un barón necesitado y sin escrú~
pulos, será la piedra de toque para cari~
caturizar ·a todos sus miembros.
Más que en otros textos medievales, en
esta historia vemos reflejada la vida coti~
diana, y se nos ofrece una imagen de la so~
ciedad de la época, el contexto familiar, las
comidas y fiestas, los métodos curativos, la
ternura con que los hijos acogen a los pa~
dres, etc. Por otra parte, en la obra apare~
cen reflejadas todas las clases sociales, to~
dos los pequeños acontecimientos de la vida
cotidiana, pero presentados siempre en un
tono burlesco, ya que parecería que la úni~
ca intención es hacer reír a cualquier pre~
cio, utilizando cualquier medio, como alu~
siones cultas. En este texto, encontramos
la burla de lo cortés y de lo épico, se utili~
zan proverbios o comentarios del narra~
dor, en un presente verbal que hace· más
vivo el relato; hay una gran fantasía y una
perfecta dosificación en los rasgos huma~
14
nos de estos animales lo que. permite· ha~
cer una buena pintura de caracteres.
Y entre todos los personajes sobresale
e:l héroe inmortal, Renart, cuya historia es
susceptible de infinitos desarrollos, pero a
la que no se le puede dar (excepto artifi~.
cialmente). un desenlace definitivo. dado
el dinamismo propio de la aventura renar~
desea; y es que Renart al mismo tiempo es
un individuo, un animal y el tipo ejemplar
de una categoría social. Siempre resulta
antiguo y moderno. A pesar de que sus ca~
racterísticas primordiales no sufren altera~
ciones, sí puede transformarse; así lo ve~
mas como peregrino, tintorero, juglar. etc.
Mientras los otros personajes permanecen
más fijos. él contrasta por su habilidad e
inteligencia; está contra todo conformismo.
aunque pudiera ser considerado violento e
inmoral: violaciones, crímenes, usurpado~
nes. disfraces. etc., son sus acciones coti~
dianas.
Sin embargo, esta obra a la vez realista
y popular (en cuanto a su alcance) no po~
ne en tela de juicio las instituciones de su
época, Renart resulta un héroe aristocráti~
co que la muchedumbre admira.
Es más probable que en lugar de una
crítica social consciente al orden reinante,
las historias de Renart y sobre todo nues~
tra rama sean más bien una burla de la es~
tupidez y mojigatería generalizadas; de allí
que la característica dominante de este tex~
to sea su comicidad.
Angelina Martín del Campo
Luis Zapata
15
l.
EL JUICIO DE RENART
Pierrot, quien puso en práctica todo su
ingenio y su arte, compuso un poema en
verso sobre Renart e lsengrino, su querido compadre, dejando de lado lo mejor
de su asunto; pues olvidó el proceso y el
juicio que tuvieron lugar en la corte de
Noble el león, por la gran fornicación que
Renart ( incubador de maldades) tuvo con
la señora Hersenda, la loba.
Esto dice la historia en sus primeros versos. El invierno había pasado, la rosa se
abría, el espino flore~ía y la Ascensión se
acercaba. Mi señor Noble, el león, hizo
venir a todos sus animales a su palacio
para convocar a cortes. Todos llegaron
rápidamente, sin excusa ni pretexto, salvo
Renart, el bellaco, el pillo, a ·quien todos
acusan. Lo desprecian a su antojo ante el
rey, por su soberbia y sus desórdenes. Isengrino, que no lo quiere, se queja de él ante
los otros y dice al rey:
-Dulce y bello señor, tengo derecho a
pedir que hagas justicia por la violencia
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con que Renart trató a mi esposa, doña
Hersenda, cuando la encerró en su fortaleza de Malpaso, cuando la quiso forzar y
orinó a mis lobeznos. Eso es lo que tnás
me duele. Renart dijo que vendría a jurar
que no era cierto; pero, cuando trajeron las '
saptas reliquias (no sé quién lo aconsejó).
huyó a toda carrera y fue a agazaparse en
su guarida.
El rey le dice en presencia de todos:
-Isengrino, renuncia a tu acusación: no
tienes nada que ganar recordando tu ver.güenza. Cornudos son ·hasta los reyes y los
condes en estos tiempos. También los que
tienen grandes cortes padecen por lo mismo. Nunca por tan poca cosa nadie expresó tanta rabia y .tanto duelo. Cuentan más
los hechos que las palabras.
Bruno, el oso, dice:
-Dulce y bello señor, hay mucho más
que decir; lsengrino no está muerto. ni pre.so para no poder vengarse por si mismo
de Renart. Isengrino es tan fuerte que, si
le diera alcance, haciendo caso omiso de la
tregua que acaba de ser jurada, podría opo:nérsele. Pero tú eres el príncipe de esta
tierra: a ti te toca impon~r la paz en es;..;
ta guerra; ¡imponla a tus barones! A quien
odias odiaremos, y estaremos de tu lado.
¿lsengrino se queja de Renart? Haz ·sesionar a la corte; no se me ocurre nada mejor.
Si alguno de los dos debe algo al otro, que
repare el daño. Envía a buscar a Renart a
Malpaso: si quieres que yo vaya, lo traeré
si lo encuentro; le enseñaré a ser cortés.
-Señor Bruno, respondió Ruidoso el toro, malhaya quien eso aconseje al rey (y
18
'~·'
no lo digo por ti) . Que se contente con una
multa por el desorden, la vergüenza y el
ultraje que Renart hizo sufrir a su comadre. Renart ha dado tantas molestias y jodido a tantas bestias que ya nadie debe
ayudarlo. ¿Cómo puede quejarse lsengri~
no de hechos tan evidentes, tan conocidos
y al descubierto? Por mi parte, digan lo
que digan, sé bien que si el que jode a todo
el mundo hubiera tomado a mi mujer por la
fuerza, no habría Malpaso que lo protegiera ni fortaleza que lo abrigara: lo ha..
bría desollado y después lo habría arrojado
al fango. Hersenda, ¿pues en qué estabas
pensando? Qué desgracia que Renart, ese
falso muchacho, te haya montado como si
fueras una silla.
-Señor Ruidoso, dice el tejón, si no re~
mediamos el mal, podrá volverse mayor;
pues cualquiera que lo cuente, lo esparza
y lo siembre, después no podrá conjurarlo.
Puesto que no hubo forcejeo, ni puerta ro~
ta ni tregua violada y, Renart lo hizo por
amor, ¿qué caso tienen la ira y el clamor?
Renart la ama desde hace tiempo, y ella
nunca se habría quejado si de ella dependiera. Pero, lo juro, lsenqrino lo ha toma~
do demasia.do en serio. Ante el rey y sus
barones, el ultraje será reparado: si la olla
está desportillada, y por Renart deteriorada en lo más mínimo, estoy dispuesto a hacérsela reparar cuando él comparezca y se
haga el juicio. Es la mejor solución que
puedo dar, pues doña Hersenda ha sido
acusada. Ay, ¿,qué honor puede sacar tu
marido del proceso que ha hecho hoy ante
tantos animales? Ciertamente, deberían ma-
19
tarte · si sigues queriéndolo cuando te lla~
ma "querida hermana": no te quiere ni te
respeta.
.
Hersenda se sonroja, pues tiene ver~
güenza, y todo su pelo se eriza; suspirando
responde:
-Señor Grimberto, no puedo más: pre~
feriría que la paz reinara entre mi señor y
Renart. Lo juro: nunca me poseyó. Renart
de ninguna manera ni en modo alguno;
estoy dispuesta a someterme a la prueba
del agua hirviente. o del hierro candente.
Pero de nada sirve que me justifique, des~
graciada, infortunada. de mí, pues nunca
me creerían. Pero, por los santos que vene~
ramos, y por Dios Nuestro Señor, a quien
le pido socorro, jamás Renart hizo conmi~
go lo que no hubiera podido hacer con su
madre. No digo eso por maese Renart, o
por apoyar su causa; cualquiera que sea su
suerte, cualesquiera que sean sus amigos
o sus enemigos, me preocupa tan poco co~ ·.
mo a ti el cardo que saborean los burros.
Lo digo por Isengrino: me· cela tanto que
todos los días piensa que le voy a poner los
cuernos. Por la fe que debo a Picón mi
hijo, el día primero de abril de hace diez
años Isengrino me tomó por mujer. Era
Pascua, como él lo ha señalado. Hubo tan~
tos invitados a mi boda que nuestros fosos
y guaridas se llenaron de animales; tanto
en verdad que hubiera sido difícil encon~
trar un lugar vacío para hacer incubar a
una oca. Fue entonces cuando me conver~
tí en su leal esposa. El no me tenía enton~
ces por mentirosa, ni por bestia alocada.
Déjenme continuar. Que me crea el que
20
quiera y que el que quiera lo oiga: por la
fe que debo a la Santa María, no hice con
mi cuerpo ninguna putería, ni daño ni ma~
los asuntos, ni nada que una monja no pu~
diera hacer.
Cuando Hersenda termina de justificar~
se y se calla, Bernardo el burro, que ha es~
cuchado, se regocija en el fondo de su co~
razón, pues inmediatamente se convence
de que Isengrino no es cornudo.
-¡Ah! Exclama, noble dama, ¡si por lo
menos mi burra y los perros y los lobos y
todos los animales y todas las mujeres fue~
rantan fieles como tú, doña Hersenda! Tan
cierto como que a Dios le pido absolverme
o ayudarme a encontrar cardos tiernos pa~
ra mi pastura, nunca te preocupó Renart,
ni el placer que pudiera darte, ni su amor:
no cabe duda. Pero el siglo es tan perverso,
tan malediciente, que da testimonio de lo
que no ve y censura lo que debería alabar.
Ah, Renart, alocado ¡maldita sea la hora
en que naciste, en que· fuiste engendrado y
concebido, pues ya nadie te creerá! Y a ha~
bía corrido la noticia de que te habías co~
gido a Hersenda, y ahora quiere someterse
a una prueba, aunque él no lo requiera.
Ah, ¡gentil y bondadoso señor! Pon pues
la paz en este asunto y ten piedad de Re~
nart. Déjame traerlo y déjalo venir a la
corte con un salvoconducto. Respecto a las
acusaciones de Isengrino, él acatará la de~
cisión de la corte; y si por indolencia se ha
retrasado y ha pospuesto su comparecen~
cia ante la corte, reparará el daño antes
de ref¡Tesar a su casa.
-Señor, responde el consejo, que nun~
22
ca te proteja san Gil si vuelves a convocar
a Renart hoy o mañana; tiene que presen~
tarse. Si no viene pasado mañana, si se
obstina, hazlo traer por la fuerza, y cas~
tígalo de tal manera que nunca lo olvide.
Noble dice:
-Obran mal al ensañarse con Renart
como si fuera hueso para roer. Ustedes só~
lo ven la paja en el ojo ajeno. No odio tan~
to a Renart, sean cuales sean sus críme~
nes, como para quererlo aún vejar si él
me pidiera clemencia. lsengrino, ya que no
quieres renunciar a tu persecución, acepta
la prueba que tu mujer te propone.
-¡Calla, señor! pues si Hersenda sufre
la prueba y es quemada o encadenada,
quien hoy no sepa de mi infortunio lp co~
nocerá, quien me detesta se alegrará; to~
dos dirán: "¡vean al cornudo! ¡vean al
celoso!" Prefiero en ese caso sufrir la ver~
güenza que me ha hecho pasar, hasta que
pueda vengarme. Pero, antes de la vendí~
mia, me propongo dar a Renart una guerra
tan dura que no lo protegerán ni llave ni
cerradura, ni fortificaciones ni fosos.
-Pues bien, dice Noble, ¡al diablo! Pe~
ro, dime, señor lsengrino, iterminará ya
tu guerra? Pienso que no Hanas nada al
amenazar así a Renart. Por la fe que debo
a san Leonardo, conozco bien las artima~
ñas de Renart; él puede causarte más tor~
mento, vergüenza y deshonor que tú a él.
Además, se ha jurado la paz; la región está
tranquila, y el que la infrinja, si se le pes~
ca. será castigado.
Cuando lsengrino escucha que el rey to~
ma disposiciones para asegurar la paz. su~
23
fre y no sabe qué hacer, no sabe qué partido
tomar. Se sienta en la tierra, entre dos es...
cabeles, con la cola entre las piernas. Renart
tendría suerte si Dios quisiera ayudarlo.
El rey ha decidido que, a pesar de todo, la
guerra entre Renart e Isengrino llegue a
su fin, pero Cantaclaro y Pinta llegan a la
corte para quejarse de Renart ante el rey.
Ahora el fuego será difícil de apagaJ;. Don
Cantaclaro. el gallo. y Pinta. que pone
grandes huevos, y Rosita. Negra y Clara
jalan una carreta cubierta por una corti...
na: adentro yace una gallina que portan
en una litera parecida a un ataúd. Renart la
ha maltratado, la ha desfigurado a dente...
Bodas: le ha fracturado un muslo y le ha
nl'l'nncndo el ala derecha. El rey ha juzga...
dn hnMtnnte, y está cansado de oír quejar.
1,ll•nun In M fJUIJinas y Cantaclaro dando
pt1huudm~ y vocifel'ando. Pinta habla pri ...
UWl'O:
~ Pm· Dios, nobles animales. perros y
loboM, tantos como son, aconsejen a la po...
bre desdichada de mí. Maldigo la hora en
que nací. ¡Muerte. apresúrate y llévame.
pues Renart no me deja vivir! Mi padre me
había dado cinco hermanos: Renart. el in,..
moral. se-los comió a todos; ¡qué irrepara,..
ble pérdida y qué terrible dolor! Mi madre
me había dado cinco hermanas. gallinas
vírgenes y jóvenes; eran hermosas. Gom...
berto del Fresno las cuidaba y nutría para
que pusieran; fue en vano que las engor,..
dara. pues Renart sólo dejó viva a una: to...
das las demás pasaron por su hocico. Y tú.
que yaces en esta camilla. dulce hermana.
querida amiga. cómo eras tierna y grasosi,..
24
ta. ¿Qué hará tu hermana, tan desgraciada,
que ya no podrá volver a mirarte? ¡Renart,
que las malas llamas del infierno te devo~
ren! Cuántas veces nos has maltratado,
cazado y desgarrado nuestros pellejos;
cuántas veces nos has perseguido hasta
nuestro gallinero. Ayer, en la mañana, an~
te la puerta arrojaste los despojos de nues~
tra hermana muerta; después huiste por un
valle. Gomberto no tenía caballo tan rápido
que pudiera atraparte, ni te podía alcanzar
a pie. Vine a quejarme de ti, y no encuentro
a nadie que me ofrezca reparación, pues
no temes las amenazas, ni la cólera ni las
advertencias de nadie.
La desgraciada Pinta, en ese momento,
cae desmayada sobre las losas, junto con
todas sus compañeras. Para socorrer a las
cuatro damas, per~os, lobos y otros anima~
les se levantan de sus escabeles; vierten
agua sobre sus cabezas.
Cuando vuelven de su desmayo (es lo
que encontramos escrito) , ven al rey sen~
tado en su trono y se abalanzan a sus pies.
Cantaclaro, por su parte, se pone de hino~
jos y le baña de lágrimas los pies. Cuando
el rey ha visto a Cantaclaro, se apiada del
jovencito. Suspira desde el fondo de su al~
ma, y no se contendría por nada del mun~
do. De despecho, levanta la cabeza; no
hay animal, por bravo que sea, como el
oso o el jabalí, que no tenga miedo cuan~
do su señor se estremece y grita. Cobar~
dón, la liebre, se asusta tanto que por dos
días tiene fiebres.
Toda la corte se estremece. ·El más bra~
vo tiembla de miedo. De furia, Noble le~
25
vanta la cabeza y se golpea el pecho con
tanta desesperación que retumba toda la
casa.
Enseguida, el emperador habla así:
-Doña Pinta, por la fe que debo al alma de mi padre, por cuyo descanso hoy no
he dado limosna, me compadezco sinceramente de tu desgracia, y me gustaría poder
repararla. Haré traer a Renart, y podrás
ver con tus propios ojos y oír con tus propias orejas cómo se tomará venganza; pues
quiero hacer justicia por el homicidio y el
desorden causado.
Cuando Isengrino ha escuchado al rey,
se levanta enseguida:
-Señor, dice, qué gran hazaña sería, y
por todos serías loado, si pudieras vengar
a Pinta y a su hermana, la señora Copea,
a quien los dientes de Renart han puesto
en este estado. No lo digo por odio, sino
por la pobrecita que mató. No me mueve
el resentimiento.
El emperador dice:
-Mi buen amigo, Renart ha dado un
gran dolor a mi corazón, aunque no es la
primera vez. Ante ustedes y ante los demás pongo la queja solemne (tal es mi voluntad) por el ultraje, la soberbia y la vergüenza que me ha hecho pasar, y por la
paz que ha roto. Pero ahora, hablemos de
otra cosa: señor Bruno, torna esta estola y
encomienda a Dios el alma de este cuerpo.
Y tú, señor Ruidoso el toro, haz una sepultura en ese barbecho.
-Señor. dice Bruno, que se haga según
tu voluntad.
Va a tornar la estola y todo lo que nece26
sita. A la orden de Bruno, el rey y todo el
consejo inician inmediatamente el oficio de
difuntos. El señor Tardío, el baboso, hace
solo las tres lecturas. Roonel canta los ver~
sículos junto con Brichemer, el ciervo.
Cuando el oficio ha terminado y llega la
hora de maitines, llevan a enterrar el cuer~
po; pero antes, hacen sellar el rico ataúd
de plomo (nunca más bello vio ningún
hombre). Después, lo sepultan bajo un ár~
bol. Cubren la tumba con mármol, donde
inscriben el nombre de la dama y la histo~
ria de su vida, encomendando su alma. Fi~
nalmente escriben este epitafio (no sé si
con cincel o con la mano ) :
"Bajo este árbol, en este barbecho, yace
Copea, hermana de Pinta. Renart, que es
más malo cada día, le causó con los dien~
tes un gran martirio".
Quien hubiera visto llorar a Pinta, maldiciendo a Renart, y a Cantaclaro estirar
sus patas, hubiera tenido gran piedad de
ellos.
Una vez pasado el duelo, los barones
dicen:
-Emperador, vénganos de este bandi~
do, que nos ha burlado tantas veces y ha
violado tantas veces la paz.
-Con HUSto, dice el emperador. Bruno,
dulce y bello hermano, no tendrás nada que
temer; haz saber a Renart de mi parte
que lo he esperado tres días enteros.
-Señor, dice, con placer obedezco.
Se va pues al paso de su caballo y se en~
camina por un campo cultivado. Nose de~
tiene ni reposa. Entonces, al irse Bruno, se
produce en la corte un acontecimiento que
27
agrava el caso de Renart. ¡Copea ha empezado a hacer milagros! Mi señor Cobardón, la liebre, de quien se habían apodera~
do las fiebres por el espanto; se liberó de
ellas, gracias a Dios. en la tumba de la señora Copea. Después de enterrarla. se ha~
bía rehusado a dejar ese lugar y había dor~
mido sobre la mártir. Y, cuando Isengrino
oyó decir que Copea era una verdadera
mártir. comentó que le dolía la or~ja. Roo~
nel lo aconsejó: lo hizo yacer sobre la tumba y se curó inmediatamente. cuando menos
así lo dijo. Pues si no hubiera sido creíble y se pusiera en duda, y si Roonel no
hubiera estado allí para dar testimonio del'
hecho, la corte habría tomado esta curación como una mentira.
Cuando la noticia llegó a la corte, a algunos les agradó, salvo a Grimberto, que
con Tiberio el gato, es el abogado de Re~
nart en la corte. Si Renart no es astuto, se
verá en serios aprietos. . . si lo atrapan.
Pues Bruno, el oso, ya ha llegado a Malpaso (situado en pleno bosque) sin haber~
se desviado del sendero que había tomado.
Pero es muy gordo para poder entrar, y
debe quedarse afuera, ante la barbacana.
Renart se había retirado al fondo de su
guarida a hacer la siesta: ya ha llenado la
panza con una gallina bien cebada, y ha
desayunado en la mañana dos carnosos
· muslos de pollito. Entonces reposa y está
a gusto. Pero Bruno ya ha llegado a la
valla.
- Renart, dice, contéstame. Soy yo,
Bruno, mensajero del rey. Sal a la landa
como el rey te lo manda.
28
1'
Renart sabe bien que es el oso: lo ha
reconÓcido por su figura. Comienza, pues,
a meditar una maniobra.
·
-Bruno, dice Renart, dulce y bello amigo, te han hecho venir de· balde. Y a me
preparaba a partir, pero quiero comer antes un maravilloso manjar francés. Señor
Bruno, aunque lo ignores, en la corte se dice al rico personaje que allí llega: "señor,
lávese las manos'', y se considera afortu, nado quien le recoge las mangas. Primeramente le ofrecen buey al agraz; después siguen otros manjares, cuando el señor los
pide. Pero el hombre pobre, que nada tiene, hecho de la mierda del diablo, no puede
sentarse ni junto al fuego ni en la mesa:
tiene que comer sobre sus propias rodillas.
Los perros lo rodean y le arrancan el pan
de las manos. Beber dos veces ni de chiste.
Los muchachos, más secos que el carbón al
rojo vivo, le lanzan huesos. Cada quien
tiene su pan en el puño, pues todos están
hechos con el mismo mole, senecales y cocineros. Y, mientras poco tienen los señores, la mesa de sus ladrones es abundante.
¡Ah, si todos pudieran ser quemados y dispersadas sus cenizas al viento! Guardan la.
carne y el pan para sus putas. Es por eso
que. como digo, bello señor, me preparé al
mediodía una comida con tocino, chicharos, y he comido siete porciones de miel
fresca, sacada de buenos panales.
-¡Nomini Dame, Cristum file! dice el
oso. Por san Gil. Renart, ¡tienes miel a
montones? Es, entre todas las cosas, la favorita de mi cansado vientre. Dámela, bello señor, por el amor de Dios, ¡mea culpa!
30
l
1
Renart gesticula y ríe de lo que hace
a Bruno, pero el pobre no sospecha nada
y Renart lo engaña.
-Bruno, dice, si estuviera seguro de encontrar en ti un confidente leal. un aliado
y amigo, por la fe que debo a mi hijo Rovelo, te llenaría el vientre de esta buena
miel. fresca y nueva. pues cerca de aquí,
al entrar al bosque de Lanfroi el guardia forestal. . . Pero, ¿de qué sirve? Es inútil.
pues si me aliara a ti y me preocupara por
complacerte, pronto me harías una mala
jugada.
-¿Qué dices, señor Renart? ¿Dudarías
de mí?
- j Sí! Porque sé que eres capaz de traición, de felonía.
· - Renart, es diabólico lo que me dices.
-No, quédate tranquilo. No tengo nada
contra ti.
-Y tienes razón, pues, por el homenaje que debo a Noble el león, no pienso ser
traidor ni tramposo contigo.
.
-Sólo pido esa seguridad y me someto
a tu bondad.
Bruno se la otorga, y allí van en camino.
Sin detenerse, llegan a donde Lanfroi el
~uardia forestal y allí paran los corceles.
Lanfroi, que vendía leña. ha empezado a
hender un encino, en el que ya había clavado dos cuñas.
·
-Bruno, dice Renart, bello y dulce ami~ o, aquí adentro está lo que te prometí.
Después de comer iremos a beber. Has encontrado lo que querías.
Y Bruno el oso mete el hocico y las pa~
tas delanteras en el encino. Renart lo le-
31
vanta y lo empuja. Haciéndose a un lado
y le dice:
-Vamos, abre la boca: tu hocico casi la
toca. ¡Hijo de puta, abre el hocico!, lo insti~
ga y lo jode.
Por más esfuerzos que hace, no logra
sacar ni una gota; pues no había ni miel ni
nada. Mientras Bruno babea, Renart qui~
ta las cuñas. Después de quitarlas, la ca~
beza y el lomo de Bruno se quedan prisio~
neros en el encino. Allí está el desgraciado
en una triste situación. Y Renart, que nun~
ca será absuelto (pues nunca hizo ningún
bien ni dio limosna), se mantiene lejos y
lo provoca:
-Bruno, dice, ya sabía que ibas a poner
en práctica arte e ingenio para que yo no
comiera miel. Pero ya sé lo que haré. Si
otra vez tengo tratos contigo, serás un hi~
deputa si no me pagas esa miel. ¡Ay, te por~
tas muy mal conmigo! Si estuviera enfer~
mo y tuvieras que cuidarme, me darías
puras peras podridas.
Mientras habla así, el señor Lanfroi, el
guardabosques, llega y Renart se echa a
correr. Cuando el villano ve a Bruno col~
gando del encino que debe hender, corre
a la aldea gritando:
-Vamos, vamos; al oso, está en nues~
tras manos.
¡Ah, si hubieran visto entonces a los vi~
llanos salir, agitándose por el bosque como
hormigas! Uno lleva un hacha, otro un ga~
rrote, otro un azote, otro un palo con espi~
nas. Bruno teme por su pellejo. Cuando
oye todo el alboroto, se estremece y piensa
que más le vale perder el hocico que dejar~
32
se agarrar por Lanfroi. El que viene ade~
lante trae un hacha. Bruno trata de zafar~
se, jala y suelta, se rasga el cuero, rompe
sus venas, tan desesperadamente que se
rompe la cabeza. Ha· perdido mucha san~
gre y mucho pellejo de los pies y de la ca~
beza. Nunca se vio un animal tan feo: tie~
ne todo el hocico ensangrentado, y sobre
su cara no queda piel suficiente ni para
hacer una bolsa. Así se va el hijo de la osa.
Huye por los bosques acosado por los vi~
llanos: Bertoldo, el hijo del señor Guillano, y Harduino Matavillano, y Gomberto
y su hijo Galón, y Helino nariz de halcón,
y Otranto, conde de Inglaterra, que había
estrangulado a su mujer, Tigerio el pana~
clero, que se casó con la negra Cornelia, y
Emerio Rompehoz, y Rocelino el hijo de
Bancilio, y el hijo de Ogerio de la Plaza.
que lleva un hacha en la mano, y el señor
Huberto Gordillo, y el hijo de Guadaña
Galopante. El oso huye con gran angustia.
Ahora bien, el cura de su parroquia ( pa~
dre .de Martín de Orléans) que acaba de
recoger su heno, tiene un rastrillo en las
manos y lo golpea en los riñones hasta que
casi lo mata. El que hace peines y linternas alcanza a Bruno. Lo hiere mucho y lo
aporrea. Con un cuerno de buey que lleva
le ha torcido el espinazo. Hay tantos vi~
llanos que lo golpean con sus garrotes que
le cuesta mucho trabajo escapar.
¡Pobre de Renart si Bruno lo atrapa! Pero el zorro ha escuchado desde lejos sus
gritos de dolor, y por un atajo llega a Mal~
paso, su fortaleza, en donde no teme ni ar~
madas ni emboscadas. Cuando Bruno pasa
33
delante de él. Renart lo hace blanco de sus
burlas:
-Bruno, ¿te saciaste de la miel de Lan~
froi que comiste sin mí? Tu traición va a
perderte; no te va a servir de nada y te
vas a morir sin un cura. ¿De qué orden pretendes ser con esa capucha roja?
El oso sufre de tal manera que no puede
responder nada; sigue su huida al trote; si~
gue temiendo caer en manos de Lanfroi y
los otros villanos.
Tanto ha espoleado su caballo que an~
tes de mediodía llega a la cantera en don~
de el león tiene su corte.
Desmayado cae al suelo. La sangre le
cubre la cara, y ya no tiene orejas. La corte
lo mira, llena de estupor. El rey dice:
-Bruno, ¿quién te hizo eso? Te jalaron
tanto los pelos que casi no te dejan nada.
Bruno ha perdido tanta sangre que casi
no puede hablar:
-Rey, dice, así es como me puso Re~
nart, como puedes ver.
Con esas palabras va a caer a los pies
de Noble.
Ah, si hubieran visto gritar al león. ja~
lándose las crines, y jurar por el Corazón
y por la Muerte de Cristo.
-Bruno. dice el rey, Renart te ha ma~
tado. Lo único que puedo ofrecerte, por la
Muerte y por las Llagas de Cristo, es ven~
garte de tal manera que se sepa en toda
Francia. ¿Dónde estás. gato Tiberio? Ve
sin tardanza a buscar a Renart. Dile de mi
parte a ese pelirrojo hijo de puta que ven~
ga a la corte para que se haga justicia ante
mi pueblo. Y que deje en casa su oro, su
34:
plata y sus be11os discursos. Que traiga so~
lamente la cuerda para colgarlo.
Tiberio no osa rehusarse; si pudiera ha~
cerse disimulado, la ruta hacia Malpaso
se quedaría esperándolo. Pero, por la bue~
na o por la mala, "el sacerdote tiene que
dar misa".
Tiberio monta su silla como si fuera cam~
pesina, con las dos piernas del lado izquier~
do. Espolonea tanto su mula que, atrave~
sando un va11e, llega a la guarida de Renart.
Implora a Dios y a san Leonardo, patrón de
los presos, que lo cuiden de caer en las ma~
nos de su compañero Renart: pues lo consi~
dera como la peste, como una bestia sin nin~
guna fe: ni a Dios le sería fiel. Pero lo que
más le molesta es que, al11egar a la puerta,
ve al pájaro de san Martín entre el fresno y
el sabino. Grita fuertemente: "a la derecha,
a la derecha", pero el pájaro se va por la
izquierda. Tiberio se detiene un largo mo~
mento; ahora les diré de qué se trata: ese
presagio es lo que lo conmueve· y lo obse~
siona más. Su corazón le dice que sólo re~
cibirá vergüenzas, infortunio y deshonra.
Teme tanto a Renart, que no se atreve a
entrar a su casa. Le habla desde afuera,
¡pero de poco le sirve!
- Renart, dice, be11o y dulce amigo, di~
me ¿estás ahí?
Renart murmura entre dientes para que
no lo oiga:
-Tiberio, para tu desgracia y por tu mala ventura has venido a buscarme. Te atra~
paré si puedo ingeniármelas.
Después le responde en voz alta:
-¡Tiberio, welcome! Si acabaras de lle-
35
gar de Roma o de Santiago, serías tan bien~
venido como si fuera Pentecostés.
A Renart no le cuesta nada saludarlo
bien, y Tiberio contesta amablemente:
- Renart, no te ofusques por mi intru~
sión. Si estoy aquí. es en nombre del rey.
Sobre todo no vayas a creer que te odio.
El rey te amenaza y en la corte no tienes
ningún defensor, salvo tu primo; todos los
demás te odian.
Renart le responde:
-Tiberio, déjate de amenazas y de afi~
lar tus dientes en mí. Viviré tanto tiempo
como pueda. Voy a ir a la corte y escucha~
ré a los que quieran atacarme.
-Eso será prudente, bello señor. y te
lo alabo, pues te estimo. Pero también ten~
go tal hambre que se me dobla el espinazo.
¿No tienes por ahí algún gallo, gallina, o
cualquier cosa para encajarle el diente?
-Qué fino te.has vuelto, le contesta Re~
nart. Tú, que robabas gordos ratones y ra~
tas, ahora los desprecias.
-¡No, por el contrario!
-¡Sí!
-No me cansaría de comerlos.
-Bueno, te daré tantos como quieras,
cuando llegue la mañana, al levantarse el
sol. Si me sigues, iré adelante.
Renart sale de su guarida, y Tiberio lo
sigue sin sospechar ningún engaño. Llegan
a una aldea en la que no hay gallo ni ga~
llina que Renart no lleve a su cocina.
-Tiberio, ¡sabes lo que vamos a hacer?
dice Renart. Aquí vive un cura y yo sé lo
que le preocupa: tiene· trigo y avena en
abundancia, pero los ratones son una plaga
36
para él; -le han comido ya cerca de una me~
dida. Estaba yo por aquí hace poco, y pe~
netré en su casa: me llevé diez gallinas: las
cinco que me comí y las cinco que puse en
reserva. Por ahí es por donde se entra.
¡Pasa y harta tu vientre!
.El infame le mentía, pues el cura que
allí habitaba no tenía nada de avena; de
eso ya no se preocupaba. Pero todo el pue~
blo se compadecía de él, pues vivía con una
puta (la madre de Martín de Orléans) que
le había· robado todos sus bienes, de mane~
ra que ya no le quedaba ni buey ni vaca,
ni ningún otro animal, que yo sepa, salvo
dos gallinas y un gallo. Martinillo (que
luego tomó los hábitos y se hizo monje)
había tendido en el hoyo sus lazos para co~
ger a Renart el zorro. ¡Que Dios guarde al
. cura tal hijo, que ya aprende a poner
trampas!
,..,;.. Tiberio, ándale, dice Renart. · ¡Cara~
jo! ¡qué cobarde eres! Montaré guardia
aquí afuera.
Tiberio se introduce en el hoyo y se sien~
te muy estúpido cu.ando el lazo lo estran~
gula. Tiberio el gato jala, jala más, pero
el lazo le aprieta cada vez más el cuello. Ja~
la y vuelve a jalar, y mientras más jala,
más le aprieta el lazo. Trata de zafarse,
pero no puede: Martín, el pequeño clérigo,
le salta encima:
-Vamos, vamos, grita; papá, auxilio,
auxilio, ¡mamacita! Alumbren, el zorro está
·ert el hoyo. ¡Ya se amoló!
La madre de Martinillo se despierta; sal~
ta del lecho, alumbra la vela; en la mano
tiene una rueca. El cura, con su salchicha
38
en -la mano, tampoco ha tardado en salir de
la cama. Allí está pues Tiberio el gato sitiado, y recibe cien golpes antes de salir,de
la casa. Lo hiere el cura, lo hiere la bellaca.
Tiberio muestra los dientes (como nos dice
la historia) y agarra el cojón del cura con
sus filosos dientes y garras, y le 'arranca
la mitad de lo que cuelga. La mujer ve su
qran perdida, y el dolor se apodera de ella.
Tres veces se llama dess:¡raciada, y a la
cuarta se desmaya. Gracias al duelo de
Martinillo por su madre demayada, Tiberio el gato roe el lazo con los dientes y se
escapa. Ha pasado un mal rato, pero ha
terminado por vengarse del cura que lo ha
s:¡olpeado. Ay, con qué ganas se vengaría
de Renart. . . si lo tuviera a la mano; pero
este infame se ha ido, sin esperar más, en
cuanto vio a Tiberio atrapado. Cuando
Martincillo dijo: "levántense todos", se fue
a esconder a su guarida. El gato es quien
recibe el mal trato.
-Ah, Renart,, dice, que nunca tenga
Dios lugar en tu alma. Debería ser casti...
gado el que ha sido jodido tantas veces por
ese pelirrojo tramposo. Y ese cura, infame
cornudo, ¡que Dios lo llene de males y, le
dé poco pan! a él y a su sucia puta, que
acaban de atacarme así. Pero ya sólo le
queda un cojón; en lo sucesivo sólo podrá
tocar una campana de su parroquia. En
cuanto a Martinillo de Orléans, su hijo,
que no conozca nunca la prosperidad,, por
haberme golpeado hoy. ¡Que no muera antes de ser monje y termine en el cadalso
de los ladrones!
Camina profiriendo sus quejas, y termi.:..
39
na por llegar al valle, en donde tiene su se~
de la corte del rey. Cuando lo ve, se des~
ploma a sus pies, y le cuenta su increíble
aventura.
-Dios, dice el rey, aconséjame; ve lo
diabólico que es Renart, que no deja de
ultrajarme. No puedo encontrar a nadie
que pueda vengarme. Señor Grimberto, me
pregunto si no es por tu culpa que Renart
me desprecia así.
-:-No, señor, ¡lo juro!
-Entonces ve inmediatamente y tráe~
melo; ¡y no se te ocurra volver sin él!
-Señor, eso es imposible: Renart es tan
perverso que no podría traerlo si no le He~
vo una orden sellada por ti. Por la fe que
debo a san Israel, así no pondrá ningún
pretexto y. sé que vendrá a la corte.
-Tienes razón, dice el emperador.
Entonces dicta su mensaje, y Huelebién
el .jabalí escribe todo lo que el rey dice.
Después sella la carta. Da el mensaje se~
· liado a Grimberto. Este atraviesa un pra~
do, después penetra en un bosque. Le suda
.mucho la espalda, désde antes de llegar a
la morada de Renart. En la tarde encuen~
tra, en un barbecho, un sendero que lo lle~
va directamente a la madriguera de Renart
antes de la noche. Altas son las murallas y
$U caballo se mete por un hueco; luego
franquea el primer circuito. Renart teme un
duro ataque. Cuando lo oye venir, se re~
fuqia en su casa hasta saber qué pasa.
Grimberto está ya en la fQrtaleza; pasa por
el puente levadizo, va acercándose. Por su
manera de caminar, de entrar en el cubil
(primero el culo, luego la cabeza) , Renart
40
lo reconoce, aún antes de verlo. Tiene gran
alegría y gran solaz, rodea su cuello con
ambos brazos; porque Grimberto es su pri~
mo, lo sienta sobre dos cojines. Considero
prudente a Grimberto por no dar su men~
saje antes de comer hasta hartarse. Cuan~
do termina la comida:
-Señor Renart, dice Grimberto, son de~
masiado evidentes tus trampas. ¿Sabes qué
te manda el rey? No digo "manda", sino
ordena que te presentes ante él, en su. pa~
lacio o donde esté, a fin de que se haga
justicia. ¿Terminará pronto tu guerra?
¿Qué tienes que reprochar a lsengrino, a
Bruno el oso, a Tiberio el gato? Tus enga~
ños te costarán caros. Y a no te puedo dar
consuelo; sólo te queda el de la muerte. pa~
ra ti y toda su descendencia. Ten y rompe
el sello para que sepas qué dice esta carta.
Renart la toma, tiembla y se estremece.
Con mucho miedo rompe la cera, ve el men~
saje y suspira desde la primera palabra:
ya sabe lo que contiene:
"El gran señor Noble, el león, que en
todas. las regiones es rey y señor de los
animales, promete a Renart vergüenza,
deshonra, martirio y represalias, si no vie~
ne mañana a la corte para ser juzgado ante
el pueblo. Que deje en su casa oro, plata
y defensores, y que sólo traiga la cuerda
para ser colgado".
Apenas Renart se entera de la noticia, le
late el corazón bajo el pecho y su cara se
ensombrece.
-Por Dios, Grimberto, dice, apiádate
de este pobre desgraciado. Maldigo este
momento, pues ahora estoy vivo y mañana
41
seré colgado. ¡Si pudiera volverme monje
en Cluny o en Claraval! Pero conozco tan~
tos monjes falsos que creo que no me con~
viene: prefiero quedarme así.
Grimberto responde:
-No te preocupes por eso. Ahora es~
tás en peligro, pero mientras aún estás vi~
co, confiésate a mí sin tardanza. Sólo pue~
des recurrir a mí, pues no hay otro cura
cerca.
Renart replica:
-Señor Grimberto, ese es un buen con~
sejo. pues si te hago mi confesión antes
que la muerte apremie, no puedo sino salir
ganando: si muero, por lo menos se salvará
mi alma. Ahora escucha mis pecados: se~
ñor, estaba loco por Hersenda, la mujer de
lsengrino. Pero te diré lo que sucedió: ti e~
nen razón los que sospechan de ella porque
sí me la cogí. Me arrepiento ahora. ¡Ah,
Dios míol ¡Mea culpa! Muchas veces le di
en la grupa. Le he jugado tantas malas pa~
sadas a lsengrino que no podré nunca de~
fenderme de sus acusaciones. ¡Que Dios
proteja mi alma! Tres veces lo hice caer en
trampas; te diré de qué manera. Hice que
cayera en una trampa para lobos cuando
se llevó al cordero: lo golpearon tanto que
antes de irse recibió cien golpes. Lo até y
así lo encontraron tres pastores que lo gol~
pearon como a un burro para pasar un
puente. Otra vez, había una pila de tres ja~
manes en casa de un carnicero. Lo hice co~
mer tanto que engordó y no pudo salir por
donde había entrado. También lo hice pes~
car en el hielo, y se le congeló la cola. Lo
hice pescar en un manantial, en una noche
42
j
,:¡.~
'1
,¿!
71
J
J
de luna llena, y al ver el reflejo de la blan~
ca imagen, creyó que era un queso. Tam~
bién lo traicioné ahte la carreta, en el cerca~
do. Cien veces lo he engañado, con fuerte
y fina astucia. Le hice tantas .trampas
que se volvió m.onje; y después quiso ser
canónigo, cuando vio cuánta carne comían.
Sería un loco quien lo dejara ser pastor.
No alcanzaría el día para contarte todo lo
que le he hecho. No hay animal en la corte
que no tenga alguna queja de mí. Hice caer
en los lazos a Tiberio, cuando pensaba co~
merse a las ratas. De todo el linaje de Pin~
ta, salvo ella y su tía, no hubo gallo ni ga~
llina que no entrara en mi cocina. Cuando
ante mi cubil llegó una tropa de jabalíes,
vacas, bueyes y otros animales bien arma~
dos, que Isengrino había llevado para po~
ner fin a esa guerra, retuve a Roonel, el
mastín. Tenía muchos mercenarios a mi ser~
vicio: perros, perras y mastines; todos esos
recibieron golpes y llagas . . . ¡y muy poco
a cambio! pues me quedé con su sueldo.
Cuando se fueron, por ganas de molestar~
los, les quité lo que era suyo, y al irme les
hice gestos. ¡Cómo me arrepiento ahora!
¡Dios mío!, ¡mea culpa! Pero quiero arre~
pentirme de todo lo que hice en mi ju~
ven tu d.
~ Renart, Renart, dice Grimberto, me
has confesado tus pecados y el mal que has
hecho. Si Dios permite que te absuelvan.
cuídate de no repetirlos.
~Que Dios me permita, dice Renart, no
hacer nada que Lo ofenda.
Grimberto lo perdona. Renart se arrodi~
lla y recibe la absolución, mitad en roman~
43
ce, mitad en latín. Por la mañana, Renart
besa a su mujer y a sus hijos; ¡qué tristeza
cuando parte! Se despide de su familia:
-Hijos míos, dice, noble raza; cualquier
cosa que me acontezca, cuiden mi castillo
de condes y reyes, pues no habrá en mu~
cho tiempo príncipe, conde o castellano
que pueda causarles el menor daño. Cuan~
do hayan levantado el puente levadizo. na~
die podrá hacerles daño, pues tienen bas~
tantes provisiones; no pienso que se agoten
antes de un año. ¿Qué más puedo decir~
les? A todos los encomiendo a Dios nues~
tro Señor. ¡Que me permita regresar como
es mi deseo!
Apenas pone el pie en el umbral de su
guarida, empieza su plegaria:
-Dios todopoderoso, dice, protege mi
sabiduría y mi razón, para que no las pier~
da por miedo ante el rey mi señor, cuando
me acuse Isengrino; que a todos los repro~
ches que me lance encuentre yo buenas
respuestas, negando o justificándome. Haz
que regrese sano y salvo a mi casa, para
que pueda aún vengarme de los que me ha~
cen esta gran guerra.
Entonces, se acuesta cara a tierra, y tres
veces se declara culpable. Después se per~
signa para protegerse del diablo.
Ahora, los dos barones van camino a la
corte; pasan por un río que por ahí corre,
y por los desfiladeros y por la montaña.
Luego cabalgan por la llanura. Mientras
Renart se lamenta, han perdido el sende~
ro, el camino y la ruta que deben seguir. A
fuerza de tanto andar, llegan a un llano
cerca de una granja de monjas. La casa es~
44:
tá bien provista de todos los bienes que
produce la tierra: leche, quesos y huevos;
ovejas, vacas, bueyes y diversos alimentos.
-Vamos, dice Renart, evitando esas es~
pinas, al patio de las gallinas. Ese es nues~
tro camino.
- Renart, Renart, dice el tejón; ¡bien
sabe Dios por qué lo dices! Hijo de puta,
¡fétido hereje! malvado infame, ¿no te confesaste conmigo y pediste clemencia?
El otro responde:
-Se me había olvidado. Vámonos, es~
toy listo.
- Renart, Renart, ¡es en vano! ¡Perjuro,
renegado! . Nunca terminará tu maldad.
¡Qué loca criatura! ¡Estás en peligro de
muerte, te has confesado, y quieres hacer
una traición! En verdad, un gran pecado
te acecha; ¡maldita sea la hora en que tu
madre te parió!
-Dices bien, dulce hermano. Sigamos
nuestro camino.
·Renart ya no se atreve a decir nada, a
causa de su primo que lo amonesta; y, sin
embargo, frecuentemente voltea hacia las
gallinas con gran tristeza. Si de él depen~
diera, aunque le costara la cabeza iría ha~
cia ellas.
Ahora los barones caminan juntos. ¡Por
Dios, qué rápida es la mula de Grimberto!
Pero el caballo 'de Renart resbala; sus ija~
res palpitan: teme a su amo y nunca ha te~
nido tanto miedo. Han caminado tanto a
través de llanos y bosques, a veces al tro~
te, a veces al galope; han recorrido tanto
la montaña, que han llegado al valle que
desciende hacia la corte del rey. Entran a
45
~.
la sala. Apenas llega Renart a la corte, to~
dos los animales sin excepción se disponen
a quejarse o a oponérsele. Es el fin de Re~
nart, o casi: no volverá a su casa sin que
lo haya pagado. Isengrino afila sus dien~
tes, Tiberio el gato medita, y Bruno, que
todavía tiene la cabeza colorada. Pero,
ámese a Renart o se le deteste, no da la
impresión de ser un cobarde; en el centro
del palacio, altivo, comienza a hablar:
-Señor, dice, te saludo como hombre
que te ha servido mejor que ningún ·otro
barón del imperio. Pero se equivocan los
que quieren ponerme en mal contigo. No
sé si es mi destino, pero no he estado segu~
ro de tu amor ni un día entero. Anteayer
me despedí de ti con tu protección, con tu
amor, sin malos tratos y sin ira. Pero han
hecho tanto los maledicientes que quieren
vengarse de mí. que tú les has creído. Pero,
señor, en el momento en que un rey em~
pieza a creer a los más infames bribones,
y renuncia a sus altos barones, tomando la
cola en lugar de la cabeza, el reino se acer~
ca a su ruina; pues los que son por natura~
leza esclavos no pueden conservar la me~
sura. Si, en la corte, pueden trepar a los
altos puestos, llegan pisoteando a sus se~
mejantes: hay quienes saben hacer el mal
y sacar provecho de ello, apropiándose de]
haber de su prójimo. Tengo curiosidad por
saber qué pueden reprocharme .Bruno y Ti~
berio. Ciertamente, si el rey lo ordena, pue~
den causarme daño; pero yo no he hecho
nada malo, y no sé qué pueden decir en
mi contra. Si Bruno se comió la miel · de
Lanfroi, y el villano lo aporreó, ¿por qué
'
46
--~~
-;~
no se vengó de él? ¡Tiene manos y tiene
pies, una gran quijada y un gran hocico!
Y si mi señor Tiberio el gato comió rato~
nes y ratas. fue atrapado y castigado, ¿qué
tiene esto que ver conmigo, por el Sagrado
Corazón? En cuanto a lsengrino, no sé qué
decir: no puedo negar que amé a su mujer,
pero ella no se quejó; ¡no puedo ser infa~
me con ella! ¿Por qué viene este loco ce~
loso a quejarse? ¿Mi caso merece la horca?
De ninguna manera, y que Dios me prote~
ja. Muy grande es tu· realeza, y la fideli~
dad y lealtad a las que nunca he faltado
durante el tiempo que he vivido. Pero, por
la fe que debo a Dios y a san Jorge, ahora
ya tengo el pescuezo canoso. Estoy viejo.
no puedo más, y ya no me importa ningún
proceso. Es un pecado hacerme llamar a la
corte. Sin embargo, puesto que .es mi se~
ñor quien lo ordena, es justo que venga:
y aquí estoy. Puede hacerme arrestar; pue~
de enviarme a la hoguera, a la horca, pues
no me puedo defender de él. N o tengo
ningún poder, pero sería una deplorable
venganza, y sería comentado por mucha
gente si me cuelgan sin haber sido juzs:¡ado.
-Renart, Renart, dice el emperador,
¡maldita sea el alma de tu padre y de la pu~
ta que te parió por no haberte abortado! Dime, pues, pérfido bribón, ¿por qué tra~
tas de engañarnos? Sabes hablar bien y de~
fenderte, pero de nada te servirá: no tiene
caso. No partirás antes de que se haya he~
cho justicia. De nada sirve tanta astucia, ni
vale tu zorrería. Mucho sabes de la Fiera
Asna como para que no te paguemos hoy
todo lo que se te debe. Hoy has venido a
\
47
juicio y mis barones te juzgarán, como hay
que hacer con los ladrones y con los felones traidores. No te irás sin haber pasado
un mal rato, si no puedes defenderte de lo
que se te diga.
-Señor, dice Grimberto el tejón, somos
tus servidores y te obedecemos. No por eso
puedes tratar mal a tus barones, tienes que·
recurrir a la ley y al juicio. Escucha, no
te enojes: Renart vino aquí con un salvoconducto. Debes protegerlo de los que vociferan contra él y enjuiciarlo en público.
Antes de que Grimberto haya expuesto
sus razones, se pone de pie Isengrino, mi
señor Belino el carnero, Tiberio el gato,
Roonel. Terciolino, el cuervo, y Cantadaro y doña Pinta, qtie con él llegó a la corte,
y Espinoso el erizo y Pasitos, el pavo. Froberto el grillo se adelanta, grita e instiga a
los otros, y luego Rojizo, la ardilla, a quien
tanto daño le ha hecho. Cobardón la liebre
mucho ha argumentado de corte en corte
y de calle en calle. Muchas veces la ha
molestado y ahora quiere vengarse. Renart se estremece y se pone a temblar: bien
quisiera retirarse. Pero el rey se lo impide,
pues quiere tomar venganza.
El rey habla en voz alta, para que lo
oiga toda su gente:
·
-Señores, dice, ¡escuchen! Díganme de
qué manera puedo hacer justicia y vengarme de este ladrón de puta fe.
-Señor, dicen los barones, Renart es de
ralea tan puta que estamos de acuerdo con
lo que quieras hacerle.
El rey contesta:
-Han hablado bien. ¡Pronto, sin demo\;
48
ra! Si Renart escapa, no volveremos a sa*
ber de él. Podría irnos mal. y quien menos
se lo espera podría llorar.
Sobre una alta montaña, en una roca,
el rey hace levantar el cadalso para col*
gar a Renart el zorro: ahora sí está en
peligro. El mono le hace gestos y lo abofe*
tea. Renart mira hacia atrás y ve que vie*
nen más de tres. Uno lo jala, otro le pega;
es natural que tenga miedo. Cobardón, la
liebre lo mira de lejos: no osa acercársele.
Cobardón ·¡o mira con tanta insistencia que
Renart voltea: la liebre se siente perdida
pues nunca lo vio nadie así, y se asusta.
Después, va a esconderse a un seto y dice:
;....-Desde aquí veré cómo hacen justicia.
Ahora sí, sería un tonto el que /le tuviera
miedo.
Renart está prisionero, atado por todas
partes; trata de ingeniárselas para poder
escapar. No lo logrará, si no pone en prác*
· tica toda su astucia.
Cuando ve· que alzan la horca, se siente
m.uy afligido y dice al rey:
-Bello y gentil señor, déjame decir una
palabra: me has hecho atar y quieres col*
garme sin demora. He cometido muchos
pecados. Veo llegar el arrepentimiento en
nombre de la santa penitencia. Quiero, con
el favor de Dios, ir en peregrinación más
allá del mar. Si allá muero, me iré al cielo.
Si me ahorcan, será una sucia venganza,
sobre todo porque ahora me arrepiento.
Cae ante los pies del rey, y éste se apia*
da. Al mismo tiempo, Grimberto pide per*
dón por Renart:
-Señor, ¡por Dios, escúchame! Piénsa*
50
lo bien: Renart es valiente y cortés. Si Re~
nart viene de aquí a cinco meses; todavía
te servirá mucho, pues es tu más fiel ser:..
vidor.
-Sí, dice el rey, seguramente. Cuando
vuelva será aún peor. Pues quien pretende
ser bueno al irse, regresa siendo más malo.
Lo mismo hará él si escapa de este peligro.
-Si para entonces su corazón no ha en~
contrado la paz, señor, que no regrese.
El rey dice:
-Que tome la cruz y se comprometa a
quedarse allá. ·
Cuando Renart tiene la cruz donde debe
estar, sobre el hombro izquierdo, se ale~
gra. No sabe si hará la peregrinación.
Le traen la alforja y el bordón, y los ani~
males se desconciertan: saben que Renart
se vengará.
Y Renart ya está hecho todo un peregri~
no, con la alforja al cuello y el bordón de
fresno en la mano. El rey le pide que per~
done las ofensas que le han hecho y que
renuncie a la astucia, a la malicia; así, si
llega a morir, se irá al paraíso. Renart no
hace ninguna objeción a las peticiones del
rey, y le concede todo, mientras aún no
parte. Olvida los agravios y perdona a todos. Sale de la corte un poco antes de la
hora nona. Todos lo ignoran (y Renart los
desafía por dentro), salvo el rey y su espo...
sa, doña Fiera la Soberbia, que es muy cortés y muy bella. Se dirige a Renart con suma delicadeza:
Señor Renart, ruega por nosotros y nosotros lo haremos por ti.
-Señora, contesta él, tu intención me
51
llega al corazón. Debe enorgullecerse aquél
por quien te dignes rezar. Si yo llevara tu
anillo, el viaje me sería menos penoso. Te
lo digo: si me lo das. no seré ingrato, y de
mi cofre de joyas te daré el valor de cien
anillos.
La reina le ofrece el anillo. Renart lo toma con gusto. Pero entre dientes dice eri.
voz baja:
-Quien no haya visto nunca este anillo, lo pagará muy caro. Nadie podrá im- ·
pedirlo.
Renart pone el anillo en su dedo, después se despide del rey. Espolea su caballo
y parte al trote. Llega hasta el matorral
donde Cobardón se ha escondido. Nunca
ha tenido tanta hambre; está en ayunas y.
le duele la cabeza. Entra al matorral, Co. .
bardÓn lo ve y se asusta. De miedo, se levanta sobre sus patas; después lo saluda
y le dice:
-Señor, me da mucho gusto verte sano
y salvo, y estoy muy indignado por los
grandes tormentos qu·e te han hecho sufrir hoy.
Renart, que engaña a todo el mundo, le
dice:
-Si mis males te pesan y te duele ver...
me así, que Dios me permita poder compadecerte por lo que te pueda suceder.
Cobardón entiende muy bien lo que acaba de oír. Sin esperar más, se prepara a
huir. pues teme morir; quiere llegar hasta
el llano, pero Renart lo detiene por la
rienda:
-Por el cuerpo de Cristo, dice, no te
moverás de aquí, señor Cobardón, y tu ca-
52
hallo no podrá impedirme que te entregue
como comida a mis pequeños.
Lo golpea con su bordón.
El rey, su corte y sus servidores están
en un valle grande y profundo, entre cuatro
filosas rocas que se alzan hacia las nubes.
Renart sube a la más alta; lleva a Cobardón
colgando (casi toca el vientre del caballo).
Y Renart, hijo de puta, piensa entregarlo
rápidamente a sus pequeños. ¡Que Dios se
encargue de liberar a Cobardón! Renart
mira lo que pasa en el bosque; ve al rey
y a la reina, ve a los barones y a los otros
animales; hay tantos que retumba como si
fuera tempestad. Hablan de Renart, peto
no saben qué suerte corre Cobardón, a
quien el zorro lleva prisionero, como si fue~
ra un bandolero. Renart se arranca la cruz
y grita:
-Señor, aquí está tu trapo. ¡Que Dios
maldiga al imbécil que me ha puesto este
estorbo, el bordón y la alforja!
Se limpia con ella el culo y después la
arroja a la cara de los animales.
En voz alta dice al rey:
-Señor, _escúchame: yo que soy un
buen peregrino, te traigo el saludo de Nu~
reclino. Todos los paganos te temen y hu~
yen al verte.
Le ha lanzado tantas pullas que Cobar~
dón se ha liberado. Sube de un gran salto a
un rápido caballo: antes de que Renart se
dé cuenta y pueda evitarlo. Cobardón casi
ha llegado ante la corte, en su caballo que
es muy veloz. La punta del bordón le ha
desgarrado las costillas, y tiene los pies y
las manos peladas. Nada tiene sano. Tanto
53
se ha esforzado que pronto está frente al
rey. Se arroja a sus pies y le cuenta los
diabólicos hechos :
-Señor, ayúdame, en el nombre de Dios.
-¡Dios mío! dice el rey, ¡me ha traicionado, ridiculizado, y estoy estupefacto!
¡Por lo visto Renart no me tema nada! Me
considera muy poca cosa. Señores, ¡todos
a él! Vean: ¡huye por allá! Y denlo por seguro: si se nos escapa, estamos condenados a muerte. Quien lo capture, será liberado de tributo.
Ah, si hubieran visto a lsengrino, el
señor Belino el carnero, Bruno el oso, Pelado la rata y mi señor Tiberio el gato, Cantaclaro y doña Pinta, que lo había acompañado a la corte con las otras cuatro, y el
señor Ferrante el rocín, y Roonel el mastín, seguido de Froberto el grillo y de Tacaño el hurón. El señor Huelebién, el jabalí
de afilados dientes, viene tras ellos; Ruidoso el toro está encolerizado, y Brichemer
suelta su rienda. El baboso porta el estandarte: los conduce a través de la llanura.
Renart voltea y los ve venir: Tardío los
guía blandiendo el estandarte. Sale del camino y se refugia en los matorrales. Pronto, todos lo siguen. No lo dejan descansar:
profieren terribles amenazas, y juran que
ni explanada ni muro ni foso ni fortaleza,
ni torreón ni hueco ni madriguera ni matorrales podrán protegerlo: será tomado y
entregado al rey, y después lo colgarán.
Renart ve que no puede oponer resistencia.
que no puede huir ni seguir su camino; tiene espuma en la boca, y los otros, siguiéndolo, le arrancan puñados de pelos: los me-
54
chones vuelan como copos por el aire. Casi
. le pisan los talones, y por poco cae en su
poder. Está en una mala situación y será
un milagro si escapa. Sin embargo, se las
arregla y se dirige a Malpaso, su fortaleza
y su casa, su torreón y su vivienda: allí no
teme ningún ataque. Quien ose enfrentár...
sele, ¡que vaya y entre! Se burla de las ame...
nazas. ¡Quien no quiera amarlo, pues que
lo odie!
Su mujer, que mucho lo quiere y teme,
viene a su encuentro. La noble dama tiene
tres hijos: Picaseto, Malretoño y Rovelo,
que es el más bello de los tres. Todos vie...
nen y lo rodean, agarrándolo de la cintu...
ra. V en sus llagas sangrantes, se apiadan
de él, lo compadecen. Le lavan sus heridas
con vino blanco y lo sientan en un cojín.
La cena está lista. Renart, cansado, agota...
do, sólo come un muslo y una rabadilla de
gallina. La señora le ha preparado un ba...
ño, le pone ventosas y le hace una sangría;
de manera que pronto recupera la salud que
antes tenía.
55
II.
EL SITIO DE MALP ASO
Mi señor Noble el emperador viene al
castillo en el que está Renart; ve lo poten~
te que son las torres, murallas, empaliza~
das, fortaleza, torreones; tan altos que
pueden desafiar las flechas. El lugar está
rodeado de fosos y muros, sólidos, anchos,
altos y duros. El rey ve por encima de la
explanada el lugar por donde se entra a
la guarida. Los guardias alzan el puente y
recogen las cadenas.
El castillo está construido sobre una ro~
ca; el rey se aproxima lo más que puede;
pone pie en tierra ante el portón y pronto
lo imitan todos sus barones. Rodean el cas~
tillo. Cada uno levanta su tienda y acam~
pan por todas partes. Con razón tiene mie~
do Renart. Sin embargo, ningún asaltante
puede quitarle la plaza, ni podrá ser pes~
cado por la fuerza. A no ser que lo traicio~
nen, o lo reduzcan por hambre, nada tiene
que temer de los sitiadores.
Renart es amo de la situación. Sube a la
56
;~
torre. Ve'a Hersenda y a Isengrino, que están bajo un pino, y les grita:
-Señor compadre, dime pues, ¿qué te
parece mi castillo? ¿Has visto algo más bello? Doña Hersenda, páseme lo que me pase, de todos modos te la he meneado. ¡Poco
me importa si está enojado el cornudo y celoso que te mantiene! En cuanto a ti, señor
Bruno el oso, bien que te hice correr el día
que quisiste comer la miel, y así contaba
con vengarme de ti; en la aventura perdis-te las orejas y todos se asombraron de ello.
Y tú, gato Tiberio, te hice caer en mis }a...
zos. Antes de poder escaparte recibiste tal
cantidad de golpes, unos cien, creo, que ya
no pudiste beber ni agua ni vino. Y tú, señor Cantaclaro. acuérdate del día en que
te hice cantar tan alto; sólo una artimaña te
pudo salvar. Ahora me dirijo a ti, Brichemer el ciervo; te 'hice vapulear bien y bonito: gracias a mi astucia y a mi instigación,
sacaron de tu lomo cuero para tres correas.
y muchos lo vieron. Y a ti, señor Pelado
la rata, te hice caer en la trampa, y casi te
ahorcas cuando te ibas a comer la cebada.
Y a ti, señor Terciolino, te lo digo por san
Martín. te hice tales jugadas que, si no hubieras huido, te hubieras quedado en prenda; pero sólo dejaste un queso, que comí
con mucho gusto porque tenía hambre. Y
tú. Rojizo la ardilla, sufriste con mi malicia
cuando te hice creer que había jurado la
paz y te lo aseguré; te hice bajar del encino
y por poco pagas bien caro tu imprudencia.
Mis dientes te retenían de la cola y estabas triste y doliente. Pero, ¡_para qué decir
más? Ninguno de ustedes se salvó y no
57
tengo la intención de detenerme en tan
buen camino. Tengo todo este mes ante tnl,,
pues poseo el anillo que la reina me dio
ayer. Sépalo bien: si Renart vive, quien no
haya visto el anillo la pagará caro.
- Renart, Renart, dice el león, tu mo..
rada es muy fuerte, pero no tanto como
para res~stirme; no me iré antes de haberla
tomado. Te lo aseguro: te sitiaré mientras
viva; ni la lluvia ni la tormenta me harán
renunciar. No me retiraré hasta que entre~
gues el castillo y te vea colgado.
.
-Señor, señor, responde Renart, no soy
tan cobarde como para asustarme. Antes
de la rendición, el sitio te costará caro. Ten~
go tantas provisiones que creo que dura~
·rán todo el año. Tenemos gallos capones;
gallinas, ganado suficiente, queso y huevos,
ovejas y vacas gordas. En este castillo, hay
una fuente de agua clara y pura. Y lo digo
con orgullo: puede llover. ventear. caer en
el mundo toda el agua del cielo, y aquí no
entraría una gota. Este castillo está tan
bien situado que nunca será tomado por la
fuerza. Puedes acampar. En cuanto a mí.
te dejo: estoy cansado y voy a comer con
mi cortés esposa. Ayuna, poco me preocupa.
Con esas palabras, desciende de la torre
y entra eQ. la sala por una puertecilla. La
tropa del rey descansa toda la noche. En
la mañana se levantan temprano. El rey
llama a sus barones:
-Es tiempo, dice, de prepararnos para
iniciar el asalto: quiero escarmentar a ese
bandolero.
,
Todos se levantan y gritando vienen al
castillo. El ataque es magnífico: nunca se
58
vio uno tan peligroso: desde la mañana
hasta caer la noche, las tropas enteras no
dejan de atacar. La noche los hace partir;
se repliegan, interrumpen el asalto. Al día
siguiente, después de la comida, vuelven a
la carga; pero, por más que se esfuerzan,
no pueden quitar ni una piedra. El rey
sigue allí y Renart no cede. Sin tregua, siguen los ataques, pero no llegan a hacer
el menor daño.
Una noche, agotados, hartos de tantos
ataques, todos duermen profundamente.
Muy irritada, furiosa contra el rey, la reina va a acostarse aparte. Entonces, Renart
sale de su castillo sigilosamente. Los ve
dormir confiadamente, reposando uno al
pie de un encino, o de un haya o un fresno
o un álamo, o un pino. Renart los ata uno
tras otro por el pie o por la cola. ¡Qué
jugada tan diabólica les hace! Amarra pues
a cada uno a un árbol, y hasta al rey por
la cola. Sería un prodigio que pudieran desatarse. Luego se dirige al lugar en que la
reina reposa y se le mete entre las piernas.
Ella no desconfía pues cree que es el rey,
que quiere reconciliarse. Ahora van a oír
una historia extraordinaria: el zorro le hace
y ella se despierta. Cuando ve que Renart
ha abusado de ella, grita fuera de sí. El
alba está despuntando, el sol se levanta, es
de día. Al grito que echa, los durmientes se
despiertan sobresaltados, llenos de estupor.
Ven que Renart el pelirrojo está con su dama y se la coge. A ellos ninguna gracia
les hace. Todos gritan:
-¡De pie! ¡De pie! ¡Agarren a ese bandolero!
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N uestro señor el león salta sobre sus
pies, jala su cola, vuelve a jalar. De nada
sirve y por poco se la rompe; se le alarga
como medio pie. También los otros jalan,
jalan más; por poco se desgarran el culo.
A Renart se le olvidó amarrar al portaes~
tandarte, Tardío el caracol, que corre para
desatar a los otros. Saca su espada y los
libera, cortándoles los pies o las colas. Tan
apurado está por desatarlos, que a más de
uno hiere. En vez de verse libres, se ven
descolados. Todos van con el rey hacia
Renart; cuando éste los ve venir, se prepa~
ra a huir. Pero, cuando penetra en su cu~
bil, Tardío lo atrapa por detrás, lo jala por
los pies, comportándose como un valeroso
caballero.
Entonces llega el rey, espoleando su ca~
bailo, junto con los otros. Maese Tardío
retiene a Renart; lo entrega al rey, que vie~
ne adelante. Pronto lo agarran por todos
lados. Todos gritan y vociferan: Renart
está prisionero y la gente del reino se re~
gocija.
-Señor, dice Isengrino al rey, por el
amor de Dios, entrégamelo y tomaré tal
venganza que se sabrá en toda Francia.
El rey no quiere hacerlo y todos se ale~
gran, pues así tendrán oportunidad de ven~
garse.
V en dan los ojos a Renart y el rey le
dice:
- Renart, Renart, ahora te harán pagar
los ultrajes que has hecho en tu vida y el
placer que obtuviste de la reina, a la que
montabas hace un rato. Te vi listo a des~
61
honrarme, pero ahora toman otro giro las
cosas. Te pondremos la soga al cuello.
Entonces Isengrino salta sobre sus pies;
toma a Renart por el cuello y le da .un pu~
ñetazo tan grande que le saca un pedo del
culo. El oso Bruno le encaja los dientes
hasta las nalgas. Roonello toma por lagar~
ganta, le da tres volteretas y lo arroja a un
campo de cebada. Tiberio el gato lo dente~
llea, y, con las garras (que bien aceradas
las tiene) lo toma del pellejo. Renart tiem~
bla como si tuviera fiebre. El portaestan~
darte Tardío le da un golpe en la rabadilla.
Tantos animales llegan que sólo la terce~
ra parte puede acercarse a Renart. Llegan
tantos por las calles que no pueden pasar.
Maese Renart, que a todo el mundo en~
gaña, es golpeado y maltratado por mu~
chos animales; no sabe a qué santo enco~
mendarse y mucho teme morir allí. No
tiene ningún amigo; todos son sus enemigos.
Sequramente ustedes saben que cuando
un hombre está preso, atado y encadenado
por fuerza, se da cuenta de quién lo ama y
quién no. Lo digo por Grimberto, que llora
por Renart mientras lo están masacrando.
Es su pariente y su amigo; lo ve atado y
preso, y no sabe cómo ayudarlo, pues la
suerte no está de su parte. Pelado la rata
se adelanta; se ha lanzado contra Renart y
llega hasta sus pies en medio de la muche~
dumbre. Renart lo atrapa por la cabeza y
lo aprieta tan fuertemente que casi lo mata
por falta de aire. Pero entre los asaltantes
nadie se ha dado cuenta; nadie mira ni ve.
Doña Fiera la Orgullosa, prudente y ma~
ravillosa, sale de su cámara. Transpira y
62
palidece de furia por causa de Renart y por
las molestias que le ha dado. Se arrepiente
de haberle entregado su anillo. Bien sabe
lo que eso puede acarrearle. Presiente que
va tener dificultades pero no quiere que se
le note. Con graciosos pasitos llega ante
Grimberto y le habla sensatamente:
-Señor Grimberto. dice la reina, nada
bueno le han valido a Renart su mala conducta, su locura y sus atentados. Por ello
ahora recibe un gran castigo. Te traigo un
salvoconducto: el que lo tenga no debe
temer a la muerte ni daño alguno. Dile de
mi parte en voz baja (para que nadie se dé
cuenta) que lo acepte. Siento por él gran
compasión. Dios me bendiga. Grimberto;
cuídate de decírselo a alguien. No es una
mujer perdida la que te habla. Renart es
educado, me duele verlo maltratado.
Grimberto responde:
-Dama venerada, noble reina coronada, que El que está allá arriba y todo ve, el
Rey y Señor de todos los bienes que te han
dado tanto honor, te preserve del deshonor;
si Renart escapa de la presente aventura,
será aun más tu amigo.
Con estas palabras, la reina le da el salvoconducto y Grimberto con gusto lo toma.
La reina le dice muy en secreto que, cuan~
do Renart escape de la trampa en la que
está, por nada del mundo tarde en venir a
hablar con ella en la mayor pnvacía y sin
mucho ruido.
En ese momento se separan. ¡Qué des~
gracia para Renart que sus enemigos lo
tengan! Le han pasado la soga por el cuello. bien cerca está del juicio final; cuando
63
!a
Grimberto su primo llega a ese lugar. Renart está en manos de lsengrino, que quiere colgarlo por la fuerza mientras los otros
se apartan. Entonces Grimberto habla en
voz alta ante todo el mundo:
- Renart, tu última hora ha llegado; tienes que dar este paso. Deberías confesarte
y hacer el testamento a tus hijos, que son
tan bellos y jóvenes.
-Tienes razón, dice Renart. Es justo
que a cada uno le toque su parte. Al mayor, dejo mi castillo, que nunca será tomado por ningún hombre; a mi mujer, la
de las cortas trenzas, dejo mi torre y mis
otras fortalezas. A mi segundo hijo, Picaseto, dejo el barbecho de Tiberio el fresador. donde hay tantas ratas y ratones como no hay. hasta Arras. A mi pequeño
Rovelo, le dejo las tierras de Tribaldo del
Bosque, y el corral detrás de la granja. en
donde hay muchas gallinas blancas. No sé
qué más repartir. Con eso no pasarán hambres. Este es mi testamento, que ante todos
entre~ o.
-Tu fin se aproxima, dice Grimberto;
soy tu primo cercano y no me dejas nada;
obras mal.
-Es verdad, dice Renart; por la fe que
debo a Santa María, si mi mujer se vuelve
a casar, toma lo que le dejo y haz reinar
la paz sobre mi tierra, pues no tardará en
olvidarme, cuando sepa que estoy muerto.
Es más fácil que se convierta en pagana,
que no se busque otro; pues cuando el hombre yace en su ataúd, su mujer mira hacia
atrás. Por más que se queje y tiemble de
dolor, no puede evitar hac~rselo saber. La
64
;
-:¡
~~
·'
mía seguirá la regla y no esperará tres días
para volver al gozo. Pero, si mi señor el
rey me permitiera volverme monje, recluso,
ermitaño o canónigo, y me dejara portar el
cilicio, lo cual le agradaria mucho, yo de..
jaría este siglo efímero y esta vida: ya no
me interesan.·
, Entonces dice lsengrino:
. -.Cobarde, traidor, ¿qué nos estás di..
ciendo? Nos has jugado tantas malas pasa..
das y hecho mil traiciones, que, si vistieras
el sayo, ¿qué clase de religioso serías? Que
Dios rehuse al rey todo honor si no te cuel..
ga con deshonra y si no te garantiza lo que
por derecho propio te corresponde; ¡el que
retarde tu muerte. no tendrá ningún lugar
en mi corazón! El que impide que se cuel..
gue a un bandolero se desprecia a sí mismo.
Renart responde:
--Señor Isengrino, haz lo que te plaz..
ca. Dios siempre está donde está y tiene
misericordia del pecador.
Y el rey dice: ·
-¡A colgarlo! Ya no puedo esperar. Re..
nart va a ser colgado, quéjese quien se
queje.
Pero el rey ve que por el campo vienen
muchos jinetes y entre ellos muchas damas.
Allí llega la esposa de Renart, a toda prisa
a través de un barbecho. Muestra un do..
lor exces~vo. Sus tres hijos no se quedan
atrás; también manifiestan un gran dolor:
jalan y se arrancan los. cabellos, y desga.. · ·
rran sus vestidos; hacen tal escándalo y
dan tales gritos que puede oírseles- a una
legua a la redonda. Cabalgan rápidamen..
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te; en animales de carga traen el rescate
para liberar a Renart. Antes de que éste haya terminado de confesarse, se meten entre
la muchedumbre con tal alboroto que caen
a los pies del rey.
La señora se adelanta y dice:
-Señor, ten piedad de mi esposo, por
Dios el padre creador. Señor, te daremos
este tesoro si lo perdonas.
El tesoro es de oro y plata, al rey le entra la codicia y dice:
-Señora, por la fe que te debo, Renart
ha cometido un gran crimen contra mí; ha
causado tantos males a todos, que tienen
que· ser vengados. Puesto que rehusa corregirse, merece ser colgado. Todos los barones piden que cuelgue por la fuerza a este
bandido y creo que, a no ser que me desdiga, será entregado al suplicio.
-Señor, por Dios, en el que crees, perdónalo por esta vez.
El rey contesta:
-Por el amor de Dios lo perdono, y por
ti misma; pero, a la próxima fechoría, será
colgado.
-Señor, dice ella, de acuerdo: acepto tu
condición.
Entonces le quitan la venda a Renart.
El rey lo manda llamar rápidamente, y llega, dando saltitos, vivaracho, feliz.
- Renart, dice el rey, cuídate en lo futuro. Por esta ocasión te vas en paz: pero,
si vuelves a las andadas, no escaparás del
castigo.
-Señor, dice Renart, que Dios me salve de la horca.
Al ver reunida a su familia siente una
67
-,
gran alegría: abraza a unos, besa a otros,
y no hay nada que le dé más gusto.
Cuando Isengrino lo ve libre, preferiría
estar muerto. Los otros también tienen mie~
do de que Renart los siga molestando, y
no dejará de. hacerlo, si Dios le presta vi~
da, hasta nona o hasta vísperas.
Renart se prepara para volver cuando el
rey, al mirar hacia el camino, ve que traen
en dos caballos un ataúd como si fuera una
parihuela. Ahí está Calva la rata y Pelado
su marido, al que Renart estranguló cuan~
do estaba entre sus piernas. En compañía
de Calva está· doña Feroz su hermana y
otras diez personas: sus hermanos y her~
manas. Vienen a quejarse ante el rey unos
cuarenta hijos e hijas, y más de sesenta pa~
rientes. En el cortejo se manifiesta un do~
lor tan grande que el cielo retiembla, resue~
ná el universo. El rey se hace un poco a su
derecha para saber qué es lo que pasa. Escucha los gritos, escucha el escándalo; se
pone muy serio. Cuando Renart ve llegar
el cortejo fúnebre, tiembla de miedo; teme
tanto a ese ataúd que despide a su mujer y
a su familia. Sólo el muy tramposo se queda allí. Sus prójimos furtivamente dejan la
compañía y sin tardanza montan sus caballos. Renart se queda ahí, en muy mala posición. El ataúd llega a toda prisa. Doña
Calva mira al rey; atravesando la multitud,
se postra ante él. En voz alta le implora:,
"Señor, piedad", pero le falla el corazón
y cae a tierra; a su lado ponen el ataúd.
Todos los parientes vienen a quejarse de
Renart y hacen tal escándalo que no se
oiría ni el trueno de Dios. El rey quiere
68
pescar a Renart, pero el muy zorro ya va
huyendo. ¿Para qué decir más? Sube a un
gran encino; los otros, en tropel, se lanzan
en su persecución, se detienen bajo el enci..no y lo sitian. Renart sólo descenderá pa..sando por sus manos. El rey le dice y le
ordena que baje y venga hacia él.
-Señor, no lo haré, a menos que tus
barones me juren que me veré sano y sal..vo, y que tú me lo prometas dándome ga..rantías; pues, si no me equivoco, aquí están
mis enemigos. Si se apoderaran de mí, no
es precisamente pan lo que me darían. Va..mos, quédense bien tranquilos y cuenten
las aventuras de Rolando y Oliveros. Si
alguno sabe historias, que las cuente; yo,
por mi parte, las escucharé desde acá.
El rey oye a Renart burlarse de él. arde
en cólera y se estremece; hace que traigan
dos hachas para cortar el encino. Renart,
cuando se da cuenta de lo que pasa, tiene
mucho miedo; ve que los barones están en
orden, esperando la hora de la venganza;
no sabe cómo escaparse. Con una piedra
en la mano, empieza a descender. Ve a
Isengrino que se le acerca. Escuchen ahora
esta increíble aventura: hiere al rey en la
oreja; ni por cien marcos de oro Noble se
salvaría de caer al suelo. Todos los baro..nes acuden a socorrerlo, y mientras están
en ésas Renart baja de su refugio y huye.
Cuando se dan cuenta, lo persiguen, pero
dicen que no lo alcanzarán porque es un
ser sobrenatural, un retoño del diablo. Si..s:¡ue la persecuCión; huye por un matorral.
Los barones llevan al rey a su palacio: Du ...
rante ocho días le hacen sangrías, lo cui..-
69
dan y lo hacen descansar; ese tratamiento
le devuelve la salud.
Así es como Renart pudo escaparse por
esta vez. Ahora, ¡que cada quien se cuide!
70
111.
RENART TINTORERO Y.
RENART JUGLAR
El rey ordena a sus heraldos que clamen sus órdenes; que todos sepan lo que
dice: que el que ponga la mano sobre Renart, lo haga venir a la corte; que, sin esperar ni rey ni conde, inmediatamente lo mate o lo cuelgue. Renart se burla de esta
disposición; sigue su huida a través de un
barbecho; dando pasitos, mira alrededor,
lo cual es natural, puesto que debe desconfiar de todos los animales. Se detiene en
una loma. Vuelve su cara hacia el Oriente
y dice una plegaria que será preciosa y muy
eficaz:
-Gran Dios, que existes en tres perso..
nas, que me has protegido de tantos peligros, que has cerrado los ojos a tantas malas jugadas que no debería haber cometido,
protege mi persona de ahora en adelante,
por tus santos mandamientos. Transfórmame de tal manera que nunca sepa ningún
animal quién soy.
_Inclina su cabeza hacie el Oriente, se da
golpes de pecho, levanta la pata y se per-
71
signa; después camina por llanos y montañas, pero el hambre lo tortura. Entonces se
dirige hacia un burgo y se introduce en la
casa de un hábil tintorero. Este había preparado un tinte amarillo con cuidado. Después fue a buscar con qué medir una tela
que quería poner en la cuba; la había dejado sin tapar y había abierto la ventana
para vigilar su tinte: lo quería claro y puro.
Renart penetra en el patio, buscando algo con qué calmar su vientre; husmea por
todo el jardín, explora en todos sentidos;
no puede encontrar nada qué comer. Por
la ventana se asoma: al no ver ningún alma,
junta los pies y salta dentro. Se turba al
caer en la oscuridad. ¡Vean en qué trampa lo hace caer el diablo! Está en una penosa posición, pues cayó en la cuba. Va al
fondo pero no por mucho tiempo: sale a la
superficie de inmediato; la cuba es bastante profunda y Renart tiene que nadar para
no hundirse.
Mientras tanto, el villano llega con una
medida en la mano. Empieza a medir su trapo. Oye los esfuerzos de Renart por salvar
su vida. Por tanto nadar, grande es su fatiga. El villano alza la oreja. Oye a Renart y se asombra. Tira la tela al suelo y
corre hacia allá. Ha visto a Renart en el
tinte y corre a toda prisa; quiere golpearlo
en la cabeza cuando se da cuenta de que
es un animal, pero Renart le grita con todas
sus fuerzas:
~Buen señor, no me hagas nada; soy
animal de tu oficio y puedo serte útil. Lo he
ejercido tanto que sé mucho más que tú.
72
Te falta aprender bastante, y puedo ense..
fiarte a mezclar el tinte con la ceniza.
El villano dice:
-Está bien, pero, ¿por dónde entraste?
¿cómo te metiste allí?
Renart dice:
-Lo hice para diluir y mezclar tu tinte;
es la moda de París y de todo nuestro país.
He preparado bien el tinte, según las re"'
glas, como debe hacerse. Ayúdame pues a
salir de aquí; y te diré qué hay que hacer.
El villano escucha a Renart, ve que le
tiende la pata, y lo jala con tal energía
que por poco se la arranca. Cuando Renart
ve que está sobre tierra firme, tres palabras
le dice:
-Buen hombre, ocúpate de tus asuntos,
pues yo de eso no sé nada; pero en tu cuba,
qué mal me iba a ir: por poco me muero.
Que el Espíritu Santo me proteja, creí que
ahí me quedaba. Dios me ayudó a salir.
Pero, ¡qué bien se pega este tinte! ¡Estoy
amarillo y reluciente! Nadie me reconoce..
rá vaya donde vaya. Qué contento estoy,
Dios lo sabe, pues todo el mundo me odia.
Quédate aquí; yo me voy por ese bosque
en búsqueda de aventuras.
Con estas palabras se despide y huye
por un barbecho. Mucho se mira y se ad.- ·
mira, y se pone a reír de alegría.
Fuera del camino, cerca de un seto, ve
a Isengrino. ¡Mucho se asusta! Iba en bus..
ca de aventuras, pero lo que tiene es ham.bre e Isengrino es grande y fuerte.
-Ay, dice Renart, este es mi fin: Isen.grino está grande y fuerte, y yo flaco y
74
'~~
/"'
débil por el ayuno; no creo que me reconoz~
ca, pero (lo sé muy bien) sabrá quién soy
por la voz. Voy a ir hacia él, pase lo que
pase, y le pediré noticias de la corte.
Toma la decisión de cambiar su manera
de hablar.
lsengrino, por su parte, ve que Renart
se le acerca; alza la pata, y, antes de que el
zorro haya llegado hasta él, se persigna
más de cien veces, si no me equivoco. Tie..
ne tanto miedo que está a punto de huir
corriendo. Después, se detiene: nunca ha
visto un animal semejante. Debe venir de
tierras extrañas. Renart lo saluda:
-Good help, dice, buen señor; no sa..
ber nada hablar en tu lengua.
-Dios te bendiga, amigo, contesta el
otro. ¿De qué país eres? Pues no eres de
Francia, ni de país conocido.
- Nou, señor; yo soy de Great Bretaña.
Y o ser perdido todo mi dinero y ser reco..
rrido todo por el compañera, sin encuentra
quien informe mí. Haber buscado en toda
Francia y toda Inglaterra para el compañe..
ra encuentra. Haber estado mucho en· este
país, que conocer toda Francia. Mí quiere
regresar, no saber dónde buscar; antes
quiere ir a París y prender bien francés.
- i.Y sabes algún oficio?
-¡Ya! Mí ser buen juglador; pero yo
ser ayer golpeado y robado, y mi laúd ha~
berme sido quitado. Si . mí tener un laúd,
decirte canción de refrán, bello lay bella
canción para ti, que parecer buen hombre.
No haber comido en dos días, con gusto
ahora hacerlo.
-¿Cómo te llamas, pregunta Isengrino.
75
-Yo tener nombre Galopino, y tú, ¿có~
mo great hombre?
-Hermano, me llaman Isengrino.
-¿Y ser nacido en esta región?
-Sí, hace mucho tiempo que vivo aquí.
-¿Y saber noticias del rey?
-¿Qué te importa el rey? ¡No tienes
laúd!
Mí trabajar con gusto todos mi reperto~
rio. Mí saber buenos layes bretones, de
Merlín y del N etún, del rey Larturo y de
Tritán, de Madreselva y de san Brandón.
-¡_Y conoces ellay de doña Isolda?
-Yes, yes, dice el otro, God Bless me!
¡Mí saberlos mucho bien todos!
Isengrino dice:
-Eres talentoso, tengo la impresión.
Pero, por la fe que debes al rey Arturo,
dime, que Dios te proteja, ¿no has encontrado en tu camino a un pelirrojo, de puta
ralea, un malediciente, un traidor, un hombre sin corazón que engaña y enreda a todo
el mundo? ¡Que Dios me permita agarrarlo!
Anteayer escapó del rey; tiene tanta astucia y causa tantos desórdenes que lo había
arrestado por haber montado a la reina y
por otros mil crímenes, de los que nunca
se cansa. Renart me ha hecho tanto mal,
que deseo su desgracia. ¡Ah, si pudiera
atraparlo! No se salvaría; el rey me lo or~
dena y permite.
Renart tiene la cabeza agachada.
-A fe mía, dice, don Isengrino, este pi~
llo loco ser. i. Cóm<? ser nombrado? Decirme qué nombre tener. ¡_Acaso llamarse Rener?
Isens:¡rino ríe al oír esto: el nombre de
76
•
;1
l
j
í
Rener le hace mucha gracia; ese chiste le
divierte.
-¿Quieres saber su nombre? le pre~
gu~a
-
-Sí, verdaderramente; ¿cómo ser nom~
brado?
-Se llama Renart, este hombre sin fe,
que a todos molesta y a todos engaña. Ah,
¡Que Dios me deje atraparlo para que ya
no nos fastidie!
-Así, él irle mucho mal si tú lo encon~
trar. Por la fe que yo deber al san Mártir
y a Santo Tomás de Cánterbury; por to~
do el tesoro que Dios tener, ¡no gustaría
parecerme a él!
-Y tienes razón, dice lsengrino, pues
ni Apolo ni todo.s los tesoros del mundo te
impedirían escapar: perderías todo deseo
de hacer la guerra. Pero dime, bello y dul~
ce amigo, tu oficio, iPUedes demostrarlo
ante la corte, sin que ningún juglar te ga~
ne, sin que nadie de nuestro país te supere?
-Por mi señor san Jerusalén, nunca haberse presentado antes mejor juglador.
-Pues bien, ven conmigo: voy a con~
ducirte ante el rey y mi señora la reina
(una mujer joven y muy cortés), pues me
pareces bello y gentil, y te presentaré en la
corte; si quieres venir, haré que te quedes
allí.
-Tú ser mucho bueno, dice Galopino;
mí saber buenos chistes, mí saber verdaderramente buenas historias picantes que ha~
cer mí adular en la corte; si mí tener un
laúd, mi saber buenos ritornellos y mí de~
cir versos de canciones; tú parecer un buen
hombre.
77
Isengrino dice:
-¿Sabes qué voy a hacer? Ven conmigo:
sé que hay un laúd en la casa de un villano
donde se reúnen todos los vecinos por la
noche. Lo usa para divertir a sus hijos, y
lo oigo todas las noches. Por la fe que debo
al santo Padre, es un buen laúd. Si vienes
conmigo, lo tendrás pase lo que pase.
Los dos emprenden la marcha en un via~
je alegre. Maese lsengrino (que nunca está
callado) relata a Galopino los ultrajes que
le ha infligido Renart; platica y platica en
su lengua, ¡y el otro le contesta en inglés!
Tanto han caminado que finalmente llegan
a la casa donde vive el propietario del laúd.
Entran juntos al patio del villano; pero,
como le temen, sólo se asoman a la casa
desde el exterior y escuchan la música con
que complace a sus invitados. Tan pronto
como les gana el sueño, van a acostarse
sin esperar más. lsengrino alza entonces
la oreja; después, echa una mirada al inte~
rior: hay un hoyo en el muro; lo ha notado
desde hace más de un año. A través de una
hendidura ve el laúd, colgado de un clavo.
En la casa, respiran y roncan ruidosa~
mente. Hay un gran mastín acostado cer~
ca del fuego: está echado a un lado de la
cama, pero la sombra de ésta impide que
lsengrino lo vea.
-Hermano, le dice a Galopino, espéra~
me aquí: voy a ver cómo podemos apode~
rarnos de él.
-¿Entonces yo quedarme solito? dice
Renat;t.
-¿Y qué? ¡_eres tan cobarde?
-¿Cobarde? nou, nou, pero tengo miedo
78
·¿f
1
11
-~T
-':
...
-....,.
que un señor pase por aquí, y ser llevado
y romperme el hocico.
Cuando Isengrino lo oye, se ataca de
risa; pero su corazón está lleno de compa...
sión y le dice:
-Tan cierto como que amo a Dios, nun...
ca he encontrado juglar o clérigo valiente,
ni mujer razonable: mientras más bienes
tiene, más loca es, y cuando tiene lo que
quiere, ¡quiere lo que no tiene!
-Sí, Renart el bribón, dice: Don Isen ...
grino, yo no cobarde. Si ese Relart estar
aquí, yo colgarlo inmediatamente.
-No se hable más de ello, dice Isengfi...
no; conozco el camino. Vamos, acuéstate
aquí, en el suelo; yo iré a traer el laúd.
Va directamente a la ventana, pues el
lugar le es familiar. Un bastón la mantiene
entreabierta; la dejaron sin cerrar. Isengri...
no sube a la ventana y salta al interior; va
directamente al lugar donde está colgado
el laúd; lo toma, se lo da a su compañero,
quien se lo cuelga. Renart piensa cómo va
a enqañar a Isengrino.
-Pase lo que pase, tengo que burlarme
de él.
Va a la ventana, quita el bastón que la
mantiene abierta y ésta se cierra. Isengrino
se queda adentro. Cree que se cerró sola;
teme por su pellejo.
Con el ruido que hace la 'l.entana al ce ...
rrarse, el villano despierta. Salta sobre sus
pies, adormilado. Llama a su mujer y a sus
hijos:
-¡Levántense! ¡Hay un ladrón en la
casa!
El villano va a encender el fuego. Isen ...
80
·J_
'
~~
grino ve que se levanta, que se prepara a
encender la lumbre; retrocede un poco y lo
muerde por detrás, en plenas nalgas. El
villano da un grito que el mastín oye inmediatamente. Agarra el cojón de Isengrino, lo sacude, lo jala, lo vuelve a jalar, lo
hace bailar; arranca todo lo que le cuelga.
Por su parte, Isengrino se aferra fuertemente a las nalgas del villano; pero su corazón le falla y su dolor aumenta, pues el
perro no suelta sus cojones. El perro se ha
ensañado tanto con él que lo ha descojonado. El villano pide ayuda a sus v_ecinos,
a sus parientes y a sus primos:
-¡Auxilio, por amor de Dios que esto..
do Espíritu! Se metieron los diablos a mi
casa!
lsengrinó ve las puertas abiertas; los vi..
llanos terribles llegan corriendo por las calles. Entre la puerta y el villano, lsengrino
da un gran salto y choca con él tan violen.tamente que lo hace caer al lodo y se va a
toda carrera. Y a no sabe dónde buscar a su
compañero. Huye entre los villanos, y ellos
lo persiguen aullando. Ante la puerta.
encuentran al villano que patalea en el
lodo; lo sacan con trabajos. Tarda un mes
en sanar.
Isengrino no se siente a salvo; huye a to..
da velocidad, no le interesa quedarse ahí, y
empieza a galopar. Toma un sendero por
el bosque. Se siente desolado, y le duele
mucho haber perdido su cosa. pero no se
atreve a decirle a nadie su desventura. pues
si su mujer lo supiera. ya no se ocuparía
de él. Es por eso que tiene tanta prisa: en
una situación semejante. no sabe a qué san..
81
to encomendarse. Tanto va y viene maese
Isengrino por senderos, caminos y veredas.
con aullidos y manifestaciones de ira, que
está muy cerca de la locura; finalmente lle~
ga a su madriguera, entra por la puerta de
atrás, y encuentra a su familia en el interior.
"Que Dios esté con ustedes" dice. No ha..
bla en voz alta, sino apenas murmura. Doña
Hersenda se siente muy bien; le salta al
cuello, lo cubre de besos; sus hijos saltan
de gusto y lo abrazan; juegan y parlotean a
su alrededor. Si supieran lo que le ha pa..
sado, cantarían de otra manera. Después de
comer hasta saciarse, deciden ir a la cama;
pero antes de que se acuesten, sépanlo, ha ...
blan mucho: él aplaza el momento lo más
que puede, pero no logra evitarlo. Hersen.da la loba se le repega, lo besa. lo abraza:
él comienza a rechazarla y a alejarse. Pero
creo que es en vano. Hersenda le pide algo
que él ya no puede cumplir. Lo abraza, y él
se escabulle, poco deseoso de unirse a ella.
-¿Qué pasa, señor? dice ella. ¿Estás
enojado conmigo?
-Señora, contesta él, ¿qué quieres?
-Que me hagas lo que sabes.
-No me siento bien, y ahora cállate.
Hersenda replica:
-No quiero callarme; tienes que hacerme
la cosa.
-¿Qué cosa, pues?
-Tu deber. lo que todas las mujeres re...
ciben.
- Déjame en paz: no voy a hacerte na~
da: d~berías dormirte ya, después de ha~
cer tus oraciones, pues hoy es la víspera
del santo Apóstol.
.·~
i!
82
-Señor, dice ella, por san Gil, a mí qué
me importan las vísperas: si quieres tener
mi amor, haz lo que está en tu poder.
Doña Hersenda lo toca y lo tentalea;
tienta el lugar donde debería estar la cosa
según toda razón y justicia, pero no en- .
cuentra el chorizo;
-Ay. dice ella, ¿dónde está la salchicha
que aquí te colgaba? ¡Tienes que regresármela toda!
-Señora. dice él, la he prestado ... La
he prestado a ...
-¿A quién?
-A una monja con velo que quería llevarme a su corral. . . pero. me di jo que me
la devolvería.
Hersenda le contesta inmediatamente:
-Señor, eso está mal. Aunque te hubiera dado treinta fianzas. dones, prendas y
garantías. se quedaría con ella. Vamos, ve
inmediatamente con esa monja (la hija del
conde Guillermo) y dile que sin demora ni
tardanza te entregue en el acto tu salchi·
cha. Pues si la prueba una.sola vez. se quedará con ella. ¡Ah, merecerías la horca, por
habérsela entregado! Mucho me has ofendido y maltratado, porque a otra se la has
dado. Me has puesto fuera de mí.
-Vieja puta, dice Isengrino. ¡Te deseo
un mal día! Y ahora ¡calla, y duerme! ¡Y
no se hable más!
Entonces Hersenda salta del lecho:
-¡Hijo de puta! infame traidor, ¡no te
escaparás! Si pudiera. te sacaría de la cama. ¡Ay. que Dios me deje vivir hasta mañana!
Entonces, va a sentarse en el umbral de
83
su puerta, y se pone a dar profundos sus~
pires, a arrancarse los pelos, a torcerse bra~
zo y puño. Más de cien veces, jura morir.
__.¿Qué va a ser de mí, infeliz, pobreci~
ta? Mucho me pesa estar viva pues he per~
dido toda mi alegría, lo que más me gusta~
ha en el mundo; nunca he conocido mayor
angustia. Infeliz, pobre de mí, ¿qué voy a
hacer con él? Loca será la que con él se
acueste, pues ya no vale nada. Y a no quie~
ro compartir su cama, pues ya no tengo
qué tocarle. Como ya no puede hacer la
cosa, ¿qué me queda hacer con él? Que
se haga ermitaño y sirva a Dios en los bos~
ques. Y a está jodido, pues la cosa le han
cortado.
Al ver su dolor, pronto se llena la cor~
te. Ella vuelve a su casa y va hacia la ca~
ma, fuera de sí:
-¡Vamos, de pie, maese villano! ¡Ve a
buscar tus putas! Ignoro qué es lo que hi~
ciste, ¡pero ya tomaron su prenda! ¡Así
debe ser tratado quien tiene mujer y toma
la de su prójimo!
lsengrino no se atreve a decirle una sola
palabra: ni siquiera refunfuña. Doña Her~
senda es noble y orgullosa; siempre ha sido
ligera, arrogante y altanera; posa sus cua~
tro patas en el umbral y voltea el culo al
viento.
-A Dios, dice, te encomiendo.
Levanta su pata y se persigna. Se va sin
importarle lo que pase.
Ahora, regreso a Renart, que va por los
bosques después de dejar a Isengrino en
prenda. Se siente muy contento y satisfecho
con su laúd. Y a no oye hablar de Isengri~
84
no. Tanto se ha aplicado, que en quince
días aprende bien a tocar: es un hombre
hábil, lleno de experiencia, y nunca se ha
visto nadie tan astuto. Va por la región y
termina por encontrar a su mujer, que anda ya con un joven con quien quiere ca-:sarse: un primo de Grimberto el tejón.
Renart los ve; se detiene: sepan que los ha
reconocido a primera vista. Ella ya se habría casado con Punzón si hubiera encontrado un juglar para la fiesta. Ella no actuaba mal, pues todos decían que Renart
estaba muerto. Tiberio había jurado por la
salvación de su alma que lo había visto subir al cadalso, que le habían puesto la soga
al cuello con las patas atadas atrás de la
espalda. Sí, le parecía que se trataba de Re-nart. La dama le contestó brevemente:
-No dudo lo que me dices; sé que ha
hecho tanto mal a su señor, que si uno de
los barones pudiera agarrarlo, inmediatamente lo haría colgar.
Los novios no pierden su tiempo en pláticas: se besan y se abrazan. Renart no
puede ya contenerse; da un suspiro y habla
entre dientes, dirigiéndose a Punzón:
-rengo la impresión de que te vas a
arrepentir.
Y a hacía mucho tiempo que Punzón
amaba a Hermelinda, peto Renart no lo
sabía; se amaban desde hacía mucho tiempo, pero Renart tenía que saberlo algún
día: pienso que también en nuestro país
hay damas así.
Hermelinda besa y abraza .con amor a
su nuevo señor. Ven que Renart viene hacia ellos con el laúd al cuello; se sienten
85
muy contentos. Sin reconocerlo, lo saludan
como se debe:
-¡Quién eres, amigo?
-Señor, mí ser buen juglador y mí sa~
ber muy bueno canción que mí prender en
Besan~on, y saber también buen lay; uste~
des no encontrar mejor juglador que yo.
Todos saben que mí ser buen juglador, sé
contar y cantar buenas historias. Por la fe
que debo a san Colás, parecer que amarse
mucho. ¡_Dónde ir tú así?
Y el señor Punzón le dice:
-Si Dios quiere vamos a oír la misa,
vamos a la iglesia, porque quiero casarme
con esta dama, su señor acaba de morir; el
rey lo odiaba, pues muchas veces le hizo
malas jugadas. Ahora está contento. El as~
tuto se llamaba Renart; era un gran trai~
dor, un gran bribón, que había cometido
muchas traiciones; finalmente lo ahorcaron.
Dejó tres hijos, unos niños muy hermosos,
excelentes jóvenes; quieren vengar a su pa~
dre antes de la vendimia. Fueron a buscar
apoyo con mi señora Lince la abominable,
que tiene al mundo entero en su poder,
montañas y llanos; y hasta los límites de
esta región, ningún animal, por más bravo
que sea, oso, perro o lobo, osa enfrentárse~
le. Los tres hermanos fueron a enrolarse
con ella, y han dejado a su madre, una da~
ma muy cortés, a la que voy a tomar como
mujer muy pronto; así está la cosa: desde
mañana será mi esposa.
Renart contesta entre dientes:
-¡Te juro que te arrepentirás! Vas a
caer en tal desgracia que no valdrás ni un
pedazo de tocino.
86
-Sí, señor, dice Punzón (que es muy
hermoso y cortés) si quieres ir a nuestra
boda, ya sólo nos falta el sacerdote. Mañana te pagaré abundantemente.
-Mochas gracias, bello señor. Mí saber hacer tu placer. Mí saber buena gesta
de Ogiero, de Olivando y Roliveros, y de
Carlón, el emperador canoso.
-Sé, pues, bienvenido.
El demonio responde entre dientes:
-Y tú, el mal nacido.
Emprenden su camino; Renart toca su
laúd y todos están contentos. Llegan a la
madriguera, que es grande y está llena.
Renart encuentra su castillo abandona~
do y en ruinas. Se siente muy triste, pero
tiene que seguir bromeando. Piensa en lo
más profu..>'ldo que el que ahora ríe llorará.
Por toda la región, por toda la comarca,
Punzón invita a todos sus amigos. Tantos
animales llegan, que no se pueden contar.
Se juntan (algunos han venido de muy le~
jos) y arman gran alboroto por la ciudad.
Doña Hersenda está ahí, pero lsengrino
no aparece: su mujer lo acaba de dejar,
por cierta mutilación ...
Jura por la santa Pentecostés que ya no
compartirá su lecho con él; pues, ¿qué ha~
cer en la cama con un hombre mutilado?
¡Que se vaya! Es normal que todo el mun~
do lo desprecie: por eso ella lo abandonó.
A la boda llega bien ataviada. Hay mu~
chos otros invitados, y Renart les canta
una tonada. Celebran las nupcias con ale~
gría; Tiberio el gato y Bruno el oso hacen
el servicio.
Las cocinas están llenas de gallos capo-
87
nes y de gallinas. Hay otras vituallas para
todos los gustos; y el juglar canta compla~
ciendo a todos: nunca han oído tan bello
gorjeo, pues el artista canta en inglés.
Después de la comida, ¿saben qué ha~
cen? Los invitados parten sin demora; no
queda ni bueno ni malo ni peludo ni calvo;
todos vuelven a sus guaridas, salvo los no~
vios y el juglar: Renart se queda para se~
guir cantando.
Doña Hersenda entra con la esposa en
la cámara nupcial, y prepara el lecho don~
de Punzón tendrá su placer.
A una legua de ahí se encuentra ( Renart
lo sabe bien) la tumba de una mártir de la
que ya han oído hablar: es Copea la que
ahí yace y hace milagros a todos sin dis~
tinción. Aunque estén gravemente enfer~
mos, sean monjes, laicos o clérigos, inme~
diatamente los sana.
Renart había ido allí y había tendido dos
lazos y una trampa oculta que fijó con cua~
tro clavos robados a un villano. Al robar~
los, pensó que los iba a utilizar, pues es
muy hábil para todo.
Cuando Punzón se prepara para ir a la
cama, lo llama y le dice en su jerigonza:
-Amigo Buzón, tú hacer lo que saber:
tú escuchar mí y todo salirte mejor. De~
cirte algo: allá yacer una santa mártir: por
ella, Dios hacer grandes milagros; si tú
querer ir descalzo y llevar vela en tu mano,
y tú quedar toda la noche, con vela cendi~
da, tú mañana tener hijo engendrado.
Punzón dice:
-Con mucho gusto.
Y emprenden su camino; Punzón lleva
88
l
una vela que brilla como una estrella; bajo
un pino. en un montículo encuentran la
tumba de Copea. Renart se detiene y ahí
se queda:
-Pasa joven poso. Dios bendecirte.
El otro avanza pero teme algo; Renart
lo empuja. Lo empuja tan violentamente que
cae en la trampa con el cuello y un brazo
atados. Jala fuerte y se rompe el brazo. El
lazo le causa mucho dolor; mucho se afana.
mucho se queja; invoca a Dios y a la már~
tir. pide que lo dejen escapar. pues no hay
ningún pariente cerca; jala y vuelve a ja~
lar. pero es en vano. Renart. desde arriba.
se burla de él:
-Buzón. ya haber rezado mucho y tú
estará allí mucho tiempo; mártir quererte
tanto que no dejarte ir. Tú quererte volver.
yo pensar. monje. canónigo y ponerte sayo.
Si tú quedarte. yo ir con ella con gusto; yo
dirá que tú volver ermitaño y hacerte com~
pañía mártir. Ser maravilla que tú querer
perarte. ya haber ca~r noche.
hoy velar. tú ser nuevo casado y tu mujer
De repente. a toda velocidad llegan cua~
tro mastines y un villano. enemigo del her~
mano Bretón. Conocen bien el bosque. En~
cuentran a Punzón prisionero; lo jalan. lo
descuartizan y él sucumbe. Al ver esto. Re~
nart mucho se asusta; huye a través de un
seto; entra a su casa galopando. y se re~
pliega en su madriguera. Encuentra a su
mujer acostada bocarriba. esperando su
buena fortuna; ya le pesa la espera. Cuan~
do ve regresar al juglar solo. tiene mucho
miedo.
Renart le dice:
90
-Levántate, puta confesa, ¡levántate!
Vamos, fuera, ¡y que no te vuelva a ver!
Es muy mala tu suerte, pues aún no estoy
muerto; soy yo. si no me equivoco, Renart.
¡en forma, gallardo y bien vivo! ¡Muy pron~
to te pasó el duelo! ¡Vamos. levántate! de
pie, y ve a encontrar a tu marido. Si quie~
res saber cómo está, te diré que la mártir
lo retuvo.
Al oír esas palabras, por poco enloque~
ce de dolor:
-¡Pobre de mí, dice, es mi señor!
Maese Renart toma un bastón y le da tan~
tos golpes que hiere, golpea y bien da hasta
que ella implora:
-¡Piedad, señor Renart! piedad por
Dios, te pido clemencia; deja que me vaya
viva.
-Vamos, fuera; por mis dientes, si re~
gresas, te costará caro. No volverás a estar
a mi lado, tú, que has recibido tal huésped;
si te vuelvo a ver, te rebanaré los labios y
tu narizota; y te patearé tanto el vientre,
que las tripas te saldrán por el culo, sin que
tu nuevo marido pueda hacer nada. Y tú,
doña Hersenda, haces mal en consentir.
¡Ah! continúa, ¡qué tiernas son! ¡Qué bue~
nas misas han hecho decir por mi alma go~
zando con sus grupas! Pero, pongo como
testigos a Dios y a san Martín, ¡les ha
llegado su hora!
'
Cuando las dos mujeres oyen estas pa~
labras, sepan que no están contentas. Se
dan cuenta de que han caído en la trampa,
pues lo han reconocido por su voz; las dos
se asombran y se espantan, piensan que
están embrujadas, tal es su miedo. Las dos
91
tiemblan. Las dos tienen un dolor: Doña
Hersenda por su señor, que ha perdido el
color, y se le cayó la barba, porque carece
de cosa. Doña Hermelinda dice que se sien~
te deshonrada por el rubio Punzón del que
tan poco gozó.
-¿Qué importa? dice doña Hersenda.
Dirán que no valemos nada si no encontra~
mos otros maridos, que sobran en el mun~
do. Encontraremos por montones, grandes
y bellos; dos jovencitos que harán nuestra
voluntad. ¡Estás loca si te preocupas!
-Tienes razón, contesta la otra dama;
pero es igual: no es bueno, cuando una es~
tá vieja, desafiar el pudor y el honor, y
atraer el oprobio sobre una y sobre su
señor. Me dijeron que mi marido había
sido ahorcado. Si me conseguí otro, ¿dón~
de está el mal? Me doy cuenta de que es
cierto el proverbio: "es propio de la mu~
jer perderse más de una vez".
-Sin duda, dice Hersenda, pero tu fal~
ta no habla bien de ti. Se considera una mu~
jer fácil a la que se entrega al primer bella~
co que pasa, y a la que cualquiera puede
cabalgar. En cuanto a mí, nunca hice nada
malo ni cometí putería alguna, salvo una
vez, por inconciencia, con Maese Renart
tu barón, cuando meó y maltrató a mis lo~
beznos. En su guarida me cogió por atrás.
Apenas la escucha, doña Hermelinda
contesta en un acceso de ira, pues tiene ce~
los de que su marido haya podido amar a
Hersenda, y dice:
-¿Y no es eso putería? Hiciste una gran
maldad y gran deshonra y putez al dejar
que mi marido te diera por la rabadilla.
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Puta vieja y confesa, deberían quemarte en
las brasas, y arrojar tus cenizas al viento;
tejactas ante mí de lo que te hizo mi señor.
¡Ah! ¡qué perversa! Merecerías que te pu~
sieran en el coño un carbón ardiente, cuan~
do teniendo marido, cometes tal sinrazón.
Además, tienes puros hijos bastardos; más
valdría que los hubieras abortado. Y a
Isengrino tu señor le has hecho tal desho~
nor que ya nadie lo amará y lo llamarán
cornudo hasta el fin de sus días.
Muchas injurias le dice, fuera de sí, y,
sépanlo, se entrega a la ira.
Hersenda le contesta riendo:
-y tú, tú eres una puta infecta, tú que,
teniendo un señor te fuiste a buscar otro.
Tiene que ser pusilánime y si\]- dignidad, él.
que no te quemó el culo. ·Eres de mala ra. .
lea, y no podías caer más bajo, pues eres
más puta que la mosca que, en verano, a
todos pica. Todos frecuentan tu tugurio.
venga quien venga lo recibes. Si mis hijos
son bastardos, por la fe que debo a Santa
María, no por eso los niego: quien quisiera
que fueran negados y desheredados todos
los bastardos ¡debería tener más poder que
el rey de Francia! Pero tú, que eres burde. .
lera, pares a tus hijos concebidos en el
adulterio, y nunca has rechazado ni a un
perro.
-Mientes, puta hechicera. ¡Cállate al
instante, o te golpearé!
-¿Tú, golpearme? puta vieja y gordin~
flona; si realmente lo hubieras pensado, no
tendrías ahora las palmas abiertas, la piel
desgarrada y rebanada, pues son filosos
mis dientes.
93
Hermelinda no puede contenerse: la ata.ca violentamente, y Hersenda agarra a su
vez a Hermelinda. Las dos ruedan por tie-rra, y se clavan sus filosos dientes. Rom-pen, rasgan y desgarran la piel de su ene.miga. ¡Ah, si las vieran! En un instante una
está arriba, la otra abajo.
Doña Hersenda es grande y fuerte; es
la que está arriba, y mantiene a la otra ba.jo ella con tal fuerza que la tiene entre la
espada y la pared; va a estrangularla, y a
dejarla muerta y tiesa. ·
De pronto, llega cojeando un peregrino;
sorprende a las damas en plena riña. Aga-rra a una de la mano y la levanta.
-Deténganse, les dice.
Después de haberlas separado, las re-prende dulcemente, les pregunta de dónde
son, de dónde vienen, a dónde van. Y ellas
se confían a él, pues es un hombre santo,
que les da un buen consejo: que cada una
regrese con su marido, le pida perdón, y le
suplique que la ame y la quiera tiernamen-te. Manda, pues, a doña Hersenda con
Isengrino, para que hagan la paz, y lleva
a doña Hermelinda a su guarida con maese
Renart. El peregrino es un hombre tan
santo, tan piadoso, que pronto los reconci-lia y pone la paz en su casa.
Desde entonces, y por mucho tiempo,
Renart lleva una vida feliz con su mujer.
Todo le dice y le cuenta: cómo estuvo a
punto de morir en la cuba, cómo engañó
al tintorero cuando le dijo que era de su
oficio, cómo le hizo perder los cojones y
todo lo demás a lsengrino que ya no puede
94
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10. Renart en Maupertuis, sostiene al sitio de los
animales aliados en su contra
coger. Todo le cuenta y le dice; ella no
hace más que reír.
Durante mucho tiempo Renart está en
calma, ni va ni viene ni se mueve.
Aquí termina la historia de Renart el
tintorero que tantas malas jugadas hizo.
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INDICE
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. El juicio de Renart . . . . . . . . . . .
II. El sitio de Malpaso . . . . . . . . . .
III. Renart tintorero y Renart juglar
7
17
56
71
Biblioteca
RAMON MORENO R~
Esta edición se terminó de imprimir en los
talleres gráficos de PREMIA editora de
libros, s.a., en Tlahuapan, Puebla, en el
primer semestre de 1983. Los señores
Angel Hernández, Serafín Ascensio, J ulián
Hernández y Donato Arce tuvieron a su
cargo el montaje gráfico y la impresión de
la edición en offset. El tiraje fue de 1,000
ejemplares más sobrantes para reposición.
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Más que en otros textos medievales, en
esta historia vemos reflejada la vida coti~
diané!, y se nos ofrece una imagen de la so~
ciedad de la época, el contexto familiar, las
comidas y fiestas, los métodos curativos, la
ternura con que los hijos acogen a los pa~
dres, etc. Por otra parte, en la obra apare~
cen reflejadas todas las clases sociales, to~
dos los pequeños acontecimientos de la vida
cotidiana, pero presentados siempre en un
tono burlesco, ya que parecería que la úni~
ca intención es hacer reír a cualquier pre~
cío, utilizando cualquier medio, como alu~
siones cuitas. En este texto, encontramos
la burla de lo cortés lJ de lo épico, se utili~
zan proverbios o comentarios del narra~
dor, en un presente verbal que hace más
vivo el relato; hay una gran fantasía y una
perfecta dosificación en los rasgos huma~
nos de estos animales lo que permite ha~
cer una buena pintura de caracteres.
Es más probable que en lugar de una
crítica social consciente al orden reinante,
las {1ist6rias de Renart sean más bien una
burla de la estupidez lJ mojigatería genera~
[izadas; de alli que la característica dominante de este texto sea su comicidad.
PREMIA editora s. a
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