Los orígenes del capitalismo industrial y de la gran industria

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ORIGENES DEL CAPITALISMO MODERNO
F.C.E
HENRI SEE
VII. LOS ORIGENES DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL Y DE LA GRAN INDUSTRIA
1. LA EXPANSION COMERCIAL Y LA REVOLUCION INDUSTRIAL
Los capítulos anteriores han puesto en claro la función esencial desempeñada por el capitalismo
comercial. Una de las grandes contribuciones de éste a la vida económica fue el impulso que dio a la gran
transformación industrial, que sobrevino en la segunda mitad del siglo XVII y que conocemos con el nombre
de "Revolución Industrial". Ésta surgió en Inglaterra y de aquí se extendió a Francia. Inglaterra se
enriqueció ente todo por el comercio marítimo en grande; siguió el ejemplo de Holanda cuyo comercio de
comisión le valió la fortuna. La evolución de Francia, fue más tardía y menos intensa; aquí la Revolución
Industrial sólo se producirá mucho tiempo después de la transformación de Inglaterra.
Paul Mantoux, en su excelente Revolución Industrial en el siglo XVIII, demuestra que la fortuna
Industrial de Lancashire fue debida sobre todo a los progresos del puerto de Liverpool, el cual en un
principio se dedicó casi exclusivamente al comercio colonial: su importación de algodón hizo que la región
de Manchester se convirtiera en el centro de la industria algodonera. El mismo autor insiste con razón sobre
la influencia que tuvo el mejoramiento de las vías internas de comunicación sobre el progreso industrial. En
Inglaterra una red de canales y caminos se extendía rápidamente. Pero ésta pareció haber sido una
influencia menos importante, pues Francia también construyó caminos en gran escala en el siglo XVII y
sobre todo en el siglo XVIII. Está claro que este mejoramiento contribuyó a transformar toda la vida
económica de Francia. Pero el superior comercio marítimo inglés nos indica la razón por la cual la
Revolución Industrial en este país fue espontánea, mientras en Francia la introducción del maquinismo y la
creación de la gran industria bajo el antiguo régimen fueron sobre todo obra del gobierno. 1
El comercio se consideraba de tal modo la fuente de la actividad industrial que en los siglos XVII y
XVIII la palabra comercio designa tanto a la industria como al comercio propiamente dicho. La misma
observación es aplicable a la palabra inglesa trade. Notemos, además, que en aquella época no era el
productor industrial quien solicitaba pedidos, o se esforzaba por ajustarse al gusto de la clientela: ésta era
tarea del comerciante al por mayor, del exportador. Magon de la Balue, armador de Saint-Malo, que hacía
sus pedidos de seda a los comisionistas de Lyon, no cesaba de quejarse de la fabricación defectuosa, de
los engaños de los fabricantes y de su poco empeño para satisfacer a la clientela. Y en Lyon la fabricación
ya estaba controlada por los comerciantes.
No hay que olvidar, sin embargo, que la industria misma con contribuyó, en cierto modo, a la
acumulación de capitales. Así en Inglaterra la industria de lana y especialmente la exportación de telas
transformó a este país en una gran potencia marítima. En muchos oficios bastantes maestros se
enriquecieron lo suficiente para poder diferenciarse de sus compañeros y ser algo así como empresarios
capitalistas. Este es un hecho que puede observarse en todos los países; pero que Unwin ha señalado
especialmente en Inglaterra en su obra The Industrial Organization in the XVIth and XVIIth Centuries.
2. LA INDUSTRIA RURAL Y DOMÉSTICA
El dominio efectivo del capitalismo comercial sobre la producción de manufacturas fue posible debido a la
industria rural y doméstica, fase ésta de la evolución industrial que caracteriza la historia económica de
todos los países de la Europa occidental.
En los Países Bajos, como lo ha demostrado Pirenne en su Historia de Bélgica, la industria rural
presenta en el siglo XVI una notable extensión y abarca muchas producciones que, antes se limitaban a las
1
Sobre este punto véanse las interesantes observaciones de Charles Ballot, con referencia especial a la industria de la seda
(L´introduction du machinisme, Paris, 1923, pp. 300 ss.)
ciudades. En los campos del Flandes valón y del Hainaut, en los alrededores de Lille, de Bailleul y sobre
todo de Armentieres y de Hondschoote, se tejían con lana española telas sencillas y baratas, una especie
de worsted, con las que los fabricantes ingleses no podían competir. La industria de telas se extendió
también al campo, del mismo modo que la de los encajes. Pero, el ejemplo más típico es, sin duda, el de la
tapicería barata que abastecía el importante mercado de exportación de Amberes. La tapicería de lujo
seguía siendo monopolio de las ciudades. En los Países Bajos, se distingue claramente en el siglo XVI la
empresa de capitalismo comercial de la empresa rural; los comerciantes-fabricantes, empresarios
capitalistas que concentran en sus manos, para enviarlas a mercados lejanos, las telas que producen los
artesanos del campo. La industria carbonífera no afectaba aún, como lo nota Pirenne, una forma capitalista.
Ya desde el siglo XV vemos en Inglaterra al comerciante-empresario "controlar" la fabricación de
telas, someter a su dominio económico al artesano del campo, abasteciéndolo de materia prima y aun a
veces hasta de útiles, y concentrar en sus manos los productos para venderlos en mercados lejanos. 2 Nada
demuestra esto con tanta elocuencia como la intervención del poder legislativo para fijar las penas que se
imponían a los artesanos culpables de robar las materias primas.3
Como dice atinadamente el profesor Ashley en su Evolution économique de l´Anglaterre, lo que
hacía falta a los artesanos del campo no eran los instrumentos de producción, sino contacto con los
mercados. Veíanse, pues, obligados a aceptar la mediación de los negociantes, excepto en Yorkshire, en
donde, como lo explica el informe del Comité de la Cámara de los Comunes de 1806, el obrero rural
adquiría la lana, la hilaba, fabricaba y teñía la tela, que luego vendía en los mercados de las ciudades
vecinas, principalmente Bradford, Leeds, Halifax y Wakefield. El artesano era independiente, pero poco a
poco, durante el siglo XVII, aun en esa misma región, se recibían cada vez más pedidos de fuera de los
mercados, y no estaba ya lejano el momento en que el mercader iba a ejercer su dominio sobre el mismo
proceso industrial.
La industria irlandesa del lino, que se iba concentrando en el Ulster, sigue una evolución análoga.
Los tejedores eran agricultores para quienes la fabricación del lino, como sucede en la Bretaña francesa,
era sólo una ocupación accesoria. Las telas eran vendidas en los mercados locales, como Belfast o Dublín,
o bien las cedían a intermediarios que las vendían a su vez a los comerciantes de las ciudades. En la
segunda mitad del siglo XVIII, los trabajadores caen gradualmente bajo la dependencia económica de los
comerciantes, que frecuentemente van a vender sus telas en Inglaterra. El comerciante-empresario ocupa
una situación cada vez más importante. Hacia fines del siglo XVIII los blanqueadores, que en un principio
no eran más que pequeños empresarios, se vuelven con frecuencia grandes industriales que concentran en
sus manos todos los productos fabricados e introducen las máquinas en la fabricación del lino, asegurando
así en este campo el triunfo del capitalismo industrial. Esos son los hechos que se desprenden de la
reciente obra de Conrad Gill sobre la industria del lino.
En Francia se distinguen dos tipos de industria rural. El primero es característico de las regiones
con recursos agrícolas insuficientes y donde la vida urbana es pobre, como en Bretaña y en el Bajo Maine.
En estas provincias la industria rural del lino no les hacía ninguna competencia a los oficios urbanos, que
eran poco numerosos. Los mercaderes se dedicaban exclusivamente a operaciones comerciales, no
dirigían la producción ni distribuían la materia prima, que el campesino cosechaba en persona. Cuando
más, se ocupaban del blanqueo y del acabado de las telas, y sólo excepcionalmente se convertían en
empresarios de manufacturas. Ni en Bretaña ni en el Maine la industria rural produjo una industria
capitalista. Vivían principalmente de las exportaciones a Cádiz; la pérdida de este mercado durante las
guerras de la Revolución trajo su ruina, y la industria rural cayó en decadencia a fines del siglo XVIII y
principios del XIX, hasta que desapareció definitivamente.
En otras provincias, como Flandes, Picardía y la Alta Normandía, la situación fue distinta. Aquí la
agricultura era próspera, la industria urbana se había desparramado por los campos circunvecinos, y la
industria rural se desarrolló sobre todo porque había muchos campesinos sin tierras. En estas condiciones
el artesano rural dependía con frecuencia de los que le hacían pedidos y lo dirigían en su trabajo. Los
negociantes distribuían la materia prima a los trabajadores del campo y aun a veces útiles de trabajo;
sostuvieron la “industria rural" hasta el punto de arruinar los talleres urbanos, si hemos de creer las quejas
de los fabricantes y trabajadores de Troyes. Fueron dichos comerciantes los que al fin del "Antiguo
régimen" introdujeron los telares mecánicos, en la bonetería y en los hilados de algodón, con lo que fue aún
2
Véase W. Ashley, Econ. Org. Of Engl., ob. Cit. Bibl., pp. 140 ss.; E. Lipson, Hist. of the Woolen and Worsted Ind., ob. Cit. Bibl.; H.
Heaton, Yorkshire Worsted and Woolen Industry, Oxford, 1920.
3
Postlethwait, Univ. Diction. Of Trade and Comm, (1775), art. Manufacturs.
más desastrosa para la vieja industria urbana la competencia del campo. Bastó que los telares se
concentraran en las fábricas para que naciera la gran industria y para que el comerciante-empresario se
transformara en patrón industrial.4
3. IMPORTANCIA DE LA CONCENTRACION COMERCIAL
El capitalismo comercial también dominó la industria textil urbana, con lo que los artesanos que antes eran
independientes fueron reducidos a la categoría de asalariados. El ejemplo más característico lo ofrece la
industria de la seda en Lyon, como lo demuestra la excelente obra de Justin Godart sobre L´Ouvrier en soie
de Lyon. Ya en el siglo XVII se hacía distinción entre maestros mercaderes y maestros obreros, según se
desprende del reglamento de 1667. Y el reglamento de 1744 clasificaba a los maestros obreros como
asalariados y subordinados de los comerciantes. Estos suministraban la materia prima y hasta los dibujos y
diseños, y aun a veces las cantidades necesarias para comprar útiles de trabajo. Además, el precio de la
hechura lo fijaba el comerciante, y el salario se pagaba cuando el trabajo estaba terminado. Se comprenden
muy bien las causas de esta transformación: los comerciantes que arriesgaban sus capitales estaban
obligados, a medida que crecían la producción y los mercados, a fijar condiciones a los obreros. Estos no
conocían las condiciones del mercado. En las industrias de lujo el papel de los comerciantes era muy
importante, ya que eran los únicos que podían seguir los cambios de la moda, tan importantes para estas
industrias.5 Finalmente, hay que notar que esta evolución se consuma antes de la introducción del
maquinismo.
En la industria de las telas de lana se nota una evolución análoga, aunque menos general. El
dominio del capitalismo comercial sobre el trabajo se explica sobre todo por razones técnicas, ya que dicha
industria requiere una variedad de operaciones. Primero la lana debe ser lavada y desengrasada, y
después varcada, cardada y peinada. Pasa luego a los hilanderos y, sobre todo, a las hilanderas. Una vez
hilada se enmadeja y se empaca. Enseguida pasa al teñido, y si se trata de lana cardada, el fieltro. A esto
siguen las fases definitivas: limpia, tunda y doblado.
La función especial del comerciante en todos estos trabajos era la de dirigir los diversos procesos
de fabricación: intervención que se hace aún más necesaria cuando la industria se extiende a los campos.
Ballot, en su libro Introducción del maquinismo en la industria francesa, describe de la manera más sencilla
el papel del comerciante-industrial de telas:
El comerciante compra la lana en bruto y la hace lavar, desengrasar y teñir. Luego la
entrega, algunas veces directamente, a las cardadoras a hilanderas, pero con mayor frecuencia a
un empresario en pequeño, de ordinario obrero. Éste la distribuye entre operarios del pueblo.
Cuando le devuelven la hilaza, el comerciante manda tejer la cadena, remitiéndola junto con el hilo
de la trama a un segundo empresario, tejedor de oficio por lo general. Una vez que la pieza ha sido
tejida, el comerciante la manda para diferentes aprestos a los maestros cardadores y tundidores,
Por lo que hace al enfurtido no es raro que el comerciante mismo sea dueño de algún molino.
Esta concentración comercial, aunque completa a fines del siglo XVIII en los más grandes centros,
como Sedan, Reims, Ruán, y Elbeuf, no se manifiesta en todas partes. Algunas veces, como en Amiens, el
trabajo era repartido entre empresarios sucesivos, independientes los unos de los otros. En el Mediodía los
pequeños fabricantes eran todavía numerosos.
En los lugares donde la concentración comercial era completa, corno en Reims, ésta traía consigo
un sistema de organización que puede llamarse "concentración industrial” porque reunía en el mismo
establecimiento los diferentes procesos de la fabricación. Los comerciantes tenían interés en agrupar a los
obreros bajo el mismo techo con el fin de vigilar el trabajo y evitar los gastos de transporte. Tal era el caso,
por ejemplo, de ciertas manufacturas en el sur de Francia, en Trivalle, cerca de Carcassone, o en
Villeneuvette, cerca de Clermont-de-l´Hérault. En Montauban un fabricante construyó un edificio que le
costó 125 000 libras francesas; en Reims más de la mitad de los artesanos fueron agrupados en grandes
establecimientos. En Louviers la concentración fue todavía mayor: quince empresarios agruparon a miles
4
Véase Tarlé, ob. cit. Bibl.; Bourdais y Durand, ob. cit. Bibl.; Demangeon, La Picardie…, ob. cit. Bibl.; Sion, Les paysans de la
Normandie orientale, París, 1909; R. Musset, Le Bas-Maine, París, 1917; Lévi, ob. cit. Bibl.
5
Véase P. Clerget, Les industries de la sole en France, París, 1925.
de obreros; uno de ellos mandó construir una enorme fabrica que costó 200 000 libras francesas y en
donde estaban reunidos cinco talleres. Pero aún en estas condiciones subsistían bastantes obreros
independientes. El desarrollo de la industria textil muestra claramente que la concentración industrial, que
anunciaba ya la aparición de la fábrica, no es consecuencia del maquinismo, ya que éste no aparece sino
hasta el Primer Imperio.
En la bonetería la industria cae bajo el capitalismo comercial sobre todo por la introducción y el uso
de los telares, cuyo precio era muy elevado (300 a 400 libras francesas). Por doquiera los grandes
comerciantes-empresarios tienen a sus órdenes a los maestros operarios: a fines del "Antiguo régimen", en
Lyon, 48 mercaderes empleaban a 819 maestros operarios y, en Orleáns, 55 mercaderes a 260 maestros.
Es significativo el hecho de que estos comerciantes-empresarios, aún cuando se trate de una fabricación
dispersa, pudieran llamarse con derecho, manufactureros. El vocablo manufactura era a menudo sinónimo
del actual industria, que sólo se empleó rara vez en el siglo XIX. Así se decía, por ejemplo, “la manufactura
del lino de Rennes"; pero cuando se trataba del trabajo propio de los artesanos se usaba el término "artes y
oficios” (arts et métiers).6
4. LAS MANUFACTURAS
Parecería, pues, a primera vista, que las manufacturas han desempeñado un papel menos
importante que el que a menudo se les atribuye y al que Carlos Marx ha dado tanto relieve en El capital.
Sin duda, las manufacturas reales de Francia y las empresas privilegiadas, a cuya creación está
unido al nombre de Colbert, no dejaron de tener influencia sobre la génesis de la gran industria que había
de desarrollarse más tarde. Ayudadas por primas y subvenciones oficiales, estas empresas disponían de
capitales más considerables que la mayoría de las demás empresas de la época, con lo que podían
obtener, por lo menos para el acabado, útiles relativamente perfeccionados. El carácter de monopolio que
se les dio favorecía, además, su desarrollo. La obra de Colbert no dejó de tener importantes consecuencias
para el futuro: numerosos "islotes" industriales surgieron y nuevas industrias fueron implantadas en Francia,
algunas de las cuales tuvieron verdadero éxito. Pero, generalmente, esas manufacturas no tenían todavía
el carácter de establecimientos concentrados: empleaban en gran escala la mano de obra de la industria
rural o doméstica. A este respecto no se puede señalar ninguna transformación notable durante el siglo
XVIII.
No obstante, las manufacturas constituyeron en Francia un factor de importancia en la evolución
industrial; los orígenes de la gran industria y la introducción de las máquinas, corno lo hace notar Ballot,
fueron en gran parte obra del Estado.
En Inglaterra, por el contrario, la gran industria surgió de un esfuerzo espontáneo. De suerte que las
manufacturas desempeñaron allí un papel mucho menos importante que en Francia. Es cierto que los
Estuardo, para aumentar sus ingresos, crearon ciertos monopolios como los establecidos, por ejemplo, para
la fabricación de jabón, alambre y naipes. Pero la nación entera protestó enérgicamente contra dichos
monopolios, y el mercantilismo, sostenido y hasta creado por la monarquía de los Estuardo, desapareció
con ella y fue sustituido por la política del laissez-faire. La influencia de la Revolución de 1688 fue de gran
importancia, pues favoreció la causa de la libertad comercial y económica. Así se explica que los intentos
para crear manufacturas, sobre todo en la industria textil, hayan tenido tan poco éxito en el siglo XVIII. 7
5. LA TECNICA Y LA CONCENTRACION INDUSTRIAL
La concentración industrial, condición indispensable de la existencia de una gran industria, nació
sobre todo de necesidades técnicas. La industria de telas estampadas nos ofrece un ejemplo típico. En la
manufactura de telas estampadas la concentración industrial se manifiesta bien pronto y en gran escala
antes de la introducción del verdadero maquinismo: “las condiciones técnicas de la fabricación, como dice
muy bien Ballot, requerían la inversión de importantes capitales, la reunión de los obreros en los talleres y la
división del trabajo". Se necesitan vastos edificios para los talleres, piezas amplias para secar y terrenos
6
Véase H. Sée, A propos du mont “industrie” (Rev. Hist., mayo, 1925); H. Hauser, Le mot “industrie” chez Roland de la Plateriére
(Ibid., noviembre de 1925).
7
Véase G. Unwin, The ind. Org. ob. cit. Bibl., pp. 172 ss.
extensos para el blanqueo de las telas. El equipo de trabajo es complicado y costoso; se requieren grandes
existencias de telas y materias colorantes; la diversidad de las manipulaciones que deben efectuarse en el
mismo local exige la división del trabajo entre los numerosos obreros especializados que trabajan bajo el
misino techo. Nada tiene de asombroso que hacia fines del “Antiguo régimen" existiesen más de cien
establecimientos de esta industria con una producción de más de 12 000 000 de libras francesas de telas
estampadas.
La mayor parte pertenecía a compañías de muchos socios, y otras a sociedades por acciones
bastante ricas. La sociedad del célebre Oberkampf tenía en 1789 un capital social de casi nueve millones
de libras francesas y sus utilidades alcanzaron en 1792 a 1581000 libras francesas. Y, sin embargo, el
estampado mecánico no comenzó a emplearse hasta 1797.
6. LA INTRODUCCION DEL MAQUINISMO
No obstante, la concentración obrera e industrial, condición necesaria de la gran industria
capitalista, no podía constituir un fenómeno verdaderamente general sino gracias al triunfo del maquinismo.
Las máquinas empezaron a instalarse por primera vez para el torcido de la seda; ya desde la
primera mitad del siglo XVIII, los Jubié tenían máquinas bastante perfeccionadas; en la segunda mitad de
dicho siglo los inventos de Vaucanson son puestos en práctica por los Deydier, de Aubenas. Todos estos
progresos técnicos explican la creación de grandes establecimientos para el torcido de la seda (por
ejemplo, los de Jubié en el Sône), mientras que el hilado de la seda continuó siendo una industria
doméstica y rural hasta bien entrado el siglo XIX.8
Pero en la nueva industria del algodón fue donde el maquinismo se desarrolló más intensamente
durante el siglo XVIII. Las invenciones técnicas aparecieron primero en Inglaterra, en donde esta industria
fue implantada antes que en ninguna otra parte. La primera invención fue la lanzadera volante de Kay
(1733), que hacía el tejido más rápido. Luego, con el aumento de la demanda de hilo, se trató de intensificar
la producción y así al hilado del algodón se refieren la mayor parte de los inventos de entonces: la famosa
spinning jenny (1765); el waterframe de Arkwright, dos años más tarde, y en fin la mule-jenny de Crompton.
Francia estaba muy atrasada en este campo y tuvo que importar de Inglaterra operarios y máquinas.
La jenny era un pequeño telar de mano que podía ser utilizado aisladamente. No perjudicó de
ninguna manera a la industria rural. La mule-jenny, por el contrario, y otras máquinas de producción
continua, favorecieron la concentración. En Francia, lo mismo que en Inglaterra, este hecho es
incontestable: antes de la Revolución había cierto número de manufacturas concentradas: la de Lecler, en
Brives; la de Martin y Flesselles, en Amiens; las fábricas fundadas por el duque de Orleáns, en Orleáns y
Montagris, y, por último, la manufactura de Louviers. Durante los primeros años de la Revolución el
movimiento se acelera; pero fue sobre todo en la época del Imperio cuando los hilados de algodón se
transformaron en una gran industria, debido al espíritu de organización y a los recursos de capitales que
tenían hombres como Bauwens y Richard-lenoir.
Tanto en Francia como en Inglaterra la industria lanera no fue conquistada al maquinismo sino más
tarde, a pesar del invento de Cartwright. En Francia esa transformación se opera en la época napoleónica,
principalmente merced a grandes industriales como Ternaux, "que cubrió a Francia de fábricas y a Europa
de sucursales". Pero aún cuando sólo consideramos la industria textil, la evolución estaba lejos de ser
completa, ni siquiera en Inglaterra, a principios del siglo XIX. El tejido mecánico se difundió lentamente, aun
en la industria del algodón. En la industria del lino, el maquinismo aparece más tarde. En Francia hasta la
monarquía de julio (1830-48) la introducción de maquinaria no transformó la industria del lino. En las
industrias secundarias, como la del vidrio y del papel, se realizarán grandes perfeccionamientos técnicos
antes de la Revolución; pero aunque había algunos grandes establecimientos, como la papelería de
Montgolfier en Annonay, la gran mayoría de las empresas seguían siendo explotaciones en pequeño que
empleaban unos cuantos obreros.
En lo tocante a la metalurgia, como observa con razón Mantoux, al principio “las máquinas no
desempeñaron más que un papel secundario en su más decisiva transformación”, es decir, en la sustitución
de la leña por el coque para la fundición: innovación que determinó la creación de grandes establecimientos
como la Fábrica de Creusot, empresa capitalista de primer orden. Pero la transformación se operó
lentamente, sobre todo en Francia, en donde no terminó hasta la segunda mitad del siglo XIX. Al llegar la
8
Véase Ch. Ballot, ob. cit. Bibl., pp. 297 ss. Y Elie Reynier, La soie en Vivarais, 1921.
Revolución, la inmensa mayoría de las empresas metalúrgicas eran pequeños establecimientos con un
número restringido de obreros; la industria continuó por mucho tiempo dispersa, y como se utilizaba todavía
leña para la fundición, la industria se había localizado de preferencia en las regiones forestales. El
maquinismo ganó más rápidamente las industrias de elaboración del hierro, como el laminado, las fábricas
de herramientas mecánicas, los talleres mecánicos cuyo desarrollo favorecía precisamente la difusión de
las máquinas en la industria textil.
La introducción de los motores mecánicos fue bastante lenta. Primero se utilizaron los motores
hidráulicos en Francia corno en Inglaterra; en este país, a fines del siglo XVIII, la máquina de vapor tiende
por doquiera a reemplazar al motor hidráulico. En Francia, por el contrario, las máquinas de vapor eran
todavía escasas en 1789, excepción hecha de las "bombas de fuego" para uso en las minas y de algunas
máquinas elevadoras. Pasará más de medio siglo para que la máquina de vapor se difunda en toda la
industria francesa.
La máquina de vapor fue una de las primeras aplicaciones de la ciencia a la industria; aplicaciones
que han seguido de lejos a los inventos técnicos, fruto de intuiciones geniales o de dilatadas
experimentaciones. Entre las ciencias fue la química la primera que contribuyó con mayor número de
perfeccionamientos industriales, como es fácil ver desde principios del siglo XIX.
De lo anterior se puede concluir que si la difusión del maquinismo podía asegurar el triunfo de la
gran industria, en cambio, por lo que toca a sus orígenes, la concentración industrial se debe mucho menos
a la introducción del maquinismo que a la multiplicidad de las operaciones técnicas que requieren las
diversas manufacturas: en la industria textil la concentración proviene de la complejidad del proceso
productivo que hizo indispensable la intervención del capitalismo comercial; en el estampado de telas fue
resultado de las condiciones muy particulares de esa fabricación. El maquinismo sólo reforzó una
transformación ya realizada o en vías de realizarse.
7. CARACTER DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL
Quien estudie el siglo XVIII verá claramente que las empresas que adoptaron la forma capitalista no
fueron las industrias en las que el maquinismo se había desarrollado más, sino aquellas que por su
naturaleza misma son las más costosas. La industria minera y sobre todo la del carbón, nos ofrecen un
ejemplo evidente. En un principio las minas francesas fueron explotadas por sus dueños o por pequeños
empresarios, pero con tal deficiencia que el Gobierno, por decreto de 1744, decidió que ninguna mina fuera
explotada sin concesión real. Los dueños y los pequeños empresarios se veían a menudo desposeídos en
beneficio de extranjeros y principalmente de grandes compañías, como la de Anzin. Sólo compañías con
bastantes recursos podían introducir los adelantos técnicos necesarios: sondajes, apertura de galerías y
pozos, ventilación, drenaje por medio de bombas (sobre todo “bombas de fuego”). Esta explotación exigía
capitales considerables para realizarla científicamente.
Estas compañías y sociedades, por acciones (sobre todo "en nombre colectivo" o "en comandita")
tenían el aspecto de grandes empresas capitalistas. Tales eran las de Alais, de Carmaux y de Anzin. Ya en
1756 la sociedad de Anzin, que operaba en el norte de Francia, empleaba 1000 mineros y en sus talleres
500 operarios; en 1789 ocupaba 4 000 obreros; había abierto de 550 a 750 metros de galerías
subterráneas, y empleaba doce máquinas de vapor. En el mismo año extrajeron 3 750 000 quintales de
carbón, y las utilidades comerciales fueron de 1.200 000 libras francesas, que sobrepasaban en un 100% a
los gastos.9 En las otras explotaciones mineras el carácter capitalista era menos acentuado; pero se trataba
de todos modos de sociedades por acciones formadas generalmente por ricos financieros o negociantes y
por armadores y entre cuyos accionistas figuraban, igual que en las compañías carboníferas, nobles y
magistrados.10
Por el contrario, en la industria algodonera las sociedades por acciones eran raras, aun a raíz del
triunfo del maquinismo; eran frecuentes las sociedades en comandita, pero "el mayor número de las
fábricas eran propiedad de simples industriales" que recurrían a empréstitos y a los buenos oficios de los
banqueros, "sin que pudiera decirse con exactitud de dónde provenían los capitales”.
9
Véase Grar. Hist. de la reach., de la découv. et de la exploit. de la houille dans le Hainaut fr., la Flandre fr. et l´Artois, Valenciennes,
1847 y, sobre todo, M. Rouff, ob. cit. Bibl.
10
Véase, por ejemplo, H. Sée, sobre la Sociedad minera de Pontpéan, art. cit. en cap. IV, nota 26.
En el estampado de las telas abundaban desde el siglo XVIII las sociedades por acciones o cuando
menos las compañías en comandita. Ya en esa época manifestábase en esta industria cierta integración,
que presenta un marcado carácter capitalista. Ballot nos describe con precisión tal estado de cosas:
Muy a menudo los fabricantes combinan el estampado, el hilado y el tejido; lo hacen con
tanto mayor agrado cuanto que dicha extensión de sus operaciones no exige un gran aumento de
capital; mandan hacer este trabajo al campo, y mientras son patrones de fábrica para el estampado,
son mercaderes-empresarios para la fabricación de las telas.
Bajo el Imperio, la mayor parte de las principales hilanderías del algodón pertenecían a grandes
industriales, que se dedicaban al tejido y aun al estampado.
Por otra parte, el desarrollo industrial y los progresos del maquinismo trajeron la especialización; las
diversas operaciones de la fabricación dieron nacimiento a establecimientos especiales. Tal ocurría sobre
todo con las hilanderías industriales como Boyer-Fonfrede, que poseía establecimientos de tejidos e
hilados, se dedico exclusivamente a éstos, los cuales eran antes del maquinismo una actividad subordinada
a la de los tejidos.11
Otra consecuencia que se manifiesta plenamente en la época napoleónica es el hecho de que
algunos industriales particularmente emprendedores multiplican sus establecimientos: Bauwens, en
Bélgica, y Richard-Lenoir, que fundó fábricas de hilados y tejidos en Picardía y en toda Normandía. Un
ejemplo todavía más notable es el de Ternaux, que establece plantas textiles en toda Francia y funda
nuevos talleres fuera de los grandes centros de su industria (Sedan, Reims, Louviers).
Al llegar a este punto de su desarrollo, la concentración industrial subordina la actividad comercial a
la industria. El gran industrial se esfuerza en ser gran comerciante y se preocupa por encontrar mercados
para sus productos. Ternaux fundó en el extranjero y en Francia sucursales para la venta de sus productos
y para la compra de materias primas. Su casa de París era "como el corazón que recibe y envía la sangre a
las venas y las arterias": servía a todos sus establecimientos de almacén de ventas o de aprovisionamiento
y de casa de comisión. Ternaux trató, además, de eliminar a los intermediarios y de emprender Ia venta al
por menor. Aun los fabricantes de estampados se dedicaron desde el siglo XVIII a operaciones
comerciales. Ballot caracteriza así sus actividades:
Mandan agentes a comprar directamente ya telas blancas en Lorient (puerto de la
Compañía de las Indias), ya materias tintóreas en los demás puertos; los más importantes se
ocupan en vender a los mercaderes o directamente al público; muchos manufactureros tienen
tiendas en París; otros, que tienen relaciones extensas, exportan a Alemania, a los países del Norte
y a las colonias.
Se dice a menudo que la concentración industrial trajo consigo la división del trabajo. Convendría
empero definir bien la palabra. La división del trabajo fue anterior a la concentración, si por aquella
entendemos la multiplicidad de operaciones técnicas y de los oficios, lo que podríamos llamar más
propiamente la repartición de la fabricación entre un gran número de diversos oficios. En este caso, la
división del trabajo ha provocado a veces la concentración con el fin de disminuir los gastos de producción.
Pero con frecuencia, la división del trabajo subsistió por largo tiempo sin provocar la concentración. Así
para citar un ejemplo, la cuchillería de Thiers, que conservó su carácter de dispersión extrema y de extrema
especialización de oficios hasta la segunda mitad del siglo XIX.12 Pero la concentración, o mejor dicho, la
reunión bajo un mismo techo de gran número de obreros, produce forzosamente lo que Bücher llama la
"subdivisión del trabajo" (Arbeitszerlegung), la repartición de las tareas: en un taller concentrado cada
obrero tiene una función determinada y realiza una pequeña fracción de la fabricación total, con notable
economía de gasto y de tiempo.13
Consecuencia no menos importante, de la gran industria fue el notable aumento de la población, y
el desplazamiento de su centro de gravedad. El fenómeno llega a su máximo en Inglaterra, en donde no
11
Véase Ch. Ballot, ob. cit. Bibl., pp. 133 ss., 284, 282, 132.
Véase P. Combe, La coutellerie de Thiers... en “Annales de Géographie”, 1922, pp. 360-65.
13
Bücher, Etudes d´Economie Politique (trad. franc., 1901, pp. 248 ss.). Para todo lo que procede véase el estudio tan sugestivo de C.
Bouglé, Rev. génér. des théories récents sur la div. du travail (“Année Sociologique”, 1901-1902, pp. 73-133), y Dechense, La
spécialisation et ses conséquences (“Rev. d´Econ. Polit.”, 1901).
12
solamente la población aumentó en proporciones enormes, sino donde toda una Inglaterra nueva -la del
norte y la del oeste- dejó en segundo plano a la vieja Inglaterra de los condados del sur. En Francia no
hubo nada parecido: la transformación industrial aumentó la población urbana a expensas de la rural, pero
fue en proporciones mucho menores que en Inglaterra y, considerando el país en su conjunto, se mantuvo
el antiguo equilibrio. Francia siguió siendo, en gran parte, un país agrícola. La "Revolución Industrial" no fue
allí muy intensa; se produjo mucho más tarde que en Inglaterra, en donde, al menos en la industria del
algodón, triunfó en los últimos veinte años del siglo XVIII. A menudo los mismos personajes (entre ellos
Samuel Oldknow), que en 1780 ejercían todavía como mercaderes-fabricantes, fundaron algunos años más
tarde grandes hilanderías con centenares de obreros. 14
Las páginas que preceden habrán dado al lector, creemos, la impresión de que la enorme
transformación industrial operada fue menos una "revolución", según la expresión puesta en circulación por
Toynbee, que una “rápida e irresistible evolución", según la frase feliz de Sir William Ashley. En el vasto
teatro de la historia económica no se producen cambios improvisados de decorado. Del mismo modo que
ciertas industrias, como la minería, presentan desde un principio, o por lo menos desde el siglo XVI, la
forma de empresas capitalistas, así la antigua organización del trabajo y el artesanado no desaparecieron
bruscamente de la escena: se les ve sobrevivir aún en la época del triunfo definitivo del capitalismo
industrial.
OBRAS DE CONSULTA
Además de las ya citadas de Mantoux y Sée:
Th. S. Ashton, Iron and Steel in the Industrial Revolution, Londres, 1924.
Ch. Ballot, L´introduction du machinisme dans l'industrie française. (Comité des travaux historiques, sect.
d´hist. mod. et contemp.), Paris, 1923.
Conrad Gill, The Rise of the Irish Linen Industry, Oxford, 1925.
Justin Godart, L´ouvrier en soie de Lyon, Lyon, 1901.
Henry Hamilton, The English Brass and Copper industries to 1800, Londres, 1926.
Herbert Heaton, Yorkshire Woolen and Worsted Industry, Oxford, 1920.
Emile Levasseur, Histoire des classes ouvrières et de l´industrie en France avant 1789, 2° ed., París, 1901,
2 vols.
Robert Lévy, Histoire économique de l´industrie cotonnière en Alsace, París, 1912.
E. Lipson, History of the Woolen and Worsted Industries, Londres, 1921.
Germain Martin, La grande industrie en France sous le règne de Louis XIV, París, 1889; La grande industrie
sous le règne de Louis XV, París, 1900.
Louis Moffit, England on the Eve of the Industrial Revolution 1740-1760, with special reference to
Lancashire, Londres, 1925.
Arnold Toynbee, Lectures on the Industrial Revolution, Londres, 1884; nueva ed., 1927.
George Unwin, The Industrial Organization in the XVIth and XVIIth Centuries, Londres, 1904; Samuel
Oldknow and the Arkwrights, Londres, 1924.
J. H. Clapham, An economic history of modern Britain, t. I (Cambridge, 1926).
IX. LAS REPERCUSIONES SOCIALES DE LA EVOLUCION CAPITALISTA
Sería interesante poder representarse con precisión las repercusiones sociales de todo este movimiento
económico que se realizó al triunfo del capitalismo.
1. INFLUENCIA DEL CAPITALISMO SOBRE LA PROPIEDAD TERRITORIAL Y EL REGIMEN AGRARIO
(INGLATERRA, FRANCIA Y LOS PAISES BALTICOS)
14
Véase el interesantísimo libro de G. Unwin sobre Oldknow, ob. cit. Bibl.
Hay que examinar primeramente la influencia que el desarrollo del capitalismo haya podido tener sobre el
régimen de la propiedad territorial y, por consiguiente, sobre la situación de los campesinos en los diversos
países. Desde este punto de vista el ejemplo de Inglaterra parece ser particularmente instructivo. 15 En este
país, como en todos los demás, el paso de una economía natural a una economía monetaria, consecuencia
del desarrollo del comercio, contribuyó a sustituir las prestaciones feudales (corvées) por los pagos en
efectivo y, por consiguiente a la liberación de los campesinos y al mejoramiento de su situación.
En el siglo XV la industria de paños, en continuo desarrollo en Inglaterra, comenzó a trabajar para
la exportación. La demanda de la lana fue cada vez mayor, y la cría del carnero (sheep farming) cobró cada
vez más importancia, sobre todo en los condados del sur y del este. Las viejas formas feudales de
propiedad de la tierra comenzaron a ser sustituidas por un sistema de arrendamiento; el progreso industrial
fue disolviendo lentamente la antigua economía rural.
El alza de los precios en el siglo XVI obligó a los señores feudales ingleses a cercar sus dominios y
a subir las rentas sobre el nivel que acostumbraban pagar los inquilinos. De aquí que la práctica de la
enclosure (cercado) se desarrolle cada vez más, con los consiguientes despojos de numerosos
poseedores, y la concentración de la propiedad en provecho de los señores, en gran detrimento de la
pequeña propiedad campesina, mientras el sheep farming disminuye el número de los trabajadores
asalariados.16
Sólo en el siglo XVIII el sistema de enclosurres produce todas sus consecuencias, eliminando así
totalmente la pequeña propiedad campesina y provocando la despoblación de los campos. Contrariamente
a lo que se ha dicho a veces, la “Revolución Industrial" no fue la causa esencial de este gran movimiento;
más bien se trata de un caso inverso, pero, por una especie de repercusión, el advenimiento de la gran
industria contribuyó a realizar por completo la transformación agraria, tanto más cuanto que afectó
profundamente a la industria rural. Por otra parte, ni la eliminación de la pequeña propiedad campesina ni la
despoblación de los campos tuvieron en todas partes la misma intensidad: Moffit 17 demuestra que, en lo
que concierne a Lancashire, por ejemplo, los cambios entre 1740 y 1760 fueron sólo graduales.
El desarrollo del capitalismo comercial ejerció también cierta influencia sobre la formación de las
grandes propiedades rurales (estates). Muchos ricos negociantes adquirieron tierras y trataron de fundar
familias de gentlemen. Según observa Daniel Defoe18, "después de una generación o dos los hijos de los
comerciantes, o sus nietos cuando menos se convierten en caballeros parlamentarios, hombres de estado,
consejeros privados, jueces, obispos y nobles, como los de más alto nacimiento y más antiguas familias".
En Francia, los hijos de los nuevos ricos buscaban especialmente los cargos públicos, que les conferían
títulos de nobleza.
Si en Francia tanto la pequeña propiedad rural cuanto el régimen señorial se mantuvieron intactos
hasta la Revolución, ello se debe, en parte, a que en este país la influencia del capitalismo obró muy
lentamente. En algunas regiones la afluencia de numerario en el siglo XVI y el desarrollo de la especulación
produjo cierta concentración de la propiedad de la tierra y dio mayor movilidad e inestabilidad al estado
social campesino. En Francia, sin embargo, no se produjo nada semejante al desenvolvimiento
extraordinario de la industria inglesa de paños. El gran comercio marítimo francés nunca alcanzó las
proporciones que el de Inglaterra, ni en los siglos XVII y XVIII tuvieron los capitales mobiliarios la
importancia que alcanzaron en Inglaterra. La influencia del capitalismo no se sintió en el campo hasta el
siglo XVII, y sus efectos se manifestaron, sobre todo, por la extensión de la industria rural. No había
ninguna razón para preferir la cría del ganado al cultivo, ni para convertir en tierras de pastoreo las tierras
cultivadas. No olvidemos tampoco que los agricultores así no producían para la exportación. La de trigo
estaba Prohibida y la libertad del comercio de cereales sólo apareció a fines del "Antiguo régimen".
En Francia el dominio señorial conservó, pues, su forma tradicional. Los viejos sistemas de
explotación agrícola persistieron; el señor, lejos de realizar la concentración de sus tierras, continuó
dividiendo sus dominios entro los medianos o pequeños aparceros y granjeros. El sistema de los grandes
15
Sobre lo que sigue, véase H. Sée, L´evol. du régime agraire en Angl..; art. cit. Bibl.
Véase Tawney, The Agrar. Problem, ob. cit. Bibl. En los Países Bajos, en el siglo XVI, el capitalismo se infiltra también en la vida
agrícola. Se desarrolla la práctica de los arrendamientos y nace un proletariado rural. Véase Pirenne, Hist. de Belgique, t. III, pp. 25658.
17
Louis Moffit, England on the Eve of the Industrial Revolution, Londres, 1925. El profesor Clapham, en su historia económica de
Inglaterra (ob. cit. Bibl.), ha mostrado que, en el período de 1815 a 1850 todavía no había desaparecido completamente la pequeña
propiedad.
18
The Complete English Tradesman, p. 74. Es interesante notar que las evicciones agrarias y la despoblación de los campos
determinaron un fuerte movimiento migratorio que contribuyó a la expansión colonial inglesa.
16
fundos agrícolas, haciendas, empieza a aparecer en algunas comarcas durante el siglo XVIII,
principalmente en donde la agricultura se había desarrollado más, como en la Beauce y en el norte de
Francia. El fraccionamiento de la explotación continuó, así corno la división de las grandes propiedades.
Los nobles, que frecuentemente vivían de las rentas de sus “Feudos", tenían interés en mantener la
integridad del régimen señorial:19 ni pudieron, ni quisieron, tomar ninguna medida análoga a la de las
enclosures inglesas.
Los progresos del capitalismo comercial parecen haber contribuido también a modificar el régimen
agrario de los países del Báltico: aumentaron la sujeción de los campesinos y retomaron la situación de los
terratenientes nobles. Los países limítrofes del Báltico (Polonia, Livonia, Dinamarca, Rusia) eran los
grandes productores de cereales que necesitaban los estados de la Europa meridional. Por Stettin y
Hamburgo, y más tarde por Dantzig y Riga (ciudades situadas en la desembocadura de ríos navegables),
los mercaderes hanseáticos, primero, y después los holandeses, exportaron en los siglos XVII y XVIII
enormes cantidades de trigo. Aunque la agricultura de los países del Báltico estaba muy abandonada, los
nobles llegaron a exportar mucho trigo y centeno, obligando a los campesinos a contentarse con pan de
cebada o de avena. Así, las exportaciones de trigo les permitieron obtener, a muy altos precios, los objetos
de lujo que deseaban. Los nobles tenían interés en ensanchar sus dominios, en disponer de una mano de
obra abundante, cada vez más necesaria para el cultivo de sus tierras. La servidumbre se implantó en el
nordeste de Europa, precisamente en la época en que se preparaba en el occidente la emancipación de los
campesinos. Así fue como, en el siglo XVI, los campesinos polacos, antes libres y sujetos sólo a los censos,
se convirtieron casi todos en siervos.20
En los países del Báltico el capitalismo ejerció una acción en cierto modo indirecta y exterior. Pero
cuando el capitalismo se desarrolla en las regiones donde persistía la servidumbre, contribuyó a la
emancipación de los campesinos, pues el trabajo servil era menos productivo que el trabajo libre. Así fue
cómo en Polonia, en el siglo XVIII, cierto número de grandes señores, laicos y eclesiásticos, emplearon
colonos alemanes, que estaban sujetos a los censos, pero no a prestaciones personales, y que gozaban de
libertad personal y de una verdadera autonomía comunal. Cosa curiosa: fueron los grandes señores
polacos quienes sostuvieron la causa de la emancipación de los siervos en las dietas de 1774, 1775, 1788
y 1791, mientras que los pequeños señores, que no podían abstenerse de las prestaciones personales
(corvées) de los siervos, se mostraron hostiles a dicha reforma. Ha aclarado estos hechos Rutkowski en un
importante trabajo (en polaco), titulado El problema de la reforma agraria en Polonia en el siglo XVIII
(Poznan, 1925).
Se imponía, además, la necesidad de asalariados para la gran industria naciente. Tal fue
particularmente el caso en el Imperio austro-húngaro, en donde la abolición de las últimas cargas a los
siervos y de los derechos nobiliarios no vinieron sino después de la Revolución de 1848.21 Por otra parte,
en la Europa central la emancipación no redujo la extensión de las propiedades de los nobles, más bien
tuvo el efecto contrario, sobre todo en Prusia, en donde favoreció la extensión y productividad de la gran
propiedad.22
El fenómeno fue todavía más evidente en Rusia. El desarrollo de la vida urbana en el siglo XIX
acentuó el carácter comercial de la agricultura. Pero los esfuerzos por intensificar la producción agrícola
revelaron la imposibilidad de aumentar realmente la producción conservando al mismo tiempo la
servidumbre, que impedía todo progreso agrícola. La economía capitalista trajo consigo la emancipación de
los siervos, rusos; la guerra de Crimea y la campaña humanitaria de los escritores rusos fueron sólo causas
accidentales, que apresuraron la Reforma de 1861. Por otra parte, la emancipación tuvo por consecuencia
un aumento en la mano de obra agrícola e industrial en Rusia como en las demás partes de Europa. 23
2. EL CAPITALISMO Y LA ABOLICION DE LA ESCLAVITUD
19
Véase Loutchisky, L´état des classes agricoles en France à la veille de la Révolution, 1911; H. Sée, Les classes rurales en Bretagne
du XVI siècle a la Révolution, 1906; y Esquisse d´une régime agrarie en Europe aux XVIII et XIX siècle, París, 1921. Véase Georges
Lefebvre, Les paysans du Nord pendant la Révolution, París, 1924.
20
Véase W. Naudé, ob. cit. Bibl.; H. Sée, sobre el régimen agrario en Europa, ob. cit. Bibl.; J. Rutkowsky, Los campesinos sometidos
en Polonia... (en polaco), Poznan, 1921; P. Fox, The Reformation in Poland, Baltimore, 1924.
21
Véase H. Sée, Esquisse d´une historie du régime agrarie, pp. 249 ss.
22
Hay que observar que, en el siglo XVIII, los fisiócratas, partidarios de la gran propiedad, estaban en favor de la abolición de la
esclavitud y de los derechos señoriales; lo mismo se puede decir de Arthur Young (Voyages en France, passim).
23
Véase Eugène Schkaff, La question agrarie en Russie, París, 1922.
Parece que la abolición de la esclavitud guarda una relación más o menos directa con el desarrollo del
capitalismo. A primera vista parecería que fue producto de los sentimientos filantrópicos y de las ideas
libertarias que se manifestaron tan fuertemente durante la Revolución francesa. No se puede negar la
influencia de los principios del 1789, ni la acción de ciertas sectas protestantes inglesas; pero es evidente
que el progreso de la gran industria exigía un aumento de la mano de obra, libre de todo lazo servil. Adam
Smith lo decía ya en La riqueza de las naciones:24
La experiencia de todos los siglos y naciones demuestra que una obra hecha por esclavos
es más cara que otra alguna, aun que aparentemente sólo cueste el sustento. Un hombre que no
tiene la posibilidad de adquirir propiedad o dominio no puede tener otro interés sino el de comer lo
más que pueda y trabajar lo menos que sea posible.
En los Estados Unidos fueron los estados comerciales e industriales del norte los que sostuvieron la
causa de la emancipación. Después de la victoria del norte la industria empezó a desarrollarse en los
antiguos estados esclavistas.25 Además, un buen número de los escritores que antes de la guerra se
pronunciaron en favor de la emancipación de los negros, invocaron razones de orden económico. Entre
ellos H. C. Carey, en su Slave Trade, Domestic and Foreign (1853), y Helper, en su Impending Crisis
(1857). Ambos, consideraban que los progresos de la industria y del comercio eran incompatibles con la
existencia de la esclavitud. Los estados del sur continuaron fieles a la vieja economía, aun cuando, a
mediados del siglo, era evidente la escasa productividad del trabajo servil, tanto más cuanto que el precio
de los esclavos no cesaba de aumentar. Los colonos del sur, para conjurar la crisis que les amenazaba,
estaban obligados a obtener el restablecimiento del tráfico de esclavos -retroceso imposible, ya que estaba
condenado por la opinión de todos los pueblos civilizados-, o bien a abrir a la esclavitud nuevas y más
fértiles comarcas. Por esto se esforzaron en introducir la esclavitud en los territorios del occidente de
Missouri. Esta pretensión fue la causa directa de la Guerra de Secesión (1861-65).26
Si la esclavitud y trata de negros contribuyeron a la formación del régimen capitalista, el desarrollo de éste
no dejó de tener influencia sobre la abolición de aquélla.
3. INFLUENCIA DEL CAPITALISMO SORRE LA TRANSFORMACIÓN DE LAS CLASES OBRERA Y
COMERCIAL
La repercusión de las diferentes fases de la evolución capitalista sobre la condición de las clases
comerciales y obreras es más evidente.
Mientras predominó el capitalismo comercial, la clase de los comerciantes conservó una posición
preponderante en la vida económica. Los artesanos del campo y aun un buen número de los maestros de
las ciudades, por lo menos en la industria textil, acabaron por caer bajo su dependencia económica. Los
negociantes abrieron el camino a los capitanes de industria del periodo áureo del capitalismo industrial.
Pero éstos, como observa justamente Mantoux, "no fueron pura y simplemente los sucesores de los
comerciantes-empresarios del siglo XVIII”, quienes, por otra parte, no se resignaron fácilmente a modificar
sus hábitos, “que se trasmitían de padre a hijo". El mismo historiador observa que muchos industriales
provenían del campo, salían, como los Peel, de la clase semi-agrícola, semi-industrial, que ocupaba en
Inglaterra una situación tan importante. El caso de los maestros de fundición fue distinto, sin embargo,
porque la mayoría de éstos se habían especializado en la industria metalúrgica de generación en
generación.27
En Francia, como lo señala Charles Ballot, buen número de los patronos industriales eran también
hombres nuevos: Richard Lenoir era hijo de un granjero, y Oberkampf hijo de un tintorero. Claro que
también se puede citar el caso de François Perret, fabricante de telas de seda de Lyon, que fundó la gran
hilandería de algodón de Neuville, en 1780. Además, en cada fase sucesiva de la evolución del capitalismo
como lo demuestra Pirenne en su admirable trabajo sobre los Périodes de l´historie sociales du capitalisme,
24
Libro III, cap. 2.
Véase C. E. Cairnes, The slave power, 1861; Henry Wilson, The rise and fall of slavery, 4° ed., 1875.
26
Véase también Ernst von Halle, Baunwollproduktion und Pflanzungswirthschaft in der nordamerikanischen Südstaaten (Forschungen
Schmoller) 1897.
27
Véase Southeliffe Ashton, Iron and steel in industrial revolution, Londres, 1924.
25
los creadores de formas nuevas de organización económica aparecen como self-made men, parvenus,
advenedizos, "nuevos ricos", mientras que los representantes de las viejas formas dejan el mundo de los
negocios, buscan la tranquilidad y aspiran sólo a penetrar en las filas de la vieja aristocracia. En Inglaterra,
su gran ambición era la de entrar a formar parte de la gentry, y, cuando lo lograban, miraban con desprecio
a los hombres de negocios. En Francia aspiraban a los puestos públicos y a los cargos que conferían títulos
de nobleza.
4. LA CUESTION OBRERA
Cuando los artesanos cayeron bajo la dominación de los empresarios capitalistas, sobre todo en la
industria textil, contribuyeron a formar la clase de los obreros. Muchos obreros campesinos engrosaban las
filas del proletariado urbano. Este último cambio fue más lento y menos intenso en Francia que en
Inglaterra, porque nunca hubo en Francia un movimiento semejante al creado por el sistema de enclosures,
que despobló los campos ingleses, y porque en Francia la pequeña propiedad rural se mantuvo. En
Francia, como en Inglaterra, la gran industria capitalista creó un abismo, a menudo infranqueable, entre la
clase de los patronos y la de los empleados. La clase obrera empieza entonces a tener una conciencia más
clara de sus intereses colectivos, cosa imposible en la época en qué el maestro y el artesano hacían más o
menos la misma vida y cuando entre las diversas clases industriales no existían separaciones tan rígidas.
Bajo el nuevo régimen los trabajadores tuvieron que organizarse para defender sus intereses de clase. Este
movimiento ocurrió mucho antes en Inglaterra que en Francia, porque la transformación industrial era más
avanzada en Inglaterra y afectaba a masas de población más densas. El problema del día no era, como en
1789, la cuestión campesina, sino la cuestión obrera.
El empleo de los niños y las mujeres en la industria fue una de las consecuencias más evidentes de
la revolución económica. En Inglaterra el empleo de los niños ocurrió mucho antes que en el continente, y
los abusos eran tan flagrantes que, ya en 1802, se votó una ley para reglamentar el trabajo de los niños. En
Francia el empleo de los niños (limitado en un principio a los niños asilados) se generalizó en la industria
algodonera durante la época napoleónica. 28 El trabajo de las mujeres en las fábricas vino también en
Francia más tarde que en Inglaterra. Estos fenómenos son ya una consecuencia directa de la creación de la
gran industria capitalista: los fabricantes encontraban ventajoso emplear mujeres y niños, cuyos salarios
eran inferiores a los de los hombres.
Los obreros fueron, en general, hostiles a la transformación industrial y, sobre todo, a la
introducción de las máquinas. En Inglaterra esta hostilidad se manifestó enérgicamente en los últimos
veinte años del siglo XVIII y en los primeros del XIX. Con frecuencia eran destruidas las máquinas, y en
1811-12 sobrevinieron los graves desórdenes del movimiento Luddita. En Ruán, (Francia), un motín popular
destruyó en julio de 1789 el establecimiento de Brisout de Barneville; pero bajo el Primer Imperio no se
registró ningún acto de violencia. A partir de 1815, las manifestaciones contra las máquinas fueron más
frecuentes, pero sin asumir la gravedad que en Inglaterra, ya que en Francia el proceso de evolución fue
más lento.
Hecho en verdad sorprendente es que los obreros, antes de tomar el aspecto de una clase
revolucionaria, se distinguieron en su conjunto por sus tendencias conservadoras. Ello se explica: los
obreros pensaban, sobre todo -cosa muy natural-, en los sufrimientos que las innovaciones les
ocasionarían. En Inglaterra pidieron que se mantuviese y aplicara la antigua legislación de la Reina Isabel,
los reglamentos establecidos por el Statute of Artificers de 1563. Deseaban que se conservase la obligación
del aprendizaje, con la limitación del número de aprendices y la fijación de salario por los jueces de paz.
Pero sus esfuerzos fracasaron y el principio de laissez-faire triunfó sobre el principio de la intervención: en
1813 y 1814 fueron derogados los reglamentos relativos a los salarios y a los aprendices. La clase
innovadora parece haber sido, en cambio, la de los nuevos jefes de industria, gente emprendedora y
preocupada, sobre todo por aumentar la producción. Pero apenas habían triunfado cuando numerosos
pensadores empezaron a criticar la sociedad capitalista, entretanto la clase obrera se preparaba para
organizar la lucha contra los patronos.
No hay duda que la formación de la gran industria, al menos en su comienzo, agravó los
sufrimientos de la clase obrera. No hay que olvidar tampoco que antes de la era de la gran industria, y en
28
Véase Weill-Gével, Líntroduction des machines et le travail des enfants assistés dans les manufactures (Bull. de la Société
d´Histoire moderne, febrero de 1923).
países esencialmente agrícolas como Bretaña, existía un proletariado más numeroso de lo que
ordinariamente se cree. El régimen de la pequeña industria no impidió la miseria. Las corporaciones, aun
admitiendo que hayan ejercido una acción social benéfica, sólo comprendían un número reducido de
artesanos, pues muchas ciudades no poseían corporaciones y, aún en las que las tenían, era raro que
todos los maestros pertenecieran a ellas.29
Si pasamos a considerar la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX y las condiciones de trabajo
de entonces, encontramos, con Élie Halévy, que ya en 1839 los obreros de la gran industria ocupaban una
situación relativamente favorable. Los que estaban en peor situación eran los malleros de Leicester, los
tejedores de seda de Spitalfields, los tejedores de lana de Yorkshire, los tejedores de algodón de
Lancashire y todos los obreros a domicilio. Sus salarios eran ocho veces más bajos que los de los obreros
de las fábricas, y podían seguir existiendo precisamente a causa de sus bajos salarios. Estos desgraciados
supervivientes de un régimen industrial caduco fueron las víctimas verdaderas de la concentración industrial
y del maquinismo, aunque de una manera indirecta. Con ellos se formaron los principales efectivos del
movimiento cartista, del que al fin se separaron los sindicatos obreros de la gran industria.30 En Francia se
pueden notar por la misma época hechos análogos: Adolphe Blanqui observa que las manufacturas
dotadas de equipos rudimentarios sólo podían luchar con los establecimientos mejor organizados por los
reducidos salarios que pagaban a sus obreros.31
5. EL CAPITALTISMO Y LAS CLASES SOCIALES. LAS DISTINCIONES ECONOMICAS SUSTITUYEN A
LAS JURÍDICAS.
Otra consecuencia en el triunfo del capitalismo es el haber dado a las clases sociales un
fundamento más bien económico que jurídico. Sucedió lo contrarío que bajo el "Antiguo régimen". En los
siglos XVII y XVIII las distinciones sociales se vieron reforzadas en Francia por distinciones de carácter
jurídico o legal. Así, la nobleza, aunque continuó reclutándose, hasta cierto punto, entre la clase enriquecida
(sobre todo en el mundo de gentes de finanzas), tendía a ser, en ciertos aspectos, una casta cerrada. Las
reformas a la nobleza en la época de Luis XIV, aunque se trataba principalmente de medidas fiscales,
tenían el propósito de excluir de la nobleza a las familias de reciente extracción, sobre todo aquellas que
continuaban ejerciendo el comercio, los magistrados de puestos secundarios y, finalmente, los gentiles
hombres demasiado pobres, para hacer valer sus derechos. De suerte que, en el siglo XVIII, los cargos
parlamentarios estaban vedados para los plebeyos y, por otra parte, la nobleza no podía recurrir a otra
ocupación que la carrera militar. El abismo entre nobles y plebeyos era cada vez más hondo. 32
La Revolución tuvo precisamente por consecuencia destruir las distinciones jurídicas que dividían
las clases sociales y establecer la igualdad de derechos de todos los ciudadanos. En 1789 el Tercer Estado
se levantó en masa para pedir la abolición de los privilegios de la aristocracia, el acceso de todos a
cualquier empleo y la abolición del régimen señorial..
Sin duda que el desarrollo económico de la época -el primer empuje del capitalismo- contribuyó
grandemente a las transformaciones sociales que se operaron alrededor de 1789. Los comerciantes y los
hombres de negocios tomaron parte activa en la Revolución. La significación de este hecho comienza a ser
apreciada y nuevos estudios podrán poner en claro su importancia. 33
Es útil observar que, mientras las clases sociales se distinguían sobre todo por sus caracteres
jurídicos, los individuos que las componían tenían una noción muy confusa de la clase a que pertenecían.
Así, por ejemplo, bajo el "Antiguo régimen", la nobleza comprendía muchas categorías distintas, no sólo en
cuanto a fortuna y modos de vida, sino también en materia de privilegios, y existían grandes diferencias
entre la nobleza de la corte y los gentiles hombres del campo, entre la nobleza de espada y la nobleza de
toga. Está claro que los nobles tenían, con relación a los que no lo eran, la conciencia de pertenecer a una
clase privilegiada, pero pensaban, sobre todo, en los privilegios particulares del grupo al que pertenecían y,
a fin de cuentas, eran sus intereses de familia lo que más les importaba. La nobleza provinciana de los
29
Véase H. Sée, Les métiers bretons en Bretagne au XVIII siècle (Revue d´Histoire Economique, 1925, fasc. 4).
Elie Halévy, Histoire du peuple anglais, t. III, pp. 306-6.
31
Ad. Blanqui, Des classes ouvrières pendant l´année 1848, París, 1849, pp. 43-45.
32
Véase H. Sée, La France économique et sociale au XVIII sècle, 1925, pp. 73-4.
33
Véase Ph. Sagnac, La législatión civile de la Révolution française, 1898, Ch. Ballot, L´Introduction du machinsme dans l´industrie
française, 1923; Jean Jaurès, La Constituante (Historia socialista); A. Mathiez, La Révolution, t. 1.
30
estados de Bretaña, que constituía la orden más influyente en la asamblea, se preocupaba principalmente
de los privilegios de su grupo. En sus discusiones con el gobierno real o con sus representantes, la nobleza
tenía probabilidades de triunfar combinando sus esfuerzos con los del Parlamento de Bretaña que, por lo
menos en el siglo XVIII, estaba formado exclusivamente de nobles. Tal alianza no se llevó a cabo, pues el
Parlamento, por su parte, pensaba sobre todo en proteger sus propios intereses: obedecía al espíritu de
cuerpo más que al interés de clase. La nobleza, al igual que las otras clases, no tenía antes de la
Revolución un concepto claro de sus intereses colectivos.
Cuando en 1789 las clases privilegiadas tuvieron que defenderse contra las reivindicaciones del
Tercer Estado, sus esfuerzos tendieron principalmente a salvaguardar un grupo de privilegios; pero este
esfuerzo común se ejerció sin que existiera ningún sentimiento real de solidaridad de clase. Por el contrario,
las clases no privilegiadas se daban cuenta de que todas tenían que sostener las mismas reivindicaciones y
que combatir los mismos abusos, y esta idea los hizo sentirse -al formar un bloque frente a la nobleza y al
clero del Estado- los verdaderos representantes de la nación. Pero ni la burguesía ni los campesinos
mismos consideraban que formaban clases bien definidas. La burguesía de las ciudades comprendía
muchos grupos distintos, y en el campo había los propietarios acomodados, los pequeños propietarios, los
granjeros o aparceros y los jornaleros sin propiedades: categorías muy distintas cuyos intereses eran a
menudo muy diversos. A esto se debió que en la explotación de las tierras incultas los propietarios
acomodados estuviesen en pugna con la masa de campesinos; éstos querían conservar sus derechos de
uso sobre las tierras comunales, mientras que los propietarios tenían interés en apropiárselas por
adjudicación o parcelamiento.34 El "Antiguo régimen" fue un régimen de intereses antagónicos, y esta
característica se extendió a todas las clases sociales: nobleza, burguesía y campesinos.
En el siglo XIX, por el contrario, la noción de clase social y la conciencia de los intereses de clase
se fueron afirmando con mayor precisión. Una de las principales razones, entre otras, fue que la abolición
de las clases jurídicas y los progresos del capitalismo habían provocado una nueva distribución de las
clases sociales fundada en su posición económica. La clase de los grandes hombres de negocios, la de los
capitanes de la gran industria, cobró una importancia creciente. El abismo entre los patronos y los obreros
era cada vez más profundo. En tales condiciones, y como reacción provocada por su influencia, nace
realmente la clase obrera y empieza a tener conciencia de sus intereses colectivos. En la sociedad
contemporánea la distinción de clases es ya, esencialmente de orden económico. Y el ingreso a la clase
dirigente, la clase capitalista -compuesta en buena parte, de hombres nuevos, de self-made men- está
abierto a todos los que poseen las cualidades requeridas. Esta nueva concepción de las clases sociales
está estrechamente ligada a una organización individualista de la sociedad. Ahora el individuo está mucho
menos vinculado que antes al grupo del que forma parte. Está claro que, desde el punto de vista
económico, tiene intereses de clase; pero en los demás campos (el intelectual, el político, etc.), es libre de
unirse a otros grupos. Así, la movilidad social, es, en nuestros días, mucho mayor de lo que era antes:
nuestra sociedad altamente individualista forma un notable contraste con el régimen de castas inmutabIes
de la India.35
Al mismo tiempo, como ya ha sido justamente observado, la división del trabajo es cada vez mayor
en la sociedad actual. Ya sea en el campo administrativo o en el político, la especialización se acentuó cada
vez más. Se crean constantemente oficios, nuevas industrias o nuevos comercios accesorios, y este
fenómeno tiene, además, por consecuencia -como lo observa Bernstein- el retardo de la concentración
económica.36 Por esto los artesanos no han desaparecido del todo. Por grandes que hayan sido los
progresos del capitalismo, su triunfo no ha sido tan completo como lo imaginó Carlos Marx. Aun en los
países en donde la evolución capitalista es más avanzada subsisten rasgos de la antigua organización del
trabajo.
Ésta es una de las reservas que hay que hacer a la concepción marxista. El estudio de los hechos
revela otras. Si, en general, la conciencia más clara que tiene la clase obrera de sus intereses colectivos es
consecuencia de la concentración industrial, no la ha adquirido ni tan rápida ni tan plenamente como lo
pretende la doctrina marxista. En Inglaterra, ya desde 1839, las trade unions habían perdido todo interés en
el movimiento cartista.37 Uno de los delegados a la reunión de Birmingham hacía constar:
34
Véase H. Sée, La vie economique et les classes sociales au XVIII siècle, París, Alcan, 1° parte.
Véase C. Bouglé, Essai sur le régime des castes, París, 1908.
36
Véase C. Bouglé, Revue genérale des theories récentes relatives à la división du travail (Année sociologique, VI año, 1901-1902, pp.
73-133); Dechesne, La spécialisation (Revue d´Economie Politique, 1899).
37
E. Helévy, ob. cit., t. III, p. 306.
35
El cartismo sólo pudo obtener unanimidad entre los grupos de obreros peor pagados. Los
que ganan 30 chelines a la semana no se preocupan por los que ganan 15, y éstos, a su vez, se
preocupan muy poco de los que ganan 5 ó 6. Existe una aristocracia entre los trabajadores como la
que hay en el mundo burgués.
Con razón observa Halévy que el movimiento cartista -"que no fue más que una rebelión del
hambre"- no procedió de ninguna ideología socialista.
En fin, hay que observar que en la primera mitad del siglo XIX el florecimiento de las doctrinas
socialistas fue mucho menos vigoroso en Inglaterra -donde la "revolución industrial" fue precoz, intensa y
acompañada de perturbaciones sociales- que en Francia, en donde el capitalismo industrial apareció más
tarde y con menos vigor. ¿No fue la persistente agitación sobre cuestiones sociales en Francia continuación
del admirable movimiento ideológico del siglo XVIII? Es también muy importante hacer notar que, en
Francia, la propaganda socialista de mediados del siglo XIX tuvo sobre todo éxito entre los obreros
parisienses de la pequeña industria y de las industrias de lujo, cuya condición apenas había cambiado
desde el "Antiguo régimen” mientras que los obreros de la gran industria se mostraron refractarios a las
nuevas doctrinas.
Las repercusiones sociales del capitalismo no pueden representarse con fórmulas tan rígidas como
lo piensa la ortodoxia marxista. Hay que reconocer la influencia de las ideas y no tomar demasiado a la letra
el "materialismo histórico". Si el triunfo del capitalismo ha hecho posible la constitución de partidos de clase,
como los partidos socialistas, ello se debe, en parte, y aun en gran parte, a la influencia de los teóricos,
especialmente a Carlos Marx, porque ha contribuido a despertar en el proletariado una "conciencia de
clase".38 Ésta, además, no ha nacido bruscamente; todavía oscura en el siglo XVIII, ha ido saliendo poco a
poco del dominio del "subconsciente" por efecto de una lenta evolución, provocada por fenómenos
complejos que nuestro espíritu se inclina demasiado a simplificar de una manera excesiva.
OBRAS DE CONSULTA
Además de las ya citadas de E. van Hialle, E. Halévy, P. Mantoux y Schkaff, H. Sée:
Ch. Bouglé, Revue générales des théories récentes relatives à la división du travail (Année sociolog. , VI
año, 1901-1902, pp. 72-133); Essai sur le régime des castes, París, 1908.
O. Festy, Le mouvement ouvrier au début de la monarchie de Juillet (1830-1834), París, 1908.
H. Sée, La condition des classes ouvrières et le mouvement ouvrier de 1815 à 1848 (Rev. d´Hist. Econ.,
1924). Matérialisme historique er interprétation économique de l´histoire, París, 1927.
38
Véase a este respecto la obra de Kurt Breysing, Vom geschichtlichen Werden, t. 1: Persoenlichkeit und Entwicklung, Berlín, 1925.
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