Gobernabilidad en el aire Álvaro Bracamonte Sierra* Casi todas las predicciones coinciden en que el desenlace de la contienda electoral será sumamente cerrado. El porcentaje que separará al ganador del segundo lugar no será mayor de cinco puntos. Si es menos, no tiene la menor importancia a la hora de conformar el equipo de colaboradores del nuevo Gobierno: Dado el régimen presidencialista mexicano, el ganador, así sea por un voto, se lleva todo el Poder Ejecutivo; el resto de los contendientes esperará seis años para intentar recuperarse. Este mecanismo brinda certidumbre; sin embargo, no estamos exentos de eventuales brotes de ingobernabilidad provenientes del Poder Legislativo. Sólo hay que recordar que las mayores dificultades del foxismo surgieron precisamente con el Congreso de la Unión donde el partido en el poder no tuvo los suficientes legisladores para aprobar reformas que a juicio de los panistas eran necesarias para afianzar el desarrollo económico y político del país. Seguramente quien resulte triunfador se enfrentará a disyuntivas similares. De acuerdo con las últimas encuestas sobre intención de voto para diputados, ninguno de los tres principales partidos obtendrá los escaños y las curules necesarios como para constituir, por sí solos, la mayoría legislativa. Los tres están técnicamente empatados. Si acaso la Alianza por México (PRI-PVEM) tiene una ligera ventaja y la coalición por el Bien de Todos le sigue con tres o cuatro puntos; el PAN está en medio. Bajo este escenario, el PRI-PVEM tendrá entre 160 y 180 diputados; el PAN entre 140 y 160 y el PRD alrededor de 140 a 150. Para ser mayoría se requiere 251 legisladores que aprobarían muchas de las reformas estructurales que ahora permanecen congeladas. De mantenerse la tendencia hacia un empate técnico, el próximo Presidente deberá hacer acopio de habilidad para negociar con el Legislativo y sortear exitosamente las trabas que le imponga. Lo desalentador es que tal perspectiva descansa en la capacidad negociadora del Ejecutivo: Si éste no la tiene, como fue el caso con el actual mandatario, entonces el País estará condenado a la parálisis por otros seis años. Es lamentable la inexistencia de instituciones que destraben estas dificultades y propicien una mayor certeza sobre la conducción de la Nación. Si el oficio político no es uno de los principales atributos del Presidente electo o si persiste el empecinamiento en los nuevos legisladores, es probable que incurramos en procesos de ingobernabilidad crecientes conforme se revele la incapacidad de los actores políticos para negociar los acuerdos que den viabilidad al futuro de la Nación. En estas condiciones, los punteros están enviando mensajes positivos. Cada candidato pide el voto para él y sus fórmulas legislativas. De esa manera, los partidos enfrentan tres escenarios: El mejor, para los tres candidatos, es triunfar apretadamente, pero obteniendo la mayoría en la Cámara Baja. El segundo escenario, que es el más probable, es que se obtenga la Presidencia, pero sin conseguir la mayoría legislativa. En este caso, las negociaciones serán inevitables para construir los acuerdos básicos y mantener la gobernabilidad. El tercer escenario vendría a ser un matiz del segundo y tiene que ver con la necesidad de garantizar la gobernabilidad a partir de negociaciones con otras organizaciones partidarias, antes del 1 de diciembre, con objeto de compartir el poder y corresponsabilizarse de la conducción del Gobierno. Los tres candidatos están pensando en esas posibilidades. En el último debate uno de los temas abordados fue precisamente el de gobernabilidad. AMLO propuso una amplia convocatoria nacional que propicie los consensos; a ella serían invitados empresarios, líderes políticos, religiosos y desde luego los representantes de los segmentos más marginados de México. Una cosa parecida señaló el candidato tricolor. El más explícito en materia de compartir el Ejecutivo es el aspirante blanquiazul quien ha reiterado su disposición a integrar un Gobierno de coalición que facilitaría una gobernabilidad democrática. En resumen, quien gane la Presidencia de la República no obtendrá mayoría en el Congreso de la Unión y por tanto será un Presidente débil que deberá pactar con el resto de las fuerzas políticas e incluso impulsar un Gobierno compartido tanto en las cámaras legislativas como el gabinete ejecutivo. En torno a cualquiera de esas soluciones, las resistencias serán formidables, pero invariablemente se tendrán que superar si de veras se quiere transformar al país. * Profesor-investigador del Programa Estudios Económicos y Demográficos de El Colegio de Sonora, [email protected]