EL MITO CHEYENNE DE LA CREACIÓN Los cheyennes, uno de los principales pueblos indígenas de América del Norte. Aquí el modo como, en las distancias de los tiempos, los primeros cheyennes imaginaron la creación de todo. ASI EMPEZO TODO Al principio no había nada. Absolutamente nada. Todo estaba vacío. Maheo, el Gran Espíritu, sentíase como desolado. Miró en su entorno pero, obviamente, no había nada que ver. Trató de oír, pero nada había que escuchar. Unicamente se encontraba él, Maheo, solo en la nada. - Tengo que poner remedio a esta situación. Aunque gracias a su gran Poder, Maheo, no se consideraba aislado, porque él mismo era un universo. Mas, dado el hecho de que se movía a través de la nada y del tiempo sin fin, Maheo pensó que su Poder podía tener alguna aplicación productiva y concreta. - ¿Para qué sirve el Poder (se preguntó), si no puede utilizarse para hacer el mundo y los distintos pueblos?. Sí, tengo que poner remedio a esta situación. Y llevó a la práctica sus intenciones. Creando una amplísima extensión de agua, como un lago, pero salada. Comprendió el Gran Espíritu que partiendo del agua podría existir la vida. El lago mismo era vida. - Deberían existir seres que viviesen en las aguas, dijo Maheo a su Poder. Y así fue. Primero hizo los peces que nadaban en las oscuras aguas, luego las almejas y los caracoles y los ástacos, que vivían en la arena y en el fondo del lago. - Formemos ahora seres que puedan moverse sobre el agua, requirió de su Poder. Así ocurrió. Fueron apareciendo los gansos, los ánades, los charranes, las fochas, las cercetas, viviendo y nadando en los alrededores del lago. En la oscuridad, Maheo, podía escuchar el chapoteo de sus patas y el batir de sus alas. - Quisiera ver todas las cosas que acaban de ser creadas, pensó Maheo. Y una vez más los hechos se produjeron de acuerdo con sus más íntimos deseos. La luz comenzó a brotar y a esparcirse, primero blanca y clareando en el Este, posteriormente dorada e intensa cuando hubo llegado al centro del cielo, extendiéndose al final hasta el último punto del horizonte. Merced a la claridad, pudo Maheo contemplar los pájaros, los peces y las conchas de los animales marinos apoyadas en el fondo del lago. - ¡Qué maravilla! sintió el Gran Espíritu dentro de sí. Entonces la gansa se dirigió chapoteando hacia donde suponía se encontraba Maheo, en la inmensidad del espacio, sobre el lago. - No alcanzó a distinguirse pero sé que estás ahí, comentó. No sé dónde estás ahora, pero sé que te encuentras en cualquier lugar: Oyeme, Maheo. El algo que has hecho, en el que moramos, es bueno. Pero comprende que los pájaros no somos peces, a veces nos fatigamos de tanto nadar y nos sentiríamos muy felices de poder reposar fuera del agua. - Entonces, volad. Repuso Maheo, agitando al unísono los brazos. Todos los pájaros del agua aletearon agitadamente sobre la superficie acuática hasta que obtuvieron la suficiente velocidad como para remontar el vuelo. Eran tantos que oscurecieron el firmamento. El somorgujo fue el primero en regresar a la superficie del lago. - Maheo; dijo, mirando en torno a sí, pues sabía que el Gran Espíritu se hallaba en todas partes, tú nos has dado el cielo y la luz para que podamos volar y el agua para nadar. Pedirte algo más podría parecer una ingratitud, pero debemos hacerlo. Cuando estemos cansados de nadar y volar; nos agradaría tener un lugar firme y seco donde caminar para rehacernos del agotamiento. Por favor Maheo, concédenos un sitio en el que podamos construir nuestros nidos. - Así será, respondió Maheo, pero para tal hacer necesito de vuestra colaboración. Por mí mismo he hecho el agua, la luz, el aire del cielo y los seres del agua. Ahora, para seguir mi obra creadora, preciso ayuda, pues mi Poder sólo me permite hacer cuatro cosas. - Explícanos en qué podemos serte útiles, hablaron los reses del agua. Estamos dispuestos a prestarte nuestra máxima ayuda. - Que los de tamaño superior y los más rápidos intenten encontrar tierra dijo el Gran Espíritu, alargando los brazos y haciendo señas a la gansa. - Estoy preparada. Diciendo así, la gansa partió rauda y veloz, cruzando el agua hasta convertirse en un punto blanco que se elevaba en el aire. Luego regresó con la celeridad de una flecha, zambulléndose en las aguas. La gansa estuvo ausente durante un período bastante largo. Maheo contó cuatro veces cuatrocientos antes de que ella surgiera de las aguas y quedase flotando, abierto el pico para recobrar el aliento. - ¿Nos has traído algo?, preguntó el Gran Espíritu. La gansa suspiró desolada. - No. No he podido traer nada. Acto seguido lo intentaron el somorgujo y el ánade, pero tampoco su empresa se vio coronada por el éxito. Finalmente vino la pequeña foca, chapoteando sobre la superficie del lago, hundiendo la cabeza en ocasiones para atrapar algún pececito y agitando el agua a cada momento. - Maheo, anunció la menuda foca tenuemente, cada vez que me sumerjo creo ver algo, allá a lo lejos. Tal vez yo pueda descender nadando, lo sé. No soy capaz de volar ni de zambullirme con mis hermanas y hermanos. Lo único que puedo hacer es nada y; pero lo haré lo mejor que sepa y llegaré tan profundamente como me lo permitan mis fuerzas. Déjame intentarlo, por favor; Maheo. - Pequeño hermano, repuso éste, cada cual puede hacer aquello de lo que sea capaz, y ya he requerido la colaboración de todos los seres del agua. Ciertamente, puedes intentar cumplir esta tarea. Tal vez saber nadar sea mejor que saber zambullirse, después de todo. Vete, pequeño hermano, y mira qué es lo que puedes hacer. - ¡Ah, oh! exclamó la pequeña foca. ¡Gracias, Maheo!. Y hundiendo la cabeza en el agua, nadó cada vez más y más profundamente, hasta que se perdió de vista. Pasó mucho tiempo hasta que Maheo y los demás pájaros volvieron a ver una pequeña mancha oscura bajo la superficie del agua, ascendiendo lentamente hacia ellos. La figura se fue haciendo poco a poco más definida hasta que todos estuvieron seguros de quién era. El pequeño pájaro subía nadando desde el fondo del lago salado. Al arribar a la superficie, la foca alzó su pico hacia la luz, sin abrirlo. Entonces, del pico cayó una pequeña bola de lodo que el Gran Espíritu recogió entre sus manos. - Vete, pequeño hermano. Y gracias. Es posible que esto que has traído te proteja para siempre. Y así ha sido y es, pues la carne de foca aún tiene sabor a lodo, y ningún ser humano o animal come a este pequeño pájaro, a no ser que no tenga otra cosa con que alimentarse. Maheo hizo rodar la bola de lodo entre las palmas de las manos hasta que la misma se hizo tan grande que ya no le fue posible sostenerla. Buscó entonces por los alrededores con la mirada un sitio donde ponerla, pero no había más que agua y aire. - Necesito de nuevo vuestra ayuda, moradores del agua, anunció. Debo poner este lodo en algún lugar. Uno de vosotros debe hacerme un espacio en su espalda. Todos los peces y demás criaturas acuáticas se acercaron nadando hacia el Gran Espíritu, que trató de elegir al más apto para sus propósitos. Las almejas, los caracoles y los ástacos eran demasiado pequeños, pese a que gozaban de fuertes espaladas y vivían en las profundidades del agua. Los peces, por su parte, eran demasiado estrechos y sus aletas cortaban en pedazos el barro. Finalmente, solo quedaba un habitante en las aguas. - Abuela Tortuga, exclamó Maheo, ¿podrías ayudarme?. - Soy demasiado vieja y excesivamente lenta, razonó. Añadiendo: Pero lo intentaré. Maheo apiló sobre la redonda espalda una buena cantidad de lodo hasta formar una colina. Bajo las manos del Gran Espíritu, la colina fue creciendo, extendiéndose y enderezándose, mientras la Abuela Tortuga desaparecía de la vista. - Así sea, dijo Maheo otra vez. Que la tierra sea conocida como nuestra abuela, y que la abuela, que es quien transporta la tierra, sea el único ser que pueda vivir debajo del agua o de la tierra o encima del suelo; el único que pueda ir a cualquier parte, ya sea nadando, ya caminando, según lo prefiera. Y así ha sido y es. La Abuela Tortuga y todos sus descendientes caminan muy lentos, pues cargan en sus espaldas todo el peso del mundo y los seres que lo habitan. Ahora ya había agua y también tierra, pero esta última era estéril. Maheo dijo entonces a su Poder: - Nuestra Abuela Tierra es como una mujer y, en consecuencia, debe ser productiva. Ayúdame, Poder, a que ella engendre vida. Al pronunciar Maheo estas palabras, los árboles y las hierbas brotaron, convirtiéndose en el cabello de la abuela; las flores se transformaron en brillantes adornos, y las frutas y las semillas fueron ofrecidas por la tierra al Gran Espíritu. Los pájaros se posaron a descansar en las manos de la abuela, a cuyos lados se acercaron también los peces. Mirando a la mujer Tierra, Maheo pensó que era muy hermosa, la más hermosa de las cosas que nunca había hecho. Pero no debería estar sola , pensó. Démosle una parte de mí, y así podrá saber que estoy cerca de ella y la amo . Maheo metió la mano en su costado derecho y sacó una de sus costillas. Luego de darle aliento, la colocó dulcemente en el seno de la mujer Tierra. La costilla se movió agitadamente, se puso en pie. Y caminó. Había nacido el primer hombre. - Está solo en la Abuela Tierra como yo estuve solo una vez en el vacío, admitió Maheo. Y para nadie es bueno estar solo. Utilizando entonces una de sus cosillas de la parte derecha formó una hembra, que puso al lado del hombre. Entonces sobre la Abuela Tierra hubo dos seres humanos: sus hijos y los de Maheo. Todos eran felices, y el Gran Espíritu era feliz mirándolos. Un año más tarde, en la época primaveral, nació el primer niño. Y a medida que transcurrió el tiempo vinieron otros pequeños seres que, siguiendo su camino, fundaron las diferentes tribus. Luego Maheo vio que su pueblo tenía ciertas necesidades. Con su Poder creó animales que alimentasen y protegieran al hombre. Finalmente, el Gran Espíritu pensó en una bestia que pudiera ocupar el sitio de los demás creando al bisonte. Maheo sigue con nosotros. En todas partes y lugares. Mirando a su pueblo y a todo cuanto ha creado. El representa la totalidad de la vida. Es el creador, el guardián, el maestro, el único. Nosotros estamos aquí, gracia a Maheo. EL RELATO DE LOS BOSHONGO. ZAIRE Al principio sólo había oscuridad y Bumba estaba sólo. Un día Bumba se sentía atormentado por su terrible dolor de estómago. A continuación sintió nauseas y al realizar un esfuerzo vomitó el sol; y así la luz se difundió por todas partes. El calor del sol hizo que parte de las aguas primitivas se secasen, de manera que en algunas zonas empezó a aparecer tierra seca. Después Bumba vomitó la luna y las estrellas, de forma que la noche tuvo también su luz. Nuevamente Bumba se sintió mal y realizó otro esfuerzo, tras lo cual aparecieron nueve criaturas vivas: el leopardo, el águila, el cocodrilo, un pez, la tortuga, el rayo (llamado Tsetse), la garza blanca, un escarabajo y un cabrito. Por último apareció el ser humano, había muchos hombres, pero sólo uno era blanco como Bumba: Loko Yima. Esas criaturas crearon a su vez nuevas criaturas. Entonces, los tres hijos de Bumba (Nyonye Ngana, Chongannda y Chedi Bumba) dijeron a su padre que ellos terminarían de hacer el mundo. De todas las criaturas solamente Tsetse, el rayo, creaba problemas. Tanto mal hizo que Bumba lo atrapó y lo encerró en el cielo. La humanidad se quedó entonces sin fuego, hasta que Bumba enseñó al hombre cómo sacar fuego de los árboles. Cuando finalmente la obra de la creación estuvo acabada, Bumba se paseó entre los pueblos y dijo a los hombres: Mirad todas estas maravillas. Os pertenecen . Del dios Bumba, el creador, el Primer Antepasado , proceden todas las cosas y todos los seres. EL MITO TIBETANO DE LA CREACIÓN En el principio era la Vacuidad, en inmenso vacío sin causa y sin fin. De este grab vacío se levantaron suaves remolinos de aire, que después de incontables eones se volvieron más densos y pesados, formando el poderoso centro doble rayo, el Dorje Gyatram. El Dorje Gyatram creó las nubes, las cuales, a su vez, crearon la lluvia. Esta cayó durante muchos años, hasta formar el océano primigenio, el Gyatso. Luego, todo quedó en calma, tranquilo y silencioso, y el océano quedó límpido como un espejo. Poco a poco, los vientos volvieron o soplar, agitando suavemente las aguas del océano, batiéndolas continuamente hasta que una ligera espuma apareció en su superficie. Así como se bate la nata para hacer mantequilla, del mismo modo las aguas del Gyatso fueron batidas por el movimiento rítmico de los vientos para transformarlas en tierra. La tierra emergió como una montaña, y alrededor de sus picos susurraba el viento, incansable, formado una nube tras otra. De éstas cayó más lluvia, sólo que esta vez más fuerte y cargada de sal, dando origen a los grandes océanos del universo. El centro del universo es el Rirap Lhunpo, la gran montaña de cuatro caras hecha de piedras preciosas y llena de cosas maravillosas. Existen ríos y arroyos en el Rirap Lhunpo, y muchas clases de árboles, frutos y plantas, pues el Rirap Lhunpo es especial, es la morada de los dioses y los semidioses. En torno al Rirap Lhunpo hay un gran lago, y rodeando a éste, un círculo de montañas de oro. Más allá del círculo de montañas de oro hay otro lago, éste también rodeado por montañas de oro, y así sucesivamente hasta siete Lagos y siete círculos de montañas de oro y más allá del último círculo de montañas se encuentra el lago Chi Gyatso. En el Chi Gyatso es donde se encuentran los cuatro mundos, cada uno de éstos semejante a una isla, con su forma particular y sus habitantes distintos. El mundo del este es el Lu Phal, que tiene forma de media luna. Las gentes del Lu Phal viven quinientos años y son pacíficas, no hay contenidas en el Lu Phal. Sus habitantes tienen cuerpos gigantescos y caras en forma de media luna. No obstnate, no son tan afortunados como nosotros, pues no tienen ninguna religión para poder seguir. El mundo del Oeste se llama Balang Cho y su forma es como la del sol. Como en el Lu Phak, las gentes son de gran estatura y viven quinientos años, sólo que sus caras tienen forma de sol y se dedican a la cría de diversas clases de ganado. La tierra del Norte es de fonna cuadrada y se llama Dra Mi Nyen. Las gentes de dra Mi Nyen tienen caras cuadradas y viven mil años o más. En Dra Mi Nyen la comida y las riquezas son abundantes. Todo lo que un hombre necesita en sus mil años de vida lo obtiene sin esfuerzo ni padecimiento; viven con lujo, sin carecer de nada. Pero durante los siete últimos días de su vida, el dolor y el tormento anímicos acometen a los seres de Dra Mi Nyen, pues entonces es cuando reciben una señal de que están a punto de morir. Les visita una voz, una voz terrible, que les susurra cómo morirán y qué monstruosos sufrimientos habrán de soportar en los infiernos después de la muerte. En sus últimos siete días de vida, todas sus riquezas y posesiones decaen y ellos experimentan mayor sufrimiento que nosotros en toda una vida. Dra Mi Nyen se conoce como la Tierra de la Voz Pavorosa . Nuestro propio mundo, en Ci Sur, se llama Dzamu Ling. Al comienzo, nuestro mundo estuvo habitado por dioses de Rirap Lhunpo. No había dolor ni enfermedades, y los dioses nunca necesitaban comida. Vivían en el contento, pasando sus días en profunda meditación. No había necesidad de luz en Dzambu Ling, pues los dioses emitían una luz pura de sus propios cuerpos. Un día, uno de los dioses reparó en que en la superficie de la tierra había una sustancia cremosa y, probándola, comprobó que era deliciosa al paladar y animó a los demás dioses a probarla. Tanto les gustó a todos los dioses la cremosa sustancia, que no querían comer otra cosa, y cuanto más comían, más se reducían sus poderes. Ya no fueron capaces de estar sentados en profunda meditación; la luz que antes había brotado con el resplandor de sus cuerpos empezó a apagarse poco a poco y finalmente desapareció por completo. El mundo quedó sumido en tinieblas y 105 grandes dioses de Rirap Lhunpo se convirtieron en seres humanos. Entonces en la oscuridad de la noche, apareció en los cielos el sol, y cuando el sol se apagó, la luna y la estrellas iluminaron el cielo y dieron luz al mundo. El sol, la luna y las estrellas aparecieron a causa de las buenas acciones pasadas de los dioses, y son para nosotros un recordatorio permanente de que nuestro mundo fue una vez un lugar hermoso y tranquilo, libre de codicias, sufrimientos y dolor. Cuando la gente de Dzambu Ling hubieron agotado la provisión de la cremosa sustancia, empezaron a comer los frutos de la planta nyugu. Cada persona tenía su propia planta, que producía un fruto corno los de las mieses, y cada día, cuando el fruto había sido comido, aparecía otro; uno cada día, lo cual era suficiente para satisfacer el hambre de los seres de Dzambu Ling. Una mañana, un hombre se despertó y descubrió que en vez de producir un solo fruto, su planta había dado dos. Cayendo en la avidez, se comió los dos frutos; pero, al día siguiente, su planta estaba vacía. Necesitando satisfacer su hambre, ese hombre robó la planta de otro hombre y así fueron haciendo todos, pues cada persona tuvo que robarle a otra para poder comer. Con el robo, llegó la codicia, y todos, temiendo quedarse sin comer, empezaron a cultivar más y más plantas nyugu, debiendo trabajar cada cual cada vez más para asegurarse de que tendría bastante que comer. Cosas extrañas empezaron a ocurrir en Dzambu Ling. Lo que había sido una tranquila morada de los dioses de Rirap Lhunpo, estaba ahora lleno de hombres que conocían el robo y la codicia. Un día, un hombre empezó a sentir malestar por sus genitales y se los cortó, convirtiéndose así en una mujer. Esta mujer tuvo contacto con hombres y pronto tuvo hijos, quienes a su vez tuvieron más hijos, y en poco tiempo Dzambu Ling se llenó de gente, toda la cual tenía que procurarse comida y un lugar donde vivir. Las gentes de Uzambu Ling no vivían juntas en paz. Había muchas peleas y robos, y los hombres de nuestro mundo empezaron a experimentar realmente auténtico sufrimiento, que nacía del estado insatisfactorio en que se encontraban. La gente se dio cuenta de que para sobrevivir tenían que organizarse. Todos se juntaron y decidieron elegir un jefe, a quien llamaron Mang Kur, que significa mucha gente lo hizo rey . Mang Kur enseñó al pueblo a vivir en una relativa armonía, cada cual en una tierra propia en que construir una casa y cultivar alimentos. Así es como nuestro mundo llegó a ser, como, de dioses, nos convertimos en seres humanos sujetos a la enfermedad, la vejez y la muerte. Cuando contemplamos el cielo nocturno, o recibimos el cálido brillo del sol, deberíamos recordar que, de no ser por las buenas acciones de los dioses de la preciosa montaña de Rirap Lhumpo, viviríamos en una total oscuridad y que, de no ser por la codicia de una persona, nuestro mundo no conocería el sufrimiento que hoy experimenta. LEYENDA MAYAS SOBRE LA CREACIÓN Decían los maya que antes del principio del mundo, sobre la tierra solo había agua. No vivían los hombres, los animales ni las plantas. Entonces sólo existía una pareja de dioses: El Gran Padre y la Gran Madre. Dos viejos sabios a quienes debo el respeto que me tienen los hombres y las mujeres del campo, porque el Gran Padre se llamaba también Iguano; y la Gran Madre, Señora Iguana. Los mayas decían que la tierra estaba oculta por las aguas del mar que le abrazaban. Mis antepasados, las iguanas de los primeros tiempos, oyeron contar que así, el Gran Padre dormía, abrazado y lleno de amor, a la Gran Madre, porque él era como el agua; y ella, como la tierra. Cuando el Gran Padre despertó, dijo: - Debemos elevar los cielos, Gran Madre, para que haya vida sobre la tierra, para que el agua ocupe de inmediato su lugar y surjan los montes y las montañas. Junto con su voz se oyeron resonar muchas piedras preciosas. Y enseguida, el Gran Padre tomó una de las piedras preciosas que había resonado y la puso en el centro de la tierra. Luego despertó al espíritu del maíz que tenía dormido dentro de ella. De sus entrañas, la tierra vio brotar el primer árbol del mundo que creció como una columna de piedra para sostener los cielos. Ese primer árbol era una ceiba frondosa. Por eso las ceibas son sagradas entre los mayas. - ¿Quedará el cielo bien firme sobre la tierra?, preguntó la Gran Madre. Y para que los cielos quedaran firmes en el universo, el Gran Padre tomó cuatro piedras más, y las colocó en cada una de las cuatro esquinas de la tierra. En el oriente creció un árbol rojo; en el norte, uno blanco; en el poniente, uno negro; u en el sur uno amarillo. Así, cinco árboles, cinco ceibas sagradas, sostuvieron el cielo y sus raíces crecieron en la parte inferior de la tierra. Una vez que la tierra quedó separada de los cielos, poco a poco se movieron las aguas. Los ríos corrieron entre los montes y las montañas, se formaron los lagos y el mar se retiró a su sitio. Cuando las aguas estuvieron en su sitio, la Gran Madre dijo: - Mira la tierra, Señor, hace falta vida en los montes y en las selvas, en los ríos y los mares. - Hagamos a las plantas y a los animales para que habiten la tierra, contestó. Y para crear a las plantas y a los animales, el Gran Padre tomó otras piedras preciosas. Así nacieron toda clase de plantas, arbustos y árboles; y también, los animales que viven en el agua y en la tierra, y los que vuelan por los aires. Los dos dioses crearon así a los jaguares, los venados, las serpientes, las lechuzas, las tortugas, los jabalís; y también, a los peces, a las aves... Crearon a todos los animales de la tierra y a cada uno le dieron su propia voz y su morada. El Gran Padre y la Gran Madre iban diciendo: - Tú, jaguar, vivirás en el monte. Tú, venado, dormirás en la selva. A los pájaros les dijeron: - Dormirán sobre las ramas de los árboles, allí harán sus nidos. Alos peces les dijeron: - Vivirán contentos en las aguas. Así el Gran Padre, Señor Iguano, y la Gran Madre, Señora Iguana, fueron diciendo a cada uno de los animales creados. El Gran Padre y la Gran Madre ordenaron al quetzal de plumas verdes y azules que se posara sobre el primer árbol del mundo, y dispusieron que el centro de la tierra fuera el lugar de la regeneración de la vida y de las plantas. A la oropéndola roja la mandaron al oriente y le pidieron que se posara sobre el árbol rojo del alimento y crearon a los dioses de la fecundidad. Al cenzontle lo mandaron al norte, al árbol blando del alimento, y como ese era el rumbo superior del universo, fue el lugar que el Gran Padre y la Gran Madre escogieron para vivir. Al pajarillo de pecho negro lo mandaron al poniente a posarse sobre el árbol negro del alimento, y decidieron que a ese lugar fueran a reposar los muertos. A la oropéndola amarilla la confinaron al sur, al árbol amarillo del alimento, y por se el rumbo inferior del universo, pusieron allí a los demás dioses del maíz, las aves y las semillas. Enseguida el Gran Padre, y la Gran Madre, dijeron a los animales: - Deben adorarnos. Pero los animales no respondieron. Ninguno repitió el nombre de los dioses, solo gorjeaban, trinaban, piaban, graznaban, ladraban, rugían, gruñían. Entonces los dioses conversaron. - Probemos hacer la luz, el calor, dijo el Gran Padre. - Probemos, contestó la Gran Madre. Y amaneció en el mundo, porque los dioses creadores labraron unas piedras rojas para crear al sol y unas amarillas para crear la luna. Y con las otras piedras preciosas labraron estrellas que brillaban en el cielo. Ya la tierra tenía luz y calor para las plantas y los animales, pero el Gran Padre y la Gran Madre pensaron que era necesario controlar las lluvias y los vientos para que las plantas, alimento de los animales, se desarrollaran y no se secaran o se pudrieran de humedad. Y para ello, crearon al dios del viento llamado Kukulcán, quien se encargaría de que los vientos barrieran con cuidado el camino de la lluvia. Le dieron a Kukulcán como disfraz un traje de serpiente emplumada. Y le regalaron poder sobre los aires, los remolinos y los huracanes. Después crearon a Chac, el dios de la lluvia, y le dieron como disfraz una nariz larga, una lengua y unos colmillos de serpiente. Y le regalaron un hacha, símbolo del rayo, el relámpago y el trueno con que anunciaría su paso. Y a partir de ese momento, las ranas fueron los músicos de Chac. Croarían para anunciar la lluvia. Y para que Kukulkán y Chac cumplieran con su trabajo de hacer llegar el viento y la lluvia a la tierra, los dioses creadores les dieron cuatro ayudantes: los chaques. Los chaques llevaban consigo unas calabazas con agua, unos sacos con viento, un tambor y un hacha. Cuando cumplían las órdenes de Kukulkán y de Chac, abrían un poco las calabazas para dejar caer la lluvia; de los sacos dejaban escapar el viento, con el tambor producían los truenos y con las hachas los relámpagos. Acabadas estas creaciones, la Señora Iguana pintó en la tierra el mapa de Yucatán. Iba a poner allí a los hombres, para que adoraran a los dioses, puesto que los animales y las plantas no tuvieron inteligencia para hacerlo. El Gran Padre enseñaría a los hombres a labrar la tierra, mientras que la Gran Madre le enseñaría a las mujeres a tejer y pintar. Entonces los dioses crearon a los primeros habitantes del Yucatán: unos enanos sabios e industriosos. Pero el sol se zambulló sobre las aguas de la tierra creando un gran diluvio que acabó con los enanos. Los dioses crearon a otros hombres para que habitaran la tierra, pero también dejaron de existir por otro diluvio. En su tercer intento, crearon unos hombres justos y sabios que trabajaban de noche, porque no había sol ya que se había zambullido en el mar, y la luna no alumbraba lo suficiente. Esos hombres levantaron con poderes mágicos grandes pirámides; pues ponían las piedras en su lugar silbando nada más. Pero fueron destruidos otra vez por una inundación. Entonces los hombres les dijeron: - Habrá que levantar los cielos nuevamente. No es posible que el hombre viva así. Y el Gran Padre y la Gran Madre crearon a cuatro dioses llamados Bacabes para que detuvieron el cielo en cada uno de los rumbos del universo, para que el cielo con su carga de agua no se desplomara sobre la tierra causando otra inundación. Los Bacabes se llamaron Bacab Rojo, Bacab Blanco, Bacab Negro y Bacab Amarillo. Al Bacab Rojo le regalaron los dioses el oriente y le dieron el poder de ordenar sobre los espíritus de las lluvias abundantes. Al Bacab Blanco le regalaron el norte y le dieron poder para vigilar a los espíritus de la lluvia que proporcionaban con gusto el crecimiento del algodón. Al Bacab Negro le regalaron el poniente y el poder sobre las tormentas y nubarrones y también el mando de los espíritus de los muertos. Al Bacab Amarillo le regalaron el sur y el poder de gobernar las lluvias que propiciaban el crecimiento del maíz y le pidieron que vigilara la producción de la miel de abejas. Cuando el cielo ya estaba sostenido por los bacabes, los dioses crearon a los hombres con la sustancia del maíz, por eso perduraron. Pero como la luna alumbrada poco el cielo, porque ya estaba cansada desde que el sol se había zambullido en las agujas de la tierra, los dioses pensaron en crear otra vez el sol y la luna. Una noche, cuando salieron a pasear por la playa, el Señor Iguano y la Señora Iguana, encontraron dos huevecillos y los enterraron en la arena. Al cabo de un tiempo, los huevos se rompieron. De uno salió un niño que dormía en un árbol; del otro, una niña que dormía en un pequeño cenote. Desde el árbol, el niño veía como el Señor Iguano y la Señora Iguana rehacían las montañas y los valles y los ríos para los mayas. Pero como no había sol, la tierra estaba muy mojada por los diluvios que habían acabado con los nombres antes que los dioses les dieran la sustancia del maíz. El Señor Iguana y la Señora Iguana llamaron al niño: - Ven, baja del árbol, le dijeron. Y el niño bajó y caminó hasta ellos. - ¿Te gustaría ser el nuevo sol que alumbre la tierra? le preguntaron. - Si me gustaría, contestó el niño. Pero si viene mi hermana, la niña que duerme en el cenote, no me sentiré solo allá arriba. Entonces el Señor Iguano y la Señora Iguana llamaron a la niña: - Ven, sal del cenote, le dijeron. Y la niña salió y caminó hacia ellos. - ¿Te gustaría ser la luna que alumbra la tierra? le preguntaron. Y la niña contestó que sí, que acompañaría con mucho gusto a su hermano pues tampoco deseaba estar sola. Y así el niño y la niña se convirtieron en el sol y la luna. Alumbraron la tierra cuarenta días y cuarenta noches hasta que se secó y crecieron las plantas comestibles otra vez y los hombres pudieron comer otra cosa que no fuera sólo peces. Pero juntos daban demasiada luz y demasiado calor a la tierra. Entonces, los dioses les pidieron al sol que solo saliera de día; y a la luna, de noche. Todavía hoy, cuando la luna no se ve, dicen que es porque la niña se queda dormida en el cenote. Una vez restablecidos el sol y la luna en el cielo, el hombre creado de la sustancia del maíz pudo vivir. Entonces el Gran Padre, Señor Iguano y la Gran Madre, Señora Iguana, ordenaron a los hombres que los adoraran, y los hombres repitieron con respeto el nombre de los dioses. Al fin, los dioses dijeron: - Podemos descansar. Hemos cumplido nuestras creaciones. Pero aunque los hombres alababan a los dioses y con la ayuda de la lluvia cultivaban la tierra, no encontraban los granos de maíz, su verdadero sustento. El maíz estaba debajo de una montaña y solo las hormigas habían dado con él. Pero sucedió que un día la zorra andaba curioseando lo que hacían las hormigas, y vio que llevaban unos granos blancos sobre sus espaldas. La zorra probó un grano y fue corriendo a decirle a otros animales y al hombre que había encontrado el escondite del maíz. Entonces el hombre le pidió a los dioses de la lluvia que le ayudaran a sacar el maíz. Los chaques probaron romper, con sus hachas, la roca, pero no lograron abrirla. Fueron a buscar a Chac, quien arrojó un rayo contra la montaña. El maíz quedó al descubierto. El rayo que había lanzado Chac sobre la roca había sido tan fuerte que algunos granos de maíz, se chamuscaron un poco. Por eso, hay cuatro clases de maíz: maíz negro, el que tiñó el humo del rayo; maíz rojizo, el que pintó el fuego del rayo; el maíz amarillo, el que recibió poco calor; y el blanco, el que no se dañó. Cuando el Señor Iguano y la Señora Iguana vieron contentos que el hombre ya tenía su alimento y que todo estaba en orden en el universo y en la tierra, se retiraron a descansar, pues el hombre se encargaría de vigilar su sueño. PRIMERO FUE EL CAOS Del Caos nació Gea, la Tierra; el Tartáro sombrío lugar de las profundides y Eros (el Amor), el Erebo y la Noche. De la unión de estos dos últimos nacieron el Eter (aire superior) y el Dia. La Noche por sí sola engendró a Tánato (la Muerte) ; Hipno (el Sueño)...... La Tierra produjo el Mar (Ponto), después el Oceano y los Titanes Ceu, Crios, Hiperion , Japeto, Tia, Rea, Temis, Mnemosime, Febos, Tetis y Cronos. Uranos odiaba a sus hijos, tan rápido como nacía uno lo escondía y no le dejaba salir a la luz.... La Tierra lloraba de dolor y tramó una sublevación. Cronos le sesgó los genitales. Arrojados al mar y mecidos por las olas produjeron una espuma blanca de la que nació Afrodita. Rea dio a Cronos, Hestia, Demeter, Hera y Hades, sabiendo que sería suplantado por uno de sus hijos los fue devorando a todos. Pero al dar a luz Zeus, Rea entregó una piedra envuelta entre los pañales y tuvo su hijo en Creta. Allí fue criado con la leche de la cabra Amaltea y la miel de las abejas. Ya adulto Zeus, obligó a su padre a vomitar a sus hermanos y entabló una guerra conocida como TITANOMAQUIA. Zeus con la ayuda de los Cíclopes y los Hecatonquires resultó vencedor. Los vencidos fueron desterrados del monte de los Dioses y los vencedores pasaron a ocupar el monte Olimpo.