PABLO, DISCIPULO Y MISIONERO DE COMUNIDADES

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PABLO, DISCIPULO Y MISIONERO DE COMUNIDADES
ASE-018-2009
Germán Alberto Méndez. C.P.
Asesor Espiritual.
Dedicada a todos los participantes del XIII Encuentro Internacional
y a todos los guías del Movimiento
Tres asesinos de la selva, a saber,
un león, una serpiente venenosa llamada cascabel,
y un halcón, el terror de los pajaritos y otras aves,
decidieron convertirse y cambiar de vida.
El león se limitó a limar un poco sus uñas.
La serpiente decidió no tocar el cascabel de su cola.
El halcón se propuso volar un poco más bajo de lo acostumbrado.
Ninguno de los tres estaba realmente convertido:
todos habían dejado intacto su corazón de asesinos.
La conversión no es asunto de maquillaje, de aparecer, sino de ser.
Se requiere cambiar el corazón profundamente.
El cambio no se produce porque se aprenden cosas nuevas
o porque se decide comportarse de otra manera.
El cambio se produce cuando
acontece un encuentro con una persona maravillosa que pone mi vida patas arriba.
1. Acercamiento al discípulo San Pablo
Vamos a profundizar en el encuentro de Cristo a través de la manera como San
Pablo lo vivió. Este proceso será como el agua, que para alcanzar su punto de ebullición
necesita ir aumentando poco a poco su temperatura. De la misma manera nuestro caminar
de emproistas, de guías, y especialmente de estos días en este Encuentro Internacional.
Pablo de joven fue enviado a Jerusalén, seguro que se trataba de un joven
trabajador como todos pero también se destacaba en él su inteligencia, digamos que se
trataba de un joven líder comunitario. Quizá esa sea la razón por la que Pablo tiene
acceso a un nivel cultural alto, al lado de un gran maestro: “yo progresaba e el judaísmo,
destacando sobre la mayoría de mi edad y de mi raza, por mi celo desbordante hacia las
tradiciones de mis padres” (Gal 1,14).
Pablo desde muy joven vivirá entre el conflicto del odio y la admiración por los
cristianos. Quizá la explicación del fanatismo se encuentre en el deseo implícito de ser
como ellos, hombres y mujeres capaces de morir por su fe. Además el odio contra los
cristianos radicaba principalmente en el temor amenazador que se tiene ante lo nuevo.
Pero el odio siempre contrasta con la fidelidad y el valor, con el temple que tenían
los primeros, con la capacidad de perdón ante las injurias recibidas (un buen ejemplo de
ello es el testimonio de Esteban), y de la integridad de la vida que llevaban. Después de
que Esteban fue lapidado, Pablo emprendió esta misión con poderes extraordinarios para
buscarlos en donde fuera, es decir, incluso más allá de Damasco, por eso emprende el
viaje de 280 kilómetros para desarrollar su plan. Lo que él no tenía en mente es que esa
sería su última misión como perseguidor de cristianos y su primer viaje como discípulo
de Jesucristo.
El primer encuentro de Pablo con Jesús fue en el camino de Damasco (Act 9, 119), y la pregunta que podremos hacer es la pregunta por el encuentro con Jesús. Se trata
de lo más maravilloso en la vida de una persona: el encuentro con Jesucristo vivo.
Se narra que Pablo iba respirando amenazas contra los cristianos. Faltarían unos
20 kilómetros para llegar a Damasco. De pronto una luz más brillante que el sol lo
envolvió con su resplandor, se quedó sin fuerzas y se desplomó como cualquier boxeador
que recibe un golpe certero. Luego oyó la voz:
Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?
Pablo responde: ¿Quién eres, Señor?
Le responde: “Yo soy Jesús, a quien tu persigues”.
Pablo responderá al llamado de Jesús: “¿Que quieres Tú que yo haga?” La
respuesta se puede ubicar dentro de un espacio y dentro de un tiempo.
Entonces Pablo se da cuenta que está ciego. Así debe proseguir su camino. Rotas
todas las imágenes, Pablo queda abierto para reconocer al Dios verdadero, al Padre de
Jesucristo.
En la caída también se rompió la propia imagen de Pablo. Su celo fiel por la ley
era bienintencionado pero procedía en la dirección equivocada. El encuentro con
Jesucristo desbarató a Pablo totalmente. En el encuentro Pablo se dio cuenta que Jesús a
quien él daba por muerto, estaba vivo. Pablo creía que Jesucristo era un solo individuo, y
en cambio él y los cristianos formaban un solo cuerpo y por eso él se sentía perseguido
ante la arremetida de Pablo.
Y cuando Pablo esperaba que su más grande enemigo lo odiara y le diera el golpe
mortal en el camino de Damasco, como procede un gladiador que se respete, en cambio,
Jesús lo llama a la conversión, a la fe, y a la misión. Lo más importante del encuentro
es que Jesús le manifiesta a Pablo que lo ama. Experimentar ese amor fue lo más
maravillosos de todo.
En la sinagoga le tildaron de impúdico. “Menuda desvergüenza la que
manifiesta”, se decían; llega de Jerusalén con fama de artífice de grandes obras y miren
con las que sale. Así se expresan los rabíes de la ciudad que estaban desconcertados.
Como era de esperarse los judíos enfurecidos armaron una cacería para matar a Pablo. El
punto preciso era una de las puertas de la ciudad. Pero algunos discípulos de Jesús le
ayudaron a escapar de la trampa, evitando la salida Pablo, salió por una de las murallas
bajado en un gran canasto.
Es cuando aparece Bernabé, un hombre piadoso y bueno. Él se había informado
muy bien de la vida de Pablo, así que lo condujo donde los apóstoles, lo presentó y les
contó como había visto y oído al Señor en el camino de Damasco. Además les dijo que en
Damasco Pablo había hablado de Jesús con toda valentía. Creo que eso de la valentía
contada por Bernabé fue muy convincente, pues después de un día el resto de la
comunidad de Jerusalén se unió para escuchar a Pablo, que hablaba del Señor con la
misma valentía.
2. Una nueva vida en cristo
En el encuentro con Jesucristo Pablo vive su iniciación, esto es, su nacimiento a
una nueva vida; se despojó de la vida anterior, del hombre viejo, para ser un hombre
nuevo.
El primero de los peldaños del cristianismo no es otro que la Pascua de Cristo.
El segundo peldaño es el influjo en la persona de la Pascua del Señor, y el tercero es
el influjo de Cristo en los demás, en aquellos que han sido llamados a la nueva vida y
de quienes el creyente se interesa.
Tras el encuentro con el Señor, Pablo se abrió a una experiencia comunitaria
con los discípulos de Jesús, tanto en Damasco, como en Arabia y en Jerusalén, para
aprender de ellos. Es dentro de la comunidad donde tuvo que aprender el mensaje
fundamental de la vida cristiana proclamado en todos los lugares y que será necesario
repetir continuamente para que los nuevos discípulos lo aprendan. Dice san Pablo a los
Corintios: “En primer lugar les he enseñado la misma tradición que yo recibí”, “a saber
que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que lo sepultaron y que
resucitó al tercer día, también según las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y luego a
los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los
cuales vive todavía, aunque algunos ya han muerto. Después se apareció a Santiago, y
luego a todos los apóstoles.” (1 Cor 15, 3-8)
Cristo resucitado es el hombre nuevo. Empieza esta novedad cuando Jesús es
glorificado; cuando se convierte en el eterno viviente; cuando habita corporalmente en Él
la plenitud de la divinidad (Col 2,9). Cuando posee la plenitud del Espíritu, pues lo recibe
sin medida; cuando se convierte en el origen de una humanidad nueva y en el
primogénito de los que resucitan de los muertos y especialmente, cuando de receptor del
Espíritu se convierte en dador del Espíritu.
Pero ser cristiano en la teología paulina no es un aprendizaje sino la conciencia de
algunas cosas ciertamente importantes. Por ejemplo, tendremos que aprender de la
comunidad, y en la comunidad que Cristo es el Señor. Con este título en forma de himno
la comunidad cristiana celebraba la presencia de Cristo.
“Cristo Jesús, aunque existía con el mismo ser de Dios,
no se aferró a su igualdad con él,
sino que renunció a lo que era suyo
y tomó la naturaleza de siervo.
Haciéndose como todos los hombres
y presentándose como un hombre cualquiera,
se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
hasta la muerte en la cruz.
Por eso Dios le dio el más alto honor
y el más excelente de todos los nombres,
para que, ante ese nombre concedido a Jesús,
doblen todos las rodillas
en el cielo, en la tierra y en el abismo,
y todos reconozcan que Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre”. (Fil 2, 6-11)
De manera que hablar del hombre nuevo es ante todo hablar de Cristo el
Señor Resucitado. Pablo expresa en una de sus cartas que si Cristo no ha resucitado,
todavía están en sus pecados (Gal 2,21), es decir, todavía son hombres viejos. Así el
primer peldaño de la vida cristiana es llegar a la fe en Cristo resucitado. Aquí lo grande
de la fe es que se trata del mismo Jesús que se apareció a Pedro y a los demás apóstoles, y
más tarde a Pablo, y a cada uno de nosotros en la experiencia fundamental de nuestra
vocación. Pablo utilizará para hablar de su experiencia “se me apareció a mí”. Es como
para no creerlo, pues Pablo ni siquiera era apóstol y además había sido su perseguidor.
La vocación cristiana es entonces, la respuesta que da un hombre o una mujer, con
la gracia de Dios, a ese llamado a ser dignos.
Este es el evangelio que Pablo transmite después a los demás: invitaba a todos, de
muchas maneras, a ser hombres y mujeres nuevos, y a partir de la respuesta generosa de
los creyentes, ayudar a los demás a recibir los beneficios y efectos de la Pascua en sus
vidas, de la misma manera como cada uno lo recibió. Ese es el tercer peldaño.
Digamos que tanto el segundo como el tercer peldaño se refieren al testimonio
de vida que está sostenido por la Pascua del Señor, el primer gran paso que debemos
considerar en nuestra vida. Es por ello que san Pablo invitaba a los cristianos a imitar su
ejemplo, no por ser él el mejor modelo vida cristiana, sino porque él a su vez trataba de
imitar a Cristo, el hombre nuevo en plenitud.
Despojarse de algo y revestirse de algo nuevo era cuanto se pedía. Despojarse de
cuatro elementos que caracterizan al hombre fuera de Cristo: de las pretensiones de la ley
judía, de las asechanzas de la carne, de la esclavitud del pecado y de lo inevitable de la
muerte.
Lo mismo que escribió a los Efesios: “Deben ustedes renunciar a su antigua
manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a
causa de los deseos engañosos. Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar,
y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una
vida recta y pura, basada en la verdad.” (Ef 4, 22-24)
3. Un hombre nuevo a la medida de Dios
Llegar a ser hombre nuevo no es llegar a ser campeón de atletismo, con las
propias fuerzas. El hombre nuevo no es hechura humana, es arte de Dios. Es una
combinación maravillosa de nuestra fe y de la gracia de Dios. Ambas contribuyen a
hacernos hombres y mujeres nuevos.
Nuestra fe es la acogida amorosa de Jesucristo en nuestra vida y la gracia es un
don, que es Dios mismo, para reconstruirnos, pues el pecado nos ha dejado maltrechos, y
para potenciarnos y poder renovarnos hasta lo divino, hasta alcanzar la estatura de Cristo.
La gracia de Dios no la compramos en el mercado a buen precio sino que es un don que
llega de lo alto, que Cristo con su pasión y muerte nos ha merecido, que nos une, nos
favorece, nos reconcilia y que recibimos por medio de los sacramentos. Por eso, la
vocación de los consagrados insiste tanto en el bautismo y en la cena del Señor
(Eucaristía).
Decía san Pablo a los romanos: “¿No saben ustedes que, al quedar unidos con
Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos
sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como
Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.” (Rom 6,3-4).
Y sobre la Eucaristía les decía a los cristianos de Corinto que para que ella fuese
alimento de vida nueva y unión a la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo, había
que recibirla dignamente.
Pero también Pablo insistía en sus cartas en algo aun más fundamental: la
presencia y la acción del Espíritu en este vivir una vida nueva. El pecado es algo que
sale de la persona y que atenta contra la persona misma. El Espíritu, en cambio, es algo
que viene de fuera (de Dios), pero va a favor de la persona.
Para Pablo el Espíritu es como un amigo que está siempre de nuestro lado. La
tarea del creyente será entonces ponerse del lado del Espíritu para qué sea él quien nos
conduzca, para que él nos ayude a vivir la nueva vida en Cristo. (Rom 8). Pablo insistía
en algo muy importante: “Los que son llevados por el Espíritu de Dios, son hijos de
Dios.” (Rom 8,14)
4. La sabiduría del Hombre Nuevo: vivir en Cristo.
Un Encuentro es para cada uno de nosotros como guías la oportunidad de ser de
nuevo capturado, seducido, conquistado, amado por Cristo. Éste es el punto de partida del
emproismo. Un amor que viene de Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rom 5,5)
“Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) ese debería ser el lema. A cambio de ese
amor gratuito que nosotros no hemos hecho nada para merecerlo, solamente orar para
responder a ese amor de Dios que nos inunda. De esta oración, de este amor, y de la
resultante de esta unión con Dios, brota un conocimiento nuevo, o mejor dicho una nueva
sabiduría, también esta es regalo de Dios.
El encuentro es para centrar a la persona, al joven en esta sabiduría y capacitarla
para poder tomar las decisiones que le hagan falta en su vida en este mismo orden de
cosas. Esta misma sabiduría algunos la llaman locura, pues se vanaglorian de la sabiduría
humana conseguida, olvidándose que, “la locura divina es más sabia que los hombres y la
debilidad divina es más fuerte que los hombres.” (1Cor 1,25).
Quizá hoy nos podamos detener a recordar el caso del apóstol Pablo en momentos
tan difíciles, cuando estaba detenido por las autoridades romanas por haber apelado al
Cesar, y el rey Agripa le dio la oportunidad de defenderse. En esa oportunidad el apóstol
narró su encuentro con Cristo como su único argumento contundente. Fue cuando Festo,
un hombre que se encontraba en el auditorio dijo: “Estás loco, Pablo. Las muchas letras
te hacen perder la cabeza”... Pero la respuesta de Pablo fue respetuosa con Festo, y
afirmó que para él su criterio de discernimiento era Cristo, del cual se desprenden a su
nuevo entender, cosas verdaderas y sensatas.
El criterio de discernimiento en cualquier caso parte del amor a Cristo. Si no se
ama a Cristo, tampoco se le puede conocer. El amor precede el conocimiento.
El camino del discernimiento cristiano según la teología de Pablo se encuentra
marcado por la decisión de amar sin medida, que es la medida de Dios. No es la
inteligencia racional la que nos lleva a Dios; sino, la decisión y los gestos, aunque sean
pequeños, que reflejan el amor a Dios y al prójimo. Quizá desde esta decisión podemos
entender las palabras dirigidas a los Corintios: “Aunque hable las lenguas de los hombres
y de los ángeles, si no tengo amor, soy como un bronce que suena o címbalo que retiñe.
Aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, aunque
tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor,
nada me aprovecha.” (1Cor 13,1-3)
5. Pablo, misionero y guía de las comunidades
Vamos a empezar a recorrer el camino de las comunidades cristianas paulinas a
través de la misión. Se trata de conjugar los sentimientos y el proyecto misionero. Pablo
quería ser siempre el primero en llegar, para anunciar el mensaje de la Buena Noticia que
es Jesucristo. Sin embargo el anuncio del evangelio no es un sentimiento arbitrario,
caprichoso, sin control. Es un sentimiento que obedece a la realidad misma de las cosas.
“No todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación” escribía san
Pablo a los romanos, “pero ¿cómo van a invocarlo, si no han creído en él? ¿Y cómo van a
oír, si no hay quien les anuncie el mensaje? ¿Y cómo van a anunciar el mensaje, si no son
enviados? Como dice la escritura: „¡Qué hermosa es la llegada de los que traen buenas
noticias!‟.” (Rom 10, 13-16)
Es decir, la llegada de la Buena Noticia es hermosa, pero además es indispensable
para que brote la fe; y éste deberá ser nuestro afán evangelizador, llegar cuanto antes a
los espacios donde hace falta el evangelio, ya sea dentro de nuestra vida, al interior de
nuestras comunidades, en el mundo al cual nos dirigimos por nuestra acción
evangelizadora. El apóstol les escribía a los romanos: “Pero siempre he procurado
anunciar el evangelio donde nunca antes se había oído hablar de Cristo, para no construir
sobre bases puestas por otros, sino más bien, como dice la escritura: „Verán los que nunca
habían tenido noticias de él; entenderán los que nunca habían oído de él‟.” (Rom 15, 2021)
Para san Pablo su intento de concretar este ideal consistía en llevar el evangelio de
Jesús hasta los lugares más alejados del imperio, digamos que España: “Pero ahora que
ya he terminado mi trabajo en estas regiones, y como desde hace muchos años estoy
queriendo visitarlos, espero que podré hacerlo durante mi viaje a España. Y una vez que
haya tenido el gusto de verlos, aunque sea por poco tiempo, espero que ustedes me
ayuden a terminar el viaje.” (Rom 15, 23-24)
Para Pablo, su trabajo misionero ante todo era el trabajo de un guía. En cada una
de sus cartas deja entrever su preocupación por las iglesias, y el conocimiento profundo
de sus necesidades. Digamos que el servicio de la coordinación de la Iglesia parte de
estos dos elementos. Pablo expresa en sus cartas más que una simple preocupación por
mejorar la vida de las comunidades, más bien es como si él mismo se sintiera en medio
de las comunidades a las que se dirige. El animador de las comunidades no es aquél que
tiene la autoridad delegada de alguien, sino que es el que sigue la vida de la comunidad
y la conoce, y esto es lo que uno percibe en cada una de las cartas de Pablo.
Por ejemplo, en la primera carta a los Corintios, la preocupación de Pablo aparece
en esas pequeñas expresiones como: “Me han hecho saber...” (1,11); “Se oye decir por
todas partes...” (5,1); “Paso a tratar de lo que me escribieron...” (7,1); “Oigo contar...”
(11,18). Este Pastor conocía hechos muy particulares, algunos no muy loables (6,11);
conocía la extracción social de los miembros de aquella comunidad (1,26); también
conocía sus divisiones (1, 12 y ss); sabía con bastante detalle los desórdenes en las
reuniones de ellos (11,21); y conocía hasta sus motivaciones más profundas como se
puede apreciar en los cuatro primeros capítulos de la carta. Pero hay algo más, conocía
también las críticas que se hacía de él (4,3). Y aun y todo Pablo, el apóstol y el pastor, les
ofrecía sus consejos o les daba ordenes tajantes, como se puede apreciar en todas sus
cartas. Pero en todas ellas es necesario dejar bien claro, que les amaba entrañablemente
como buen pastor.
A los filipenses les decía: “Les llevo en el corazón” (1,7), y también, “Hermanos
míos, queridos y añorados, alegría y corona mía”. (4,1)
Pero el servicio de la autoridad de las comunidades para el apóstol Pablo es
mucho más exigente, significa convertirse en un modelo para todos ellos. ¿Qué es un
modelo? Es como el plano de una construcción. Sin el plano no se pude construir porque
no se sabría cómo proceder con el material, los cálculos, etc. Pues bien, Pablo quería
presentarse como el plano para construir la comunidad. Así será el animador de las
comunidades de ahí en adelante.
Hay que hacer una aclaración pertinente y es que Pablo decía que él era el
modelo, luego invitaba alas comunidades a que lo imitaran a él, no por ser Pablo, sino
porque él mismo había imitado a Cristo. A los corintios les decía: “Sean imitadores míos
como yo lo soy de Cristo”. (1Cor 11,1)
Otro aspecto se encuentra en el sentido de comunión en la Iglesia; Pablo no actúa
como una rueda suelta, sino que buscaba colaboradores para ser parte de un equipo
pastoral. Y auque Pablo se presentara como apóstol de Jesucristo, ese título que usaba no
le impedía estar cerca de la comunidad o integrarse a ella, en muchas ocasiones este
pastor resaltaba los múltiples carismas de sus colaboradores en la misión, pues en eso
consistía la riqueza de la comunidad, en poseer el don del Espíritu y estar al servicio del
evangelio. En la carta de los efesios san Pablo les dice: “Cada uno de nosotros ha
recibido los dones que Cristo le ha querido dar... y él mismo concedió a unos ser
apóstoles, y a otros profetas, a otros anunciar el evangelio y a otros ser pastores y
maestros. Así preparó a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la
edificación del cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el
conocimiento del Hijo de Dios, y alcancemos la edad adulta, que corresponde a la plena
madurez de Cristo”. (Ef 4, 7. 11-13)
La visita a las comunidades era para Pablo quizá una de las herramientas de la
animación más importantes, porque, aparte de visitar a las comunidades en particular se
convertían en el ejercicio de la animación después del primer anuncio. Es claro que estas
comunidades habían recibido el mensaje del Evangelio y que tenían una vida
comunitaria. De manera que, más que el primer anuncio, que ya habían recibido
anteriormente, quería ofrecerles algo más que los guiara en la vida cristiana y les ayudara
a superar los problemas cotidianos. Para ello usaba la Sagrada Escritura. “Todo lo que
antes se dijo en las Escrituras, se escribió para nuestra instrucción, para que con
constancia y con el consuelo que de ellas recibimos, tengamos esperanza. Y Dios, que es
quien da constancia y consuelo, los ayude a ustedes a vivir en armonía unos con otros,
conforme al ejemplo de Cristo Jesús.” (Rom 15,4-5)
Terminemos nuestra reflexión espiritual diciendo: La vocación del cristiano es
ante todo un llamado a la misión, se trata de anunciar la Palabra de Dios a todos los
hombres y mujeres, para encender el fuego de la fe, por primera vez o, para mantenerla y
animarla. Para Pablo la motivación de cada uno de sus viajes misioneros se encuentra
enmarcada por el hecho de sentirse enviados.
Me parece importante considerar algunos aspectos de esta vocación misionera tal
como la cuenta san Pablo. En primer lugar que, eso fue diciendo y haciendo, para Lucas
se trató de hacer oración, ayuno, imponer las manos, y enviar de una Iglesia en
obediencia al Espíritu Santo, que es quien empuja todas nuestras respuestas.
La tumba del soldado desconocido en el cementerio nacional de Arlington, cerca
de la ciudad de Washington, es custodiada por un soldado, las 24 horas del día. Cada hora
la guardia es renovada y cuando es cambiada, el soldado que sale le dice al que llega a
reemplazarlo:“Las órdenes no han cambiado”. Cada generación de cristianos cuya
identidad es ser discípulos misioneros, recibe de sus predecesores la misma consigna:
“Las órdenes no han cambiado”. ¿Cuáles son las órdenes? Las dio Jesús: “Vayan por
todo el mundo y hagan discípulos de todos los pueblos”. Cada cristiano recibe la misma
consigna. En otras palabras, cada cristiano es enviado por Jesús, con la fuerza del Espíritu
Santo a ser testigo del Evangelio y a vivirlo en medio de los demás. El encuentro de los
Obispos en Aparecida reafirmó este aspecto de nuestra identidad: somos discípulos
misioneros.
“Las órdenes no han cambiado”, es algo que debemos recordar cuando nos
dejamos llevar por la tentación de encerrarnos en nuestras propias preocupaciones. O
cuando por miedo a las amenazas y dificultades, queremos retirarnos de esa tarea de ser
testigos de Jesucristo ante los demás. O cuando creemos que todos alrededor nuestro son
excelentes cristianos y no juzgamos necesario anunciar el Evangelio con nuestra vida,
obras y palabras.
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