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Perspectiva de género
Marcela Lagarde
Mujer y mundialización
La difusión que el enfoque de género está teniendo últimamente
tiene que ver con lo que hoy llamamos la globalización del mundo. Qué
significa una "aldea global"? Significa dos cosas terriblemente opuestas y
contradictorias: por un lado plantea que por primera vez en la historia
existe tal interrelación e intercomunicación entre sociedades tan diversas
que empezamos a compartir una serie de valores, mitos, creencias,
ideologías, aunque éstas no se correspondan con las formaciones
sociales en las que vivimos. Se genera una gran contradicción entre la
cultura global que se está construyendo y las sociedades parciales, a
veces fragmentadas e inconexas en que vivimos, que tienen a su vez sus
propias tradiciones, creencias, y elaboraciones culturales. Nunca como
ahora habían existido tantos recursos comunicativos, que llegan a todas
partes del mundo y crean realidades virtuales, que es lo más grave. El
mundo es el que vemos en el noticiero y que nos hace sentir tan
impotentes; pero al mismo tiempo son los hechos como este encuentro,
por ejemplo, en el que hay mujeres y hombres de todo el mundo
convocados por una voluntad ética, y que nos hace sentir que algo
podemos cambiar1
Partimos de la constatación que por primera vez en las historias de
las distintas sociedades empezamos a encontrar que la organización de
1
Se refiere al encuentro sostenido en Managua los días 23 y 24-VIII-1993 cuya
organización corrió a cargo del grupo Cantera. Este artículo es una refundición de las
charlas impartidas por la autora en esta ocasión, y que salieron publicadas en la
memoria de dicho evento.
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géneros se está volviendo cada vez más uniforme en el mundo. Es decir,
que cada vez nos parecemos más las mujeres laponas, las parisinas, las
de la Tierra del Fuego, las de la Amazonia, o las de Managua; que cada
vez se parecen más los hombres que hoy están en Bosnia-Herzegovina, o
los que están sepultando a los yanomamis muertos hace unos días, o los
hombres de todo el mundo. Otra constatación es que, si bien en las
últimas décadas se han dado pasos importantes hacia el logro de la
igualdad entre hombres y mujeres, esta aspiración dista mucho de ser una
realidad.
Parte de las consecuencias de la globalización es el hecho de que
las mujeres estén cada día más involucradas en procesos de
depauperización. Esto sucede sobretodo en los países llamados del Sur,
pero sucede en las clases sociales explotadas de los países del Norte
también. Se observa que cada vez más mujeres nos incorporamos a
sistemas desvalorizados de la economía, de la producción, del mercado. Y
así como se habla de la incorporación de las mujeres al trabajo, debería
reconocerse que es una incorporación a áreas previamente
desvalorizadas de la economía, donde ya no sólo encontramos problemas
de diferencias salariales entre mujeres y hombres, sino que encontramos
problemas de división política del trabajo por géneros. Los economistas
llaman a esas áreas del trabajo el sector informal. Pero en nuestros países
es el más formal de todos, no constituyen hechos marginales,
discontinuos, subalternos a los temas económicos, sino que constituyen
núcleos económicos que dan cohesión al conjunto del sistema. La
feminización de la pobreza conlleva otro fenómeno, y es que la pobreza
de las mujeres es invisible.
El orden de géneros es un tema social
La feminización de la pobreza es algo que tiene que ver con el lugar
que ocupamos las mujeres en la sociedad, con las obligaciones sociales
que tenemos, por las formas sociales en que se nos imponen los deberes.
No tiene nada que ver con los genes, con la naturaleza femenina. Es la
organización social la que obliga a las mujeres a la "doble jornada", por
ejemplo: su trabajoso mal o bien remunerado fuera de la casa y el del
hogar. Este es uno de los resultados que se da con la "incorporación de la
mujer al trabajo" que empieza a tener lugar hace algunas décadas. Los
planteamientos "progresistas" de hace años sostenían que cuando la
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mujer tuviera la oportunidad de adquirir trabajos remunerados fuera del
hogar ganaría la igualdad con el hombre, pero resulta que en realidad lo
que encontramos es que el trabajo realizado por mujeres se paga a un
precio inferior que el de los hombres. Esto por una parte, y por otra el
resultado para las muchas mujeres es la de la doble jornada, porque en
este sentido los deberes que la sociedad impone a las mujeres, las tareas
que tenemos que cumplir, no han disminuido, sino todo lo contrario, y esto
tal como yo lo analizo no es una cuestión de naturaleza femenina (la mujer
"tiene que" ser la que limpia, la que cuida,...) sino que hay un interés en
que nosotras (y sólo nosotras) hagamos estas labores, e interesa que
nuestros deberes pasen por naturales, pero en realidad no tiene nada de
natural, sino que es social. Podríamos perfectamente ponernos de
acuerdo y organizarlo de otra manera. De hecho el feminismo ya lleva
tiempo luchando por esto, pero cuesta convencer a todo el mundo.
Desde mi punto de vista es importante aclarar que el orden de
géneros es construido, es decir, que la organización y distribución de
puestos y tareas en la sociedad como "masculinos" y "femeninos" no
depende de la genética, sino que procede de la costumbre, la cultura,
tradición o los "pactos sociales". Esto me parece importante señalarlo
pues ahora andan de moda ciertas corrientes feministas, los
ecofeminismos, que propugnan que hay una esencia de lo femenino.
Como féminas según el ecofeminismo estaríamos vinculadas a la
naturaleza porque nosotras somos las que venimos equipadas con un
aparato para gestar y parir, y por esto somos vitales y por tanto no
estamos asociadas a la destrucción ni a la muerte. Esto tomado como un
hecho positivo me parece muy peligroso. El ecofeminismo es una
corriente minoritaria pero muy importante en el mundo. Esa es una de las
corrientes que se están desplegando y es muy peligrosa porque
fácilmente se puede convertir en ideología en el sentido originario del
término: enmascaramiento de la realidad por un sistema de ideas que
justifican el orden dominante. No digo que no sea importante gestar, parir,
etc. pero que todo esto sea garantía de algo (vitalidad, sensibilidad o lo
que sea) o que imponga deberes (cuidar), me parece que es confundir un
ámbito (el de lo biológico) con otro (el social). Creo que las diferencias
biológicas ahí están, pero no son garantía de nada, ni para bien ni para
mal. Me parece que el tema es cómo se organizan las sociedades,
nuestra sociedad, y qué es lo que en ellas anda mal, porque por todas
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partes vemos dolor, sufrimiento, no vemos tanta felicidad como debería de
haber, y las mujeres llevan la peor parte. Con lo biológico no se pueden
justificar ni inferioridades ni supuestas superioridades. Las diferencias se
establecen en el ámbito de lo social.
Esta perspectiva me parece más abierta, pues permite plantearnos
tanto la feminidad como la masculinidad como hechos indeterminados,
mutables, es decir, modificables de acuerdo con la sociedad que
queremos construir, pues el orden de lo biológico sería el orden de la
determinación, de lo dado, y esto no lo podemos cambiar.
Diferenciación cultural de géneros
Con los años antropólogos, economistas, politólogos... han ido
concibiendo con mucha mayor amplitud la categoría de género, hasta tal
punto que se afirma que no somos psicológicamente mujeres u hombres
por nacimiento, sino que aprendemos a serlo. No es automático que por
tener un cuerpo de mujer seamos mujeres, sino que hay que aprender a
ser mujeres. Los sentimientos, las emociones, las actitudes femeninas o
masculinas no se heredan, sino que se aprenden. Desde la teoría de
género se afirma que las características psicológicas, económicas,
sociales, culturales, jurídicas y políticas se adquieren, y que van asociadas
al sexo. Todo lo que somos es un producto histórico. Esta teoría es
revolucionaria porque permite pensar que podemos cambiar cosas que
creíamos naturales. Pero el cómo, ésta es la gran pregunta. Pero
percatarnos de que somos mujeres y hombres por la manera en la que
estamos insertos en las relaciones económicas y sociales, por el tipo de
normas que organizan nuestras vidas y por el tipo de relaciones de poder
en las que estamos inmersos por ser mujeres u hombres, implica que la
dimensión política es fundamental a la hora de plantear los cambios y
perspectivas. Resumiendo, pues, la teoría de género trata de explicar
como se construye el ser mujer o ser hombre sobre los cuerpos sexuados
femeninos o masculinos.
La corriente más importante que usa la perspectiva de género es el
feminismo. La perspectiva de género es una voluntad política por
transformar el orden de géneros. Se reconoce no sólo que existe un orden
de géneros, sino que además se le considera opresivo. Colocarse en la
perspectiva de género implica no sólo reconocer que hay un orden social
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que nos divide como hombres y mujeres, que niega las mínimas
igualdades democráticas a medio mundo, sino que también implica
anunciar públicamente que una está en una posición contraria a la
opresión de género, y cuando somos más radicales, estamos además a
favor de intervenir con una voluntad activa en la construcción de
alternativas no opresivas de género. Eso quiere decir la perspectiva o
enfoque de género. En lo que hoy se llama perspectiva de género
estamos involucrados miles y miles de personas en el mundo. Muchos ni
siquiera manejamos las teorías de género. Ya no hace falta, porque se
vuelve una creencia y se vuelve una actividad pública, política. Para
muchas personas además es un trabajo. Millones de gentes en el mundo
trabajamos en la perspectiva de género, y a veces, aunque estemos
involucrados en este trabajo, a lo mejor acabamos discutiendo contra la
perspectiva de género porque no manejamos a fondo los elementos
teóricos. Vemos ahora muchas funcionarias y funcionarios de la
perspectiva de género que trabajamos a veces muy burocráticamente, o
sea, que no estamos identificadas con la propuesta, no la asumimos.
Estar claro de lo que se pretende no implica sin embargo, tener la
solución a todos los problemas. Implica, eso sí, tener conciencia de lo que
ocurre: incestos, violaciones, acoso sexual, violencia contra la mujer... e
implica también buscar una política para enfrentar todo esto, y una política
macrosocial y una política microsocial.
Como todos los procesos culturales la cultura de género tiene una
gran cantidad de energías sociales aplicadas a su construcción y al
consenso que la anima. También tiene una gran cantidad de límites, los
cuales están regidos por el miedo y la norma. El primero refrena la
transgresión, la segunda genera en el sujeto, hombre o mujer, la
disposición de cumplir con el deber. El deber de género se vuelve uno de
los objetivos de la vida, y al mismo tiempo, le da sentido a la vida de cada
quien. Por eso la cultura de género es entrañable, forma parte de una, es
constitutiva. En parte el conservadurismo de género tiene éxito por esto,
porque cambiar genéricamente implica deshacerse de dimensiones
propias. Recrear la cultura de género conlleva un enorme esfuerzo social,
y requiere de las instituciones que son los espacios sociales que están
permanentemente recreando la cultura de género. Una de estas
instituciones importantes es la Iglesia porque la religión norma lo que está
permitido y lo que no lo está, especialmente en lo referente a la
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sexualidad, que es una dimensión tan decisivamente estructurante de
nuestras personas. Si ustedes se fijan, los deberes de género tienen un
peso tan importante en nosotras que cualquier incumplimiento puede ser
vivido como desestructurador. La maternidad para las mujeres, por
ejemplo. Decidir tener hijos o no tenerlos puede significar un conflicto vital
de proporciones enormes, puede quedar expuesta la identidad femenina,
y además quedar dañada como identidad íntegra.
Otro elemento importante que gestionan las iglesias es la culpa.
Esta va más allá de las creencias. Las iglesias como instituciones que
actualizan las creencias las convierten en hechos, les dan su fuerza
material, y es aquí donde se juegan todas las represiones y las
liberaciones, pues así como las instituciones permiten la reproducción de
la cultura, la transmisión de tradiciones, también pueden favorecer la
deconstrucción de la cultura establecida, la búsqueda de una mayor
autenticidad y felicidad para las personas. Movernos, cambiar de puntos
de vista, de sentires,... todo esto genera una pérdida de seguridad, y a la
vez provoca un movimiento en el sistema de creencias, en la explicación
del mundo. Las sociedades aguantan muchas cosas: que cambien los
gobiernos, que cambien los partidos, pero no aguantan los cambios de
género , los encaminados a hacer desaparecer las desigualdades para
construir la semejanza. Estos cambios que se van logrando en nuestra
época son magnificados por la cultura dominante, se leen como peligros
que ponen en riesgo el orden del mundo, todo el sentido de la historia. Me
parece importante que se de a estos cambios el sentido que les
corresponde: son cambios que van en la línea de la liberación, de la
emancipación de media humanidad, que somos las mujeres, y
reivindicamos la posibilidad de tener una identidad que no esté bajo la
dominación de la identidad masculina, y para esto hace falta recorrer un
largo camino, de dudas, de vencer culpas superfluas, porque a lo mejor
descubrimos que lo que tomábamos como "deber" connatural a nuestra
condición femenina resulta ser un deber social impuesto que nos urge
revisar para podernos realizar como humanas.
El feminismo como cultura de la deconstrucción
El feminismo es una cultura inédita, es una cultura que están
creando muchas mujeres y hombres de distintos idiomas, de todos los
países. Es un espacio de innovación, de algunas reiteraciones y de dudas.
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El feminismo no ha construido modelos de futuro sino que en las
ideologías muy contemporáneas, muy postmodernas, se ubica en el futuro
como dimensión abierta. Y lo que ha sido más, el feminismo es una topía,
es decir, consiste en lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer
los que estamos en esto.
El feminismo se ha propuesto transformar a las sociedades de la
segregación de los géneros y de la dominación entre los géneros en
sociedades en que no exista el destino sexual. Ha sido una
deconstrucción y un desaprendizaje desde un punto de vista pedagógico.
Pasa por legitimar nuevos valores, nuevos sentidos de la vida
culturalmente hablando. Por esto estos procesos culturales que involucran
a grandes grupos sociales, a sociedades complejas y a individuos e
individuas en lo personal, son tan radicalmente vividos. La radicalidad del
feminismo no está en la fuerza de los gritos que pegamos. La radicalidad
del feminismo está en la capacidad de desaprender, de deslegitimar todo
el orden del mundo en cada sujeto y frente a los otros, con las otras, frente
a las otras. El desaprendizaje crea espacios en la subjetividad para el
aprendizaje y para la innovación.
No es una cultura de la destrucción, sino una cultura de la
transformación de la historia, y no tiene como contenido ni la violencia, ni
el daño ni la venganza. Al contrario, la cultura feminista es una cultura de
la reparación porque reconoce la opresión, el daño, y asume la necesidad
de reparar los daños recibidos por el modo de vida patriarcal, reparar los
daños en los niños, en las niñas, en las jovencitas y jovencitos, en las
mujeres, hombres y viejos. Reparar los daños sufridos por un orden
opresivo. Se asume una labor política de sanación que alcanza
dimensiones públicas, sociales y dimensiones privadas, íntimas,
individuales. La práctica feminista ha pasado por hacernos cargo de esos
daños en cada una y en cada uno.
Por lo tanto el feminismo se inscribe dentro de la cultura política en
esto que llamamos la lucha por la democracia. Además de contribuir a la
cultura de la democracia plural y diversa, con sujetos diversos que
requieren voz y espacio, y acción y tiempo, también es una cultura del
hedonismo: reivindica la construcción del placer. Y como ha sido
sobretodo una cultura construida por mujeres, marcadas por una
experiencia tabuada, el placer en la cultura feminista ha sido puesto en
muchos sitios. En la sexualidad por ejemplo. La sexualidad, que ha sido
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destino y marca de trabajo, desde el feminismo ha sido deconstruida como
un espacio posible, no solamente del placer a la vieja manera patriarcal
carnal, sino como espacio del conocimiento, del descubrimiento del
mundo, de la sensibilidad estética y de la recreación de cada día, de cada
quien. Hoy creo que pensamos la sexualidad como un espacio abierto, no
como un espacio cerrado, no con marcadores sexuales sino con
desmarcadores sexuales, como un espacio polimorfo, que reivindica la
osadía. La osadía es una dimensión inédita del mundo de las mujeres,
como un recurso cultural de deconstrucción y también de aprendizaje.
El feminismo se propone construir la integridad de los sujetos, y para
ello hace falta la osadía, el descubrimiento, el saber. El saber no
solamente como saber conocimientos, sino como posibilidad de
apropiarnos de diversas maneras de ver la vida, de diversos
conocimientos y de diversos tipos de experiencia. El feminismo tiene una
ética en la que el sentido de la vida está dado por la posibilidad de
mantener la integridad, por la posibilidad de construir y deconstruir el
mundo, por la posibilidad de gozar sin sufrir dominación. La cultura
feminista entonces, sin tener un contenido muy preciso, se perfila como un
ética de fin de siglo que, entre otras cosas, rescata y resignifica, en otras
palabras, desempolva, la idea de la felicidad. Surge el reclamo de mujeres
que descubrimos la opresión por el sólo hecho de ser mujeres y
reclamamos el derecho a la felicidad de otras maneras, cosa que a todo el
mundo se le olvida en tiempos de desolación o en tiempos de causas
extraordinarias en las que sólo importa el cumplimiento nuevos deberes.
He aquí una propuesta de cultura política: es construir aquí y ahora
como topía, en la vida cotidiana, sociedades que permitan la elaboración
de la felicidad por parte de los sujetos colectivos y de los sujetos
individuales con esta perspectiva de género. O sea, no pretender que la
felicidad se construye en el cumplimiento de los deberes de género, sino
asumir que transformar estos deberes de género, desmontarlos,
desestructurar la sociedad en este sentido, puede conducir a formas de
goce, de placer, de dicha, de dolor también, pero ligadas a la posibilidad
de intervenir por propia cuenta en el mundo.
Con esto quiero plantear e insistir en el hecho de que la cultura
feminista es una cultura compuesta por diversos feminismos,
movimientos, instituciones, transformaciones ya en práctica en el mundo...
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esta cultura si es escuchada puede contribuir a transformar los
paradigmas políticos, culturales, de todo tipo (no sólo los de género).
Refundido por Judit Ribas
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