Infección Intrahospitalaria: Meningitis bacteriana post anestesia peridural Tribunal:Cámara 1a de Apelaciones en lo Civil y Comercial de San Isidro, sala I (C1aCivyComSanIsidro)(SalaI) ~ 2007-12-06 ~ G. R. de F. M. c. S.P.M. S.A. Fecha: 06/12/2007 Partes: G. R. de F. M. c. S.P.M. S.A. Publicado en: RCyS 2008 con nota de Carlos A. Calvo Costa RCyS 2008, 463 LLBA2008 (mayo), 448 Hechos: Un paciente que se contagió una meningitis bacteriana mientras estaba internado, inició demanda de daños y perjuicios contra el médico anestesista y la empresa de medicina prepaga propietaria del sanatorio. Alegó que la infección se produjo por una defectuosa aplicación de anestesia. El juez de grado rechazó la acción. La Cámara confirmó la inexistencia de mala praxis del profesional demandado, pero admitió la acción respecto de la empresa de medicina prepaga en tanto ésta incumplió con su deber de seguridad. Sumarios: 1. Es procedente la demanda de daños y perjuicios incoada contra una empresa de medicina prepaga, por el paciente que sufrió el contagio de una enfermedad bacteriana mientras estaba internado en el sanatorio de propiedad de aquella, ya que existió un incumplimiento de la obligación de mantener indemne al paciente, en tanto se encuentra acreditado que el contagio se produjo en el ámbito nosocomial durante el acto quirúrgico o la internación del actor 2. La empresa de medicina prepaga propietaria del sanatorio en el cual un paciente se contagió una enfermedad bacteriana debe responder por los daños y perjuicios ocasionados por dicho contagio, pues, se encuentra acreditado que la emplazada incumplió con las reglamentaciones sobre asepsia — en el caso, no declaró la enfermedad infecto contagiosa que padeció el actor—, lo cual permite apreciar una cierta negligencia de su parte 3. Debe rechazarse la acción de daños y perjuicios por mala praxis médica incoada por un paciente contra el anestesista, con fundamento en que el contagio de meningitis bacteriana se debió a una complicación en la anestesia peridural que le fue aplicada, ya que no se encuentra acreditada la existencia de mala práctica en la conducta del profesional, quien cumplió todas las tareas ordenadas a mantener la asepsia 4. La empresa de medicina prepaga que incumplió su obligación de mantener indemne al paciente que se contagió de una enfermedad bacteriana mientras estaba internado, debe otorgar al damnificado una indemnización en concepto de daño moral a fin de reparar los sufrimientos por aquél padecidos, el estado de angustia, y la sensación de pérdida que la incapacidad física o psíquica comportan. Texto Completo: 2ª Instancia.— San Isidro, diciembre 6 de 2007. ¿Debe modificarse la sentencia apelada? La doctora Cabrera de Carranza dijo: 1. La sentencia de fs. 950 rechazó, con costas, la demanda instaurada por M. G. G. R. de F. contra S.P.M. (Sistema de Protección Médica) S.A. y C. C. para obtener el resarcimiento del daño sufrido por mala praxis médica, por no encontrar acreditado que la meningitis bacteriana que padeció la actora — por cuyas secuelas reclama— haya sido causada por una complicación en la anestesia peridural aplicada en el Sanatorio Jockey Club por el codemandado C. con motivo de una operación quirúrgica de várices. Difirió la regulación de honorarios hasta que la actora mejore de fortuna. A fs. 954 apeló la actora y a fs. 961 lo hizo la perito Contadora que intervino en autos, L. I. Q. en relación con el diferimiento de los honorarios, recurso que no fue concedido por no ser parte en autos la recurrente. 2. A fs. 972 expresó agravios la recurrente por intermedio de su Apoderado, solicitando se revoque la sentencia y se haga lugar a la demanda en todas sus partes. Comienza señalando que la manifestación del Juez en la sentencia en el sentido de no examinar todas las pruebas sino aquellas que le sirven más decididamente para sentar sus conclusiones implica que no ha aplicado para su razonamiento un método deductivo, sino que primero ha llegado a la conclusión de la inexistencia de nexo causal y luego buscó las pruebas que afirmen esa conclusión, lo que significa que ha prejuzgado. No ha tenido en cuenta el Juez que la causa del daño en este caso solo puede demostrarse por presunciones y no ha analizado si existen presunciones concordantes que den lugar a la responsabilidad, ya que no ha analizado ninguna prueba relacionada con el reclamo. Señala como hechos indubitados que fundamentan esas presunciones que al operarse de várices la actora se encontraba en buen estado de salud, de otro modo no se hubiera llevado a cabo la intervención y que al internarse en el Sanatorio San Lucas — donde fue trasladada en grave estado— el diagnóstico fue meningitis bacteriana como complicación de anestesia, diagnóstico que no se encuentra controvertido en toda la Historia Clínica de la paciente. También consta en la Historia Clínica que se observa edema y/o inflamación en la región lumbar, lugar donde se aplica la anestesia peridural. En el mismo sentido, tampoco ha tomado en consideración el Magistrado que diez días después de ser operada la actora concurrió al sanatorio Jockey Club con calambres y dolores, diagnosticándosele lumbalgia, recentándosele Voltarén, y no remitiendo los dolores concurrió nuevamente y se le recetó Celestone. Considera que en este actuar médico también existió negligencia, porque no se investigaron las causas del dolor. Al ser internada la actora — por segunda vez— en el Sanatorio Jockey Club no se dejó constancia alguna que había sido operada recientemente en el mismo lugar, lo que considera un burdo intento para evitar responsabilidades y nada se menciona en el rubro operaciones. Tampoco se puso en conocimiento del Ministerio de Salud la meningitis padecida por la actora. Del mismo modo, ha omitido el Magistrado tomar en consideración la confesión ficta de S. P. M., atento la incomparecencia a la audiencia respectiva. En cuanto a la prueba pericial, no ha tomado en cuenta que el perito médico Dr. R. concluyó que, a su juicio, la práctica de la anestesia peridural fue una de las posibles puertas de entrada del síndrome meníngeo. Todos estos hechos configuran una situación que hace procedente el resarcimiento del daño. 3. A fs. 975 contestó los agravios el Apoderado de la citada en garantía HSBC - La Buenos Aires Seguros S.A., refiriéndose concretamente a cada uno de ellos y comenzando por pedir la declaración de deserción del recurso porque, a su juicio, no se han expresado agravios en los términos del art. 260 del CPCC, sino que sólo se expresa la disconformidad con la sentencia. A fs. 980 contestó los agravios el codemandado C., también por intermedio de su Apoderado y a fs. 981 lo hizo el Apoderado de S. P. M., Sistema de Protección Médica S.A., propietaria del Sanatorio de La Trinidad. 4. El recurso de la parte actora. El Apoderado de la citada en garantía ha pedido, en su contestación de los agravios de la actora, que se declare desierto el recurso, por no haberse fundado el mismo de conformidad con lo dispuesto por el art. 260 del CPCC. Tengo dicho al respecto que, en salvaguarda de la garantía de la defensa en juicio, únicamente cabe utilizar la facultad que acuerda el art. 261 del mismo Código en caso de insuficiencia de fundamentación en forma restrictiva y cuando el incumplimiento resulta flagrante. La facultad del Tribunal de Alzada, que en definitiva depende de la apreciación subjetiva de los Magistrados, no puede ejercerse sino con suma prudencia, ya que en tales supuestos siempre se corre el riesgo de caer en arbitrariedad (Causas de esta Sala N° 80.831 Wildenberg c. Fleitas s/daños y perjuicios; N° 89.891 Klomp, Annie c. Vasylenko, Cristian y otra s/cobro de pesos, entre otras muchas). La inconsistencia de los agravios derivará, en su caso, en el rechazo del recurso pero no es suficiente para declarar su deserción (Causa N° 85.559 Gervasoni, Francisco S. c. Fernández, Luis A. s/daños y perjuicios). En el caso de autos, el escrito de fs. 971, si bien carece de fundamentación legal y jurisprudencial — circunstancia que, por otra parte, se da en todas las contestaciones a dichos agravios— se refiere concretamente a las constancias de autos y no constituye, como pretende quien pide la deserción, una mera manifestación de disconformidad con la sentencia, de modo que estimo debe rechazarse este pedido. 5 - El prejuzgamiento del Sr. Juez. No encuentro que del párrafo segundo de fs. 952 resulte que el Señor Juez haya considerado únicamente las pruebas que resultan fundamento de una decisión tomada a priori. No está en discusión que el Juez no está obligado a referirse en la sentencia a todas y cada una de las pruebas producidas en el proceso, sino tan solo a las que sean pertinentes para la solución del litigio. Así lo dispone expresamente el art. 384 en su párrafo segundo y el Juez se encuentra facultado para valorar la prueba producida, siempre ateniéndose a los principios de la sana crítica y así lo ha hecho el Magistrado de primera Instancia en el caso de autos. El agravio de la actora apuntaría a fundamentar un recurso de nulidad, ya que atañe a las formalidades de la sentencia como acto del proceso. En tal supuesto, el mismo no ha sido planteado en forma clara cumpliéndose los demás requisitos para la admisibilidad de este medio de impugnación, lo que no ha ocurrido, por lo que estimo que las manifestaciones vertidas en este punto deben tomarse como consideraciones generales que distan de constituir un agravio, sin perjuicio de que en esta instancia deban analizarse la totalidad de las pruebas en forma exhaustiva (arg. art. 253 del CPCC, Arazi, Roland- Fenochietto, Carlos Eduardo Código Procesal Civil y Comercial de la Nación..., T. I p. 794, Astrea 1983; Causa de esta Sala N° 84.705 Branda, Marcelo Andrés y otros c. Marquez Tapia, Gonzalo E. y otros s/daños y perjuicios). 7. La causalidad jurídica en los reclamos por resarcimiento de daños provocados por mala praxis médica. Sin necesidad de extenderme, debo aclarar sucintamente que la responsabilidad médica es de tipo contractual, lo que resulta sencillo entender en casos como el presente — operación quirúrgica programada llevada a cabo en un Sanatorio de propiedad de la empresa de medicina prepaga a la que está asociada la actora— y debe encuadrarse dentro de los parámetros establecidos por los arts. 512, 902 y 909 del C. Civil, estos últimos especialmente a fin de graduar el límite de previsibilidad dado el deber de obrar con el máximo de prudencia y pleno conocimiento y con la mayor obligación que resulta de las consecuencias posibles de los hechos. Careciendo la culpa médica de autonomía, consiste en la omisión de las diligencias exigidas por la naturaleza de la obligación y que corresponden a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar (fallo de esta Sala 1ª del 2 de septiembre de 1994, publicado en Revista La Ley Buenos Aires, 1955, p. 329). La culpa médica fluye, en definitiva de la confrontación entre la conducta obrada y la debida por el médico de la categoría o clase a la que pertenezca el profesional (CNCiv., Sala D, mayo 12 de 1992, ED 149-144). La doctrina y la jurisprudencia han venido aceptando en forma pacífica que la responsabilidad médica deriva de la circunstancia de haber asumido el profesional médico una obligación de medios, es decir del incumplimiento con la utilización de los medios de diagnóstico y tratamiento habituales y adecuados a la enfermedad del paciente (Kemelmajer de Carlucci, Aída " Ultimas tendencias jurisprudenciales en materia de Responsabilidad Médica" JA 1992 - II p. 815 y sigtes., entre otros muchos). Esta circunstancia conduce a diferencias en el régimen probatorio, cuya carga en principio recae sobre el accionante. Pero ello no significa que la demandada no deba realizar una conducta procesal activa de colaboración, porque es de su interés la reconstrucción histórica del hecho y destructiva en cuanto a la ligazón — causalidad— de ese hecho con el daño (esta Sala 1ª Bianco, Fausto c. Municipalidad de San Isidro s/daños y perjuicios causa 74.261, del 23 de febrero de 1998). Debe aplicarse en estos temas con toda su amplitud la doctrina de la carga dinámica de la prueba, que tiene su fundamento en el principio de cooperación y hace recaer el onus probandi en aquella de las partes que está en mejores condiciones para producir la prueba respectiva. Llevando al ámbito de la responsabilidad médica los requisitos exigidos para el progreso de toda acción resarcitoria, debe demostrarse la existencia de culpa en la realización de la atención médica prestada, la existencia del daño que hubiera sobrevenido por esta circunstancia y la relación de causalidad entre el incumplimiento y el daño (CNCiv., Sala D, febrero 16 de 1984, LA LEY, 1984-C, 582, con nota de Trigo Represas, Félix Alberto "Nuevas Reflexiones sobre la responsabilidad Civil de los Médicos"; causa de esta Sala N° 76.349, entre otras muchas). En este caso concreto, la sentencia y correlativamente los agravios, han centrado la discusión en la acreditación de la existencia de relación de causalidad entre las prácticas médicas y el daño. El concepto jurídico de causa no es igual a la noción física de la misma, porque el derecho recurre a la causalidad para resolver un problema de responsabilidad, determinando hasta donde ordena la ley que las personas respondan por sus actos (Soler, citado por Lorenzetti, Ricardo Luis, "Responsabilidad Civil de los Médicos", Rubinzal Culzoni, Santa Fe 1997, T. II p. 116). Precisamente en el caso de la responsabilidad médica los avances de la ciencia han impuesto que prácticamente no exista — desde ese punto de vista— la posibilidad de atribuir un efecto a una sola causa. De modo que, si bien nos movemos en el campo de una actividad reglada por la ciencia, que es la que establece la correcto y lo incorrecto, no es únicamente ateniéndonos a conceptos científicos que podrán resolverse los problemas planteados en relación con la responsabilidad Nuestro derecho positivo, a partir de la reforma del art. 906 por la ley 17.711 adscribió al concepto de causa adecuada para calificar a aquella relación de causalidad que tiene aptitud para generar responsabilidad. Según este concepto, no todos los acontecimientos que concurren a la producción del daño y son sus antecedentes revisten la calidad de causa, sino aquellos que normalmente deberían producir el perjuicio. Para que un hecho se considere causa del daño basta el requisito de la normalidad de la consecuencia, que sin ese antecedente no se hubiera producido, es decir, que sea una condictio sine qua non del avenimiento del perjuicio. Al exigirse que el nexo entre el acontecimiento y el daño sea adecuado se excluye el caso en que esa vinculación sea simplemente fortuita u obedezca a circunstancias extraordinarias (Salas en el Congreso Nacional de Derecho Civil, Córdoba 1961, que es antecedente de la reforma en este punto, citado por Mosset Iturraspe, Jorge, "Responsabilidad por Daños", Ediar Bs. As. 1971, p. 197 y sigtes., "Moroni, Valeria Mariel c. Provincia de Buenos Aires y otros s/daños y perjuicios", causa N° 95.704 de esta Sala). Cuando nos encontramos en el ámbito del actuar médico, la doctrina de la causalidad adecuada puede resultar injusta por exceso de prudencia, al no imputar al autor sino aquellas consecuencias que regularmente podían ocurrir, sin contar con las consecuencias, aún normalmente irregulares que pudo — y debió— imaginar con su mayor poder previsor (Lorenzetti, siempre citando a Soler, op. cit. T. II p. 122). No interesa entonces tanto el criterio de normalidad de la consecuencia sino el de la razonabilidad de la misma y todo ello en el marco de su previsibilidad, que debe ser apreciado estrictamente dadas la máxima obligación de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas que debe exigirse al médico cuando se encuentra en la posición de decidir cuestiones que atañen directamente a la vida de las personas que se han confiado a su sabiduría y experiencia (art. 902 del CCiv. causa N° 99.468, ya citada). En el caso del Sanatorio de La Trinidad — ex Jockey Club— tampoco se discute que existe un interés social en proteger a la víctima frente a quien extiende su marco de actividad recurriendo al auxilio de terceros y la institución médica es responsable por los daños y perjuicios dado que no solamente es garante de la eficacia de las prestaciones médicas que se realizan en su ámbito sino que, a mi juicio, sería responsable de manera autónoma ante la existencia de omisiones o negligencias en el servicio que tengan una adecuada relación de causalidad con el daño invocado (Vázquez Ferreyra, Roberto A. "Responsabilidad de los establecimientos de salud o empresas, por el daño causado por el médico dependiente" en revista Derecho de Daños, 2003-3, Ed. Rubinzal Culzoni, Sta. Fe 2003, p. 183; causa de esta Sala N° 97.109 Di Corso, Ana Filomena c. Clínica Privada San Jorge s/daños y perjuicios; causa de esta Sala N° 97.109 Di Corso, Ana Filomena c. Clínica Privada San Jorge s/daños y perjuicios; CNCiv., Sala D, 11 de noviembre de 2002, JA 2003-II-539; ídem, Sala K 29 de febrero de 1996 - ED 167-592, con nota de Jorge H. Palmieri). 8. La prueba pericial producida en autos Con excepción de algunos informes y del testimonio de fs. 389 — que nada agrega— no se ha producido en autos otra prueba que la pericial, obrando a fs. 514 y fs. 894, la pericia presentada por el Médico Anestesiólogo Dr. D. R., a fs. 577 la del Médico Infectólogo Dr. T. y a fs. 856 la del Médico Legista Dr. R.. Desde ya que ninguna de ellas es asertiva en sus conclusiones respecto al punto en discusión. El Dr. D. R. informa a fs. 514 que el germen que produjo la meningitis que padeció la actora es el stenotrophomonas mantophilia, es hospitalario y aparece en hospitalizaciones prolongadas, patologías malignas y en inmunodeprimidos. Se encuentra en el agua, suelo, material orgánico, catéteres, máquinas de laboratorio y anestesia, respiradores. Pero también en las fauces de portadores sanos. A fs. 894 concluye que por los materiales y técnica empleados y los métodos de asepsia que se han registrado en el protocolo de anestesia de la Historia Clínica del Sanatorio del Jockey Club considera muy improbable que el cuadro meníngeo haya sido consecuencia directa de la técnica anestésica. Aclara que se entiende por infección nosocomial la que aparece dentro de las 48/72 horas y los 7 días de internado el paciente sin relación con el motivo de internación original. Para considerar que ha existido ese tipo de infección debe coincidir el germen aislado en los estudios epidemiológicos de control de infecciones (Comité de vigilancia y control de infecciones hospitalarias) y el hallado en los pacientes. El Médico Infectólogo Dr. M. E. T. informa que en la meningitis bacteriana el lapso entre que el germen anida o se inocula y la aparición de los síntomas es muy variable, desde algunas horas a cuatro o cinco días. El síndrome meníngeo producido por Stenotrophomona Mantophilia presenta, además de hipertensión endocraneana y endoraquídea, cefaleas, fotofobia, rigidez de nuca, signos de Kerning y Brudzynski. Las meningitis producidas por bacilos gramnegativos — en este caso lo es la Stenotrophomona Mantophilia— habitualmente se adquieren en el medio hospitalario. Es poco habitual hallarla como responsable de meningitis en adultos con sus defensas inmunitarias aparentemente normales, que no padezcan cáncer o hayan recibido antibióticos o corticoides por mucho tiempo. En el caso de la actora, aparecieron síntomas característicos de un cuadro meningeo el 2 de junio de 1999, por lo cual el perito no puede establecer la existencia de relación de causalidad con la anestesia peridural practicada el 18 de mayo. De todos modos, aclara que en los procedimientos invasivos es imposible eliminar el 100% de los gérmenes (virus, bacterias, hongos, parásitos), buscando mantener lo más bajo posible los índices de infección nosocomial o intrahospitalaria, menores al 5%. El Dr. R. — pericia de fs. 856, aclaraciones y explicaciones a los pedidos de las partes de fs. 885, 889 y 896— constató que la actora refirió a los diez días de operada calambres y lumbalgia. En autos consta su atención en la Guardia del Sanatorio Jockey Club el 1° de junio de 1999 — fs. 478— . Agravándose el cuadro, fue internada con síndrome meníngeo en el Sanatorio San Lucas el 3 de junio. A fs. 903 aclara en relación con el período de incubación y la aparición de los síntomas de la meningitis que aún cuando las manifestaciones específicas, tales como fiebre, cefalea, rigidez de nuca, disfunción cerebral sean similares y se den en las meningitis provocadas por distintas causas, el comienzo y la aparición de la enfermedad pueden ser bastante variables. Con relación a dicha internación y al concreto agravio de la parte actora, a fs. 599 — original de la Historia Clínica del Sanatorio San Lucas — se menciona Diagnóstico Presuntivo: Meningitis bacteriana— Meningitis bacteriana como complicación de anestesia. Diagnósticos Diferenciales 1°. meningitis por AIF (diclofenac) 2°. Meningitis no bacteriana.... Sin embargo, al transcribirse a máquina dichas constancias — fs. 715— se consigna sin acápite alguno Diag: meningitis bacteriana - meningitis bacteriana como complicación anestesia. Meningitis por antiinflamatorios no esteroides. Meningitis no bacteriana, confundiendo el diagnóstico presuntivo (meningitis bacteriana o meningitis bacteriana como complicación de anestesia) nada menos que con los diagnósticos diferenciales y se consigna al mismo tiempo como diagnósticos válidos el de meningitis bacteriana y no bacteriana, sin aclarar que en un caso se trata de un diagnóstico presuntivo y en el otro de un diagnóstico diferencial. Lo expuesto resulta válido para señalar la necesidad de analizar en forma exhaustiva las Historias Clínicas y echa por tierra el agravio de la actora en el punto en que invoca para acreditar la relación de causalidad entre el acto médico del Dr. C. el diagnóstico de "meningitis bacteriana como complicación de anestesia" del Sanatorio San Lucas puesto que, en realidad, se trató de un diagnóstico presuntivo al momento de la internación, sin contar con el resultado de los estudios que allí se ordenan y consignado en base a los propios dichos de la paciente. Explica el Dr. R. que la anestesia peridural implica acceso a las meninges y que no se encuentra en condiciones de determinar si hubo falta de asepsia, por cuanto una meningitis con etiología anestésica puede darse aún con las máximas previsiones, por la circunstancia aludida. Considera que el período de incubación pudo extenderse desde la intervención quirúrgica y la aparición de los primeros síntomas. En cuanto a los efectos que la meningitis haya causado a la actora, me referiré al tratar el tema del daño. En definitiva, este perito concluyó que la práctica anestésica peridural ha sido una de las posibles puertas de entrada del síndrome meníngeo, que no ha dejado secuelas conforme el examen actual. A fs. 885 aclara que la anestesia aparece como la única causa firme de la aparición del síndrome meníngeo, lo que no implica que haya existido error terapéutico, ya que ese cuadro puede darse aún tomando todas las precauciones. Nuevamente sobre el punto, a fs. 896 aclara que esa afirmación deriva de la circunstancia de no haber encontrado otras causales susceptibles de haber provocado la patología. Por su parte, el codemandado C. al cuestionar la pericia a fs. 873 sostiene que no se invaden las meninges al practicarse una anestesia peridural, ya que no se ingresa al espacio subaracnoideo donde se encuentra el líquido cefalorraquídeo. La contaminación del espacio peridural provoca un abceso peridural, que no se presentó en el caso de la actora, a quien se le tomó una radiografía lumbar que no mostró abceso peridural. Aclaró el perito Dr. R. que se haya perforado o no la duramadre, lo que importa es el sitio de ingreso de la punción y que no ha cuestionado la técnica empleada en la aplicación de la anestesia y que a falta de otros antecedentes responsables de la meningitis de la actora y según resulta de la historias clínicas obrantes en autos, la patología meníngea constituyó una complicación del acto quirúrgico, pero no como error técnico. 9. La actuación médica del médico anestesiólogo codemandado C. Del análisis detallado de las pericias, cuyas partes relevantes he transcripto para facilitar su estudio, me parece resultar que los gérmenes — stenotrophomonas mantophilia— que ocasionaron la meningitis que padeció la Sra. G. ingresaron en su organismo probablemente durante el acto quirúrgico practicado por el Dr. R. — safenectomía bilateral, ablación de la vena safena en ambas piernas— pero no resulta con la misma certeza que esto haya ocurrido a raíz de la aplicación de anestesia peridural que, para ese acto, aplicó el codemandado C. Si bien el germen puede en principio encontrarse en las fauces de portadores sanos, se trata fundamentalmente de un germen de naturaleza hospitalaria o nosocomial — Dr. D. R., fs. 514 y sigtes. — que se encuentra en los elementos detallados más arriba. En caso en que, pese a los estudios prequirúrgicos practicados ante toda operación programada, como la de la actora, que admito no pueden abarcar la existencia de gérmenes que infectan a portadores sanos, se diera el caso de que G. hubiera sido intervenida precisamente cuando había sido previamente contagiada y portara en sus fauces el germen, la cuestión debió, al menos ser traída a la litis por la demandada. Y demostrar mediante informes periciales como la paciente, quizás a raíz del stress operatorio, resultó padecer una meningitis o podría haber presentado cualquier otra clase de infección ocasionadas por otra causa. La cuestión con seguridad ha merecido estudios estadísticos que desconozco por lo que no puedo contemplar su incidencia. Como es sabido, la culpa médica fluye, en definitiva de la confrontación entre la conducta obrada y la debida por el médico de la categoría o clase a la que pertenezca el profesional. En este caso, no ha existido discrepancia en las conclusiones de los peritos a que me he referido más arriba: no se encuentra acreditada la existencia de mala práctica en la aplicación de la anestesia, habiéndose cumplido todas las tareas ordenadas a mantener la asepsia. Y el Dr. R., que es quien estima con mayor grado de certeza que la infección pudo haber penetrado por la punción peridural, aclara expresamente ello ha sido sin atribuir error o negligencia alguna al anestesista, como se encarga de reiterar en varias oportunidades. Por mi parte, lamento no poder discernir de las conclusiones de los peritos y tomando en cuenta el cuestionamiento del apoderado de C. de fs. 873 cómo y en qué medida la aplicación de la anestesia peridural puede comprometer las meninges, sin que haya existido absceso peridural que lo manifieste. Decidir esta cuestión que no ha sido aclarada por las partes mediante la abundante prueba pericial producida escapa a mis posibilidades (art. 457 del CPCC). No debe olvidarse que la anestesia no supone un fin en sí misma, sino un medio necesario para la realización de otros actos médicos, particularmente quirúrgicos, lo que implica que el anestesiólogo desempeña la mayor parte de sus actividades junto a otros especialistas y profesionales (Llamas Pombo, "Responsabilidad Civil del Anestesiólogo", En Rev. Derecho de Daños 2003-3, Responsabilidad de Los Profesionales de la Salud, Rubinzal Culzoni, Santa Fe 2003, p. 312). En este caso concreto la relación aparentemente directa — que no ha sido aclarada ni menos acreditada— entre las meninges y la anestesia peridural ha enmascarado, a mi juicio, para la misma actora, la posibilidad de determinar que el germen — hospitalario— haya ingresado por otra vía, antes, durante o después del acto quirúrgico. En definitiva, no encuentro que se encuentre acreditada la culpa del codemandado C. que habilite el progreso de la acción resarcitoria en su contra, por lo que estimo debe confirmarse el rechazo de la demanda a su respecto. 10. La responsabilidad de S. P. M., S.A. como propietaria del Sanatorio de la Trinidad Para desbrozar la cuestión, adelanto que no encuentro motivo para responsabilizar a S. P. M. por la atención prestada en la Guardia del sanatorio al concurrir la actora presentando síntomas de lumbalgia. Surge de la pericia practicada por el Dr. R. que puede apreciarse en la Sra. G. espondilosis y artrosis interapofisiaria posterior con predominio lumbar — fs. 857— por lo que el diagnóstico de lumbalgia, ante la no aparición de otros síntomas, no aparece descabellado. No existían a mi juicio razones para suponer que se estuviera incubando una meningitis, ni la presencia de stenotrophomonas mantophilia, ni que los dolores que refería la paciente pudieran tener etiología infecciosa, razón por la cual, teniendo en cuenta todo cuanto han expresado los peritos médicos en relación con la aparición de los síntomas de la meningitis — nótese que ni siquiera ha referido la actora que se encontrase febril— no puede achacarse negligencia en los facultativos de la Guardia que involucre al Sanatorio. La actora ha demandado a la empresa de medicina prepaga S. P. M. S. A. como propietaria del Sanatorio donde fue intervenida, y si bien no ha fundado concretamente sus agravios en el incumplimiento con la obligación de seguridad del nosocomio, a fs. 90 vta. al demandar sostuvo que la responsabilidad de S. P. M. S. A. deriva de la indebida asepsia existente en el Sanatorio, el quirófano, o el instrumental empleado. Le asiste razón en cuanto sostiene que la prueba, en estos casos, se constituye mediante presunciones. No puede inferirse una presunción sin que exista al menos un hecho cierto debidamente acreditado que la fundamente (art. 163 inc. 5° del CPCC, causa N° 80.112 "Farina, Gabriela Fernanda c. Gesterkornde Ezquerra s/daños y perjuicios"). Es este hecho probado el que, unido a otras circunstancias, puede constituir una presunción de la existencia probable del que se quiere acreditar (Fenochietto, C.E., Arazi, R., "Código Procesal Civil y Comercial...," Astrea, Buenos Aires 1983, T. I p. 564 y sigtes.). Y si bien es cierto que la pluralidad de los indicios proporciona una prueba eficaz — al constituir una presunción— siempre y cuando sean convergentes, no debe olvidarse que ellos, a su vez, deben basarse en hechos ciertos, probados e inequívocos y que para que la presunción constituya una prueba es necesario que se den las circunstancias aludidas en la norma procesal citada, que sea unívoca puesto que la simple posibilidad de soluciones encontradas es suficiente para su rechazo y que, en definitiva su existencia sea apreciada en conciencia por el Magistrado (Causa N° 86.793 de esta Sala "Tedesco Elisa Betta c. Centro médico Paraná s/daños y perjuicios", CCiv. y Com. 1ª, Sala I, San Martín, 21 de octubre de 1991 "Gergaut W.G. c. Productos Vimar S. A. s/daños y perjuicios"; ídem Sala II 6 de agosto de 1992 "Quiroga, Alberto y ot. c. Farías, Angel y ot. s/daños y perjuicios"; CNCiv., Sala D, septiembre 8 de 1967, ED 21-736 entre otros muchos). En tal sentido, no encontré que los indicios a que se refiere el recurrente resulten coincidentes, como expresé más arriba, para acreditar culpa por parte del anestesista. Pero sí constituyen, a mi juicio, una presunción cierta de que el contagio se produjo durante el acto quirúrgico o la internación de la Sra. G. en el Sanatorio de La Trinidad (CNCiv., Sala D 14 de septiembre de 2001 ED 198-122). En efecto, ya he señalado que ingresó sana y que en un período adecuado al de incubación de la enfermedad resultó padecer meningitis bacteriana ocasionada por un germen o bacteria hospitalario. El lapso de incubación — que aparecería en un primer momento dilatado— no lo es cuando en definitiva los peritos concluyen acerca de su variabilidad y, nuevamente, si lo que se pretendiera es demostrar que luego de encontrarse en su domicilio la Sra. G. se infectó con stenotrophomonas mantophilia debiera haberse producido prueba mediante informes acerca de la incidencia de esa enfermedad en personas que no hayan cursado internación o intervención quirúrgica alguna, etc., prueba que, por ser destructora del vínculo causal, estaba, lógicamente, a cargo de la demandada. La actora ha demandado a la empresa de medicina prepaga S. P. M. S. A. como propietaria del Sanatorio donde fue intervenida, y si bien no ha fundado concretamente sus agravios en el incumplimiento con la obligación de seguridad del nosocomio, a fs. 90 vta. al demandar sostuvo que la responsabilidad de S. P. M. S. A. deriva de la indebida asepsia existente en el Sanatorio, el quirófano, o el instrumental empleado. Pues bien, estimo que ha quedado demostrado que la infección se ocasionó en el ámbito nosocomial. De modo que en principio, aparece el Sanatorio de La Trinidad incumpliendo la obligación mantener indemne al paciente, en relación con la infección hospitalaria que contrajo en su ámbito (arts. 512, 901, 904, 909, 1198 y concs. del Cód. Civil; SCBA, 15 de noviembre de 1994, ED 165-682, ídem abril 9 de 1996, ED 171-612; ídem. agosto 4 de 1992, con nota de Bustamante Alsina, Jorge, ED 150-115; ídem, julio 16 de 1991 con nota de Rubén Compagnucci de Caso, en LA LEY, 1992-B, 310; causa esta Sala 1°, 85.663, entre otras muchas). Frente a esa circunstancia, no puedo desconocer que, como informó el perito Dr. D. R., para aseverar que ha existido ese tipo de infección debe coincidir el germen aislado en los estudios epidemiológicos de control de infecciones por intermedio del Comité de vigilancia y control de infecciones hospitalarias y el hallado en los pacientes, ni que según científicos especializados existe un porcentaje de riesgo de infección para cada tipo de cirugía que oscila entre el 2 y el 7% (citado por Calvo Costa, Carlos Alberto "Responsabilidad civil de los médicos. Infección intrahospitalaria y falta de estructura necesaria del hospital", en LA LEY, 2005-E, 860, comentario al fallo de la CNCiv., Sala D, 4 de mayo de 2005). En materia de obligación de seguridad, en general, he venido sosteniendo, en lo personal, en forma reiterada que no se trata del establecimiento de una responsabilidad objetiva, la misma no podría establecerse, a mi juicio, por vía jurisprudencial. Algunos autores, por el contrario, entienden que la responsabilidad es objetiva puesto que su origen radica en el riesgo que genera el ejercicio de la actividad asistencial con fines de lucro (Ghersi, Carlos A. Weingart, Celia, directores, "Derecho Médico/2 Responsabilidad del Estado y del Hospital Público", Ed. Jurídica Nova Tesis, Bs. As. 2005, p. 64 y sigtes.; causas de esta Sala N° 85.982 "Salinas, Francisco c. Lescano, Ramón y otr. s/daños y perjuicios" y N° 92.050 "López, Eva L. c. Supermercados Mayoristas Yaguar S. A. s/daños y perjuicios", entre otras muchas). Dada la índole de las prestaciones en la práctica médica, en caso del deudor de carácter eminentemente técnico y específicas, rige lo que en doctrina se denomina cargas probatorias dinámicas, que no implica invertir el onus probandi, sido decir, tal como lo expresé más arriba, que incumbe tal carga a quien, sea actor o demandado, que se encuentre en mejores condiciones de producir la prueba respectiva (Peyrano, Jorge W. Y Chiapini, Julio O. "Lineamientos de las cargas dinámicas", ED 107-1005). Resulta ser la parte demandada quien por la índole de la obligación asumida, cuenta con la posibilidad de aportar todo aquello que se refiera a su cumplimiento. En tal sentido, volviendo a la responsabilidad por infección hospitalaria, tanto como sería imposible eximir de responsabilidad a la institución nosocomial únicamente si acreditara una causa ajena de la infección, lo sería imponer a la actora la demostración exacta de la causa de la infección, por ejemplo acreditando la identidad de gérmenes existentes en la institución con los hallados en el paciente, como pretende el perito Dr. D. R. Fundamentalmente porque tanto en uno como en otro caso no se trataría de colectar pruebas que, dentro de la lógica de los hechos, se encuentren al alcance de las partes. Esa exigencia llevaría a no resolver en forma adecuada la reparación del daño. No se trata tanto de averiguar si se causó o no el daño en el plano de la averiguación policial o en este caso científica, sino si es justo o no que se responda por tales consecuencias (Lorenzetti, Ricardo Luis, op. cit., T. II p. 116; causa de esta Sala N° 99.468 "Maldonado, Luján c. Swiss Medical Group, S.A. s/ds. y ps."). Estimo que surge de esos conceptos que para eximir al ente hospitalario de responsabilidad por la infección, lo menos que debería exigírsele sería que acreditase que ha existido de su parte la diligencia y previsión que exigen los arts. 512 y 902 del Cód. Civil, lo que debería apreciarse según las circunstancias de cada caso, al menos mediante la acreditación de haber cumplido las disposiciones reglamentarias en relación con la habilitación e inspección de quirófanos, el cumplimiento de las normas de asepsia, la frecuencia en su ámbito de ese tipo de infecciones, etc. Nada de eso ha ocurrido en autos, donde, si bien informa la demandada que no se constataron infecciones — estimo que exceptuando la de la actora— en los pacientes intervenidos el 18 de mayo de 1999 — fs. 500— se acreditó también que ni siquiera había declarado el Sanatorio la enfermedad infecto contagiosa que padeció la misma actora — fs. 430/31— con lo que ha quedado demostrado al menos un incumplimiento con las reglamentaciones vigentes al respecto. Ciertamente este incumplimiento carece, en concreto, de relación con el daño, pero sí permite apreciar una cierta negligencia por parte de la demandada, que corrobora la que ha puesto de manifiesto en el presente proceso al omitir la prueba que, en su caso, le hubiera resultado favorable eximiéndola, quizás, de responsabilidad. En definitiva, propongo a mis distinguidos colegas que, en relación con S. P. M. S. A., se revoque la sentencia apelada, haciéndose lugar a la demanda en su contra, con costas, condena que deberá hacerse extensiva a su aseguradora que ha contestado la citación en garantía, HSBC, La Buenos Aires Seguros S.A. (antes La Buenos Aires, Compañía Argentina de Seguros S.A.). 11. El daño que se pretende resarcir. Me parece necesario aclarar cual es el daño por el cual, concretamente, se acciona. No encuentro que dicho daño haya sido suficientemente determinado al demandar. Del escrito de demanda — fs. 85 y sigtes.— parece resultar que el daño por cuyo resarcimiento se acciona se configuraría por la circunstancia de haber padecido la Sra. G. una meningitis bacteriana cuyo origen se atribuye a la infección ocasionada en el Sanatorio de propiedad de S. P. M. S. A., los padecimientos sufridos a raíz de esta enfermedad, las secuelas que le ha dejado y los gastos que ha debido realizar para su tratamiento. Por estos rubros reclama a fs. 90 vta. la suma de $ 10.000 para resarcir el daño emergente, la de $ 20.000 por daño moral y $ 3000 por gastos médicos y traslados. Si por daño emergente entiende la actora la incapacidad sobreviniente, me parece necesario adelantar que no se ha acreditado en autos que la ptosis palpebral derecha que padece a la que alude el Perito Infectólogo Dr. T. como secuela, por afectación del IIIer. par craneal — fs. 579 vta.— la incapacite y mucho menos en que medida. El requisito que el daño sea cierto (arts. 519, 520, 1068, 1069 del Cód. Civil) ha sido establecido para diferenciarlo del meramente eventual o hipotético pues no cabe otorgar indemnizaciones por daños presuntos, meras conjeturas o posibilidades. La certeza o realidad del daño atañe no solamente a su existencia sino también a su composición, es decir a las circunstancias, modalidades y gravedad que puede revestir (Trigo Represas, Felix A. "La prueba del daño emergente y del lucro cesante", en Revista Derecho de Daños, "La Prueba del Daño I", Rubinzal Culzoni, Santa Fe 1999, p. 42). En este caso, no solamente no se ha estimado al demandar, ni probado durante el curso del proceso, la entidad del daño físico invocado sino que el perito Médico Legista Dr. R. — fs. 918— sostiene que no puede tener vinculación ni aún remota con el acto quirúrgico, ya que es viral o de origen desconocido. De todos modos, tratándose de un daño patrimonial, estaba a cargo de la actora acreditar la existencia y extensión de la incapacidad, y no se ha producido en autos prueba alguna al respecto. Ante la falta de prueba de la actora, quedaría pues, únicamente para analizar la existencia de daño moral y el resarcimiento de los gastos (art. 375 del CPCC). 12. Daño moral. No cabe duda que, en el caso de autos, el incumplimiento de la empresa médica con su obligación de mantener indemne al paciente, que ha provocado el contagio de una grave enfermedad — no obstante que ésta haya remitido sin secuelas— obliga a la incumplidora a resarcir el sufrimiento derivado de la enfermedad padecida, el estado de angustia, y la sensación de pérdida que la incapacidad física o psíquica, aun transitorias comportan como resultado de ese incumplimiento. No otra cosa configura el daño moral. De la Historia Clínica del Sanatorio San Lucas — fs. 598/713— resulta que la Sra. G. fue internada el 3 de junio de 1999 con síndrome meníngeo, permaneciendo hasta el 19 de ese mes, cuando fue dada de alta para seguir la cura en su domicilio bajo el régimen de internación domiciliaria. Estuvo nuevamente internada, esta vez en el Sanatorio Jockey Club, entre el 25 y el 30 de junio — fs. 753/757— según la respectiva Historia Clínica. Si bien no consta la atención que posteriormente haya recibido la actora en el Instituto de Neurología de Buenos Aires, que a más de dos años de haber padecido meningitis todavía sufra secuelas ni que su enfermedad le haya acarreado un trastorno de stress postraumático, como pretende al demandar — fs. 88 vta.— porque no se ha solicitado la prueba pertinente para acreditar esas circunstancias, lo cierto es que el solo hecho del contagio y la doble internación que debió padecer permiten presumir los sufrimientos físicos que ha debido padecer. A ello se une la angustia que provoca en todo paciente la internación en Terapia Intensiva, la sensación de inseguridad hacia el futuro que genera haber padecido una grave enfermedad. Todo ello debe ser resarcido y tomando en cuenta el monto solicitado por este rubro al demandar y las limitaciones de la prueba referidas (art. 375 CPCC), propongo mis distinguidos colegas fijar por este rubro la suma de $ 15.000. 13. Gastos en remedios y traslados Al practicar la liquidación de los daños que pretende se le resarzan, fija la actora la suma de $ 3000 para cubrir gastos por remedios y traslados, sin especificar de que manera se compone el rubro en cuestión. No solo no se ha agregado prueba alguna al respecto sino que tampoco se ha indagado mediante la prueba pericial acerca de cuales serían tales gastos y si el monto reclamado resulta adecuado. Nos encontramos en el ámbito del resarcimiento contractual, de modo que resuelta la obligación de resarcir del incumplidor, la indemnización debe alcanzar a la pérdida que el acreedor haya sufrido o la ganancia dejada de ganar como consecuencia inmediata del incumplimiento (arts. 519 y 520 del Cód. Civil). Habiéndose configurado el incumplimiento por la infección sufrida por la actora, los gastos irrogados por su curación deben ser resarcidos. La falta de prueba acerca de la cuantía y composición del perjuicio no obsta ese resarcimiento, porque dada la índole de la enfermedad padecida, ellos deben presumirse y, en tal supuesto, cabe la aplicación la norma del art. 165 del CPCC, que en su párrafo final establece la facultad judicial de fijar el monto de la condena siempre que se acredite la existencia del daño, aún sin probarse su monto. Pero no debe olvidarse que, en general, debe usarse de la facultad que acuerda la norma citada con parsimonia, no solamente por la falta de prueba, sino sobre todo porque la lógica impone suponer que, de haberse llevado a cabo gastos cuantiosos resulta normal que los mismos se realicen mediante la entrega de fracturas o comprobantes. Por esta circunstancia, unida a la de encontrarse acreditado que la actora es socia de la prepaga demandada, propongo al Acuerdo fijar este rubro en la suma de $ 500, lo que eleva el monto de la condena a la suma de $ 15.500. 14. Intereses. El capital de condena devengará intereses desde la fecha del incumplimiento de la demandada, estimando que se tome como fecha de ese evento el 18 de mayo de 1999. Siguiendo el criterio de esta Sala, a partir de entonces y hasta el día de vencimiento del término otorgado para cancelar el crédito actor, los mismos se liquidarán a la tasa que paga el Banco de la Provincia de Buenos Aires en sus operaciones de depósitos a plazo fijo a 180 días, vigente en los distintos períodos de aplicación. En caso de incumplimiento, los posteriores, hasta el efectivo pago de la deuda, deberán ser liquidados a la tasa que cobra la citada entidad bancaria, en sus operaciones de descuento a treinta días (tasa activa), vigente en los distintos períodos de aplicación (arts. 622 y concs. Código Civil; causas de esta Sala N° 99.614 "Matthuz c. La Internacional Empresa de Transportes", N° 101.479 "Reguera, Norma c. Microómnibus Norte s/daños prejuicios", entre otras). 15. Las costas de la Alzada. Las costas del recurso que progresa parcialmente, deberán ser soportadas en un 50% por la actora y por el 50% restante por la codemandada S. P. M., S. A.. Por estas consideraciones, voto por la afirmativa. Los doctores Ribera y Llobera y por los mismos fundamentos, votaron también por la afirmativa. Con lo que terminó el Acuerdo, dictándose la siguiente sentencia: Por lo expuesto en el Acuerdo que antecede se modifica la sentencia apelada, revocándola en cuanto rechaza la demanda contra S. P. M. Sistema de Protección Médica, S. A. En consecuencia y de acuerdo a lo dispuesto por los arts. 511, 512, 519, 520, 521 y 522 del C. Civil, arts. 34 inc. 3° c) y 4°), 68, 163, 165 y 375 del CPCC, se hace lugar a la demanda instaurada en su contra por M. G. R. de F. y se la condena a abonar a la actora la suma de $ 15.500, con más sus intereses que serán liquidados desde el 18 de mayo de 1999 hasta el día del vencimiento del término, con la tasa que paga el Banco de la Provincia de Buenos Aires en sus obligaciones de depósito a plazo fijo a 180 días y en caso de incumplimiento, hasta el efectivo pago de la deuda, deberán ser liquidados a la tasa que cobra la citada entidad bancaria, en sus operaciones de descuento a treinta días; imponiendo las costas a la demandada, a cuyo efecto, oportunamente se regularán los honorarios de los profesionales intervinientes (arts. 21 y 27 de la ley 8906) y haciendo extensivos los alcances de la sentencia a la aseguradora de la demandada, HSBC, La Buenos Aires Seguros S.A. (antes La Buenos Aires, Compañía Argentina de Seguros S.A.). Se confirma la sentencia apelada en todo lo demás que fuera objeto del recurso. Las costas de esta instancia se imponen en un 50% a la actora recurrente y en un 50% a S. P. M. Sistema de Protección Médica, S.A. Atento la modificación de la sentencia, déjense sin efecto los honorarios regulados en Primera Instancia por no ajustarse a lo resuelto. Regístrese, notifíquese y devuélvase. — María C. Cabrera de Carranza.— Carlos E. Ribera.— Hugo O. H. Llobera.