¿Y ahora qué le enseño a mis alumnos? ÁMBITO JURÍDICO

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ÁMBITO JURÍDICO
¿Y ahora qué le enseño a mis alumnos?
“Sin instituciones no hay moderación de la política y, señores políticos, ¿cómo hago para
enseñar derecho constitucional, si nadie parece creer en las instituciones?”
Quisiera escribir algo equilibrado en un ambiente político que casi no lo permite. Como
ciudadano, abogado y profesor de derecho constitucional, me siento agobiado y quisiera
expresarlo mediante argumentos. No voy a mencionar nombres en esta columna: voy a
aceptar de buena fe la honorabilidad de las personas que llegaron recientemente a la Sala
Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura.
La independencia de la rama judicial tiene que ver con su legitimidad: el premio Nobel de
Economía Douglas North pensaba que la judicatura es una institución esencial, porque
mediante ella se crea la confianza necesaria entre “grupos sociales opuestos”, para poder
resolver adecuadamente sus conflictos y dedicarse a la actividad productiva y no al
conflicto abierto. La politización excesiva de la justicia afecta su legitimidad, porque les
impide a los ciudadanos creer en ella.
La designación de altas cortes en todo el mundo exige casi siempre la participación de los
políticos. Pero que los elijan políticos no quiere decir que deban ser sus “agentes” o
“mandatarios”. Para evitar esta relación de mandato o agencia, se les pide a los políticos
que intervengan en el proceso, pero de manera concurrente con otras instituciones: así,
por ejemplo, el Presidente nomina y el Congreso elige. La idea de esta participación
concurrente es que unos se controlen a los otros, de manera que tengan que escoger
nombres de gran legitimidad, que incluso sus adversarios políticos puedan aceptarlos.
Este proceso de selección judicial muestra señales muy preocupantes en Colombia. El
ejemplo ha sido el cambio casi total que tuvo la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de
la Judicatura en el último año. La salida de los antiguos magistrados generó, no un
proceso de control mutuo entre el Ejecutivo y las fuerzas políticas en el Congreso, sino
una negociación y repartición de la sala relativamente preacordada. Así, por ejemplo, los
últimos cuatro puestos de la sala fueron repartidos milimétricamente entre la coalición de
Gobierno: en un ejercicio que parecía normal y lógico, se hablaba de la “terna
conservadora”, de la “terna del partido de la U” y de la “terna de las minorías” (de la
coalición de gobierno, claro está). La cuarta terna, finalmente, terminó dando prevalencia
al partido Cambio Radical. En todo este proceso, fue notoria la oposición del partido
Liberal y del Polo Democrático, que incluso retiraron a sus congresistas de las votaciones.
Está bien que en la elección de magistrados participen políticos: por razones de su trabajo
deberían ser excelentes “cazatalentos” para el sector público, porque recorren el país, lo
conocen y pueden acomodar buenos nombres entre tensiones y desconfianzas
partidistas. La solución no es darles la elección a la Academia Colombiana de
Jurisprudencia o a la Junta Directiva de los Constitucionalistas Académicos. Pero los
partidos renunciaron a hacer su tarea bien hecha: como se repartieron la sala en ternas,
ninguno tuvo la necesidad de validar los nombres propuestos ante la opinión pública o
política. Cada quien tuvo cierta libertad de manejar su terna, sin prestar atención a la
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oposición política o a la sociedad civil. Es posible (aunque improbable) que estas
negociaciones políticas se hayan dado a espaldas de los profesionales que hoy llegaron a
la magistratura. Es evidente, sin embargo, cómo esta dinámica afecta de forma grave su
legitimidad judicial.
Las críticas a este proceso han sido notorias desde la sociedad civil, pero nadie parece
estar escuchando. Los partidos políticos parecen olvidarse que la justicia tiene usuarios y
que su ajedrez político debería atender también esos justos reclamos. La vocera del
proyecto Elección Visible (que hace seguimiento al nombramiento de magistrados)
manifestó su gran preocupación con esta elección, porque hubo intercambio de favores
entre partidos políticos y porque las hojas de vida no fueron adecuadamente examinadas
y estudiadas (en lo que incluso la Presidencia de la República estuvo de acuerdo). La
Asociación Nacional de Abogados Litigantes demandó el nombramiento de los nuevos
magistrados. Voces de oposición e incluso conservadores y uribistas (aunque sottovoce)
también manifiestan su desacuerdo con el método de repartición política con el que se
alcanzó la nueva configuración de la sala.
En afirmaciones posteriores a su elección, uno de los nuevos magistrados dijo que de él
sólo se podría esperar independencia e imparcialidad. Creyendo en su buena fe, ¿cómo
es posible elegir magistrados en un proceso intensamente político, para que luego afirmen
que su carácter judicial estará marcado por la independencia y por la imparcialidad? Del
cubilete sólo sale lo que se le metió adentro. En las cosas políticas no se hace magia. Y
repito una cosa: estos no son reproches morales a los magistrados, en cuya honorabilidad
tengo que creer, sino el abecé de la teoría institucional que, como un lorito, tengo que
repetir a mis estudiantes cada semestre.
No escribo desde la oposición: se dice, y con razón, que cuando los liberales y el Polo
estén en el poder harán lo mismo y se les olvidará el republicanismo al que tan
candorosamente llaman cuando son minoría. Tienen razón los gobiernistas que así se
quejan. La historia es larga y la sociedad civil observará la honorabilidad en materia de
designaciones judiciales de la oposición cuando llegue al poder.
Ahora, pues, todos tenemos que aceptar el hecho cumplido. Una cierta forma de hacer
política se impuso de nuevo y minó, con otro tremendo golpe, la legitimidad de la justicia.
La sociedad civil lo ha manifestado una y otra vez. ¿Alguien escucha? ¿Les importa a los
partidos? ¿Y qué piensan los nuevos magistrados? ¿Justifican el proceso político que
deslegitima su investidura? ¿No afecta esto la gobernabilidad del sector judicial? ¿No
importamos los abogados, jueces, estudiantes y profesores de Derecho? Y si la solución
es política, ¿tendremos que acordarnos de quién era cada terna, para luego ir a cobrar las
responsabilidades en las urnas? Sin instituciones no hay moderación de la política y,
señores políticos, ¿cómo hago para enseñar derecho constitucional, si nadie parece creer
en las instituciones?
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