"Cómo aprender a estar muerto" Abril 30 de 2002 Cómo aprender a estar muerto Héctor Abad [email protected] Recuerdo que hace muchos años traduje del italiano un cuento de Italo Calvino que llevaba el mismo título de este artículo. Allí Palomar, el protagonista, trataba de imaginarse cómo sería el mundo sin él, o mejor, como decía Calvino, el mundo menos él. Este escéptico personaje, entonces, se da cuenta de que al mundo le tiene sin cuidado que él no exista, y de que a pesar de su muerte todo seguirá su curso sin que el mundo se inmute. Este cuento me volvió a la memoria en estos días, al darme cuenta de lo poco importante que se ha vuelto en Colombia que uno desaparezca del mapa de los vivos. Y para desaparecer de este mapa no es necesario morirse; basta, por ejemplo, que a uno lo secuestren. Si mañana, por ejemplo, a usted que lee o a mí que escribo, nos secuestraran, la triste historia del país seguiría su curso, imperturbable, y nuestros secuestros no cambiarían nada. No importa si el lector es un anónimo desempleado de Medellín o si es el presidente de la República. Claro está, si mañana secuestraran a Pastrana, habría cierto revuelo internacional y la noticia saldría grande en los periódicos. Pero ¿quince días después, o siete meses después, o dos años después, qué? Eso es lo que las Farc no han sabido calcular con sus absurdos secuestros, que ya se cuentan por varios miles. ¿Y si un día llegaran a tener cien mil, o doscientos mil secuestrados, entonces qué? Tampoco así ganarían la guerra. Dejando de lado a los miles de civiles anónimos, la guerrilla tiene en su poder, secuestrados, a varios senadores, a una docena de diputados, a una candidata presidencial, al gobernador de Antioquia, a un ex ministro, ex gobernador y consejero de Paz, a cientos de soldados y policías (desde hace casi cuatro años). ¿Qué han conseguido con esto? Noticias en la televisión y en los periódicos, sí, pero éstas se van desinflando con los días, o las reemplazan otras más recientes. El tamaño del callo para el dolor de este país ya es inmenso. Pueden secuestrar a todos los senadores, a la mitad de los ministros, a doscientas mil personas, a un millón, insisto, y no por esto el país los va a apoyar, ni les va a entregar el poder. Todos tenemos suplente. Por eso lo que están haciendo es un delirio, una locura que sume en el dolor a miles de familias, pero que fuera de este inmenso dolor privado, no consigue absolutamente nada en política, como no sea un odio soterrado, o explícito, y el despertar de los peores instintos de venganza en personas que bajo otras circunstancias serían pacíficas. No tiene sentido que el periodismo se vuelva pedigüeño, como los devotos con Dios y con la Virgen. Yo había pensado en pedirles a las Farc, como han hecho tantos en estos días, que por favor liberen a Íngrid Betancourt, que es una política ajena por completo a la vieja casta de los políticos corruptos; rogarles que suelten a los diputados de Valle, que liberen al gobernador de Antioquia (secuestrado durante una marcha pacífica) y a Gilberto Echeverri (que es un hombre brillante que ha dedicado toda su vida al servicio honrado del país). Después, recordando mis años de universidad, en los que la izquierda enseñaba que no se podía pedir ni implorar, sino exigir, pensé en exigir eso mismo a la guerrilla. Pero entonces me quedé patinando en esos verbos, y entendí que nada se logra con su carga de buenas intenciones y de ingenuidad. No tiene sentido que el periodismo se vuelva pedigüeño, como los devotos con Dios y con la Virgen. Pedir algo así no pasa de ser una jaculatoria que se le dice a un santo sordo. Así que mejor no pido nada, por inútil, y porque exigirles algo a las Farc es tan inoficioso como suplicarle al diablo que suelte a algún condenado del infierno. Eso a ellos les produce solamente indiferencia y desprecio, porque al fin y al cabo a ellos, como al diablo, les tiene sin cuidado ser despreciados. O como pedirles a las autodefensas que no maten. Igual de inútil; otra rogativa vacía a santos sordos. Entonces, si no puedo pedir, al menos analizo, pues se supone que esa es mi tarea. Y me imagino un país en el que nos vayan matando o secuestrando a todos. Un país en el que usted y yo estemos secuestrados o muertos. ¿Ganarían? ¿Se pasarían los secuestrados y los familiares de los muertos al bando de los bandoleros? La política del secuestro, que no es una política sino un crimen, se convierte así en un arma suicida. Incluso si llegaran a vencer, jamás podrían convencer, como le dijo Unamuno a la falange. Poco a poco irían quedando solamente guerrillas y autodefensas; dos ejércitos de locos. Y el país destruido; ya no habría Colombia. Serían dos calvos que pelean a muerte por un peine. http://www.derechos.net/colombia/messages/444.html