Audiencias: la participación del público en el desarrollo cultural

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Audiencias: la participación del público
en el desarrollo cultural 1
Arturo Navarro Ceardi
Director Ejecutivo Centro Cultural Estación Mapocho
Miembro del Directorio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile
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Artículo cedido por el autor al Portal Iberoamericano de Gestión Cultural para su publicación en el Boletín GC:
Gestión Cultural Nº 11: Participación Ciudadana, abril de 2005. ISSN: 1697-073X.
En Australia, una compañía privada de danza, teatro o circo dispone de adecuadas
oficinas, salas de ensayo y grandes espacios para escenografías y vestuarios,
normalmente ubicadas en edificios públicos reciclados destinados íntegramente a
acoger a organizaciones culturales; desde esa sólida base busca aportes privados,
programa y presenta sus producciones en los grandes espacios culturales de todo el
país para las que convoca a los mejores artistas a integrar sus proyectos. Para
apoyar su trabajo recibe fondos públicos, nacionales, regionales o locales conforme
a las audiencias que convoca.
Tal
criterio de asignar los fondos es posible gracias a que junto con medirse
objetivamente la convocatoria de cada manifestación, todo organismo de la
sociedad civil tiene políticas propias de creación de audiencias, asegurándose así la
continuidad de los aportes públicos.
Este ejemplo de un país con elevado desarrollo cultural, permite imaginar un nuevo
paso que mejore y complemente la actual situación chilena, en la que el Estado
acaba de darse, finalmente, una nueva institucionalidad cultural.
Cuando a dos meses de asumido, el 16 de mayo de 2000, el Presidente Ricardo
Lagos formuló la Política Cultural de su gobierno y anunció que se establecería, en
Valparaíso, un Consejo Nacional de la Cultura, pocos pensaron que a mediados del
2004 ya estaría establecido en todo el territorio nacional con sus organismos en
funcionamiento.
El nuevo servicio público tiene un Directorio colegiado, que fija políticas, integrado
mayo ritariamente –ocho de once- por personas representativas de la sociedad civil,
que duran cuatro años en sus cargos, son reelegibles por otro período igual y, por
tanto, trascienden gobiernos.
Sin embargo, este modelo de desarrollo cultural con participación de la sociedad
civil en sus niveles superiores, que constituye un avance sustantivo respecto de
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situaciones en que las asignaciones de fondos públicos correspondían a la
discrecionalidad de la autoridad vigente, no tiene un correlato a niveles inferiores.
Para lograr un desarrollo cultural del país completamente participativo, la sociedad
civil debiera pasar de ejercer su actual derecho, a formular políticas culturales a
colaborar activamente, como en el modelo australiano, en el desarrollo cultural.
¿Cómo hacerlo?
A través de las organizaciones intermedias de la sociedad que están en condiciones
de canalizar la participación ciudadana como aquellas que reúnen tanto a creadores
e intérpretes como a gestores culturales y las que acogen a públicos o audiencias
culturales como son los teatros, centros o corporaciones culturales.
La actual situación de los fondos públicos concursables es que son determinados en
su monto global por el Estado y asignados por pares y apoyan básicamente a
creadores e intérpre tes. Ello, considerando que ellos hacen un significativo aporte al
desarrollo artístico del país. Pero, es necesario dar un paso hacia la exploración
sobre sus efectos en la sociedad, tratando de detectar cuánto más cultos somos los
chilenos y cuál es el nivel de hábitos de consumo cultural que tienen las personas a
las que llegan las creaciones apoyadas por los recursos asignados: es decir, pasar
del desarrollo artístico al desarrollo cultural, como ya lo insinúa la línea de proyectos
de excelencia del Fondart 2004.
A través de un indicador medible, como son las audiencias culturales, se pueden
generar mecanismos de evaluación de los niveles de desarrollo cultural.
Se conocen dos tipos de audiencias culturales: las
existentes, que deben
mantenerse pues son personas con algún nivel de hábitos de consumo cultural y
las nuevas o potenciales como los niños, los jóvenes y los marginados del disfrute
artístico y cultural, que deben crearse. Ambas tareas constituyen el trabajo de
gestión cultural conocido como desarrollo de audiencias, que hasta ahora en nuestro
país tiene poca propagación.
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Las audiencias, que en definitiva son aquellos para quienes los artistas crean –“yo
escribo para que me quieran”, sostiene García Márquez-
inevitablemente están
asociadas o son fieles a espacios u organizaciones culturales permanentes. Así
existen públicos de determinadas compañías de teatro o ballet, de tal galería de
arte, de un específico centro cultural, de una sala de teatro, o de una biblioteca.
Muchas veces dificultosamente, estas organizaciones de la sociedad civil mantienen
sus audiencias y en algunos casos, han confeccionado sus propias políticas de
impulso de las mismas. Pero, salvo honrosas excepciones, no cuentan con apoyo
público.
Una de las experiencias, sin fondos estatales, es la del Centro Cultural Estación
Mapocho, que ha logrado en catorce años cumplir su misión de difusión cultural,
conformando un público anual cercano al millón de personas con índices de fidelidad
del 73%, manejando un presupuesto anual –autogenerado - inferior a los 500
millones de pesos.
Estas cifras permiten pensar las dimensiones que podría alcanzar a niveles de
impacto nacional si existieran aportes públicos destinados a promover las
audiencias.
La clave de un desarrollo cultural que complemente el actual desarrollo artístico
está en fomentar a esas organizaciones sólidamente respaldadas por la respuesta
de sus audiencias, a través de fondos concursables.
Por ejemplo, si el Directorio del Consejo Nacional de la Cultura define que es
necesario apoyar el desarrollo de la danza, deberá
asignar recursos públicos, a
aquellas organizaciones cuya trayectoria y fortaleza estén en las audiencias de
danza. Si no las hubiera, debiera apoyar la formación de tales organizaciones y
además aplicar otras políticas que contribuyan directamente a la realización de
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festivales, concursos o premios que estimulen su desarrollo, Un buen ejemplo de
creación de audiencias es el del teatro que, en sucesivos festivales durante más de
diez años en el mes de enero, ha logrado conformar un público fiel aunque con más
sacrificio de las compañías que apoyo estatal.
Como resultado de esta propuesta se refuerza también la institucionalidad pública al
garantizarle una contraparte civil sólida y se asegura la estabilidad de las políticas
culturales
al
ofrecerles
un
apoyo
ciudadano
amplio.
Por
otra
parte,
la
concursabilidad mejora la calidad de la producción cultural al introducir el control del
destinatario o del público, por la vía de la valoración de las audiencias obviamente
junto a otros criterios como por ejemplo la trayectoria.
Incorporar el factor hábitos en el consumo cultural, que es requisito de una
audiencia fiel, es una eficiente respuesta al consumo impulsivo o eventual que
caracteriza al comportamiento del consumidor de bienes materiales.
La existencia generalizada de organizaciones profesionales del desarrollo de
audiencias y la gestión cultural favorece a los creadores e intérpretes al liberarlos
de las tareas administrativas y financieras, tan distractivas de su quehacer artístico.
Instaurar un mecanismo de esta naturaleza permite transparentar y objetivar la
asignación de recursos públicos para la cultura al vincularlos a las audiencias y evita
la atávica tentación de “traspasar al Estado” todo lo que no funciona y reduce la
presión por “subvenciones” o “rescates” de iniciativas frustradas.
Finalmente, al tener públicos estables y fieles, se favorece el desarrollo de espacios
culturales que nacerán con un público cautivo, tal como ha quedado demostrado en
la fructífera labor de la ya finalizada Comisión Presidencial de Infraestructura
Cultural.
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El fortalecimiento de las organizaciones culturales de la sociedad civil debiera
debieran ser las principales tareas futuras de un Consejo Nacional de la Cultura y
las Artes.
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