El Señor se empeñó en hacernos comprender que no era n

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Este texto es un extracto del libro “María” del Padre Rafael Fernández
(Padre de
Schoenstatt)
Es un texto mariológico que nos muestra las características propias de un
auténtico amor a María. Esto nos ayuda también a comprender algo más de la
amplitud de nuestra imagen de María en Schoenstatt.
Este material se puede usar como un texto de estudio y luego compartir
preguntas y comentarios sobre lo que más nos llamó la atención.
¿Cómo se enriquece nuestra imagen de María? ¿Cómo ha ido cambiando desde que
conocí Schoenstatt? ¿Cómo ha crecido mi amor a María? ¿Cómo ha crecido mi
relación con Jesús, mi vida sacramental, desde que me acerqué más a María?
¿Cuál de estas características del amor a María es el que poseo más débil y cuál
más fuerte?
Texto: Libro “María”. Páginas 73.85
“El Señor se empeñó en hacernos comprender que no eran nuestras “buenas
obras” lo que nos iba a salvar, que Él rechazaba a los “ricos”, a los que ya tenían
o creían tener todo, a los “soberbios en el sentir de su propio corazón”, como
dice María en el Magnificat, Él vino a salvar “lo que estaba perdido”, vino para
los pecadores y no para los “justos”. A los fariseos los critica severamente, pero
se acerca a los publicanos, a Magdalena, la mujer de mala vida, y proclama
“bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”.
¿Por qué nos cuesta tanto creer en estas verdades? María tiene el mismo
“criterio” que Cristo: Ella está compenetrada de las leyes fundamentales del
Reino de Dios y las canta con alegría en el Magnificat. Es por esto que no
tenemos por qué amargarnos, ni tenemos tampoco necesidad de presentarnos
“inmaculados” ante Ella.
Ante Ella no tenemos necesidad de hacer teatro ni de aparentar que somos muy
“buenos”. No, nos presentamos tal cual somos con la firme confianza que su
corazón maternal se sentiré más impulsado aún a acogernos y ayudarnos,
mientras más pobres nos vea. Ella nos ama, como Dios, no “porque nosotros
seamos buenos, sino porque Él y Ella son buenos”.
El hecho de nuestras miserias y limitaciones por lo tanto, no resta nada a nuestra
confianza; al contrario, son el motivo para confiar más firmemente aún, no en
nosotros, sino en su poder, en su bondad y en su misericordia, de confiar en
nosotros a causa de Ella.
En torno al cuadro de la Sma. Virgen en el Santuario está escrita la frase: “Un
siervo de María nunca perecerá”. Esa frase da testimonio de un hecho. La Familia
de Schoenstatt y cada uno de sus miembros canta con alegría: La Sma. Virgen ha
cuidado perfectamente de nosotros y Ella cuidará perfectamente en el futuro.
“Yo sé en quién me he confiado” decía San Pablo. Sí, sabemos en quién nos
hemos confiado. Por eso nos damos “el lujo” de estar tranquilos, de no andar
preocupados y agobiados, en medio de un mundo que vive nervioso y angustiado.
Somos libres y alegres en la confianza y, como decía el Padre: “nuestro mayor
cuidado ha de ser no tener cuidados”.
3. El amor filial a María
A. Características del amor a María.
El afecto natural del niño por sus padres es íntimo y profundo; no es algo
estudiado o formal, es simple, evidente, inmediato. ¡Cómo sería el mundo si
nosotros conserváramos nuestra alma de niño para amar!
El amor nos realiza en lo más profundo como hombres y como cristianos. Ese
amor es el punto más vulnerable del hombre moderno. Este tiene enferma la
capacidad de amar, según dice nuestro Padre, pues ya no sabe ni recibir ni dar
amor. Así se explica su pobreza y vacío interior.
No sabe amar; menos aún amar con la espontaneidad e intimidad de un niño. Si
nosotros pudiéramos recobrar este don para la época actual el mundo
verdaderamente cambiaría. ¿Podremos convertirlo en “Aquella tierra cálida y
familiar, que el amor eterno se ha preparado; donde corazones nobles laten en la
intimidad y con alegres sacrificios se sobrellevan; donde, cobijándose unos a
otros, arden y fluyen hacia el corazón de Dios; donde con ímpetu brotan fuentes
de amor para saciar la sed de amor que padece el mundo”? Esa es nuestra tarea.
Al regalarnos a María, Dios ha querido hacernos sensibles a lo central del
cristianismo, y con ellos a lo nuclear de un verdadero humanismo. Para quién no
tiene prejuicios y ha conservado la simplicidad de corazón, el amor a María es
algo natural y evidente; ¡cómo no vamos a amarla si es nuestra madre! Ante Ella
se acaban los esquemas y las poses, la religión deja de ser una colección de
normas y de formas, como tantas veces lo ha sido. Podemos amarla con la
simplicidad de un niño, podemos hablarle de nuestro amor tal como somos, con
las palabras que brotan del corazón, sin necesidad de hacer ningún discurso.
El amor por María posee ciertas características que es necesario destacar. Es un
amor:
1) afectivo y efectivo
2) está unido a una seria autoformación
3) se prueba en obras de amor magnánimo
4) incluye voluntad de sacrificio, y
5) mueve con todas las fuerzas a luchar por el Reino de Cristo.
Brevemente nos referiremos a cada una de estas características.
1) El amor a María capta todo nuestro afecto, pero también se expresa en
docilidad afectiva.
El sentimentalismo no es verdadero amor. El sentimiento es cambiante según los
estados de ánimo. El afecto es algo mucho más profundo, es la calidez de un
amor lúcido que ha captado toda la persona, con todo su corazón.
A María le entregamos todo nuestro amor afectivo y ello mismo nos hace
sentirnos plenamente cobijados y arraigados en su corazón maternal.
A Ella le pertenece todo nuestro afecto, sentimiento e intimidad. Pero, a partir
de ese amor cálido y vivencial, brota también aquello tan propio del verdadero
amor: la tendencia espontánea a agradar al ser amado, a realizar su voluntad
para darle alegría. El amor filial se expresa en docilidad y disponibilidad filial, en
la voluntad de dejarse tomar y formar por María, aunque ello a veces cueste y
duela. A esto llamamos amor afectivo.
La auténtica filialidad se prueba precisamente en la disposición real de hacer la
voluntad de María y de hacer nuestros sus intereses.
¿Cuál es la voluntad de María? Ya lo dijo en Caná: “haced lo que Él os diga”. Su
voluntad es que nosotros lleguemos a ser y a comportarnos como auténticos hijos
del Padre Dios, “que seamos perfectos como nuestro Padre Celestial es
perfecto”, “que brille nuestra luz ante los hombres para que viendo nuestras
buenas obras alaben al Padre que está en los cielos“. (cf. Mt. 5)
2) El amor a María está unido a una seria voluntad de autoformación.
María no nos “consiente”, quisiera ver madurar nuestro amor por Ella en una
auténtica transformación de nuestra actitud y costumbres. Para un verdadero
hijo existe un compromiso tácito: la propia conducta, la manera de darse y de
tratar a los demás, tiene que hacer honor a su origen.
No debemos desmentir nuestra filiación con nuestras palabras, obras u omisiones.
No, ellas deben dar testimonio de nuestra pertenencia a María.
La entrega filial a María se expresa en una disposición real de acabar en nosotros
con todas aquellas cosas que empañan el nombre de María. Por eso, para
nosotros los schoenstattianos, el amor íntimo a la Sma. Virgen siempre está unido
a la autoformación. De otro modo fácilmente caeríamos en el peligro de
quedarnos en vaguedades, creyendo que estamos amando a María.
La Sma. Virgen exige de nosotros “abundantes contribuciones al Capital de
Gracias”. La Primera Acta de Fundación pone en boca de la Sma. Virgen estas
palabras: “Amo a los que me aman. Pruébenme primero por hechos que
realmente me aman y que toman en serio su propósito. Ahora tienen para ello la
mejor oportunidad”.
Estas palabras son el eco de aquellas del Señor: “No todo el que me diga: Señor,
Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que haga la voluntad de mi
Padre Celestial” (Mt. 7,21)
3) El amor filial a María se prueba en obras de amor magnánimo.
Es un amor que está atento a escuchar su voluntad, especialmente, su voluntad
en las circunstancias de la vida cotidiana. El hijo de María se está preguntando
constantemente: “¿Qué quieres de mí?”, ¿Cómo podría darte alegría? ¿qué puedo
hacer aún por ti? Así también superamos algo que fue común en una cierta
manera de entender el cristianismo. Muchas veces la religión se entendió en
forma minimalista, lo que importaba era “no pecar”, “cumplir con los
mandamientos“ para “salvarse”. El Espíritu de Cristo, en cambio, señala otra
dirección; su ley es la ley de la magnanimidad, del que da sin medida, del que
sobrepasa todo legalismo, y no podía ser de otro modo, ya que el verdadero amor
no es mezquino, ni se mide, no hace “lo mínimo necesario”, sino que el “máximo
posible”. Nuestro amor a María tiene que ser, por lo tanto, generoso y
magnánimo. Sabemos, por lo demás, que Ella nunca se deja sobrepasar en
generosidad.
4) El amor filial a María incluye también una voluntad de sacrificarse.
Todo amor se alimenta en el sacrificio y en la renuncia a sí mismo. “Es preciso
que Él crezca y que yo disminuya” (Jn. 3,30) El grano de trigo debe caer en la
tierra y morir. Pero existen dos maneras de sacrificarse o de “ morir al yo”.
Existe un sacrificio que se lleva como una pesada carga y una muerte al yo que es
aniquilación de la propia personalidad. Ese no es el sacrificio cristiano ni la
renuncia querida por Dios.
El sacrificio filial es un don de amor. Es para amar más. Se hace con alegría por
el ser amado, pues es la renuncia alegre de quien está centrado en el Tú y no en
el yo egoísta. Es por eso un sacrificio y una renuncia liberadora.
Muchas veces, en la práctica, por dejar de lado el sacrificio no crecemos en el
amor a María. Topamos en nuestra comodidad y miedo a sacrificarnos, por eso
nos quedamos a medio camino. Si queremos salir de la mediocridad no tenemos
otra posibilidad que optar por “la vía estrecha” como el mismo Señor nos lo dijo.
5) El amor filial a María nos lleva, por último, a entregarnos con todas
nuestras fuerzas a sus intereses: la construcción del Reino de Cristo aquí
en la tierra.
El amor filial se expresa en voluntad de conquista: todo tiene que llegar a ser de
Cristo, todo tiene que llagar a ser el Reino del Padre.
Impulsados por su amor a trabajar eficazmente, en dependencia de Ella,
luchamos para que surja una creación renovada: la Iglesia en las nuevas playas y
la nueva sociedad.
El amor filial a María se quiere consumir para que la Iglesia y la sociedad estén
conformadas según su imagen, para que todo rasgo antimariano desaparezca de
nuestra propia persona, de la Iglesia y de la sociedad. Todo debe asemejarse a
Ella.
B. Crecimiento del amor a María
Estas son algunas de las características principales de nuestro amor filial. Nos
preguntamos ahora cómo crece este amor y de qué se alimenta. De acuerdo con
Nuestro Padre podemos decir que el amor por la Sma. Virgen se cultiva y crece
en la medida:
- que contemplamos su imagen con fe
- que conversamos con Ella, y
- le ofrecemos pequeños sacrificios
El amor, primeramente, necesita alimentarse del conocimiento de María. El niño
quiere estar con su madre, se alegra cuando descubre nuevas riquezas de su
persona. ¿Cómo crece este conocimiento de María? Podemos conocerla a través
de la Biblia, leyendo lo que nuestro Padre ha dicho de Ella, informándonos de lo
que la experiencia y la tradición de la Iglesia cuenta sobre Ella, de aquello que
los santos relatan de su persona.
Podemos también ahondar el conocimiento sobre Ella intercambiando nuestra
experiencia mariana y enriqueciéndonos así mutuamente.
El Hijo de la Sma. Virgen gira siempre en torno a Ella “ el milagro de los
milagros”, el compendio de las maravillas que ha hecho la sabiduría y la
misericordia de Dios y la señal de luz que ilumina el presente. No nos cansamos,
por lo tanto, de contemplar y de meditar en María, y debiera ser un honor para
los schoenstattianos, ser aquellos que más la conocen en la Iglesia.
El segundo medio para crecer en el amor filial es el cultivo del diálogo sencillo
con María. No necesitamos palabras rebuscadas para conversar con Ella. Ella
sabe todo lo que nos sucede y lo que sentimos, pero le gusta que se lo digamos,
pues esto es confianza de amor y confianza en Ella. Sabe también lo que
necesitamos, pero se alegra que tengamos un corazón simple y “desvergonzado”
para pedirle lo que queramos, con la confianza de que Ella nos dará lo que más
nos convenga.
El diálogo con Ella, es el diálogo de un niño pequeño, no se eleva a las nubes,
sino, más bien, se refiere a las cosas que nos suceden durante el día; nos lleva a
preguntarnos qué cosas nos ha dado Ella, en qué no le hemos dado alegría, qué
desearía Ella que emprendiésemos.
Es un diálogo que consiste en agradecer, admirar, pedir perdón y ofrecer con
simplicidad y sencillez de un niño. Quién se deja tiempo para contemplar y
conversar con María, pronto verá cómo crece su amor e intimidad con Ella.
Por último, el amor se fortalece y acrecienta en la disposición continua al
sacrificio. Esto se realiza por los pequeños ofrecimientos, por las Contribuciones
al Capital de Gracias, por esas pequeñas y grandes renuncias de amor. Esos
regalos que ofrecemos a María por el Capital de Gracias son los signos de nuestro
verdadero amor; y sabemos que los regalos a veces dicen más que las palabras y
las obras, más que las promesas. Ella, como respuesta, no se dejará vencer en
generosidad y nos regalará su afecto maternal.
IV. EFECTOS DE LA ENTREGA FILIAL A MARÍA
Es mucho lo que podría decirse en este contexto. Solamente nombraremos
algunos de los efectos que trae la entrega filial y confiada a nuestra Madre y
Reina Tres Veces Admirable de Schoenstatt.
1. Seguridad existencial.
Quien ha encontrado a María recibe con ello el don de una gran seguridad
existencial. Es decir, a medida que se adentra en Ella, se alejan de su corazón la
inseguridad, la angustia y los complejos de inferioridad; “El amor perfecto
expulsa el temor” (Jn. 4,18). ¿Por qué estar inseguros si tenemos en Ella nuestro
firme apoyo? ¿por qué angustiarnos? ¿por nuestros pecados? ¿por el futuro?. En
verdad no tenemos ningún motivo: la Sma. Virgen cuidará perfectamente; si
caemos, Ella nos recoge; si somos infieles, Ella es fiel; si no tenemos la fuerza
suficiente, Ella nos da su poder ¿A quién vamos a temer? “¿Quién puede estar
contra nosotros si Dios está con nosotros?” ¿Por qué inquietarnos si la tenemos a
Ella, la que aplastó la cabeza de la serpiente, la omnipotencia suplicante? ¿Qué
complejo de inferioridad puede minar nuestra personalidad? ¿Por qué y ante
quien vamos a acomplejarnos? Ella es nuestra nobleza. ¡Qué mayor dignidad que
la de ser hijo suyo, hermano de Cristo e hijo del Padre Dios! Difícilmente podría
soñarse una dignidad más alta.
El hijo de María posee una profunda seguridad existencial, y su corazón, a
semejanza del de María, es un corazón libre, alegre, pleno de paz, de aquella
paz que no nos puede dar el mundo, pero que nos la da el Señor y Ella.
2. Extraordinaria transformación.
Existe sólo una fuerza que es capaz de penetrar hasta lo hondo el corazón del
hombre y transformarlo: el amor. El amor despierta el alma y la persona entera,
impulsa a salir de sí en búsqueda del ser amado, crea una profunda identificación
entre los seres que se aman y hace que fluya entre ellos una fuerte corriente de
vida.
Si el niño, cuando nace, no recibe amor, no puede subsistir; si no tiene a alguien
a quien estrecharse, que lo acoja, no puede vivir, ni física ni psicológicamente.
El niño necesita del amor de sus padres, necesita del amor como del aire para
respirar. Si tuviese la desgracia de no recibir amor de los padres crecerá
raquítico, y no podrá desarrollarse libremente y en forma positiva. Si cuenta en
cambio con ese amor, su ser brotará como una planta enterrada en buena tierra,
desplegando sus capacidades, creerá en la vida, aprenderá a relacionarse con su
ambiente, a amar y a recibir amor como el don más precioso.
Es por eso que Dios nos regaló el amor maternal de María. Su amor nos hace
surgir, nos hace nacer interiormente y a aventurarnos a alcanzar lo que creíamos
inalcanzable. El amor filial posee una fuerza unitiva y transformadora. Nos liga
en forma íntima y cálida con María y, al ponernos en contacto con Ella, nos hace
sentir su presencia como un llamado enaltecedor y vivificante.
Quien está unido filialmente a Ella, siente un impulso interior a asemejarse a
Ella, quiere ser digno de Ella y superar todo aquello que no le agrada, quiere
emprender las cosas que Ella desea. Por esto el amor a María es una fuerza
íntima y profunda que nos lleva a cambiar y transformarnos; no por una
imposición exterior o por un mero deber, sino por la necesidad interior y
espontánea que nace del amor.
Es una experiencia comprobada mil veces en nuestra familia, que el medio más
eficaz, rápido y simple para avanzar en el crecimiento interior y en la
fecundidad apostólica, es la vinculación filial y vivencial a la Sma. Virgen en el
Santuario.
Aquellos que han dado a María y le han entregado filialmente su corazón, poseen
un impulso interior, una fuerza que brota desde dentro, que los lleva a
superarse, a autoformarse y a trabajar fecundamente. El amor a Ella es el
secreto de la vitalidad y de la superación. Los que no se dan a María, en cambio,
quedan a medio camino, les falta el ánimo y la fuerza de voluntad para superarse
y actuar creadoramente.
3. Dinamismo vital.
Nuestra relación de hijos con la Sma. Virgen nos lleva más allá aún. Adentrarse
en su corazón maternal significa penetrar en una especie de remolino que nos
arrastra hasta las profundidades de Dios y que nos lleva a incorporar nos
plenamente a su pueblo.
En María se cruzan todos los caminos, aquellos que van hacia Dios y aquellos que
van hacia los hombres: María es un ser relacionador, es el lugar de convergencia
de todo lo grande que hay en el cielo y en la tierra. “María nunca viene sola”,
decía nuestro Padre, encuentros con María son encuentros con Cristo, con la
Iglesia y con los hombres.
Es natural que el amor obre una transferencia de afectos: quien ama a alguien,
no sólo ama a esa persona en su individualidad, sino que la ama con todo lo que
es y tiene: ama su mundo. Es natural, por lo tanto, que tengamos afectos por los
amigos de nuestros amigos y que participemos de los gustos e intereses de
quienes amamos. Esto es lo que nos sucede con la Sma. Virgen: la amamos
filialmente a Ella y en Ella amamos su mundo. Por eso el amor a María nos abre
perspectivas casi infinitas, es un amor que ensancha nuestro horizonte y nos saca
de nuestra estrechez y aislamiento.
Amarla significa también hacer nuestros sus intereses y participar de sus tareas.
Porque, ¿Quién puede adentrarse en el misterio de la persona de María sin
encontrar allí a Cristo? Su misterio no es comprensible sino en la persona y la
misión de Cristo. Aquellos que piensan que María nos podría desviar de Cristo
están profundamente errados. O tienen una imagen muy falsa de María –que en
general es lo más probable–, o desconocen la realidad o dinámica del amor.
¿Quién puede entregarse a María sin ser llevado hacia el Padre? ¿Quién puede
entregarse verdaderamente a María y no repetir con Ella y en Ella: “He aquí la
sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra”? ¿Quién puede adentrarse
en el misterio de María y no llenarse también del Espíritu Santo que la cubrió con
su sombra y descendió hasta Ella en Pentecostés?
María no sólo nos lleva hasta la Sma. Trinidad, Ella es una de nuestra raza,
hermana nuestra, que ha hecho nuestros intereses y nuestra causa: es Madre de
la Iglesia, cúspide de la humanidad; Ella siente nuestra angustia, sabe de
nuestras necesidades y constantemente repite al Señor como en Caná: “No
tienen vino”. Reconocerla a Ella como Madre, significa, al mismo tiempo,
reconocer a los hombres como nuestros hermanos, preocuparnos de ellos así
como Ella lo hace.
María es la cooperadora incansable del Señor, y nosotros, por estar unidas a Ella,
también somos sus colaboradores e instrumentos, que se comprometen con la
redención y liberación del hombre. Ser de María significa comprometerse a
luchar por la redención concreta y real del hombre, especialmente de los más
humildes. Ser de María significa amar a la Iglesia, que es su imagen y la
prolongación de su persona. No podemos ser marianos sin sentir a la vez a la
Iglesia como nuestra, sin que compartamos los mismos cuidados que Ella tiene
como Esposa del Señor, para con el Pueblo de Dios.
La entrega filial a la Santísima Virgen verdaderamente es enaltecedora, es una
fuerza dinámica que nos proyecta hacia toda la realidad y nos hace asumir tareas
que nos comprometen y sobrepasa n, pero que, con Ella, se nos hacen posibles.
4. Fecundidad.
Por último, podemos afirmar que la entrega filial a nuestra Madre nos hace
insospechadamente fecundos. En el alma mariana se vuelve a realizar esa ley
fundamental en el Reino de Dios: “exaltó a los humildes”. Dios ama la pequeñez
confesada y reconocida, Dios usa esa pequeñez como un instrumento y se
glorifica a través de ella. “Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija
en Dios mi Salvador porque miró la pequeñez de su sierva, por eso todas las
generaciones me llamarán bienaventurada”. Ese es el sentir mariano. En verdad,
no importan nuestra nada y miseria, si es que sabemos ponernos confiadamente
en sus manos de Madre; sólo una cosa es importante, Ella, el Señor, su Reino.
¡Cuán liberador es este convencimiento! Dejemos atrás todo complejo y toda
depresión de ánimo, para lanzarnos confiadamente a sus brazos. “Ella es la gran
misionera, Ella obrará milagros”, Ella cuidará que nuestra agua se transforme en
vino, que nuestra impotencia se despose con la omnipotencia del Señor. Ya lo ha
demostrado desde s u Santuario: a los que tienen corazón de niños, a los que son
“ingenuos” para creer, a los que tienen un corazón joven, Ella los acoge, los
transforma y los envía como instrumentos fecundos a trabajar en la Iglesia y en
medio del mundo.
Schoenstatt es una prueba fehaciente de su poder, sabiduría y misericordia que
se glorifican en la nada de este mundo, para confundir la sabiduría de los sabios
y de los poderosos de esta tierra. (Cfr. I Cor. 1,26)”.
Extracto del Libro “María”. Padre Rafael Fernández.
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