Reflexiones en torno a Julián Marías ALICIA VILLAR EZCURRA * C reo que somos muchos los que nos iniciamos en la Filosofía, antes incluso de emprender los estudios universitarios, de la mano de Julián Marías y su Historia de la Filosofía. Esta obra, junto con su Introducción a la Filosofía, acompañaba nuestra primera lectura directa de los clásicos del pensamiento. Vista ahora la obra con cierta perspectiva, resulta asombroso que fuera capaz de escribir este libro con tan sólo veintiséis años. No sólo por ahí se acumulan datos y autores que tuvieron que exigirle la lectura de miles de páginas en varios idiomas, sino por su esfuerzo dirigido a encontrar la razón que permitiera comprender la Historia y hacer inteligible al ser humano de cada época. Se comprueba ya ahí que Julián Marías fue algo más que un discípulo y amigo de Ortega. Sería un error limitar el pensamiento de Julián Marías a la recepción de Ortega y olvidar su originalidad. Ortega fue su maestro en el sentido más noble de la palabra, pues fue capaz de impulsar el propio pensamiento de Julián Marías que desarrolló las estructuras de la vida y profundizó sobre la razón histórica. De hecho, la extensión de la obra de Marías, más de cien libros, si bien abruma a quien quiere ahora referirse de un modo breve a su obra y legado, manifiesta, por debajo de la extensión y la variedad de problemas abordados, una gran unidad, pues su preocupación por la persona ha sido una constante en sus escritos. En cierto modo, en cada una de sus obras, se puede encontrar todo su pensamiento. Como para Ortega, para Marías la vida es la realidad radical y la vida biográfica es razón e historia concreta. Pero además, su desarrollo de las distintas estructuras de la vida, ha permitido no sólo comprender a Ortega, sino proseguir su reflexión en unas nuevas circunstancias , las de nuestro propio tiempo. Marías, como sus dos maestros, Unamuno y Ortega, no ha querido eludir la reflexión sobre la realidad * Profesora de Filosofía. Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Universidad Pontificia Comillas. Madrid. y los problemas de España, como un compromiso con su propia circunstancia vital e histórica (España inteligible, 1985). Quisiera además recordar que Ortega no fue su exclusivo maestro. El eco de Unamuno, uno de los pensadores que más influyeron en el arranque de su pensamiento, también está presente en Marías. Aunque en muchos puntos se separe del escritor vasco, como él y a diferencia de Ortega, Marías se atreve a sondear los límites de la vida. Su reflexión sobre la muerte, sin el tono trágico y agónico de Unamuno, es también un elemento presente en su obra. Para ambos, no hay que eludir las preguntas límite que la razón positivista no puede contestar. Tienen sentido y pueden ser abordadas filosóficamente, por más que sean negadas por aquellos que han hecho el voto de silencio y prefieren no opinar sobre lo que no se puede demostrar. Si Ortega y Unamuno han sido fuente de inspiración para Marías, no es de extrañar que sus estudios sobre estos dos pensadores merezcan un lugar destacado. Sus análisis se adentran en su pensamiento y han orientado la lectura de Unamuno y Ortega, y sobre todo han contribuido a la valoración positiva de su legado. Sus estudios se han convertido en un clásico sobre el tema, y son una obligada referencia para cualquier profesor y lector de Filosofía Española. Por último, quiero señalar el valor que además, a mi juicio, tiene el pensamiento de Julián Marías en cuanto testimonio y fidelidad a una vocación filosófica. Marías no sólo ha dado testimonio de su fidelidad a su propia vocación, sino que también ha advertido sobre la necesidad de justificar la filosofía que es, para muchos, no nos engañemos, ocupación sin sentido e inútil. Para Marías, el pensamiento filosófico sólo puede surgir de una íntima necesidad, de la conciencia de inseguridad, o, como había señalado Ortega, de la impresión de “naufragio”. Pero junto con este primer elemento, se requiere además tener pasión por la verdad y confianza en la razón. Por tanto, la desorientación radical como actitud de la que brota la filosofía no debe hacernos olvidar el segundo elemento citado, la apetencia de verdad y la fe en la razón. De lo contrario, la filosofía se instala en un nivel de duda que no permite avanzar. Ciertamente, el pensamiento filosófico debe brotar de una inicial desorientación, que es lo que le otorga autenticidad, pero también debe aspirar a llegar a otro lugar, a posibilitar unas creencias vivaces. En este punto, Marías se define como optimista y hace una llamada de atención a los que nos dedicamos a la enseñanza de la Filosofía. Si no renovamos continuamente nuestra vocación filosófica y nuestra fe en la capacidad de la razón y en la búsqueda del rigor, la filosofía se disolverá. Lo cual supone no eliminar determinadas preguntas sobre el ser humano. Hay que afrontar las preguntas radicales, sin prejuzgar que puedan o no tener solución o respuesta (Razón de la Filosofía). Las preguntas son el contenido esencial e irrenunciable de la Filosofía y si se omiten acarrean su inevitable desaparición. Quisiera terminar estas líneas recordando el papel que Julián Marías ha tenido como intelectual. Ha dejado oír su voz con claridad, tanto en conferencias, cursos, libros y prensa diaria, diciendo lo que pensaba con veracidad y esforzándose en hacer inteligible las ideas más complejas, sin renunciar al rigor. Marías, al igual que sus maestros, enseñó cómo hacer una filosofía viva y atenta a la realidad.