Num141 024

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Reflexiones
en torno a Julián Marías
ALICIA VILLAR EZCURRA *
C
reo que somos muchos los que nos iniciamos en la
Filosofía, antes incluso de emprender los estudios
universitarios, de la mano de Julián Marías y su Historia
de la Filosofía. Esta obra, junto con su Introducción a la
Filosofía, acompañaba nuestra primera lectura directa de
los clásicos del pensamiento. Vista ahora la obra con
cierta perspectiva, resulta asombroso que fuera capaz de
escribir este libro con tan sólo veintiséis años. No sólo
por ahí se acumulan datos y autores que tuvieron que exigirle la lectura de
miles de páginas en varios idiomas, sino por su esfuerzo dirigido a encontrar la
razón que permitiera comprender la Historia y hacer inteligible al ser humano
de cada época.
Se comprueba ya ahí que Julián Marías fue algo más que un discípulo y amigo
de Ortega. Sería un error limitar el pensamiento de Julián Marías a la recepción
de Ortega y olvidar su originalidad. Ortega fue su maestro en el sentido más
noble de la palabra, pues fue capaz de impulsar el propio pensamiento de
Julián Marías que desarrolló las estructuras de la vida y profundizó sobre la
razón histórica. De hecho, la extensión de la obra de Marías, más de cien
libros, si bien abruma a quien quiere ahora referirse de un modo breve a su
obra y legado, manifiesta, por debajo de la extensión y la variedad de
problemas abordados, una gran unidad, pues su preocupación por la persona
ha sido una constante en sus escritos. En cierto modo, en cada una de sus
obras, se puede encontrar todo su pensamiento. Como para Ortega, para
Marías la vida es la realidad radical y la vida biográfica es razón e historia
concreta. Pero además, su desarrollo de las distintas estructuras de la vida, ha
permitido no sólo comprender a Ortega, sino proseguir su reflexión en unas
nuevas circunstancias , las de nuestro propio tiempo. Marías, como sus dos
maestros, Unamuno y Ortega, no ha querido eludir la reflexión sobre la realidad
*
Profesora de Filosofía. Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Universidad Pontificia Comillas.
Madrid.
y los problemas de España, como un compromiso con su propia circunstancia
vital e histórica (España inteligible, 1985).
Quisiera además recordar que Ortega no fue su exclusivo maestro. El eco de
Unamuno, uno de los pensadores que más influyeron en el arranque de su
pensamiento, también está presente en Marías. Aunque en muchos puntos se
separe del escritor vasco, como él y a diferencia de Ortega, Marías se atreve a
sondear los límites de la vida. Su reflexión sobre la muerte, sin el tono trágico y
agónico de Unamuno, es también un elemento presente en su obra. Para
ambos, no hay que eludir las preguntas límite que la razón positivista no puede
contestar. Tienen sentido y pueden ser abordadas filosóficamente, por más que
sean negadas por aquellos que han hecho el voto de silencio y prefieren no
opinar sobre lo que no se puede demostrar.
Si Ortega y Unamuno han sido fuente de inspiración para Marías, no es de
extrañar que sus estudios sobre estos dos pensadores merezcan un lugar
destacado. Sus análisis se adentran en su pensamiento y han orientado la
lectura de Unamuno y Ortega, y sobre todo han contribuido a la valoración
positiva de su legado. Sus estudios se han convertido en un clásico sobre el
tema, y son una obligada referencia para cualquier profesor y lector de Filosofía
Española.
Por último, quiero señalar el valor que además, a mi juicio, tiene el
pensamiento de Julián Marías en cuanto testimonio y fidelidad a una vocación
filosófica. Marías no sólo ha dado testimonio de su fidelidad a su propia
vocación, sino que también ha advertido sobre la necesidad de justificar la
filosofía que es, para muchos, no nos engañemos, ocupación sin sentido e
inútil.
Para Marías, el pensamiento filosófico sólo puede surgir de una íntima
necesidad, de la conciencia de inseguridad, o, como había señalado Ortega, de
la impresión de “naufragio”. Pero junto con este primer elemento, se requiere
además tener pasión por la verdad y confianza en la razón. Por tanto, la
desorientación radical como actitud de la que brota la filosofía no debe
hacernos olvidar el segundo elemento citado, la apetencia de verdad y la fe en
la razón. De lo contrario, la filosofía se instala en un nivel de duda que no
permite avanzar. Ciertamente, el pensamiento filosófico debe brotar de una
inicial desorientación, que es lo que le otorga autenticidad, pero también debe
aspirar a llegar a otro lugar, a posibilitar unas creencias vivaces. En este punto,
Marías se define como optimista y hace una llamada de atención a los que nos
dedicamos a la enseñanza de la Filosofía. Si no renovamos continuamente
nuestra vocación filosófica y nuestra fe en la capacidad de la razón y en la
búsqueda del rigor, la filosofía se disolverá. Lo cual supone no eliminar
determinadas preguntas sobre el ser humano. Hay que afrontar las preguntas
radicales, sin prejuzgar que puedan o no tener solución o respuesta (Razón de
la Filosofía). Las preguntas son el contenido esencial e irrenunciable de la
Filosofía y si se omiten acarrean su inevitable desaparición.
Quisiera terminar estas líneas recordando el papel que Julián Marías ha tenido
como intelectual. Ha dejado oír su voz con claridad, tanto en conferencias,
cursos, libros y prensa diaria, diciendo lo que pensaba con veracidad y
esforzándose en hacer inteligible las ideas más complejas, sin renunciar al
rigor. Marías, al igual que sus maestros, enseñó cómo hacer una filosofía viva y
atenta a la realidad.
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