MARIA PROLOGO Tantas veces mantenemos diálogos con un ser querido que partió a la casa del Padre. Más de una vez nuestro corazón y nuestra mente están ligadas, por un momento, con ese ser tan amado sin necesitad de mover los labios. En este relato María, una de las tantas jóvenes por la que la Madre Antonia dio la vida, la recuerda. Ocurre el 28 de febrero de 1899, a pesar de ser imaginario, quien puede decir que no sucedió. ¿Una de las chicas que la madre ha protegido no podría decirle esto? RELATO Cómo la extraño! Mi querida Madre Antonia, no puedo olvidarla. Estoy en mi casita con mis niñas, dormidas, esperando ir a la Misa oficiadas por las hermanas Oblatas por su eterno descanso. Pero desde el 28 de febrero del año pasado vivo llorando, ¡la extraño tanto!. Ya un año que no la veo, que no la acaricio, ni me acaricia, ni me besa. Mi agradecimiento se convirtió en llanto. No olvido sus palabras, su amor, todo lo que me ayudó. Gracias a Ud. no pasé lo que muchas mujeres padecieron como mi mamá, la mamá del Jacinto, la Rosa. ¡Cuánto recuerdo nuestra historia! Los sufrimientos de la Ana, mi madre, que estremecida me contaba la Rosa. Ella vivía feliz con sus padres y sus hermanos. Había aprendido a leer y escribir, sabía bordar, coser, cocinar, cuidaba de las flores, la huerta familiar, pero siendo adolescente, una muy bonita joven, acertó a pasar por ahí el señor, el señor feudal. Tan bonita era que sus ojos se encandilaron y su deseo aún más. Quiso poseerla. En ese poblado nada se le negaba al señor. Como era muy suspicaz, quería buscar el consentimiento de los que tenía bajo su poder; le dijo a los padres de la niña que la quería para que acompañara a su esposa, la Marquesa…. (montón de títulos más) Mercedes…. (y una extensa lista de nombres y apellidos). Mis abuelos lloraban, sabían lo que se avecinaba, pero decirle no a don Ricardo era el cadalso. Los primeros meses fueron buenos, con doña Mercedes la pasaba bien: la hacía leer, salir a pasear, escribir, bordar, y hasta reír. Pero un día el despótico don Ricardo cumplió su cometido. La mandó llamar. ¡Qué sufrimiento! ¡pobre madre mía!!!!. Temblaba ante su presencia. Ni siquiera le permitía llorar, su primera lágrima fue rechazada con una cachetada. La inocente Ana sufrió el avasallamiento de su intimidad, de su pureza un tiempo para ella eterno, hasta que, seguramente, este hombre se sintió encandilado por otra adolescente. Ana comenzó a sentirse rara, vio que su panza crecía, el problema fue que la marquesa lo notó, zonza no era, sabía la historia, el comportamiento de los “señores” en la corte y ahí, nomás, la echó. Más dolor para la Ana. La marquesa no quería “hijos sin padre” en su territorio. Era pecado. No era lo que Dios y la Iglesia permitían, según ella… Una mujer embarazada soltera… ¡qué horror! ¿Quién era el padre importaba? Su mirada iba por otro lado. Su padre y sus hermanos no la cobijaron, tal vez, por no arriesgar lo poco que tenían por un niño ilegítimo y para ellos peor: hijo de ese…. don Ricardo. Dieron a mi madre unos dinerillos, algo de alimentos, ropa y le dijeron que se fuera. Su madre, lloraba con ella, pero nada pudo hacer ante tanta presión, sólo atinó a darle la dirección de una pariente, haya lejos… en Ciempozuelos. Madrecita: todo esto Ud. lo sabe pero no puedo sacármelo de la cabeza, Madre Antonia no puedo. Me siento tal aliviada hablando con Ud.. Creo que desde el cielo me está escuchando ¿verdad?... ¿o soy una zonza? Y la Ana, desprotegida al máximo, comenzó un largo, triste e inseguro camino. No sabía nada de la vida… de lo terrores de la vida. En este camino sufrió robos, violencia, golpes, violaciones, todo… todo lo inimaginable. ¡Pobrecita! Y así: derrotada, a punto de dar a luz la encontró una noche, de escasos hombres, la Rosa. Y así llegue a este mundo…. con mi madre derrotada y la Rosa toda generosidad. La llevó a su humildísima posada. Le costó a mi madre reponerse del parto y todas las humillaciones, si no hubiera sido por ella… ¿no sé? Pudieron bautizarme. Había en el pueblo un sacerdote que no le negaba el Sacramento a ningún bastardo. ¿Bastardo? ¡qué fea palabra! Cuantos niños cargan con esa cruz, yo gracias a mi querida Madre Antonia la pude superar. Mi nombre: María. La Rosa no sabía exactamente como se le ocurrió a mi madre. Decía, que tal vez, fuera por el deseo más grande de las dos: que me mantuviera pura e inmaculada como la Virgen. ¡Y lo lograron!. Yo, gracias a mi Madre Antonia, me casé con el Jacinto. Recuerda que contenta estaba. La Capilla con muchas flores de los jardines del barrio, que las hermanas fueron pidiendo, además cantaron con tanta alegría, todo era felicidad….. ¡Ud. nos ayudó tanto! El Jacinto había venido a Ciempozuelos en busca de su madre. Desde pequeño trabajó y trabajó, mientras la buscaba. Lamentamos que cuando pudo llegar ya la Sara había fallecido. Con lo poco que le quedaba, madrecita, Ud. logró que un generoso paciente de su médico y amigo de la congregación, Dr. Andrés Busto, le vendiera un pedazo de tierra. Siguiendo con ese sacrificio cosechó la tierra, compró algunas aves, dos vacas y comenzó a construir nuestro hogar. Ya nos habíamos conocido, ya nos gustábamos. Ud. bendijo nuestro hogar y se sorprendió cuando tanteando mi cuerpo sintió una enorme panza. ¡Tantas veces me la acarició!. Yo le decía, cada vez más seguido, que lo haga, era su bendición. Por la diabetes avanzada no la podía ver, pero si acariciarla, acariciarla, acariciarla. Le sorprendía que fuera tan grande. Pero no las llegó a conocer, nacieron justo el 28 de mayo de 1899, tres meses después que se había ido, mi madrecita. Como lloré cuando vi que eran dos niñas. ¡Dos niñas!. El Jacinto me iba a matar, quien lo ayudaría en el campo. ¡Dos niñas!. Sin embargo, él estaba contentísimo, me alentó, me dijo que era la voluntad de Dios, que había que aceptarlas y que él era lo suficientemente fuerte para que no nos faltara el pan. Que las niñas tendrían una buena educación, irían a la escuela dominical…. Y tantas cosas lindas que de a poquito se fueron secando mis lágrimas. ¿Y sabe Madre? hasta me pidió que eligiera los nombres. En mi mente siempre estuvo que sería un varón grandote y fuerte para poder ayudar a su padre por eso elegimos José, como el Padre Serra, Benito José, que había brindado un hogar a la Rosa, a mi, a tantas mujeres sufrientes. Pero al ser dos niñas, ¡qué lío! Ya que mi marido quiso que yo decidiera era una oportunidad para rendir homenajes, por eso decidí llamar a una Ana Antonia, Ana por mi madre y la otra niña Rosa Antonia, en homenaje a esa mujer que ayudo a que llegara a este mundo. Y Antonia… ¿le gusta, Madre? las dos como Ud. para que hagan cosas gratas a los ojos de Dios. Ahora recuerdo, que alguna vez le dije que el nombre que eligió para su vida religiosa la identificaba: de la Misericordia. Ante tanto mal trato a las mujeres en situación de prostitución Ud. tuvo eso, misericordia, la exaltaba su misericordia, La Rosa, mujer sufrida, supo querer a mi mamá y asistirnos pero, lamentablemente, la pobreza estaba instalada allí, para que no me faltara el pan mi madre tuvo que vender su cuerpo, ser una “sanjuanera” más en las esquinas de las calles San Juan, San José, Huertas, Santa Polonia y otras que ya no me acuerdo. Hasta que no soportó más y falleció. Yo tenía cuatro años. Y así… la Rosa me cobijó. Se las arreglaba para que de noche me cuidara alguna de sus amigas. Ellas me mimaban, me hacían ropa, comidas, sobre todo me amaban. Sentí lo que era el amor gracias a la Rosa y esas mujeres, muy maquilladas, que salían a la noche y hasta la tarde no veía. Las señoras del barrio señalaban la casa, no pasaban por la puerta, no dejaban que sus niñas jugaran conmigo pero su amor era tan profundo que no lo notaba. Tardé en darme cuenta como se las arreglaban para vivir, todas junto a la Rosa, hicieron lo imposible para que “su mundo” no me lastimara. Al tiempo enfermó. En el hospital San Juan de Dios la atendían, pero cada día su estado se iba agravando. Sufría mucho física y más anímicamente. ¿Donde iría a vivir? ya no podría estar con hombres, ¿que pasaría conmigo?. Me quedaba cuidándola en el hospital. Nos visitaba un sacerdote, conversábamos con él, nos enseñó a rezar, de a poquito hicimos amistad. Benito José Serra se nos presentó entre charla y charla. Un día, en que la Rosa no estaba nada bien, me quede hasta bastante tarde. Al llegar a la casa había varios hombres con las chicas. Bebían. Reían. Se me acercó la Elena para decirme que el señor Enrique hacía tiempo que me miraba con buenos ojos, era hombre de dinero, ahora que la Rosa se iba a morir… yo ya tenía quince años…. ¿Qué iba a hacer? Tenía que aceptarlo para poder vivir. ¡Cómo me iba a decir eso!. Sentí calor, frío, todo me daba vuelta, no sabía que hacer y menos supe como hice para aparecer llorando a los pies de la Rosa en el hospital. Derramando miles de lágrimas se lo conté. Se enojó. Decía que iba a matar a la Elena, gritaba, vinieron los médicos, nadie podía aplacarla. Hasta que llegó el Padre Benito y ahí en plena desolación nos dijo: “QUE SI TODAS LAS PUERTAS SE NOS CERRABAN, EL NOS ABRIRIA UNA” Y así… llegamos a la casa. La Rosa no se recuperó, pero fue feliz sus últimos días, partió con una sonrisa en sus labios. Cuidada, amada, acompañada, jamás juzgada, si admirada por haberse hecho cargo de una huérfana, a pesar de sus carencias, de su pobreza Yo ayudaba en la casa. ¿Se acuerda que le gustaban mis comidas?. Las tardes de frío, al lado de los leños ¡qué lindo! ¡cómo hablábamos!. Me contaba de su vida, que nació en Lausana, Suiza. A mi me parecía un país tan… tan lejano, lleno de personas ricas. Ahí afloraba su risita. Nos divertíamos cuando le festejamos su cumpleaños los 16 de marzo. Cantábamos, reíamos, nos contaba cosas de Dios y de su vida. Era alegre, la Madre. Cada 1 de junio organizaba o hacía organizar algún festejo recordando los años en que se había abierto la casa y nos contaba como recibió a las primeras dos mujeres: una española y una francesa. Ahora las imagino templando de miedo y vergüenza acercándose a la casa y la paz que les abra dado su sonriente acogida, su confianza, invitándolas a una vida nueva. Ya “NO LE ROBARAN SUS CUERPOS”, nos recordaba que les dijo. Las más lindas fiestas eran la Navidad y la Pascua. Nos contagiaba su alegría por el nacimiento del Niñito Jesús. Nos reconfortaba el alma ante Jesús Resucitado. Siempre, ya sea en las fiestas, en las celebraciones, en fin, todos los días nos ayudaba a rezar, a encontrarlos con Dios, nos enseñaba a alabarlo y amarlo cada día más. “EL NOS AMO PRIMERO” nos decía. Ante esto la cara de las mujeres recién acogidas era, primeramente, de gran sorpresa pero al tiempo al escucharla, sentir que las palabras le brotaban del corazón, que su fe era tan sincera iban confiando en Jesús y en su misericordia. Hoy voy a sincerarme. Me costaba comprenderla, Madre. Ud. que estuvo doce años en la corte de la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón, educando a sus hijas decidió vivir en un barrio triste para tratar con mujeres pobres y enfermas. Su vida había estado en la corte, en los hermosos salones de Roma, recitaba poesías en el Vaticano, ¡siendo mujer! Una osadía para los hombres criticones. ¡Cuántos idiomas hablaba! Y todo lo que sabía: música, pintura, literatura, mucho sabía… mucho. Ud. me contentaba explicándome que se lo debía a su mamá por haberla educado de una forma diferente a las otras niñas de su época. ¡Que gran mujer fue!. ¡Bendita sea!. Al poquito tiempo de conocerla el Padre Benito sintió que el Señor le decía que Antonia era la persona elegida para acompañarlo en su caminar con las mujeres necesitadas. Hablándole no la pudo entusiasmar, la invitó (varias veces) a que lo acompañara en su tarea, le dijo que la necesitaba, que necesitaba a una mujer como Ud., pero le costó… Siempre se negaba. Sabía, el Padre, de su bondadoso corazón, entonces decide engañarla. La invita a dar un paseo, una tarde de Pascua y la lleva a caminar por un barrio desconocido. El barrio donde las mujeres se ofrecían por hambre. Así abrió sus ojos. No pudo soportar tanto dolor en esos cuerpos mansillados….. ¡Y su gran sorpresa!. Se le presenta Jesús sufriente que le dice que urgía que ayudara a esas pobres que eran sólo eso: “pobres mujeres”. Mi debilidad, escuchaba que le decía el Señor, son los pobres, los excluidos, las prostitutas y seguía…. seguía… escuchándolo, le pedía, insistía, lo que quería que fuera su misión, su “oblación” a las más necesitadas. ¡Hablábamos tanto!. De sus viajes, esos viajes tan cansadores primero en las tartanas desvencijadas, luego en el tren, lento tren, parecía no llegar nunca y pensaba que difícil es la vida en la pobreza con el frío pero, sin embargo, siguió adelante porque quería “QUE VEAN EN ELLAS LA IMAGEN DE NUESTRO REDENTOR”. ¡Que fuerte! Lo que se llamaba “mujer de la calle” ser la trasparencia de Jesús. ¡Y cuántos problemas le trajo! Aunque el Papa León XIII le dijo el día que lo fue a visitar: “ESTA ES UNA OBRA DE REDENCION, MAS QUE DE CARIDAD” Me contaba de la vida del Padre Benito, las casas que abrió, más de catorce, ¿no Madrecita?. Su misión evangelizadora en Australia. Su vida humilde, humildísima. Como lo hicieron sufrir no comprendiendo que él sólo quería brindar ayuda a todas esas señoras que ya nadie podía utilizar y sólo les quedaba la miseria y la calle. Me dolía verla enferma, saber que no me veía. ¡¡Ay!! Madrecita. Los doctores Desgracias González y Andrés Bustos se preocupan, querían curarla, la venían a ver, le traían medicinas. ¡¡Ay!!! Madrecita. El Padre Celestial le dio fuerzas para todo, aunque para todo luchó. Las mujeres que la amaban, admiraban y tenían vocación religiosa querían seguirla en su andar. Así decidió fundar la congregación diciendo “NO VAMOS A SER RELIGIOSAS QUE TENEMOS CHICAS, SINO MADRES Y MAESTRAS DE LAS CHICAS Y PARA HACERLO SANTAMENTE SOMOS RELIGIOSAS” Ya se está haciendo la hora de la Misa, escucho los pasos del Jacinto, mi esposo y padre de mis mellizas, ¡que orgullosa estoy!. Tenía razón Ud. que era un hombre bueno, cuando me dijo: “un hombre que busca por años a su madre no importándole su pasado, sólo que era su madre, tiene que ser muy bueno” y lo es. Me cuida, me protege, ama mucho a sus hijitas. ¡Gracias!. ¡Gracias por el cariño que me dio, por todo lo que se ocupó de mi y de todas las mujeres que acudieron a Ud.! Toda mi vida va ser agradecimiento y así, como con el Jacinto hablamos de Ud. a nuestras hijas le vamos a hablar de Dios y le contaremos su obra por amor a El. La voy a seguir extrañando, recordándola cada día de mi vida y hablándole siempre. Al lado de Jesús me escucha y me escuchará ¿verdad? por el amor que sintió por todas y todo lo que hizo, hasta salió a pedir limosna en la ciudad. ¡INCREIBLE!. ¡Amor único!. EPILOGO No hay ninguna duda que la Madre Antonia salvó y ayudó a muchas mujeres. A mi, también, me salvó y me ayudó. Aunque soy una mujer nacida 1949, con papá, mamá, abuela y tíos que me amaron muchísimo. A pesar de haber estudiado y trabajado. Vivir un noviazgo, un matrimonio,, tener la dicha de cuatro hijos y el regalo de tres nietos. SI… SI… y… SI. Como a ésta María del relato me salvó. Le debo a la Madre Antonia haber aprendido a comprender, a no discriminar, a valorar más a mis pares, a razonar, a abrir los ojos a una realidad que nunca tuve en cuenta, ni siquiera me atrevía a pensar sólo a juzgar. Cerca de veinte años atrás, cuando conocí a las hermanas Oblatas (todas maravillosas mujeres y religiosas) que decidieron abrir una casa de día en mi barrio, La Boca, abrí los ojos, empecé a razonar, a pensar, a ver una triste realidad y las cosas valiosas de esa dura realidad. Con el correr de mi vida aprendí o mejor, me enseñaron, a ubicarme en el contexto en que se desarrollan los hechos. En estos años las mujeres sufrimos discriminación, maltrato y muchas cosas más. La mujer en situación de prostitución lo sufre en demasía. Para las hermanas, actualmente, muchas cosas son difíciles, sobre todo, el cambio de mentalidad. Por eso la admiro más a la Madre. Lo que sería, ciento cincuenta años atrás, hacer entender que “LAS CHICAS SON LA GRACIA DE DIOS”. Y admiro al Padre Benito Serra. Ardua muy ardua tuvo que ser la lucha para acompañar a esas dolientes y sufridas mujeres. Admiro su obra y actualmente la de sus seguidoras: hermanas Oblatas del Santísimo Redentor. MARY FIORE (seudónimo) - ARGENTINA