TEXTO FINAL Erdozain Marmaún, Ana Isabel

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TEXTO FINAL
Erdozain Marmaún, Ana Isabel
La teoría sociológica del querer común –gemeinsames Wollen– (Tönnies)
ante las transformaciones de la sociedad contemporánea
El propósito de este trabajo es seguir pensando con Tönnies vinculando su teoría
sociológica del querer común y las normas sociales, a las transformaciones de la
sociedad occidental contemporánea, concretamente a las referentes a los cambios
tecnológicos y la universalización de las redes sociales. En la abundante discusión que
suscita la extensión de una revolución digital que no parece tocar techo, se puede
constatar, por un lado, un profuso y confuso empleo del término “social” que remite
vagamente al concepto de “lo social”; por otro, la utilización relativamente frecuente del
término “comunidad” con variados calificativos: “comunidad digital”, “comunidad de
aprendizaje”, “online-comunities”, entre otros, cuya referencia a un concepto común
resulta bastante dudosa. Hace poco más de un siglo, Tönnies, viejo maestro y fundador
de la sociología, estableció con precisión el alcance y los límites de los conceptos
aludidos, cuyo estudio detenido parece muy necesario, dada la confusión reinante.
Tönnies entiende la sociología como disciplina de los hechos sociales concibiendo lo
social como convivencia humana que comprende una dimensión externa, los unos al
lado de los otros, y otra interna, los unos con los otros. Esta última es la convivencia
humana real –das wirkliche Zusammenleben–: “una existencia común de individuos que
actúan unos con otros y tienen efectos los unos sobre los otros, así que se encuentran en
una relación de reciprocidad” (Tönnies, 1931: 3-4). En sentido estricto, solo a partir de
ese querer común para y/o con otros puede engendrarse propiamente vida social.
La pregunta que se plantea este estudio es qué puede aportar Tönnies a la
discusión sociológica sobre las transformaciones sociales que se derivan de la enorme
extensión de la digitalización que lleva incluso a hablar de una “sociedad virtual
paralela” a la real empírica. Para hacerlo, partiremos de la teoría de Tönnies sobre lo
social y la comunidad. Continuaremos refiriéndonos a las transformaciones sociales
relacionadas con la extensión de la digitalización, si bien de una forma ejemplar, y a su
uso de los términos “social” y “comunidad” a la luz de la teoría de Tönnies.
Finalizaremos con una reflexión sobre las consecuencias y perspectivas. Por supuesto,
1
esta vinculación en modo alguno tiene un carácter definitivo y, como afirma el
sociólogo alemán en su prólogo a Principios de sociología, tengo que advertir que
“nada es tan manifiesto en esta introducción como su insuficiencia”. (Tönnies, 1931: V)
1.
Acerca del querer común: las relaciones y las normas sociales
Del mismo modo y al mismo tiempo sienten, experimentan, representan y piensan
los unos en los otros, los unos con los otros. Esta es la vida psíquica afirmativa de un
grupo de personas que tienen vida social, al entender de Tönnies. Se trata de la vida
social que nace del querer común de estos individuos y propulsa su vida particular. Así
lo afirmó en su tardía monografía de 1931 Einführung in die Soziologie cuya versión
española de 1942 del valenciano Vicente Llorens en el exilio mexicano lleva el título
Principios de sociología. En ella Tönnies presenta su teoría sociológica –‘sociología
pura’– de forma sistemática y acabada. Con anterioridad, había ido apareciendo
progresivamente tanto en su paradigmática Gemeinschaft und Gesellschaft de 1887,
como en diversos artículos de las primeras décadas del siglo XX entre ellos “The
present problems of social structure” (1904), “Wesen der Soziologie” –Naturaleza de la
sociología– (1907), “Die Entwicklung der Soziologie in Deutschland im 19.
Jahrhundert” –El desarrollo de la sociología en Alemania en el siglo XIX– (1908)
publicados todos ellos en el volumen II de la obra de compilación Soziologische Studien
und Krititken. Tönnies gozaba de máximo reconocimiento en la sociología alemana. En
1925 había aparecido la séptima edición de Gemeinschaft und Gesellschaft, principal
deudora de su fama, y a principios de los años treinta su monografía sobre la opinión
pública, que era muy conocida, así como también muchos de sus escritos más breves.
En Principios de sociología, como decíamos, Tönnies define la vida social como
aquella que nace del querer común de los individuos y condiciona, a su vez, la vida, la
mera vida, toda vez que admite que se encuentra sujeta a la necesidad de leyes y
principios eternos. Los vínculos biológicos de la sociología resultan manifiestos.
Si lo común estrictamente es lo que sin ser privativo de alguien pertenece a varios,
Tönnies reconoce en la voluntad común –gemeinsames Wollen– tanto la actitud positiva
y afirmativa hacia el o los otros como aquello que, por así decirlo, comparten esas
personas; en otras palabras, la voluntad común como facultad y la voluntad en común
objetivada. Fruto de la voluntad común se engendra la vida social, constituyéndose
como resultado, en función de las variables y la intención, alguna forma de entidad
social. La voluntad social compartida se deriva en estricto sentido de la afirmación del
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uno refrendada a su vez por la afirmación del otro. En las relaciones duales pueden
apreciarse las relaciones sociales de la forma más sencilla pudiendo ampliarse hasta
llegar a constituir un círculo social: una unidad integrada por varias relaciones duales.
La afirmación consciente y positiva de los usuarios en el mundo digital parece resultar
demasiado pretenciosa en la mayoría de los casos, si se tienen en cuenta las inmensas
posibilidades de entablar relaciones que se dan ya solo con el acceso a una red social
como Facebook o Twitter. Naturalmente, no se puede descartar la opción, pero no es lo
habitual. Por eso, tampoco puede sorprender la noticia del pasado abril: un vigués de 51
años había muerto en soledad sepultado por la basura; no se trataba con sus vecinos,
pero tenía 3544 “amigos” virtuales y mantenía actividad diaria en su página de
Facebook: padecía el síndrome de Diógenes. No obstante, su muerte se descubrió por la
llamada telefónica a la policía de una de sus lejanas “amigas” virtuales; no había
respondido a sus llamadas desde hacía una semana. Es un caso muy singular, desde
luego, pero sintomático de la forma de relacionarse en nuestra época.
Como buen representante de la época, Tönnies tiene siempre presente el efecto de
esta vida, la social, en la conciencia de los sujetos volentes. El querer común, afirma, se
traduce en la aparición de unas entidades particulares en la conciencia pensante de los
seres volentes, las cuales quedarán fijas incorporándose al ser constitutivo de estos.
Su fundamentación psicológico-filosófico racionalista y voluntarista que remite a
Wundt, Schopenhauer y Hobbes no se entiende sin la presencia de una ontología social
de signo aristotélico y spinoziano. Como indica Tönnies en un esclarecedor artículo de
1907 sobre la ‘naturaleza’ de la sociología, “El ser humano está inclinado por naturaleza
a la afirmación y por tanto a la vinculación con el otro y no meramente movido por
instintos, aunque den lugar a los impulsos más fuertes posibles, sino también por
sentimientos más nobles y una consciencia racional; de la inclinación nace el querer y la
afirmación expresa que conoce el valor del objeto afirmado y se orienta en relación a
éste como afirmación total y duradera”. (Tönnies, 1907: 351-352).
En la teoría social, su descomposición de la vida social hasta llegar a la unidad
mínima y constitutiva, el acto de voluntad afirmativo y consciente de uno hacia otro
respondido por otro igual de este dirigido al uno, recibe la denominación individualismo
metodológico. Thomas Hobbes representa aquí su referente por antonomasia. (Bickel,
C., 1991: 65). No puede obviarse que a finales del siglo XIX, ante el avance imparable
de las ciencias naturales –también del darwinismo social– y la vigencia de las tesis
historicistas el individualismo metodológico, reivindicado como vía también por Max
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Weber y Karl Popper, representa la reivindicación del ser humano individual y su
libertad. A caballo entre el positivismo y la hermenéutica, el individualismo
metodológico dirige su atención a las acciones individuales como unidad social última,
por así decirlo, y se reconoce como tendencia metodológica tanto dentro del contexto de
la economía política (C. Menger y después J. Schumpeter), que comprende que toda
explicación acabada de los fenómenos macrosociales debería incluir el plano de las
acciones de individuos particulares, como también dentro de la acción social (Max
Weber) que intenta explicar que los hechos sociales son resultado de acciones
individuales, de seres humanos capaces de otorgar significado pleno a su conducta
individual. Seguramente Tönnies ejerce de precursor en esta dirección metodológica,
aunque no se le reconozca así: no se le cita en las discusiones teóricas (Heine, W., 1983,
Popper, K., 1979 y Peñalver López, J., 2010, 201-231)
Por supuesto, el medio virtual no impide la acción individual, singular y creativa
del ser humano que, como en el caso del hombre del síndrome de Diógenes, lleva a una
de las “amigas” virtuales a preguntar por él cuando no da señales de vida; no obstante,
impulsa y favorece relaciones más espontáneas y superficiales que se pueden iniciar y
terminar fácilmente con una mera pulsación del ratón.
No así las entiende Tönnies, quien reconoce, por su parte, una gradación de la
conformación de las entidades sociales; las relaciones sociales se encuentran en el
primer escalafón. “Existen merced a la voluntad común de dos o más personas de
prestarse ayuda recíproca u otro tipo de servicio siendo el servicio mínimo que pueden
procurarse la tolerancia o abstinencia de actos hostiles”. (Tönnies, 1931: 19). El
segundo y tercer escalafón están reservados, en primer lugar, a las unidades sociales –
Samtschaften– , entre ellas la clase social, el pueblo, la nación o el partido político, y, en
segundo, a los cuerpos o agrupaciones sociales –Körperschaften–, entre ellas el gremio,
la sociedad mercantil, la sociedad anónima o el Estado (Tönnies, 19071: 360 y ss).
Tönnies toma como referencia de expresión de voluntad social objetivada para
todas las diversas formas y tipos de relaciones el tipo racional e ideal del pacto o alianza
–Bündnis–, dado que este concepto suele ser aplicado a cuerpos sociales de tanta
significación como los Estados. Los Estados son los tipos de formaciones sociales más
características de entre aquellas que se entienden como personas capaces de voluntad y
acción que se rigen por la voluntad de arbitrio –Kürwille– mostrando de forma
arquetípica la naturaleza de su voluntad egoísta, pero no son estas formaciones las que
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interesan en este estudio. Nuestro campo de interés radica en las manifestaciones del
querer social en su forma más simple: las relaciones sociales.
Empíricamente se muestran de múltiples formas como fruto del querer común y
apoyándose, aunque no siempre, en un pacto sellado mediante un contrato –Vertrag–. El
contrato, que vincula a dos o más personas con el fin de ayudarse recíprocamente,
presupone la igualdad formal de los contratantes y entraña una promesa recíproca: que
algo se hará o dejará de hacer en un futuro. Eso quiere decir que la acción alcanza un
grado de probabilidad imposible de otro modo. Al entender de Tönnies, cuando las
relaciones sociales se sustentan en contratos, lo hacen fundamentándose más en la
voluntad esencial –Wesenwille¬ que en la de arbitrio –Kürwille–, en contra de la lógica
corriente que vincula la voluntad de arbitrio con el contrato. Tönnies no aclara por qué,
aunque se puede comprender si se tiene en cuenta que la activación de la voluntad de las
partes que representa el pacto apunta a una relación social que se sustenta en algo que
va más allá que el puro interés. (Tönnies, 1931: 21 (37))
De acuerdo el Barómetro del CIS de marzo de 2015, se constata una elevada
frecuencia de uso de dispositivos de tecnología comunicativa, así como la mayoritaria
percepción de que la ciencia y la tecnología constituyen la más alta expresión de
prosperidad en nuestra sociedad; no obstante, resuelven problemas, a la par que los
crean. Un 40% llega a admitir que se han convertido en “fuente de pesadillas para
nuestra sociedad”. Según el Barómetro del presente año, para un 60% de los
encuestados el uso de las nuevas tecnologías ha hecho disminuir la comunicación entre
padres e hijos y para más de tres cuartos (78,9%) se había disminuido la protección de
la intimidad. Asimismo, para más de la mitad (56%) ha disminuido la influencia de los
padres sobre la educación de los hijos y para casi la mitad de ellos ha aumentado el
conflicto familiar y disminuido la comunicación en la pareja. De esto hay que deducir
que en la población española hay una percepción clara de que la extensión de la
digitalización entraña riesgos.
A diferencia de lo que sucede actualmente en las relaciones interpersonales en la
red de forma predominante, las relaciones sociales en la vida real se apoyan sobre todo
en relaciones naturales biológicas –de consanguineidad– en virtud de las cuales los seres
humanos se ven impelidos a la ayuda recíproca como si les uniera una promesa que de
hecho no existe. El agrado del uno hacia el otro –ejemplificados por el impulso sexual,
el amor sexual, los instintos paterno y materno, las ganas de jugar juntos, o, en general,
las ganas de vivir en común– y el hábito, que derivan en el sentimiento y la idea de la
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necesidad moral, del deber moral, llevan a que las personas que mantienen relaciones
sociales se vean impelidas a la ayuda recíproca. Esta idea deriva en una progresiva
consciencia del propio provecho que comporta y representa así la vía para la
fundamentación de estas relaciones por medio de la Kürwille.
Si bien se ha apuntado a la igualdad formal como presupuesto del contrato que
puede llegar a firmarse en las relaciones sociales, las llamadas relaciones sociales
comunitarias no la presuponen, antes bien existen merced a la desigualdad natural entre
sexos, edades, fuerzas físicas o morales, pero se aproximan al tipo ideal o racional del
pacto igualándose de manera suficiente en las condiciones vitales manifestadas en el
temperamento o carácter y la forma de ser. De tal manera, el sentimiento o conciencia
de la dependencia mutua que determina las condiciones de vida comunes, las ideas y
concepciones acerca de la vida, y el parentesco dan lugar al establecimiento de
relaciones sociales. En las redes sociales encontramos, por un lado, relaciones sociales
existentes con anterioridad al uso de aquellas, y, por otro, las establecidas a través de
este medio cuya constitución definitiva se ratificará o rechazará con el encuentro
personal.
Este querer social está orientado por valores y encuentra su expresión en normas,
reglas de comportamiento social. Una norma es una regla general del actuar o de una
conducta cualquiera. Su esencia, explica Tönnies, “puede ser comprendida, en general,
como una negación o impedimento, es decir, como una limitación de la libertad
humana, pues el mandato positivo anula también la libertad existente de actuar según el
gusto propio o de manera distinta a como se ha mandado, y, sobre todo, la libertad de
actuar en contra del mandato” (Tönnies, 1931: 230). Tönnies diferencia la norma de la
prohibición y el mandato, y distingue diferentes formas de influir en la voluntad de otras
personas como son el ruego, el consejo, la advertencia, el requerimiento, la invitación,
la instrucción y el adoctrinamiento, la persuasión, la animación o el soborno.
Igualmente, hace una distinción entre normas autónomas y normas heterónomas, según
su procedencia: el propio grupo o agentes externos. Los valores sociales, a su vez, son
económicos, políticos o morales-ideales. De ese esquema de categorías se deriva el
ordenamiento sistemático para el tratamiento de los hechos sociales más importantes
para la sociedad moderna.
Sorprendentemente, hasta hace muy poco los comportamientos en el mundo digital
parecían ajenos a cualquier forma de categorización valorativa y normativa en aras de
una idealizada visión de la libertad reinante. Recursos interpuestos a la justicia por casos
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de linchamiento masivo, desproporcionado y cobarde a algunos usuarios, algunos tristes
casos de acoso escolar en el ciberespacio –“Cyberbullying”– o de radicalización
extremista en internet han llevado a adoptar medidas para regular los contenidos de
internet. En 2014, por ejemplo, la UNESCO publicó la Orientación Normativa y
Estratégica de la alfabetización mediática e informacional, MIL –Media and
Information Literacy–. Tras el pasado atentado de Orlando, el comisionado de Asuntos
Internos de la Unión Europea, Dimitris Avramapoulos, indicó que internet era el campo
de batalla más importante contra la radicalización y propuso combatir la difusión de
material que incitase a la violencia así como promover la alfabetización mediática e
informacional que favorezca el desarrollo del pensamiento crítico de las personas de
manera que cuando lean sean capaces de distinguir entre propaganda y mundo real.
La teoría de las normas sociales de Tönnies se deriva de una determinada concepción
del ser humano. El sociólogo alemán lo expresa así: “en la medida en que posee razón,
(el ser humano) es dueño y señor de sus acciones” (Tönnies, 1931: 230). Por eso,
también es justo que se domine a sí mismo, que se mande a sí mismo: “la libertad de la
voluntad es un derecho a querer, a disponer tanto de mis actividades como de mi cuerpo
y de mis miembros; otra prueba de que están presentes y son eficaces las esperadas y
normales inhibiciones” (Tönnies, 1931: 230). El sociólogo entiende que la norma se
deriva del propio ser humano autónomo y de ahí nace el sentimiento del deber, que es,
por así decirlo, idéntico a la voluntad. “En cuanto en virtud de una orden se produce el
sentimiento del “yo tengo que” y “yo debo”, ese sentimiento mismo ya supone un “yo
quiero”, en otras palabras, que, por encima del querer de la acción, se produce un querer
tener que hacerla, deber ser, y éste es el sentimiento del deber. Si yo obedezco a mis
propias órdenes, el sentimiento del “tener que” resulta inmediatamente un sentimiento
del deber, puesto que no es diferente del sentimiento del “yo quiero”” (Tönnies, 1931:
231).
Las actuales transformaciones sociales como fruto de la extensión de la
digitalización parecen ajenas a este planteamiento teórico de las normas sociales, como
se verá a continuación.
2.
La comunidad y la sociedad como referentes de las relaciones sociales
Tönnies distingue entre relaciones sociales comunitarias y relaciones sociales
societarias. La comunidad –Gemeinschaft– y la sociedad –Gesellschaft–, entendidos
como “conceptos normales”, entramados estructurales de pensamiento, podría decirse, a
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la par que formas empíricas de convivencia humana, mundos de la vida, de la acción
humana, son los referentes a la hora de analizar las relaciones sociales. Después de que,
tras un largo proceso de elaboración, en 1887 viese la luz su teorema comunitariosocietario, obra estrictamente sociológica en palabras de Tönnies, se convertiría en la
fuente a la que acudiría una y otra vez en su teorizaciones posteriores.
Raymon Aron ha observado perspicazmente cómo la sociología de Comte y
Spencer no encontró una favorable acogida en el mundo académico alemán de finales
del XIX: “La sociología de Comte y de Spencer tenía por objeto el pasado humano en
su conjunto y la totalidad de la sociedad. Representaba el coronamiento y la síntesis de
las ciencias sociales. A la vez histórica y sistemática, determinaba leyes y valores y
relacionaba el orden humano con la naturaleza. Bajo esta forma es como la sociología,
procedente de Francia e Inglaterra, fue conocida en Alemania, y, en general,
rechazada”. (Aron, R., 1969: XI-XII) Con Gemeinschaft und Gesellschaft destaca en el
mundo intelectual germano que no aceptó las ciencias sociales tal como se entendían en
en los países europeos citados. Sin embargo, al mismo tiempo acierta a centrar su
atención en un concepto genuinamente alemán: la comunidad (Aron, R., 1969: 19-20),
que contrapone al de sociedad.
Su buen conocimiento de la literatura del Romanticismo alemán –Goethe, Herder,
Hamann, Jacoby y Lessing– al que se suman sus lecturas de la literatura socialista –
Marx y Engels–, de la Escuela histórica de economía política –List, Roscher, Knies,
Wagner, Sombart y Brentano–, la Escuela racionalista de derecho natural –Pufendorf y
Wolff– y la histórica de derecho –Savigny–, del racionalismo subjetivo –Rousseau y
Kant–, así como sus lecturas antropológicas sobre sociedades antiguas –sobre todo
Maine– le llevan a volver los ojos a la comunidad primitiva y medieval como forma de
convivencia más simple, noble, entrañable y acorde con la naturaleza del ser humano.
Así y todo, Tönnies no se queda anclado en la melancolía por la pérdida de la
comunidad. En su monografía Gemeinschaft y Gesellschaft ya tiene claro que su
objetivo es llegar a una síntesis de Romanticismo y Racionalismo. El progreso, el
racionalismo, se vinculaba con el mundo occidental, procedente especialmente de Gran
Bretaña y Francia; venía, entonces, de fuera de Alemania, era ajeno a la tradición e
ideales alemanes –el Romanticismo–, que habían quedado descuidados en aquella época
de finales del XIX y se seguían añorando. (Tönnies – Paulsen, 1961, 61-62) Tönnies
aspiraba a la integración del racionalismo imperante en la época con el mundo de los
sentimientos y las vivencias del espíritu, lo cual armonizaba muy bien con el sentir de la
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Alemania del II Imperio, una Alemania implicada en un proceso de búsqueda de
identidad, la llamada “nación tardía” –verspätete Nation–. (Plessner, 1982, 18).
El propósito de su teorema, era realizar un estudio en el sentido sociológico “que
contempla las relaciones y uniones humanas como vivas, o, por el contrario, como
meros artefactos” (Tönnies, F., 1887/1991, 6). El teorema comunitario-societario se
fundamentaba en la psicología, en la diferenciación entre 'Wesenwille' o voluntad de
carácter esencial y 'Kürwille' o voluntad de carácter interesado y arbitrario. La
comunidad estaba vinculada a las costumbres nacionales, a la nacionalidad. La
sociedad, a la estatalidad. En la primera se encontraban el espíritu de familia, las
costumbres y la religión. En la segunda los poderes económicos, políticos y científicos
que disolvían, descomponían y desintegraban. Tönnies se percataba de las dificultades
de referirse a esos conceptos sin atribuirles sentidos inversos a los que tenían. Su
intención era la superación de la antinomia que representaban las visiones racionalista e
historicista-vitalista: ésta última mostraba una analogía evidente con las formaciones
orgánicas vivas; aquella que las asociaciones y organizaciones reflejaban analogía con
los instrumentos desde una perspectiva racional-constructivista. Tönnies entendía que la
vida humana, considerada como un todo, enseña la importancia del paso de los órganos
“naturales” a los instrumentos “artificiales”. La relación social del ser humano, su
posición entre los dos polos, constituye una analogía de su relación con la naturaleza
entera. (Tönnies - Paulsen, 1961: 216-217)
3.
Las transformaciones sociales a partir de la digitalización
Considerado así, las transformaciones sociales que se han experimentado a partir
de la extensión de la digitalización por analogía reflejan el último paso que ha dado el
ser hombre en su relación con los instrumentos artificiales. Sin pretender ser
exhaustivos, nos referiremos a algunas de las transformaciones que se han ido
preparando los últimos años para determinar en qué medida se usa y cómo se entiende
aquí lo social y la comunidad. En su libro titulado La revolución silenciosa de 2012,
Mercedes Bunz se hace eco de la existencia de una opinión pública digital muy
extendida y activa y de sus posibilidades efectivas. Aunque parece promoverse la
participación activa de la masa, amplios sectores de la opinión pública son financiados
con capital privado y se nutren de plataformas de comunicación que pertenecen a
empresas privadas como Google, Facebook o Twitter. Las nuevas masas no disponen de
plataformas de organización propias que puedan competir a la misma altura y en ese
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sentido dependen de aquellas, si bien, por otra parte, los empresarios privados dependen
de los usuarios por razones económicas. Al final, estos pueden tomar la decisión de no
seguir haciendo uso de los servicios de determinadas plataformas. (Bunz, 2012: 140141). Así entonces, parece existir una especie de pacto o acuerdo tácito entre ellos que
actúa de alguna manera como regulador de la relación entre ambos.
En la opinión pública periodística sucede algo similar con la diferencia de que ese
desequilibrio se contrarresta con los canales de televisión y radio públicos que se
orientan a la utilidad pública. Bunz apunta a que el contrapeso en la opinión pública
digital puede venir de los usuarios que no solo hacen uso de la información que allí
encuentran, sino que ellos mismos redactan. Los ciudadanos digitales han transformado
partes de internet en un foro público en el que voluntarios publican a diario sus
aportaciones, mientras que programadores, “Nerds” e ingenieros lo apoyan con
herramientas “Open source”, como el software de blogueros Word Press, el servidor
web “Apache” o el navegador “Firefox”. Los beneficios se invierten exclusivamente en
la práctica y desarrollo de programas, así que funcionan de acuerdo con el principio de
la utilidad pública. (Bunz, 2012: 138-140) También aquí parece haber algo así como un
acuerdo tácito, toda vez que muy frágil, dado el latente potencial de malversación de
unos y otros contra el que nada hay previsto.
Otra cuestión diferente es la actividad política vía digital que solo llega a ser una
actividad simulada si se reduce a hacer clic en el recuadro que dice “Me gusta”de una
página web dedicada a la protesta política o a asuntos sociales. Para lograr un efecto
real, los activistas del clic tienen que poner en marcha algo: no basta con dar la
sensación al usuario de que está haciendo algo, de que asiste a algo y está en el lado
correcto. Las acciones virtuales también pueden tener efectos reales por cuanto que
muchas plataformas digitales se pueden utilizar como herramientas para organizar
propuestas democráticas, avivarlas y mantenerlas vivas, como lo han demostrado las
revoluciones y alzamientos de los países de la llamada “primavera árabe”. (Bunz, 2012:
144), aunque sea “difícil verificar la relación de causalidad entre estas redes
comunicacionales y las transformaciones políticas”. (González del Miño, 2014: 13)
El activismo egipcio, por ejemplo, halló en internet un poderoso aliado para lograr
el éxito de las movilizaciones ciudadanas. Favorecida su extensión por la razón
económica, para que las empresas captaran inversión extranjera, no se excluyó su
accesibilidad a usuarios particulares popularizándose en empresas, escuelas,
universidades y cibercafés. (González del Miño, 2014: 8) La secuencia de: mensaje de
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convocatoria a la movilización, divulgación a sectores más amplios, grabación visual de
los acontecimientos y difusión en tiempo real a través de YouTube y Facebook, a los
que se añadían blogs para expresar la opinión y entablar debates, funcionó a la
perfección. Así lo refleja Manuel Castells con entusiasmo renovado al detectar lo que él
llama “un nuevo modelo de movimientos sociales” (Castells, 2012: 14) que conecta con
su experiencia personal de mayo del 68 en París. En enero de 2016, cinco años después
de la revuelta egipcia que acabó derrocando a Mubarak, ha observado Imane Rachidi,
periodista especializada en Oriente Medio y Norte de África, cómo a base de represión
y miedo en aras de la supuesta lucha contra el mal muere progresivamente el espíritu de
cambio. “Los jóvenes egipcios se lo piensan dos veces antes de usar las redes sociales
para denunciar algo”. (Rachidi, 2016) El varapalo que ha recibido un entusiasta
movimiento apenas consolidado después de las revueltas ha revertido negativamente en
el estado de cosas social y político de los ciudadanos egipcios.
Una última transformación que apenas mencionaremos es la referida a “Internet
de las cosas”. Merced al enorme aumento de aparatos con conexión a la red, al
desarrollo y extensión creciente de chips de identificación de frecuencia de radio que
permiten seguir, administrar e inventariar electrónicamente a distancia tanto personas
como objetos, y, por último, al nuevo protocolo de internet IPv6 con direcciones IP que
permite clasificar no solo los objetos con un chip, sino teóricamente muchísimos más,
se han mejorado impresionantemente los procesos de producción, transporte y
distribucion de las empresas, así como la posibilidad de organizar proyectos diversos de
forma sencilla, clara y con bajos costes.
A cambio, la extensión del registro electrónico hace que el tan manejado mito de
la vigilancia total de todo y todos a través de la digitalización vaya camino de
convertirse en una realidad extremadamente inquietante. Del mismo modo, se han
optimizado preocupantemente las técnicas propagandísticas, utilizadas sin ningún
escrúpulo por los extremismos radicales. Lo social en el sentido estricto tönniesiano
parece estar muy olvidado y la libertad absoluta pretende ser un primado indiscutible.
4.
Sobre la formación de una relación social mediada por la red
Christian Stegbauer, catedrático de sociología de la Universidad de Francfort
centrado en la investigación de la red, se ha planteado en qué medida pueden
considerarse los foros de comunicación basados en internet como “comunidades
virtuales” remitiéndose a los conceptos clásicos Gemeinschaft und Gesellschaft de
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Tönnies para hacer la reflexión. A su juicio, parece dudoso que a partir de un grupo de
comunicación basado en internet y que cuenta con una estructura interna se llegue a
formar una comunidad. Lo explica de la siguiente forma:
Para empezar, la constitución de foros se realiza en torno a temas específicos. Las
discusiones que se generan aparte de esos temas se califican como de “off-topic” y se
critican. A menos que ya exista de antes una relación entre los participantes, las nuevas
relaciones se establecen en torno a un interés específico por un tema, de modo que estas
son propiamente interesadas, societarias. (Stegbauer, 2001: 68).
Si los vínculos creados en internet se basan en un tema o en un campo de intereses
común, pero los participantes proceden de orígenes y socializaciones muy diferentes, se
complican las posibilidades de comprensión entre ellos y entonces no cabe esperar que
las relaciones que surjan sean demasiado estables.
Las relaciones comunitarias, tal como son entendidas por Tönnies según sostiene
Stegbauer, comportan una prestación de ayuda recíproca, pero en las relaciones
establecidas con ayuda de las redes que no tienen ningún otro sostén o apoyo
contextual, los implicados apenas pueden confiar en la estabilidad de la estructura
externa, por lo que no es pensable que se pueda cumplir el principio de reciprocidad que
tiene como efecto proporcionar cohesión. (Stegbauer, 2001: 69).
Al principio, a excepción de aquellos que ya tenían anteriormente una estrecha
relación interpersonal, los espacios sociales basados en internet no son comunidades
puesto que el interés temático parece ser el motivo que da lugar al establecimiento de
relaciones sociales, así como el elemento en torno al cual se mantienen. En un primer
momento, el interés de los participantes es predominantemente instrumental: el
intercambio de informaciones, a veces también un juego común o, explícitamente, la
preparación de una relación interpersonal. Las motivaciones no han surgido de las
mismas relaciones con los otros participantes en el foro de que se trate. Para que de esas
relaciones societarias se generen comunitarias tienen que existir puntos de conexión de
modo que se produzca un intercambio más profundo transformándose el interés por el
tema en un interés por la/s persona/s. Es necesario que se dé algo así como un núcleo de
condensación de las relaciones ya existentes a partir del cual surja una comunidad que,
de cualquier modo, será ciertamente vulnerable y precaria. Sin ese momento
constitutivo no parece posible pasar más allá de las relaciones societarias que giran en
torno al interés. Para llegar a ese núcleo constituyente de una comunidad, además de
cultivar un determinado grado de frecuencia comunicativa, es preciso un intercambio de
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saber contextual: quién eres tú, cuál es tu contexto, tu entorno vital. Solo después de
producirse una amplia y auténtica revelación de cada uno, puede ponerse en marcha un
proceso de formación de comunidad.
Otro aspecto sustancial para la constitución de una comunidad en los foros de
contacto es el anonimato, merced al cual se da una cierta la lealtad de los miembros
hacia el foro, pero se favorece la falta de compromiso, el carácter de no vinculante. Si,
envuelto en el anonimato uno no se atiene a nada y puede cambiar de foro a su libre
albedrío con la facilidad que proporciona técnicamente el clic de un ratón y se orienta
únicamente por sus necesidades relacionándose con los otros movido meramente por
estas, entonces no se puede hablar de comunidad, afirma Stegbauer. (Stegbauer, 2001:
70). No solo eso: parece difícil hablar propiamente de relaciones sociales, sean estas
societarias o comunitarias, dado que no está garantizado el querer social necesario y
constitutivo de las mismas. Ahora bien, se pueden cultivar sentimientos románticos e
idealizados de pertenencia a una comunidad ideal que nos hace sentirnos bien, sin
necesidad de ahondar en profundidad en las relaciones que se están manteniendo y
dejando de lado cualquier tipo de consideración moral.
Las muchas “Online-Community”, cuyo origen remite al entorno lingüístico
anglosajón, se crean en internet y sus usuarios mantienen un intercambio entre sí a
través de diversas plataformas entrando en contacto los unos con los otros de un modo
especial. De forma sinonímica se utilizan los términos “Virtual Community” o “ECommunity”. El sentido de este término, evidentemente, dista notablemente del que
establece la “Gemeinschaft” de Tönnies: el querer común en aquellas es muy débil y
apunta más bien a un desiderátum que a una entidad real.
Tendremos en cuenta, de igual modo, los estudios de Christina Schachtner,
catedrática emérita de ciencias de los medios de comunicación de la universidad de
Klagenfurt, sobre los cambios en las relaciones del ser humano con la máquina y,
concretamente, sobre la progresiva constitución del sujeto humano a través de sus
diversas prácticas comunicativas de interacción en la red. Schachtner y su colaboradora
Duller entienden el espacio virtual como heterotopías digitales –por referencia a
Foucault–, lugares en los que se encuentran al mismo tiempo lo conocido y lo nuevo, lo
desconocido, lo crítico y lo existente sobrepasando el pensamiento dual que separa
estrictamente la virtualidad y la realidad formando algo intermedio, una realidad mixta,
“mixed realities”. (Schachtner & Duller, 2014: 96) En estas realidades mixtas tienen
lugar diversas prácticas comunicativas que inciden en el proceso de constitución del
13
sujeto humano, entre ellas, las de transformación del aspecto corporal mediante los
juegos de roles, las de autoescenificación como autotematización verbal y
autopresentación visual, las prácticas comunicativas de realización de diferentes facetas
de la personalidad a través del uso de varias plataformas digitales en las que se ejercen
roles distintos respectivamente, las de transgresión de fronteras de orden políticocultural, sexual o territorial y las de relaciones interpersonales que son las que interesan
en nuestro estudio sobre la teoría sociológica del querer común de Tönnies ante las
transformaciones de la sociedad contemporánea.
De acuerdo con Schachtner y Duller, las plataformas digitales permiten entablar
relaciones con otros, así como mantener relaciones ya existentes. El espacio virtual tiene
un carácter evocativo que ayuda a ponerse en contacto con otros a través de
plataformas, chats y foros. Resulta fácil conocer a personas a través de la red, que,
además, permite una preselección según determinados criterios asegurando así puntos
en común en las personas como, por ejemplo, el lugar de residencia o los intereses. En
los casos de cambio de lugar de residencia, estancia en el extranjero o de inmigración,
por ejemplo, esta práctica comunicativa favorece la integración; los contactos
establecidos actúan como una red de seguridad. El carácter evocativo del espacio virtual
invita asimismo a pedir ayuda en caso de problemas familiares, como lo hacen algunos
adolescentes buscando el anonimato lejos de la mirada controladora del adulto.
Destacan en estas prácticas de comunicación interpersonal las de aquellos
usuarios que disponen de varias cuentas en Twitter, por ejemplo, establecidas con
diferentes finalidades que les permiten estar muy bien interconectados y evidencian un
juego de interacción simbólico-lingüístico merced al cual el usuario, con sus Tweets,
reclama continuamente la atención de desconocidos, amigos, compañeros o conocidos.
(Schachtner & Duller, 2014: 112) A la luz de estas prácticas, los usuarios –que en el
estudio mencionado son adolescentes y jóvenes– parecen tener la necesidad de estar en
contacto permanente con otros y experimentar unión, compañía, pertenencia. La
irrefrenable atracción de la permanente comunicación dificulta crecientemente el poder
captar lo esencial. “La dimensión y la rapidez de la comunicación llevan a que cada vez
tengamos menos tiempo para pensar con tranquilidad, para reflexionar, para
encontrarnos a nosotros mismos nuevamente y establecer vínculos profundos con
otros”. (Schachtner & Duller, 2014: 112-113) El miedo de quedarse fuera de las
relaciones sociales, de perderse algo, hace estar continuamente conectado, online, al
“acecho digital” por así decirlo.
14
Estas prácticas interpersonales mediales ponen de manifiesto un sujeto que
encuentra desagradable estar solo, que lo siente como amenaza cuando, de hecho, la
soledad representa una fuente muy importante para la búsqueda de la identidad y la
creatividad. El sujeto interconectado se caracteriza por su marcada necesidad de
vínculos con otros, pero parece esperar más de la tecnología que de los seres humanos,
afirman Schachtner & Duller apoyándose en las aportaciones de la profesora del
Masachusetts Institut of Technology, Sherry Turkle, expuestas en su libro Alone
together, Juntos pero solos. Al estar conectado constantemente, el sujeto tiene la
sensación de estar en compañía sin tener que asumir las exigencias de la amistad en la
vida real; las relaciones interpersonales digitales se pueden controlar sin asumir las
dificultades de la relación cara a cara. Naturalmente, estas relaciones están muy lejos de
la voluntad social compartida de la teoría de Tönnies derivada de la afirmación de una
persona refrendada a su vez por la afirmación de la otra, aquella a la que se ha dirigido
la primera.
5.
Para concluir
Por requerimiento de Leopold von Wiese, Tönnies se propuso aclarar de forma
más precisa su concepto de relaciones sociales en su monografía de sociología. Su
punto de partida para la comprensión del hombre como zoon politikon es Aristóteles y
en razón de esta asunción fundamental piensa en relaciones de no hostilidad. “Todo lo
que yo llamo entidades sociales, esto es, unidades y cuerpos sociales, está totalmente
condicionado por el querer humano; querer dirigido hacia dichas entidades y
completamente afirmativo respecto de ellas” (Tönnies, 1931: 74). Ese querer se pone en
peligro con todo tipo de renuncia o debilidad de afirmación; el “no querer” las pone en
peligro y, en determinadas circunstancias puede llevar a negarlas y destruirlas.
Esta aclaración de Tönnies nos ha de servir para acometer la tarea de valorar qué
puede aportar su teoría sociológica del querer común a la discusión sociológica sobre
las transformaciones sociales derivadas de la extensión del uso de la tecnología digital
que se han tratado someramente en este estudio. Lo social se viene a entender, a grosso
modo, como la conectividad permanente, el uso profuso de las redes sociales, las
plataformas comunicativas o la opinión pública digital y esta comprensión de lo social
apenas guarda alguna relación con lo social según Tönnies.
Al entender del sociólogo alemán, las relaciones sociales son las realidades
sociales más simples caracterizadas radicalmente por su vinculación interior –innerliche
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Verbundenheit– que subsiste de modo completamente independiente de toda
coexistencia externa. Actúan, por tanto, de manera vinculante condicionando positiva y
negativamente: concediendo derechos recíprocos e imponiendo deberes recíprocos.
Cuando hablamos de las profundas transformaciones sociales que comporta la
extensión de la digitalización, nos referimos a las múltiples modos de relación que han
surgido en torno a este medio cuyas potencialidades como medio de comunicación son
extraordinarias por la eficacia racional que comportan. Sin embargo, como medio de
relación comporta peligros encubiertos para los sujetos que ignoran el mundo extraño
en el que se mueven sin contemplar prácticamente el establecimiento de normas que
permita construir realmente vida social. Este olvido de las normas que, de acuerdo con
Tönnies, proceden de forma natural de aquello que le corresponde al ser humano de lo
que nace el sentimiento del deber que es idéntico a la voluntad, al “yo quiero”, ha de ser
subsanado cuanto antes.
Del mismo modo que Tönnies entiende que el origen de la sociología se encuentra
en el querer social, cuando Enrique Martín-López reivindica un desarrollo armónico de
la sociología tras denunciar repetidamente su desarrollo hipertrófico, haciendo un
prestamo terminológico de la conocida tesis simmeliana de la hipertrofia de la cultura
objetiva en la modernidad, asume que el punto de partida de la sociología no es otro que
la acción social. Dice así: “Evidentemente, la acción y la relación social no deben ser
comprendidas como unidades físicamente elementales, pues lo fundamental en ellas es
ser vida social, ser aquello a lo que, a fin de cuentas, se reduce toda vida social (...)”. Y
añade: “Pero unidad no en sentido material, que por pura repetición engendrará los
grupos, las instituciones y las sociedades, sino unidad mental, en la que la mente
aprehende los elementos fundamentales de toda vida social” (Martín-López, 1997: 111).
Sorprende su proximidad a Tönnies cuando explica que el querer común se traduce en la
aparición en la conciencia pensante de los seres volentes de unas entidades singulares,
que quedarán fijas, incorporándose al ser constitutivo de estos seres humanos.
Por otro lado, Tönnies rechaza la interpretación de Von Wiese de acuerdo con la
cual reducir el concepto de lo social a las llamadas relaciones positivas de no hostilidad
responde a una concepción ética del término “social” del lenguaje corriente. Su
argumentación, no obstante, abre resquicios a las dudas: “Una concepción ética de la
palabra social no es adecuada en ningún caso a todo ese complejo al que yo aplico el
concepto de sociedad. Parece en cambio haber fundamento para ello cuando se trata de
la comunidad”. (Tönnies, 1931: 77) Se sobreentiende: en la comunidad se postulan
16
convicciones adscritas a valores y, por último, a una ética de lo bueno, la justicia y la
virtud en sentido aristotélico. La estricta consideración teórica, aduce, solo concede
valor a los fenómenos en su conexión y en su necesidad; quiere comprender por eso el
sometimiento a la ley biológica o sociológica de la vida en su evolución y tránsito.
Por último, siguiendo a Tönnies, “El conocimiento sociológico habrá demostrado
su eficacia dando buenos resultados si contribuye a aumentar el número de los que aman
a los seres humanos y a los pueblos, así como a reforzar y profundizar en su
pensamiento” (Tönnies, 1931: 77). Siendo así, la sociología tiene una firme vocación de
servicio a la sociedad que ha de materializarse para que la primera pueda justificarse en
cuanto tal. Si en la extensión del uso de las redes sociales en nuestras sociedades somos
capaces de tener en cuenta que solo el querer social puede dar lugar a la vida social, la
afirmación querida y consciente del otro respondida con otra igual de este de la que se
derivan derechos y obligaciones, entonces se podrá rectificar el rumbo de esta extensión
digital y se promoverá activamente la vida social: la familia, la vecindad y la amistad y
con ello la prestación de ayuda recíproca, la compañía u otros servicios.
Habrá que trabajar con ahínco en la prevención del acoso escolar, del
linchamiento en la red, de la radicalización extremista y de la soledad, a través de la
recuperación del sentido de lo social y de las normas y defendiendo a la comunidad
lejos de atribuciones idealizadas y románticas. De la cooperación de unos seres
humanos con otros en una obra común, en un clima de concordia y solidaridad, surgen
relaciones sociales comunitarias. Como se pregunta Cacioppo: “¿Las redes sociales
pueden abrir nuevas vías para conectar con los demás? Depende de cómo se usen.
Cuando la gente utiliza las redes para enriquecer las interacciones personales, pueden
ayudar a disminuir la soledad. Pero cuando sirven de sustitutas de una auténtica relación
humana, causan el resultado opuesto”. (Cacioppo, 2016) A esto hay que añadir que
dado que en el medio virtual es difícil de valorar si el otro es digno de confianza y
resulta relativamente fácil el engaño, la relación interpersonal en la red tiende a tener un
carácter meramente superficial.
Los riesgos detectados por la población española este mismo año, de acuerdo con
el Barómetro del CIS de febrero, referentes al aumento del conflicto familiar y la
pérdida de influencia de los padres sobre la educación de los hijos, así como a la
disminución de la comunicación en la pareja y de la protección de la intimidad, tendrán
que servir de acicate para buscar activamente la vida social en sentido tönniesiano
sustentada en el querer común y las normas sociales.
17
6.
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