EL PARADIGMA DE LAS MOVILIDADES: CONTRIBUCIONES Y LIMITACIONES1. Margarita Barañano Cid, Universidad Complutense de Madrid Palabras clave: paradigma de las movilidades, movilidades, proximidades, distancias, anclajes, ensamblajes, escalas Introducción John Urry comenzaba un interesante capítulo, escrito en 1996, dedicado a la “Sociología del tiempo y del espacio”, poco habitual en los manuales de teoría social, exponiendo una paradoja: la referida al contraste entre la centralidad de ambas nociones en la teoría sociológica contemporánea y su ausencia de la misma hasta muy recientemente. Esta referencia se completaba con diversas reflexiones, inspiradas en autores como Soja, según las cuales dicha ausencia habría sido aún más marcada en el caso del espacio, como consecuencia de su “aniquilamiento” por el tiempo en las sociedades capitalistas, conforme a la conocida expresión de Marx. Urry se hacía también eco del análisis según el cual la focalización de la atención en el espacio o en el tiempo por parte de diversas especialidades científicas, como la geografía o la historia, no se habría trasladado a la teoría social, ya que esta habría seguido apegada al análisis de sociedades nacionales hasta las últimas décadas del pasado siglo, unas sociedades cuya configuración espacial se habría dado por supuesto, por mor de su identificación implícita con los contenedores territoriales definidos por los Estados-nación. Habría que esperar, como seguía exponiendo Urry, a los años 70 -con obras como la de Castells o Lefebvre, cuestionadora, por ejemplo, la primera, de la identificación implícita de lo urbano con el mundo productivo de las ciudades, o con una forma de agregación local de un determinado tamaño- y, sobre todo, a la década siguiente, de los 80, para, de la mano de la reflexión de Giddens, entre otros, asistir a la llamada a la recuperación del espacio y del tiempo en el corazón de la teoría social. Esta entronización del espacio y del tiempo como los ejes básicos de lo social corresponden con lo que se ha llamado “el giro espacial” (Urry, 2007: 34, McDowell, 1 Este trabajo se apoya en l proyecto de investigación desarrollado como Visiting Fellow durante mi estancia en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales del Instituto Universitario Europeo de Florencia, y en el que he llevado a cabo en sendas estancias como Visiting Researcher en el Departamento de Sociología de la Universidad de Cambridge. 1991)2, que, a mi juicio, ha constituido uno de los componentes fundamentales de lo que cabe concebir como una reorientación central de la teoría social, en marcha desde las últimas décadas del siglo XX, y, a buen seguro, paralela de aquella que se produjo en unas fechas semejantes un siglo atrás (Stuart Hughes, 1992). Como sucediera también con aquella, este nuevo giro ha conocido multitud de versiones, muy heterogéneas y hasta contradictorias, por lo que hace tanto al análisis de sus principales expresiones como al enfoque apropiado de los mismos, o incluso a la propia relación de lo espacial con lo temporal y de su integración en la teoría social. Ello, no ha impedido que esta reorientación haya conseguido, como mínimo, un logro ya indiscutible, a saber, la visibilización de estas dos dimensiones de la vida social y de su relevancia en todos los ámbitos de la teorización y del análisis empírico de lo social. Sin duda, la obra de John Urry ha constituido una de las contribuciones de más calado y fecundas de lo que podemos llamar quizás de manera más precisa el “giro espacio-temporal”, apoyada en una multitud de obras que, hasta su reciente fallecimiento, no han dejado de cuestionar lo dado por supuesto y de tratar de comprender las modalidades emergentes de lo social, aportándonos nuevas herramientas conceptuales y teóricas. Valgan estas primeras palabras para esbozar que, como es sabido, la propuesta de Urry del “paradigma de las movilidades” se cimienta en una de las aportaciones más valiosas del panorama sociológico actual. Efectivamente, el interés por contribuir a una reorientación de las ciencias sociales está claramente presente en su trabajo ya desde tiempo atrás. Ello concuerda con la solidez y densidad de este paradigma, así como con su elevado grado de sistematización, y con su aplicación a múltiples ámbitos de la vida social, desde las migraciones, el turismo o la reconfiguración de las identidades personales. Su aportación es también estratégica por su objetivo, que, lejos de circunscribirse a la consideración de un aspecto parcial de lo social, referido bien sea a la dimensión espacial o a la temporal, apunta a un propósito más ambicioso: reformular los fundamentos mismos de las ciencias sociales y de su aproximación a la comprensión de lo social actual. Es en 2007 cuando Urry dedica a la exposición de lo que denomina “el paradigma de las movilidades” un conocido libro de idéntico título, que se acompañará, además, de 2 Según la definición de Urry proporcionada en su obra de 2007, dicho giro “se refiere a la teoría y a la investigación que pusieron en evidencia que las relaciones sociales están organizadas espacialmente, y que esta estructuración espacial supone una diferencia esencial de las relaciones sociales” , Urry, 2007: 34. una exposición igualmente precisa, pero mucho más breve, redactada con Sheller, en la presentación de la Revista Mobilities, en cuyas páginas se han seguido recogiendo hasta la fecha sucesivas aproximaciones a esta temática. Continuando la tesis teórica principal que había ido esbozando en importantes textos previos, ya desde su trabajo sobre el final del capitalismo organizado, de 1987, y, sobre todo, en su libro de 2000, titulado, “La sociología más allá de las sociedades. Movilidades en el Siglo XX”, Urry plantea la necesidad de sustituir la sociología de “lo social como sociedad” por la de “lo social como movilidad” (Urry, 2000: 2). Este desplazamiento iría unido a la necesidad de reemplazar las metáforas hegemónicas, como las de “orden social”, “estructura” o “región” por las de “redes”, “flujos”, o “fluidos”, focalizando la atención en el movimiento y la movilidad de las personas y los sistemas de objetos, frente a las formas “a-móviles” de la ciencia social anterior (Urry, 2007:19). Cogiendo en préstamo el conocido término de Kuhn, el autor propone así un nuevo paradigma, centrado en el movimiento y en las movilidades, tanto por lo que hace a su dimensión intensiva como extensiva. En esta dirección, especifica en esta obra cuáles serían las principales movilidades contemporáneas, y también disecciona las nuevas modalidades de “fluideces horizontales” emergentes, como las redes o los flujos, al tiempo que analiza los sistemas de objetos que posibilitan dichas movilidades, como sería el caso de los caminos y las aceras, los trenes, los coches las carreteras y los aeropuertos, los vuelos o las modalidades de conexión e imaginación virtuales. En esta dirección, persigue también fundamentar este paradigma en la puesta en cuestión de “los preceptos fundamentalmente “territoriales” y “sedentarios” del tipo de análisis anteriormente imperante. En una obra posterior, de 2010, denominada “Vidas móviles” escrita, como segundo autor, junto a Elliot, se vuelven a repasar las 12 tesis fundamentales en las que se apoya el paradigma de las movilidades, al tiempo que se centra la atención en las nuevas configuraciones de la movilidad en el marco de la vida cotidiana y personal y en lo que denomina la nueva “intimidad móvil”, en lo que respecta tanto a su dimensión real como imaginada o virtual. Por lo que hace al objeto del presente trabajo, hay que reiterar que se parte de la consideración de este paradigma como una de las aportaciones actuales más relevantes en la dirección del llamado “giro espacio-temporal”. Similar valoración merece el objetivo de esta propuesta, así como el aspecto, que, a mi juicio, constituye su contribución más acertada, esto es, el reconocimiento del carácter fluido, inestable, móvil de lo social en la actualidad, en contraste con su configuración mucho más estable y fija del pasado. Compartiendo la relevancia de la reorientación sugerida, se persigue, sin embargo, poner también en evidencia algunas de sus limitaciones. Y es que, pese a que desde dicho paradigma se pretende abordar el análisis de los desplazamientos en la configuración de lo social a partir de la intersección o de la “dialéctica” entre las movilidades y las inmovilidades o los arraigos, como se plantea en el texto en el que, a mi juicio, se recoge una de las versiones más interesantes de este paradigma, esto, la editorial en la que se presenta la Revista Mobilities, una su núcleo central no siempre tiene en cuenta este criterio. Así, el análisis de la reconfiguración de lo social se apoya en una versión que oscila entre la priorización de los procesos de desterritorialización y la relegación de algunas sedes de la vida social, como los lugares o los hogares, por entender que habrían perdido centralidad en la “estructuración de las redes”, a otra en que se apunta una dicotomía entre los espacios de “lo sedentario”, “lo territorial” y lo inmóvil, de un lado, y los espacios de la “movilidad”, de otro. Se deja de lado, en parte, la tarea de repensarlos a partir de los procesos de diversificación, resignificación y reconfiguración multiescalar y multidireccional. Algo similar sucede respecto de otras escalas de configuración de lo social distintas de la global, que apenas son consideradas en la aproximación de Urry. Este es el caso, muy señaladamente, de la escala correspondiente a los Estados-nación, que, como las sus respectivas sociedades nacionales, se encontrarían en declive, o bien sucedería que los procesos que les afectarían se caracterizarían por su creciente extra-territorialidad, al tiempo que otras dimensiones centrales de su configuración, como sus poblaciones o sus actividades económicas, habrían desbordado hace ya mucho tiempo las fronteras territoriales de su soberanía. Esta relegación de la dimensión estatal corre pareja, en parte, a una cierta minimización de la esfera de lo jurídico-político en estos procesos, claramente, por ejemplo, por lo que hace a la relevancia de la ciudadanía nacional como criterio de estratificación social, o espacio-temporal social (Albrow, 1999), o a las nuevas formas de gobernanza de las fronteras o de otros mecanismos de cierre dentro de la escala por parte de determinados Estados-nación, sobre todo, del mundo más desarrollado. Algo que, entre otras cuestiones, condicionaría formas de movilidad muy distintas de unos colectivos nacionales y otros, así como la emergencia de nuevas modalidades de movilidad disruptivas, en el sentido señalado recientemente por Sassen. Otro aspecto que apenas es considerado, en el marco de esta centralización de la atención en los flujos, es el relativo a los hogares, en su doble significado de espacio residencial, de una parte, y de casa, y sentido de casa, de otro (“household” y “home”). Algo que se considera en este trabajo que contrasta, sin embargo, de manera notable no sólo con la evidencia empírica relativa a la importancia crucial de estos espacios en la producción y reproducción de la vida, sino también con la atención creciente de que han sido objeto en las últimas décadas por parte de una interesante e innovadora literatura feminista o postcolonial, además de lo puesto de manifiesto desde la sociología urbana o por distintas corrientes de la geografía. En relación con este último aspecto, la obra de Urry realiza interesantes aportaciones, pero presenta también muchas limitaciones. El paradigma de las movilidades tiende, a mi juicio, a abordar este tipo de cuestiones subrayando, en todo caso, la complejidad de las movilidades que se generan en relación con los distintos tipos de lugares, por ejemplo, a los que se acude o de los que se sale, desatendiendo, de otro lado, en análisis de lo que sucede en su interior, el modo en cómo sus actividades se vinculan con los nuevos flujos que atraviesan su territorio, o cómo su radicación espacial se combina con la transnacionalización o translocalización de sus habitantes o de sus actividades por mor de dichos flujos. Esta focalización de la atención en las nuevas movilidades generadas entre esos espacios, también ahora móviles por lo antes expuesto, relega así a un segundo plano, o prácticamente evacúa, el análisis de lo que pasa dentro de estas cajas negras que, según este planteamiento, son los hogares o los lugares, o incluso los estados o las sociedades nacionales. Recurriendo a la terminología de Giddens (1984), lo que se pone en la parte visible del escenario son las movilidades, y los sujetos y objetos que discurren por ellas, o que posibilitan que se lleven a cabo, mientras que otros sujetos, objetos o espacios menos móviles, o más arraigados territorialmente – aunque ahora dichos arraigos sean en muchos casos múltiples y no únicos- son relegados, o, en otros momentos, se analizan como parte del “sedentarismo” y la inmovilidad. Se echa de menos entonces una consideración que, reconociendo su relevancia en la conformación de la vida social, como sucede con los hogares o las localidades y los lugares, y con las actividades productivas y reproductivas que tienen lugar en los mismos, sea capaz de dar cuenta, al tiempo, de sus nuevas versiones, sin duda más inestables, fluidas e inciertas que en el pasado, pero no por ello seguramente mucho menos relevantes, tanto por lo que hace a su dimensión geográfica como imaginada, incluyendo la territorial. En definitiva, que sus “fronteras” se prolonguen a través de nuevos flujos de interrelación, o que su composición interna o la reorganización de las relaciones de género y de la división de actividades en los mismos se re-articulen con relaciones a distancia, complejiza, sin duda, extremadamente su configuración actual, y la hace más inestable, heterogéna y fluida, pero esto no hace que su localización territorial o material haya perdido relevancia. En definitiva, la hipótesis de este trabajo es que el paradigma analizado, en su afán por identificar la profunda mudanza registrada en la conformación espacio-temporal de lo social hoy con el desplazamiento de la fijeza territorial por las nuevas movilidades, acaba por relegar el análisis de espacios básicos de vida social en torno a los cuales se habría organizado, en buena medida, dicha fijeza territorial hasta las décadas más recientes, como sería el caso de los lugares o de los hogares. Estos espacios se consideran preferentemente por lo que hace a su relación con las nuevas movilidades (por ejemplo, en relación con el turismo, en el caso de los lugares), oscureciendo el análisis de muchos de los importantes procesos que siguen desarrollándose en los mismos, en contacto con los flujos que les atraviesan. En otros casos, se identifican incluso con espacialidades en declive. El trabajo concluye exponiendo que, si bien el paradigma de las movilidades ofrece una interesante propuesta, a partir, sobre todo, de la consideración de las nuevas intersecciones entre las movilidades y las inmovilidades y los arraigos, se hace necesario seguir profundizando en este análisis desde una perspectiva cuyo punto de partida, más que las movilidades, sea el análisis de las transformaciones de las distintas escalas espaciales y sedes en los que se configura lo social, como los lugares o los hogares. En esta dirección se propone comprender las reconfiguraciones de estos nuevos “ensamblajes” (Sassen) de lo social incorporando también la consideración de las escalas (Swyngedouw, Soja), el juego de las proximidades y las distancias, redefinidas en el contexto actual (Boden) o el de las resignificaciones de los “anclajes” de la vida cotidiana (McDowell, Massey, Hayden). 2.- Antecedentes, fundamentos y tesis centrales del paradigma de las movilidades. Como se ha señalado, ya en su conocido libro de 1987, “El fin del capitalismo organizado”, redactado, como otros, con Scott Lash, donde ambos acuñan el término de “capitalismo desorganizado”, se concede una importante atención al cambio en las dimensiones temporal y espacial de las diferentes fases del desarrollo del capitalismo, desde lo que denomina la fase liberal a la característica del capitalismo organizado, y de aquí a la del capitalismo desorganizado. Si bien aún las metáforas de las redes o los flujos, o la cuestión de la movilidad, no están en el centro de su planteamiento, destaca ya el “declive de las economías distintivas, regionales y nacionales, así como de las ciudades industriales”, sustituidas en parte por ciudades más pequeñas y áreas rurales, en el marco del desarrollo de una economía mundial y del ascenso de la transmisión electrónica de la información y de la reducción de las distancias espacio-temporales (Urry, 1887: 16). También se centra la atención en lo que aún se conceptualiza como “la estructuración espacial y temporal de la economía y de la sociedad”, en su tránsito desde un tipo de capitalismo a otro. Además, la referencia a la desorganización del capitalismo anuncia no sólo el interés del autor por el cambio de lo social sino también algo de su conceptualización posterior en términos del declive de los modelos regulativos e institucionales más sólidos previos, y su sustitución por otros más inestables. En su conocida obra posterior, de 1993, también con Lash, los autores exponen que en su libro de 1987 no examinaron de manera suficiente la gran movilidad de los objetos y los sujetos, y cómo “estas movilidades están estructuradas y son estructurantes”, referencia esta última que enlaza con la temprana alusión de Urry al carácter constitutivo del espacio y del tiempo respecto de las relaciones sociales y económicas, en la dirección de lo apuntado por la teoría realista de la ciencia de Baskhar y otros. Esta referencia a un tratamiento insuficiente previo de la centralidad de la movilidad se acompaña de una mayor atención a los ejemplos crecientes de lo que denominan “sujetos móviles”, así como al carácter cada vez más abstracto de los objetos materiales, convertidos en signos en el contexto del postmodernismo y de una economía postindustrial o informacional. De esta manera, el “orden global contemporáneo” consistiría, antes que nada, en una “estructura de flujos, un conjunto de economías de espacios y de signos descentradas”, en una red asimétrica (Lash y Urry, 1993: 4). La referencia a los flujos, junto con otras muchos conceptos, como el de globalización o destradicionalización de la vida social, comparecen ya en esta obra, que los autores definen en algún momento como una “sociología global de flujos” entre otros aspectos (Lash y Urry, 1993: 5). También lo hace el desplazamiento de lo que denominan “las estructuras sociales de ámbito nacional” por “las estructuras globales de información y comunicación” (Lasy y Urry, 1993. 6), en el marco de una difusión creciente de estas últimas. Y junto con ello, hay una referencia también clara a la consolidación de la desterritorialización acarreada por el valor de signo que, en sus palabras, “disipa los últimos rasgos de territorialización” (Lash y Urry, 1993: 14), así como a la emergencia de un espacio de desorientación en la dirección apuntada por Jameson y Harvey (Lasy y Urry, 1993: 15). La reducción del tiempo a “series de acontecimientos desconectados y contingentes”, como sucede en el caso del video, unido al ascenso de dos temporalidades sociales, lo que denominan el tiempo de la instantaneidad, de una parte, y el tiempo glacial, de otra, contribuirían también a la sustitución de lo que inspirándose en el término de Janelle denominan la convergencia espacio-temporal nacionalizada por otra de carácter global. Junto con otros muchos análisis, a los que no cabe hace alusión aquí, ambos autores aportan en esta obra un concepto de utilidad para acercarse a las transformaciones en curso, el de “localidades globalizadas” (Urry, 1993: 17) con el que tratan de aproximarse a las transformaciones de los espacios locales postindustriales en un contexto de globalización. Las referencias a este concepto casi desaparecen sus obras posteriores, pese a que, a mi juicio, dicho concepto se orienta en la dirección pertinente, esto es, centra la atención en la mudanza de los espacios sociales centrales de la vida social en el nuevo marco global, en tanto que espacios referidos a territorios concretos, atravesados y transformados ahora por los flujos globales y devenidos en espacios más fluidos, heterogéneos e inestables, tanto por lo que hace a sus “fronteras” como a sus elementos constitutivos, o a las personas que los habitan o los frecuentan. Siendo importantes las teorizaciones previas, como también lo es la correspondiente a su libro de 2004, Global Complexity, parece claro, sin embargo, que un antecedente central en la formulación del paradigma de las movilidades, tal y como expone el propio autor (Urry, 2007: 9) es su obra de 2000, en este caso, escrita por Urry en solitario, titulada “Sociology beyond Societies”, cuyo expresivo subtítulo es precisamente “movilidades para el siglo XX”. De acuerdo con las elocuentes palabras del autor, el objetivo perseguido en este libro es “presentar un manifiesto en favor de una sociología que examine las diversas movilidades de las poblaciones, de los objetos, las imágenes, la información y los derroches, así como las complejas interdependencias entre ellas, y sus consecuencias sociales” (Urry, 2000: 1). El autor continúa refiriéndose en este libro a la necesidad de unas “nuevas reglas del método sociológico, requeridas por el aparente declive de las poderes de las sociedades nacionales (…) ya que habrían sido estas sociedades las que habrían proporcionado el contexto social para el estudio sociológico del presente” (Urry, 2000: 1-2). La tesis fundamental de este trabajo es que estas distintas movilidades “estarían transformando materialmente `lo social como sociedad´ en `lo social como movilidad´” (Urry: 2000: 2). Esta tesis sustentaría la conveniencia de una “nueva agenda central para la sociología” que sería “una agenda de la movilidad” (Urry, 2000: 2), dejando atrás la centralidad anterior del concepto de “sociedad humana” (Urry, 2000: 3). Se propone ya aquí en consecuencia una “sociología de las movilidades” (Urry, 2000: 4). Además, estas afirmaciones se acompañan en su obra de 2000 de la propuesta de recurrir a nuevas “metáforas horizontales” (Urry, 2000: 3) para aprehender estas nuevas versiones de lo social, móviles y desterritorializadas, como las de movilidad, redes, flujos (en otro momento se refiere a “redes y fluidos globales” (Urry, 2000: 37), o “fluideces horizontales”, que deberían ocupar el lugar que en el pasado tuvieron las de “orden social” “estática” (Urry: 2000: 18) “estructura” o “región” (Urry, 2000: 4). Todos estos conceptos se recogen y articulan de un modo mucho más sistemático en la obra de Urry de 2007, titulada, Mobilities, sobre la que gira básicamente este trabajo. Es aquí donde el autor, a partir del tipo de fundamentos previos citados, aborda la tarea de defender y definir el que llama paradigma de las movilidades, que, a su entender, supone “una revisión completa de las formas en las que los fenómenos sociales han sido examinados a través de la historia” (Urry; 2007: 44). En esta dirección, el autor no sólo se hace eco de prácticamente todas las tesis expuestas, recogidas en sus obras anteriores, sino que, además, rastrea los fundamentos de este paradigma en la teoría social previa, concediendo una importante atención al trabajo de Simmel, además de al de Marx, y otros investigadores contemporáneos. Asimismo, distingue 12 tipos modalidades principales de movilidad en el mundo contemporáneo (desde las vinculadas a la migración, la búsqueda de asilo o refugio, los viajes de negocios o de estudios o los de turismo o visita a amigos o familiares), así como otros 5 tipos de movilidades que dan cuenta de las múltiples dimensiones en juego (desde el viaje corporal de las personas, el movimiento físico de los objetos, el viaje de la imaginación a través de imágenes, el viaje virtual en tiempo real o el viaje comunicativo a través de las tecnologías de la comunicación). En este texto propone articular también las movilidades de los sujetos con los sistemas de objetos que las hacen posible, dejando atrás la aproximación humanista a estos procesos. Siguiendo a Thrift, apunta también cuáles habrían sido los diez procesos más relevantes que habrían dado pie a la emergencia de una nueva “estructura de sentimientos”. Urry enumera también en este libro los métodos de investigación pertinentes según el paradigma de las movilidades, y, sobre todo, explica las 12 tesis en las que se apoyaría el citado paradigma, que luego vuelve a listar, aumentando su número, en su libro de 2010 sobre “Vidas móviles”. Sin que queda dar cuenta de todas estas últimas, cabe resumir que en ellas el autor se refiere a: 1) las imbricaciones de diferentes formas de distancia y de presencia en las relaciones sociales; 2) la distinción de cinco tipos de movilidades, antes enumeradas, que organizan la vida social en este juego de la distancia y la proximidad; 3) la implicación en las movilidades físicas de cuerpos generizados, racializados, o de una determinada edad, así como su ensamblaje con objetos y tecnologías que producen “movilidades duraderas y estables” (Elliot y Urry, 2010: 16); 4) la existencia y modalidades de conexiones cara- a cara, generadas por obligaciones bien legales, o familiares o económicas; 5) la existencia de al menos 12 – en el texto de 2010 distingue 13- tipos distintos de movilidad, antes mencionadas; 6) “los profundos problemas generados por estas nuevas modalidades de distancia a la soberanía de los estados, sobre todo, por lo que hace al gobierno de sus poblaciones” Urry, 2010: 17), unas poblaciones que se mueven más allá de sus fronteras; 7) las diversas maneras en las que se articulan y rearticulan los sujetos y los objetos en las movilidades y, en general, en el espacio y el tiempo; 8) la importancia de la “affordance”, proporcionada por distintas superficies y objetos; 9) la circunstancia de que, cuanto más ricas son las sociedades, mayor es, por lo general, la diversidad de los sistemas de movilidad. Además, estos últimos “producen desigualdades sustanciales entre lugares y personas, dependiendo de su localización y del acceso a estos sistemas de movilidad” (Elliot y Urry, 2010: 19), algo que el autor relaciona con lo que denomina “el capital de red”. Esto significa que tener la capacidad de ser móvil es un poder, ya que representa una importante ventaja; 10) Los sistemas de movilidad se organizan alrededor de rutas y procesos por lo que circulan las personas, los objetos y la información, y sucede que, cuanto más valor concede una sociedad a la circulación, más importante resulta el capital de red; los sistemas de movilidad sedimentados tienden a duran en el tiempo, ya que se caracterizan por una “poderosa fijeza espacial” (Elliot y Urry, 2010: 11) la entronización en los últimos años de dos nuevos sistemas de movilidad: el referido a los ordenadores en red y al teléfono móvil; 12) la importancia del conocimiento experto en estos sistemas de movilidad ; 13) la estructuración de las experiencias de movilidad por sistemas de mundos materiales inmóviles, algunos incluso excepcionalmente inmóviles, como los puertos, los aeropuertos, o los garajes. De esta manera los artefactos móviles, como los teléfonos móviles, se superpondrían con distintas inmovilidades espacio-temporales. Como señalan los autores: “no se produce un incremento lineal en la fluidez sin sistemas extensivos de inmovilidad” (Elliot y Urry, 2010: 20) Las tesis señaladas fundamentan, según los autores citados, la pertinencia del paradigma de las movilidades. En lo que este trabajo se refiere, vamos a centrar la atención en aquellas que más relevantes resultan para responder a las cuestiones enunciadas en la introducción. Pero antes de ello, conviene añadir un breve pequeño repaso por las consideraciones de Urry sobre unos espacios específicos, los lugares, y por su tratamiento sobre los hogares, o por el sentido de casa, en tanto que vinculados a los arraigos y desarraigos, y, por tanto, relevantes para el análisis de las movilidades o inmovilidades. Urry apenas se ocupa en las obras citadas de los hogares en tanto que unidades residenciales, y se aproxima al sentido de “casa” partiendo de la distinción de Heidegger entre “building” y “dwelling”, vinculándolo, en tanto que espacio de arraigo, con el devenir de las comunidades locales, o la cuestión de la nación y de las diásporas. En cualquier caso, no concede relevancia en su trabajo al análisis de estos espacios físicos o materiales, como tampoco parece central en su trabajo la noción social de “morada” referida a los hogares, pese a constituir una escala omnipresente en la vida social. Esta última noción, en todo caso, se remite la cuestión al sentido de hogar proporcionado por la nación. Además, en las escasas referencias a los hogares contenidas en su trabajo, se alude a veces a su conversión en “móviles”, como habría sucedido también con muchos de los lugares o de las localidades, mientras que, en otros, los menos, se sitúa a los hogares del lado de la inmovilidad o de la fijeza. La situación con respecto a los lugares es semejante, si bien es cierto que en la obra de 2007, Urry les dedica un capítulo completo. Ahora bien, al centrar el abordaje de los mismos en su relación con las movilidades, se ocupa, sobre todo, de cuestiones, como el significado o el el afecto asociado a una serie de lugares considerados atractivos para ser visitados, o incluso de visita recomendada, como sucedía, en este último caso, con los balnearios durante el siglo XVIII y XIX o con determinados espacios icónicos por su singularidad arquitectónica o cultural. En esta misma dirección, se refiere, por ejemplo, al desplazamiento en el significado de espacios como las playas, desde su vinculación inicial con su consideración de zonas de cura para los sectores más elevados de la sociedad hasta su conversión en lugares para el consumo de masas. Aborda también en este capítulo cuestiones tales como la centralidad de ciertos lugares, paisajes y símbolos en la identidad nacional, algunos de los cuales “circularían” ahora incluso por el espacio global, convertidos en imágenes icónicas, y que, a su entender, resultarían hoy más importantes para dicha identidad que su territorio específico. Por último, analiza también diferentes modalidades de viajes globales y su relación con los lugares. Concluye señalando que los lugares “no son fijos e inmutables” y que “los lugares son producidos económica, política y culturalmente a través de las múltiples movilidades de las personas, pero también por mor del movimiento rápido del capital, los objetos, los signos y la información a través de muchas fronteras, configurando sólo lugares estables de espectáculo de manera contigente” (Urry, 2007: 269). 3.- Aproximaciones críticas al paradigma de las movilidades. Partiendo de lo hasta ahora expuesto, hay que señalar que dos de las principales limitaciones del paradigma de las movilidades tiene que ver tanto con la distinción establecida entre espacios de inmovilidad- asociados en muchos casos con los sistemas de objetos- y las movilidades, como, en segundo lugar, con la propia prioridad concedida a estas últimas tanto en el tipo de aproximación a los procesos sociales que se lleva a cabo como en las tesis sostenidas sobre la configuración de estos últimos. De acuerdo con la primera de las distinciones, los espacios caracterizados por su fijeza territorial, esto es, por su radicación en un espacio concreto, se analizan como espacios inmóviles, pese a que, paradójicamente, resulten esenciales para posibilitar las movilidades. Estas últimas, por el contrario, se presentan como ajenas al anclaje físico y territorial, como expresión de la desterritorialización por excelencia acaecida en el marco del capitalismo postindustrial y la expansión postmoderna de la circulación de los signos de hoy. En algunos casos, como se ha señalado, los hogares, por lo que hace a la consideración de su dimensión física, son situados por los autores de este paradigma en el lado de la inmovilidad y de los enraizamientos, y, las más de las veces, se entienden como móviles, de acuerdo con lo más arriba señalado. El análisis de este tipo de espacios, incluyendo los hogares, a partir de este tipo de distinción reproduce una aproximación dicotómica a las nuevas versiones de la espacialidad y temporalidad contemporáneas que ya recibió bastantes comentarios críticos en su versión en obras pasadas. Y es que este tipo de aproximación dicotómica dificulta analizar lo que es más relevante, esto es, cómo se transforman estos espacios, por ejemplo, los hogares o los lugares por mor de su imbricación con los flujos, cómo se re-articulan las interacciones y comunicaciones en co-presencia, proximidad y a distancia, y cuáles son los cambios que se desarrollan en su interior, por lo que hace a sus habitantes o a sus actividades, y en lo que respecta a su dimensiones física, simbólica o imaginada. Sin duda, su comprensión como espacios semiótico-materiales claves de la vida social ayudaría en esta tarea, algo que no está muy presente en el trabajo de Urry. Parecería, además, que en este tipo de planteamiento dicotómico, el enraizamiento físico o territorial, o la dimensión material de espacios como los aeropuertos, o los hogares, los convierte en inmóviles o en espacios de sedentariedad. Como, de manera especular, las movilidades serían refractarias a este tipo de encarnaciones territoriales. Y, sin embargo sabemos, como dijo Brenner, que los territorios siguen contando, al tiempo que sus fronteras, los habitantes, los hogares o las actividades que los ocupan adquieren nuevas versiones, más fluidas, heterogéneas e inestables que en el pasado. Algo similar cabría exponer respecto de la dimensión imaginada y vivida de los hogares o de los lugares, que se relega en un análisis que, como se ha expuesto, aborda, sobre todo, su reconfiguración en relación con los movimientos transnacionales o globales de poblaciones o de actividades, relacionados con el turismo, las migraciones u otros. Todo lo cual, a nuestro parecer también, tiene que ver seguramente con la elección de las movilidades, de la circulación, como el punto de partida de los cambios sociales, en lugar de centrar la atención en cómo las modalidades de articulación de lo social, y las principales sedes en que ello tiene lugar, se transforman en el contexto global actual, deviniendo más fluidas y cambiantes. En definitiva, parecería estar detrás de ello la tesis de que estas condensaciones o cristalizaciones de vida social que componen, por ejemplo, los lugares o los hogares, se habrían disuelto en buena medida en el contexto contemporáneo, como consecuencia de las transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales asociadas a la desorganización o desregulación postindustrial, desmaterializada, postmoderna y global, con sus consiguientes procesos de individualización y destradicionalización. Ello resultaría aún más marcado en el caso de las formas de habitar el mundo de los sectores sociales y las actividades económicas de más nivel, como aborda en “Vidas móviles”, entre los que este concepto alcanzaría su mayor expresión. Pero también se aplicaría al resto de los mortales, cada vez más individualizados y habituados a la circulación veloz en el tiempo y espacio virtuales y no virtuales. Este supuesto contrasta, empero, con lo puesto de manifiesto tiempo atrás por Sassen (1991) respecto de la concentración creciente de las actividades económicas hegemónicas en unos territorios muy concretos, situados inicialmente en el corazón de las ciudades globales de unos pocos países centrales del mundo. También Sennet se ha referido a la encarnación territorial de múltiples actividades en espacios concretos, y otros autores, como Andreotti, Le Galés o Moreno-Fuentes (2015) han puesto en evidencia la persistencia de los enraizamientos territoriales incluso entre los sectores de clases medias-altas urbanas. En fin, la literatura sobre la prolongada permanencia en los hogares de un sector importante de la población, la baja movilidad residencial de colectivos importantes, o la preferencia por encontrar una vivienda en un espacio conocido, y habitado por familiares o amigos, como por ejemplo, sucede en el caso de Madrid, y de otras ciudades españolas, abunda en la misma dirección. La centralidad del acceso a la vivienda en la vida de tantas personas, o el mantenimiento de la misma por períodos muy largos, son otros procesos que apuntan en este sentido. Cabe aludir también a la existencia de importantes procesos de segregación territorial, que dificultan desplazar la residencia de un área habitacional a otra, lo que se acompaña de un valor simbólico e imaginario de estos distintos espacios fuertemente sedimentado, por más que esté abierto también a su modificación mediante procesos de gentrificación o, en sentido contrario, de vulnerabilización. A mi juicio entonces partir de una cartografía y análisis de la mudanza actual de los ensamblajes centrales de vida social (Sassen, 2008), en tanto que condensaciones o cristalizaciones hoy inestables y fluidas, tales como los hogares, los lugares o los cuerpos, podría resultar más productivo que centrar la atención en las circulaciones que los vinculan. La consideración de estas últimas se integraría así en el marco de la comprensión de las transformaciones y es/re-configuración de estos ensamblajes, cada vez menos únivocamente locales para convertirse en translocales o glocales. A su vez, este tipo de aproximación, que sustituiría, en todo caso, la centralidad de las movilidades por la de la reconfiguración más fluida y heterogénea, permitiría dar entrada a otro aspecto apenas considerado en el trabajo de Urry, esto es, la cuestión de las escalas, y las nuevas modalidades de reorganización multiescalar de lo social hoy, como Swindegouw, Soja o Sassen han puesto de manifiesto. Bibliografía Ahmed, S., Castañeda, C., Fortier, A.M., Sheller, M. (2002). Uptrrotings/Regroundings. Questions of home and migration, Oxford: Berg. Andersen, B. (1983). Imagined communities, Londres: Verso. Appadurai, A. (2003). “Disjuncture and Difference in the Global Culture Economy”, in Evans Braziel, J. y Mannur, A. (eds.), Theorizing Diaspora, Oxford: Blackwell. Barañano, M. (2005). “Escalas, des/re-anclajes y transnacionalismo. Complejidades de la relación global-local” en A. Ariño (ed.), Las encrucijadas de la diversidad cultural, Madrid: CIS: 425-451. Barañano, M. 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