EL PARADIGMA DE LAS MOVILIDADES: CONTRIBUCIONES Y LIMITACIONES .

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EL PARADIGMA DE LAS MOVILIDADES: CONTRIBUCIONES Y
LIMITACIONES1.
Margarita Barañano Cid, Universidad Complutense de Madrid
Palabras clave: paradigma de las movilidades, movilidades, proximidades, distancias,
anclajes, ensamblajes, escalas
Introducción
John Urry comenzaba un interesante capítulo, escrito en 1996, dedicado a la “Sociología
del tiempo y del espacio”, poco habitual en los manuales de teoría social, exponiendo
una paradoja: la referida al contraste entre la centralidad de ambas nociones en la teoría
sociológica contemporánea y su ausencia de la misma hasta muy recientemente. Esta
referencia se completaba con diversas reflexiones, inspiradas en autores como Soja,
según las cuales dicha ausencia habría sido aún más marcada en el caso del espacio,
como consecuencia de su “aniquilamiento” por el tiempo en las sociedades capitalistas,
conforme a la conocida expresión de Marx. Urry se hacía también eco del análisis según
el cual la focalización de la atención en el espacio o en el tiempo por parte de diversas
especialidades científicas, como la geografía o la historia, no se habría trasladado a la
teoría social, ya que esta habría seguido apegada al análisis de sociedades nacionales
hasta las últimas décadas del pasado siglo, unas sociedades cuya configuración espacial
se habría dado por supuesto, por mor de su identificación implícita con los contenedores
territoriales definidos por los Estados-nación. Habría que esperar, como seguía
exponiendo Urry, a los años 70 -con obras como la de Castells o Lefebvre,
cuestionadora, por ejemplo, la primera, de la identificación implícita de lo urbano con el
mundo productivo de las ciudades, o con una forma de agregación local de un
determinado tamaño- y, sobre todo, a la década siguiente, de los 80, para, de la mano de
la reflexión de Giddens, entre otros, asistir a la llamada a la recuperación del espacio y
del tiempo en el corazón de la teoría social.
Esta entronización del espacio y del tiempo como los ejes básicos de lo social
corresponden con lo que se ha llamado “el giro espacial” (Urry, 2007: 34, McDowell,
1
Este trabajo se apoya en l proyecto de investigación desarrollado como Visiting Fellow durante mi
estancia en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales del Instituto Universitario Europeo de
Florencia, y en el que he llevado a cabo en sendas estancias como Visiting Researcher en el
Departamento de Sociología de la Universidad de Cambridge.
1991)2, que, a mi juicio, ha constituido uno de los componentes fundamentales de lo que
cabe concebir como una reorientación central de la teoría social, en marcha desde las
últimas décadas del siglo XX, y, a buen seguro, paralela de aquella que se produjo en
unas fechas semejantes un siglo atrás (Stuart Hughes, 1992). Como sucediera también
con aquella, este nuevo giro ha conocido multitud de versiones, muy heterogéneas y
hasta contradictorias, por lo que hace tanto al análisis de sus principales expresiones
como al enfoque apropiado de los mismos, o incluso a la propia relación de lo espacial
con lo temporal y de su integración en la teoría social. Ello, no ha impedido que esta
reorientación haya conseguido, como mínimo, un logro ya indiscutible, a saber, la
visibilización de estas dos dimensiones de la vida social y de su relevancia en todos los
ámbitos de la teorización y del análisis empírico de lo social. Sin duda, la obra de John
Urry ha constituido una de las contribuciones de más calado y fecundas de lo que
podemos llamar quizás de manera más precisa el “giro espacio-temporal”, apoyada en
una multitud de obras que, hasta su reciente fallecimiento, no han dejado de cuestionar
lo dado por supuesto y de tratar de comprender las modalidades emergentes de lo social,
aportándonos nuevas herramientas conceptuales y teóricas.
Valgan estas primeras palabras para esbozar que, como es sabido, la propuesta de Urry
del “paradigma de las movilidades” se cimienta en una de las aportaciones más valiosas
del panorama sociológico actual. Efectivamente, el interés por contribuir a una
reorientación de las ciencias sociales está claramente presente en su trabajo ya desde
tiempo atrás. Ello concuerda con la solidez y densidad de este paradigma, así como con
su elevado grado de sistematización, y con su aplicación a múltiples ámbitos de la vida
social, desde las migraciones, el turismo o la reconfiguración de las identidades
personales. Su aportación es también estratégica por su objetivo, que, lejos de
circunscribirse a la consideración de un aspecto parcial de lo social, referido bien sea a
la dimensión espacial o a la temporal, apunta a un propósito más ambicioso: reformular
los fundamentos mismos de las ciencias sociales y de su aproximación a la comprensión
de lo social actual.
Es en 2007 cuando Urry dedica a la exposición de lo que denomina “el paradigma de
las movilidades” un conocido libro de idéntico título, que se acompañará, además, de
2
Según la definición de Urry proporcionada en su obra de 2007, dicho giro “se refiere a la teoría y a la
investigación que pusieron en evidencia que las relaciones sociales están organizadas espacialmente, y
que esta estructuración espacial supone una diferencia esencial de las relaciones sociales” , Urry, 2007:
34.
una exposición igualmente precisa, pero mucho más breve, redactada con Sheller, en la
presentación de la Revista Mobilities, en cuyas páginas se han seguido recogiendo hasta
la fecha sucesivas aproximaciones a esta temática. Continuando la tesis teórica principal
que había ido esbozando en importantes textos previos, ya desde su trabajo sobre el
final del capitalismo organizado, de 1987, y, sobre todo, en su libro de 2000, titulado,
“La sociología más allá de las sociedades. Movilidades en el Siglo XX”, Urry plantea la
necesidad de sustituir la sociología de “lo social como sociedad” por la de “lo social
como movilidad” (Urry, 2000: 2). Este desplazamiento iría unido a la necesidad de
reemplazar las metáforas hegemónicas, como las de “orden social”, “estructura” o
“región” por las de “redes”, “flujos”, o “fluidos”, focalizando la atención en el
movimiento y la movilidad de las personas y los sistemas de objetos, frente a las formas
“a-móviles” de la ciencia social anterior (Urry, 2007:19). Cogiendo en préstamo el
conocido término de Kuhn, el autor propone así un nuevo paradigma, centrado en el
movimiento y en las movilidades, tanto por lo que hace a su dimensión intensiva como
extensiva. En esta dirección, especifica en esta obra cuáles serían las principales
movilidades contemporáneas, y también disecciona las nuevas modalidades de
“fluideces horizontales” emergentes, como las redes o los flujos, al tiempo que analiza
los sistemas de objetos que posibilitan dichas movilidades, como sería el caso de los
caminos y las aceras, los trenes, los coches las carreteras y los aeropuertos, los vuelos o
las modalidades de conexión e imaginación virtuales. En esta dirección, persigue
también fundamentar este paradigma en la puesta en cuestión de “los preceptos
fundamentalmente “territoriales” y “sedentarios” del tipo de análisis anteriormente
imperante.
En una obra posterior, de 2010, denominada “Vidas móviles” escrita, como segundo
autor, junto a Elliot, se vuelven a repasar las 12 tesis fundamentales en las que se apoya
el paradigma de las movilidades, al tiempo que se centra la atención en las nuevas
configuraciones de la movilidad en el marco de la vida cotidiana y personal y en lo que
denomina la nueva “intimidad móvil”, en lo que respecta tanto a su dimensión real
como imaginada o virtual.
Por lo que hace al objeto del presente trabajo, hay que reiterar que se parte de la
consideración de este paradigma como una de las aportaciones actuales más relevantes
en la dirección del llamado “giro espacio-temporal”. Similar valoración merece el
objetivo de esta propuesta, así como el aspecto, que, a mi juicio, constituye su
contribución más acertada, esto es, el reconocimiento del carácter fluido, inestable,
móvil de lo social en la actualidad, en contraste con su configuración mucho más
estable y fija del pasado.
Compartiendo la relevancia de la reorientación sugerida, se persigue, sin embargo,
poner también en evidencia algunas de sus limitaciones. Y es que, pese a que desde
dicho paradigma se pretende abordar el análisis de los desplazamientos en la
configuración de lo social a partir de la intersección o de la “dialéctica” entre las
movilidades y las inmovilidades o los arraigos, como se plantea en el texto en el que, a
mi juicio, se recoge una de las versiones más interesantes de este paradigma, esto, la
editorial en la que se presenta la Revista Mobilities, una su núcleo central no siempre
tiene en cuenta este criterio. Así, el análisis de la reconfiguración de lo social se apoya
en una versión que oscila entre la priorización de los procesos de desterritorialización y
la relegación de algunas sedes de la vida social, como los lugares o los hogares, por
entender que habrían perdido centralidad en la “estructuración de las redes”, a otra en
que se apunta una dicotomía entre los espacios de “lo sedentario”, “lo territorial” y lo
inmóvil, de un lado, y los espacios de la “movilidad”, de otro. Se deja de lado, en parte,
la tarea de repensarlos a partir de los procesos de diversificación, resignificación y
reconfiguración multiescalar y multidireccional.
Algo similar sucede respecto de otras escalas de configuración de lo social distintas de
la global, que apenas son consideradas en la aproximación de Urry. Este es el caso, muy
señaladamente, de la escala correspondiente a los Estados-nación, que, como las sus
respectivas sociedades nacionales, se encontrarían en declive, o bien sucedería que los
procesos que les afectarían se caracterizarían por su creciente extra-territorialidad, al
tiempo que otras dimensiones centrales de su configuración, como sus poblaciones o sus
actividades económicas, habrían desbordado hace ya mucho tiempo las fronteras
territoriales de su soberanía. Esta relegación de la dimensión estatal corre pareja, en
parte, a una cierta minimización de la esfera de lo jurídico-político en estos procesos,
claramente, por ejemplo, por lo que hace a la relevancia de la ciudadanía nacional como
criterio de estratificación social, o espacio-temporal social (Albrow, 1999), o a las
nuevas formas de gobernanza de las fronteras o de otros mecanismos de cierre dentro de
la escala por parte de determinados Estados-nación, sobre todo, del mundo más
desarrollado. Algo que, entre otras cuestiones, condicionaría formas de movilidad muy
distintas de unos colectivos nacionales y otros, así como la emergencia de nuevas
modalidades de movilidad disruptivas, en el sentido señalado recientemente por Sassen.
Otro aspecto que apenas es considerado, en el marco de esta centralización de la
atención en los flujos, es el relativo a los hogares, en su doble significado de espacio
residencial, de una parte, y de casa, y sentido de casa, de otro (“household” y “home”).
Algo que se considera en este trabajo que contrasta, sin embargo, de manera notable no
sólo con la evidencia empírica relativa a la importancia crucial de estos espacios en la
producción y reproducción de la vida, sino también con la atención creciente de que han
sido objeto en las últimas décadas por parte de una interesante e innovadora literatura
feminista o postcolonial, además de lo puesto de manifiesto desde la sociología urbana
o por distintas corrientes de la geografía.
En relación con este último aspecto, la obra de Urry realiza interesantes aportaciones,
pero presenta también muchas limitaciones. El paradigma de las movilidades tiende, a
mi juicio, a abordar este tipo de cuestiones subrayando, en todo caso, la complejidad de
las movilidades que se generan en relación con los distintos tipos de lugares, por
ejemplo, a los que se acude o de los que se sale, desatendiendo, de otro lado, en análisis
de lo que sucede en su interior, el modo en cómo sus actividades se vinculan con los
nuevos flujos que atraviesan su territorio, o cómo su radicación espacial se combina con
la transnacionalización o translocalización de sus habitantes o de sus actividades por
mor de dichos flujos. Esta focalización de la atención en las nuevas movilidades
generadas entre esos espacios, también ahora móviles por lo antes expuesto, relega así a
un segundo plano, o prácticamente evacúa, el análisis de lo que pasa dentro de estas
cajas negras que, según este planteamiento, son los hogares o los lugares, o incluso los
estados o las sociedades nacionales. Recurriendo a la terminología de Giddens (1984),
lo que se pone en la parte visible del escenario son las movilidades, y los sujetos y
objetos que discurren por ellas, o que posibilitan que se lleven a cabo, mientras que
otros sujetos, objetos o espacios menos móviles, o más arraigados territorialmente –
aunque ahora dichos arraigos sean en muchos casos múltiples y no únicos- son
relegados, o, en otros momentos, se analizan como parte del “sedentarismo” y la
inmovilidad. Se echa de menos entonces una consideración que, reconociendo su
relevancia en la conformación de la vida social, como sucede con los hogares o las
localidades y los lugares, y con las actividades productivas y reproductivas que tienen
lugar en los mismos, sea capaz de dar cuenta, al tiempo, de sus nuevas versiones, sin
duda más inestables, fluidas e inciertas que en el pasado, pero no por ello seguramente
mucho menos relevantes, tanto por lo que hace a su dimensión geográfica como
imaginada, incluyendo la territorial. En definitiva, que sus “fronteras” se prolonguen a
través de nuevos flujos de interrelación, o que su composición interna o la
reorganización de las relaciones de género y de la división de actividades en los mismos
se re-articulen con relaciones a distancia, complejiza, sin duda, extremadamente su
configuración actual, y la hace más inestable, heterogéna y fluida, pero esto no hace que
su localización territorial o material haya perdido relevancia.
En definitiva, la hipótesis de este trabajo es que el paradigma analizado, en su afán por
identificar la profunda mudanza registrada en la conformación espacio-temporal de lo
social hoy con el desplazamiento de la fijeza territorial por las nuevas movilidades,
acaba por relegar el análisis de espacios básicos de vida social en torno a los cuales se
habría organizado, en buena medida, dicha fijeza territorial hasta las décadas más
recientes, como sería el caso de los lugares o de los hogares. Estos espacios se
consideran preferentemente por lo que hace a su relación con las nuevas movilidades
(por ejemplo, en relación con el turismo, en el caso de los lugares), oscureciendo el
análisis de muchos de los importantes procesos que siguen desarrollándose en los
mismos, en contacto con los flujos que les atraviesan. En otros casos, se identifican
incluso con espacialidades en declive.
El trabajo concluye exponiendo que, si bien el paradigma de las movilidades ofrece una
interesante propuesta, a partir, sobre todo, de la consideración de las nuevas
intersecciones entre las movilidades y las inmovilidades y los arraigos, se hace
necesario seguir profundizando en este análisis desde una perspectiva cuyo punto de
partida, más que las movilidades, sea el análisis de las transformaciones de las distintas
escalas espaciales y sedes en los que se configura lo social, como los lugares o los
hogares. En esta dirección se propone comprender las reconfiguraciones de estos nuevos
“ensamblajes” (Sassen) de lo social incorporando también la consideración de las
escalas (Swyngedouw, Soja), el juego de las proximidades y las distancias, redefinidas
en el contexto actual (Boden) o el de las resignificaciones de los “anclajes” de la vida
cotidiana (McDowell, Massey, Hayden).
2.- Antecedentes, fundamentos y tesis centrales del paradigma de las movilidades.
Como se ha señalado, ya en su conocido libro de 1987, “El fin del capitalismo
organizado”, redactado, como otros, con Scott Lash, donde ambos acuñan el término de
“capitalismo desorganizado”, se concede una importante atención al cambio en las
dimensiones temporal y espacial de las diferentes fases del desarrollo del capitalismo,
desde lo que denomina la fase liberal a la característica del capitalismo organizado, y de
aquí a la del capitalismo desorganizado. Si bien aún las metáforas de las redes o los
flujos, o la cuestión de la movilidad, no están en el centro de su planteamiento, destaca
ya el “declive de las economías distintivas, regionales y nacionales, así como de las
ciudades industriales”, sustituidas en parte por ciudades más pequeñas y áreas rurales,
en el marco del desarrollo de una economía mundial y del ascenso de la transmisión
electrónica de la información y de la reducción de las distancias espacio-temporales
(Urry, 1887: 16). También se centra la atención en lo que aún se conceptualiza como “la
estructuración espacial y temporal de la economía y de la sociedad”, en su tránsito
desde un tipo de capitalismo a otro. Además, la referencia a la desorganización del
capitalismo anuncia no sólo el interés del autor por el cambio de lo social sino también
algo de su conceptualización posterior en términos del declive de los modelos
regulativos e institucionales más sólidos previos, y su sustitución por otros más
inestables.
En su conocida obra posterior, de 1993, también con Lash, los autores exponen que en
su libro de 1987 no examinaron de manera suficiente la gran movilidad de los objetos y
los sujetos, y cómo “estas movilidades están estructuradas y son estructurantes”,
referencia esta última que enlaza con la temprana alusión de Urry al carácter
constitutivo del espacio y del tiempo respecto de las relaciones sociales y económicas,
en la dirección de lo apuntado por la teoría realista de la ciencia de Baskhar y otros. Esta
referencia a un tratamiento insuficiente previo de la centralidad de la movilidad se
acompaña de una mayor atención a los ejemplos crecientes de lo que denominan
“sujetos móviles”, así como al carácter cada vez más abstracto de los objetos materiales,
convertidos en signos en el contexto del postmodernismo y de una economía
postindustrial o informacional. De esta manera, el “orden global contemporáneo”
consistiría, antes que nada, en una “estructura de flujos, un conjunto de economías de
espacios y de signos descentradas”, en una red asimétrica (Lash y Urry, 1993: 4). La
referencia a los flujos, junto con otras muchos conceptos, como el de globalización o
destradicionalización de la vida social, comparecen ya en esta obra, que los autores
definen en algún momento como una “sociología global de flujos” entre otros aspectos
(Lash y Urry, 1993: 5). También lo hace el desplazamiento de lo que denominan “las
estructuras sociales de ámbito nacional” por “las estructuras globales de información y
comunicación” (Lasy y Urry, 1993. 6), en el marco de una difusión creciente de estas
últimas. Y junto con ello, hay una referencia también clara a la consolidación de la
desterritorialización acarreada por el valor de signo que, en sus palabras, “disipa los
últimos rasgos de territorialización” (Lash y Urry, 1993: 14), así como a la emergencia
de un espacio de desorientación en la dirección apuntada por Jameson y Harvey (Lasy y
Urry, 1993: 15). La reducción del tiempo a “series de acontecimientos desconectados y
contingentes”, como sucede en el caso del video, unido al ascenso de dos
temporalidades sociales, lo que denominan el tiempo de la instantaneidad, de una parte,
y el tiempo glacial, de otra, contribuirían también a la sustitución de lo que inspirándose
en el término de Janelle denominan la convergencia espacio-temporal nacionalizada por
otra de carácter global. Junto con otros muchos análisis, a los que no cabe hace alusión
aquí, ambos autores aportan en esta obra un concepto de utilidad para acercarse a las
transformaciones en curso, el de “localidades globalizadas” (Urry, 1993: 17) con el que
tratan de aproximarse a las transformaciones de los espacios locales postindustriales en
un contexto de globalización. Las referencias a este concepto casi desaparecen sus obras
posteriores, pese a que, a mi juicio, dicho concepto se orienta en la dirección pertinente,
esto es, centra la atención en la mudanza de los espacios sociales centrales de la vida
social en el nuevo marco global, en tanto que espacios referidos a territorios concretos,
atravesados y transformados ahora por los flujos globales y devenidos en espacios más
fluidos, heterogéneos e inestables, tanto por lo que hace a sus “fronteras” como a sus
elementos constitutivos, o a las personas que los habitan o los frecuentan.
Siendo importantes las teorizaciones previas, como también lo es la correspondiente a
su libro de 2004, Global Complexity, parece claro, sin embargo, que un antecedente
central en la formulación del paradigma de las movilidades, tal y como expone el propio
autor (Urry, 2007: 9) es su obra de 2000, en este caso, escrita por Urry en solitario,
titulada “Sociology beyond Societies”, cuyo expresivo subtítulo es precisamente
“movilidades para el siglo XX”. De acuerdo con las elocuentes palabras del autor, el
objetivo perseguido en este libro es “presentar un manifiesto en favor de una sociología
que examine las diversas movilidades de las poblaciones, de los objetos, las imágenes,
la información y los derroches, así como las complejas interdependencias entre ellas, y
sus consecuencias sociales” (Urry, 2000: 1). El autor continúa refiriéndose en este libro
a la necesidad de unas “nuevas reglas del método sociológico, requeridas por el
aparente declive de las poderes de las sociedades nacionales (…) ya que habrían sido
estas sociedades las que habrían proporcionado el contexto social para el estudio
sociológico del presente” (Urry, 2000: 1-2). La tesis fundamental de este trabajo es que
estas distintas movilidades “estarían transformando materialmente `lo social como
sociedad´ en `lo social como movilidad´” (Urry: 2000: 2). Esta tesis sustentaría la
conveniencia de una “nueva agenda central para la sociología” que sería “una agenda
de la movilidad” (Urry, 2000: 2), dejando atrás la centralidad anterior del concepto de
“sociedad humana” (Urry, 2000: 3). Se propone ya aquí en consecuencia una
“sociología de las movilidades” (Urry, 2000: 4). Además, estas afirmaciones se
acompañan en su obra de 2000 de la propuesta de recurrir a nuevas “metáforas
horizontales” (Urry, 2000: 3) para aprehender estas nuevas versiones de lo social,
móviles y desterritorializadas, como las de movilidad, redes, flujos (en otro momento
se refiere a “redes y fluidos globales” (Urry, 2000: 37), o “fluideces horizontales”, que
deberían ocupar el lugar que en el pasado tuvieron las de “orden social” “estática”
(Urry: 2000: 18) “estructura” o “región” (Urry, 2000: 4).
Todos estos conceptos se recogen y articulan de un modo mucho más sistemático en la
obra de Urry de 2007, titulada, Mobilities, sobre la que gira básicamente este trabajo. Es
aquí donde el autor, a partir del tipo de fundamentos previos citados, aborda la tarea de
defender y definir el que llama paradigma de las movilidades, que, a su entender,
supone “una revisión completa de las formas en las que los fenómenos sociales han
sido examinados a través de la historia” (Urry; 2007: 44). En esta dirección, el autor no
sólo se hace eco de prácticamente todas las tesis expuestas, recogidas en sus obras
anteriores, sino que, además, rastrea los fundamentos de este paradigma en la teoría
social previa, concediendo una importante atención al trabajo de Simmel, además de al
de Marx, y otros investigadores contemporáneos. Asimismo, distingue 12 tipos
modalidades principales de movilidad en el mundo contemporáneo (desde las
vinculadas a la migración, la búsqueda de asilo o refugio, los viajes de negocios o de
estudios o los de turismo o visita a amigos o familiares), así como otros 5 tipos de
movilidades que dan cuenta de las múltiples dimensiones en juego (desde el viaje
corporal de las personas, el movimiento físico de los objetos, el viaje de la imaginación
a través de imágenes, el viaje virtual en tiempo real o el viaje comunicativo a través de
las tecnologías de la comunicación). En este texto propone articular también las
movilidades de los sujetos con los sistemas de objetos que las hacen posible, dejando
atrás la aproximación humanista a estos procesos. Siguiendo a Thrift, apunta también
cuáles habrían sido los diez procesos más relevantes que habrían dado pie a la
emergencia de una nueva “estructura de sentimientos”.
Urry enumera también en este libro los métodos de investigación pertinentes según el
paradigma de las movilidades, y, sobre todo, explica las 12 tesis en las que se apoyaría
el citado paradigma, que luego vuelve a listar, aumentando su número, en su libro de
2010 sobre “Vidas móviles”. Sin que queda dar cuenta de todas estas últimas, cabe
resumir que en ellas el autor se refiere a: 1) las imbricaciones de diferentes formas de
distancia y de presencia en las relaciones sociales; 2) la distinción de cinco tipos de
movilidades, antes enumeradas, que organizan la vida social en este juego de la
distancia y la proximidad; 3) la implicación en las movilidades físicas de cuerpos
generizados, racializados, o de una determinada edad, así como su ensamblaje con
objetos y tecnologías que producen “movilidades duraderas y estables” (Elliot y Urry,
2010: 16); 4) la existencia y modalidades de conexiones cara- a cara, generadas por
obligaciones bien legales, o familiares o económicas; 5) la existencia de al menos 12 –
en el texto de 2010 distingue 13- tipos distintos de movilidad, antes mencionadas; 6)
“los profundos problemas generados por estas nuevas modalidades de distancia a la
soberanía de los estados, sobre todo, por lo que hace al gobierno de sus poblaciones”
Urry, 2010: 17), unas poblaciones que se mueven más allá de sus fronteras; 7) las
diversas maneras en las que se articulan y rearticulan los sujetos y los objetos en las
movilidades y, en general, en el espacio y el tiempo; 8) la importancia de la
“affordance”, proporcionada por distintas superficies y objetos; 9) la circunstancia de
que, cuanto más ricas son las sociedades, mayor es, por lo general, la diversidad de los
sistemas de movilidad. Además, estos últimos “producen desigualdades sustanciales
entre lugares y personas, dependiendo de su localización y del acceso a estos sistemas
de movilidad” (Elliot y Urry, 2010: 19), algo que el autor relaciona con lo que denomina
“el capital de red”. Esto significa que tener la capacidad de ser móvil es un poder, ya
que representa una importante ventaja; 10) Los sistemas de movilidad se organizan
alrededor de rutas y procesos por lo que circulan las personas, los objetos y la
información, y sucede que, cuanto más valor concede una sociedad a la circulación, más
importante resulta el capital de red; los sistemas de movilidad sedimentados tienden a
duran en el tiempo, ya que se caracterizan por una “poderosa fijeza espacial” (Elliot y
Urry, 2010: 11) la entronización en los últimos años de dos nuevos sistemas de
movilidad: el referido a los ordenadores en red y al teléfono móvil; 12) la importancia
del conocimiento experto en estos sistemas de movilidad ; 13) la estructuración de las
experiencias de movilidad por sistemas de mundos materiales inmóviles, algunos
incluso excepcionalmente inmóviles, como los puertos, los aeropuertos, o los garajes.
De esta manera los artefactos móviles, como los teléfonos móviles, se superpondrían
con distintas inmovilidades espacio-temporales. Como señalan los autores: “no se
produce un incremento lineal en la fluidez sin sistemas extensivos de inmovilidad”
(Elliot y Urry, 2010: 20)
Las tesis señaladas fundamentan, según los autores citados, la pertinencia del paradigma
de las movilidades. En lo que este trabajo se refiere, vamos a centrar la atención en
aquellas que más relevantes resultan para responder a las cuestiones enunciadas en la
introducción. Pero antes de ello, conviene añadir un breve pequeño repaso por las
consideraciones de Urry sobre unos espacios específicos, los lugares, y por su
tratamiento sobre los hogares, o por el sentido de casa, en tanto que vinculados a los
arraigos y desarraigos, y, por tanto, relevantes para el análisis de las movilidades o
inmovilidades.
Urry apenas se ocupa en las obras citadas de los hogares en tanto que unidades
residenciales, y se aproxima al sentido de “casa” partiendo de la distinción de Heidegger
entre “building” y “dwelling”, vinculándolo, en tanto que espacio de arraigo, con el
devenir de las comunidades locales, o la cuestión de la nación y de las diásporas. En
cualquier caso, no concede relevancia en su trabajo al análisis de estos espacios físicos o
materiales, como tampoco parece central en su trabajo la noción social de “morada”
referida a los hogares, pese a constituir una escala omnipresente en la vida social. Esta
última noción, en todo caso, se remite la cuestión al sentido de hogar proporcionado por
la nación. Además, en las escasas referencias a los hogares contenidas en su trabajo, se
alude a veces a su conversión en “móviles”, como habría sucedido también con muchos
de los lugares o de las localidades, mientras que, en otros, los menos, se sitúa a los
hogares del lado de la inmovilidad o de la fijeza.
La situación con respecto a los lugares es semejante, si bien es cierto que en la obra de
2007, Urry les dedica un capítulo completo. Ahora bien, al centrar el abordaje de los
mismos en su relación con las movilidades, se ocupa, sobre todo, de cuestiones, como el
significado o el el afecto asociado a una serie de lugares considerados atractivos para ser
visitados, o incluso de visita recomendada, como sucedía, en este último caso, con los
balnearios durante el siglo XVIII y XIX o con determinados espacios icónicos por su
singularidad arquitectónica o cultural. En esta misma dirección, se refiere, por ejemplo,
al desplazamiento en el significado de espacios como las playas, desde su vinculación
inicial con su consideración de zonas de cura para los sectores más elevados de la
sociedad hasta su conversión en lugares para el consumo de masas. Aborda también en
este capítulo cuestiones tales como la centralidad de ciertos lugares, paisajes y símbolos
en la identidad nacional, algunos de los cuales “circularían” ahora incluso por el espacio
global, convertidos en imágenes icónicas, y que, a su entender, resultarían hoy más
importantes para dicha identidad que su territorio específico. Por último, analiza
también diferentes modalidades de viajes globales y su relación con los lugares.
Concluye señalando que los lugares “no son fijos e inmutables” y que “los lugares son
producidos económica, política y culturalmente a través de las múltiples movilidades de
las personas, pero también por mor del movimiento rápido del capital, los objetos, los
signos y la información a través de muchas fronteras, configurando sólo lugares
estables de espectáculo de manera contigente” (Urry, 2007: 269).
3.- Aproximaciones críticas al paradigma de las movilidades.
Partiendo de lo hasta ahora expuesto, hay que señalar que dos de las principales
limitaciones del paradigma de las movilidades tiene que ver tanto con la distinción
establecida entre espacios de inmovilidad- asociados en muchos casos con los sistemas
de objetos- y las movilidades, como, en segundo lugar, con la propia prioridad
concedida a estas últimas tanto en el tipo de aproximación a los procesos sociales que se
lleva a cabo como en las tesis sostenidas sobre la configuración de estos últimos.
De acuerdo con la primera de las distinciones, los espacios caracterizados por su fijeza
territorial, esto es, por su radicación en un espacio concreto, se analizan como espacios
inmóviles, pese a que, paradójicamente, resulten esenciales para posibilitar las
movilidades. Estas últimas, por el contrario, se presentan como ajenas al anclaje físico y
territorial, como expresión de la desterritorialización por excelencia acaecida en el
marco del capitalismo postindustrial y la expansión postmoderna de la circulación de
los signos de hoy. En algunos casos, como se ha señalado, los hogares, por lo que hace a
la consideración de su dimensión física, son situados por los autores de este paradigma
en el lado de la inmovilidad y de los enraizamientos, y, las más de las veces, se
entienden como móviles, de acuerdo con lo más arriba señalado.
El análisis de este tipo de espacios, incluyendo los hogares, a partir de este tipo de
distinción reproduce una aproximación dicotómica a las nuevas versiones de la
espacialidad y temporalidad contemporáneas que ya recibió bastantes comentarios
críticos en su versión en obras pasadas. Y es que este tipo de aproximación dicotómica
dificulta analizar lo que es más relevante, esto es, cómo se transforman estos espacios,
por ejemplo, los hogares o los lugares por mor de su imbricación con los flujos, cómo se
re-articulan las interacciones y comunicaciones en co-presencia, proximidad y a
distancia, y cuáles son los cambios que se desarrollan en su interior, por lo que hace a
sus habitantes o a sus actividades, y en lo que respecta a su dimensiones física,
simbólica o imaginada. Sin duda, su comprensión como espacios semiótico-materiales
claves de la vida social ayudaría en esta tarea, algo que no está muy presente en el
trabajo de Urry. Parecería, además, que en este tipo de planteamiento dicotómico, el
enraizamiento físico o territorial, o la dimensión material de espacios como los
aeropuertos, o los hogares, los convierte en inmóviles o en espacios de sedentariedad.
Como, de manera especular, las movilidades serían refractarias a este tipo de
encarnaciones territoriales. Y, sin embargo sabemos, como dijo Brenner, que los
territorios siguen contando, al tiempo que sus fronteras, los habitantes, los hogares o las
actividades que los ocupan adquieren nuevas versiones, más fluidas, heterogéneas e
inestables que en el pasado.
Algo similar cabría exponer respecto de la dimensión imaginada y vivida de los hogares
o de los lugares, que se relega en un análisis que, como se ha expuesto, aborda, sobre
todo, su reconfiguración en relación con los movimientos transnacionales o globales de
poblaciones o de actividades, relacionados con el turismo, las migraciones u otros. Todo
lo cual, a nuestro parecer también, tiene que ver seguramente con la elección de las
movilidades, de la circulación, como el punto de partida de los cambios sociales, en
lugar de centrar la atención en cómo las modalidades de articulación de lo social, y las
principales sedes en que ello tiene lugar, se transforman en el contexto global actual,
deviniendo más fluidas y cambiantes. En definitiva, parecería estar detrás de ello la tesis
de que estas condensaciones o cristalizaciones de vida social que componen, por
ejemplo, los lugares o los hogares, se habrían disuelto en buena medida en el contexto
contemporáneo, como consecuencia de las transformaciones económicas, sociales,
políticas y culturales asociadas a la desorganización o desregulación postindustrial,
desmaterializada, postmoderna y global, con sus consiguientes procesos de
individualización y destradicionalización. Ello resultaría aún más marcado en el caso de
las formas de habitar el mundo de los sectores sociales y las actividades económicas de
más nivel, como aborda en “Vidas móviles”, entre los que este concepto alcanzaría su
mayor expresión. Pero también se aplicaría al resto de los mortales, cada vez más
individualizados y habituados a la circulación veloz en el tiempo y espacio virtuales y
no virtuales.
Este supuesto contrasta, empero, con lo puesto de manifiesto tiempo atrás por Sassen
(1991) respecto de la concentración creciente de las actividades económicas
hegemónicas en unos territorios muy concretos, situados inicialmente en el corazón de
las ciudades globales de unos pocos países centrales del mundo. También Sennet se ha
referido a la encarnación territorial de múltiples actividades en espacios concretos, y
otros autores, como Andreotti, Le Galés o Moreno-Fuentes (2015) han puesto en
evidencia la persistencia de los enraizamientos territoriales incluso entre los sectores de
clases medias-altas urbanas. En fin, la literatura sobre la prolongada permanencia en los
hogares de un sector importante de la población, la baja movilidad residencial de
colectivos importantes, o la preferencia por encontrar una vivienda en un espacio
conocido, y habitado por familiares o amigos, como por ejemplo, sucede en el caso de
Madrid, y de otras ciudades españolas, abunda en la misma dirección. La centralidad del
acceso a la vivienda en la vida de tantas personas, o el mantenimiento de la misma por
períodos muy largos, son otros procesos que apuntan en este sentido. Cabe aludir
también a la existencia de importantes procesos de segregación territorial, que dificultan
desplazar la residencia de un área habitacional a otra, lo que se acompaña de un valor
simbólico e imaginario de estos distintos espacios fuertemente sedimentado, por más
que esté abierto también a su modificación mediante procesos de gentrificación o, en
sentido contrario, de vulnerabilización.
A mi juicio entonces partir de una cartografía y análisis de la mudanza actual de los
ensamblajes centrales de vida social (Sassen, 2008), en tanto que condensaciones o
cristalizaciones hoy inestables y fluidas, tales como los hogares, los lugares o los
cuerpos, podría resultar más productivo que centrar la atención en las circulaciones que
los vinculan. La consideración de estas últimas se integraría así en el marco de la
comprensión de las transformaciones y es/re-configuración de estos ensamblajes, cada
vez menos únivocamente locales para convertirse en translocales o glocales. A su vez,
este tipo de aproximación, que sustituiría, en todo caso, la centralidad de las
movilidades por la de la reconfiguración más fluida y heterogénea, permitiría dar
entrada a otro aspecto apenas considerado en el trabajo de Urry, esto es, la cuestión de
las escalas, y las nuevas modalidades de reorganización multiescalar de lo social hoy,
como Swindegouw, Soja o Sassen han puesto de manifiesto.
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