Conflictos, Riesgos e Intervención Socioambiental Una aproximación sociológica Arturo Vallejos Romero

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Conflictos, Riesgos e Intervención Socioambiental
Una aproximación sociológica1
Arturo Vallejos Romero2
La ponencia quiere enfrentar el problema con que se encuentran los modelos de
intervención ante sus mermados éxitos en la transformación social sobre riesgos y peligros
ocasionados por conflictos socioambienatles. Queremos poner en tensión las formas
autoritativas/normativas/prescriptivas de intervención, realizando una observación que nos
proporcione un marco que visibilice los frenos para dar cuenta de lo que desea resolver. De
fondo,
queremos
esbozar
aproximaciones
para
enfrentar
conflictos
y
riesgos
socioambientales altamente complejos que genera una modernidad funcionalmente
diferenciada y cuyos modelos, más que prescribir, inviten a una autotransformación. Lo
anterior será ilustrado con algunos ejemplos de riesgos y peligros asociados a conflictos
sociambientales en Chile y América Latina.
Palabras Clave: Intervención, Normatividad, Autorregulación, Diferenciación, Resonancia.
1
Ponencia asociada a los proyectos Fondecyt 1120554, Intercambio CONICYT/CNRS y al Núcleo de
Gobernanza Ambiental de la Universidad de Los Lagos, Osorno, Chile.
2
Sociólogo y Doctor en Investigación en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales, Sede México (FLACSO-México). Profesor e investigador del Centro de Estudios del Desarrollo
Regional y Local (CEDER) de la Universidad de Los Lagos, Osorno, Chile. Dirección: Lord Cochrane 1225,
Casilla 933, Teléfonos: 56-64-333583; 56-64-333579, Fax, 56-64-333583. E-mail: [email protected]
1.
Introducción
Los riesgos y peligros asociados a conflictos socioambientales se han convertido en la
actualidad en los principales focos de tensión de la modernidad (Beck 2006), llegando a poner
en peligro los requisitos básicos para la vida en general y la vida social en particular (Beck
2006: 29-31, Giddens, 1993, Bauman 2006), los cuales han dejado de ser un opuesto situado
fuera del orden social para tomar la forma de diversos y complejos problemas que provienen
desde el interior de la propia sociedad (Beck, 2006). Los riesgos y peligros que la dinámica
social produce, se expresan en territorios acotados (in situ), pero se conciben –en su génesis y
externalidades (positivas como negativas)- como globales, mundiales, (Giddens, 1993, Beck,
2008, 2006, 2002, Luhmann, 2007 1992), presentándose imprevisibles como inevitables y
haciendo trizas la idea de seguridad. Por ello, los efectos que estos desencadenan afectan a
todos por igual, centro como periferia, poniendo en tensión los modelos de intervención que
producen para prevenir y controlar los riesgos que producen, mostrándose cada vez más
ineficientes ante sus manifestaciones.
Por lo tanto, al hacerse cargo de este tipo de problemáticas sociales, la sociedad (normas,
esferas y organizaciones) pierde la garantía de seguridad y control, creando más
inseguridades e improbabilidades al activar diversas formas para responder a los riesgos y
peligros generados por la conflictividad socioambiental (Luhmann 1992, 1996), produciéndose
limitaciones en sus formas de reflexión, decisión y acción. Lo que se muestra limitado y
pareciera requerir una mayor atención, finalmente, es la capacidad de la racionalidad
moderno-occidental, accionada por la política y sustentada por la ciencia, para estructurar
respuestas ante los complejos riesgos socioambientales.
En este sentido, la amenaza ambiental (riesgos y peligros) autoprovocada ha llegado a ocupar
un lugar destacado en la sociedad moderna (Arnold 2003), pues tales acciones carecen de un
lugar propio desde donde pueda ser pensada para orientar las respuestas sociales ante los
riesgos (Luhmann 1992, Arnold 2000). Esto se estabiliza y se hace recurrente cuando eventos
socioambientales agudos generan reverberancia comunicacional, favoreciendo que los
sistemas incorporen distinciones sobre los riesgos (Arnold 2003). Es así que aunque tales
riesgos expresados en problemas y conflictos se hagan o no se hagan manifiestos y sean
rechazados públicamente, los actores sociales por medio de sus propias distinciones,
aprueban y rechazan los riesgos y las interpretaciones que se hagan de éstos. Ello no
ocurre automáticamente ni depende de la intensidad de los eventos, siendo necesarias
condiciones en las estructuras de los propios sistemas, organizaciones y actores sociales de
manera que puedan manifestar irritación ante los problemas.
Entonces, y para que lo anterior tenga respuesta, la existencia de resonancias
comunicativas ante los eventos asociados a los riesgos y peligros en organizaciones como
actores sociales, lo harán elaborando tales ofertas de sentido bajo sus propios formas de
observar su entorno: las organizaciones políticas las registrarán a través del filtro del poder, las
empresas lo harán a través del dinero y los actores sociales con filtros basados en sus
vivencias (valóricos). Así, la elevación de la capacidad de incentivos permite a cada subsistema responder a los problemas soicioambientales en sus propias lógicas de operación, aun
cuando ello no sea posible en la totalidad del sistema social (Paulus 2004: 203). Se concluye,
por tanto, que las respuestas de los actores sociales ante los riesgos sólo pueden ocurrir
fragmentadamente y ante la pérdida de una racionalidad única, los modelos de intervención se
encuentran ante una complejidad con la cual tiene que lidiar para alcanzar los objetivos que se
proponen.
2.
Modernidad, Riesgos y Conflictividad socioambiental
Los riesgos en torno a conflictos socioambientales, como los generados por la contaminación
atmosférica, termoeléctricas, hidroeléctricas, entre otros, pueden ser observados y atribuidos
como resultados del diseño e implementación de los modelos de desarrollo económico,
anclados en pujantes procesos de industrialización, urbanización y grandes megaproyectos que
han tenido lugar en los últimos 25 años (Altieri y Rojas 1999, Quiroga 2001). Los problemas
ambientales derivados de este proceso, no sólo se han expandido y complejizado en las
últimas décadas (Camus y Hajek 1998, INAP, 2006), sino que la capacidad privada e
institucional para prevenirlos y resolverlos se ha visto sobrepasada (OCDE 2005; Sepúlveda y
Rojas, 2010).
Ante tales riesgos y conflictos, la sociedad ha reaccionado a través de una conflictividad que
ha escalado en intensidad desde 1990 (Sabatini y Sepúlveda 1997, Sabatini 1998) y donde
tales reacciones no han sido respuestas automáticas y superficiales ante los riesgos, sino que
han estado mediatizadas por el significado que los problemas ambientales tienen para las
organizaciones y actores sociales (Beck 1995, Rojas 1995, Sepúlveda y Geisse 1995). Por un
lado, la expresión social ante tal aumento de los riesgos ecológicos y sus externalidades han
generado conflictos con una gran reverberancia social mientras que, por otro lado, los
problemas ambientales se multiplican sin que necesariamente generen manifestaciones de la
sociedad, lo que no quiere decir que no sean visibilizados o percibidos por quienes son
impactados (Espluga, 2004, 2007; Espluga y Farré, 2007).
Por lo anterior, el estudio de los riesgos y peligros, expresados en problemas o conflictos
socioambientales – latentes como manifiestos–, así como las formas de intervención para dar
cuenta de ellos, establecen un ámbito privilegiado para analizar los rendimientos de las
diseños y estrategias de éstos últimos Por lo tanto, la producción y gestión de los riesgos y
peligros evidencian y ponen en tensión, al mismo tiempo, tanto las percepciones,
construcciones y relaciones de los distintos actores hacia ellos, como los modelos de
intervención socioambiental diseñados para hacerse cargo de tales fenómenos.
Dada la ausencia de una racionalidad global capaz de guiar unificadamente las respuestas
sociales ante los riesgos y peligros socioambientales (Arnold, 2003), éstos cumplen ante
nuestros ojos la función de visibilizar la imprevisibilidad de los riesgos indeseados de la
modernización industrial, generando reacciones sociales que movilizan nuevas racionalidades
contrapuestas a las dominantes (Beck 2006). Asimismo, las limitaciones de las instituciones
para hacerse cargo de los riesgos revelan, no sólo su complejidad, sino el hecho que los
marcos, modelos y estrategias actuales no están a la altura de una sociedad que ha tomado
ribetes muy diferentes a las que nos precedieron.
3.
La intervención socioambiental
En el contexto de las transformaciones sociales que han tenido lugar en las últimas décadas,
las sociedades latinoamericanas han tendido crecientemente a la automatización de sus
sistemas (clausura de sus operaciones) y a la diferenciación de sus funciones, y ya no
pueden operar con y desde centros que imaginen y hagan, rol que han cumplido los
sistemas políticos centrales y sus políticas tradicionalmente (conceptualización sobre
modernidades periféricas, véase Mascareño, 2000, 2011; Vallejos, 2007, 2008, 2009; sobre
el rol del Estado en América Latina Valdivieso 2002, 2009).
La alta diferenciación que ha alcanzado la sociedad ha llevado a que cada sistema opere en
base a un código sustentado en un esquema binario, como por ejemplo tener/no tener o
pagar/no pagar en la economía, legal/ilegal en el derecho, tener poder/no tener poder en la
política, entre otros. Así también, la función de cada uno de los sistemas se especializa y
consiste en resolver un problema de la sociedad, no pudiendo ningún otro sistema hacer su
trabajo, aunque éste se sienta agobiado en tiempos difíciles o de “vacas flacas”. De tal
modo, la política tendrá como función tomar decisiones que vinculen colectivamente, la
economía tendrá que ver con la escasez y la ciencia con producir teorías, funciones y tareas
muy distintas a cumplir. De aquí la idea que no exista a priori una jerarquía u orden de
importancia, porque cada sistema asume una posición prioritaria para producir y reproducir
las operaciones de la sociedad. Esta descripción se refiere a sociedades funcionalmente
diferenciadas o también llamadas policéntricas, sociedades que no obedecen a un centro
(Polanyi, 1992), donde no hay un sistema que cumpla la función de eje gravitacional o polo
de atracción de un sistema sobre otros que se encuentren en su entorno, como se pensó en
el pasado que ocurría (Mascareño, 2000).
Las características de la actual sociedad moderna y sus sistemas funcionales, que más arriba
hemos detallado someramente, nos lleva a plantear que cuando cualquier órgano público o
semipúblico trabaja en la elaboración de formas de intervención, plasmadas, por ejemplo,
en políticas públicas, deberá tener en cuenta el operar de una sociedad mundial, que a un
nivel organizativo despliega como forma primaria la diferenciación por funciones, pero a
un nivel estructural –según las regiones del mundo donde se observe- sus formas tenderán a
ser plásticas y la intervención que propicie deberá tener en cuenta, en un segundo nivel, las
operaciones de los sistemas que van a ser intervenidos.
En adelante, se argumentará que las forma de intervención socioambiental no debe ser algo
impuesto por el proponente, es decir, una persuasión que tenga las características de
convencimiento, sino más bien debiese hacer uso de la persuasión como una invitación a
aceptar la propuesta del interventor desde los códigos del sistema a intervenir, aumentando
así la probabilidad de dar cuenta del problema que se desea solucionar.
4.
La intervención socioambiental como prescripción social
La política, ejemplo que tomaremos para dar cuenta de una forma convencional referida a
la
intervención
socioambiental,
es
fundamentalmente
una
práctica
referida
a
comportamientos humanos y sociales, acciones humanas en la dirección de la vida tanto
individual como en comunidad. Práctica significa actuar en situaciones cambiantes en la
historia y en la sociedad. De las acciones y comportamientos entre numerosos agentes se
cristalizan órdenes, normas, instituciones, organizaciones y sistemas sociales para actuar. Si
las acciones sociales y la política fueran técnica, entonces bastarían sólo prescripciones
técnicas de conducta determinadas sobre la base de leyes naturales para encontrar
soluciones óptimas a las preguntas sobre la convivencia humana y social; si ellas fueran
reducibles a la teoría, entonces se necesitaría sólo los mejores científicos o sabios para su
manejo.
A partir del entendimiento de la política en su relación con intereses diversos y prácticas en
situaciones sociales, resulta ser particularmente pertinente el planteamiento de
Giandomenico Majone. Para Majone, los modelos de políticas han pasado por alto el
extraordinario poder de la persuasión, donde todos los actores que intervienen en una
política pública entrarían en un continuo debate (Majone, 1997: 35-36). En el marco de un
proceso de convencimiento de A sobre B, se requiere de la persuasión para aumentar la
posibilidad de que la orientación o el consejo sea seguido (Majone, 1997: 43). En otras
palabras, el punto no consiste en saber si se debe o no usar la persuasión, sino en
determinar el procedimiento de cómo debe usarse y el momento oportuno para hacerlo,
siendo eficaz y justificable, racional como éticamente (Majone, 1997: 74).
Según Majone, toda política pública está hecha de palabras y todos aquellos que intervienen
entran en un continuo debate y mutua persuasión, ésta última como foco principal para la
elaboración de políticas en las democracias actuales (Majone, 1997: 35-36). En este debate,
cada actor que interviene se verá alentado para calibrar su visión de la realidad, e incluso
para cambiar sus valores como resultado del proceso de persuasión recíproca.
Por lo tanto, los argumentos y las evidencias serán un producto para el debate público de
una política, los cuales, por medio de la persuasión, deberán ser tomados en serio en los
sistemas de deliberación. Para que ello ocurra, agrega Majone, se necesita un buen uso del
lenguaje, incluidos los retóricos, pues en su base la política pública estaría conformada de
palabras, donde la retórica, como el arte de persuadir, sería gravitante (Majone, 1997: 4142).
Majone hace notar que hoy en día la persuasión estaría siendo usada con un tinte
racionalizador o de un uso deshonesto de los argumentos (propaganda, lavado de cerebro,
manipulación). Ahora, si no fuera usada de esta forma, la persuasión sería un intercambio
bilateral, un método de aprendizaje mutuo mediante el discurso, el que permitiría no sólo
que los actores defendieran sus intereses y opiniones, sino que también ajustasen su visión
de la realidad y pudieran cambiar sus valores (Majone, 1997: 42). Para ilustrar lo dicho,
queda muy claro el ejemplo que da Majone del físico que entrega un informe, cuya
exposición es el esfuerzo de convencer de que el mundo se comporta tal como él lo ha
concebido y no una descripción de lo ocurrido al realizar su investigación. Tras este
descubrimiento viene la demostración pública, el proceso deliberado de persuasión, donde
el experimento es retóricamente una pieza poderosa para persuadir a la mente más
obstinada y escéptica de aceptar una nueva idea (Majone, 1997: 67). Puede esto ser una
elección correcta, dice Majone, pero se necesita del argumento, la justificación, la
explicación y la persuasión. En tales casos el gobernante o algún proponente de una política
pública puede ser impulsado por fuerzas externas o convicciones personales, donde se
necesitarán argumentos posteriores a la decisión para dotarlas de una base conceptual, para
demostrar que encaja en el marco de la política existente (a fuerza la hace encajar), para
aumentar el asentimiento, para descubrir nuevas implicaciones y para adelantarse a las
críticas o contestarlas.
La persuasión sería un arma con un potencial avasallante en la formulación de políticas
públicas. Un arma que permitiría por medio de una argumentación racional convencer a un
público o auditorio de lo que se le está ofreciendo. En otras palabras, se apelaría al genuino
consentimiento de un público objetivo para aceptar una propuesta de intervención, que
según el proponente y el discernimiento autónomo del sujeto a ser intervenido será efectiva
para la solución de un problema.
Si la persuasión fuese una invitación para la intervención, donde, concertada o
unilateralmente, la propuesta de intervención se instalara en el entorno del intervenido
como un regalo con sentido, y este último entendiéndola así la arrastrara a su interior, es
decir, dando su consentimiento se apropiara de ella y la tomará, y este proceso condujera al
cambio deseado, estaríamos ante una política pública no prescriptiva y con alta
probabilidad de éxito.
A diferencia de la estrategia presentada, en las intervenciones convencionales podemos ver
que hay un observador (interventor) que trata de prescribir algo a un sujeto observado
(intervenido), porque según el primero la aceptación de la propuesta tendrá resultados
beneficiosos. En este juego domina la vieja postura de un estímulo objetivo que determina a
un sujeto, donde las políticas públicas, en cuanto intervenciones, se anclan en referentes
epistemológicos que establecen una realidad fuera del sujeto y que éste tiene que
aprehender. Es bajo esta lógica donde se sustentan y proponen generalmente las
intervenciones, entre ellas las socioambientales, donde un observador (proponente)
determina qué es bueno y pertinente para la superación de un problema –que él define
como tal–, observado en la realidad. En otras palabras, nos encontramos con modelos
simples que llamaremos de primer orden, que se alejan de modelos más complejos y
reflexivos que podemos llamar de segundo orden.
En las siguientes líneas esbozaremos una nueva mirada epistemológica, la cual nos
permitirá posicionarnos, plantear y elaborar una política pública con un sello que invite a
una intervención reflexiva o de segundo orden.
5.
Las bases para una intervención socioambiental
Las transformaciones sociales ya indicadas y las experiencias fallidas de las intervenciones
socioambientales, han generado un cuestionamiento de los enfoques positivistas y las
epistemologías establecidas. Las maneras de hacer investigación e intervención han sufrido
vertiginosos vuelcos. Hoy, la cantidad de epistemologías en competencia y sus
metodologías se han anclado en posturas que tienen como base el objeto y otras el sujeto, es
decir, lo observado y el que observa.
Los avances en algunos campos de la ciencia han propuesto nuevas miradas a lo
establecido, pero es evidente que un modo de entender la ciencia –querámoslo o no–, está
perdiendo su centralidad y está siendo sobrepasada por los nuevos descubrimientos. Por lo
tanto, aquel observador monolítico, externo y sin tiempo, queda cuestionado, pues todas las
auto-descripciones de la sociedad ya no pueden ser hechas desde fuera de la sociedad; no
pueden ser realizadas desde posturas que tienen como horizonte la totalidad, sino que dada
la fuerte diferenciación funcional y asumiendo que sólo en la sociedad es posible
comunicar, no hay posibilidad de observadores externos y cada sistema funcional,
organización o sistema de interacción lo hará desde su interior, agrandando o achicando –
según la cantidad de auto-descripciones que logren estabilizarse- todo cuanto se diga en la
sociedad. Con esto se duda de la posibilidad de tener un referente único, totalizador, como
aquel de las sociedades estratificadas, porque más bien la diferencia es la que prima en una
sociedad que tiende más a la fragmentación que a la unidad.
Lo mencionado en el párrafo anterior puede ser graficado diciendo que en la actualidad se
presenta un problema que no puede ser resuelto por la propuesta científica tradicional. El
problema tiene relación con dos consecuencias del desarrollo del método científico. La
primera con la elaboración de teorías universalistas, y la segunda con la dificultad de dar
con unidades no divisibles. Estos puntos llevan a repensar el conocer y la relación
sujeto/objeto (Arnold y Rodríguez 1991: 129).
Las teorías con un carácter universal son en sí autorreferentes, es decir, se consideran a sí
mismas como parte de su objeto de estudio; se contienen a sí mismas. Pero los
descubrimientos científicos más recientes ponen en tela de juicio esa pretensión. Por
ejemplo, en cuanto a los descubrimientos que se han hecho en el estudio del átomo, se
entiende la complejidad no sólo por el extremo de lo grande sino también por el extremo de
lo pequeño, de las sucesivas e interminables subdivisiones que es posible hacer en el nivel
atómico y subatómico. Torres Nafarrate, citando al físico Hawking, dice que a partir del
siglo XX los físicos han llegado a la conclusión de que el átomo no es la esencia del
universo, sino un micro-universo en el que circulan otras partículas extremadamente
ínfimas como los electrones, los protones y los neutrones. Son tan ínfimas estas partículas,
dice el físico inglés, que se habla de una cuestión casi metafísica: “el hecho de que el
confinamiento nos imposibilite la observación de un qwark o de un gluón aislados, podría
parecer que convierte en una cuestión metafísica la noción misma de considerar a los
quarks” (citado en Torres, 1999: 73). En otras palabras, vivimos en un mundo sin límites
hacia arriba (el universo) pero tampoco con límites hacia abajo (el mundo micro), lo cual
nos deja sin ningún referente fijo, sin puntos de apoyo sólidos ni estables como hemos
vivido hasta hace muy poco, y por lo tanto sin un supuesto sólido para argumentar en pro
de una ontología totalizadora.
Será desde la Teoría de Sistemas Generales, en un primer momento, que se proponga un
nuevo enfoque epistemológico, una redefinición del método científico, lo que gatilla un
cambio en la visión convencional de la ciencia. El afán de dar cuenta y comprender
totalidades lleva a caer en la cuenta de la incapacidad del científico de abarcar la
complejidad en su totalidad. En un segundo momento, se deduce respecto a su objeto de
estudio que ya no es posible una teoría universalista donde el observador desde fuera pase
por alto el sentido propio de lo observado, así como también que éste no pueda interferir en
lo observado. Este cambio de enfoque generará un redefinición del acto de conocer y de la
dicotomía sujeto/objeto.
Pero será en los nuevos avances de la Biología donde se dará con especial fuerza cuenta de
estos vuelcos en la ciencia. En la línea del constructivismo, el profesor chileno Humberto
Maturana (Biólogo) ha desarrollado una biología del conocimiento que parte de la
constatación empírica de la imposibilidad de distinguir, en la experiencia, entre ilusión y
percepción. Dada esta condición, carece de fundamento pretender apoyarse en el objeto
externo como factor de validación del conocimiento científico, por lo que Maturana afirma:
“las explicaciones científicas no explican un mundo independiente, explican la experiencia
del observador” (Maturana, 1996: 30).
Según Glasersfeld, otro de los notables constructivistas, lo propuesto por Maturana es una
revolución para la teoría de conocimiento, pues fundamenta un enfoque con posibilidades
de afrontar el conocer haciendo referencia no a una realidad exterior, sino a una realidad
construida por nosotros (Von Glasersfeld, 2000: 40).
Para Maturana no sería posible recurrir a la realidad objetiva para validar una afirmación
realizada en el ámbito científico. Para él (y Varela) el observador es un sistema
operacionalmente cerrado y determinado estructuralmente y sólo puede ver lo que puede
ver y no puede ver lo que no puede ver, y ni siquiera puede ver que no puede ver lo que no
puede ver (Maturana, 1984). Por lo tanto ningún tipo de conocimiento puede quedar
especificado por algo externo al observador.
En la evolución de la Teoría General de Sistemas ya esbozada hay un salto cuántico, a
nuestro entender, en la aproximación de la Teoría de los Sistemas Sociales propuesta por
Niklas Luhmann. Es una propuesta que se realiza desde la Sociología y lleva en ella una
oferta de una Teoría de la Sociedad que rompe con muchas de las propuestas
convencionales en las Ciencias Sociales. En esta teoría, para conocer, según Luhmann
(Luhmann, 1992, 1996), deberían existir las condiciones que lo hagan posible. Desde el
constructivismo esto sería totalmente plausible, pues el acto de observar consiste en indicar
y describir observaciones; se trata de hacer distinciones, las cuales son la base para futuras
distinciones. Esto conduce a distanciarse de la ontología aristotélica clásica y apostar por
una lógica autorreferencial, lo cual lleva a plantear una auto-implicación de las
observaciones con lo que se observa.
En esta perspectiva, el observador como lo observado están determinados estructuralmente.
Su propia estructura, y no algo externo, es lo que específica su experimentar. Todo esto es
también válido para los sistemas sociales, los que están condicionados de igual forma por
las matrices disciplinarias que autoconstruyen. El observador es un observador de segundo
orden, es decir, un observador que observa como observan los observadores.
En resumen, podemos decir que observar, en cuanto operación cognitiva, significa un
manejo de esquemas de distinción. Esto quiere decir que no se pueden dar explicaciones
que revelen algo independiente de las operaciones mediante las cuales se generan dichas
explicaciones: la lógica de observación no puede sobrepasar la lógica del observador
(sistema), donde la referencia de lo observado (descrito) siempre es el observador (sistema).
Aquí es donde se introduce el tema de la auto-referencialidad, que indica el hecho que
existen sistemas que no pueden dejar de referirse a sí mismos en cada una de sus
operaciones. Así, toda hetero-referencia es posible sólo como construcción del observador.
6.
Hacia una intervención socioambiental de segundo orden
En la actualidad, los modelos de intervención convencionales y sus referentes conceptuales
a la hora de propiciar la solución de los problemas que definen, han puesto el acento en
estrategias de primer orden, es decir, formas que apuntan al control y que se manifiestan en
comunicaciones que hace un interventor a un intervenido. De este modo, se aprecian
intentos que se asientan en las viejas teorías de la comunicación (“Dos Patas”), donde hay
un emisor que selecciona un mensaje y se lo trasmite a un receptor; un proceso donde el
acento está puesto en orientaciones de tipo normativo o prescriptivo, careciendo de
herramientas o medios que nos permitan observar si los receptores comprenden o les hace
sentido lo comunicado para así dar inicio al cambio que se desea. Por lo tanto, cabe
preguntarse ¿Cómo evaluamos lo que quiso o pretendió la intervención? ¿Qué grados de
éxito tuvo? ¿Se cumplieron los objetivos que se plantearon? En otras palabras ¿hubo
comprensión de lo que quiso comunicar? ¿En qué grado? (Vallejos, 2012). Si el momento
de la comprensión no se concreta, difícilmente la intervención podrá observar ni evaluar el
éxito que deseaba. Esto hace interesante la propuesta de la teoría de los sistemas sociales
elaborada por Luhmann, pues nos permite tener un esquema más complejo e iterativo. En
esta propuesta comunicativa encontramos tres fases (Tres Patas): selección de algo que se
quiere comunicar (qué), la estrategia de comunicación (cómo) y si se entendió
(comprensión), que si es utilizada para transformar algún problema a través de la existencia
de resonancias en los intervenidos (cuando se logra la comprensión), ayudará a ir más allá
de las propuestas tradicionalmente aceptadas.
En el contexto esbozado, si nos inscribimos en los lineamientos que nos propone Luhmann,
donde la sociedad estaría compuesta por comunicaciones, cada sistema o esfera social tiene
un medio de comunicación especializado (en la política su medio de comunicación será el
poder, en la economía el dinero, etc.), que es clausurado y autónomo. Al existir un alto
grado de improbabilidad que la comunicación tenga éxito entre sistemas de las mismas
características resultan ser necesarias propuestas de intervención que pongan énfasis en
estas tres fases, es decir, se posicionen en el intervenido y no en el interventor (intervención
de segundo orden), dando paso a procesos auto-regulativos y no de control o prescripción.
Una intervención informada en la propuesta descrita podría afrontar de mejor manera los
cambios que se desean obtener para resolver problemas, conflictos o mejorar la calidad de
vida de la población. El diseño de la oferta planteada se hace gráfico en el siguiente
diagrama (1).
Diagrama 1. Modelos de intervención
Dos Patas
Emisor
Mensaje
Receptor
e/f
A/B
Distinción a
Introducir
Y/Z
E(Y)/(Z)f
Código
Operación
Estrategia
Intervención
e(Y)/(Z)f
Intervenido
Interventor
Selección
Información
Tres Patas
Y/Z
Sistema
Autoregulado
A(e)/(f)B
e(A)/(B)f
Estrategia
Intervención
e/f
Comprensión
Conducta de
Notificación
¿Cómo lo
digo?
¿Qué digo?
Código
Operación
Código
Operación
No
comprensión
Sistema
No Autorregulado
A/B
e(A)/(B)f
Distinción a
Introducir
Observación
del entorno
Código
Operación
A/B
Interventor
Intervenido
Cambio Estrategia
Intervención
Fuente: Elaboración propia (“dos patas/primer orden”) y adaptado de Mascareño (2011)3
(“tres patas/segundo orden”).
En términos generales y simplificados, la explicación del Diagrama 1 es la siguiente: En los
modelos de intervención de Dos Patas/Primer Orden tenemos un interventor (Y/Z) que
selecciona un mensaje (e/f) y elabora una estrategia de intervención basada en sus propias
lógicas de operación (e/(Y)/(Z)f), es decir, interviene tratando de transformar al sistema que
quiere intervenir en sus propios códigos y no en los del de intervenido. Por ejemplo, el
sistema político interviene al sistema económico políticamente cerrando empresas, pasando
multas, aumentado la restricción vehicular, etc. –a través del poder–, pues observa que si no
lo hace, la popularidad puede bajar, caer en las encuestas y en la próxima elección ser
oposición y no gobierno. En el modelo de segundo orden la lógica se invierte, la
intervención se emprende desde el sistema a intervenir (A/B), seleccionando una distinción
3
Por razones de extensión y finalidad del artículo, no es posible para el autor desplegar los teoremas que
fundamentan la propuesta y están expuestos en las distinciones A, B, Y, Z, C. Para profundizar ver
Mascareño, 2011.
(e/f), asumiendo la estrategia la forma del que se quiere transformar (e/(A)/(B)f) y donde la
iniciativa de intervención no es intrusiva, ni directiva ni normativa, sino que ésta se pone
en el entorno del sistema a intervenir para que el intervenido la asuma como algo que le es
propio y con sentido, llevándolo con ello a su propia transformación (Comprensión y
autorregulación) (Vallejos, 2012).
Bajo este marco de referencia, la intervención socioambiental convencional sustentada en
estrategias simples, de Primer Orden, es limitada al estar confrontada con problemas que
por la dinámica social de la actual modernidad no se dejan resolver solo por un sistema
social y una intervención que pone el acento en el que interviene y no en el intervenido. En
nuestro argumento y en la propuesta esbozada, donde se asume la complejidad constatada y
descrita, cuando se toman decisiones que tendrán repercusión social, la atribución que
emana desde el interventor debe estar adecuadamente informada o tener conocimiento de lo
que se va a intervenir, pues en principio la ceguera del observador ante la definición de un
problema así como las estrategias para la solución de éste son naturales y propias de una
sociedad moderna y diferenciada por funciones.
De lo anterior se sigue que cuando se quiere intervenir sistemas que son autónomos o
clausurados operacionalmente, lo adecuado será hacerlo no poniendo en peligro la
autonomía de los sistemas intervenidos. La idea fundamental es que el sistema o grupo de
actores que se intervenga pueda observar y entender las distinciones que ofrece el
interventor (oferente de políticas) y procesarlas en su interior como información que tenga
sentido. Con esto se quiere enfatizar la libre capacidad de los agentes a ser intervenidos
para discernir y decidir por sí mismos cuál es el modo en que quieren operar. En otras
palabras, en una política pública razonable tiene un papel central la persuasión, como una
invitación (orientación) para que el propio sistema se autorregule, es decir, autorregule u
oriente sus operaciones en la dirección en que haya ordenado las distinciones del sistema
interventor (Mascareño, 2011). En caso de ser resonantes dichas distinciones para el
sistema a intervenir, es probable que éste último las introduzca en su operar y genere el o
los cambios que se desea obtener.
7.
Conclusiones y orientaciones
En sociedades altamente diferenciadas y complejas, la estrategias de intervención deberán:
1) distanciarse de modelos simples que conducen a intervenciones intrusivas en las
operaciones del sistema a regular, pues intervenciones de esa naturaleza inducirán
dinámicas de operación en otra sintonía o distinta frecuencia, que probablemente atrofiarán
o incluso, en situaciones extremas, podrían conducir a procesos de autodestrucción; 2)
expresar una genuina invitación que tenga en cuenta que todo sistema está clausurado en
términos operacionales (códigos), pero abierto a la información del entorno; 3) priorizar en
sus formatos de aproximación la comunicación y la persuasión, distanciándose de
modalidades de interferencias intrusivas y disruptivas, desde la perspectiva de las
operaciones del sistema a regular, 4) aplicar procedimientos ad-hoc para que la
intervención sea procesada endógenamente por el sistema que es objeto de ella (Mascareño,
2011; Vallejos, 2008).
Cabe subrayar, todo modelo/estrategia deberá propiciar que el propio sistema a ser afectado
reconozca en sus distinciones aquello que la intervención pretende hacerle ver. Es decir, se
trata de que el cambio a ser introducido no aparezca como una intervención exógena, una
variable externa, ajena al sistema al cual está dirigido. El papel de la intervención de
Segundo Orden consiste en hacer que el propio sistema procese el cambio como necesario
para una operación óptima o simplemente para seguir funcionando. Aquí el concepto de
resonancia, en lugar de “ruido” (Luhmann, 1996a), alude al proceso que dará sentido a lo
expuesto, es decir, la coordinación de los significados de la intervención con los
significados internos en el sistema.
Salvar los obstáculos que impone la diferenciación funcional y la complejidad, es el
principal desafío que enfrentan los sistemas de función y sus organizaciones (gobierno) en
la sociedad contemporánea. A diferencia del pasado, la sociedad actual ya no sintoniza la
misma frecuencia o se rehúsa a dejarse armonizar por los ímpetus apasionados de un
“director de orquesta”. En el concierto de la sociedad contemporánea, los instrumentos
interpretan sus propias partituras sólo en el timbre, volumen y tono en que saben hacerlo, y
no es parte de sus preocupaciones inmediatas ponerse de acuerdo o dejar de hacerlo
(Mascareño, 2000, 2011). Ante esta constatación, si nos hacemos cargo de formas de
intervención socioambiental informada en los lineamientos planteados, podríamos tener
mayores probabilidades de éxito que los fracasos reiterados a los que arriban los diseños
convencionales.
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