¿UN ESPACIO PÚBLICO SIN CONDICIONES? NOTAS SOBRE LAS RELACIONES ENTRE

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¿UN ESPACIO PÚBLICO SIN CONDICIONES? NOTAS SOBRE LAS RELACIONES ENTRE
CAMPO INTELECTUAL Y CAMPO PERIODÍSTICO EN LA ESPAÑA DE LA POSTTRANSICIÓN A PARTIR DEL CASO DE EL PAÍS (1986-1988)
Yeray Zamorano Díaz
Email: [email protected]
Universidad Complutense de Madrid. Departamento de Sociología V
Abstract
Las relaciones entre los «intelectuales», los medios de comunicación y los periodistas, al menos
desde la intervención paradigmática de Zola en el Affaire Dreyfus, han sido objeto de debate
persistente en diversos contextos nacionales. España también ha sido el escenario de controversias
en relación a este problema ya desde la paradigmática colaboración de Ortega en El Sol. Sin
embargo, la mayoría de estos debates, tanto en nuestro país como en otros, han dejado de lado la
cuestión de las condiciones sociales en las que estas relaciones tienen lugar.
El objetivo de este trabajo es presentar un análisis sociológico de un estudio de caso que permite
aportar elementos de respuesta acerca de la cuestión de las condiciones sociales de tales relaciones.
El caso histórico escogido para el análisis de de las relaciones entre campo intelectual y campo
periodístico es el de El País en los años inmediatamente posteriores a la Transición.
El objetivo se concreta en una metodología que combina diversas herramientas como una
prosopografía o biografía colectiva de los colaboradores y periodistas del periódico a partir de un
conjunto de fuentes biográficas consultadas, el análisis secundario de diversas fuentes estadísticas
producidas en el seno de diversas instancias del campo periodístico o intelectual españoles y el
análisis cualitativo de diversas fuentes autobiográficas de varios protagonistas de esas relaciones.
El argumento que me lleva a concluir el carácter condicionado de estas relaciones tal y como se
presentan en este caso de estudio tiene tres partes. En primer lugar, se analizan las condiciones
periodísticas en las que se produce la participación de los agentes del campo intelectual en este
espacio periodístico. En segundo lugar, se propone una descripción de las características sociales de
los colaboradores de la sección de El País. Finalmente, propongo algunas reflexiones generales
acerca de las consecuencias prácticas de esta constatación sociológica.
Palabras clave: Campo intelectual, Campo periodístico, El País, Bourdieu, Post-Transición.
¿Un espacio público sin condiciones? Notas sobre las
relaciones entre campo intelectual y campo periodístico en la
España de la post-transición a partir del caso de El País
(1986-1988)
Las relaciones entre los intelectuales y los medios de gran difusión no son ni un fenómeno ni un
problema de debate político o académico nuevo. Por el contrario, estas relaciones han sido objeto de
debate y controversia ya desde la famosa intervención en el periódico L'aurore del escritor francés
Émile Zola en el Affaire Dreyfus, y continúan siéndolo, como atestiguan las numerosas
intervenciones posteriores que de tanto en tanto vuelven a recuperar de alguna forma u otra esta
vieja polémica, ya sea en la forma de libros, artículos, panfletos, comentarios televisivos o
radiofónicos, ya sea en la forma de conversaciones o encuentros informales entre sus protagonistas.
Esta persistencia e importancia del problema no es ajena al contexto español, donde también ha
habido una larga discusión acerca de esta cuestión y donde también han existido relevantes figuras
que han jugado un papel público notable en los medios de comunicación como Unamuno o,
especialmente, Ortega. De éste último es bien conocida su relación con el periódico El Sol, que fue
verdadero órgano de expresión del filósofo español (Abellán, 2000) hasta su desvinculación por el
conflicto con la monarquía.
Hoy mismo podemos comprobar el resurgimiento periódico del debate en diversos espacios.
Intelectuales que critican o elogian a los medios y a otros intelectuales que participan en ellos;
periodistas que, a su vez, muestran su «afinidad» con algunos intelectuales o que emiten sus
reproches contra el gremio intelectual. Tal parece ser el estado actual del debate en nuestro país,
producto de una razón polémica que, más allá de su contenido específico, muestra ante todo la
importancia de lo que está en juego en estas relaciones.
Sin embargo, a pesar de la recurrencia del tema y de la resonancia de algunas de estas
intervenciones, me parece que resulta pertinente apelar a un modo de hacer inteligible tales
relaciones basado en una perspectiva socio-histórica, la cual ayuda a esclarecer algunas de las
lagunas características del planteamiento de la cuestión en el seno de las lógicas polémicas.
En primer lugar, cambia la forma de aproximación al problema al considerar uno de los aspectos a
los que menos se atienden en tales debates e intervenciones. Es decir, se consideran las condiciones
sociales en las que dichas relaciones tienen lugar. Por lo demás, la inclusión de este aspecto en el
análisis, no es excluyente con respecto a las demás consideraciones ni características, muy al
contrario, la inclusión ayuda a la inteligibilidad de estas relaciones.
En segundo lugar, esta perspectiva socio-histórica implica por definición la valorización de un
acercamiento «empírico», esto es, basado en algún tipo de confrontación con la realidad empírica.
Esto es en sí mismo un aporte en relación al predominante carácter teórico o incluso ensayístico de
las explicaciones propuestas por algunos protagonistas de estas relaciones. En un nivel más general,
esto supone aceptar este «principio de empiricidad» de las ciencias sociales como el elemento
definitorio de la aportación que estas ciencias pueden hacer al estudio de fenómenos sociales como
éste.
En tercer lugar, tomamos partido por una herramienta conceptual y teórica específica que delimita
la aplicación de esta perspectiva socio-histórica en el espacio de los posibles teóricos. Esta
herramienta es la teoría de los campos de Bourdieu y sus colaboradores, que nos permite tratar estas
relaciones como relaciones entre campos y aplicar a su estudio toda una serie de hipótesis teóricas
que han sido puestas en marcha, corregidas y demostradas en diversos contextos históricos de
estudio. Esto significa también dotar a nuestro análisis de una capacidad sistemática y comparativa
habitualmente ausente en otras aproximaciones a estas relaciones.
Precisamente, el objetivo de este trabajo se enmarca en la perspectiva socio-histórica así definida:
exponer y considerar el alcance de los resultados de un análisis empírico de las condiciones sociales
de las relaciones entre campo intelectual y campo periodístico en nuestro país a partir de un caso de
estudio. En esto, el objetivo se une al de otras investigaciones similares que en nuestro país han
realizado diversas contribuciones a esta perspectiva como las de López Abiada et al (2001), Mancha
San Esteban (2006), Pecourt (2008), Vázquez García (2009), Marqués Perales (2011) o Moreno
Pestaña (2013).
Para llevar adelante este objetivo, me he centrado en el caso histórico que constituyen las relaciones
entre ambos campos en el periódico El País durante los primeros años de la post-transición,
concretamente, en la segunda mitad de la década de los ochenta. La razón de escoger El País como
instancia principal del estudio responde a la notable relación entre agentes del campo intelectual y
del campo periodístico que se dio ella, tal y como los resultados de mi investigación vuelven a
corroborar. El marco cronológico fue definido principalmente porque se trata de los años de la posttransición en los que el campo periodístico español comienza a estabilizarse después del periodo
más convulso de la Transición y a funcionar según las lógicas que lo caracterizarán en los años
posteriores (regionalización de las instancias de prensa, inicio de los procesos de concentración
mediática, etc.).
De hecho, el verdadero valor epistemológico del caso de estudio no reside tanto en estas elecciones
particulares, sino en su carácter de fotograma inicial para un análisis más amplio de las dinámicas
de estas relaciones en el periodo de la post-transición. Así, nada impide ampliar el estudio a otras
instancias periodísticas o a un marco cronológico posterior. De hecho, esto sería necesario para
conocer qué condiciones dependen de El País como instancia periodística que ocupa una posición
específica en el campo periodístico español y cuáles constituyen un rasgo general del
funcionamiento del campo.
En este sentido, mi análisis tampoco tiene por objeto constituir a El País como una encarnación de
los «males» que otras instancias periodísticas vendrían a convertir en «virtudes» (lo que convertiría
mi investigación en una declaración más del juego de luchas simbólicas que rodea cualquier objeto
cultural en nuestro espacio social). En esta investigación, El País en estos años es solamente un
«caso particular de lo posible» en relación a la configuración de las relaciones entre campo
intelectual y campo periodístico o un punto de referencia para un programa general de análisis
socio-histórico de estas relaciones en el periodo de la post-transición.
Para este análisis me he valido de una estrategia metodológica caracterizada por el recurso múltiple
a diversas técnicas. En primer lugar, el análisis de datos secundarios de diversas fuentes
relacionados con los campos de la problemática, el campo periodístico y el campo intelectual. En
segundo lugar, el análisis documental de diversos materiales impresos escritos por diversos
protagonistas de estas relaciones. En tercer lugar, por la constitución de dos bases de datos
relacionadas de tribunas publicadas entre el 1 de Enero de 1986 y el 31 de Diciembre de 1989
(N=1818) y de autores de tribunas (N=452) en las que se analizaron variables sociodemográficas
básicas (como el sexo, la edad o el lugar de nacimiento) y otras variables como el campo de la
posición ocupada por el autor, la institución académica de pertenencia o el subcampo intelectual de
pertenencia.
El argumento que me llevará a concluir el carácter condicionado de estas relaciones en este caso de
estudio tiene tres pasos. En primer lugar, consideraré las lógicas del espacio periodístico como telón
de fondo de estas relaciones. En segundo lugar, me centraré en los agentes que participan como
autores de tribunas en la sección de Opinión en El País durante estos años, especialmente en sus
características sociales. Finalmente, a modo de conclusión, propondré algunas reflexiones acerca
del alcance de estos resultados, especialmente en relación a su dimensión práctica, aunque de
manera inevitable éstas no puedan tener sino un carácter esquemático.
Las condiciones periodísticas de una colaboración «ilustrada»
Voy a comenzar este análisis de las condiciones sociales de la relación entre los campos de mi
problemática por un punto de partida que considero significativo. Así, empezaré por el escenario en
el que la participación de los agentes del campo intelectual tiene lugar: el periódico y la instancia
periodística que lo produce como condiciones fundamentales de estas relaciones. No se trata de una
opción banal. Hay que recordar, frente al olvido sistemático de este hecho en las grandes
«reflexiones» teóricas acerca de los «intelectuales» y los «medios», que la participación de agentes
del campo intelectual en el seno de las instancias del campo periodístico no supone simplemente
una «extensión libre» de la actividad intelectual y sus formas. Por el contrario, la colaboración está
inscrita en el seno de la actividad periodística y, por extensión, en las coerciones implicadas en ésta,
las cuales suponen las condiciones más elementales de la «colaboración» intelectual.
De ahí, la importancia de contrarrestar la tendencia a obviarlas y de centrar el análisis en estas
condiciones y en sus efectos en la configuración de la participación de los agentes del campo
intelectual en el seno de la empresa periodística de El País en estos años. Se trata de una muestra
más de cómo la jerarquía social de los objetos de investigación (que se presenta muchas veces de
manera implícita en la manera en que se plantean los problemas tanto en el discurso ordinario como
en el discurso científico más rutinario) es contraria al orden realmente efectivo de los factores del
fenómeno.
En particular, considero dos aspectos del funcionamiento de la lógica periodística como condiciones
fundamentales para la dinámica de las colaboración intelectual: las necesidades de la empresa
periodística como marco para este tipo de colaboración y en especial el espacio dedicado a ella
como un límite principal y el papel de los periodistas en la gestión de la relación con los agentes del
campo intelectual.
Así en primer lugar, cabe recordar que la actividad periodística es una actividad que no responde a
una actividad espontánea, sino que es objeto, como otras actividades sociales, de coerciones que se
manifiestan en todos sus niveles.
En este sentido, El País como empresa periodística y los actores que forman parte de ella no son
una excepción. Esta instancia está sometida a las mismas coerciones que cualquier otra inserta en el
campo periodístico, las cuales son efecto de la naturaleza del producto de la actividad periodística
como una realidad de doble cara en tanto que mercancía y significación. Esta doble cara somete a la
actividad periodística hacia una búsqueda de beneficio económico y hacia la consecución de los
valores del oficio propio del periodismo, tal y como ha sido analizado, entre otros, por Pinto (1984),
Bourdieu (1996), Champagne (2000) o Benson y Neveu (2009) para los casos de Le Nouvel
Observateur, Le Monde y The New York Times.
En el seno de esta doble coerción cada instancia periodística tiene que establecer un equilibrio
particular, característico de su posición en el campo y de su apuesta editorial. El problema de los
dirigentes y periodistas de El País, era el de cómo crear y mantener un «diario para pensar» -por
utilizar el conocido eslogan de los carteles publicitarios que anunciaban la salida del periódico en
1976- sin sacrificar la creación de un producto «vendible», capaz también de alcanzar un alto
número de lectores en la reducida audiencia de prensa generalista de la época. Un diario puede
apostar por ampliar los espacios dedicados a la «cultura» y a la colaboración intelectual, pero no
puede convertirse en «La Crítica de la Razón Pura»
Tales contradicciones han estado presentes y han sido resueltas de manera diferente según las
épocas y los estados del campo periodístico. Y el diario El País no es una excepción. Como es bien
sabido, (Armañanzas, 1993, 1996; Negró Acedo, 2006), la formula propia de El País en esos años
fue la de aumentar el espacio dedicado a temas culturales e intelectuales, siempre dentro de los
límites permitidos por las exigencias económicas. Por ejemplo, incluyendo suplementos de cultura o
acontecimientos culturales y literarios en portada.
Sin embargo, en las páginas interiores del diario, el espacio para la colaboración intelectual compite
con el espacio que se necesita para las noticias y para la publicidad. Es decir, el espacio para la
colaboración es un espacio limitado en el marco de un espacio ya limitado (un ejemplar de El País
de entonces tiene una media aproximada de X páginas sin contar suplementos). La propia estructura
del diario muestra la presencia de ambas exigencias.
La limitación física del espacio para la colaboración intelectual es pues, la primera de las
condiciones en las relaciones que aquí se buscan estudiar. No se trata de un espacio abundante, sino
de un bien escaso. Si a esto le añadimos la existencia de una alta demanda de acceso a él, podemos
pensar en la pertinencia de establecer una analogía entre el acceso a este espacio y el acceso a un
«mercado» cualquiera y así hablar del «mercado» de la colaboración intelectual. La diferencia sería,
sin embargo, la de la naturaleza de los bienes que principalmente se intercambian en él: en el
«mercado» de la colaboración intelectual lo que se intercambia son bienes «simbólicos» o de
«prestigio» y «visibilidad» y no meramente beneficios económicos (aunque naturalmente estos
estén implicados la circulación de aquellos bienes). Para decirlo con las palabras de Amando de
Miguel (1982:37), protagonista de la colaboración en medios durante muchos años, «lo importante
no es cobrar, sino figurar en los papeles».
Sin embargo, esta limitación fundamental derivada del papel que pueden ocupar las cuestiones
«intelectuales» en el seno de una empresa periodística no puede hacernos olvidar el importante
papel de otro factor de estas relaciones: los periodistas encargados de gestionar este espacio y de
establecer relaciones con los colaboradores que potencialmente pueden intervenir en él. Así, por
expresarlo según la analogía económica anterior, el «mercado» de la colaboración intelectual no
funciona a la manera de la «mano invisible» planteada por Adam Smith y por algunos economistas
neoclásicos. Por el contrario, los periodistas son los intermediarios entre las exigencias de su
actividad, la instancia a la que pertenecen y los colaboradores intelectuales que acceden a la misma.
De ahí la importancia decisiva de estudiar la naturaleza y las condiciones de su trabajo para
comprender las dinámicas de las relaciones entre ambos campos.
En el seno de El País, la gestión de la colaboración era, en gran medida, un trabajo especializado y
«codificado» (en el sentido de actividad «oficial» y regulada). Algunos periodistas cumplían
específicamente esta función, la cual era oficialmente reconocida en el organigrama de la empresa.
Así, por ejemplo, encontramos, además de la posición de «Jefe de Opinión» que encarnó durante
años Javier Pradera hasta su dimisión y que fue retomada algún tiempo más por otros como Verdú,
la función de «Jefe de colaboraciones», que desapareció como tal con la llegada de Joaquín
Estefanía a la dirección para integrarse previsiblemente dentro de la función de Jefe de la sección de
Opinión.
Los periodistas encargados de estas funciones, aunque también cumplen otras en la empresa
periodística, tienen un doble papel fundamental en lo que concierne a la colaboración intelectual: la
selección (especialmente en lo referido a lo que se publica en las secciones de las páginas interiores,
especialmente la de Opinión), que se ajusta al rol tradicionalmente señalado en la sociología de los
medios de gran difusión anglosajona del «gatekeeper» y la búsqueda activa de colaboradores y
colaboraciones potencialmente publicables.
Este doble papel se ejerce, como no podía ser de otro modo, en el seno de las múltiples
determinaciones de todo trabajo periodístico. Se trata de un rol claramente activo, aunque no
totalmente libre. Por ejemplo, porque no se realiza de manera independiente de las consignas de la
dirección del periódico y, por lo tanto, está sujeto a injerencias o «presiones desde arriba» (en El
País, recordar el derecho a veto que tenía el Director del periódico). Juan Cruz, que ostentó el cargo
de Jefe de Colaboraciones y más tarde el de jefe de Cultura, recuerda en algunos pasajes de las
memorias de El País (1996) que Cebrián daba algunas instrucciones en materia del tipo de
colaboración que debía buscar el diario (buscar colaboradores más jóvenes, por ejemplo). Por otra
parte, el trabajo de selección y búsqueda está delimitado por la urgencia dictada por la temporalidad
del producto desarrollado: la sección de Opinión, por ejemplo, debe contar diariamente con al
menos una tribuna en su haber (lo habitual es la publicación de dos). Aunque la demanda de
publicación en el diario sea alta, hay que mantenerla, lo cual no es fácil, si se tiene en cuenta el
hecho ya mencionado del escaso espacio para la publicación, pues se trata de una situación que está
sometida a potenciales conflictos. Los periodistas encargados de este trabajo deben mantener en
esas difíciles condiciones la illusio del «colaborador» pasado, actual y potencial.
Estas exigencias imponen la necesidad de contar con una competencia específica más allá de las del
buen periodista en tanto que «redactor». Además del saber-hacer periodístico tradicional, los
encargados del trato con los colaboradores deben contar con un saber-hacer relacional elevado y
con un saber-hacer intelectual que les permita afrontar con garantías los obstáculos inherentes a su
oficio.
En el contexto de la colaboración intelectual, este saber-hacer relacional se manifiesta
principalmente en la constitución de una agenda de potenciales colaboradores. En parte, se hace de
la necesidad virtud. Necesidad en cuanto que la relativa urgencia de la búsqueda de colaboradores
potenciales para el espacio recurrente en el diario está en la base del interés por constituir un
repositorio de contactos a mano de los que se puede obtener distintas formas de colaboración; virtud
en cuanto el periodista que constituye así una agenda entra en un plano de relaciones que pueden
incluir todo tipo de favores y prestaciones mutuas más allá de una colaboración puntual en el diario.
Ahora bien, constituir esta agenda no es nada fácil teniendo en cuenta las condiciones en las que se
realiza el trabajo de los encargados de la gestión de la colaboración. Al contrario, requiere una alta
habilidad relacional. Esto está perfectamente ejemplificado en la anécdota que cuenta Juan Cruz
acerca de la amenaza del escritor uruguayo Mario Benedetti de no volver a publicar en el diario si
no se publicaba una tribuna suya. En un alarde de sinceridad, Cruz (1996:98-99) relata cómo tuvo
que gestionar el enfado para que el escritor no supiera las verdaderas razones de la omisión de la
tribuna (que la tribuna escrita hablaba de una persona totalmente desconocida en España) y para que
no abandonara su colaboración con el periódico.
Además, este saber hacer-relacional tiene un componente específico derivado de las propiedades de
la población «objeto» de estas relaciones. Los periodistas encargados de estas relaciones tienen que
compartir los valores intelectuales de sus «contactos» y manejarse en las especificidades del mundo
al que pertenecen éstos. Esto lo observó Louis Pinto (1984) entre los periodistas que cumplían una
función análoga en Le Nouvel Observateur y podemos observarlo igualmente en el caso de El País
mediante indicadores indirectos. Por ejemplo, el elevado número de libros publicados (sobre todo
en relación a sus compañeros de profesión encargados de otras funciones periodísticas) que suelen
tener estos periodistas o la misma obtención de premios «intelectuales» por parte de ellos. Esto
supone un indicador de que efectivamente tales periodistas reconocen el valor de la actividad
«intelectual» y de que ellos mismos comparten los esquemas de percepción y evaluación necesarios
para establecer relaciones «significativas» con sus colaboradores.
Sin embargo, si tenemos en cuenta estas condiciones de trabajo, resulta plenamente comprensible la
alta dosis de ambivalencia que se muestra en el punto de vista de estos periodistas. Así, se puede
apreciar que, lejos de ser atribuible a las características psicológicas de sus dueños, tal contrariedad
de juicios y sentimientos es producto de la posición misma que ocupan estos periodistas, como un
papel contradictorio.
La definición social del intelectual público de El País
Ahora bien, si las lógicas periodísticas son las condiciones más inmediatas de la intervención
intelectual en el espacio de El País, ésta no puede ser comprendida si hacemos abstracción de las
propiedades específicas de los agentes que terminan por constituirse como «colaboradores
intelectuales». En efecto, en la ecuación final de la dinámica de estas relaciones importan
igualmente, determinadas características de aquellos.
Lo que el análisis revela y lo que constituye la cuestión principal de esta sección, es la existencia de
una serie de propiedades eficientes -en la medida, en que son reconocidas por los periodistas que las
perciben- asociadas a los colaboradores intelectuales que no pueden ser deducidas directamente ni
de las necesidades de la empresa periodística ni del papel de intermediación de los periodistas.
Para realizar el análisis de estas propiedades, hemos procedido mediante una aproximación
prosopográfica o biografía colectiva de los diversos agentes que escribieron alguna tribuna entre
1986 y 1988 en la sección de Opinión de El País y a los que hemos podido atribuir alguna posición
en el campo intelectual español de la época. En total, N=350 una parte de la muestra de 452 autores
que recogimos en la prosopografía en general.
La prosopografía se centra sólo en los signos «objetivos» de la colaboración, esto es, en la tribuna
impresa en el diario y los signos asociados a ella como la «Firma» de autoría de las tribunas, así
como la información que se puede encontrar en fuentes biográficas impresas. Por lo que se
mantiene fuera del análisis propiedades menos objetivables, o aquellas que sólo pueden observarse
sobre el terreno de las relaciones concretas. Una limitación que, por razones obvias, ya no puede
subsanarse.
A pesar de ello, este tipo de análisis tiene la virtud evidente de mostrar una serie de propiedades que
funcionan en el seno de las relaciones estudiadas, y constituyen una definición del "colaborador
seleccionable" de carácter implícito. Las propiedades funcionan en la acción misma, sin necesidad
de constituir un objeto de representación deliberada en la "conciencia" de los actores que participan
en estas relaciones (aunque nada impide que lo fuera en determinadas ocasiones). Cabe aquí
adelantar la hipótesis de que el análisis de las propiedades más informales no modificaría en gran
medida el cuadro explicativo general que se desprende del análisis de las propiedades sociales.
En el nivel más fundamental de estructuración social de la intervención intelectual en el espacio de
Opinión de El País, cabe señalar la inexistencia de agentes pertenecientes a grupos sociales
desfavorecidos. Ninguno de los autores de tribunas que fueron estudiados pudo ser clasificado como
«obrero» o «agricultor». Todos ellos ocupaban posiciones con un cierto estatus social en diferentes
campos sociales.
Como segundo factor determinante, se encuentra el marcado carácter de género que tiene este
espacio. El porcentaje de mujeres que escriben en él es muy bajo: las mujeres constituyen un 6,9%
del total de 452 autores que frecuentaron este espacio. Dato que corrobora la escasa presencia
femenina ya advertida en otros estudios (por ejemplo, Casals, 2004) en el espacio de la opinión del
campo periodístico español de la post-Transición.
Propongo interpretar las dos observaciones anteriores como dos indicadores de que este espacio
social, el espacio de Opinión en El País, se trata de un espacio situado en el «campo del poder» de
la sociedad española de la época, esto es, un espacio frecuentado por agentes con un alto volumen
de capital.
La importancia de los agentes que ocupan posiciones en el campo intelectual en el espacio de
Opinión de El País, medida por su peso estadístico en relación al de otros campos (como el político,
el jurídico o el periodístico mismo), puede ser interpretada no solo como un indicador de la posición
de este espacio de Opinión en el espacio social o de la posición del diario El País en el campo
periodístico de la época. Esta puede ser interpretada en otra dirección fundamental: como un
indicador del reconocimiento que se da en este espacio del capital «intelectual» o, mejor dicho, de
alguna forma de capital cultural objetivado tal que la autoría de libros» o la presentación de una
afiliación institucional a alguna universidad. Así, entre las propiedades avanzadas por las notas de
pie de autor que acompañan algunas de las tribunas, destaca el uso de atributos como «autor de
libros» o «profesor de X universidad».
Este reconocimiento de una forma de capital acumulado y reproducido en un espacio relativamente
independiente del espacio periodístico parece significar que, para comprender las dinámicas de la
colaboración intelectual, no solo hay que tener en cuenta las condiciones periodísticas. Por el
contrario, las lógicas asociadas al campo intelectual imponen también condiciones a esta
colaboración en un sentido muy básico: en la medida en que alguna forma de capital acumulado en
él puede ser traducido en la forma de reconocimiento y legitimidad de acceso al espacio público de
El País.
Sin embargo, existen diferencias en relación a la modalidad de la legitimidad de los diferentes
espacios intelectuales. Es probable que el tipo de legitimidad aportada por las posiciones en el
campo universitario sea diferente de las posiciones aportadas por el campo literario. Al fin y al
cabo, se trata de espacios sociales dentro del campo intelectual que tienen un funcionamiento
diferente y unas condiciones sociales de posibilidad distintas.
El 22,3% del total de 854 posiciones ocupadas por los 452 autores de tribunas analizados puede ser
atribuido al campo académico (no solo el español, pues del total de 193 Instituciones Universitarias
representadas en este espacio, el 32,1% son extranjeras). La conclusión es evidente: la legitimidad
periodística de la Universidad como espacio social específico dentro del campo intelectual es muy
alta (compárese, por ejemplo, con la escasa presencia de posiciones en la educación secundaria, un
0,8% del total de 854 posiciones ocupadas).
Aun más, cabe recodar también que, en este espacio público de la Opinión en El País, se tiende a
reconocer la legitimidad de la jerarquía universitaria. Así, el 57,4% de los 188 autores a los que
imputamos una posición en el campo periodístico son catedráticos o han ocupado algún puesto de
poder universitario (Decano o Rector, por ejemplo). Queda para una investigación futura el estudiar
si lo anterior es un rasgo invariante de las relaciones entre el campo intelectual y campo periodístico
en el periodo democrático o si se tata, de una particularidad de El País. En cualquier caso, resulta
innegable el reconocimiento de la Universidad como una garantía de acceso a este espacio.
Por el contrario, la cuestión del grado de reconocimiento periodístico del capital intelectual
objetivado en posiciones literarias o en formas de prestigio literario es más compleja.
Fundamentalmente porque las posiciones literarias y periodísticas van a menudo asociadas (hasta un
64,8% de los 207 autores presentes y que han ocupado posiciones también han ocupado alguna
posición regular -como redactor- en el campo periodístico). Esto sugiere que, en España y durante
en esa época al menos, los circuitos de acumulación y reproducción de ambos tipos de capital tienen
un alto grado de integración y que El País es un espacio relativamente importante en ese proceso.
Por lo demás, ¿no resulta para nosotros de lo mas trivial que escritores como Umbral, Montalbán o
Arrabal, y que han publicado más de 15 tribunas entre el 86 y el 88, tomen la palabra en este
espacio para plantear problemas políticos o sociales, además de propiamente literarios?
En definitiva, la cuestión fundamental es que ciertas propiedades sociales parecen ser necesarias, a
partir de lo que se puede extraer del análisis estadístico, para intervenir en el espacio de Opinión de
El País en tanto que colaborador intelectual. No sólo ciertas propiedades sociales generales como el
estatus social o el género, sino también el hecho de poseer alguna de las formas de capital cultural
objetivado propias del espacio universitario o las formas menos «codificadas» del espacio literario
español.
Conclusiones
Si en este punto, consideramos de forma conjunta el análisis de los factores sociales de la práctica
periodística que hemos hecho anteriormente con el análisis de los agentes que intervienen en los
espacios habilitados para la intervención intelectual, se puede concluir que las relaciones entre
campo intelectual y campo periodístico analizadas en el caso de estudio de El País en los primeros
años de la post-transición presentan un carácter condicionado.
Estos resultados contradicen el punto de vista de algunos de los actores involucrados en estas
relaciones en esta instancia específica. Por ejemplo, el del propio Cruz (1996) cuando afirma en la
memorias de El País que cualquier persona que sepa escribir mínimamente puede ser publicada en
el periódico.
De hecho, existen condiciones de estas relaciones, las cuales no se dan en el vacío, sino en el seno
de las lógicas sociales generales y de las lógicas de los campos o espacios de actividad
involucrados. El caso de El País es solo uno más a tener en cuenta. En este sentido, resulta
pertinente el aporte de la aproximación socio-histórica que hemos propuesto aquí para la
comprensión de tales relaciones más allá de las polémicas y las intervenciones esporádicas que
hacen sus protagonistas, probablemente en el fragor mismo de determinadas coyunturas políticas o
mediáticas.
Para finalizar, apunto algunas reflexiones acerca del alcance «ético» y de las consecuencias para la
«razón práctica» de esta constatación del carácter condicionado de estas relaciones, pues se trata de
temas que aparecen de forma recurrente en las discusiones sobre este trabajo. Son reflexiones
abiertas y esquemáticas, su tratamiento merecería un desarrollo más profundo que va más allá de los
límites de esta comunicación.
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