PARO, CRISIS DE LOS CUIDADOS Y RELACIONES DE GÉNERO: CONFLICTOS Y AMBIVALENCIAS. Álvaro Briales [email protected]. Departamento de Sociología I (cambio social) Universidad Complutense de Madrid Resumen En este trabajo analizamos los conflictos y ambivalencias que aparecen en las relaciones domésticas de las personas paradas. Ello forma parte de los primeros resultados de nuestra investigación sobre los efectos del paro en las relaciones domésticas en los hogares españoles, que a su vez se inscribe de un proyecto más amplio sobre la relación entre trabajo, cuidados, vida personal y orden social en la sociedad española. Teóricamente, entendemos la crisis de empleo actual desde el punto de vista del proceso histórico de cambios en las relaciones de género, y su particular significación respecto a la “ocupación” y a la “inactividad”. A continuación, abordamos las formas de conflictividad en los hogares como una expresión de los cambios en la articulación del mercado de trabajo con la esfera doméstica, y más específicamente con la actual crisis de los cuidados y la reconfiguración de las relaciones domésticas Para ello, hemos seleccionado datos cuantitativos de la Encuesta de Empleo del Tiempo (EET) de 2009-10 y datos cualitativos producidos en grupos de discusión y entrevistas realizados en Madrid y Cádiz a personas paradas de corta y larga duración de clases medias y populares. Cuantitativamente, comparamos los índices de participación y la duración media diaria dedicados a las actividades domésticas y de cuidados según el sexo y la relación con la actividad. En segundo lugar, exploramos la significación diferencial del paro según sea el hombre o la mujer quien queda en desempleo en un determinado hogar, y las diferentes formas de asignación, distribución y regulación de los cuidados. Concluimos que el desempleo sigue sin ser lo mismo para hombres y para mujeres porque se mantiene, en diversos grados, un vínculo diferencial respecto a la relación salarial y al espacio doméstico. Palabras clave: paro, desempleo, trabajo doméstico, cuidados, género. 1 1. Introducción1 Aunque no tenemos constancia, seguramente algún economista haya afirmado que, a pesar de todas las consecuencias negativas de la crisis, por primera vez existe igualdad de género en la tasa de paro. Desde 2009, el desempleo masculino -debido a la caída del sector de la construcción- igualó a la tradicionalmente más alta tasa femenina, y desde entonces se han ido elevando ambas tasas a la par. No obstante, lo cierto es que la categoría de paro ni era ni es neutral en función del género, no sólo por la menor tasa de “actividad” femenina sino sobre todo por la propia definición de la actividad/inactividad a partir de la cual se define el paro según el criterio de la OIT y de la EPA. Sabemos que para los hombres no hay prácticamente ambigüedad en la categorización de parado, mientras que en el caso de las mujeres esconde toda una serie de cuestiones relativas a los debates feministas sobre el significado de la actividad, del trabajo, de lo económico, etc. Por todo ello, nos preguntamos en qué sentido el paro no es lo mismo para hombres o para mujeres. Conocemos, de entrada, las diferencias en relación con el mercado de trabajo, sus condiciones laborales, salariales, de valoración de determinadas cualificaciones, etc.; también el estado de la opinión pública y la diferencial “tolerancia social de la exclusión” (Torns, 2000) hacia el paro femenino, etc. De este modo, queremos mostrar en este trabajo qué ocurre con el paro según como afecta en los hogares la dimensión de género. Para adentrarnos en toda esta problemática, aquí presentamos cómo el paro puede servir de analizador privilegiado de las relaciones de género en los hogares. Podemos entender el sentido de los cambios que se están produciendo según como el paro afecta diferencialmente a un determinado hogar, a partir del tipo de articulación de las relaciones salariales de sus miembros hacia afuera y de las relaciones domésticas hacia dentro. Así, hemos rastreado conflictos y ambivalencias marcadas por el género, que pueden ser interpretados como la expresión que toman las transformaciones en la articulación entre la relación salarial y la relación doméstica en los hogares concretos. 1 Esta ponencia forma parte de mi trabajo como investigador FPI en el proyecto dirigido por Carlos Prieto “Trabajo, cuidados, vida personal y orden social en los mundos de vida de la sociedad española” (CSO2010-19450). Agradezco a mis directores de tesis, Carlos Prieto y Eduardo Crespo, sus útiles comentarios, así como los del taller de redacción organizado por doctorandas de Antropología de la UCM. 2 2. El paro como analizador de los cambios en las relaciones de género “…lo que permanece oculto no es tanto el trabajo doméstico y de cuidados en sí mismo, sino la relación que mantiene con el sistema de producción capitalista.” (Carrasco et al., 2011: 51) Lo que hoy ocurre en España en términos de la crisis del empleo es un momento más en el desarrollo de transformaciones históricas de largo alcance. Desde ese punto de vista, lo que nos indica el significante “crisis” no es algo que, por de pronto, haya de tener un juicio de valor. La crisis podrá ser valorada como mejor o peor, pero independientemente de ello, resulta obvio que hay relaciones que están cambiando. En este sentido, podemos decir que estamos en una época en que la reconfiguración de las relaciones sociales se da de un modo más rápido que el que se supone habitual. O sea, que las relaciones sociales no solamente cambian –como ya lo hacen de por sí por su inmanente carácter histórico-, sino que, en las crisis, cambian mucho, es decir, el ritmo se acelera. Dicho esto, parece que esos “muchos” cambios que están aconteciendo, trastocan principalmente la esfera económica y del trabajo. Ahí es donde se pone el foco para evaluar las actuales transformaciones de la sociedad en su conjunto. Y efectivamente, aquí no nos cabe duda de la enorme importancia de ese núcleo para entender las dinámicas de la crisis española. Pero si aceptamos que lo económico no tiene un funcionamiento puramente independiente –que es un supuesto básico de la ciencia económica- sino que no puede existir más que en relación con otras esferas, podemos por tanto atender a la forma en que se articulan las relaciones del trabajo y otro tipo de relaciones sociales, como las relaciones de género, en tanto éstas son transversales a las demás. De esta manera, abordamos cómo en el momento actual pueden emerger elementos de interés que muestren la interrelación de la esfera del mercado y la esfera de los hogares: si ambas esferas están imbricadas de modo complejo, cuando una cambia la otra también lo hará. Seguimos así la línea de análisis según la cual no se puede entender lo que ocurre en el mercado de trabajo sin atender a lo que pasa en los hogares (cf. Borderías et al., 1994; Carrasco et al. 2011). De este modo, hay que tener en cuenta los procesos recientes en términos históricos que aún no habían terminado de instalarse en la sociedad española. Sin duda, un momento clave en el tipo de interdependencia entre las relaciones salariales y las relaciones domésticas fue el aumento masivo de mujeres activas en el mercado laboral, que en el contexto europeo se produjo básicamente de modo paulatino a partir de la segunda mitad del siglo XX. Ello llevó al cuestionamiento de diversas dimensiones de la división sexual del trabajo y las actividades, y a la asalarización de muchas 3 actividades de cuidados. En algunos países, como España, todo ello se dio más tardíamente y de forma más acelerada, en comparación con la mayoría de países del entorno europeo. En la raíz de estas dinámicas, el movimiento feminista tendría un papel central. Por ejemplo, el feminismo italiano -que emergía con fuerza en los setentacriticaba el tipo de familismo mediterráneo que persistía de modo particular en la crisis del momento; en palabras de Dallacosta (2009: 37): Y las mujeres son útiles en casa no sólo porque desempeñan las tareas del hogar sin salario ni huelga, sino porque, en casa, acogen siempre a los miembros que cada tanto las crisis de empleo expulsan. La familia, ese lecho materno siempre acogedor en el momento de la necesidad, ha sido durante mucho tiempo la mejor garantía de que los parados no se transformen inmediatamente en millones de outsiders [parias] rebeldes. En lo que a nuestro trabajo se refiere, aparece aquí el paro desde un significado muy específico. El paro no era de la población sin más, sino básicamente de los varones en tanto trabajadores, lo que al mismo tiempo suponía que una contraparte –la familiadebía intensificar las tareas para sostener a los varones parados, con vistas a que, en futuros momentos de bonanza, pudieran volver a estar disponibles para el trabajo. Sin embargo, como decíamos, cuando las mujeres salen a buscar empleo de manera generalizada, la existencia de sostenes ya no se puede dar por supuesta tan fácilmente, con lo cual a menudo queda un vacío que hay que cubrir. Por un lado, el varón trabajador dejará de tener cuidadoras a tiempo completo a su disposición, y por otro, percibirá la existencia de nuevas competidoras en el trabajo. Se difundirá la idea, hoy aplicada a los inmigrantes, de que “las mujeres nos quitan el trabajo”, de lo que, por ejemplo, ya Simone de Beauvoir (cf. 1949: 19-20) había alertado. Un curioso ejemplo en este sentido es el de las declaraciones que en 1982 el presidente Reagan hacía al New York Times: Parte del desempleo no se debe tanto a la recesión sino al enorme incremento del número de personas que se incorporan al mercado de trabajo y, señoras, no quiero señalar a nadie en particular, pero también se debe a la ampliación del número de mujeres que actualmente trabajan y a las familias con dos personas empleadas. (Citado en Milkman, 1987: 347) Como vemos, las transformaciones en el trabajo se producen paralelamente a las de las relaciones de género, y todo ello no está exento de sus propias contradicciones. Se producen nuevos roles de género, que de manera ambigua se sitúan entre la nueva autonomía femenina y la socialización en el trabajo como espacio de lo masculino. Al mirar todo este proceso con la perspectiva histórica de los noventa, según la polémica tesis de Arlie Hochschild, el feminismo, en sus consecuencias no intencionadas, habría 4 coadyuvado a hacer que un cierto ideal de independencia femenino fuera parcialmente asimilado por el mercado: “El feminismo es al espíritu mercantil de la vida íntima lo que el protestantismo es al espíritu del capitalismo.” (Hochschild, 2011: 41). De esta manera, parecería que no es el mundo del trabajo el que deja de ser masculino por la entrada de las mujeres, sino que son las mujeres las que pasan a cumplir ciertos roles masculinos, terminando por ser formalmente reconocidas como miembros de pleno derecho en el espacio del trabajo asalariado. Finalmente, en el momento justamente anterior a la crisis actual, toda esta “querelle des sexes” (Prieto, 2007) derivaba en la problemática central de la llamada conciliación de la vida laboral y familiar, que era la expresión más actual de las nuevas asimetrías en razón del género. Por tanto, en multitud de cuestiones existen diferencias sociales fundamentales que van tomando formas históricas diversas: el significado del trabajo, de lo doméstico, del desempleo, del tipo de independencia promovido, etc. Y, desde luego, no sólo aparecen nuevas diferencias intergénero, sino también intragénero. Las historias personales de cada sujeto harán que, en el caso que aquí estudiamos, el paro sea vivido de un modo diferenciado y sus consecuencias sean múltiples. Y aunque no es éste el momento para desarrollar en profundidad estas cuestiones, estos apuntes nos sirven para mostrar resumidamente que el paro, lejos de ser nada más que un problema asociado al mercado laboral, tiene la capacidad de reconfigurar más espacios que los que le son comúnmente atribuidos. Lo ha hecho en diferentes momentos y contextos históricos, y lo está haciendo en la actualidad. Con todo, nuestro propósito es probar -por el momento en una primera aproximación- cómo se está materializando en los hogares el histórico momento presente de conflictividad en la evolución de esas relaciones. Es posible, según este marco, encontrar en la vida cotidiana de gente corriente elementos que, a simple vista, podrían parecer desconectados de la situación de paro, pero que pueden tener que ver con un nuevo reordenamiento de las relaciones de las que hemos hablado. El paro y la crisis de los cuidados Lo que recientemente se ha venido denominando crisis de los cuidados (cf. Pérez Orozco, 2006; Ezquerra, 2011) no es algo únicamente vinculado a la crisis “oficial”, esto es, la crisis de la economía monetaria que posee indicadores de relevancia social como el PIB o la tasa de paro. La crisis económica tiende a intensificar aquella ya existente que no tiene indicadores reconocidos, y que aunque está articulada a la crisis capitalista depende también de otras variables. A pesar de las muchas dimensiones 5 donde se puede expresar la crisis de los cuidados, aquí la abordaremos desde su conexión con el desempleo y a partir de la dimensión de género, con la intención de no complejizar excesivamente este trabajo preliminar2. De esta forma, en el caso de los hogares con algún miembro en paro, la disminución de ingresos y otros factores estarían produciendo cargas extras de trabajo doméstico y de cuidados que no pueden ser asumidas infinitamente sin dejar efectos negativos de algún tipo3. A menudo, todas estas constricciones cotidianas obligarán a rechazar empleos; por ejemplo, porque no estén suficientemente pagados como para sustituir el coste de todo lo anterior, o porque no tengan los horarios adecuados como para compatibilizar con el resto de obligaciones, etc. Y todo ello, como sabemos, no es sexualmente neutral, por no mencionar otros casos donde el paro coincide con el embarazo, con la enfermedad propia o de familiares, o con otras situaciones que son incompatibles con el trabajo. Con el paro se produce una intensificación del trabajo doméstico y de cuidados que alguien necesariamente ha de asumir. En un determinado hogar, cómo se gestionen esas obligaciones extra tendrá que ver con diferentes cuestiones, pero de modo fundamental, con lo que llamamos relación doméstica: un tipo de relación específica que se articula a la relación salarial, por la cual los cuidados no asalariados son asignados (“quién”), distribuidos (“cuánto”) y regulados (“cómo”) entre los miembros de un determinado hogar4. De este modo, en un hogar cualquiera, existirá un patrón más o menos normalizado de relación doméstica que, el paro -como situación excepcional- alterará. Y si ello tiene una dimensión de género fundamental, el género del parado provocará cambios también diferenciados. En definitiva, la re/asignación, re/distribución y re/regulación que se dé en una relación doméstica determinada, será el producto de cómo se han llegado a condensar los procesos 2 Somos plenamente conscientes del riesgo de excesiva abstracción que puede operar cuando reducimos la cuestión analizada a la dimensión de género. Por supuesto, desde nuestra concepción, ni el paro ni los cuidados tienen un significado unívoco ni desde el punto de vista del género, ni de la clase social, ni del tiempo en paro, etc. De hecho, el propósito para nuestra investigación es seguir la línea propuesta por trabajos que han cuestionado la capacidad explicativa que tiene la variable género por sí sola para explicar las desigualdades en los cuidados, por ejemplo, otorgando una gran relevancia a la clase social o a la raza (cf. Castelló, 2011; Parella, 2002; Torns y Moreno, 2008). 3 Por ejemplo, ya no se puede ir tanto a comer fuera, por lo que habrá que cocinar en casa; la comida preparada puede ser más cara que la otra, por lo que habrá que dedicar más tiempo a la cocina o comer peor; ya no se puede apuntar a los niños o niñas en actividades extraescolares ni pagar el comedor o la guardería, por lo que tendrán que pasar más tiempo en casa; si no les va bien en el colegio, es más difícil contratar profesores particulares, por lo que hay que ayudarles más con los deberes; hay más dificultades para exteriorizar los cuidados, y así un largo etcétera. 4 Hemos operativizado esta definición de relación doméstica inspirados en la propuesta de Prieto y Ramos (1999) sobre el quién, qué, cuánto y cómo del tiempo de trabajo. 6 históricos anteriormente relatados en los miembros de un hogar, y las formas con que esos sujetos actúen para construir nuevos modos de articulación de sus relaciones. Conflictos y ambivalencias en la relación doméstica Para quien queda en paro, no debieran existir problemas de pareja significativamente asociados a la “conciliación”, pues las constricciones horarias tienden a desaparecer. El origen de los problemas ya no se situaría tanto en la falta de tiempo como en aquellas dimensiones que, por el reacoplamiento a la nueva situación, quedan marcadas a menudo por la incertidumbre, la falta de medios económicos, el impacto afectivo en los sujetos, entre otras. De este modo, la nueva relación doméstica prácticamente nunca podrá darse de un modo totalmente aséptico o pacífico, por así decirlo. La negociación implícita o explícita por quién/cuánto/cómo debe realizar las tareas extra, suponemos que se expresará en algún tipo de malestar, problemática o conflicto -ya sea porque la adaptación a la novedad respecto a la normalidad implica resistencias, por la redefinición de reglas asentadas, o porque los nuevos posicionamientos pueden conllevar pérdida de privilegios, intentos de rehacer la relación de fuerzas, etc.-. Por tanto, alguna forma de conflictividad latente aparecerá en los discursos de parados y paradas como expresión de su nueva situación. Y en lo que a relaciones de género se refiere, el paro como analizador, puede tener la virtualidad de desvelar cuánto de “profundidad” tenían las aparentes nuevas simetrías que se creían logradas en los últimos tiempos. Podemos por tanto comprobar hasta qué punto puede hablarse de una des/igualdad superficial o más arraigada en esas relaciones. Aquellas desigualdades cuyo final estaba supuestamente sentenciado, pueden emerger de un modo sutil, o de repente pueden volver a convertirse en evidentes. O en otros casos, la igualdad que parecía poco asentada puede demostrarse más enraizada de lo que se pensaba. En este sentido, hay que precisar que la aparición de una nueva conflictividad no se relaciona simplemente con una determinada igualdad o desigualdad en el quién/cuánto/cómo, sino con la negociación intersubjetiva que se haya acordado de una u otra forma en la vida cotidiana de un determinado hogar. Esta conflictividad podemos rastrearla en los discursos a partir de la narración explícita de choques domésticos asociados al cambio que el paro ha supuesto, y que no pueden ser entendidos como una consecuencia necesaria de éste, sino vinculados al particular efecto que conlleve en un determinado hogar y que podrá estar relacionado con otras situaciones paralelas. Estos incluyen enfrentamientos, discusiones, malestares, etc. Pero por otro lado, no son los conflictos la única forma de expresión de esos 7 cambios. También pueden darse formas discursivas a las que nos referimos con el concepto de ambivalencia, en un sentido general, para captar fragmentos del discurso de un sujeto que no admiten su adscripción directa a un determinado posicionamiento. Expresan una potencial conflictividad sobre la cual no hay una solución dada. En un hogar, la ambivalencia puede así aparecer en relación con lo afectivo, como la “presencia simultánea, en la relación con un mismo objeto, de tendencias, actitudes y sentimientos opuestos” (Laplanche y Pontalis, 1967: 20); con lo ideológico y las relaciones patriarcales entre sexos, en forma de dilemas ideológicos (Billig, 1988), o a menudo en la intersección compleja entre ambas dimensiones. Antes de pasar al análisis, es importante señalar que lo que aquí pretendemos no es simplemente comprobar lo que típicamente se encuentra en algunos discursos como “el drama del paro en las familias”. Tampoco es necesario que la investigación sociológica constate sin más lo que ya sabemos, esto es, que la carencia de trabajo y dinero produce problemas en la vida cotidiana. Nuestro objetivo final -del que este trabajo es un paso previo- es entender cómo la conflictividad vivida en los hogares, no puede reducirse al ámbito privado, y no se da sin más cuando la abstracción “paro” entra en escena repentinamente. En nuestra hipótesis más general, existiría una relación compleja entre cómo a la persona parada le son asignados, distribuidos y regulados los cuidados, y su posición respecto al hogar y al mercado laboral (Picchio, 1981). Pero como en la fase en que nos encontramos ello supera los límites propuestos, para este trabajo hemos seleccionado casos concretos obtenidos en nuestro primer análisis, en los cuales se muestran los discursos que aparecen directamente relacionados con la conexión paro-cuidados-género5. De este modo, por el momento podemos simplemente suponer que una relación doméstica con un esquema de roles de género muy fijo –tipo ganapán-cuidadora o breadwinner-caregiver, y sus variantes-, soportará peor la obligación de reconfiguración del quién/cuánto/cómo que el paro implica, y así la conflictividad será mayor. Por el contrario, a medida que en una relación doméstica los roles no están tan marcados, los nuevos quien/cuánto/cómo serán mejor asumidos ya que encuentran un contexto flexible en el que renegociarse. 5 En un punto posterior de la investigación, esos casos podrán ser interpretados como representativos del cambio en el nivel societal de la relación salarial y la relación doméstica. 8 3. Las diferencias de género en las actividades domésticas según la EET (09-10) De un modo limitado por el momento, ya que partimos de la población de “ocupados”, “parados” y “labores” en general sin mediar ningún otro tipo de variable, los datos de la EET (09-10) pueden ilustrar las diferencias de género más generales que existen en la intensificación del trabajo doméstico y de cuidados cuando irrumpe el paro en los hogares. Como una buena parte de las paradas “reales” se encuentran categorizadas como “inactivas”, los tiempos de mujeres no pueden ser abordados solamente desde las “paradas”, sino también desde las “inactivas por labores del hogar” -aunque tal categoría incluya situaciones muy diversas-. En cualquier caso, podemos suponer que el tiempo registrado de las paradas reales ha de ser mayor que el de las “paradas”, pues las mujeres categorizadas como inactivas tenderán a estar más vinculadas con las tareas domésticas que la media de mujeres paradas. TABLA 1. Tiempo en trabajo doméstico y de cuidados. Elaboración propia a partir de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-10 del INE 6 Si los parados aumentan el tiempo dedicado a lo doméstico-familiar en una hora diaria y con una participación en un día medio del 83% de los casos -hasta las 3 hs. 23 mins.-, las paradas aumentan su dedicación diaria prácticamente en 2 hs. hasta las 5 hs. 35 mins. y el 96% de participación en un día medio. Además, los parados siguen dedicando menos tiempo diario y participan un 10% menos en el trabajo doméstico y de cuidados que las mujeres ocupadas. Por otra parte, si precisamos más en las subactividades principales obtenemos las siguientes diferencias según sexo y relación con la actividad, que presentamos ordenados por nivel de participación: 6 Las medias de tiempos y participación se habrían obtenido a partir de la muestra de 25895 individuos de la EET 09-10, que tiene 5321 ocupados, 4351 ocupadas, 1358 parados, 1176 paradas y 2494 inactivas por labores del hogar. 9 TABLA 2. Tiempo de subactividades. Elaboración propia a partir de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-10 del INE7. Según estos datos a simple vista no habría grandes diferencias por género, en el tránsito de la ocupación al paro, en el aumento de la participación como tal. Es decir, la diferencia de participación no sería especialmente más pronunciada entre parados y paradas que lo que ya era de por sí entre ocupados y ocupadas. Pero si atendemos a la muy relativa neutralidad sexual de la categoría de paro, podemos suponer que tanto la participación y el tiempo dedicado de las mujeres que quieren trabajar –sean “oficialmente” paradas o no- es mayor por cuanto muchas de esas mujeres permanecen en las encuestas como “inactivas por labores del hogar”, y que coexisten con mujeres que nunca han trabajado en el mercado. Aún así, si restringimos nuestra observación a las diferencias entre parados y paradas en participación en cada subactividad en un día medio, éstas son notables: un 33% en actividades culinarias, otro 33% en mantenimiento del hogar, un 19% en compras y servicios y un 34% en lavar y planchar la ropa. Ello significa que, aunque la diferencia en términos absolutos entre ocupación y paro según género se mantenga igual, en términos relativos, las paradas ocuparían un tiempo mucho mayor respecto al total del día medio. Llama la atención, por otra parte, la bajísima participación de los varones y el casi nulo aumento en el paro en la subactividad de lavado y planchado de ropa. Ello quizás dé pistas sobre la rigidez de este tipo de actividad que, por sus características, parecería que aún no ha sido asimilada por los varones de forma significativa en comparación, por ejemplo, con la cocina. 7 De las diez subactividades de la variable “hogar y familia” de la EET, hemos seleccionado las cuatro de mayor participación en un día medio en la población general de ocupados/parados/labores. Las actividades culinarias incluyen todo lo relacionado con preparación de comidas y fregar la vajilla; el mantenimiento del hogar todo lo referido a limpieza y organización; las compras y servicios queda claro de por sí; y por último, la confección y el cuidado de ropa, básicamente, colada y planchado. 10 Podemos finalizar señalando que el cuidado de niños, aumenta en un día medio de 100 a 135 mins. en el caso de los parados con hijos, y de 125 a 175 mins. en el caso de las paradas, lo que indica que es, de lejos, la principal actividad de cuidados a la que se dedica el tiempo en este tipo de parados. Tener esto presente será importante para entender el origen de algunos de los conflictos que pasamos a relatar. De lo aquí expuesto, se pueden deducir las tendencias más generales del quién y el cuánto. Pasamos ahora a centrarnos en el porqué y el cómo. 4. Paradas y parados en la relación doméstica: conflictos y ambivalencias TABLA 3. Fuentes de datos cualitativos8 8 Nuestro trabajo de campo se ha realizado entre octubre de 2012 y mayo de 2013. Los grupos de discusión fueron contactados a través de una cooperativa especializada en investigación social, previa reunión conjunta. Para las entrevistas de parados de larga duración de Madrid se contactó a través de carteles colgados en oficinas del INEM de un barrio de clases populares –Vallecas- y de un barrio de clases medias –Argüelles-. A los sujetos se les agradeció su participación con un cheque-regalo de 30 €. Tanto el diseño de los perfiles de grupos de discusión como de las entrevistas se realizaron conjuntamente en las reuniones del proyecto de investigación, así como el guión, aunque cada persona tenía flexibilidad para adaptar la forma de la entrevista al perfil de la persona. La estrategia consistió en establecer una lógica conversacional a partir del relato de la historia de vida del entrevistado. En total se realizaron 28 entrevistas: 12 a mujeres paradas en Madrid, 8 a varones parados de larga duración en Madrid, y 8 a parados de corta duración en Cádiz. En mi caso, realicé 11 entrevistas a parados y paradas, siguiendo los criterios del proyecto y, entre otras, la referencia central de Bourdieu (1993). El resto de entrevistas fueron realizadas por otros miembros del proyecto, en Madrid y Cádiz. Todas las transcripciones se encargaron a través del proyecto. Además, hemos seleccionado alguna entrevista para ver el punto de vista de una mujer ocupada con pareja en paro. A pesar de tener mucha más información de nuestro trabajo de campo, dado el carácter exploratorio de este trabajo, hemos seleccionado un número reducido de las entrevistas de que disponemos, por lo que mostramos posiciones sociales que no están muy polarizadas según clase social, edad, etc. De este modo controlamos que no haya excesiva variabilidad, con la intención de captar las formas más típicas de conflictividad. Ello conlleva limitaciones en la generalización que por el momento podemos realizar, lo cual asumimos para la fase de la investigación en que nos encontramos. Por tanto, intencionadamente, no hemos contemplado el caso de hogares con personas paradas no-heterosexuales, familias monoparentales, etc. 11 “Si fuera al revés…”: el punto de vista de las paradas. En primer lugar, una situación muy común es aquella en que la trayectoria de la relación salarial de la parada ha tenido alguna inestabilidad en comparación con una pareja de ocupación estable. Si el paro y la inactividad para ella han sido lugares comunes en diversas etapas, es probable que no haya ninguna reconfiguración importante de la relación doméstica. En estos casos, es típico que la parada viva su conflictividad de un modo individual y no se cuestione el quién/cuánto/cómo de los cuidados, ya que pareciera que no ha habido posibilidad de cuestionarlo. No se ha negociado ni dejado de negociar, es simplemente así. La estabilidad del hogar siempre ha girado en torno a la ocupación del varón, y la búsqueda de empleo no se realiza principalmente por una necesidad económica, sino por el hecho de tener una actividad reconocida. Además, si no aparece la posibilidad potencial de desempleo de la pareja, no parece práctico imaginar qué ocurriría si él perdiera el trabajo. Por ejemplo, en el caso siguiente, no se expresa ningún tipo de conflictividad subjetivamente asociada al espacio doméstico, sino que los problemas provienen de cuestiones asociadas a lo laboral: …en el momento en el que estaba, cuatro horas no me iban a resolver económicamente nada y que prefería estar con mi hijo y pues bueno ya vendrían otros tiempos. Me pasa igual que a ti, no sé si tomé la decisión adecuada, pero en ese momento creí que era lo mejor. (GD paradas) Hemos encontrado aquí un tipo de ambivalencia significativa en la decisión de haber dejado el trabajo de una forma aparentemente voluntaria. No saben si hicieron bien o mal, y se comparte -“me pasa igual que a ti”-. La casa no es el espacio ideal, y suponen que está mal visto que una mujer –sobre todo joven- decida aparentemente por voluntad propia no trabajar. Pero la decisión no es tanto la de no trabajar, sino la del dilema entre el rechazo a trabajar en ciertas condiciones consideradas malas, y el estar en casa. Es una culpabilidad por haber elegido la casa cuando podrían estar trabajando, de manera que parece que se les estuviera pidiendo que se justificaran. La dedicación a los cuidados parece no ser suficiente para legitimar su actividad cotidiana Pero en otros casos en las mismas condiciones, no se omite la situación sino que se expresa una percepción de desigualdad algo ambigua. En vez de apuntar hacia lo individual como en el caso anterior, se sitúa parte del problema en la forma de la relación. Merece la pena mostrar la siguiente cita tan larga por el giro que se produce y su riqueza semántica: Y pienso bueno, pues si estoy yo en casa pues, oye, que me va a tocar. Pero creo que si fuera al revés igual, ¿eh?, no es porque sea mujer, si él estuviera en casa y yo trabajando fuera, y a él le gustan ciertas cosas de la casa sobre todo bueno, pues no pone pegas a lo hora de limpiar los 12 cristales, por ejemplo cocinar, pero también me hace mucha gracia, ¿sabes?, el “hobby”, cocinar, cocina tres días al año y encima que viene a comer la familia: “Qué bien ha hecho la paella, Alberto es un cocinero estupendo, qué suerte tienes, qué suerte tienes que a tu marido le encanta la cocina” y ha cocinado tres días al año, ha dejado la cocina hecha una porquería y qué suerte tengo (GD paradas) Aquí, partiendo de una legitimación del rol del marido -"si fuera al revés igual", "no es porque sea mujer"-, se pasa a comprobar empíricamente si la igualdad abstracta evocada se concreta en la práctica: trata de pensar las tareas domésticas que él hace, -“limpia los cristales”- y al rememorar el caso de la cocina, resalta el carácter no cotidiano sino excepcional con que el marido se lo toma –“hobby” y "tres días al año"- lo cual es significado como algo que éste realiza para adquirir estatus hacia fuera. Al aparecer la contradicción, critica al marido, ironiza sobre que le digan "qué suerte tienes" y desprestigia el carácter altruista que se le atribuye, ya que, por así decirlo, los otros “362 días” cocinaría ella. Se puede interpretar como una ambivalencia hacia el marido entre “el que me quiere” y “el que me hace trabajar”. De repente, se cae en la cuenta de que, si ya era desigual cuando los dos trabajábamos, ¿por qué iba a ser “al revés” si él estuviera en paro y yo ocupada? La duda no se termina de resolver, y queda la tensión ambivalente entre un deber ser -los dos somos iguales- y lo que es -yo hago mucho más. Por tanto, el paro aquí no cambia la relación doméstica en sus características básicas sino que, al contrario, tiende a hacerla rígida al asignar, distribuir y regular los cuidados hacia el polo de la mujer. Entonces, lo común en estos casos no es hacer la transición de una distribución equitativa cuando ambos trabajaban a una nueva distribución que sería la misma independientemente del sexo. Lo que ocurre es que el paro de la mujer permite justificar una asimetría como si ésta fuera producto únicamente de su mayor tiempo disponible por el desempleo. Por tanto, permite justificar una desigualdad porque el sentido común diría “lo lógico es que quien no trabaja haga más cosas en la casa”: “…porque cuando estaba trabajando, igual [él] colaboraba un poquito más, pero cuando estoy en casa, piensa que estoy descansada todo el día y dice: “pues hazlo tú porque tú no trabajas”.” (Parada LD2). Aparece aquí que, desde el punto de vista de la parada, al hombre le convendría mantener a la mujer en paro porque así ella trabaja para él. La estructura ganapán-cuidadora se hace más fuerte, lo que implica potenciales fragilidades, como veremos más adelante. De esta forma, cuando el paro tiende a hacer que el peso de la relación doméstica se desplace hacia la mujer, la vuelta al hogar puede darse en mucha mayor 13 medida según la cualificación de la mujer –y sus expectativas de salario- y el nivel de ingresos de la pareja. Si la pareja de la parada no gana lo suficiente y/o la parada no encuentra un horario compatible y/o el trabajo que se le pueda ofrecer es a tiempo parcial o de baja retribución, la probabilidad del encierro en el hogar será máxima. En este caso, podemos ver la problemática salarial a través del discurso de un parado sobre el desempleo de su pareja, y por otro, según las constricciones horarias de un hogar que no tiene posibilidad de exteriorizar ningún cuidado: Quédate en tu casa, que tú sabes lo que van a comer tus hijas. No es machismo, pero yo prefiero que las cuides tú, a que me las cuiden. […] Es que no te compensa. Si me dices que te van a dar mil euros, u ochocientos, o setecientos, pero no quinientos, porque son cien para transporte mínimo, y trescientos euros para la guardería (Parado LD3) … estudio me cuesta dinero, dejar a mi hijo en el comedor me cuesta dinero, he decido no dejarlo en el comedor por lo tanto mi niño sale puntualmente a los doce y media y a las dos y media vuelve al colegio y entonces por la tarde me necesita para hacer los deberes. (GD paradas) De esta forma, la frustración por el encierro en mujeres, se da cuando la posibilidad económica no existe y tienen que rechazar empleos por incompatibilidad de horarios. Como el trabajo del varón será, en muchas ocasiones, mejor retribuido, con jornada completa y más estable que al que pueda acceder la mujer, la disponibilidad real para acceder a un trabajo tiende a minimizarse hasta ser, en algunos casos, casi imposible. Un modo opuesto de resolver todo este problema lo hemos encontrado en algún caso, quizás con una cierta representatividad, donde el paro de la mujer se daba en el contexto de una relación doméstica igualitaria, y así el hombre no disminuía su dedicación doméstica, con el objetivo de posibilitar la vuelta de su mujer al mercado laboral, evitándole la sensación de “encierro”: “cuando llega él lo carga él y encima no hay día que no se acueste antes de las dos de la mañana, por eso, porque es como si intentara compensar o si intentara resarcirme a mí lo que la vida me ha quitado ahora.” (GD paradas). En este ejemplo, el paro fortalece un vínculo simétrico en la relación doméstica. Se mantiene el quién/cuánto/cómo previo al paro sin desplazarlo hacia la parada, lo que choca con la lógica del sentido común del “hace más en casa el que no trabaja”. De algún modo esto puede interpretarse como una estrategia para prevenir la posibilidad de la mujer encerrada, no sólo por una actitud altruista del varón, sino como una estrategia de los miembros de la relación de protegerse frente al poder desestructurador del desempleo9. 9 Pero también puede ocurrir que la mujer admita de buen grado su vuelta al hogar. El paro aquí no es vivido como un “drama”, sino que ofrece una oportunidad a menudo atrayente del tipo: “Si podemos vivir 14 Por último, aunque parece que un discurso explícito de “que las mujeres vuelvan a la casa para no quitar el trabajo a los hombres” no ha reaparecido con fuerza de un modo explícito, no quepa duda de que el viejo discurso -como el de Reagan que citábamos- tampoco ha desaparecido definitivamente: “el otro día escuché en la radio que […] como había tanto parado, como que las mujeres se fuesen a trabajar a su casa. Y ahora dejasen esos puestos de trabajo para los hombres (risas)” (Ocupada con Parado CD). “Ella es la que ayuda ahora mismo”: el punto de vista de los parados Desde el punto de vista opuesto al que acabamos de relatar, podríamos decir que algunas de las situaciones más características de los varones parados se relacionan con una percepción de inversión de los roles. Por supuesto, ello se da en muy diversos grados, pero típicamente cuando la pareja del parado está ocupada y los roles previos al paro estaban relativamente diferenciados. A medida que aumenta el tiempo de los parados en el hogar -ya sea realizando tareas útiles o no- la casa se va convirtiendo en su espacio, no sin extrañamiento: “somos amos de casa”, “en tu casa eres un extraño” (GD parados CD). De ahí la extendida idea sobre la necesidad de los parados de no estar en casa. Pero en contraste a la menor transformación del quién/cuánto/cómo que aparecía en el caso de las paradas, cuando es él quien pierde el trabajo la propia relación tiene muchas más dificultades de mantenerse como estaba. Así, el desempleo masculino implica de modo más intenso una reconfiguración de la relación doméstica. Pasemos a describir sus variantes. Una primera inversión se muestra en frases como la que sigue: “Ella es la que ayuda ahora mismo” (GD parados CD). El igualitarismo que aparece en el discurso se revela parcial cuando ese “ahora” implica un cambio respecto a “antes”. Si las mujeres pronuncian típicamente “él me ayuda”, “él también hace cosas”, “él colabora”, en este caso, la frase es muy significativa a pesar de su simplicidad. “Ahora” ella “ayuda”, lo que implica que “ella” antes no ayudaba como tal sino que, se presupone, era la responsable directa, lo cual es muy distinto. Supuestamente, ahora la mujer sería un mero apoyo porque quien “gestiona” los cuidados ahora sería el varón parado. Sin embargo, en la práctica no es así: ella tiene que “supervisar”: “Lo que pasa es que ahora con un sueldo, ¿por qué seguir intentando entrar a la dinámica del trabajo de mercado?” Aunque no es objeto de este trabajo, algunas amas de casa ex-paradas así lo han expresado en otro grupo de discusión, reivindicando su posición en el hogar debido a un rechazo absoluto del trabajo por malas experiencias laborales. 15 sí me toca un poquito más y sí es verdad yo noto ahora más que nunca el ojo supervisor.” (GD parados CD). Por tanto, más tareas domésticas son formalmente asignadas al varón, pero la distribución, y sobre todo la regulación dependen básicamente de la mujer: “no lo haces bien, tienes que volverlo a hacer” (GD parados CD). Por tanto, visto desde este otro lado, volvemos a comprobar que no es lo mismo que “si fuera al revés”. Por consiguiente, la capacidad de adaptación que el varón tenga para realizar las tareas extra –y realizarlas “bien”- y el proceso de renegociación de la relación doméstica que implica, pueden producir fricciones de mayor calado que si es la mujer la que queda en desempleo. En lo referente a lo económico, una relación que previamente al desempleo del hombre tenía roles muy fijados, conllevará que ni él soportará el encierro doméstico ni su pareja admitirá que él no cumpla con su obligación de breadwinner: “[Los conflictos son] porque no tengo ingresos, por las deudas que tengo, porque si no las pago yo se las van a cobrar a ella.” (Parado LD2). Este mismo parado, con alta conflictividad doméstica, afirma lo siguiente respecto a la causa de sus problemas domésticos: “La situación es totalmente económica, cuando estábamos con trabajo los dos no había ningún tipo de situación, la crisis me ha puesto en esta situación y es la causante de todos los problemas.” (Parado LD2). Antes, no había conflicto porque cumplía con la función de proveedor, y como el paro ya no se lo permite, la crisis sería la “causante” porque no permite volver a la situación previa. Pero la causa, en sentido estricto, no es sólo la ruptura de la relación salarial sino también, y de manera inseparable, la incapacidad para reconfigurar la forma de su relación en el nuevo contexto: …como no estaba acostumbrado a hacerlo, a veces no lo hago muy bien […] Exige, quiere que todo esté impecable, que lo haga de la mejor manera, pero no, no puedo, no puedo hacerlo así […] lo intento pero no puedo, entonces empieza a haber problemas […] estás hundido, con depresión, tu mujer está trabajando, tú haces un poco la limpieza, organizas, y viene tu mujer, te encuentra en casa y te echa la bronca. Te dice “tú estás en casa” y encuentra un detalle, una cosa que no le gusta. […] parece que no hay solución, tratamos de solucionarlo, de conversarlo, pero no hay… (Parado LD2) Si no existe un cuestionamiento del rol de género por parte de ambos miembros, no habrá solución posible más que volver a lo que era “antes”. Lo que para él es un “detalle” de limpieza que sigue sin entender a pesar de 4 años en la casa, para ella, ese “detalle” lo es todo, porque se le intensifican progresivamente las presiones de cargar con lo salarial y lo doméstico. El contrato tácito se rompe, porque no aparece la 16 posibilidad de crear un nuevo contrato que reasigne y redistribuya funciones por el tiempo que la situación se mantenga. En otro caso, podríamos ver un punto del proceso cuando la ruptura de la relación se ha materializado, en donde pueden empezar a destaparse de modo mucho más visible las dependencias de las que nunca se había sido consciente. En el caso de este parado, él tiene que gestionar sus propios cuidados, lo que nunca había hecho: Porque a nada que compres nada, aunque compres de marca Día, marcas blancas de esas que se llaman, un bote de fabada, de marca Día, te vale 1.50. Y digo, bueno, pues hoy me voy a comer un bote. Y me estoy perjudicando en la salud, porque estoy comiendo comida basura, cuando yo estaba acostumbrado toda la vida a comer pues cosas naturales,” (Parado LD7). Nos llama la atención aquí otro “detalle”10, el del bote de fabada, que apunta hacia el quiebre de una dependencia vital con la ex-mujer que ya no se puede rehacer. Hasta ese quiebre, que se ha producido junto con el paro, podemos suponer que, en el caso del entrevistado –con roles muy tradicionales y cuya ex-esposa era cocinera profesionalnunca la fabada se había comido en una lata. La indignación con el precio de la lata de fabada no es meramente una cuestión de falta de medios económicos, sino la expresión de la desaparición de una vía afectiva que estaba invisibilizada y que la separación ha destruido. De modo que, siguiendo lo que dice Giard11, en este ejemplo, el paro tiene efectos con tal capacidad de desestructuración que, como una hilera de fichas de dominó, va destruyendo todos los soportes de la persona. El cocinar era una vía unidireccional por la cual se recibía ese afecto que no se veía, y que sólo se llega a sentir tras una vida entera dándolo por supuesto: el famoso “no te das cuenta hasta que lo pierdes”. El paro trastoca la relación doméstica que, después de los años, sólo se mantenía por el estricto contrato ganapán-cuidadora. Para este hombre, la ambivalencia entre un sentido de inutilidad producto del desempleo, que convive con una masculinidad tradicional sobredimensionada, puede llegar al punto de no querer pedir ayuda a nadie por la incapacidad subjetiva de enfrentarse con el propio narcisismo del “hombre hecho a sí mismo” que creía ser: “Cuando una persona ha sido toda su vida autosuficiente […] para mí [pedir ayuda] es una mendicidad.” (Parado LD7). De este modo, no es la miseria material la única causa de los problemas, sino la imposibilidad 10 Aunque nuestro foco de atención no pretende desarrollar el ámbito de una sociología de “lo ordinario” al estilo de Michel de Certeau, sería de interés seguir explorando esos aparentes “detalles” como los que causaban grandes conflictos en el caso anterior, o como el de la lata de fabada, para vincularlos con lo más “macro”. 11 “Con su alto grado de ritualización y su poderosa inversión afectiva, las actividades culinarias son para muchas mujeres de todas las edades un lugar de felicidad, placer e inversión.” (Giard, 1999: 154). 17 de cambiar las formas masculinas de pensar y actuar en que estaba profundamente socializado. En otros casos que serían candidatos a ruptura -al tener una forma rígida de relación doméstica junto con condiciones precarias, típicamente en algunas familias de clases populares- otros factores pueden hacer soportar la relación sin conflictividad cotidiana. Como aparece a menudo en los discursos actuales, la convivencia con un familiar puede ser el soporte central de una pareja con ambos miembros en paro: “Me falta mi madre a mí, y me pasa lo mismo. Sin casa… yo pierdo todo, seguro.” (Parado LD3) Otra situación típica aparece cuando el hombre se adapta al rol de cuidador. Si el malestar vivido individualmente por algunas paradas se relacionaba con no cuestionar su rol en la pareja, en el caso de estos parados el problema surge por asumir un rol tradicional femenino y vivirlo de manera individual: Por la tarde cuando las niñas salen del cole […] que si tienen que hacer los deberes, que si esto, que si lo otro. Que si las tienes que bañar, que hacer la cena, y a la cama. Y luego viene mi mujer, y ya está. […] Es un cansancio diferente. […] Pero llego al final del día, y digo: ¿Qué he hecho de mi vida? Como si necesitara tener mi propia vida, estoy viviendo para los demás, y para mí, no. (GD parados LD) Aquí aparece de manera calcada el clásico malestar del ama de casa que no entendía el origen de lo que le ocurría (cf. Friedan, 1963; González Duro, 1989). La vida de este parado aparece como vida femenina: privación de sí frente a apropiación de sí (Murillo, 2006: XVI). No hay vida propia, sólo dedicación a lo ajeno. Ahora sí se produce el intercambio de roles, y quien no trabaja es quien más hace las tareas de la casa. Sin embargo, estar en un marcado rol femenino es inasumible subjetivamente aunque se entienda que “lo lógico” es ocupar ese rol ya que él está parado y la mujer trabaja. Interpretamos que esto se da así porque incluso aunque la mujer pueda tener ciertos márgenes de función “supervisora” u otras responsabilidades, muchas no aceptarán maridos parados que no les resuelvan, en buena parte, las cargas domésticas: Yo llego a mi casa y yo me encuentro a mi casa bocabajo, sin nada hecho […] rascándose los huevos, mi marido dura en mi casa un cuarto de hora, te lo digo así de claro, por mucho que yo lo quiera. Por esto los hombres han tenido que coger el rol de decir: "Ahora si nosotros somos los amos de la casa y las mujeres las que trabajan". ¡Cuántas mujeres hay trabajando y cuántos hombres parados! (ocupada con Parado LD) Nuevamente aparece el extrañamiento de la inversión de roles, pero desde una posición femenina que ya se encuentra vinculada definitivamente con el trabajo, y que por lo 18 tanto le permite exigir al marido parado la intercambiabilidad de roles desde una posición de fuerza en la negociación. Parece claro que aunque el golpe a la identidad masculina es mayor y aunque los hombres se tengan que resignar a su nueva dedicación, se expresa en ocasiones un deseo de lo que se considera que hubiera sido una situación menos traumática para la relación doméstica: algo así como “si ella estuviera en casa y yo en el trabajo, todo sería más fácil.”. Algunos dicen “Pero la losa de la tradición está ahí, y eso pesa también. Yo lo preferiría que estuviera ella en paro.” (GD parados LD) y otros, más correctos, “Yo preferiría que fuera el sueldo mayor el que se hubiera quedado con el trabajo, y el sueldo menor que se hubiera quedado en paro” (GD parados LD), lo cual deja la decisión a la aparente neutralidad del salario. También una parada decía, “para que esté él sin trabajo, prefiero estar yo, porque a mí me pagan menos.” (Parada LD2). Estas casuales “preferencias” a partir de situaciones hipotéticas que en la práctica no se dan muy a menudo, señalan una de las claves que también habíamos subrayado: las diferencias respecto al mercado de trabajo –en este caso, las salariales- son claves a la hora de colocar diferencialmente a unos y otras respecto al mercado laboral y al hogar. También, por ese motivo, se retroalimenta una ambivalencia que produce malestar en estos hombres, ya que a pesar de sus ventajas relativas respecto al mercado de trabajo, su desempleo les coloca en una dependencia salarial de sus mujeres, lo que resulta aún más duro para la autoestima. 5. Sigue sin ser “lo mismo”: conclusiones. Nuestro análisis muestra que, aunque hay situaciones de todo tipo, la tendencia general es que el paro puede desvelar la apariencia de igualdad que podría haberse sobredimensionado en las últimas décadas. Toca uno de los puntos débiles que se habían señalado en otros análisis: la diferencia entre discursos y prácticas en lo que se refiere a los cambios en las relaciones de género (cf. Alberdi, 1999: 266; Torns y Moreno, 2008: 105). Por tanto, parece que la construcción patriarcal de género no puede superarse en tan poco tiempo como algunos lugares comunes señalan. Así, el diferencial vínculo con el trabajo y el espacio doméstico sigue estructuralmente marcado por el sexo. Las diferencias respecto al mercado laboral -como las diferencias salariales (Dema, 2005) o la remuneración de los trabajos a tiempo parcial12- resultan factores 12 Las españolas son las únicas europeas que no prefieren trabajo a tiempo parcial (Fagan, 2001, citado en Torns, 2007: 273), no porque no quieran tener más tiempo, sino porque el salario asociado a tal tipo de trabajo no “compensa”. 19 fundamentales que marcan la diferencia del paro masculino y femenino. Y como además hemos querido mostrar, no es posible entender la naturaleza del paro sin ver la articulación de las variables del ámbito laboral con las formas concretas de relación doméstica, marcadas por la diferencial disponibilidad temporal (Prieto y Pérez de Guzmán, 2012), el significado de las distintas actividades domésticas y las formas de vivenciar el malestar -ya sea por el potencial encierro sentido por las mujeres, o por la inversión de los roles que no pueden asumir los hombres-. En este sentido, si en el momento previo al paro, el quién/cuánto/cómo era poco flexible y los roles estaban muy diferenciados, la conflictividad marca el tiempo del paro y la forma de disponibilidad para el mercado laboral. En consecuencia, cuando el paro afecta a la mujer -en diversos grados pero tendencialmente en todos los casos- se reestablece una normalidad que estaba latente y entra en un cierto sentido de lo razonable. Por el contrario, al restituir el viejo esquema ganapán-cuidadora, se vivencia como si nada cambiara excesivamente. Sigue siendo algo casi antinatural el que un hogar esté formado por un hombre sin trabajar y una mujer que lo mantiene en el plano monetario. Además, no hemos encontrado hombres que, de manera significativa, vean limitada su disponibilidad para el mercado por constricciones doméstico-familiares. Y otras cosas no cambian con o sin paro: el management familiar (Torns, 2007: 271) sigue centrado en las mujeres, En conclusión, aquí hemos tratado de mostrar sucintamente algunas de las consecuencias en los hogares de la desregulación de la relación salarial que, para algunos economistas, es la solución al desempleo. Por nuestra parte, también optamos por proponer otra desregulación, pero de ciertas formas de relación doméstica que como hemos visto en nada ayudan a afrontar los poderosos efectos desestructuradores del paro. 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