PARO, CRISIS DE LOS CUIDADOS ... GÉNERO: CONFLICTOS Y AMBIVALENCIAS.

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PARO, CRISIS DE LOS CUIDADOS Y RELACIONES DE
GÉNERO: CONFLICTOS Y AMBIVALENCIAS.
Álvaro Briales
[email protected].
Departamento de Sociología I (cambio social)
Universidad Complutense de Madrid
Resumen
En este trabajo analizamos los conflictos y ambivalencias que aparecen en las relaciones
domésticas de las personas paradas. Ello forma parte de los primeros resultados de
nuestra investigación sobre los efectos del paro en las relaciones domésticas en los
hogares españoles, que a su vez se inscribe de un proyecto más amplio sobre la relación
entre trabajo, cuidados, vida personal y orden social en la sociedad española.
Teóricamente, entendemos la crisis de empleo actual desde el punto de vista del
proceso histórico de cambios en las relaciones de género, y su particular significación
respecto a la “ocupación” y a la “inactividad”. A continuación, abordamos las formas de
conflictividad en los hogares como una expresión de los cambios en la articulación del
mercado de trabajo con la esfera doméstica, y más específicamente con la actual crisis
de los cuidados y la reconfiguración de las relaciones domésticas
Para ello, hemos seleccionado datos cuantitativos de la Encuesta de Empleo del
Tiempo (EET) de 2009-10 y datos cualitativos producidos en grupos de discusión y
entrevistas realizados en Madrid y Cádiz a personas paradas de corta y larga duración de
clases medias y populares. Cuantitativamente, comparamos los índices de participación
y la duración media diaria dedicados a las actividades domésticas y de cuidados según
el sexo y la relación con la actividad. En segundo lugar, exploramos la significación
diferencial del paro según sea el hombre o la mujer quien queda en desempleo en un
determinado hogar, y las diferentes formas de asignación, distribución y regulación de
los cuidados.
Concluimos que el desempleo sigue sin ser lo mismo para hombres y para
mujeres porque se mantiene, en diversos grados, un vínculo diferencial respecto a la
relación salarial y al espacio doméstico.
Palabras clave: paro, desempleo, trabajo doméstico, cuidados, género.
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1. Introducción1
Aunque no tenemos constancia, seguramente algún economista haya afirmado que, a
pesar de todas las consecuencias negativas de la crisis, por primera vez existe igualdad
de género en la tasa de paro. Desde 2009, el desempleo masculino -debido a la caída del
sector de la construcción- igualó a la tradicionalmente más alta tasa femenina, y desde
entonces se han ido elevando ambas tasas a la par. No obstante, lo cierto es que la
categoría de paro ni era ni es neutral en función del género, no sólo por la menor tasa de
“actividad” femenina sino sobre todo por la propia definición de la actividad/inactividad
a partir de la cual se define el paro según el criterio de la OIT y de la EPA. Sabemos que
para los hombres no hay prácticamente ambigüedad en la categorización de parado,
mientras que en el caso de las mujeres esconde toda una serie de cuestiones relativas a
los debates feministas sobre el significado de la actividad, del trabajo, de lo económico,
etc. Por todo ello, nos preguntamos en qué sentido el paro no es lo mismo para hombres
o para mujeres. Conocemos, de entrada, las diferencias en relación con el mercado de
trabajo, sus condiciones laborales, salariales, de valoración de determinadas
cualificaciones, etc.; también el estado de la opinión pública y la diferencial “tolerancia
social de la exclusión” (Torns, 2000) hacia el paro femenino, etc. De este modo,
queremos mostrar en este trabajo qué ocurre con el paro según como afecta en los
hogares la dimensión de género.
Para adentrarnos en toda esta problemática, aquí presentamos cómo el paro
puede servir de analizador privilegiado de las relaciones de género en los hogares.
Podemos entender el sentido de los cambios que se están produciendo según como el
paro afecta diferencialmente a un determinado hogar, a partir del tipo de articulación de
las relaciones salariales de sus miembros hacia afuera y de las relaciones domésticas
hacia dentro. Así, hemos rastreado conflictos y ambivalencias marcadas por el género,
que pueden ser interpretados como la expresión que toman las transformaciones en la
articulación entre la relación salarial y la relación doméstica en los hogares concretos.
1
Esta ponencia forma parte de mi trabajo como investigador FPI en el proyecto dirigido por Carlos Prieto
“Trabajo, cuidados, vida personal y orden social en los mundos de vida de la sociedad española”
(CSO2010-19450). Agradezco a mis directores de tesis, Carlos Prieto y Eduardo Crespo, sus útiles
comentarios, así como los del taller de redacción organizado por doctorandas de Antropología de la
UCM.
2
2. El paro como analizador de los cambios en las relaciones de género
“…lo que permanece oculto no es tanto el trabajo doméstico y de cuidados en sí mismo, sino la
relación que mantiene con el sistema de producción capitalista.” (Carrasco et al., 2011: 51)
Lo que hoy ocurre en España en términos de la crisis del empleo es un momento más en
el desarrollo de transformaciones históricas de largo alcance. Desde ese punto de vista,
lo que nos indica el significante “crisis” no es algo que, por de pronto, haya de tener un
juicio de valor. La crisis podrá ser valorada como mejor o peor, pero
independientemente de ello, resulta obvio que hay relaciones que están cambiando. En
este sentido, podemos decir que estamos en una época en que la reconfiguración de las
relaciones sociales se da de un modo más rápido que el que se supone habitual. O sea,
que las relaciones sociales no solamente cambian –como ya lo hacen de por sí por su
inmanente carácter histórico-, sino que, en las crisis, cambian mucho, es decir, el ritmo
se acelera. Dicho esto, parece que esos “muchos” cambios que están aconteciendo,
trastocan principalmente la esfera económica y del trabajo. Ahí es donde se pone el foco
para evaluar las actuales transformaciones de la sociedad en su conjunto. Y
efectivamente, aquí no nos cabe duda de la enorme importancia de ese núcleo para
entender las dinámicas de la crisis española. Pero si aceptamos que lo económico no
tiene un funcionamiento puramente independiente –que es un supuesto básico de la
ciencia económica- sino que no puede existir más que en relación con otras esferas,
podemos por tanto atender a la forma en que se articulan las relaciones del trabajo y otro
tipo de relaciones sociales, como las relaciones de género, en tanto éstas son
transversales a las demás. De esta manera, abordamos cómo en el momento actual
pueden emerger elementos de interés que muestren la interrelación de la esfera del
mercado y la esfera de los hogares: si ambas esferas están imbricadas de modo
complejo, cuando una cambia la otra también lo hará. Seguimos así la línea de análisis
según la cual no se puede entender lo que ocurre en el mercado de trabajo sin atender a
lo que pasa en los hogares (cf. Borderías et al., 1994; Carrasco et al. 2011).
De este modo, hay que tener en cuenta los procesos recientes en términos
históricos que aún no habían terminado de instalarse en la sociedad española. Sin duda,
un momento clave en el tipo de interdependencia entre las relaciones salariales y las
relaciones domésticas fue el aumento masivo de mujeres activas en el mercado laboral,
que en el contexto europeo se produjo básicamente de modo paulatino a partir de la
segunda mitad del siglo XX. Ello llevó al cuestionamiento de diversas dimensiones de
la división sexual del trabajo y las actividades, y a la asalarización de muchas
3
actividades de cuidados. En algunos países, como España, todo ello se dio más
tardíamente y de forma más acelerada, en comparación con la mayoría de países del
entorno europeo. En la raíz de estas dinámicas, el movimiento feminista tendría un
papel central. Por ejemplo, el feminismo italiano -que emergía con fuerza en los setentacriticaba el tipo de familismo mediterráneo que persistía de modo particular en la crisis
del momento; en palabras de Dallacosta (2009: 37):
Y las mujeres son útiles en casa no sólo porque desempeñan las tareas del hogar sin salario ni
huelga, sino porque, en casa, acogen siempre a los miembros que cada tanto las crisis de empleo
expulsan. La familia, ese lecho materno siempre acogedor en el momento de la necesidad, ha
sido durante mucho tiempo la mejor garantía de que los parados no se transformen
inmediatamente en millones de outsiders [parias] rebeldes.
En lo que a nuestro trabajo se refiere, aparece aquí el paro desde un significado muy
específico. El paro no era de la población sin más, sino básicamente de los varones en
tanto trabajadores, lo que al mismo tiempo suponía que una contraparte –la familiadebía intensificar las tareas para sostener a los varones parados, con vistas a que, en
futuros momentos de bonanza, pudieran volver a estar disponibles para el trabajo. Sin
embargo, como decíamos, cuando las mujeres salen a buscar empleo de manera
generalizada, la existencia de sostenes ya no se puede dar por supuesta tan fácilmente,
con lo cual a menudo queda un vacío que hay que cubrir. Por un lado, el varón
trabajador dejará de tener cuidadoras a tiempo completo a su disposición, y por otro,
percibirá la existencia de nuevas competidoras en el trabajo. Se difundirá la idea, hoy
aplicada a los inmigrantes, de que “las mujeres nos quitan el trabajo”, de lo que, por
ejemplo, ya Simone de Beauvoir (cf. 1949: 19-20) había alertado. Un curioso ejemplo
en este sentido es el de las declaraciones que en 1982 el presidente Reagan hacía al New
York Times:
Parte del desempleo no se debe tanto a la recesión sino al enorme incremento del número de
personas que se incorporan al mercado de trabajo y, señoras, no quiero señalar a nadie en
particular, pero también se debe a la ampliación del número de mujeres que actualmente
trabajan y a las familias con dos personas empleadas. (Citado en Milkman, 1987: 347)
Como vemos, las transformaciones en el trabajo se producen paralelamente a las de las
relaciones de género, y todo ello no está exento de sus propias contradicciones. Se
producen nuevos roles de género, que de manera ambigua se sitúan entre la nueva
autonomía femenina y la socialización en el trabajo como espacio de lo masculino. Al
mirar todo este proceso con la perspectiva histórica de los noventa, según la polémica
tesis de Arlie Hochschild, el feminismo, en sus consecuencias no intencionadas, habría
4
coadyuvado a hacer que un cierto ideal de independencia femenino fuera parcialmente
asimilado por el mercado: “El feminismo es al espíritu mercantil de la vida íntima lo
que el protestantismo es al espíritu del capitalismo.” (Hochschild, 2011: 41). De esta
manera, parecería que no es el mundo del trabajo el que deja de ser masculino por la
entrada de las mujeres, sino que son las mujeres las que pasan a cumplir ciertos roles
masculinos, terminando por ser formalmente reconocidas como miembros de pleno
derecho en el espacio del trabajo asalariado. Finalmente, en el momento justamente
anterior a la crisis actual, toda esta “querelle des sexes” (Prieto, 2007) derivaba en la
problemática central de la llamada conciliación de la vida laboral y familiar, que era la
expresión más actual de las nuevas asimetrías en razón del género.
Por tanto, en multitud de cuestiones existen diferencias sociales fundamentales
que van tomando formas históricas diversas: el significado del trabajo, de lo doméstico,
del desempleo, del tipo de independencia promovido, etc. Y, desde luego, no sólo
aparecen nuevas diferencias intergénero, sino también intragénero. Las historias
personales de cada sujeto harán que, en el caso que aquí estudiamos, el paro sea vivido
de un modo diferenciado y sus consecuencias sean múltiples. Y aunque no es éste el
momento para desarrollar en profundidad estas cuestiones, estos apuntes nos sirven para
mostrar resumidamente que el paro, lejos de ser nada más que un problema asociado al
mercado laboral, tiene la capacidad de reconfigurar más espacios que los que le son
comúnmente atribuidos. Lo ha hecho en diferentes momentos y contextos históricos, y
lo está haciendo en la actualidad. Con todo, nuestro propósito es probar -por el
momento en una primera aproximación- cómo se está materializando en los hogares el
histórico momento presente de conflictividad en la evolución de esas relaciones. Es
posible, según este marco, encontrar en la vida cotidiana de gente corriente elementos
que, a simple vista, podrían parecer desconectados de la situación de paro, pero que
pueden tener que ver con un nuevo reordenamiento de las relaciones de las que hemos
hablado.
El paro y la crisis de los cuidados
Lo que recientemente se ha venido denominando crisis de los cuidados (cf. Pérez
Orozco, 2006; Ezquerra, 2011) no es algo únicamente vinculado a la crisis “oficial”,
esto es, la crisis de la economía monetaria que posee indicadores de relevancia social
como el PIB o la tasa de paro. La crisis económica tiende a intensificar aquella ya
existente que no tiene indicadores reconocidos, y que aunque está articulada a la crisis
capitalista depende también de otras variables. A pesar de las muchas dimensiones
5
donde se puede expresar la crisis de los cuidados, aquí la abordaremos desde su
conexión con el desempleo y a partir de la dimensión de género, con la intención de no
complejizar excesivamente este trabajo preliminar2.
De esta forma, en el caso de los hogares con algún miembro en paro, la
disminución de ingresos y otros factores estarían produciendo cargas extras de trabajo
doméstico y de cuidados que no pueden ser asumidas infinitamente sin dejar efectos
negativos de algún tipo3. A menudo, todas estas constricciones cotidianas obligarán a
rechazar empleos; por ejemplo, porque no estén suficientemente pagados como para
sustituir el coste de todo lo anterior, o porque no tengan los horarios adecuados como
para compatibilizar con el resto de obligaciones, etc. Y todo ello, como sabemos, no es
sexualmente neutral, por no mencionar otros casos donde el paro coincide con el
embarazo, con la enfermedad propia o de familiares, o con otras situaciones que son
incompatibles con el trabajo. Con el paro se produce una intensificación del trabajo
doméstico y de cuidados que alguien necesariamente ha de asumir. En un determinado
hogar, cómo se gestionen esas obligaciones extra tendrá que ver con diferentes
cuestiones, pero de modo fundamental, con lo que llamamos relación doméstica: un tipo
de relación específica que se articula a la relación salarial, por la cual los cuidados no
asalariados son asignados (“quién”), distribuidos (“cuánto”) y regulados (“cómo”)
entre los miembros de un determinado hogar4. De este modo, en un hogar cualquiera,
existirá un patrón más o menos normalizado de relación doméstica que, el paro -como
situación excepcional- alterará. Y si ello tiene una dimensión de género fundamental, el
género del parado provocará cambios también diferenciados. En definitiva, la
re/asignación, re/distribución y re/regulación que se dé en una relación doméstica
determinada, será el producto de cómo se han llegado a condensar los procesos
2
Somos plenamente conscientes del riesgo de excesiva abstracción que puede operar cuando reducimos
la cuestión analizada a la dimensión de género. Por supuesto, desde nuestra concepción, ni el paro ni los
cuidados tienen un significado unívoco ni desde el punto de vista del género, ni de la clase social, ni del
tiempo en paro, etc. De hecho, el propósito para nuestra investigación es seguir la línea propuesta por
trabajos que han cuestionado la capacidad explicativa que tiene la variable género por sí sola para
explicar las desigualdades en los cuidados, por ejemplo, otorgando una gran relevancia a la clase social o
a la raza (cf. Castelló, 2011; Parella, 2002; Torns y Moreno, 2008).
3
Por ejemplo, ya no se puede ir tanto a comer fuera, por lo que habrá que cocinar en casa; la comida
preparada puede ser más cara que la otra, por lo que habrá que dedicar más tiempo a la cocina o comer
peor; ya no se puede apuntar a los niños o niñas en actividades extraescolares ni pagar el comedor o la
guardería, por lo que tendrán que pasar más tiempo en casa; si no les va bien en el colegio, es más difícil
contratar profesores particulares, por lo que hay que ayudarles más con los deberes; hay más dificultades
para exteriorizar los cuidados, y así un largo etcétera.
4
Hemos operativizado esta definición de relación doméstica inspirados en la propuesta de Prieto y Ramos
(1999) sobre el quién, qué, cuánto y cómo del tiempo de trabajo.
6
históricos anteriormente relatados en los miembros de un hogar, y las formas con que
esos sujetos actúen para construir nuevos modos de articulación de sus relaciones.
Conflictos y ambivalencias en la relación doméstica
Para quien queda en paro, no debieran existir problemas de pareja significativamente
asociados a la “conciliación”, pues las constricciones horarias tienden a desaparecer. El
origen de los problemas ya no se situaría tanto en la falta de tiempo como en aquellas
dimensiones que, por el reacoplamiento a la nueva situación, quedan marcadas a
menudo por la incertidumbre, la falta de medios económicos, el impacto afectivo en los
sujetos, entre otras. De este modo, la nueva relación doméstica prácticamente nunca
podrá darse de un modo totalmente aséptico o pacífico, por así decirlo. La negociación
implícita o explícita por quién/cuánto/cómo debe realizar las tareas extra, suponemos
que se expresará en algún tipo de malestar, problemática o conflicto -ya sea porque la
adaptación a la novedad respecto a la normalidad implica resistencias, por la
redefinición de reglas asentadas, o porque los nuevos posicionamientos pueden
conllevar pérdida de privilegios, intentos de rehacer la relación de fuerzas, etc.-. Por
tanto, alguna forma de conflictividad latente aparecerá en los discursos de parados y
paradas como expresión de su nueva situación. Y en lo que a relaciones de género se
refiere, el paro como analizador, puede tener la virtualidad de desvelar cuánto de
“profundidad” tenían las aparentes nuevas simetrías que se creían logradas en los
últimos tiempos. Podemos por tanto comprobar hasta qué punto puede hablarse de una
des/igualdad superficial o más arraigada en esas relaciones. Aquellas desigualdades
cuyo final estaba supuestamente sentenciado, pueden emerger de un modo sutil, o de
repente pueden volver a convertirse en evidentes. O en otros casos, la igualdad que
parecía poco asentada puede demostrarse más enraizada de lo que se pensaba. En este
sentido, hay que precisar que la aparición de una nueva conflictividad no se relaciona
simplemente con una determinada igualdad o desigualdad en el quién/cuánto/cómo, sino
con la negociación intersubjetiva que se haya acordado de una u otra forma en la vida
cotidiana de un determinado hogar.
Esta conflictividad podemos rastrearla en los discursos a partir de la narración
explícita de choques domésticos asociados al cambio que el paro ha supuesto, y que no
pueden ser entendidos como una consecuencia necesaria de éste, sino vinculados al
particular efecto que conlleve en un determinado hogar y que podrá estar relacionado
con otras situaciones paralelas. Estos incluyen enfrentamientos, discusiones, malestares,
etc. Pero por otro lado, no son los conflictos la única forma de expresión de esos
7
cambios. También pueden darse formas discursivas a las que nos referimos con el
concepto de ambivalencia, en un sentido general, para captar fragmentos del discurso de
un sujeto que no admiten su adscripción directa a un determinado posicionamiento.
Expresan una potencial conflictividad sobre la cual no hay una solución dada. En un
hogar, la ambivalencia puede así aparecer en relación con lo afectivo, como la
“presencia simultánea, en la relación con un mismo objeto, de tendencias, actitudes y
sentimientos opuestos” (Laplanche y Pontalis, 1967: 20); con lo ideológico y las
relaciones patriarcales entre sexos, en forma de dilemas ideológicos (Billig, 1988), o a
menudo en la intersección compleja entre ambas dimensiones.
Antes de pasar al análisis, es importante señalar que lo que aquí pretendemos no
es simplemente comprobar lo que típicamente se encuentra en algunos discursos como
“el drama del paro en las familias”. Tampoco es necesario que la investigación
sociológica constate sin más lo que ya sabemos, esto es, que la carencia de trabajo y
dinero produce problemas en la vida cotidiana. Nuestro objetivo final -del que este
trabajo es un paso previo- es entender cómo la conflictividad vivida en los hogares, no
puede reducirse al ámbito privado, y no se da sin más cuando la abstracción “paro”
entra en escena repentinamente. En nuestra hipótesis más general, existiría una relación
compleja entre cómo a la persona parada le son asignados, distribuidos y regulados los
cuidados, y su posición respecto al hogar y al mercado laboral (Picchio, 1981). Pero
como en la fase en que nos encontramos ello supera los límites propuestos, para este
trabajo hemos seleccionado casos concretos obtenidos en nuestro primer análisis, en los
cuales se muestran los discursos que aparecen directamente relacionados con la
conexión paro-cuidados-género5. De este modo, por el momento podemos simplemente
suponer que una relación doméstica con un esquema de roles de género muy fijo –tipo
ganapán-cuidadora o breadwinner-caregiver, y sus variantes-, soportará peor la
obligación de reconfiguración del quién/cuánto/cómo que el paro implica, y así la
conflictividad será mayor. Por el contrario, a medida que en una relación doméstica los
roles no están tan marcados, los nuevos quien/cuánto/cómo serán mejor asumidos ya
que encuentran un contexto flexible en el que renegociarse.
5
En un punto posterior de la investigación, esos casos podrán ser interpretados como representativos del
cambio en el nivel societal de la relación salarial y la relación doméstica.
8
3. Las diferencias de género en las actividades domésticas según la EET (09-10)
De un modo limitado por el momento, ya que partimos de la población de “ocupados”,
“parados” y “labores” en general sin mediar ningún otro tipo de variable, los datos de la
EET (09-10) pueden ilustrar las diferencias de género más generales que existen en la
intensificación del trabajo doméstico y de cuidados cuando irrumpe el paro en los
hogares. Como una buena parte de las paradas “reales” se encuentran categorizadas
como “inactivas”, los tiempos de mujeres no pueden ser abordados solamente desde las
“paradas”, sino también desde las “inactivas por labores del hogar” -aunque tal
categoría incluya situaciones muy diversas-. En cualquier caso, podemos suponer que el
tiempo registrado de las paradas reales ha de ser mayor que el de las “paradas”, pues las
mujeres categorizadas como inactivas tenderán a estar más vinculadas con las tareas
domésticas que la media de mujeres paradas.
TABLA 1. Tiempo en trabajo doméstico y de cuidados.
Elaboración propia a partir de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-10 del INE
6
Si los parados aumentan el tiempo dedicado a lo doméstico-familiar en una hora diaria y
con una participación en un día medio del 83% de los casos -hasta las 3 hs. 23 mins.-,
las paradas aumentan su dedicación diaria prácticamente en 2 hs. hasta las 5 hs. 35
mins. y el 96% de participación en un día medio. Además, los parados siguen dedicando
menos tiempo diario y participan un 10% menos en el trabajo doméstico y de cuidados
que las mujeres ocupadas. Por otra parte, si precisamos más en las subactividades
principales obtenemos las siguientes diferencias según sexo y relación con la actividad,
que presentamos ordenados por nivel de participación:
6
Las medias de tiempos y participación se habrían obtenido a partir de la muestra de 25895 individuos de
la EET 09-10, que tiene 5321 ocupados, 4351 ocupadas, 1358 parados, 1176 paradas y 2494 inactivas por
labores del hogar.
9
TABLA 2. Tiempo de subactividades.
Elaboración propia a partir de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-10 del INE7.
Según estos datos a simple vista no habría grandes diferencias por género, en el tránsito
de la ocupación al paro, en el aumento de la participación como tal. Es decir, la
diferencia de participación no sería especialmente más pronunciada entre parados y
paradas que lo que ya era de por sí entre ocupados y ocupadas. Pero si atendemos a la
muy relativa neutralidad sexual de la categoría de paro, podemos suponer que tanto la
participación y el tiempo dedicado de las mujeres que quieren trabajar –sean
“oficialmente” paradas o no- es mayor por cuanto muchas de esas mujeres permanecen
en las encuestas como “inactivas por labores del hogar”, y que coexisten con mujeres
que nunca han trabajado en el mercado.
Aún así, si restringimos nuestra observación a las diferencias entre parados y
paradas en participación en cada subactividad en un día medio, éstas son notables: un
33% en actividades culinarias, otro 33% en mantenimiento del hogar, un 19% en
compras y servicios y un 34% en lavar y planchar la ropa. Ello significa que, aunque la
diferencia en términos absolutos entre ocupación y paro según género se mantenga
igual, en términos relativos, las paradas ocuparían un tiempo mucho mayor respecto al
total del día medio. Llama la atención, por otra parte, la bajísima participación de los
varones y el casi nulo aumento en el paro en la subactividad de lavado y planchado de
ropa. Ello quizás dé pistas sobre la rigidez de este tipo de actividad que, por sus
características, parecería que aún no ha sido asimilada por los varones de forma
significativa en comparación, por ejemplo, con la cocina.
7
De las diez subactividades de la variable “hogar y familia” de la EET, hemos seleccionado las cuatro de
mayor participación en un día medio en la población general de ocupados/parados/labores. Las
actividades culinarias incluyen todo lo relacionado con preparación de comidas y fregar la vajilla; el
mantenimiento del hogar todo lo referido a limpieza y organización; las compras y servicios queda claro
de por sí; y por último, la confección y el cuidado de ropa, básicamente, colada y planchado.
10
Podemos finalizar señalando que el cuidado de niños, aumenta en un día medio
de 100 a 135 mins. en el caso de los parados con hijos, y de 125 a 175 mins. en el caso
de las paradas, lo que indica que es, de lejos, la principal actividad de cuidados a la que
se dedica el tiempo en este tipo de parados. Tener esto presente será importante para
entender el origen de algunos de los conflictos que pasamos a relatar. De lo aquí
expuesto, se pueden deducir las tendencias más generales del quién y el cuánto.
Pasamos ahora a centrarnos en el porqué y el cómo.
4. Paradas y parados en la relación doméstica: conflictos y ambivalencias
TABLA 3. Fuentes de datos cualitativos8
8
Nuestro trabajo de campo se ha realizado entre octubre de 2012 y mayo de 2013. Los grupos de
discusión fueron contactados a través de una cooperativa especializada en investigación social, previa
reunión conjunta. Para las entrevistas de parados de larga duración de Madrid se contactó a través de
carteles colgados en oficinas del INEM de un barrio de clases populares –Vallecas- y de un barrio de
clases medias –Argüelles-. A los sujetos se les agradeció su participación con un cheque-regalo de 30 €.
Tanto el diseño de los perfiles de grupos de discusión como de las entrevistas se realizaron conjuntamente
en las reuniones del proyecto de investigación, así como el guión, aunque cada persona tenía flexibilidad
para adaptar la forma de la entrevista al perfil de la persona. La estrategia consistió en establecer una
lógica conversacional a partir del relato de la historia de vida del entrevistado. En total se realizaron 28
entrevistas: 12 a mujeres paradas en Madrid, 8 a varones parados de larga duración en Madrid, y 8 a
parados de corta duración en Cádiz. En mi caso, realicé 11 entrevistas a parados y paradas, siguiendo los
criterios del proyecto y, entre otras, la referencia central de Bourdieu (1993). El resto de entrevistas
fueron realizadas por otros miembros del proyecto, en Madrid y Cádiz. Todas las transcripciones se
encargaron a través del proyecto. Además, hemos seleccionado alguna entrevista para ver el punto de
vista de una mujer ocupada con pareja en paro. A pesar de tener mucha más información de nuestro
trabajo de campo, dado el carácter exploratorio de este trabajo, hemos seleccionado un número reducido
de las entrevistas de que disponemos, por lo que mostramos posiciones sociales que no están muy
polarizadas según clase social, edad, etc. De este modo controlamos que no haya excesiva variabilidad,
con la intención de captar las formas más típicas de conflictividad. Ello conlleva limitaciones en la
generalización que por el momento podemos realizar, lo cual asumimos para la fase de la investigación en
que nos encontramos. Por tanto, intencionadamente, no hemos contemplado el caso de hogares con
personas paradas no-heterosexuales, familias monoparentales, etc.
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“Si fuera al revés…”: el punto de vista de las paradas.
En primer lugar, una situación muy común es aquella en que la trayectoria de la relación
salarial de la parada ha tenido alguna inestabilidad en comparación con una pareja de
ocupación estable. Si el paro y la inactividad para ella han sido lugares comunes en
diversas etapas, es probable que no haya ninguna reconfiguración importante de la
relación doméstica. En estos casos, es típico que la parada viva su conflictividad de un
modo individual y no se cuestione el quién/cuánto/cómo de los cuidados, ya que
pareciera que no ha habido posibilidad de cuestionarlo. No se ha negociado ni dejado de
negociar, es simplemente así. La estabilidad del hogar siempre ha girado en torno a la
ocupación del varón, y la búsqueda de empleo no se realiza principalmente por una
necesidad económica, sino por el hecho de tener una actividad reconocida. Además, si
no aparece la posibilidad potencial de desempleo de la pareja, no parece práctico
imaginar qué ocurriría si él perdiera el trabajo. Por ejemplo, en el caso siguiente, no se
expresa ningún tipo de conflictividad subjetivamente asociada al espacio doméstico,
sino que los problemas provienen de cuestiones asociadas a lo laboral:
…en el momento en el que estaba, cuatro horas no me iban a resolver económicamente nada y
que prefería estar con mi hijo y pues bueno ya vendrían otros tiempos. Me pasa igual que a ti, no
sé si tomé la decisión adecuada, pero en ese momento creí que era lo mejor. (GD paradas)
Hemos encontrado aquí un tipo de ambivalencia significativa en la decisión de haber
dejado el trabajo de una forma aparentemente voluntaria. No saben si hicieron bien o
mal, y se comparte -“me pasa igual que a ti”-. La casa no es el espacio ideal, y suponen
que está mal visto que una mujer –sobre todo joven- decida aparentemente por voluntad
propia no trabajar. Pero la decisión no es tanto la de no trabajar, sino la del dilema entre
el rechazo a trabajar en ciertas condiciones consideradas malas, y el estar en casa. Es
una culpabilidad por haber elegido la casa cuando podrían estar trabajando, de manera
que parece que se les estuviera pidiendo que se justificaran. La dedicación a los
cuidados parece no ser suficiente para legitimar su actividad cotidiana
Pero en otros casos en las mismas condiciones, no se omite la situación sino que
se expresa una percepción de desigualdad algo ambigua. En vez de apuntar hacia lo
individual como en el caso anterior, se sitúa parte del problema en la forma de la
relación. Merece la pena mostrar la siguiente cita tan larga por el giro que se produce y
su riqueza semántica:
Y pienso bueno, pues si estoy yo en casa pues, oye, que me va a tocar. Pero creo que si fuera al
revés igual, ¿eh?, no es porque sea mujer, si él estuviera en casa y yo trabajando fuera, y a él le
gustan ciertas cosas de la casa sobre todo bueno, pues no pone pegas a lo hora de limpiar los
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cristales, por ejemplo cocinar, pero también me hace mucha gracia, ¿sabes?, el “hobby”, cocinar,
cocina tres días al año y encima que viene a comer la familia: “Qué bien ha hecho la paella,
Alberto es un cocinero estupendo, qué suerte tienes, qué suerte tienes que a tu marido le encanta
la cocina” y ha cocinado tres días al año, ha dejado la cocina hecha una porquería y qué suerte
tengo (GD paradas)
Aquí, partiendo de una legitimación del rol del marido -"si fuera al revés igual", "no es
porque sea mujer"-, se pasa a comprobar empíricamente si la igualdad abstracta evocada
se concreta en la práctica: trata de pensar las tareas domésticas que él hace, -“limpia los
cristales”- y al rememorar el caso de la cocina, resalta el carácter no cotidiano sino
excepcional con que el marido se lo toma –“hobby” y "tres días al año"- lo cual es
significado como algo que éste realiza para adquirir estatus hacia fuera. Al aparecer la
contradicción, critica al marido, ironiza sobre que le digan "qué suerte tienes" y
desprestigia el carácter altruista que se le atribuye, ya que, por así decirlo, los otros “362
días” cocinaría ella. Se puede interpretar como una ambivalencia hacia el marido entre
“el que me quiere” y “el que me hace trabajar”. De repente, se cae en la cuenta de que,
si ya era desigual cuando los dos trabajábamos, ¿por qué iba a ser “al revés” si él
estuviera en paro y yo ocupada? La duda no se termina de resolver, y queda la tensión
ambivalente entre un deber ser -los dos somos iguales- y lo que es -yo hago mucho más. Por tanto, el paro aquí no cambia la relación doméstica en sus características básicas
sino que, al contrario, tiende a hacerla rígida al asignar, distribuir y regular los cuidados
hacia el polo de la mujer. Entonces, lo común en estos casos no es hacer la transición de
una distribución equitativa cuando ambos trabajaban a una nueva distribución que sería
la misma independientemente del sexo. Lo que ocurre es que el paro de la mujer permite
justificar una asimetría como si ésta fuera producto únicamente de su mayor tiempo
disponible por el desempleo. Por tanto, permite justificar una desigualdad porque el
sentido común diría “lo lógico es que quien no trabaja haga más cosas en la casa”:
“…porque cuando estaba trabajando, igual [él] colaboraba un poquito más, pero
cuando estoy en casa, piensa que estoy descansada todo el día y dice: “pues hazlo tú
porque tú no trabajas”.” (Parada LD2). Aparece aquí que, desde el punto de vista de la
parada, al hombre le convendría mantener a la mujer en paro porque así ella trabaja para
él. La estructura ganapán-cuidadora se hace más fuerte, lo que implica potenciales
fragilidades, como veremos más adelante.
De esta forma, cuando el paro tiende a hacer que el peso de la relación
doméstica se desplace hacia la mujer, la vuelta al hogar puede darse en mucha mayor
13
medida según la cualificación de la mujer –y sus expectativas de salario- y el nivel de
ingresos de la pareja. Si la pareja de la parada no gana lo suficiente y/o la parada no
encuentra un horario compatible y/o el trabajo que se le pueda ofrecer es a tiempo
parcial o de baja retribución, la probabilidad del encierro en el hogar será máxima. En
este caso, podemos ver la problemática salarial a través del discurso de un parado sobre
el desempleo de su pareja, y por otro, según las constricciones horarias de un hogar que
no tiene posibilidad de exteriorizar ningún cuidado:
Quédate en tu casa, que tú sabes lo que van a comer tus hijas. No es machismo, pero yo prefiero
que las cuides tú, a que me las cuiden. […] Es que no te compensa. Si me dices que te van a dar
mil euros, u ochocientos, o setecientos, pero no quinientos, porque son cien para transporte
mínimo, y trescientos euros para la guardería (Parado LD3)
… estudio me cuesta dinero, dejar a mi hijo en el comedor me cuesta dinero, he decido no
dejarlo en el comedor por lo tanto mi niño sale puntualmente a los doce y media y a las dos y
media vuelve al colegio y entonces por la tarde me necesita para hacer los deberes. (GD paradas)
De esta forma, la frustración por el encierro en mujeres, se da cuando la posibilidad
económica no existe y tienen que rechazar empleos por incompatibilidad de horarios.
Como el trabajo del varón será, en muchas ocasiones, mejor retribuido, con jornada
completa y más estable que al que pueda acceder la mujer, la disponibilidad real para
acceder a un trabajo tiende a minimizarse hasta ser, en algunos casos, casi imposible.
Un modo opuesto de resolver todo este problema lo hemos encontrado en algún
caso, quizás con una cierta representatividad, donde el paro de la mujer se daba en el
contexto de una relación doméstica igualitaria, y así el hombre no disminuía su
dedicación doméstica, con el objetivo de posibilitar la vuelta de su mujer al mercado
laboral, evitándole la sensación de “encierro”: “cuando llega él lo carga él y encima no
hay día que no se acueste antes de las dos de la mañana, por eso, porque es como si
intentara compensar o si intentara resarcirme a mí lo que la vida me ha quitado
ahora.” (GD paradas). En este ejemplo, el paro fortalece un vínculo simétrico en la
relación doméstica. Se mantiene el quién/cuánto/cómo previo al paro sin desplazarlo
hacia la parada, lo que choca con la lógica del sentido común del “hace más en casa el
que no trabaja”. De algún modo esto puede interpretarse como una estrategia para
prevenir la posibilidad de la mujer encerrada, no sólo por una actitud altruista del
varón, sino como una estrategia de los miembros de la relación de protegerse frente al
poder desestructurador del desempleo9.
9
Pero también puede ocurrir que la mujer admita de buen grado su vuelta al hogar. El paro aquí no es
vivido como un “drama”, sino que ofrece una oportunidad a menudo atrayente del tipo: “Si podemos vivir
14
Por último, aunque parece que un discurso explícito de “que las mujeres vuelvan
a la casa para no quitar el trabajo a los hombres” no ha reaparecido con fuerza de un
modo explícito, no quepa duda de que el viejo discurso -como el de Reagan que
citábamos- tampoco ha desaparecido definitivamente: “el otro día escuché en la radio
que […] como había tanto parado, como que las mujeres se fuesen a trabajar a su casa.
Y ahora dejasen esos puestos de trabajo para los hombres (risas)” (Ocupada con
Parado CD).
“Ella es la que ayuda ahora mismo”: el punto de vista de los parados
Desde el punto de vista opuesto al que acabamos de relatar, podríamos decir que
algunas de las situaciones más características de los varones parados se relacionan con
una percepción de inversión de los roles. Por supuesto, ello se da en muy diversos
grados, pero típicamente cuando la pareja del parado está ocupada y los roles previos al
paro estaban relativamente diferenciados. A medida que aumenta el tiempo de los
parados en el hogar -ya sea realizando tareas útiles o no- la casa se va convirtiendo en
su espacio, no sin extrañamiento: “somos amos de casa”, “en tu casa eres un extraño”
(GD parados CD). De ahí la extendida idea sobre la necesidad de los parados de no
estar en casa. Pero en contraste a la menor transformación del quién/cuánto/cómo que
aparecía en el caso de las paradas, cuando es él quien pierde el trabajo la propia relación
tiene muchas más dificultades de mantenerse como estaba. Así, el desempleo masculino
implica de modo más intenso una reconfiguración de la relación doméstica. Pasemos a
describir sus variantes.
Una primera inversión se muestra en frases como la que sigue: “Ella es la que
ayuda ahora mismo” (GD parados CD). El igualitarismo que aparece en el discurso se
revela parcial cuando ese “ahora” implica un cambio respecto a “antes”. Si las mujeres
pronuncian típicamente “él me ayuda”, “él también hace cosas”, “él colabora”, en este
caso, la frase es muy significativa a pesar de su simplicidad. “Ahora” ella “ayuda”, lo
que implica que “ella” antes no ayudaba como tal sino que, se presupone, era la
responsable directa, lo cual es muy distinto. Supuestamente, ahora la mujer sería un
mero apoyo porque quien “gestiona” los cuidados ahora sería el varón parado. Sin
embargo, en la práctica no es así: ella tiene que “supervisar”: “Lo que pasa es que ahora
con un sueldo, ¿por qué seguir intentando entrar a la dinámica del trabajo de mercado?” Aunque no es
objeto de este trabajo, algunas amas de casa ex-paradas así lo han expresado en otro grupo de discusión,
reivindicando su posición en el hogar debido a un rechazo absoluto del trabajo por malas experiencias
laborales.
15
sí me toca un poquito más y sí es verdad yo noto ahora más que nunca el ojo
supervisor.” (GD parados CD). Por tanto, más tareas domésticas son formalmente
asignadas al varón, pero la distribución, y sobre todo la regulación dependen
básicamente de la mujer: “no lo haces bien, tienes que volverlo a hacer” (GD parados
CD). Por tanto, visto desde este otro lado, volvemos a comprobar que no es lo mismo
que “si fuera al revés”. Por consiguiente, la capacidad de adaptación que el varón tenga
para realizar las tareas extra –y realizarlas “bien”- y el proceso de renegociación de la
relación doméstica que implica, pueden producir fricciones de mayor calado que si es la
mujer la que queda en desempleo.
En lo referente a lo económico, una relación que previamente al desempleo del
hombre tenía roles muy fijados, conllevará que ni él soportará el encierro doméstico ni
su pareja admitirá que él no cumpla con su obligación de breadwinner: “[Los conflictos
son] porque no tengo ingresos, por las deudas que tengo, porque si no las pago yo se
las van a cobrar a ella.” (Parado LD2). Este mismo parado, con alta conflictividad
doméstica, afirma lo siguiente respecto a la causa de sus problemas domésticos: “La
situación es totalmente económica, cuando estábamos con trabajo los dos no había
ningún tipo de situación, la crisis me ha puesto en esta situación y es la causante de
todos los problemas.” (Parado LD2). Antes, no había conflicto porque cumplía con la
función de proveedor, y como el paro ya no se lo permite, la crisis sería la “causante”
porque no permite volver a la situación previa. Pero la causa, en sentido estricto, no es
sólo la ruptura de la relación salarial sino también, y de manera inseparable, la
incapacidad para reconfigurar la forma de su relación en el nuevo contexto:
…como no estaba acostumbrado a hacerlo, a veces no lo hago muy bien […] Exige, quiere que
todo esté impecable, que lo haga de la mejor manera, pero no, no puedo, no puedo hacerlo así
[…] lo intento pero no puedo, entonces empieza a haber problemas […] estás hundido, con
depresión, tu mujer está trabajando, tú haces un poco la limpieza, organizas, y viene tu mujer, te
encuentra en casa y te echa la bronca. Te dice “tú estás en casa” y encuentra un detalle, una cosa
que no le gusta. […] parece que no hay solución, tratamos de solucionarlo, de conversarlo, pero
no hay… (Parado LD2)
Si no existe un cuestionamiento del rol de género por parte de ambos miembros, no
habrá solución posible más que volver a lo que era “antes”. Lo que para él es un
“detalle” de limpieza que sigue sin entender a pesar de 4 años en la casa, para ella, ese
“detalle” lo es todo, porque se le intensifican progresivamente las presiones de cargar
con lo salarial y lo doméstico. El contrato tácito se rompe, porque no aparece la
16
posibilidad de crear un nuevo contrato que reasigne y redistribuya funciones por el
tiempo que la situación se mantenga.
En otro caso, podríamos ver un punto del proceso cuando la ruptura de la
relación se ha materializado, en donde pueden empezar a destaparse de modo mucho
más visible las dependencias de las que nunca se había sido consciente. En el caso de
este parado, él tiene que gestionar sus propios cuidados, lo que nunca había hecho:
Porque a nada que compres nada, aunque compres de marca Día, marcas blancas de esas que se
llaman, un bote de fabada, de marca Día, te vale 1.50. Y digo, bueno, pues hoy me voy a comer
un bote. Y me estoy perjudicando en la salud, porque estoy comiendo comida basura, cuando yo
estaba acostumbrado toda la vida a comer pues cosas naturales,” (Parado LD7).
Nos llama la atención aquí otro “detalle”10, el del bote de fabada, que apunta hacia el
quiebre de una dependencia vital con la ex-mujer que ya no se puede rehacer. Hasta ese
quiebre, que se ha producido junto con el paro, podemos suponer que, en el caso del
entrevistado –con roles muy tradicionales y cuya ex-esposa era cocinera profesionalnunca la fabada se había comido en una lata. La indignación con el precio de la lata de
fabada no es meramente una cuestión de falta de medios económicos, sino la expresión
de la desaparición de una vía afectiva que estaba invisibilizada y que la separación ha
destruido. De modo que, siguiendo lo que dice Giard11, en este ejemplo, el paro tiene
efectos con tal capacidad de desestructuración que, como una hilera de fichas de
dominó, va destruyendo todos los soportes de la persona. El cocinar era una vía
unidireccional por la cual se recibía ese afecto que no se veía, y que sólo se llega a
sentir tras una vida entera dándolo por supuesto: el famoso “no te das cuenta hasta que
lo pierdes”. El paro trastoca la relación doméstica que, después de los años, sólo se
mantenía por el estricto contrato ganapán-cuidadora. Para este hombre, la ambivalencia
entre un sentido de inutilidad producto del desempleo, que convive con una
masculinidad tradicional sobredimensionada, puede llegar al punto de no querer pedir
ayuda a nadie por la incapacidad subjetiva de enfrentarse con el propio narcisismo del
“hombre hecho a sí mismo” que creía ser: “Cuando una persona ha sido toda su vida
autosuficiente […] para mí [pedir ayuda] es una mendicidad.” (Parado LD7). De este
modo, no es la miseria material la única causa de los problemas, sino la imposibilidad
10
Aunque nuestro foco de atención no pretende desarrollar el ámbito de una sociología de “lo ordinario”
al estilo de Michel de Certeau, sería de interés seguir explorando esos aparentes “detalles” como los que
causaban grandes conflictos en el caso anterior, o como el de la lata de fabada, para vincularlos con lo
más “macro”.
11
“Con su alto grado de ritualización y su poderosa inversión afectiva, las actividades culinarias son
para muchas mujeres de todas las edades un lugar de felicidad, placer e inversión.” (Giard, 1999: 154).
17
de cambiar las formas masculinas de pensar y actuar en que estaba profundamente
socializado.
En otros casos que serían candidatos a ruptura -al tener una forma rígida de
relación doméstica junto con condiciones precarias, típicamente en algunas familias de
clases populares- otros factores pueden hacer soportar la relación sin conflictividad
cotidiana. Como aparece a menudo en los discursos actuales, la convivencia con un
familiar puede ser el soporte central de una pareja con ambos miembros en paro: “Me
falta mi madre a mí, y me pasa lo mismo. Sin casa… yo pierdo todo, seguro.” (Parado
LD3)
Otra situación típica aparece cuando el hombre se adapta al rol de cuidador. Si el
malestar vivido individualmente por algunas paradas se relacionaba con no cuestionar
su rol en la pareja, en el caso de estos parados el problema surge por asumir un rol
tradicional femenino y vivirlo de manera individual:
Por la tarde cuando las niñas salen del cole […] que si tienen que hacer los deberes, que si esto,
que si lo otro. Que si las tienes que bañar, que hacer la cena, y a la cama. Y luego viene mi
mujer, y ya está. […] Es un cansancio diferente. […] Pero llego al final del día, y digo: ¿Qué he
hecho de mi vida? Como si necesitara tener mi propia vida, estoy viviendo para los demás, y
para mí, no. (GD parados LD)
Aquí aparece de manera calcada el clásico malestar del ama de casa que no entendía el
origen de lo que le ocurría (cf. Friedan, 1963; González Duro, 1989). La vida de este
parado aparece como vida femenina: privación de sí frente a apropiación de sí (Murillo,
2006: XVI). No hay vida propia, sólo dedicación a lo ajeno. Ahora sí se produce el
intercambio de roles, y quien no trabaja es quien más hace las tareas de la casa. Sin
embargo, estar en un marcado rol femenino es inasumible subjetivamente aunque se
entienda que “lo lógico” es ocupar ese rol ya que él está parado y la mujer trabaja.
Interpretamos que esto se da así porque incluso aunque la mujer pueda tener ciertos
márgenes de función “supervisora” u otras responsabilidades, muchas no aceptarán
maridos parados que no les resuelvan, en buena parte, las cargas domésticas:
Yo llego a mi casa y yo me encuentro a mi casa bocabajo, sin nada hecho […] rascándose los
huevos, mi marido dura en mi casa un cuarto de hora, te lo digo así de claro, por mucho que yo
lo quiera. Por esto los hombres han tenido que coger el rol de decir: "Ahora si nosotros somos
los amos de la casa y las mujeres las que trabajan". ¡Cuántas mujeres hay trabajando y cuántos
hombres parados! (ocupada con Parado LD)
Nuevamente aparece el extrañamiento de la inversión de roles, pero desde una posición
femenina que ya se encuentra vinculada definitivamente con el trabajo, y que por lo
18
tanto le permite exigir al marido parado la intercambiabilidad de roles desde una
posición de fuerza en la negociación. Parece claro que aunque el golpe a la identidad
masculina es mayor y aunque los hombres se tengan que resignar a su nueva dedicación,
se expresa en ocasiones un deseo de lo que se considera que hubiera sido una situación
menos traumática para la relación doméstica: algo así como “si ella estuviera en casa y
yo en el trabajo, todo sería más fácil.”. Algunos dicen “Pero la losa de la tradición está
ahí, y eso pesa también. Yo lo preferiría que estuviera ella en paro.” (GD parados LD)
y otros, más correctos, “Yo preferiría que fuera el sueldo mayor el que se hubiera
quedado con el trabajo, y el sueldo menor que se hubiera quedado en paro” (GD
parados LD), lo cual deja la decisión a la aparente neutralidad del salario. También una
parada decía, “para que esté él sin trabajo, prefiero estar yo, porque a mí me pagan
menos.” (Parada LD2). Estas casuales “preferencias” a partir de situaciones hipotéticas
que en la práctica no se dan muy a menudo, señalan una de las claves que también
habíamos subrayado: las diferencias respecto al mercado de trabajo –en este caso, las
salariales- son claves a la hora de colocar diferencialmente a unos y otras respecto al
mercado laboral y al hogar. También, por ese motivo, se retroalimenta una ambivalencia
que produce malestar en estos hombres, ya que a pesar de sus ventajas relativas respecto
al mercado de trabajo, su desempleo les coloca en una dependencia salarial de sus
mujeres, lo que resulta aún más duro para la autoestima.
5. Sigue sin ser “lo mismo”: conclusiones.
Nuestro análisis muestra que, aunque hay situaciones de todo tipo, la tendencia general
es que el paro puede desvelar la apariencia de igualdad que podría haberse
sobredimensionado en las últimas décadas. Toca uno de los puntos débiles que se
habían señalado en otros análisis: la diferencia entre discursos y prácticas en lo que se
refiere a los cambios en las relaciones de género (cf. Alberdi, 1999: 266; Torns y
Moreno, 2008: 105). Por tanto, parece que la construcción patriarcal de género no puede
superarse en tan poco tiempo como algunos lugares comunes señalan. Así, el diferencial
vínculo con el trabajo y el espacio doméstico sigue estructuralmente marcado por el
sexo. Las diferencias respecto al mercado laboral -como las diferencias salariales
(Dema, 2005) o la remuneración de los trabajos a tiempo parcial12- resultan factores
12
Las españolas son las únicas europeas que no prefieren trabajo a tiempo parcial (Fagan, 2001, citado en
Torns, 2007: 273), no porque no quieran tener más tiempo, sino porque el salario asociado a tal tipo de
trabajo no “compensa”.
19
fundamentales que marcan la diferencia del paro masculino y femenino. Y como
además hemos querido mostrar, no es posible entender la naturaleza del paro sin ver la
articulación de las variables del ámbito laboral con las formas concretas de relación
doméstica, marcadas por la diferencial disponibilidad temporal (Prieto y Pérez de
Guzmán, 2012), el significado de las distintas actividades domésticas y las formas de
vivenciar el malestar -ya sea por el potencial encierro sentido por las mujeres, o por la
inversión de los roles que no pueden asumir los hombres-. En este sentido, si en el
momento previo al paro, el quién/cuánto/cómo era poco flexible y los roles estaban muy
diferenciados, la conflictividad marca el tiempo del paro y la forma de disponibilidad
para el mercado laboral. En consecuencia, cuando el paro afecta a la mujer -en diversos
grados pero tendencialmente en todos los casos- se reestablece una normalidad que
estaba latente y entra en un cierto sentido de lo razonable. Por el contrario, al restituir el
viejo esquema ganapán-cuidadora, se vivencia como si nada cambiara excesivamente.
Sigue siendo algo casi antinatural el que un hogar esté formado por un hombre sin
trabajar y una mujer que lo mantiene en el plano monetario. Además, no hemos
encontrado hombres que, de manera significativa, vean limitada su disponibilidad para
el mercado por constricciones doméstico-familiares. Y otras cosas no cambian con o sin
paro: el management familiar (Torns, 2007: 271) sigue centrado en las mujeres,
En conclusión, aquí hemos tratado de mostrar sucintamente algunas de las
consecuencias en los hogares de la desregulación de la relación salarial que, para
algunos economistas, es la solución al desempleo. Por nuestra parte, también optamos
por proponer otra desregulación, pero de ciertas formas de relación doméstica que como
hemos visto en nada ayudan a afrontar los poderosos efectos desestructuradores del
paro.
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