TRABAJO Y MIGRACIONES Alexandre Miquel Novajra. Andrés Piqueras Infante. Antònia Cerdà Fiol.

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TRABAJO Y MIGRACIONES
Alexandre Miquel Novajra.
Andrés Piqueras Infante.
Antònia Cerdà Fiol.
C/plaça Miquel Capllonch n6, 2b, 07470, Pollença, Mallorca (Illes Balears), 688912310,
[email protected].
Para la inmensa mayoría de las personas nuestras sociedades están basadas en el trabajo, que es el
medio de subsistencia individual y se ha constituido en una relación de carácter fundamental;
precisamente porque el trabajo sigue siendo el definidor central del ser humano. La palabra trabajo
tiene una gran carga teórica. Más que nunca en la crisis actual, el trabajo llena nuestro discurso, un
discurso que no es nuevo, que lleva siglos configurándose y transformándose para adaptarse a las
nuevas condiciones económicas, políticas y sociales.
La crisis actual podría ser llamada la crisis de los trabajadores: una lucha de clases en la que a los
trabajadores les ha tocado la peor parte. Esta crisis afecta de manera especial al migrante, a sus
flujos y a su construcción social en los espacios de partida y de llegada. El aprovechamiento de la
movilidad espacial de la fuerza de trabajo ha adquirido muchas formas en función de la distinta
posición de unas u otras formaciones sociales en la división internacional del trabajo que, a su vez,
obliga a tomar en consideración el mercado global capitalista con una única fuerza de trabajo
mundial o mundializada. En él, las migraciones internacionales de mano de obra proletarizada (asalariada) adquieren especial relevancia y visibilidad. En el decurso del capitalismo histórico estas
migraciones han constituido un dispositivo global de suministro de fuerza de trabajo así como de
aporte de los elementos (sean estos étnicos, familiares, comunitarios, vecinales, etc.) para su
reproducción.
Estas mutaciones y cambios son alimentados ideológicamente: las personas y los grupos imbricados
los aprehenden, mantienen o discuten desde la percepción relacional, simbólica. Se han producido
no obstante cambios radicales, tanto en las formas de vida más cotidianas como en las expectativas,
en las estructuras sociales y en las percepciones. La división en la clase obrera no sólo se articula en
relación a quien posee el “buen” trabajo sino en relación a quien "posee" trabajo y quien no lo
"posee". Además, el día a día nos evidencia fuertes y crecientes pérdidas de derechos, difuminación
de espacios democráticos de participación,y posible control y manifestación de lo público mediante
el ejercicio de la acción política. De ahí que conceptos tales como clase, migración, ciudadanía,
política o democracia, incluyendo y vinculándolos con el omnipresente y polisémico economía,
deban ser analizados, discutidos y viviseccionados en cada contexto histórico y en cada formación
1
social; cosa que aquí nos proponemos indicar desde el centro de la actual crisis sistémica.
Palabras clave: Clase, capitalismo, migrante, ciudadanía, trabajo.
INTRODUCCIÓN
Desde no hace mucho tiempo nuestras sociedades están ya absolutamente basadas en el trabajo: éste
se ha convertido en el principal medio de subsistencia individual y se ha constituido en una relación
de carácter fundamental. La crisis económica, empezada en el 2007 1, nos permite apreciar más, si
cabe, la importancia axial de la relación social “trabajo”. El trabajo es el medio en nuestra sociedad
para obtener lo que necesitamos, para sustentarnos a partir de la venta de tiempo y esfuerzo
personal a cambio de una remuneración monetaria. Pero culturalmente el trabajo está mitificado, y
esto se debe a que el hombre produce la sociedad para vivir. Maurice Godelier escribió que ser
materialista, y por lo tanto entender que son las condiciones materiales de la existencia las que
determinan la conciencia, no comporta negar o reducir la construcción, el mantenimiento o el
cambio del mundo que conforman nuestras ideas sobre las cosas, las relaciones, los otros y las ideas
mismas; nada material puede existir socialmente sin sus dimensiones ideadas. Todo aparece
expresado, comunicado, mentido o explicado honestamente en palabras, en discursos y en sistemas
ideacionales. De aquí la enorme importancia de las novedades en la forma de cambio a que nos
referíamos: del lenguaje, de los significados, de universos simbólicos, de certidumbres y de valores.
Los discursos, sobre todo los conceptos emergentes y omnicomprensivos (emprendedores,
responsabilidades, sacrificios, la deuda moral) son ejemplos contundentes de eufemismo; o son
performativos cuando no directamente mágicos: las realidades a menudo aparecen y desaparecen
sin explicación, sin correlación clara causa-efecto; pero se ha de confiar en ellas, creer y esperar. La
manera en la que conforman el mundo social nos dice mucho sobre cómo este puede reproducirse o
cambiar.
En la actualidad el trabajo está inmerso en todo nuestro discurso. Siguiendo las palabras de Díez;
Nadie puede afirmar que no esté en nuestra agenda como un grave asunto que acapara nuestra
atención. Estamos inquietos por él y si algún funeral se anuncia no es precisamente el del trabajo. Eso
no quiere decir que goce de buena salud, más bien parece lo contrario. Uno de los síntomas que lo
aquejan es que algo que tanto nos preocupa padezca una alarmante inconsistencia y debilidad si lo
consideramos en sí mismo. Cuando lo cogemos, cuando lo apretamos, se nos deshace en la mano. (…)
(Díez, 2014: 11)
1
De las suprimes, del sistema bancario internacional; financiera, de desregulación, de la deuda soberana; de la burbuja
inmobiliaria, de la desmaterialización económica y la dominación del capital financiero, crisis de la inversión
productiva, del crédito, del euro, de los países del Sur, de los PIIGS…
2
En los últimos años la falta de empleo en nuestra sociedad ha marcado el discurso del trabajo
así como, también, las nuevas condiciones laborales surgidas desde la crisis del 2007; y estas han
constatado que el trabajo disponible no goza de buena salud, precisamente, porque las nuevas
condiciones de la organización social del trabajo se centran en la temporalidad y la flexibilidad
laboral y, por tanto, las consecuencias que padece el trabajador son la inestabilidad y la
fragmentación. Pero aunque el trabajo se “deshace en la mano” debemos analizar qué consideración
se tiene de él en el discurso, porque los hombres no hacen siempre lo que dicen ni dicen siempre lo
que hacen, sino que el imaginario se halla inmerso en lo social; por eso, el trabajo muchas veces es
situado en un estatus que no se corresponde con el de su realidad relacional. De hecho el
imaginario, los elementos ideales que actúan en las relaciones sociales son los que permiten el
consentimiento y, así, la legitimación de muchas relaciones entre dominantes y dominados.
Dado que la configuración del sistema capitalista se basa en la acumulación del capital, es
decir, trabajo acumulado, ya desde el principio el trabajo queda sometido a la lógica de la eficacia y
de la rentabilidad, convirtiéndose en un simple medio y en una mercancía más. El capitalismo
necesita del trabajo para su reproducción, pero quien realiza el trabajo es el trabajador; un
trabajador alienado, ya que la relación capital-trabajo requiere de esa alienación para su
supervivencia. Por eso, muchos autores defienden que la crisis del capitalismo actual podría ser
llamada la crisis del trabajo. Precisamente porque el Capital es una relación social que conlleva la
expropiación, del hacer, del trabajo y de la vida de otros a partir de la apropiación de los medios de
producción sociales. Por eso mismo, el Trabajo es la parte humana expropiada que resulta alienada
en todos los aspectos de su vida. El capitalismo no es simplemente un sistema económico, desigual
e injusto, sino un sistema marcado por contradicciones internas2 porque se basa en la propiedad
privada y la apropiación masiva de trabajo no pagado3 bajo la forma de plusvalía4, es también un
sistema de dominación.
SÍNTESIS HISTÓRICA DE LOS PRECEDENTES DE LA CRISIS 2007.
Analicemos las circunstancias que nos han llevado hasta la crisis del 2007.
En primer lugar, la tasa de crecimiento desde 1750 estaba en torno al 2,25% anual, y para que
2
El Capital necesita producir plusvalía relativa y convertirla en ganancia, está última depende, de la apropiación de la
plusvalía a través de la fuerza de trabajo y de los gastos hechos en inversión y producción (salario, materias primas…).
La composición en valor del capital resta ganancia a la plusvalía apropiada por el capitalista.
3
Como decía Dalla Costa, “el trabajo no pagado de las mujeres en el hogar fue el pilar sobre el cual se construyó la
explotación de los trabajadores asalariados, “la esclavitud del salario”, así como también ha sido el secreto de su
productividad” (1972: 31)
4
El factor humano es el único capaz de generar plusvalía, es decir, el valor de más que crean con su trabajo, a través de
la producción. Pero ese valor de más recae en los capitalistas quienes compran su trabajo a cambio de un salario que no
se paga en relación al valor que generan los seres humanos sino es el precio que tienen como fuerza de trabajo
(mercancía) en el mercado laboral. El capitalista compra fuerza de trabajo y medios de producción.
3
el capitalismo funcione la tasa de crecimiento tiene que estar en torno al 3%. Esto es así porque el
crecimiento capitalista está basado en la reinversión del capital excedente, y alcanzar el excedente
depende del consumo de la población general, del consumo de la clase capitalista, más la demanda
generada por la expansión de la producción futura, que posibilita la reinversión capitalista. No
obstante, todo ello se complica a medida que el excedente aumenta y a la vez que se agotan los
recursos y los espacios de expansión. Por eso mismo, una solución capitalista fue provocar salidas
falsas a través de nuevas inyecciones de capital ficticio. La restauración liberal no pudo devolver la
gran masa de capital a la esfera productiva. Mientras, el desplazamiento espacial y la
transnacionalización agravaban la sobreacumulación a causa de los nuevos centros de manufactura
y mecanización que añadían un enorme volumen de capacidad productiva. Todo ello unido a una
competencia intercapitalista y al aumento de la tecnología en los procesos productivos. A medida
que aumenta el producto social, el crecimiento se dificulta.
En segundo lugar, no se encontró un nuevo motor de acumulación. El tipo de producción
inmaterial no pudo sostener un nuevo ciclo de crecimiento y fue el final de las empresas. com.
En tercer lugar, el dinero quedaba fuera de la producción, debido a la creciente dificultad de
invertir rentablemente el excedente producido y la sobreacumulación generada. Por eso, el capital
se fugó hacia el sector financiero generando una pirámide invertida de crédito-deuda y especulando
en relación al capital real. Se creó un capital ficticio y con él los ámbitos de especulación que se
concentraron en el sector inmobiliario a partir del 2000, hasta que en el 2007 la burbuja estalló. La
causa de dicho estallido fueron las acciones y los precios, ambos inflados por encima del valor real.
Algunos agentes financieros desplazaron su Capital hacia el sector alimenticio y energético,
creando así una subida de precios.
La creciente incapacidad de conversión del dinero en capital puede ser la más fehaciente y
concluyente prueba de la incompetencia senil de un sistema que debe su razón ser precisamente a ese
proceso.
Recuérdese, además, que la forma aparentemente más sencilla del capital (D…D’), deviene sin sentido
en su exacerbación, porque deja de apoyarse en su dominio sobre el Trabajo (explotación), que es la
esencia de la plusvalía. (Piqueras, 2014: 146)
En cuarto lugar, en el mundo hay una creciente masa de población desposeída o proletarizada5
que no puede ser asalariada. El incremento de la maquinaria en relación a la mano de obra ha sido el
responsable de la informatización de los procesos productivos, lo que dificulta la relación entre
capitalismo y salarización y su consecuencia: el desempleo estructural. Se calcula que en el 2010
“Al contrario de un adiós al proletariado, tenemos un amplio abanico de agrupamientos y segmentos que componen la
clase-que-vive-del-trabajo” (Antunes, 2000:84)
5
4
este desempleo se situó en 61,1 %6. Las cifras de parados mundiales rondaban los 210 millones ese
año y, sin embargo, en esta cifra se deben añadir los que formaban parte de la economía informal:
más de 40 millones de desempleados en los países desarrollados. De este número Europa cuenta con
más de 20 millones; en Japón, que representa la segunda más poderosa economía del mundo, crece
peligrosamente el desempleo. Más allá del desempleo estructural, en franca expansión, se amplían y
esparcen por todo el mundo los trabajadores/as inmigrantes (gasterbeiters en Alemania, lavoro nero
en Italia, los chicanos en EUA, los desakeseguis en Japón), configurando un cuadro enorme de
explotación a escala global.
La relación empleo-población va disminuyendo ya que el empleo va agotándose como
principal elemento de integración, de identificación y de fidelización de las nuevas generaciones y,
del mismo modo, tampoco supone ya una garantía del Bienestar.
En el 2006 el “efecto reemplazo” (del trabajo manual por las computadoras) contribuyó al fin
del empleo seguro en los países del capitalismo avanzado. La consecuencia fue la polarización en el
mercado laboral: salarios muy altos que requerían muy altas cualificaciones y salarios muy bajos
para una mano de obra cualificada. Todo ello contribuye a impedir que se generen suficientes
empleos y salarios adecuados para mantener una robusta demanda final. La alta generación de
clases medias en los países del capitalismo avanzado declina, entonces, porque han dejado de existir
las condiciones que lo posibilitaron: “trabajos seguros y salarios decentes” (Rabilotta, 2011).
Con todo ello, aumentan las condiciones de posibilidad de expulsar a los seres humanos fuera
del sistema capitalista lo que, aunque pudiese parecer una medida liberadora, no lo es, porque la
socialización se desenvuelve dentro de la tiranía del valor capitalista. De hecho, actualmente gran
parte de la humanidad considera la imposibilidad de acceso al empleo como algo negativo, pues no
dispone de más medio de vida que la venta de su fuerza de trabajo.
En quinto lugar, la agudización de la contradicción entre valorización y la realización
capitalistas. El intento de resolución de la crisis de valorización, a través del empobrecimiento de
las poblaciones y del detraimiento del gasto público, ha venido generando más y más obstáculos
para la realización de ganancia. La caducidad cada vez más prematura de los productos o el
consumo de lujo como opciones para el consumo no han hecho más que agudizar los crecientes
recortes salariales y el aumento de la degradación social, entrando en un bucle de sobreproducciónconsumo. Aparece la contradicción histórica de su debilidad intrínseca, que no es otra que la
explotación del Trabajo para poder sobrevivir al Capital.
En sexto lugar, no aparece la posibilidad de conseguir un Estado a escala mundial para llevar
a cabo la expansión capitalista. Por eso, la lógica capitalista sigue operando en un sistema de anclaje
6
Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (datos y fuentes).
5
nacional-estatal.
En séptimo lugar, descienden el petróleo y los recursos fósiles. La capacidad de carga
planetaria está agotada. No hay sustitutos energéticos a la vista capaces de alimentar una
civilización industrial de consumo.
Todas estas circunstancias conducen al drama del capitalismo, quedando serias dudas de su
capacidad y “voluntad” de reformismo y dejando la puerta abierta a un nuevo ciclo. Es muy posible
que nos encontremos ante una crisis estructural y sistémica que afecta a la totalidad del complejo
social. Aunque, desde su ofensiva neoliberal, el Capital ha venido a crear un proceso de ajustes;
muchos, abiertamente contradictorios. Toda crisis es un momento de inflexión, en el que la
supremacía intercapitalista se recompone y adquiere una nueva forma, que nunca es la misma que la
que tenía en el pasado.
Como hemos visto, la fortaleza del capitalismo reposa en su alta capacidad para trasladar a los
trabajadores el peso de la crisis7 y la crisis actual representa una fase de la lucha de clases en la que
a los trabajadores les ha tocado la peor parte; justamente porque la presente no es una crisis
terminal8, sino un largo y particularmente violento periodo de reajuste del dominio capitalista.
Además, para evitar que su fase termine en implosión, el Capital juega con una gran ventaja: ha
conseguido la hipersubsunción del Trabajo, ha conseguido establecer la supeditación plena del
conjunto de la vida de los asalariados y demás trabajadores dependientes a las dinámicas de
acumulación del capital9.
PODER, MIGRACIONES, INDIVIDUALISMO, SEGMENTACIÓN.
Desde que el modelo neoliberal se impuso al regulacionismo y al Estado de Bienestar, se
fomenta más abiertamente el individualismo, la atomización y la competencia salvaje; el concepto
mismo de trabajador se va diluyendo siendo sustituido por el de emprendedor o autónomo: el
individuo y su acción son las únicas explicaciones del quehacer social. Es la gestión de la propia
superviviencia.
Desde mediados de los setenta, la mayor parte de las políticas propugnadas han trabajado en
esta dirección, imponiendo políticas de ajuste, reformas laborales de todo tipo (para conseguir la
7
El nuevo modelo de acumulación reestructura las relaciones de poder entre los dominantes, así como, también las
relaciones entre dominados y dominantes (Piqueras, 2008). Esto implica que la mitigación de los costes y efectos de la
crisis se descarguen cada vez más en la clase trabajadora. Además, la crisis de sobreproducción lleva a la acumulación
por desposesión, que implica la destrucción de los modos de vida y de trabajo nacionales y locales (Harvey, 2007).
8
No podemos hablar de crisis terminal, pero sí una crisis general de valorización, aunque no haya un sistema
económico alternativo (Márquez, 2010) lo que podemos afirmar es que se avecina un nuevo capitalismo (Piqueras,
2008).
9
“En el corazón del capitalismo no sólo encontramos una relación simbiótica entre el trabajo asalariado-contractual y la
esclavitud sino también, y en relación con ella, podemos detectar la dialéctica que existe entre acumulación y
destrucción de la fuerza de trabajo, tensión por los que las mujeres han pagado el precio más alto, con sus cuerpos, su
trabajo, sus vidas” (Federici, 2010: 32)
6
flexibilidad laboral y la pérdida de derechos y capacidad de organización colectiva), privilegios para
los ricos (en forma de reformas fiscales e incentivos varios), privatizaciones y desregulaciones. Con
la creciente oleada de paro, millones de personas se ven afectadas: ven como no pueden obtener una
renta monetaria y tienen dificultad para encontrar una situación de recambio. Las ideas laborales
van siempre enfocadas en la misma dirección: convertir a la población asalariada en mano de obra
más barata y más adaptable a la voluntad de sus patronos.
(…) Hay que tener en cuenta que asistimos a ese impasse, mientras se produce el declive del
neoliberalismo financiero (en el que siempre han pervivido restos del keynesianismo) y no termina de
coagularse ningún modelo nuevo que lo sustituya, a una profunda reestructuración de la dominación
de clase y paralela concentración de poder entre las élites dominantes a escala transnacional. De
acuerdo todo ello con la conjunción y combinación de formas “cognitivas”, tyloristas-fordistas,
pretyloristas y neotyloristas de explotación, coincidentes a su vez con una nueva dimensión de las
relaciones laborales tendente hacia la privatización, una gestión de la fuerza de trabajo que prioriza el
autodisciplinamiento y la “empleabilidad” (sustituyéndose el “derecho al empleo” por la gestión
individual de la supervivencia), y una forma de consumo de la mano de obra que pivota cada vez más
en torno a la sobre-explotación y la autoexplotación (“autónomos, emprendedores, freelance…)
( Piqueras, 2015: 53)
Todo ello altera las formas de consciencia posible, eliminando el imaginario antagonista.
Frente a este escenario crece una paradoja: la verificación de una profunda derrota de la clase obrera
junto con una fortísima visibilidad de la lucha de clases. Pero hoy más que nunca se necesita
expresar una realidad palpable que se da por todo el mundo: en la primavera árabe; en China-, a
veces bajo la especie de la anti-hegemonía de los han, pero al fin y al cabo una lucha de clases-, en
Pakistán y Blangadesh, en América Latina, una vez más…entre los 12 millones de inmigrantes
irregulares visiblemente invisibles en los Estados Unidos. La lucha de clases existe y “estamos
ganando nosotros” afirmó el multimillonario Buffet; y todas las estructuras, las acciones, las leyes o
la ausencia de ellas, los organismos internacionales y estatales le dan completamente la razón.
Si los servicios necesarios para la vida se fueron realizando cada vez más a través de medios
financieros, y la seguridad social es sustituida por la gestión individual de la propia supervivencia, esto
no puede dejar de influir en la consciencia social. Si el empleo va perdiendo a toda velocidad su
centralidad en la vida de los individuos y el salario deja de ejercer una labor integradora (cada vez más
población queda al margen del mismo y cuando la relación salarial todavía existe ya no garantiza a
menudo el abandono de la condición de la pobreza, forzosamente se verá afectada también la
condición laboral, la identificación de la población como “trabajadoras” y, en general, la propia
7
consciencia social (que queda empotrada en el magma neoliberal, en los entresijos del biopoder y de
las formas neoliberales- financieras de hacer sociedad) (Piqueras, 2015: 85)
La actual situación de crisis global afecta de manera especial a la figura del migrante, sus flujos y su
construcción social en los espacios de llegada, pero también en los de partida, desde dos vertientes
intensamente entrelazadas: la del trabajo en los espacios de migración y la de la justicia social.
Ambas, además, desde una perspectiva que trasciende el hecho migratorio para adentrarse en lo que
es, al tiempo, su premisa y su resultado: los cambios en la concepción del trabajo mismo, las
construcciones identitarias y los procesos de construcción de diferencias, etnización y alteridad. La
inserción y la interacción entre la Filosofía Política, la sociología y la antropología social aportan
una visión más completa de las distintas dimensiones de los procesos analizados.
Los escenarios de la democracia y de la igualdad, tanto en su vertiente negativa (los ámbitos de
imposibilidad de control democrático, los de incremento del secretismo y del oscurantismo
decisorio, la supremacía creciente de una idea de seguridad en relación dicotómica con la de
libertad) como la positiva (movimientos sociales supraestatales, nuevas formas de interacción y de
comunicación alternativa) son en parte novedosos en un mundo globalizado: en gran medida por
encima y por fuera de los ámbitos del estado nación y, al tiempo, incluyéndolos profundamente. En
ese contexto cabe analizar los movimientos poblacionales de un espacio (físico y social) a otro, y
muy particularmente la inmigración.
Los movimientos migratorios actuales son sensiblemente diferentes de los que constituyeron las
bases poblacionales y culturales dominantes de América, Oceanía y, en medidas e intensidades
diferentes, de parte de Europa Central y del Este y Asia durante el XIX y el XX. Tienen hoy una
intencionalidad y una aplicación centralmente laboral, un marco legal específico y cada vez más
unificado (no siempre en textos e instituciones comunes, pero sí en consecuencias y bases de
partida) que puede ser resumido en dos de sus más profundos resultados: 1) las legislaciones que
establecen las prioridades de los espacios emisores, las formas de migración pertinentes y los
regímenes de estancias en el país de instalación nacen de intereses empresariales. 2) La variable
“inmigrante” entra en el mercado de trabajo de forma central y coadyuva a determinar a la baja las
condiciones, los derechos y los ámbitos de negociación de todos los trabajadores, no sólo de los
inmigrados. Además, la cuestión de la etnicidad resurge con fuerza y en sus dimensiones menos
favorables: no se centra en derechos añadidos con supuestos diferenciales de interacción social, sino
en el encuadramiento, a menudo externo, de las personas en función de la procedencia,
consanguinidades, hipotéticas –más que reales- comunidades de valores, actitudes
comportamientos.
8
y
En consecuencia, la tendencia señalada, que va desde los países y regiones centrales (receptores
netos de migración) a los intermedios (receptores de paso y emisores) y a los emisores netos,
establece categorías estatutariamente diferentes de personas, regidas por marcos jurídicos
articulados en torno a la definición exclusiva como fuerza de trabajo potencial y real, y que
terminan por afectar de forma globalizada negativamente también a los previamente considerados
como ciudadanos de los espacios de recepción. La llamada “crisis de los refugiados” vinculada a la
“guerra intermediada” de Siria (Napoleoni, L, 2015) viene a reforzar esa línea, poniendo de
manifiesto la ausencia creciente de todo tipo de prevención, incluso meramente formal, respecto al
reconocimiento de los derechos más básicos.
La actual crisis y, sobre todo, las consecuencias que tienen las formas generales de afrontarla, han
exacerbado estos procesos. Los debates sobre esas dos dimensiones (la construcción social del
inmigrado en el seno de los mecanismos de definición social general y su centralidad como
“receptáculo neto de fuerza de trabajo” en una definición cambiante del propio trabajo como
relación social axial) tienen actualmente una importancia que trasciende con mucho la mera
migración para adentrarse en las redefiniciones de la ciudadanía, las nuevas posiciones de las clases
sociales, los derechos y la democracia misma. Un cambio radical en el espacio político europeo nos
conduce a la dualización Estado de Derecho, de aplicación sólo a los propios, y de “derecho penal y
administrativo del enemigo” (De Lucas, 1915) aplicado a inmigrantes, hijos de inmigrantes nacidos
en los espacios de instalación; en situación irregular directa o sobrevenida; los demandantes de
asilo. El enemigo fuera, esperando…e, incluso, dentro. Un articulacion ideológica basada en el
miedo y en uso creciente de la cesión de libertad –ajena, pero también propia- en aras de la
seguridad.
Finalmente, la posición general (también en el trato académico del proceso) centrada en los
efectos de las migraciones en los países de instalación, abre necesariamente su campo a la idea de la
migración como relación transnacional que incluye cada vez más a los espacios sociales
inicialmente emisores. La llamada “primavera árabe”, por ejemplo, no puede de hecho ser explicada
sin incluir los factores derivados de la reciente historia migratoria y, fundamentalmente, de la última
tendencia al “retorno sin perspectivas”. El viejo mecanismo de movilidad poblacional deviene, así,
en dialéctica conceptual y categorizadora que atañe a percepciones, relaciones sociales efectivas y
construcciones ideológicas en gran medida globales.
En el capitalismo global triunfante, basado en una organización postfordista de la producción
y de la creciente precariedad en la fuerza de trabajo des-localizada, aunque sin cronómetro, el
tiempo se convierte en una herramienta más de control y vigilancia que ayuda a la nueva
organización del trabajo. “La generalización e intensidad de la precariedad laboral y social,
9
conduce a una profundización del disciplinamiento de las poblaciones, que tienden más y más a
quedar en permanente sumisión y disponibilidad para el capital” (Piqueras, 2015: 83).
La diferencia con la fase preferente es que el control es interiorizado mediante el nuevo
lenguaje del capitalismo; por tanto, la alienación es total. El trabajador ya no sufre sólo la
responsabilidad de tener o no tener trabajo, sino de la existencia de ese puesto de trabajo en sí. De
hecho ya nos alertaba Foucault;
la burguesía no ha abandonado la idea del encarcelamiento. Ha llegado a tener los mismos efectos que
el encarcelamiento pero con otros medios. El endeudamiento del obrero obliga a pagar su alquiler un
mes antes, y en cambio cobra el salario a final de mes, el sistema de la caja de ahorros, las cajas de
jubilación y de asistencia, las ciudades obreras todos ellos han sido medios para controlar la clase
obrera de una manera más sutil, mucho más inteligente, mucho más fina, para secuestrarla. (Foucault,
1995: 67)
El tiempo del cronómetro se convierte ahora en tiempo flexible y el trabajador sufre las
consecuencias que no son otras que la inestabilidad y la fragmentación. El tiempo flexible implica
disponibilidad constante para pasar de un empleo a otro y, en consecuencia, el trabajador no puede
organizar su vida a largo plazo. El capitalismo global va allá donde puede tener una mano de obra
barata desplazando los lugares de trabajo. Es más, la nueva flexibilidad implica el desarrollo de
nuevas habilidades constantes, la nueva economía global rompe con el ideal artesano; la habilidad
del aprendizaje de una cosa bien hecha carece de sentido socializador. La nueva cultura del trabajo
se centra en la idea de la meritocracia pero solo aparentemente.
La alienación del trabajador no implica una pérdida total del lenguaje de trabajo-oficio que
sirve para construirse socialmente. Analicemos un ejemplo: la sanidad funciona con la organización
del trabajo fordista, cada trabajador realiza una tarea, cada médico mide el tiempo que le dedica a
un paciente, con un sistema médico que no se basa en la totalidad del cuerpo sino en las partes
funcionales del ser humano. La división del trabajo al extremo. En estas condiciones era de esperar
que muchos trabajadores quisieran cambiar de trabajo pero, como Richard Sennett (2009)
demuestra, la realidad no es así: el trabajador -artesano, aunque las condiciones fueran penosas y
precarias tenía la sensación de hacer un buen trabajo. La nueva contradicción radica, en que el
lenguaje de oficio no se pierde pero constituye ahora una parte fundamental de la alienación del
trabajo.
El ejemplo nos sirve para ilustrar una de tantas contradicciones del capitalismo global: aunque
su lenguaje sea el de la flexibilidad, más de 2/3 de los trabajos modernos son repetitivos, inscritos
en el ciclo del fordismo. El uso de los ordenadores implica, para la mayoría, trabajos tan rutinarios
10
como la recogida de datos misma. Las prácticas de la flexibilidad comportan fundamentalmente
desapropiación y explotación.
Con el lema “nada a largo plazo” aparece la nueva organización del trabajo. El nuevo
mercado de trabajo ofrece un panorama compuesto por breves períodos de trabajo; no es ya una
carrera sostenida. El trabajo parcial es la nueva oferta. Muchos de estos empleos tienen horarios
específicos como es el caso de las mujeres de limpieza que trabajan a primera hora de la mañana o a
últimas de la tarde para no interferir en la actividad de los espacios que limpian. Además generan
cambios constantes del horario laboral que impiden organizar la vida cotidiana de la gente. A
menudo, los empleos a tiempo parcial también son un mecanismo para eludir leyes laborales. Frente
a este panorama, el trabajador tendrá que adquirir habilidades inimaginables al largo de su vida.
Todo ello conseguido con un discurso de naturalización, autoresponsabilización y aquiescencia: “al
menos tengo trabajo”. El trabajo ha sufrido cambios, las nuevas condiciones de la organización del
trabajo, alienan y precarizan. Pero hemos de detenernos en la en la percepción que tenemos de éste.
En la era del capitalismo global el trabajo no aparece como nexo entre la sociedad y el
individuo en el proceso de socialización, en el sentido positivo de autorealización, pero tampoco
desaparece como centro de definición del ser social, como una característica de lo humano. La
globalización nubla el trabajo como factor de producción y deshace los modos de producción
locales no capitalistas; con la economía global aparece un nuevo tipo de actividad económica y por
eso, el trabajo adquiere otra forma.
Es cierto que hay una reestructuración global del Sistema y una transformación en el concepto de
trabajo;
“donde antes había historias particulares, procesos vitales de conocimiento y aprendizaje, lealtad y mimo en
el traspaso generacional y vinculación al espacio, encontramos descalificación, ruptura con los principios
técnicos que rigen la labor creadora, aglomeración, nueva racionalidad productiva. Y en el centro de esa idea
de razón, el trabajo: una actividad que no se restringe a la producción ni en el ámbito ni en el tiempo, sino
que se instaura como principio explicativo del hombre moderno. La separación, creciente además, entre la
propiedad de los medios y la detentación (más que propiedad en sí) de la fuerza de trabajo se instituye en la
obligación ineludible para los más de hacerse y ser en torno al trabajo. Pero también será ese mismo proceso
de socialización el que, mediante la generación de la conciencia de clase y de la autodisciplina, ayudará a
gestar el nacimiento de la libertad individual y, por tanto, de la realización humana” (A. Miquel, 2002: 159).
Desde la perspectiva de la sociedad de consumo el individuo es un optimizador y su finalidad, como
tal, es consumir. Este individuo ya no está determinado por la estructura social sino por la
información y el control de flujos, e incluso de símbolos. Entonces, podemos decir que el ser
11
humano se define en relación al consumo. Está afirmación se puede aceptar como forma adjetiva,
no como forma substantiva, ya que la pérdida absoluta del control técnico del trabajador fomenta la
alienación en todos los aspectos, en los conocimientos técnicos del proceso, de la organización, del
producto y de la propia dimensión social. En tanto que la ley del valor, las relaciones de producción
y la racionalidad capitalistas han completado su domino global.
“En las sociedades actuales, el trabajo ocupa un espacio central en su constitución, desarrollo y
reproducción. La importancia de lo económico y de la razón instrumental convierte el trabajo en la relación
social por excelencia” (Miquel, 2002: 183).
Es más, las decisiones productivas, siguen centrándose y cerrándose sobre control del control. En la
práctica se trata de una segmentación y separación de las fases del trabajo. La organización se
diversifica y se adapta, el control no sólo se mantiene en el mismo punto, directamente o mediante
delegación, sino que tiende a convertirse en autocontrol.
Las empresas transnacionales permanecen conectadas a los Estados y ligadas a sus políticas y a sus
ejércitos y, sin duda, también a sus intereses. La producción de mercancía material, no obstante,
sigue existiendo y creciendo. De igual manera crecen los mercados de trabajo, su división y los
distintos aspectos de todo el proceso productivo.
“Esta globalización supone la ampliación de la influencia de las fuerzas de mercado y con ello, la
mercantilización de todas las actividades humanas. También transcurre a la redefinición de la relación
laboral, que pasa a diversificarse por todo el mundo. La condición de todo ello es el generalizado proceso de
desposesión de la población, pero sin que vaya sucedido de una necesaria conversión en salariado, merced a
la combinación de formas de explotación y marginación. Se genera cada vez más población proletarizada,
pero sin entrar necesariamente en la relación salarial capitalista. Lo que quiere decir que se extrema, junto a
ese dominio de clase (y de oligopolitización de la oferta), la dependencia de la fuerza de trabajo (mundial)
como demanda sin capacidad de poder sobrevivir sola. Junto a ello la miserabilización de la condición social
del trabajo, la dilución de identidades laborales, la implosión de una auténtica conscripción para la migración
y la consecuente utilización de la fuerza laboral mundial a conveniencia.” (Piqueras, 2007: 70)
OTRA VUELTA DE TUERCA AL LENGUAJE. SEPARACIÓN ENTRE ECONOMÍA Y LA
POLITICA, EL PROBLEMA DEL PODER Y LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO.
De forma paralela y, al tiempo, como un aspecto del nuevo debate, surge una pregunta: ¿se puede
afirmar la pérdida de la política?
Aparentemente tal desaparición o reducción de peso se produce esencialmente en cuatro líneas. La
primera que constata la reducción, subordinación o incluso desaparición de los Estados-Nación
12
como actores internacionales centrales y, por tanto, como las formas casi exclusivas de ejercicio de
la idea misma de la política hasta los años 70 y 80. Pero también, desde una concepción muy
extendida -a menudo de forma transversal a los diversos posicionamientos dentro del arco de la
política institucional- según la cual capitalismo, Estado-nación y democracia constituyen una triada
coherente, aquel anunciado debilitamiento de los marcos estatales se constata tan pronto como han
dejado de ser el campo de desarrollo del mismo capitalismo y, lo que tal vez sea más importante, en
la percepción más inmediata, porque los Estados-nación han perdido autonomía también de
fronteras hacia dentro: el propio papel de circulo máximo de definición de las normas que afectan a
los habitantes, conciudadanos y extranjeros dentro del territorio controlado e internacionalmente
reconocido, se desvanece en los hechos.
La segunda línea ve la pérdida de la política en los cambios ocurridos dentro de los marcos
normativos preexistentes de los estados-nación, en la anulación o la inversión de mecanismos
legislativos precedentes. Es decir, en la disolución practica de textos, derechos, marcos definitorios
que habían sido fruto de sufragios, de parlamentos o de negociaciones legalmente sancionadas
dentro lo que se había aceptado y rubricado como sociedad civil organizada: sindicatos,
asociaciones, partidos, plataformas, representaciones estructurales o coyunturales de orden sectorial
o corporativo. Y estos cambios afectan no sólo a prácticas y aplicaciones, sino directamente a
reglamentos, leyes orgánicas, constituciones.
La tercera línea que mantiene esta pérdida como la causa de la situación actual suele conducirnos a
otra paradoja: el nacimiento de las nuevas instancias gubernamentales desde la segunda guerra
mundial- o al menos así se nos anunciaba- no llevaba a la pérdida de la ciudadanía, de la
pertenencia estatal, sino a su extensión más allá y de una forma más inclusiva y enriquecedora: la
ciudadanía global, el cosmopolitismo efectivo. Y, de hecho, la cesión de soberanía lo era por parte
de los “viejos y obsoletos” aparatos estatales y no por parte de los ciudadanos: estos venían
aumentarse el alcance y la intensidad del significado de la ciudadanía, hacia aquella especie de
civilidad que supondría la máxima expresión de la modernidad, edificada sobre una solidaridad
fuerte y no sólo moral, sustitutiva de la competencia sistemática desde las fronteras hacia dentro
(segunda modernidad, sobre modernidad, acelerada, líquida… tal vez postmodernidad). Ahora bien:
¿qué es lo que realmente hemos acabado teniendo? Por ejemplo, un Parlamento Europeo, que
debería haber sido –según la idea liberal misma de democracia-la máxima expresión del legislativo
elegido por sufragio universal y cámara de control de la UE, con poca o nula entidad,
sistemáticamente ignorado o denigrado – a menudo con campañas nada inocentes, desarrolladas
desde determinados Thinks Tanks-; un organismo que, obviamente, no es votado en el ámbito
circumpscripcional que, coherentemente con lo declarado, le correspondería, sino que nace de
condiciones estructurales fuera del par Estado- nación, con formaciones restringidas en el interior
13
de las viejas demarcaciones, que sólo a posteriori se pueden reagrupar en grupos parlamentarios
más o menos afines a nivel de la totalidad de la UE. Y, a la vez, mecanismos legislativos efectivos –
al margen de los ciudadanos- nebulosamente ejercidos por las presidencias semestrales, la
presidencia de la UE, la Comisión conformada por personajes distribuidos desde las cúpulas
gubernativas mediante criterios absolutamente ocultos (pero a la vez, bien trasparentes en la
correlación políticas- ideologías- aplicaciones) y, naturalmente, la denominada Troika del FMI,
BCE –auténticos tecnócratas- y la ya mencionada Comisión. Todos estos organismos actúan como
vehículos claros de las agencias de rating, los grandes fondos de inversión, de la política
monetarista ortodoxa, rigurosa y cerrada. Los estados y las instancias políticas también se
incorporan a la demostración de algunos casos de posibilidad de mayorías parlamentarias
democráticamente elegidas con la intención de bloqueo respecto a la aplicación de las propuestas
presentadas10.
La cuarta línea es el problema que surge en el par instituciones y mecanismos de dominio/
relaciones de producción11. El dominio puede estar basado incluso en el liberal (desde el liberal
Hobbes hasta el socialista moderado Weber) uso legítimo y exclusivo de la violencia –directa y
física, legislativa, aplicación de normas- en manos del Estado aceptado como mal menor, pero
necesariamente articulado para su continuidad en el consenso, la aceptación, el consentimiento. Es
decir, la forma de dominación necesita de la legitimación por parte de la mayoría de los dominados,
el reconocimiento cuando no la directa naturalización de tal poder. Y para conseguirlo, el Estado,
los gobernantes y los diversos mecanismos de control y reproducción en el ámbito estricto de lo
político y a la sociedad civil han de aportar contrapartidas efectivas pero también (o mejor,
precisamente por ello) morales. El Estado de Bienestar elevó las condiciones de vida de la mayoría
de los trabajadores y trabajadoras occidentales, lo que llevó a la aceptación del modo de producción
10
El caso de Syriza el 2012 en Grecia y la presión brutal de la Troika para repetir elecciones y formar mayorías a fines,
rompiendo unidades partidarias preexistentes o imponiendo la figura del tecnócrata.
11
Aquí las referencias son dobles: por un lado el Gramsci dels Quaderni del Cacere y su referencia esencial a la
complejidad de los mecanismos de dominación a la “sociedad civil” y a la “sociedad política”. La idea de hegemonía
como forma de control y de reproducción de las relaciones sociales y políticas de la clase y las castas dominantes,
marca justamente los mecanismos de las relaciones de dominio en cada período histórico y en cada formación social.
Por otro lado un pensamiento paralelo y no siempre conectado, presentado por Pierre Bourdieu y sus conceptos de
campo y habitus. El primero nos sirve para definir la pertinencia, la admisión o exclusión de determinadas clases y
segmentos de clase, más allá, de la posición en las relaciones sociales de producción. El segundo, en su definición como
estructura estructurante, como solución al problema subjetivo/objetivo, lo sitúa como encarnación de las estructuras
sociales, ámbito en el cual se desarrolla la práctica social y que tiende a reproducir las visiones del mundo que han sido
incorporadas por nacimiento, por la socialización, por la educación y por la aculturación, mediante la violencia
simbólica, aquella imposición, naturalización, aceptación del estado de cosas que tanto se parece a la hegemonía
gramsciana. Pero un habitus que, como el propio Bourdieu afirma y que desmiente en cierta medida quienes se oponen
a la posibilidad de autonomía cultural que Gramsci otorga a las clases y grupos subalternos (la posibilidad de las luchas
contra hegemónicas y el papel de los intelectuales orgánicos), es estructurado pero no fijo: la experiencia múltiple de la
práctica confronta a los individuos con realidades diversas y contradictorias, de manera que en el habitus institucional
se incorporan otros nuevos, rupturistas que pueden llegar a constituir alternativas críticas a las formas de dominio
existente.
14
capitalista y su –contraproducente- construcción como idea clara y aceptada de suponer la única
forma posible de organización de la sociedad compatible con la democracia.
Dentro del ámbito de las relaciones de producción se está produciendo la reformulación del
entramado del desarrollo del capitalismo junto con la legitimación de las relaciones de dominio; lo
que se produce es la continua y –paralelamente- acelerada definición y redefinición de los grupos
necesitados –los excluidos, la mano de obra de reserva, los periféricos- y las políticas de asistencia,
políticas pasivas y activas de ocupación, vivienda, sanidad, educación, dependencia. El problema es
que -dependiendo de la historicidad de cada país y su posición en la división internacional del
trabajo- era esta una tarea esencial de los Estados-nación, y la pérdida del papel del Estado tanto
hacia dentro como hacia fuera, de la función de redistribución, de protección, de cobertura de los
mínimos de supervivencia digna disminuye o desaparece, y, con tal desaparición, la legitimación
del mismo Estado pierde su base de sustentación y empieza a ser cuestionada. Nos encontramos con
que la propuesta de declarar la correspondencia Estado-clase dominante, la aparición clara del
carácter de clase del Estado y el rechazo creciente de la neutralidad naturalizada del Estado
formalmente democrático no se restringe a minorías intelectuales y empieza a circular, con nuevos
lenguajes, entre segmentos, sectores y grupos sociales cada vez más amplios; quizás no con un
carácter plenamente consciente y organizado, pero si al menos con una propuesta anímica creciente
(que algunos han denominado “el descrédito de la política”). Tal vez la incorporación de la
categoría formaciones sociales nos ayudará a entender de forma más clara la dicotomía políticaeconomía en los discursos hegemónicos actuales y las contradicciones del capitalismo.
.
Es cierto que una característica de la propuesta de la modernidad es disolver la identificación de lo
político con lo económico, como si la economía fuese una esfera autónoma ajena al as relaciones de
poder; el problema no es la pérdida de política, sino la pérdida de democracia. La política, por tanto
–la gestión de lo público y la intitucionalización de las relaciones de poder- sigue naturalmente ahí,
pero cada vez más en contra del ciudadano. La eliminación de la política en la vida individual, en
términos metafóricos, dificulta la acción política y desdibuja las funciones clásicas del Estado. La
retirada del Estado en la intervención directa en las relaciones entre capital y la fuerza de trabajo, de
sus intereses y responsabilidades, desplaza al individuo trabajador del escenario en la creencia que
este hecho sucede porque el trabajo ya no ocupa un lugar importante en la esfera del individuo. Los
Estados desarrollados van disminuyendo los derechos laborales, aparecen contratos cada vez más
precarios y la tendencia a la reducción de los costes salariales. Más de treinta años han generado
una sociedad inerme, desarticulada, segmentada y fuertemente desorientada, incapaz de enfrentarse
a los retos e impactos sociales a causa del impasse que han conseguido a través de la desafección y
el aburrimiento político.
15
Es inconcebible pensar en reformas consistentes cuando fallan las fuerzas sobre la capacidad de
cambiar las cosas mediante la acción política.
Con todo ello, nos surge una aparente paradoja: el trabajo es una actividad esencial a la que todos
tienen que tener acceso; el no trabajo es negativo en sí mismo.
Es más: mediante esta premisa se articula la división en la clase,
“la división actualmente existente entre los que participan directamente en la actividad productiva y quienes
no lo hacen se instituye en una estructuración social que trasciende la organización en clases sociales. El
problema no sólo radica entre los quienes participan del “bien” trabajo y los que permanecen excluidos, sino
incluso quienes tienen un empleo y aquellas personas que no” (Miquel, 2002: 185).
En este contexto, aparece una clara percepción generalizada: el trabajo es un bien escaso12. Ya no
consiste en un medio, ni en un mero factor de producción, ni siquiera en el resultado de la
aplicación de la fuerza de trabajo a cuya venta el empresario – y su consecuente alienación- se ven
obligada la mayoría de la población; sino es un bien en sí mismo.
El trabajo no solo es importante por la actividad productiva sino también por la función
reproductora de las relaciones sociales. El trabajo es socializador, las normas y las pautas se aceptan
y aprenden mediante el trabajo: a través del trabajo se forman las identidades. Al fin y al cabo no
deja de ser, como todo lo humano, también una producción ideada.
El trabajo, por tanto, es también simbólico; la significación que recibe dentro de cada cultura es
diferente. En las sociedades no industrializadas, las relaciones sociales no son pura y explícitamente
económicas, el trabajo es diferente al de las sociedades industrializadas, en donde tiene vinculación
con las ideas de ciudadanía y clase social. Es más, en las sociedades industrializadas el trabajo
adquiere una dimensión individual y, por eso, descontextualizada, ausente de significado.
Es decir, el trabajo tiene dos dimensiones; es una actividad social pero la capacidad del trabajo es
individual. Hoy en día el trabajo está definido de forma generalizada bajo la teoría del capital
humano y la responsabilidad individual. El “capital humano” ha sustituido a la “mano de obra”.
“Aunque la literatura internacional nos transmite que la inmigración arrastra capital social, quizás en nuestro
caso con lo que nos encontramos es con una ausencia de ese capital social y en cambio aparece una
competencia por la supervivencia en lugar de niveles de confianza y cohesión” (Sánchez y Ybarra, 2006: 96).
12
No como un concepto metafísico, sino en un contexto concreto, el de la ausencia de empleo, hace que cualquier
empleo sea visto como una salvación o bendición.
16
Esto no implica unas relaciones sociales armoniosas, sino generadoras de conflictos. Un hecho claro
es que aunque las clases no estén definidas o estructuradas como antes, siempre hay una clase (baja)
que sufre las consecuencias de esta distribución desigual y asimétrica.
En definitiva, aunque el trabajo no goce de “buena salud” no se puede negar su centralidad.
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