REGÍMENES DE BIENESTAR, EMPLEOCENTRISMO Y JUSTICIA DISTRIBUTIVA (Nota: No citar sin permiso del autor. La exposición de este artículo en el congreso se realizará mediante el uso de gráficas y estadísticas en una presentación power point). Bru Laín Departamento de Sociología. Facultad de Economía y Empresa. Universidad de Barcelona. Av. Diagonal, 690-696, 08034 Barcelona. ERE (Espai de Recerca en Economia), Despacho 306. Telf: 934 037 233. Email: [email protected] Resumen: El mercado de trabajo suele identificarse como uno de los elementos más fundamentales en la constitución de los regímenes de bienestar europeos. Desde este punto de vista, el empleo se vuelve uno de los factores más explicativos para comprender el funcionamiento redistributivo de estos estados, más aun en un contexto de crisis y en un caso como el español. Partiendo desde esta premisa, el artículo abordará el carácter "empleocentrista" de nuestro modelo distributivo, esto es, la dependencia que existe entre la mayoría de las políticas redistributivas y el funcionamiento y grado de inclusión del mercado laboral. Por todo ello, el objetivo del artículo será señalar las limitaciones de este modelo, particularmente, las relacionadas con la rigidez a la que somete el empleo como el único criterio o ámbito competencial desde el cual pensar (normativamente) y diseñar (positivamente) las políticas públicas redistributivas. Frente a estas limitaciones, el artículo propondrá algunas medidas de carácter "pre-distributivo" que, como las políticas de garantía de rentas, deberían tenerse en cuenta tanto para garantizar la viabilidad económica de los regímenes de bienestar, como para apuntalar su propia justificación normativa. El artículo concluirá remarcando algunas de las ventajas (tanto desde el punto de vista teórico como empírico) que muestran los llamados modelos de justicia pre-distributiva y las políticas ex-ante, frente a regímenes de tipo más post-distributivo y sus políticas de aplicación ex-post. Palabras clave: justicia pre/post distributiva, mercado de trabajo, estado de bienestar, igualdad, reciprocidad. Agradecimientos: La investigación que conlleva a estos resultados ha recibido la financiación del Consejo de Investigación Europeo bajo el 7º Programa Marco de la UE (FP7/2007-2013) / Convenio de subvención del ERC nº 249438 TRAMOD. Introducción Aunque las experiencias de producción y reproducción colectiva basadas en el uso de la propiedad común de bienes y recursos, no son un fenómeno nuevo en la historia, parece que en los últimos años han cobrado una especial atención este objeto de estudio. El debate entre Garrett Hardin (1968) y Elionor Ostrom (1990)1 abrió el interés por los “bienes comunes” o commons2, mientras cosechaba el interés de posiciones políticas y académicas diametralmente opuestas. Y el interés está más que justificado, dado cómo estos “nuevos comunes” interpelan a las sociedades actuales: en el ámbito tecnológico y de red, por la aparición del software (y hardware) libre; en el ámbito cultural, por los nuevos derechos de propiedad intelectual y los nuevos dispositivos digitales; en el ámbito científico, por el uso de nuevas licencias y patentes sobre el desarrollo del conocimiento científico; en el ámbito económico, por su relación con la economía financiera; etc. Sin embargo, a menudo la etiqueta de “bienes comunes” ha sido utilizada de modo confuso3. De los bienes comunes se ha analizado mucho su realidad material – características formales y relación con la economía–. Sin embargo, se ha descuidado su interpretación como instituciones sociales con una indudable potencialidad de organización política y de movilización social (en relación a su modo de organizarse, de defender principios comunitarios, de prácticas de acción colectiva, de prácticas de autotutela o auto-gestión de derechos, etc.). Cómo se señala en otro sitio (OMB, 2014), es 1 En referencia al debate, la creciente literatura ha alertado de los prejuicios que un modelo basado en el copyright y el derecho de propiedad intelectual podría acarrear sobre la producción y difusión del conocimiento. Para su repercusión sobre el avance de la biomedicina, véase: Heller y Eisenberg (1998), así como Rai y Eisenberg (2003. Para las restricciones sobre la innovación cultural: Jaffe (2000). Para su genealogía jurídica: Travis, H. (2000) y, especialmente, Linebaugh (2009). 2 Desde una perspectiva histórica, los comunes son recursos naturales (acuíferos, bosques, pastos, etc.) usados por una comunidad, normalmente arrendatarios y campesinos libres, en base a una modelo de explotación y gestión comunitaria. En el contexto actual, la literatura suele diferenciar entre: bienes comunes materiales (vivienda, infraestructuras y suelo, equipamientos, espacios públicos y verdes) e inmateriales (información y conocimiento, producción cultural, seguridad, etc.); entre naturales (agua, aire, ecosistemas, etc.) y artificiales (culturales o saberes colectivos); y entre globales y locales. En el ámbito urbano, Efrat Eizenberg (2012) usa el término “comunes realmente existentes” para referirse a aquellos recursos compartidos en ámbitos urbanos y gobernados por regímenes de propiedad común, ni por la administración del Estado, ni por el mercado. La literatura también se refiere a ellos como “comunes vecinales”, enfatizando la capacidad de preservar y gestionar recursos locales por parte de la comunidad (Hess, 2008). La definición que uso engloba el conjunto de tipologías mencionadas. 3 En otro sitio discuto la razonabilidad, o no, de trazar una analogía entre los bienes comunes naturales históricos (pastos, ríos, acuíferos, etc.) y los actuales (software libre, por ejemplo) (Laín, 2014). 2 importante mantener esta doble interpretación: como recurso material tangible y como práctica política o de movilización social. Esta concepción dual nos fuerza a plantearnos qué forma institucional y qué límites debe tener el ámbito público y el privado y, así como qué capacidad de incidencia deben tener los comunes no sólo en la (re)producción social, sino también en la redistribución de la riqueza. Hasta la fecha, la incidencia de los bienes comunes en la estructura productiva y distributiva se ha analizado de un modo limitado4. Lo que en menor medida se ha planteado es cómo una economía basada en estos bienes puede interpelar a la justicia distributiva. Por ello, en el artículo propongo dos cuestiones centrales. Por un lado, analizar cómo los bienes comunes interpelan al ámbito de la justicia distributiva. Para ello, en el primer apartado propongo tres modelos de justicia distributiva (socialdemócrata, liberal y pre-distributivo) asociados a determinadas justificaciones del estado de bienestar. En el segundo apartado discuto la deseabilidad del tercer modelo, dada su naturaleza pre-distributiva y su respeto por los principios de libertad y reciprocidad. La segunda cuestión es poner de relieve los beneficios de una estratégica filosófico-normativa para con un modelo de justicia distributiva basado en este tipo de bienes. Para ello, el tercer apartado analiza el elemento pre-distributivo del modelo ideado por James Meade (1964), la property-owning democracy, y su relación con los criterios de la libertad y la reciprocidad propios de una economía basada en bienes comunes. En el último apartado concluyo esbozando las potencialidades de avanzar, tanto en lo teórico, como en lo político, hacia modelos híbridos de justicia distributiva. 1. Tres modelos de justicia distributiva La creciente polarización económica, el inusitado aumento desigual de riqueza o los resultados de la mayoría de macro indicadores económicos, responden al porqué del interés por descubrir qué modelo de redistribución social podría dar mejor respuesta a estas realidades. Por ello esbozo tres modelos teórico-normativos asociados a lo que podrían ser las tres principales estrategias normativas para defender a un determinado 4 Al decir verdad, Benkler y Nissenbaum (2006) o Boutang (2010) lo han intentado –a mi modo de ver– de forma poco resolutiva. 3 modelo de estado del bienestar y, por lo tanto, de justicia distributiva. Para desarrollar mi propuesta, propongo tres categorías. El modelo fundado en la tradición socialdemócrata; el de cuño liberal, y el basado en el uso de los bienes comunes o modelo pre-distributivo5. Para sistematizar su análisis, discutiré su justificación teóriconormativa, las principales propuestas de políticas sociales y fiscales, así con el papel que en ellos desempeña el empleo. 1.1 Modelo Socialdemócrata Éste modelo de justicia distributiva, más o menos hegemónico, ofrece una relevancia central al papel que en ella desarrollan las fuerzas productivas –capital y trabajo– y el resultado de su relación, mediada por la acción concertadora del Estado. La política económica –y fiscal– de la Europa de postguerra esculpió una situación en que cada una de estas fuerzas productivas cumplía su papel. El Estado, a través de políticas económicas supply-side de corte keynesiano y la búsqueda del pleno empleo, insuflaba la demanda y el consumo agregado, para redundar en mayores tasas de ocupación. A través de estas políticas, los sectores del trabajo y del influyente sindicalismo fueron renunciando a la histórica reivindicación de la “democracia interna en la empresa”, a cambio de la protección jurídica de parte de sus demandas más inmediatas (cotizaciones por jubilación, reducción jornada laboral, derecho a sindicalización, seguros por desempleo, etc.). El aumento de productividad se vinculaba a un aumento salarial pactado entre sindicalismo y patronal. La política distributiva, quedaba así incrustada en un esquema productivista o workfarista. Dentro del “capitalismo reformado” (Domènech, 2014), el empleado quedaba asegurado dentro del sistema de protección social mediante su participación en el ámbito laboral. Empleado y propietario de capital contribuían al esquema distributivo mediante determinadas obligaciones fiscales: sobre la renta y el patrimonio respectivamente; y sobre el valor añadido ambos por igual. Por el otro lado el Estado afrontaba su función redistributiva mediante transferencias o retornos (básicamente en especies) en forma de políticas públicas de tipo 5 Cfr., nota 1. 4 universalistas y garantistas, como la educación, la sanidad, la protección del desempleo o la jubilación, sufragadas por una política impositiva de tipo progresivo. La victoria de Thatcher (1979) y Reagan (1981) inauguran lo que Karl Planyi (1944) calificaría como un proceso de des incrustación económica (economice desembeddedness), en el que los sectores del capital redoblan su influencia, y la “esfera económica queda fuera del control del espacio de decisión de la actividad política y deliberativa”. En los últimos años, este esquema de estado de bienestar ha sufrido importantes transformaciones. En ese contexto, Tony Blair (1996) esboza lo que debe ser el “nuevo laborismo” o “tercera vía”. La creciente competencia en el mercado laboral internacional, el abandono progresivo de las políticas de pleno empleo y la progresividad fiscal, la irrupción de la tecnificación y la robotización, así como la creciente financiarización económica, fuerzan a la vieja socialdemocracia a abandonar sus planteamientos tradicionales. Así las cosas, el mantenimiento o aumento de salarios reales como elemento vertebrador del sistema distributivo se abandona. Se acepta una diminución en los salarios reales en los cuartiles más bajos de la distribución para, a cambio, generar nuevos puestos de trabajo en el sector tecnológico y servicios. La acción política del Estado, ya no pasa por garantizar un puesto de trabajo, sino por dotar a cada individuo de mejores recursos para poder competir con mayores opciones dentro del mercado. Es así como el estado de bienestar “pasa de una visión colectivista, a una individualista” (White, 2014). Es dentro de ese nuevo contexto en que se aplican las políticas del Earned Income Tax Credit en USA, el Working Class Credit en UK de principios de 90. El carácter universalista de las políticas sociales se toma más subsidiario y restringido (a los menos favorecidos por el mercado)6. 6 Como lo resume Rubén Lo Vuolo (2014): “La supuesta ‘sobreprotección’ de que ciertas categorías disfrutan dentro de la seguridad social ayudaron a legitimar políticas que presionaban a la baja los beneficios […] Así, se aconseja a los encargados de desarrollar políticas públicas dejar a un lado este objetivo universalista y reforzar en su lugar la relación entre beneficios y contribuciones, preferiblemente a través de seguros privados. Los grupos más pobres […] recibirían subsidios directos por medio de programas de asistencia social. Como resultado, los países con estos fenómenos, empezaron a depender más fuertemente de las soluciones para el bienestar provistas por el mercado, y en la selección como criterio para la orientación de sus políticas. 5 1.2 Modelo Liberal La concepción sobre la justicia distributiva de la mayoría de estados de bienestar actuales contiene algunas particularidades destacadas, y algunas diferencias sustantivas respecto del anterior modelo anterior. Y ello ocurre tanto en su interpretación y justificación teórico-normativa, como en el diseño y orientación de las políticas sociales y distributivas que impulsa. En primer lugar, en el compromiso con la justicia distributiva del actual Estado liberal-democrático, el estrato o clase social –y su relativa función productiva y distributiva– pierde vigencia como marco interpretativo y de referencia de la acción del estado. El individuo, y no la clase, es ahora el target de dichas políticas públicas. El modo de conseguir una cierta “armonización social” ya no es tanto la acción concertadora del Estado, sino el mismo mercado. Por ello, el empleo ya no es el objetivo, sino el garantizar a todos el acceso al capital y los recursos productivos. En otras palabras, en el modelo anterior la atención recaía sobre el salario; en el modelo liberal es el acceso al capital, y en el esquema de políticas sociales y económicas (básicamente retornos sociales) que el Estado ejecuta. Autores como John Rawls (1999[1979], 2001) pueden asociarse a este paradigma7, así como propuestas de cuño libertariano como la de Bruce Ackerman y Anne Alstott (1999), o el libertarianismo de izquierdas de Philipp Van Parijs y su Real Freedom for All (1995). La variedad de opiniones en la literatura es reflejo del uso de estrategias justificativas muy heterogéneas: desde modelos que priorizan un principio “prioritarista” –mayores recompensas para quien peor está– (Rawls, 2001), hasta los que anteponen argumentos “suficientaristas” –a todos, un mínimo por igual– (Van Parijs, 1995). Las propuestas de políticas sociales propias del modelo liberal buscan establecer como principal medio distributivo la dispersión (del acceso) a los capitales generados como resultado del mercado. Me refiero a políticas como el Citizen’s Trust del Alaska’s Permanent Found8, el Child Trust Fund (o el “cheque bebé” de Zapatero), y propuestas como el Universal Capital Grant o Basic Capital de Ackerman y Alsttot (1999), la 7 Para una discusión sobre el liberalismo, o el republicanismo, de John Rawls, véase: De Francisco (2006); Domènech y Bertomeu (2005), así como O’Neill y Williamson (2012). 8 Para explorar esta medida y su diferencia con la Renta Básica, véase: Casassas y Wispelaere (2012). 6 renta básica de Thomas Paine (1794) o el Individual Development Account (Sherraden, 1991). En resumen, el rasgo compartido por estas políticas es el desplazar el objetivo de la función distributiva del Estado: de la garantía y redistribución de oportunidades laborales (y educativas), hacia la redistribución de los capital assets de forma individualizada y condicional. De este modo, al otorgar menos peso al (derecho de) empleo, se contribuye a debilitar la actividad laboral como principal mecanismo para la obtención de retornos sociales. Bajo esta perspectiva, el individuo es “más libre” para poder escoger otro tipo de empleo, a saber, amplia la miríada de opciones para escoger qué actividad laboral/empleo prefiere desarrollar, o incluso si no quiere desarrollar ninguna. Desde esta perspectiva, una política distributiva que ofrezca mayores retornos de capital conferirá al sujeto mayores opciones para diseñar su proyecto de vida y, por ello, maximizará su libertad individual9. Algunas limitaciones de ambos modelos Ambos modelos se enfrentan a importantes limitaciones, tanto en su correcto funcionamiento –su aplicabilidad–, como en su justificación teórica –su deseabilidad–. Hay que señalar que ambos modelos pueden ser objeto de una crítica muy parecida ya que el modelo liberal se presenta como históricamente continuador al socialdemócrata y, consecuentemente, comparte con aquél varios rasgos importantes. Sea como fuere, estas limitaciones merecen un breve análisis. En primer lugar, y desde el punto de vista de la aplicabilidad, el modelo socialdemócrata debe enfrentarse al paro estructural y la rotura de las bases del “pacto de posguerra” ya mencionado. ¿Hasta dónde se pueden subir salarios sin destruir empleo? En segundo lugar, éste modelo de bienestar no contempló inicialmente el aumento de la competencia de mano de obra internacional, ni la aparición de un mercado laboral de tipo dual. En tercer lugar, (el derecho de acceso a) la educación como palanca de ascensión social, se muestra hoy en día ineficaz y agotado10. En otras palabras, las bases materiales que justificaban el paradigma del estado del bienestar 9 Para una crítica a la libertad como “maximización de opciones” de Van Parijs, véase: Casassas (2005). 10 Para una demoledora crítica, véase: Michael, Shierholz y Schmitt (2013). 7 workfarista, se han transformado sustancialmente, hecho que pone en entredicho su capacidad e idoneidad (de justicia) distributiva. Igualmente el modelo de tipo liberal también muestra algunas limitaciones. Por un lado, su característica condicionalidad propicia numerosas poor traps y fenómenos de estigmatización social. En segundo lugar, al poner el acento sobre el retorno y dispersión de capital, obvia otros factores explicativos de la inequidad capitalista: barreras11 de entrada, economías de escala, restricciones de derechos de propiedad, asimetrías de información, etc. ¿Hasta qué punto un modelo distributivo centrado en la dispersión de capitales puede ser efectivo sin tener en cuenta estas “restricciones”? En otras palabras, el modelo liberal se busca promover una mayor igualdad a través de las recompensas (de capital) generadas en los mercados, pero concede menos atención a las condiciones materiales sobre las cuales este capital se genera y se distribuye –desde un buen inicio– de un modo desigual. Desde el punto de vista de su deseabilidad, ambos modelos presentan importantes objeciones. En primer lugar, el modelo socialdemócrata no respeta el principio de la libertad (ni liberal, ni republicano), al no ofrece alternativa a la obligatoriedad del empleo/salario como medio de existencia ni como forma de participar en la política distributiva. En segundo lugar, tiende a mercantilizar el principio de reciprocidad (sólo puede lograrse como resultado de la participación dentro del mercado). La contributividad puede ser equitativa en un contexto de pleno empleo y de igualdad salarial. Sin embargo, en el contexto actual aparece como un mecanismo de mantenimiento y reproducción de las desigualdades sociales, entre los llamados insiders y outsiders laborales (Noguera, 2012). El modelo liberal también muestra algunas críticas en su dimensión teóricanormativa. Respecto su observación del principio de libertad, defiende una noción de libertad que prioriza la maximización de oportunidades, lo que algunos han llamado el “fetichismo de las opciones”. Desde esta lógica, la equidad social es directamente proporcional al conjunto de opciones –entre todas las posibles– de que un sujeto dispone para diseñar su proyecto de vida. Por ello, esta es una concepción con un sesgo 11 España, un país de empresas mayoritariamente pequeñas, se encuentra en el puesto 29 de 30 según la OCDE, en barreras a su creación (OCDE, 2014). 8 cuantitativista, en que se prioriza la atención sobre la elección (choice-based) por encima del elector (chooser-based) (Casassas, 2005). Esta concepción entiende la libertad como no interferencia, a diferencia del pensamiento republicano que la comprende como ausencia de dominación. En resumen, el modelo liberal de libertad aboga por ampliar la miríada de opciones disponibles a nuestro alcance. Al contrario, la concepción republicana se interesa por las “condiciones materiales de la libertad”, es decir, aquél espacio económico-institucional en que el sujeto se erige como “elector libre” (Raventós, 2007). La última limitación de estos dos modelos, constituye a la vez una de las principales diferencias que los dos primeros modelos guardan con el siguiente modelo de justicia distributiva, el basado en los bienes comunes. Me refiero aquí al uso que estos dos modelos hacen del mercado como elemento vehicular de sus políticas distributivos. Ambos coinciden en reconocer el mercado como mecanismo eficiente de producción y de generación de riquezas; el problema es la distribución asimétrica de ingresos y riqueza que genera. Es en este momento –y no antes– cuando la acción distributiva del Estado de actuar, solamente para mitigar una distribución excesivamente desigual. Es decir una acción estatal correctora o ex-post: una vez la desigualdad distributiva ya está dada. Es por ello que el siguiente modelo de justicia distributiva aparece tan sugerente. A diferencia de los dos modelos analizados, y en sintonía con los postulados teóricos del republicanismo, este tercer modelo entiende que un esquema de justicia distributiva más o menos equitativo es aquél en que la acción del Estado se da a priori, es decir, antes de que los resultados distributivos del mercado ya esté dado. En otras palabras, es una acción positiva del estado que actúa ex-ante, en la prevención y limitación de aquellas condiciones materiales que propician una distribución demasiado desigual. Por ello, llamo a este diseño de justicia distributiva basado en el uso de bienes comunes, como modelo pre-distributivo. 1.3 Modelo pre-distributivo y bienes comunes Como mencioné anteriormente, los bienes comunes no son sólo recursos tangibles, sino que engloban el conjunto de relaciones sociales que generan las comunidades que los 9 usan, sus prácticas culturales y políticas, y los regímenes de propiedad bajo los que operan. Esto es, los bienes comunes, como recursos tangibles y como prácticas políticas y sociales. Como elementos tangibles hay que diferenciar entre los comunes naturales y los digitales o inmateriales12. Mientras el uso de los primeros se caracteriza por ser excluyente (derecho de veto), el de los segundos suele ser no rival (varios usuarios pueden usarlo simultáneamente), y no excluyente (su uso no incrementa el coste marginal para terceros). Aún y esta diferencia, el conjunto de bienes comunes –naturales y digitales–, suele entenderse como aquél conjunto de bienes, recursos y saberes explotados y gestionados directamente por una comunidad, que operan bajo regímenes de propiedad colectiva y que no suelen tener una expresión mercantil (son bienes des mercantilizados), ni en su uso ni en su intercambio, por lo que se desdibuja la escisión entre su capacidad productiva y reproductiva. Como conjunto de prácticas y comunidades sociales13 encierran un gran potencial de movilización política y social, ya que como James B. Quilligan destaca, implican la responsabilidad común de la gente en proteger y sustentar su valor como bienes comunes (2009). Aunque como él mismo advierte, esta actividad es distinta en los comunes locales (zonas urbanas, infraestructuras, servicios comunitarios básicos, zonas verdes, etc.) y los globales (ecosistemas, calidad del aire y el agua, etc.), ya que implica estructuras de gobernanza con diferentes niveles de federación, así como un papel diferenciado dentro de un modelo de justicia distributiva. 2. Pre y pos-distribución Existe abundante literatura acerca de diferentes esquemas o modelos distributivos basados en los bienes comunes, como por ejemplo la propuesta de la commons-based peer production de Benkler y Nissenbaum (2006) donde enfatizan la potenciación del virtuosismo productivo basado en entornos de producción colaborativa14. Para lo que 12 Otros autores también se refieren a ellos como “comunes culturales” (Hess, 2008). 13 Peter Linebaugh remarca que en inglés se usa el verbo “commoning” para destacar como lo común no puede existir sin el acto de comunalizar, esto es, sin una comunidad que decide defender y/o administrar un recurso de manera colectiva (Linebaugh, 2010). 14 Lo que los autores llaman “clústeres de virtud”, donde se retroalimentan las beneficios de practicar la autonomía, la creatividad, la benevolencia y la cooperación. 10 aquí interesa, voy a destacar cómo los comunes promueven una lógica “pre” o “ex-ante” en un esquema distributivo concreto. Tanto aquí como en los dos modelos anteriores, el Estado debe ejecutar una distribución social con un criterio equitativo. Sin embargo, la diferencia se encuentra en que en este tercer modelo la equidad social no se encuentra subsumida ni en la obligatoriedad de la participación laboral, ni en un mayor o menor retorno en forma de “dividendo nacional”. Esto es, en el modelo de bienes comunes debe existir, de entrada, una dispersión relativamente amplia de los recursos (re)productivos. El Estado no debe actuar cada vez, al principio de cada ciclo –en términos rawlsianos (2001:135)–, para garantizar un reparto más o menos igualitario de recursos. Por el contrario, la des mercantilización de una parte importante de los recursos productivos –a través de su comunitarización–, junto con su elevado grado de dispersión social, evitarían de facto situaciones de excesiva acumulación de riqueza, polarización económica, economías de escala y barreras de entrada a los mercados15. A diferencia de los dos anteriores, este tercero modelos implica una parte más o menos sustancial de los recursos (re)productivos dispersados “desde el inicio”, a través de diferentes mecanismos de propiedad común, generalmente garantizados y protegidos por el Estado, así como por las mismas comunidades o colectivos implicados. El Estado no redistribuye los resultados –desiguales– de los mercados, sino que dispone las mejores condiciones de salida para que la equidad distributiva ya se encuentre determinada de antemano. Por ello tiene sentido hablar de un modelo pre-distributivo, aquél que actúa directamente sobre las “condiciones materiales de la justicia distributiva” y no simplemente como resultado o reacción a ellas. Esta particularidad provoca que este modelo sea especialmente sensible con los principios de la libertad y la reciprocidad. Pre-distribución, Libertad y Reciprocidad Ya he señalado como la observación del criterio de libertad muestra serias limitaciones en el modelo socialdemócrata y el liberal. En el primer modelo la conceptualización de 15 No sólo se evitarían tales fenómenos, sino que se ensancharía el ámbito de aquello “no mercantilizable”. Y es que como apunta Heath (2011), no podemos commodificar las necesidades básicas, porqué las relaciones sociales instrumentales asociadas con la comercialización sólo tiene sentido pensarlas una vez las mismas necesidades básicas están cubiertas, y no al revés. 11 este principio podría interpretarse como cuasi-republicana, es decir: la libertad como “no-dominación” (Pettit, 1997) ya que existe una protección y regulación política de los derechos laborales y económicos de los trabajadores. Sin embargo, esta interpretación tiene un alcance limitado, ya que estos derechos serán respetados mientras los trabajadores acepten el control no-democrático dentro de la empresa y, por ello, renuncien a la histórica aspiración de la producción obrera directa y democrática. Así, la observación del principio de la libertad del modelo socialdemócrata sólo es pertinente dentro del ámbito productivo y sólo cobra sentido a través del binomio empleo-derechos. También constaté cómo esta concepción de la libertad depende necesariamente de los resultados del mercado y de cómo se actúe políticamente sobre ellos. Por ello que existe una fuerte correlación entre el funcionamiento del mercado – sus recompensas– y la lucha política de clases. De ello se desprende que la capacidad distributiva de este modelo es coyuntural y dependerá del funcionamiento del mercado. El modelo liberal comparte algunas de estas críticas. La libertad como no interferencia de Ackerman y Alstott (1999) por ejemplo, nos “libera” –en parte– de esta necesaria vinculación empleo-derechos mediante una mayor distribución de capital assets. Pero ello no elimina su dependencia de los resultados del mercado. El Estado no debe asegurar una posición productiva dotada de derechos, sino de recursos (en forma de basic capital o dividendos nacional) que maximicen nuestras oportunidades dentro el mercado. Así, la dependencia del mercado sigue siendo igual de importante como en el anterior modelo A la vez, el concepción liberal olvida lo que llamé las “condiciones materiales de la libertad” y, por lo tanto, restringe la actividad distributiva a paliar los resultados del mercado y no a prevenir aquellas condiciones de partida responsables de resultados muy asimétricos. Ambos modelos también muestran poca robustez para con el principio de la reciprocidad. Como afirma Stanislas Jourdan (2012a), en ellos se da un dilema importante: mientras los productores de un recurso común suelen hacerlo en su tiempo libre sin percibir ningún retorno por este trabajo, empresas con ánimo de lucro pueden aprovecharse de ello. ¿Por qué el mercado puede usar o aprovecharse de recursos comunes generados por todos (conocimiento, carreteras, información, educación, sanidad, etc.)? Esto hecho es lo que él mismo denuncia como el “robo invisible” (invisible theft). 12 Por el contrario, en el modelo pre-distributivo basado en bienes comunes, los principios de libertad y reciprocidad se entienden de modo diferente. En efecto, este modelo no pude definir la libertad simplemente como no interferencia ya que es determinante que el Estado “interfiera” en los agentes, en el mercado, con el fin de proteger y extender los derechos comunes. Debe limitar y erigir corta-fuegos frente los procesos de mercantilización asociados a las prácticas acumulativas del capitalismo contemporáneo16. Del mismo modo el Estado deberá interferir en la medida en que se institucionalicen los colectivos o comunidades asociados a un bien común y adopten capacidad jurídica para determinar el uso de un determinado bien17. Así que la observación del principio de la libertad por parte de este modelo no pude confinarse sólo al ámbito de la libertad negativa. Por ello este modelo se encuentra mucho más próximo al principio de libertad como no-dominación de cuño republicano. De lo que se trata es que los sujetos no se encuentren en una posición social (en el mercado) en que sean vulnerables frente a posibles relaciones de dominación, generadas –claro está– por una muy desigual distribución de recursos productivos. De hecho, la propia naturaleza no mercantil de los bienes comunes proporcionaría al individuo una garantía de una mínima suficiencia material, suficiente como para no verse forzado a aceptar este tipo de situaciones. La des-mercantilización de buena parte de recursos productivos, así como su extrema dispersión social, garantizarían al sujeto una mayor capacidad de negociación en entornos como los mercados, definidos justamente por una asignación desigual de riqueza y capital y, por extensión, del poder y capacidad de dominación que ello confiere. El principio de reciprocidad propio del modelo pre-distributivo es igualmente característico. Como apunta Stuart White (2003:50) “si uno aspira a disfrutar de los frutos del trabajo de sus conciudadanos, entonces como una cuestión de justica, debe aportar alguna cantidad de bienes o servicios a cambio. Ocurre una injusticia cuando se viola tal principio”. Consecuentemente, el detractor de este modelo podría enmendar mi 16 Para una reconstrucción histórica y teórica de la idea de los “cortafuegos”, véase: Casassas (2010). 17 Para anticiparme a la crítica, huelga remarcar que el hecho de que un modelo de gestión comunitaria sea democrático, depende del tipo de comunidad que lo gestione (su régimen de gobernanza, grado de acceso y restricción que imponga, etc.) Si el grado de democratización y de control por parte de los mismos usuarios es bajo, el recurso en cuestión puede caer –simplemente y llanamente– en una forma de privatización (en el sentido de privatizar aquello público, estatal). 13 propuesta porqué –aparentemente– no garantizaría el estricto cumplimiento de este principio. Es la llamada crítica del free líder, quien toma sin aportar a cambio. Esta crítica sólo es compatible con una concepción de reciprocidad entendida como “estricta equivalencia” (entre aportación y retorno; entitlements y contribución). Por contra, el principio de reciprocidad asociado a este modelo se entiende como “justa aportación” (fair-dues reciprocation) (de cada uno su capacidad, a cada uno su necesidad). Lo importante aquí no es respetar la estricta equivalencia, sino aquella contribución individual necesaria en un contexto que sea lo suficientemente equitativo en todos los otros aspectos como para no tener que recurrir a la estricta proporcionalidad (White, 2003:50)18. Es por ello que los mecanismos por los que se articula la reciprocidad en este caso quedan –en gran medida– fuera del ámbito del mercado. Por ello este tipo de reciprocidad es más amplia y heterogénea que la de los modelos anteriores, ya que no está necesariamente vehiculizada ni por la acción del mercado, ni por el escenario político en qué éste opere. El uso de los bienes comunes para actividades de (re)producción social pueden suponer un cambio de paradigma en relación al empleo. Así, mientras que el cercamiento (enclosures) de los campos comunales de los siglos XVII-XVIII propiciaron una nueva categoría social –el proletariado–, también crearon las bases para un esquema productivo basado en la vinculación entre el salario y la subsistencia (familar salary). Los bienes comunes, por contra, pueden forzar un cambio hacia un modelo sin esta necesaria relación y así desvincular la aportación laboral y la obtención de derechos (y también deberes) para con el esquema distributivo. Obviamente, encontramos aquí algunas dudas a resolver. ¿En qué medida una economía basada en un uso de bienes comunes puede garantizar niveles altos de ocupación? Y si no fuera así, ¿Cómo aseguramos –por qué medios se garantizan– la subsistencia y la redistribución social? A continuación esbozo muy esquemáticamente, lo que podría ser un programa político-económico de justicia distributiva que respondiera a estos interrogantes. 18 Nótese la proximidad entre White y la reciprocidad de Rawls (2001:49): “Creo que la idea que envuelve la reciprocidad en el nivel más profundo y como igualdad democrática propiamente entendidas, requiere algo del principio de la diferencia”. 14 3. Property-Owning Democracy como modelo pre-distributivo Stanislas Jourdan aborda la relación entre “economía colaborativa” y empleo (Jourdan, 2012b). Se pregunta por el espacio –la centralidad– que el empleo ocupa en el actual modelo redistribución social. Lo que sugiere es una Renta Básica (RB, en adelante) combinada con un tipo de trabajo colaborativo. La suya es una propuesta muy diferente del modelo socialdemócrata y liberal, “porqué en última instancia lo que busca es desconectar el ingreso del empleo remunerado”, mediante la transferencia de la RB. En su propuesta la RB universal e incondicional dentro de una lógica “suficientarista”, desvincularía el ingreso del empleo asalariado. Desde su perspectiva, los individuos serían “más libres” de decidir si participar –o no– en el mercado laboral formal y de qué modo hacerlo (auto-empleo, cooperativas de trabajadores, “clústeres de virtud”, etc.)19. Desde su óptica, el principio de reciprocidad se convierte en un argumento favorable, tanto para la RB, como para los mismos bienes comunes. A saber: nadie crea nada sin una creación previa de valor, sea mercantil o no. Es por ello que todos merecen un dividendo por el valor de lo que han creado. Lo interesante de su modelo es que vincula, no ya la ciudadanía con el asalariado, sino con el derecho de existencia. Así, los derechos de ciudadanía no serían imaginables –ni practicables– sin disponer de un abanico de bienes y recursos que garantizaran la existencia material. Por eso la exigencia de los comunes como recursos no mercantiles20. Sin embargo, el esquema de Jourdan muestra algunas dudas. Confía demasiado en una definición demasiado laxa de los “clúster de virtud”, así como en un modelo de capitalismo creativo y colaborativo poco fundado. Por ello, su propuesta debería ir acompañada de un conjunto de medidas políticas y fiscales –dentro un marco equitativo y de respeto del principio de libertad y de reciprocidad– que pudieran operar ex-ante. Me refiero aquí a la propuesta de James Meade (1964). Meade pensaba una “democracia de pequeños propietarios” (Property-Owning Democracy, POD en adelante) (1965: 40-65) dentro de un modelo de justicia distributiva que combina 19 Nótese la proximidad entre la justificación de la RB de Jordan con la de Van Parijs y Van der Veen (1986): la RB como el incremento de oportunidades para lograr un trabajo más creativo dentro el capitalismo. 20 Sobre la creciente mercantilización sobre distintos recursos, véase: Boyle (2003), Caffentzis (2004), Harvey (2003), Orsi y Coriat (2003), y Rai y Eisenberg (2003). 15 elementos teórico-prácticos amplios: desde el esquema de “renta básica” y justicia distributiva de los republicanos Thomas Paine (1794) o Thomas Jefferson y su “federación de repúblicas” (1810]), hasta la actual propuesta de RB de justificación más republicano-democrática. En el modelo de la POD se combinan elementos propios del modelo socialdemócrata y del liberal en cuanto al modo de redistribuir recursos y capital. En él se incluyen distintas medidas como la ampliación de la cartera de propiedad pública (mínimo del 51%) para garantizar un mayor “dividendo (o retorno) nacional”. De este modo si la aportación de la masa salarial a la riqueza nacional disminuye (como él temía), los empleados no perdían poder adquisitivo. Su modelo también contempla una fuerte tasación sobre la transferencia de riquezas (herencias y donaciones) para “romper la transmisión de la acumulación social”. En resumen, como bien anunció Rawls (2001:39), el elemento a remarcar es que “las instituciones de base de la democracia de pequeños propietarios actúan para dispersar la propiedad de la riqueza y del capital. Y así prevenir a una parte de la sociedad de controlar la economía”. 4. Conclusiones. Hacia una síntesis de modelos Señalé algunos beneficios y limitaciones de los tres modelos. Diferencié los dos primeros por depender en exceso de los resultados del mercado, y el tercero por usar una vaga definición de las llamadas “comunidades creativas”. No nos encontramos en lo que algunos auguran como la “fábrica social” (Boutang, 2012; Boyle, 2008; Bifo, 2003), ni en un modo de producción capitalista transformado en “comunidades creativas” (Benkler y Nissenbaum, 2006). Creo que estos análisis representan, más bien, argumentos al uso muy prácticos para justificar una determinada opción ideológica o académica; pero poco fructíferos a la hora de proponer modelos de justicia distributiva realmente robustos. Por ello que creo necesario avanzar hacia la conceptualización y el diseño de modelos híbridos de justicia distributiva. Obviamente con una preponderancia del tercer modelo, por entender que la pre-distribución es más equitativa, eficaz y eficiente que la (post)distribución. Además, este tercer modelo fuerza al Estado a definir, proteger y extender determinados bienes, recursos y saberes comunes con la promulgación de 16 nuevas legislaciones sobre formas de propiedad común. Así mismo, apunté que ello redundaría en la protección del “derecho de existencia”, delimitando los límites de lo mercantilizable y lo que no lo es, y que en esta empresa, las comunidades o colectivos de usuarios de bienes comunes tienen un papel muy destacado en cuanto a su dimensión como movimientos sociales y políticos. Como afirma White (2003:91) un modelo híbrido debería respetar, por lo menos, tres criterios. Primero cumplir el principio de work-as-challenge por el que cada uno tendría acceso a las oportunidades adecuadas para permitirle hacer de su trabajo/empleo su actividad intrínseca o de auto-realización. Ello requeriría del Estado asegurar los elementos más relevantes del modelo socialdemócrata: más y mejores oportunidades y mayores recompensas del empleo. Segundo, cumplir los criterios de non-immiseration y de market-security, por los que nadie debería sufrir una situación de pobreza extrema, y estar dotado de un grado de protección adecuada frente a las relaciones de vulnerabilidad, explotación y abuso del mercado. Por ello el Estado tendría la tarea asociada al modelo liberal de distribuir más y mejor el capital y los recursos, garantizando un mayor retorno social a través de un dividendo nacional o una renta básica. En tercer y último lugar, este modelo híbrido debería asegurar la des mercantilización de buena parte de los recursos y bienes (re)productivos. La combinación de estas propuestas, asociada al modelo pre-distributivo, aseguraría de entrada una mayor dispersión de capital y de recursos y consecuentemente, unos resultados de mercado mucho más equitativos. Con ello aseguramos el respeto del principio de la libertad (como no-dominación) y de reciprocidad (como fair-dues reciprocation). 17 Bibliografía Ackerman, B., Alstott, A. (1999). The Stakeholder Society. New Haven: Yale University Press. Bifo, F. B. (2003). La fábrica d ela felicidad. Madrid: Traficantes de Sueños. Blair, T. (1996). New Britain: My Vision of a Young Country. London: Fourth Estate. Bertomeu, J., Domènech, A. (2005). El republicanismo y la crisis del rawlsismo Metodológico. (Nota sobre método y sustancia normativa en el debate republicano). Isegoría, 3: 51-75. Benkler, Y., Nissenbaum, H. (2006). Commons-based Peer Production and Virtue. Journal of Political Philosophy, 14 (4): 394-419. Boyle, J. (2008). The Public Domain. Enclosing the Commons of the Mind. New Haven & London: Yale University Press. _______ (2003). The Second Enclosure Movement and the Construction of the PublicDomain. Law and Contemporary Problems, 66: 33–74. Boutang, Y. M. (2012). 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