MANTENERSE TRABAJANDO MÁS ALLÁ DE LOS 55 AÑOS EN ESPAÑA, 1987-2012. Pau Miret Gamundi [email protected] Madelín Gómez León [email protected] Centre d’Estudis Demogràfics Universitat Autònoma de Barcelona 08193 Cerdanyola del Vallès (Barcelona) Resumen A pesar de que la edad normativa de la jubilación en España son los 65 años, las proporciones de ocupación ya son sensiblemente menores con la edad a partir de los 50 años y substancialmente más bajas a partir de los 55. Esta investigación compara a quienes se mantienen en ocupación y a quienes no están trabajando, para una misma edad y sexo. Se parte de la hipótesis de que la evolución de este fenómeno depende del contexto económico imperante y de las características personales (en especial del nivel de instrucción), y que este indicador se encuentra dividido por género. Se utilizan los datos del panel rotativo de la Encuesta de Población Activa, para la población de entre 55 y 74 años, entre los años 1987 y 2012, ambos incluidos. Las proporciones observadas muestran entre los varones una caída en la ocupación en momentos de crisis económica, pero un ascenso con la recuperación económica: en consecuencia, no se aprecia una tendencia lineal que pueda achacarse a un patrón cultural continuado (en el caso de la ocupación masculina que sea a abandonar el mercado de trabajo cada vez más pronto), sino una tendencia cíclica que se acopla a las fases del ciclo económico. En concreto, mientras que hasta 1994 la ocupación de los mayores de 50 años cayó de manera considerable (tal y como viene acaeciendo de nuevo desde 2008), entre 1995 y 2007 ha sucedido lo contrario, pues las proporciones de ocupados no dejaron de incrementarse. El patrón masculino de ocupación por edad sólo ha variado significativamente durante la crisis de 1989-1994, pues al final de este período si bien la ocupación entre los menores de 60 años era más baja, entre los mayores de 65 era más elevada, por lo que cabe deducir que la caída en la ocupación masculina del período se debió a un aumento significativo de las prejubilaciones. En contraste, el patrón de edad desde 1995 en adelante se ha mantenido inmutable, tanto durante la expansión económica como en lo que llevamos de crisis. En relación a la ocupación femenina debemos resaltar que las mayores de 50 años han mantenido el nivel entre 1986 y 2003, incrementándose el mismo desde entonces hasta el estallido de la crisis, tras la cual ha vuelto a estabilizarse. La evolución de la ocupación femenina se ha producido en el mismo sentido para todas las edades. Una vez construida la evolución de los patrones de ocupación por edad y género se comprobará la hipótesis de si a mayor nivel de instrucción, mayor probabilidad de estar trabajando después de los 50 años, en particular por encima de los 65. Se utilizará la regresión logística jerárquica para datos panel, ya que contamos con observaciones anidadas (varias observaciones para un mismo individuo). Palabras clave: educación, actividad, adultos mayores, España, Encuesta de Población Activa. 1 1. Introducción Desde el amanecer de 2013 la edad mínima para acceder a la jubilación ha envejecido dos años, al tiempo que han aumentado en la misma cantidad los años necesarios para percibir tanto la pensión mínima como la pensión completa que corresponde a raíz de las últimas cotizaciones a la Seguridad Social. Además, ha desaparecido la posibilidad de fijar en los convenios laborales una edad máxima de jubilación. De todas formas, ninguno de estos cambios legislativos afecta al análisis que aquí iniciamos, pues tratamos de un pretérito inmediato en que la edad normal de jubilación eran los 65 años, aunque bajo circunstancias especiales se podía acceder a la misma a partir de los 60 años, tal y como venía siendo regulado desde el nacimiento de la Ley General de la Seguridad Social de 1967. De hecho, durante los años investigados –como ahora mismo veremos- la pensión pública de jubilación ha llevado a que las proporciones de ocupación más allá de los 65 años sean muy reducidas. Quien sigue trabajando pasado este umbral es –creemos- más por la necesidad de acumular suficientes años de cotización para acceder a una pensión suficiente, que por un deseo de extender un trabajo especialmente gratificante o bien remunerado. En contraste, es mucho más difícil intuir el juego de fuerzas que inciden en unos niveles de ocupación previos a los 65 años (muy bajos en relación a la vida adulta anterior a los 55 años) pues a esas edades se mezclan de manera bastante inextricable los efectos del ciclo económico (con el implacable aumento del paro a estas edades en fases de depresión o su disminución en las de bonanza), la generosidad del sistema de ayudas públicas de invalidez, desempleo y prejubilación, o la distinta relación con la ocupación por género y generación. De hecho, cabe destacar que la información que presentaremos señala que mientras los hombres se ven severamente afectados por la coyuntura laboral del momento, las mujeres acusan más la influencia de una biografía laboral que ha sufrido substanciales cambios entre generaciones. Este trabajo se hace dos preguntas de investigación: ¿Por qué las proporciones de ocupación descienden de manera significativa ya diez años antes de alcanzar la edad normal de jubilación? y ¿Cuáles son las razones para que la ocupación sea aún significativa incluso entre quienes superan en una década la edad normativa de jubilación? En otras palabras, podríamos decir que nos planteamos dos caras de una misma moneda, a saber, conocer las características de quienes abandonan “prematuramente” el mercado de trabajo y de quienes posponen esta salida más allá de la edad considerada como “normativa”. 2 Para acceder a este objetivo utilizaremos la Encuesta de Población Activa (EPA) en su versión de panel, es decir, enlazada según el identificador para un mismo individuo a lo largo del tiempo, lo que permite evitar las interferencias que produce la correlación en la información recogida para una misma persona en los distintos ciclos. En unos momentos en que se cuestiona la sostenibilidad del sistema de pensiones ante el envejecimiento de la población, consideramos que es muy pertinente plantearse las razones que han llevado a este modelo de jubilación tan joven en la España contemporánea. 2. Antecedentes y contexto legislativo de la actividad entre la población mayor En la mayoría de los países europeos, y España no constituye para nada una excepción, las tasas de empleo de la población entre 55 y 64 años han disminuido en las últimas décadas, a la par que se ha experimentado cierto rejuvenecimiento en la edad media de retiro del mercado de trabajo en la mayoría de países de la OCDE (Auer y Fortuny, 2000; Van Oorschot y Jensen, 2009). Las razones de este proceso cabe buscarlas en unas políticas públicas que respondían a la crisis económica con la substitución de adultos mayores por jóvenes, presentando a los primeros como trabajadores de baja productividad y formación obsoleta. Todo parece indicar que se trató de una respuesta en falso, pues con ello lo que realmente se consiguió fue el abaratamiento de la mano de obra y el paso al Estado de las obligaciones hacia los más mayores, a través fundamentalmente de las pensiones de jubilación (Díez, 1999; Auer y Fortuny, 2002). Pero esta perspectiva política europea ha virado completamente de un tiempo a esta parte, y lo que naciera como solución a períodos de crisis económica se ha convertido de repente en un “echar más leña al fuego” en el “problema” del envejecimiento demográfico en Europa, conduciendo a un rumbo que ahora tiene como principal objetivo lo contrario, es decir, prolongar la vida activa, con independencia de la fase económica que se esté atravesando. En concreto, la Unión Europea ha puesto en marcha una agenda política para conseguir aumentar un 50 por ciento la participación laboral de los adultos mayores y posponer cinco años la salida definitiva de la vida activa (López Cumbre, 2002; Von Nordheim, 2004). En España el marco legislativo vigente permite establecer al poder ejecutivo los requisitos de edad necesarios para acceder a una pensión de jubilación, sin que los mismos deban ser pertinentemente justificados (artículo 161.2 de la Ley General de la Seguridad Social: RDL 1/1994 de 20 de Junio). También existe un programa de 3 subsidios para los trabajadores mayores que buscan empleo (sic) “en clara situación de desventaja a causa de su edad”. Así, por ejemplo, hay ayudas por desempleo que permiten a los mayores de 52 años que han agotado su prestación contributiva prolongarla hasta la edad de jubilación. Incluso aquellos con más de 45 años con responsabilidades familiares que se encuentran en esta misma situación también tienen derecho a una prestación de este tipo. Con todo, la edad mínima legal para acceder a una pensión pública de jubilación en España eran los 65 años (los 67 a partir del 1 de enero de 2013), tanto para las pensiones contributivas como no contributivas, y siempre y cuando se cumplan una serie de requisitos. Esta edad mínima según dicta la ley puede ser adelantada para “aquellos grupos o actividades profesionales cuyo trabajo es de naturaleza extraordinariamente extenuante, tóxica, peligrosa o dañina para la salud, y que tengan altos niveles de enfermedad o mortalidad”, o en el caso de “discapacitados con un grado igual o mayor al 65 por ciento”. Además, se puede acceder a la prejubilación desde los 61 años cumplidos, siempre y cuando se reúnan ciertos requisitos, idénticos para hombres y mujeres, establecidos en el artículo 161 de la Ley General de la Seguridad Social. De todas formas, las políticas públicas con el objetivo de favorecer la jubilación anticipada, otrora abundantes, han prácticamente desaparecido hoy en día. Quisiéramos remarcar también que en España no hay ninguna ley que imponga una edad obligatoria de jubilación, aunque existen algunas regulaciones sectoriales, como por ejemplo los funcionarios, que se jubilan a los 65 años, los jueces a los 72 o los profesores universitarios a los 70. No obstante, hasta la modificación de la ley a principios de 2013, al empresario se le permitía establecer una edad de jubilación forzosa a sus trabajadores (ley 14/2005) siempre y cuando se cumplieran dos condiciones: 1) que esta medida estuviera vinculada a unos objetivos coherentes en relación con la política de empleo expresada en el convenio colectivo (como pudiera ser la mejora en la estabilidad en el empleo, la conversión de contratos temporales en permanentes, la contratación de nuevos trabajadores, o cualquier otro objetivo destinado a mejorar la calidad en el empleo); y 2) que el trabajador hubiese cubierto el período contributivo mínimo y cumpliese con cualquier otro requisito especificado por la legislación de la Seguridad Social para cobrar la pensión mínima de jubilación. La bibliografía sobre factores que empujan o retienen a la población en el mercado de trabajo es cuantiosa, pero aquí quisiéramos hacernos eco de algunas variables que surgen como más significativas. Así el género, pues la participación laboral de las 4 mujeres mayores debe ser investigada teniendo en cuenta que sus decisiones laborales dependen del papel social como cuidadoras familiares de amplio espectro que desarrollan como madres y abuelas (Reitzes al., 1998). En consecuencia, para explicar las diferencias entre la participación laboral de hombres y mujeres debemos considerar como factores determinantes su situación marital y el número de hijos, con la hipótesis de que las mujeres con hijos tienen una mayor probabilidad de abandonar el mercado de trabajo y que las que conviven en pareja tienen una mayor dependencia de la condición del marido o pareja al decidir permanecer más tiempo o salir definitivamente del mercado de trabajo (Even y MacPherson, 1994; Ruhm, 1996; Ortiz, 2004). Por ejemplo, la renta aportada por el marido sería una variable a tener en cuenta, con una relación negativa en la probabilidad femenina de estar trabajando (Mincer, 1962), aunque no será posible incluirla en el análisis pues no es una variable recogida por nuestra fuente de datos, la EPA. En relación al estatus marital, la bibliografía apunta a que mientras que tiene un efecto positivo para los varones, afecta negativamente la participación laboral de las mujeres (Bound et al, 1998). Otro factor determinante es el nivel de instrucción. Según señala la teoría económica del capital humano (formulada inicialmente por Gary Becker en 1964) una mayor inversión en educación por parte de los individuos redundará en una mayor eficiencia productiva e incremento de sus ingresos. Diversos estudios han encontrado que a mayor nivel de instrucción, mayor participación y permanencia prolongada en el mercado de trabajo (Sicherman y Galor 1990; Bound et al, 1998; Garrido, 2004; Garrido y Chuliá 2005; Dittrich, Büsch et al. 2011). En este sentido, se espera que a mayor educación, mayor participación laboral para ambos sexos, aunque con una relación mucho más aguda para las mujeres. 3. Planteamiento del problema El gráfico 1 presenta la evolución de las proporciones observadas de ocupados y ocupadas entre 1976 y 2012, separando los dos grupos decenales de edad en que se centra este estudio: 55-64 y 65-74 años. Se observa como para ambos sexos en la segunda mitad de los setenta todavía se estaba implantando los 65 años como el umbral en que, salvo para una minoría, la población vivía ajena al mundo del trabajo gracias fundamentalmente a una pensión pública de jubilación. De hecho, esta realidad se popularizó para la práctica totalidad de la población a finales de los ochenta, momento a partir del cual sólo un 5% de los varones y un 2% de las mujeres continuaban 5 trabajando más allá de los 65 años. Con la crisis actual, el porcentaje de ocupadas a estas edades se ha incrementado ligeramente, hasta un 3%, pero no se vislumbra un cambio significativo en las pautas de ocupación masculinas, al menos de momento (el pequeño salto en las proporciones de ocupados a los 55-64 años que se observa en 2005 debe achacarse a un cambio en la muestra de la EPA). Gráfico 1. Proporción trimestral de población ocupada por grupos de edad y sexo, España, 1976-2012 Fuente: Encuesta de Población Activa, en transversal, ponderado según pesos provistos por el INE. En definitiva, el análisis de la ocupación más allá de los 65 años involucra a una parte de la población muy reducida, con un volumen relativo que se ha mantenido constante en las últimas décadas en España. En contraste, la evolución de la ocupación entre los 55 y los 64 años ha sufrido cambios muy significativos, que parecen indicar que mientras entre los hombres la ocupación cae en períodos de crisis y se recupera o estabiliza en momentos de expansión económica, en el siglo XXI las mujeres han experimentado la llegada de población con una cada vez mayor vinculación al mercado de trabajo: aunque los datos observados también parecen señalar que durante 2011 y 2012 se han estabilizado las proporciones de ocupadas a los 55-64 años (gráfico 1). 6 En concreto, por un lado, entre mediados de los ochenta y principios de los noventa la ocupación masculina a los 55-64 años se mantuvo en un 55%, cayendo siete puntos porcentuales a mediados de los noventa (en 1995 algo menos de la mitad de los varones de 55-64 años estaban trabajando), recuperándose a continuación hasta un máximo del 60% durante la fase de mejora en la coyuntura económica, y descendiendo de nuevo por debajo del 55% durante la crisis actual, acercándose de esta manera a las dramáticas cotas de mediados de los noventa, con el añadido de la amenaza de que la protección social no se va a mantener con el mismo grado de generosidad que hasta ahora, ni en España ni en ningún otro país de la Unión Europea. Una espada de Damocles sobre la que hemos comentado ampliamente en el apartado teórico. Por otro lado, para las mujeres se aprecia claramente la influencia de la mezcla entre las variables de género y generación: durante la década de los ochenta y los noventa el porcentaje de ocupación femenina a los 55-64 años fue algo inferior al 20% (es decir, a finales del siglo XX trabajaban fuera de casa una de cada cinco mujeres de este grupo de edad), un indicador que ha ido remontando, muy en especial desde 2001, manteniendo su ascenso incluso durante los primeros años de la crisis actual, llegando en 2011-2012 a un 35%, es decir, hoy en día algo más de una de cada tres mujeres de 55-64 años trabajan en el ámbito del mercado laboral. En definitiva y entrando en materia, en esta investigación construiremos un modelo explicativo en el cual la probabilidad de estar en ocupación (en relación a no estarlo, es decir, de estar en inactividad o paro) está en función del nivel de instrucción, una vez controlado el momento de observación, la edad y el sexo. 4. Metodología La Encuesta de Población Activa (EPA) es un panel rotativo, en que cada ciclo cambia un sexto de los hogares de la muestra, repitiéndose la entrevista para los restantes cinco sextos. Así, debe tenerse en cuenta que no se trata de muestras independientes, sino que un mismo hogar es seguido a ser posible durante seis trimestres, es decir, durante un año y medio. El identificador para enlazar las muestras se encuentra disponible sólo a partir de 1987, por lo que éste será el punto inicial de análisis. La submuestra sobre la que trabajamos, de un período comprendido entre 1987 y 2012, se compone de 301.717 hombres que han sido observados entre los 55 y los 74 años en 1.031.569 ocasiones y de 578.533 mujeres que han sido observadas dentro del mismo rango de edad en 1.118.662 ocasiones. La técnica que aplicamos recoge la riqueza del procedimiento de 7 panel, teniendo en cuenta en el cálculo de los indicadores que se sigue una misma persona hasta un máximo de seis veces consecutivas: se trata de la regresión logística con datos jerárquicos. Desde 1999 en adelante se puede reconstruir la situación familiar del hogar en relación a la presencia del padre, de la madre y del cónyuge o pareja en el hogar. A partir de estas variables, se obtiene la presencia de hijos (pues están identificados el padre y la madre que residen en el mismo hogar para todos los miembros del mismo) y se puede estimar la del suegro y la suegra (que presentaremos en la misma categoría que convivir con el padre y la madre, respectivamente), siempre y cuando el cónyuge también estuviera presente. Además, podemos añadir la situación de quien vive en soledad, que afectó en algún momento del período biográfico observado a un 7% de la población de entre 55 y 64 años, el mismo porcentaje para ambos sexos. Con toda esta información, comprobamos que la situación de convivencia más común entre la población de 55-64 años fue la de convivir sólo con la pareja, tal y como han hecho cuanto menos en una observación un 80% de los varones y un 77% de las mujeres, diferencia entre géneros que podría achacarse a la mayor supervivencia de estas últimas, por lo que les afecta más la viudedad. A continuación aparecía el vivir solo entre los varones y, entre las mujeres, el convivir con otras personas que no fueran ni el cónyuge, ni padres, ni hijos (un 11% de ellas convivieron de esta manera, una estructura del hogar que los hombres experimentaron en un 6%). Más adelante presentaremos las demás categorías de la estructura del hogar que resultan suficientemente significativas. El gráfico 2 presenta la evolución anual de la ocupación a los 50-64 años y a los 65-74 años según sexo, considerando los datos como panel desde 1987 hasta 2012. Tal y como se ha comentado anteriormente, debemos señalar que los saltos bruscos entre 2004 y 2005 deben achacarse a un cambio cualitativo en la composición de la muestra de la EPA, por lo que no serán interpretados como variaciones de la realidad social. En este paso en la construcción del modelo poco tenemos que añadir o modificar a lo ya descrito en las simples tabulaciones de la población ocupada según sexo, edad y momento de observación, pero a partir de la información teniendo en cuenta la correlación en la información sobre una misma persona vamos a hilar más fino al desvelar la razón de que hombres y mujeres mayores de 55 años se alejaran o acercaran al mercado de trabajo en función de ciertas características personales o de las circunstancias contextuales que atravesaban en un período dado. 8 Nuestra observación empieza con cierto retraso, pues –como ya hemos anotado- antes de 1987 no disponemos de los identificadores individuales del panel y, además, este año no puede ser observado al completo, pues falta el primer trimestre. Por ende, el hecho de tratar con un panel rotativo con el cambio de un sexto de los hogares en cada ciclo obliga a comentar que sólo a partir del tercer trimestre de 1988, con cinco ciclos a sus espaldas, disfrutamos de una suprema fiabilidad en los datos, pues todos los hogares de este ciclo han podido ser observados durante los seis trimestres planteados en el diseño en la recogida de datos. De la misma forma, el último trimestre de 2011 junto con los cuatro ciclos de 2012 aseguran que la muestra continua rotativa de la EPA ofrece la máxima fiabilidad hasta el tercer trimestre de 2011, perdiendo algo de la misma a medida nos vamos acercando al más rabioso presente (último trimestre de 2012), en tanto en cuanto un hogar ha podido ser seguido durante los seis trimestres que le corresponden. Además, al habernos hecho cargo a través del análisis de panel de que la muestra tiene hasta seis observaciones para una misma persona, permite prescindir de considerar los ciclos individualmente, utilizando como variable temporal el año de observación (gráfico 2). Gráfico 2. Nivel de ocupación* de la población de 55-74 años según sexo y grupo de edad, España, 1987-2012 *Coeficientes en una regresión logística para datos panel controlando por grupo de edad simple. Fuente: Encuesta de Población Activa, datos panel, segundo trimestre 1987-cuarto 2012. 9 Hechas estas apreciaciones técnicas, pasamos a describir la evolución tras los coeficientes extraídos mediante una regresión logística para datos panel. Para los varones, se percibe con claridad como la ocupación a los 55-64 años fue recuperándose durante la expansión económica entre 1998 y 2008, y de qué manera la crisis económica que estalló en 2009 ha supuesto una menor ocupación tanto a los 55-64 como a los 6574 años (siendo esta última una expresión típica de la ocupación masculina). De esta evolución inferimos que en períodos de expansión se reduce el paro masculino a los 5564 años (y la presión para abandonar del mercado de trabajo antes del tiempo reglamentario) y que en períodos de crisis se incrementan tanto el paro como la estrategia de prejubilación, a la par que más allá de los 65 años aumenta el paso a la inactividad por jubilación como solución a la crisis de puestos de trabajo. Por ello, mucho nos tememos que el progresivo cierre de las posibilidades de prejubilación y la dilación de la edad legal de jubilación en períodos de crisis económica traerán irremediablemente un considerable incremento del paro entre los mayores de 55 años. La ocupación entre las mujeres ha sido siempre substancialmente menor a la masculina, tal y como ya marcaban las proporciones observadas de ocupadas (gráfico 1). Con todo, la expansión económica ha tenido sobre ellas el mismo efecto que entre los hombres, con un significativo incremento en su participación en el mercado de trabajo. Debemos remarcar que el proceso de incremento de las proporciones de ocupación ha corrido paralelo entre hombres y mujeres, sin apreciarse ninguna tendencia a la convergencia entre sexos (gráfico 2), es decir, no hemos presenciado tendencia alguna hacia la equidad en la participación en el mercado de trabajo entre sexos durante la expansión económica. Por otro lado, la posición alcanzada por las mujeres no ha cedido ante el envite del estallido de la crisis económica, tal y como acaeció con la masculina, al menos en un primer momento, aunque los datos de 2012 apuntan tímidamente al fin de este privilegio. También la ocupación femenina a los 65-74 años se ha mantenido durante los últimos años observados, hasta el punto de igualarse en el año 2010 con la masculina (afectada esta última por la depresión laboral), e incluso vislumbrarse a partir de entonces que la ocupación femenina a estas edades es superior a la masculina: hecho que parece indicar que el acceso a la pensión de jubilación como mejor alternativa al paro no está al alcance de la misma manera para los hombres que para las mujeres, pues probablemente estas últimas precisen de más años de cotización para acceder a una pensión debido a la 10 interrupción de la vida laboral a causa de las obligaciones sociales de cuidado familiar que les son impuestas. En definitiva, el análisis no desvela grandes variaciones entre 1987 y finales de los noventa, e insta a investigar las características individuales en cuatro contextos laborales contrastados, a saber: 1) durante la estabilidad en la ocupación de finales de los años ochenta y la década de los noventa para ambos sexos, 2) en la mayor ocupación en edades previas a la jubilación en los años de expansión (1999-2008), 3) en la menor ocupación masculina en el período de crisis económica (2009-2012) y 4) en la estabilización de la ocupación femenina durante este último período. 5. Resultados 5.1. El efecto del nivel de instrucción sobre la ocupación a los 55-74 años Debemos realizar algunas anotaciones sobre el análisis previo que hemos llevado a cabo (y que no presentamos aquí por un problema de espacio). En primer lugar, se ha comprobado que el efecto del nivel de instrucción no ha variado entre el período de expansión y el de crisis, y que el mismo es muy similar entre hombres y mujeres, por lo que no es necesario introducir en el modelo ninguna particularidad por género. Además, afectan de igual manera a la población antes y después de los 65 años, por lo que el efecto de la instrucción se presenta igual con independencia de que se haya alcanzado o aún no la edad de jubilación. En definitiva, puede evaluarse el efecto neto que el haber alcanzado un determinado nivel de instrucción tiene sobre la probabilidad de estar trabajando, con independencia del período, sexo o grupo de edad que estemos observando. En segundo lugar cabe anotar que este patrón no interfiere sobre el efecto de las otras variables incluidas en el modelo, es decir, la educación es una variable que afecta, de manera independiente a las otras, a la probabilidad de seguir trabajando más allá de los 55 años. Gracias a este trabajo previo, es posible presentar un modelo muy simple (que no simplista) del efecto de la educación sobre la probabilidad de estar trabajando más allá de los 55 años. Así, la tabla 1 presenta los patrones de ocupación según nivel de instrucción, controlando por dos períodos temporales (1988-1998 y 1999-2012), según sexo y grupo de edad (55-64 y 65-74 años). Se distinguen los cinco niveles de instrucción que son comparables para la población de esta edad durante la totalidad del 11 período analizado, a saber: analfabetismo, estudios básicos o primarios, formación profesional, bachillerato y estudios universitarios, distinguiendo entre estos últimos las carreras de ciclo corto (diplomaturas, ingenierías técnicas o similares) y de ciclo largo (licenciaturas, ingenierías superiores o similares). Y el veredicto apoya la hipótesis formulada en el apartado teórico: a mayor nivel de instrucción, mayor probabilidad de estar trabajando, en todo momento, para todas las edades y para ambos sexos (Tabla 1). Una progresión que es significativa y no se detiene en ningún punto de la escala educativa. Sin lugar a dudas, el aumento en el nivel de instrucción incide fuertemente en la prolongación de la vida laboral. Ante este mismo patrón educativo en ambos sexos, podemos también afirmar que la menor ocupación de las mujeres no se debe a su mayor o menor grado de instrucción, sino a la discriminación debida a su género. Tabla 1. Efecto del nivel de instrucción en la probabilidad* de estar trabajando a los 55-74 años, España, 1987-2012 Analfabetismo Estudios básicos Formación Profesional Bachillerato Universidad (ciclo corto) Universidad (ciclo largo) Coeficiente -6,57 -4,42 -2,01 -1,39 1,56 3,02 valor de p 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 *Coeficientes en una regresión logística para datos panel controlando por grupo de edad, período observado y sexo. Fuente: Encuesta de Población Activa, datos panel. 5.2. El efecto de la estructura del hogar sobre la ocupación a los 55-64 años, 19992012 Nuestro análisis de la influencia de la estructura del hogar de residencia sobre la educación se centrará en el grupo de edad 55-64 años, puesto que en él estriba el protagonismo en la evolución de la ocupación entre la población mayor de 55 años: debemos recordar que cumplidos los 65 años la proporción de ocupación es nimia, tanto entre los hombres como entre las mujeres. Aunque en principio se han analizado todas las combinaciones posibles en la convivencia con el padre (o el suegro), la madre (o la suegra), la pareja o los hijos, al final sólo 10 categorías para los hombres y 8 para las mujeres han resultado significativas: son las que se recogen en la Tabla 2. Tal como comentaremos, esta 12 clasificación aún se puede simplificar más, gracias a la potencia de la mezcla entre género y estructura del hogar para delimitar con precisión la probabilidad de un individuo de entre 55 y 64 de estar ocupado. En efecto, la información relativa al tipo de hogar expone un patrón de género contundente: tanto en el período de expansión como en el de crisis, la mayor probabilidad masculina de estar trabajando a los 55-64 años se daba entre quienes residían con su cónyuge (con independencia de que, además, también residiera en el hogar su padre, su suegro, su madre o su suegra), por el contrario, las mujeres que residían con su pareja detentaban la menor probabilidad de estar trabajando. Tabla 2. Probabilidad de estar en ocupación según estructura del hogar, controlando por edad y nivel educativo, según período de observación y sexo (coeficientes), España, 1999-2012, a los 55-64 años. HOMBRES Con otras personas: ni padres, ni pareja, ni hijos Solo Sólo padre Sólo madre Ambos padres Sólo cónyuge Sólo hijos Padre y cónyuge Madre y cónyuge Ambos padres y cónyuge MUJERES Con otras personas: ni padres, ni pareja, ni hijos Sola Sólo madre Ambos padres Sólo cónyuge Padre y cónyuge Madre y cónyuge Ambos padres y cónyuge período 1999-2007 período 2008-12 Coeficiente valor de p Coeficiente valor de p 1,47 0,00 -1,50 0,00 0,54 0,00 -0,76 0,00 -0,02 0,00 -3,12 0,00 -3,15 0,01 3,07 0,00 1,30 0,00 3,13 0,00 1,01 0,00 3,39 0,00 0,85 0,00 3,31 0,00 1,89 0,00 3,74 0,00 2,21 0,00 período 1999-2007 período 2008-12 Coeficiente valor de p Coeficiente valor de p -3,63 0,00 -1,32 0,00 -3,14 0,00 -2,50 0,00 -0,46 0,00 -1,27 0,00 -0,33 0,00 -5,87 0,00 -3,49 0,00 -5,43 0,00 -2,95 0,00 -5,15 0,00 -2,77 0,00 -4,63 0,02 Fuente: Encuesta de Población Activa, datos panel, primer trimestre 1999-cuarto 2012. En definitiva, en la España del siglo XXI el mundo laboral y familiar entre la población mayor de 55 años estaba cortado por un contrastado patrón de género, tal y como demuestra el hecho de que las diferencias en la prevalencia del empleo se establecían por la presencia del cónyuge (aunque no de los hijos). De ello se infiere que lo 13 importante para estar fuera del mercado laboral para una mujer era el hecho de tener que cuidar de un hombre “proveedor” (y probablemente también de unos hijos en un pasado no tan lejano), y que lo fundamental para que un hombre se encontrara trabajando es tener que proveer para una mujer “cuidadora” (y también asegurar en un pretérito cercano el sustento continuado para la prole). Pero este modelo de relación con el mundo del trabajo doméstico y extradoméstico con este corte de género aún encuentra más pruebas en la información extraída de los datos, tal y como a continuación exponemos. Asimismo y como información complementaria a la anterior, vemos que la menor probabilidad de un varón de estar ocupado era para aquellos que convivían con sus padres pero sin cónyuge, lo que puede interpretarse como que este tipo de hogar era exponente de condiciones de dificultad en el varón, como pudiera ser la pérdida del empleo (en el siguiente apartado acotaremos este aserto). Además de este escenario de búsqueda de refugio por parte del varón en solitario en casa de los padres, la lógica tras el modelo de la tabla 2 también podría remitir a que el varón que permanece más tiempo en el domicilio familiar (sin formar pareja) es aquel que tiene más dificultades para encontrar y conservar su trabajo. Aunque discernir entre ambas posibilidades requiere de un análisis longitudinal, nos inclinamos –a nivel especulativo- por la primera opción: perder el empleo empuja al varón soltero a refugiarse en cada de los padres. Por el contrario, entre las mujeres, es precisamente la convivencia con los padres pero sin pareja lo que hace más probable que esté trabajando. De ello se infiere que entre las mujeres convivir con los padres supone ofrecer recursos económicos para la subsistencia del hogar (además de cuidado). Otra prueba de la división por género que subsiste en la sociedad española: mientras que los padres ayudan económicamente al varón mayor de 55 años con falta de recursos, la mujer de la misma franja de edad ayuda económicamente a los padres que conviven con ella. Finalmente, la tabla 2 expone que los hogares no familiares (en que se vive en soledad o con otras personas no emparentadas por filiación o matrimonio) se sitúan en un punto intermedio en su relación con el mercado de trabajo para ambos sexos: es el único tipo de hogar que presenta equidad de género en su función. 14 5.3. A modo de resumen: tres momentos en el tiempo Bien parece que hayamos estado inmersos en un experimento de índole económica, en que tras una década de expansión que se percibía eterna, ha sobrevenido una crisis incomprensible para todo el mundo, que dura ya un quinquenio y de la que no se vislumbra el final del túnel. La ola expansiva empezó a gestarse a finales del siglo pasado, pero pongamos el segundo trimestre de 2000 como principio arbitrario del momento en que las aguas empezaron a agitarse. La cresta de la misma fue a mediados del año 2008, por lo que tomaremos su segundo trimestre, cuando empezó a percibirse que algo no andaba bien, aunque no se intuía que el sistema iba a colapsar de esta manera y finalmente el tercer trimestre de 2011, cuando el efecto de la crisis se sentía en su total magnitud. Quisiéramos así, a modo de resumen, presentar el estado de cuentas durante estos tres momentos para la población entre 55 y 64 años y en relación a su ocupación. Todo ello responde a la necesidad de soslayar las consideraciones del contexto temporal: proponemos así comparar los modelos de comportamiento encontrados en estos tres instantes (Tabla 3). Aunque pueda sonar paradójico, la probabilidad de una persona sin más atributos que pertenecer al grupo de edad 55-64 años de tener empleo fue prácticamente idéntica a mediados de 2000, de 2008 y de 2011; es decir, lo importante para llegar a distinguir si tenía o no trabajo eran, precisamente, sus atributos, de los cuales hemos elegido algunos en función de su importancia y de su fácil observación, a saber, su edad singular y el sexo, el nivel de instrucción y la situación familiar en el hogar de residencia. Así, en un primer paso en la construcción del modelo se considera la edad singular del individuo, entre los 55 y los 64 años, descubriéndose que en todo momento y para ambos sexos, la probabilidad de estar trabajando disminuía con la edad. En un mundo ideal esto no debería ser así, y menos en una sociedad que pone en cuestión el sistema público de pensiones y practica una política que considera que no hay alternativa para sostenerlo que el retraso de la edad de jubilación. De hecho, pensamos que si el nivel de ocupación se mantuviera estable entre los 55 y los 64 años, y con ello las cotizaciones a la Seguridad Social, no sería necesario plantearse el retraso en la edad normativa de retirada definitiva de la actividad laboral. Pero la realidad se impone y la verdad es que la pauta de ocupación por edad entre los 55 y los 64 años en España se ha mantenido estable a lo largo del siglo XXI, tanto durante la expansión como en períodos de crisis: la ocupación disminuye con la edad a partir de los 55 años, ligeramente hasta alcanzar los 57 años, con mayor aceleración hasta cumplir los 59 años y, finalmente, se desploma 15 al cumplir los 60 en adelante. En definitiva, cuando se afirma que las mujeres han incrementado progresivamente su ocupación a estas edades o que los varones la incrementaron con la expansión y deprimieron con la crisis, debe complementarse esta información con una panorámica de unas pautas por edad que no se inmutan, pues actúan conjuntamente en todo el rango desde los 55 hasta los 64 años. Por ende, ante la pauta de ocupación por edad según sexo se comprueba que la misma fue mucho más reducida para las mujeres, sea cual sea la edad considerada, pero que la distancia entre sexos a los 55 años es muy superior a la experimentada a los 64 años, pues aunque para ambos sexos la ocupación por edad tiene una pendiente negativa, ésta es mucho más suave entre las mujeres, en especial a partir de los 60 años, cuanto entre los varones se observa una caída en su ocupación mucho más intensa que la experimentada por las mujeres. Quisiéramos señalar que en este mundo ideal que estamos imaginando no hay razón alguna para estas notables diferencias en la ocupación de hombres y mujeres, ni siquiera, como acabamos de ver, en relación a las obligaciones de cuidado de los hijos. Tabla 3. Probabilidad de ocupación de la población de 55-64 años en los segundos trimestres de 2000, 2008 y 2011 según nivel de instrucción y estructura del hogar. AÑO OBSERVACIÓN 2002 2008 2011 EDUCACIÓN Coeficiente valor de p Coeficiente valor de p Coeficiente valor de p Analfabetismo 0,00 ref. 0,00 ref. 0,00 ref. Estudios básicos 2,21 0,00 2,11 0,00 2,11 0,00 Formación Profesional 4,09 0,00 4,03 0,00 4,03 0,00 Bachillerato 4,48 0,00 4,43 0,00 4,43 0,00 Universidad (ciclo corto) 7,92 0,00 7,70 0,00 7,73 0,00 Universidad (ciclo largo) 9,84 0,00 10,24 0,00 10,24 0,00 HOGAR HOMBRES Ni padres, ni pareja 0,00 ref. 0,00 ref. 0,00 ref. Convive con los padres -0,26 0,00 -0,08 0,34 -0,08 0,36 Convive con la pareja 0,23 0,00 0,19 0,00 0,19 0,00 MUJERES Ni padres, ni pareja -3,30 0,00 -3,53 0,00 -3,54 0,00 Convive con los padres -2,55 0,00 -2,76 0,00 -2,78 0,00 Convive con la pareja -5,50 0,00 -5,76 0,00 -5,77 0,00 Fuente: Encuesta de Población Activa, datos panel. El efecto del patrón educativo apenas ha variado un ápice durante el tiempo estudiado (a mayor nivel de instrucción, mayor probabilidad de estar trabajando a los 55-64 años), 16 por lo que afirmamos contundentemente que el mismo se mantuvo tanto en períodos de crisis como de expansión. Es decir, cuanto más alto se hubiese llegado en la formación, más tardío es el retiro del mercado de trabajo, independientemente del contexto económico, como se comprueba tanto al final de la crisis de finales del siglo XX, como durante la bonanza de los primeros años del XXI, y tal como se está manifestando también en el período de depresión que estamos atravesando actualmente. El efecto de la estructura del hogar no ha sido tan estable en el tiempo, pero casi. De hecho, sólo ha cambiado el efecto de los varones que conviven con al menos uno de sus padres (y sin pareja coresidente): mientras que a finales del siglo XX, tras la penúltima crisis económica, la población masculina soltera de 55-64 años que convivía con sus padres tenía una probabilidad mucho menor de estar ocupada que el resto, durante el período de expansión y lo que llevamos de crisis esta distancia se ha erosionado mucho, hasta prácticamente desaparecer (por ello, el coeficiente estimado no es estadísticamente significativo). El domicilio paterno ha dejado de ser refugio ante situaciones laborales problemáticas, aunque no descartamos, dado el comportamiento pretérito, que vuelva a suponerlo en un futuro inmediato. Otras situaciones en el hogar mostraron un modelo invariable en el tiempo y fuertemente diferenciado por género: tener cónyuge suponía una mayor probabilidad de estar trabajando para los hombres y menor para las mujeres, y convivir sólo con los padres para estas últimas siempre supuso una mayor probabilidad de participar laboralmente. Finalmente, las formas de convivencia no familiares, como residir en solitario o con otras personas que no eran ni los padres, ni la pareja, ni los hijos, se colocaron a un nivel intermedio para ambos sexos en lo que respecta a su probabilidad de ocupación. 5.4. De la evolución transversal a las pautas según cohorte Para acabar esta etapa en la investigación de la ocupación entre los mayores de 55 años quisiéramos presentar algunos datos por cohorte de nacimiento, pues hasta ahora hemos trabajado exclusivamente en transversal. Sin duda, las generaciones jóvenes muestran una biografía laboral, educativa o de dinámica familiar que contrasta con la de las generaciones que durante el período estudiado cumplieron los 55 años. La información disponible abarca entre 1987 y 2012, por lo que podemos describir las pautas de ocupación completa entre los 55 y los 64 años para las generaciones nacidas entre 1931 y 1948: el gráfico 3 representa las que supusieron un punto de inflexión. 17 Para este ramillete de cohortes comprobamos que las mujeres muestran una mayor participación laboral cuanto más joven es una generación, un proceso histórico que nunca se ha detenido, y que todo apunta a pensar que continuará para las cohortes que aún están lejos del retiro definitivo del mercado de trabajo. Entre los hombres, la evolución generacional también se dirige al mismo objetivo, aunque el cambio empezó más tardíamente: son los varones nacidos tras la Guerra Civil quienes han protagonizado la tendencia a prolongar cada vez más su permanencia en el mercado de trabajo, sin embargo, la pauta decreciente en la ocupación masculina entre los 55 y los 64 años, punto con el que iniciábamos este recorrido analítico, continúa bien presente en todas las generaciones que alcanzamos a describir, sin que éstas hayan disminuido en absoluto su pendiente negativa. Y esto nos hace preguntarnos retóricamente ¿a qué viene esta presión para prolongar legislativamente la edad normativa de jubilación hacia los 70 años cuando no somos capaces de mantener trabajando a los mayores de 55? Gráfico 3. Pauta de ocupación por edad según cohorte de nacimiento y sexo (coeficientes), España, generaciones 1931, 1938 y 1948. Fuente: Encuesta de Población Activa, datos panel. También nos damos cuenta que aún tenemos un largo camino a recorrer en lo que respecta a la participación femenina en el mercado de trabajo, lo que anima a estudiar las pautas laborales de las mujeres entre su entrada al mundo laboral y los 55 años, un patrón que ayudará a predecir su comportamiento cuando arriben a esta edad. De hecho, no está nada claro cuál está siendo la afectación de la formación y cuidado familiar 18 sobre las pautas laborales y de cotización a la Seguridad Social. ¿Qué sentido tiene plantearse en qué momento deben retirarse definitivamente del mercado de trabajo si no somos capaces de prevenir la retirada de la mujer en el momento de tener hijos ante la inexistencia de ayudas para compatibilizar la vida laboral y la familiar? 6. Conclusiones Mientras que la ocupación más allá de los 65 no ofrece cambios perceptibles en función de la coyuntura económica, pues la práctica totalidad de la población se acoge a los beneficios de las pensiones de jubilación, entre los 55 y los 64 años, por el contrario, el contexto es determinante, aumentando la ocupación en momentos de expansión económica y disminuyéndola durante las crisis. Así, las proporciones de ocupación masculinas en cuatro años, 2009-12, han desandado con dramática rapidez lo recorrido durante los ocho primeros años del siglo XXI. De hecho, estas proporciones para los varones venían ascendiendo progresivamente desde mediados de los noventa, y no respondían –creemos- a cambio legislativo alguno ni a políticas específicas, sino que reaccionaban en exclusiva a unas circunstancias que favorecían el trabajo para los mayores de 55 años, al no forzarlos a la prejubilación ni empujarlos al paro. Por otro lado, también las proporciones de ocupación femeninas durante el período 1996-2007, con la expansión, se incrementaron, y a la misma velocidad que las masculinas, aunque partiendo de unos niveles muy inferiores a los masculinos, y manteniendo la distancia que las separaba de los varones: en conclusión, durante la expansión económica ambos sexos se beneficiaron en igual medida de la mejora del contexto laboral. En contraste, la crisis ha afectado, por el momento, de manera más acusada a los hombres, pues mientras que estos han disminuido su ocupación a los 55-64 años, ellas han mantenido el incremento, aunque a una velocidad más reducida. Además, tenemos los primeros indicios que apuntan a una afectación también entre las mujeres de la crisis de ocupación: veremos si se confirma para los años posteriores. Sobre este panorama en la evolución del nivel de ocupación en España para los mayores de 55 años según sexo, el grado de instrucción brilla como una variable substancialmente significativa: podemos afirmar más allá de cualquier duda razonable que cuanto más elevado se encuentra una persona en la escala educativa, más prolongada es su presencia en el mercado de trabajo, resistiendo en mayor medida los cantos de sirena de una jubilación anticipada, quien sabe si porque su trabajo es más 19 enriquecedor o porque se encuentra más blindado ante la imposición del dilema que supone elegir entre el paro o el retiro prematuro forzado. Al tratar con las variables relativas a la constitución del hogar nos hemos dado de bruces con un fragante desequilibrio de género: la presencia del cónyuge o pareja se asocia con mayores probabilidades de estar trabajando en el varón pero con menores probabilidades en la mujer. En contraste, convivir con alguno o ambos padres presenta el patrón opuesto: menores probabilidades en los hombres y mayores en las mujeres. Sólo coinciden unos y otras en la posición intermedia de los hogares unipersonales y con otras personas fuera de la pareja y los padres. En conclusión, las hipótesis planteadas en la introducción teórica se cumplen en lo que respecta al estatus marital (efecto positivo en la ocupación masculina pero negativo en la femenina), no hemos podido establecer ninguna pauta en relación a los hijos, y añadimos que la protección paterna también tiene un componente de género, pues la dirección de la ayuda es desde los padres hacia sus hijos varones, pero desde las hijas hacia sus padres. Aparece así con fuerza la imagen del hombre proveedor que vuelve con su familia si las cosas van mal y de la mujer cuidadora de su marido o proveedora si convive con sus padres. 7. Referencias bibliográficas Auer, P. y Fortuny, M. À. (2000) “Ageing of the Labour Force in OECD Countries: Economic and Social Consequences”, I. L. O. Employment Sector, vol. 2000/2, disponible en http://www.ilo.org/employment/Whatwedo/Publications/WCMS_142281 Bound, J.; Scoenbaum, M.; Stinebrickner, T.R. y Waidmann, T. (1998) “The Dynamic Effects of Health on the Labour Force Transitions of Older Workers”, en NBER Working Papers, vol. 6777, National Bureau of Economic Research, Cambridge. Díaz, M. y LLorente, M. del Mar (2005) “Población y empleo. El futuro del mercado de trabajo”, Papeles de Economía Española, número sobre Transformación Demográfica: Raíces y consecuencias, Fundación de las Cajas de Ahorro (Ed.), Madrid, vol. 104, pp. 227-238. Even, W. y MacPherson, D. (1994) “Gender differences in pensions”, The Journal of Human Resources, vol. 29, pp. 555–587. 20 Garrido, L. (2004) “Demografía longitudinal de la ocupación”, Información Comercial Española, ICE, vol. 815, pp. 105-142. Garrido, L. y Chuliá, E. (2005), Ocupación, formación y el futuro de la jubilación en España, Colección Estudios, vol. 173, Madrid, Editorial Consejo Económico y Social. López, L. (2002) “Aumento de la Tasa de Población Activa y Fomento de la Prolongación de la Vida Activa: Informe de la Comisión al Consejo, al Parlamento, al Comité Económico y Social y al Comité de las Regiones”, Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, vol. 37, pp. 231-265. Mincer, J. (1962) “Labor Force Participation of Married Women”, en NBER Chapters, Aspects of Labour Economics, Princeton University Press, pp. 63-106. Ortiz, L. y Fabra, U. P. (2004) “Leaving the Labour Market: Event-History Analysis of the Male and Female Transitions to Inactivity in Denmark, Germany, Great Britain and Spain”, 2d. ESPAnet Conference, Vol. 2005–01, University of Oxford: Department of Political & Social Sciences. Reitzes, D. C.; Mutran, E. J. y Fernández, M. E. (1998) “The decision to retire: A career perspective”, Social Science Quarterly, vol. 79(3), pp. 607–619. Ruhm, C. (1996) “Gender differences in employment behavior during late middle life”, The Journal of Geronotology, vol. 51(B). Sicherman, N. y Galor, O. (1990) “A Theory of Career Mobility”, Journal of Political Economy, vol. 98(1), pp. 169–192. Van Oorshot, W. y Jensen, P.H. (2009) “Early Retirement differences between Denmark and the Netherlands: A Cross-national Comparison of Push and Pull Factors in two Small European Welfare States”, Journal of Ageing Studies, vol. 23, pp. 267278. Von Nordheim, F. (2004) “Responding Well to the Challenge of an Ageing and Shrinking Work Force: European Union Policies in Support of Member State Efforts to Retain, Re-inforce and Re-integrate Older Workers in Employment”, Social Policy and Society, vol. 3(2), pp. 145-153. 21