LA FORMACIÓN A LO LARGO ... PROBABILIDAD DE ENCONTRAR TRABAJO, CONSERVARLO ...

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LA FORMACIÓN A LO LARGO DE LA VIDA Y SU IMPACTO EN LA
PROBABILIDAD DE ENCONTRAR TRABAJO, CONSERVARLO O ASCENDER
PROFESIONALMENTE1
Pau Miret Gamundi
Centre d’Estudis Demogràfics
Universitat Autònoma de Barcelona
[email protected]
Daniela Vono de Vilhena
Department of Political and Social Sciences
European University Institute
[email protected]
1. Introducción
Este trabajo aborda el tema de la participación en la educación de adultos y su impacto
en las trayectorias laborales. Se parte de la hipótesis de que la formación durante la
adultez constituye una segunda oportunidad para quienes durante la juventud se han
formado de manera insuficiente o inadecuada, mejorando las perspectivas laborales de
quien participa. La hipótesis alternativa afirma que sólo se benefician de la
infraestructura de educación de adultos (reglada o no) quienes acceden al mercado
laboral con una formación sólida adquirida durante su juventud. Estas hipótesis dan
lugar a tres preguntas de investigación: 1) ¿Cuáles son los determinantes de la
participación en programas de formación de adultos?; 2) ¿Esta participación incrementa
la probabilidad de encontrar trabajo? y; 3) ¿Ayuda a salir de la precariedad laboral?
Para responder a estas cuestiones se utilizará la encuesta de panel sobre desigualdades
de Cataluña, utilizando los ocho ciclos anuales de 2002 a 2009, muestra representativa
de la población residente en Catalunya durante este período. Ésta se compone de una
estructura jerárquica con 3.266 hogares, en los que residen 9.544 individuos, que han
sido observados en 37.956 instantes anuales. De todo ello se ha seleccionado el período
de tiempo en que un individuo ha estado en exposición de ser un estudiante adulto,
excluyéndose de este colectivo a quienes sobrepasan la edad de jubilación o están
estudiando para obtener una acreditación a la edad en que es habitual adquirirla y en una
institución acorde con esta edad. La técnica de análisis es la regresión logística para
datos panel, con tres variables dependientes: 1) la conclusión en la formación, 2) la
entrada en ocupación y 3) la probabilidad de estar en el segmento primario del mercado
de trabajo.
Entre las conclusiones del estudio cabe destacar que tanto la educación formal como la
dirigida desde las empresas presentan un claro efecto de ventaja acumulativa, pues es
1
Esta investigación está financiada por la Fundació Jaume Bofill y se inscribe en el proyecto de
investigación EduLIFE (“Education as a Lifelong Process –Comparing Educational Trajectories in
Modern Societies).
tanto más probable que se participe en estas actividades cuanto mayor es el nivel de
instrucción, más elevada la renta o mejor la situación laboral de un individuo. Se
comprueba también que de la formación desde las empresas se benefician
fundamentalmente hombres con empleos estables y que trabajan en grandes compañías.
En segundo lugar se ha analizado el impacto de la formación en las trayectorias
laborales, hallándose un efecto positivo, en especial entre los hombres jóvenes aunque
sin incidencia entre las mujeres de la misma edad. Además, nos cercioramos del efecto
de la formación reglada en la movilidad ocupacional, en tanto ayuda al ascenso
profesional y previene el descenso. Por otro lado, la educación no formal es
especialmente importante para conseguir salir del desempleo y para prevenir la
movilidad ocupacional descendente. Destacar finalmente que el género aparece siempre
como una variable clave, pues el efecto de la educación de adultos de las mujeres es
mucho menor, una vez se controla por todas las demás variables consideradas.
2. La participación en educación de adultos y la estructura segmentada del
mercado de trabajo en España: hipótesis de trabajo
Hasta la Ley General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa (LGE)
de 1970 las leyes relativas a la educación de adultos eran en realidad programas de
alfabetización. Con la LGE se abría la posibilidad (sic) “de seguir estudios equivalentes
a la Educación General Básica, al Bachillerato y la Formación Profesional a quien por
cualquier motivo no hubiesen podido cursarlos oportunamente”, así como “de
perfeccionamiento, promoción, actualización y readaptación profesional”. Además, la
LGE instaba explícitamente a la Universidad y a los centros privados acreditados a
realizar cursos de perfeccionamiento pensados específicamente para adultos.
Con la promulgación de la Ley de Ordenamiento General del Sistema Educativo
(LOGSE) en 1990 se reorganizó la educación de adultos y se enmarcó bajo el concepto
de “formación continuada”. Sin embargo, ésta no se reguló clara y específicamente
hasta la Ley Orgánica de Educación (LOE) de 2006, que expone bajo el título “De la
educación de las personas adultas” los objetivos de (sic) “Adquirir y actualizar la
formación básica y facilitar el acceso a los diferentes niveles del sistema educativo;
Mejorar la calificación profesional o adquirir una preparación para el ejercicio de otras
profesiones y; Desarrollar las capacidades de participación en la vida social, cultural,
política y económica”. Para conseguirlo plantea disponer para la población adulta (sic)
“de una oferta específica y de una organización adecuada a sus características”.
Además, la LOE apunta a que (sic) “Las Administraciones educativas, en las
condiciones que al efecto se establecen, organizarán pruebas para que los adultos
mayores de 23 años puedan acceder directamente al título de Bachillerato. Igualmente
se organizarán pruebas para a la obtención de títulos de Formación Professional en las
condiciones y en los casos que se determinen” y que “Los mayores de veinticinco años
de edad podrán ingresar directamente a la Universidad sin necesidad de titulación
alguna mediante la superación de una prueba específica”, un punto este último ya
recogido en la LOGSE (Rodríguez, 2008).
Por otro lado, existen algunas organizaciones no gubernamentales que ofrecen
formación continuada para trabajadores adultos, pero no fue hasta 1978 que esta
actividad se institucionalizó mediante la creación del Instituto Nacional de Empleo, el
INEM. De hecho, de manera complementaria al currículum educativo formal, se dan
cursos no reglados de formación continuada relacionada con el mundo laboral y que
también han sido regulados, aunque de forma más laxa. Debemos anotar que en la
formación continuada no sólo las organizaciones públicas sino también los empresarios
tienen un papel clave, al propiciar la experiencia laboral o la formación en el lugar de
trabajo para mantener la productividad (Elman y O’Rand, 2004).
En este marco educativo español, los procesos educativos tienen lugar durante la
juventud y el retorno a actividades de educación formal durante la adultez es un
fenómeno marginal. En términos generales, a causa de este marco institucional
esperamos encontrar bajas tasas de participación educativa, tanto formal como informal,
concentradas entre los más jóvenes y con un patrón claro de ventaja acumulativa,
también conocido como el efecto Matthew (Merton, 1968), que reza de las personas
más aventajadas, en especial en relación al nivel de instrucción, son las que más
participan en la educación de adultos. Así, paradójicamente, en lugar de contribuir a
reducir las desigualdades, la educación de adultos ayuda a reforzarlas.
En cuanto a la estructura del mercado de trabajo, ésta es radicalmente dual, en el sentido
de que está dividida en dos esferas: por una parte tenemos a quien está situado en el
núcleo principal (segmento primario), individuos a mitad de su carrera laboral en
trabajos estables, con contratos permanentes y hasta ahora fuertemente protegidos por la
legislación laboral (Blossfeld et al., 2006). Al otro lado, en la zona periférica del
mercado laboral (segmento secundario) está quien no ha conseguido un trabajo estable o
está en paro, caracterizada por la inestabilidad y la vulnerabilidad. En la lógica de la
segmentación, mientras que el tiempo en la empresa es el factor que dirige a la
movilidad ascendente dentro del segmento principal, los miembros del segmento
secundario no consiguen salir del círculo vicioso, transformando los empleos precarios
en trabajos estables y remunerados correctamente. Por el contrario, se viene observando
una dinámica rotativa en los trabajadores que ocupan posiciones precarias, pues estos
ocupan posiciones similares a lo largo del tiempo, y acaban siendo substituidos por
otros trabajadores dentro de la misma esfera periférica del mercado de forma mucho
más habitual que la de trabajadores del núcleo principal (MacInnes, 2009).
Actualmente, España se caracteriza por un régimen de jubilación más bien temprano
(Gómez y Miret, 2012), que facilita a los trabajadores con calificaciones desfasadas
abandonar la fuerza de trabajo en vez de permanecer en ella, con el peligro que ello
supone de encontrarse en paro años antes de poder acceder a la jubilación (Garrido y
Chuliá, 2005). En consecuencia, hay poca presión sobre las personas de más edad para
mejorar su nivel de instrucción o participar en actividades de formación de adultos, si lo
comparamos con la que incide sobre la juventud. Además, la mayoría de los individuos
de mediana edad se encuentran en el núcleo principal del mercado de trabajo, con
trabajos estables. Por este motivo, esperamos encontrar un menor nivel de mejora
educativa entre los individuos de mayor edad, independientemente del tipo de
aprendizaje utilizado. Este joven patrón en la participación educativa implica una mayor
probabilidad de participación entre las personas que no conviven en pareja en
comparación con otros estados maritales, con excepción de la oferta de formación
continuada de las empresas, que probablemente estará menos influenciada por los
acontecimientos del curso vital individual. Las madres están aún penalizadas en el
mercado de trabajo en comparación con las que no tienen hijos y en relación a los
hombres. En este sentido, esperamos un efecto negativo en la participación de quien
tiene hijos, con cual cabría interpretar como consecuencia de la débiles políticas de
protección a la familia en el sur de Europa, en comparación con otros países del centro y
–muy especialmente- del norte del continente.
Es sobradamente conocido que las cohortes femeninas más jóvenes tienen un mayor
nivel de instrucción que las masculinas: España no es una excepción. En relación a la
participación en la educación de adultos se ha comprobado que, además, las
interrupciones laborales debidas a la maternidad contribuyen a una mayor participación
educativa como una estrategia de actualización de conocimientos ante la pérdida de
experiencia a causa del cuidado familiar una vez se reincorpora al mercado de trabajo
(Diekhoff y Steiber, 2011). En este sentido, esperamos encontrar una mayor
participación de la mujer en relación a los hombres, con excepción de nuevo de la
formación ofertada y dirigida desde las empresas, donde se da una mayor presencia
masculina.
En relación con el patrón educativo todo indica que nos encontramos ante un claro
efecto Matthew, pues que son los individuos de mayor nivel de instrucción quienes
tienen mayor probabilidad de mejorar su grado educativo. Una de las variables que
utilizaremos es el tamaño del municipio de residencia, pues esperamos que quien vive
en áreas de poca población tiene una menor probabilidad de participar en la educación
de adultos. También esperamos una mayor participación en el último año observado de
momento por la encuesta, cuando la crisis económica comenzó a afectar gravemente las
tasas de ocupación. En otras palabras, como menores son las presiones del contexto
económico, menor la participación en educación, tanto entre los jóvenes como entre los
adultos.
En el caso de la mejora educativa formal, también utilizaremos variables de la relación
con la ocupación laboral y la renta del hogar. La expansión educativa entre los jóvenes
no se ha visto acompañada de un sustancial incremento en la educación formal entre los
adultos. De hecho, esperamos que la mejora educativa en el nivel de instrucción sea un
fenómeno marginal entre la población más adulta, pero más significativa cuanto menor
es la edad y mayor el bienestar económico. Por ello, planteamos la hipótesis de que la
probabilidad de mejorar el nivel de instrucción es mayor como mayor es la renta en el
hogar, así como entre los estudiantes a tiempo completo (que no se dedican a ninguna
otra actividad).
3. Fuente de datos: el panel de desigualdad social de Cataluña, PaD.
Para este análisis utilizaremos el Panel de Desigualdades sociales de la Fundació Jaume
Bofill, disponible desde 2002 a 2009. Se trata de una excelente fuente de datos
longitudinal con una estructura similar al panel de hogares británico. La encuesta es
representativa para Catalunya y centra su interés en las estructuras sociales y la
desigualdad. Por ello, permite la observación de biografías educativas y laborales. Para
el análisis de la educación formal en el período adulto (apartado 4) se ha creado una
submuestra que incluye aquellos individuos susceptibles de mejorar su nivel educativo
más allá de las edades habituales en que se alcanzan los distintos grados formativos. Se
han excluido por ello los sujetos que están estudiando a edades consideradas las
habituales para cada nivel.
Consideramos que mejoran su grado educativo durante la etapa vital adulta las personas
que alcanzan un determinado nivel de instrucción más de dos años después de la media
en una generación. Los 64 años serán el umbral máximo de edad considerada y no se
incluirá a quien ya ha alcanzado los estudios de postgrado, pues llegados a esta cima
educativa ya no es posible mejorar el nivel de instrucción. Sólo consideramos los
individuos que han finalizado una actividad formativa, medido a partir del cambio en el
nivel de instrucción entre un ciclo y el siguiente. Así, en total, tenemos 15.353
observaciones protagonizadas por 4.206 personas, un 50% de las cuales son mujeres.
En segundo lugar, observaremos aquellos individuos entre 24 y 64 para analizar su
participación en cursos de formación ocupacional continuada, definidos como todos los
programas educativos fuera del sistema formal, que son pagados, propuestos o
realizados dentro de la empresa o en instituciones con la finalidad específica de los
cursos, como los desarrollados en oficinas del INEM, ayuntamientos con esta
competencia o empresas educativas específicas. Esta variable empezó a recogerse en el
PaD a partir de 2005 y se refiere a los programas en curso en el momento de la
entrevista o a los realizados en algún momento del año anterior a la misma. La muestra
seleccionada de esta manera comprende 13.144 observaciones protagonizadas por 4.729
personas, también la mitad de sexo femenino.
Las características individuales conforman las variables independientes en una técnica
de análisis multivariable de regresión logística jerárquica, en que las observaciones
están anidadas en las personas protagonistas.
El carácter longitudinal del PaD permite delimitar las edades en que normalmente se
finaliza un determinado grado educativo. Al preguntar por la edad en el PaD se
considera la edad que un individuo cumplió en un determinado año natural: por
ejemplo, quien había nacido el año 1990 tenía 1 año el 1991 y cumpliría 11 años
durante 2001. En este sentido, si una persona acaba los estudios básicos con 16 años
quiere decir que durante el año natural en que los ha finalizado cumplirá esta edad
(aunque en el momento de la entrevista aún no los tuviera).
4. ¿Quién participa en educación de adultos?
4.1. Educación en el sistema educativo formal
El núcleo de esta investigación estriba en la participación en la educación y en el
mercado de trabajo durante la etapa adulta. Es habitual considerar que mientras que la
educación es cosa de jóvenes, la entrada en el mundo laboral supone el inicio de la vida
adulta. Sin embargo, la importancia de la formación continuada, al menos en teoría, ha
supuesto la irrupción de la educación de adultos como fundamental para el
mantenimiento del empleo o para el progreso en la carrera profesional. Además, para
atajar el fracaso escolar y la infracalificación educativa sería necesario dar una “segunda
oportunidad” a quienes no estudiaron en su momento (durante la juventud) lo que ahora
en la adultez se considera indispensable para conseguir escapar del ámbito de la
precariedad, ya sea a nivel formal (el currículum escolar, de la educación básica al
postgrado universitario) o informal (con cursos de habilitación o especialización para la
vida profesional).
Gráfico 1. Proporción de estudiantes según sexo, Cataluña, 2002-9
100,00
90,00
80,00
70,00
60,00
estudiantes
50,00
hombres
40,00
mujeres
30,00
20,00
10,00
0,00
0
10
20
30
40
50
60
Fuente: elaboración a partir del PaD
En efecto, la participación educativa en Catalunya se vincula fundamentalmente con la
etapa infantil y juvenil, tal y como se muestra en el gráfico 1 con las proporciones de
estudiantes por edad, aunque ello no quiere decir que la educación en la adultez sea
insignificante, aunque no brille como sería deseable, especialmente en el contexto
actual. En concreto, la población infantil, entre los 4 y los 15 años, se encuentra
escolarizada en su totalidad, pero a partir de los 30 años la escolarización es minoritaria,
y más allá de los 50 prácticamente inexistente. Además, tal y como es conocido, tanto
en la educación media como en la superior es mayor la presencia de mujeres que de
hombres: una diferencia que a los 22 años (al final de los estudios universitarios)
alcanza los 30 puntos porcentuales y que a los 26 años (estudios de postgrado) es de 7,5
puntos porcentuales.
Gráfico 2. Tasas de mejora del nivel de instrucción, Cataluña, 2002-9
40.00
35.00
30.00
25.00
20.00
15.00
10.00
5.00
0.00
17 19 21 23 25 27 29 31 33 35 37 39 41 43 45 47 49 51 53 55 57 59 61 63
Fuente: elaboración a partir del PaD
El foco de atención en este trabajo radica en el progreso en la carrera educativa, es
decir, en la mejora del grado formal de instrucción, por lo que analizaremos a quienes
ascienden en la escala educativa, desde una base que no tiene título escolar alguno hasta
una especialización universitaria de postgrado. Para ello debemos usar el PaD bajo un
prisma longitudinal, elaborando un indicador que divide a quienes entre un ciclo y el
siguiente permanecen en un mismo nivel de instrucción y a quienes lo cambian, siempre
para mejor, puesto que esta variable es de tipo ordinal y acumulativa: no hay vuelta
atrás en la escala educativa, aunque si existen –como ahora veremos- algunas
bifurcaciones en los grados medios de educación. La tasa de cambio educativo se
muestra en el gráfico 2. El máximo se registra a los 19 años y se observa un segundo
pico a los 23 años, edades habituales para acabar respectivamente los estudios medios y
superiores. Sin embargo, la probabilidad de mejorar el nivel de instrucción es también
significativa más allá de los 26 años y hasta los 43, así como entre los 50 y los 57 años,
por lo que creemos que se abre la puerta para investigar lo que hemos venido a
denominar “educación de adultos”, reivindicando de esta forma que también en la etapa
adulta existe la posibilidad de mejorar el nivel de instrucción y adaptarse así al contexto
laboral personal.
¿Pero qué definimos como educación de adultos? Se excluye de la muestra a quienes
sobrepasan la edad normativa de jubilación (mayores de 65 años) y a quienes están
estudiando para obtener una acreditación determinada a la edad en que es habitual
adquirirla ¿Cuáles son estas edades? La respuesta está en el gráfico 3. La plataforma
más importante desde la que se da un cambio educativo es la educación elemental,
básica u obligatoria, pues prácticamente la mitad de las mejoras en el nivel de
instrucción parten de aquí. Desde este nivel se alcanza o bien un grado de formación
profesional o el bachillerato, siendo este último un paso mucho más habitual que el
primero. Mientras que la edad modal en la probabilidad de paso desde la educación
básica a la formación profesional son los 20 años, para el bachillerato son los 19 años.
Delimitamos que la educación como adulto se inicia tres años después de la modal, por
lo que está en exposición de mejorar su nivel de instrucción la población con un nivel
de estudios básicos que se mantenga a este nivel más allá de los 22 años (pudiendo
optar o bien por los estudios de bachillerato o por la formación profesional).
Destaca, en segundo lugar, la transición desde el bachillerato hacia el grado
universitario, aunque también se da un ligero flujo hacia la formación profesional. La
distribución del paso del bachillerato a la formación profesional presenta un cima
máxima que recorre desde los 21 a los 25 años, lo que hace difícil delimitar con
precisión cuál es la edad habitual de esta inusitada transición y cuál podemos considerar
como educación de adultos, pues teniendo estudios de bachillerato considera más
adecuado para la inserción laboral complementarlos con una formación profesional.
Consideraremos que esta transición del bachillerato a la formación profesional se da en
la etapa adulta si se realiza con 23 o más años (al igual que quienes a esta edad
continuaban con estudios básicos). Por otro lado, el paso del bachillerato a los estudios
universitarios se da mayormente tanto a los 23 años, como a los 25 o a los 28 años,
siendo la primera edad más habitual para el cambio entre los susodichos niveles de
instrucción (pues en las dos edades posteriores queda menos gente con estudios de
bachillerato, pues mucha ya ha acabado la universidad: de ahí que la probabilidad de
paso pueda ser mayor). Por todo ello, consideraremos educación adulta a la transición
desde el grado de bachillerato al de universidad si se realiza con 25 o más años.
Gráfico 3. Probabilidades por edad de transición en el nivel de instrucción. Cataluña,
2002-09
40,00
35,00
30,00
25,00
20,00
15,00
Básico a FP
Básico a Bachillerato
10,00
5,00
0,00
18 20 22 24 26 28 30 32 34 36 38 40 42 44 46 48 50 52 54 56 58 60 62 64
40,00
35,00
30,00
25,00
Bachillerato a FP
Barchillerato a Universidad
20,00
15,00
10,00
5,00
0,00
18 20 22 24 26 28 30 32 34 36 38 40 42 44 46 48 50 52 54 56 58 60 62 64
40,00
35,00
30,00
25,00
Universidad a Postgrado
20,00
15,00
10,00
5,00
0,00
18 20 22 24 26 28 30 32 34 36 38 40 42 44 46 48 50 52 54 56 58 60 62 64
Fuente: elaboración a partir del PaD
Hay un grado educativo que muestra muy pocos cambios cuando se alcanza, a saber, la
formación profesional, que en algunos casos, muy pocos, se transforma en un grado
universitario. Así, la formación profesional se considera como un fin educativo en si
mismo, como una vía que no tiene continuación (de ahí que no se presente en el gráfico
3).
La tercera destinación que evoca una mejora en el nivel de instrucción es el grado
universitario, que se transforma en un postgrado: para ello hay que tener como mínimo
24 años (gráfico 3). La probabilidad de esta transición es significativa hasta los 40 años,
por lo que consideraremos que se realiza en la adultez si el paso se da más allá de los 25
años.
En definitiva, se considera que quien ha acabado un determinado nivel educativo está en
exposición de superarlo cuando se encuentra a tres años o más de la edad en que es
habitual acabarlo, y que si a partir de ese momento biográfico lo supera es porque ha
mejorado su nivel educativo durante la adultez. Así, se sigue a 3.448 personas,
observándolas durante 12.454 ocasiones, en que experimentaron alguna vez una mejora
educativa con una probabilidad de un 4,5%. ¿Cuáles son las características de la
participación adulta en educación formal?
Gráfico 4. Probabilidad de incrementar el nivel de instrucción durante la adultez por
grupos de edad, Cataluña, 2002-9, 20-64 años.
Fuente: elaboración a partir del PaD
Sin duda, la edad es un elemento clave en la participación en la educación de adultos.
En este modelo no hemos podido considerar la edad simple por la reducida muestra, por
lo que lo agrupamos en grupos quinquenales de los 20 a los 64 años. El gráfico 4
presenta la probabilidad de mejorar el nivel de instrucción como adulto: entre los dos
primeros grupos quinquenales, 20-24 y 25-29 años, no se aprecia diferencia
estadísticamente significativa (ver tabla 1 en anexo), pero a partir de los 30 años y hasta
los 50, la probabilidad de mejora en el nivel de instrucción disminuye progresivamente,
gozando de un incremento a los 50-54 años y volviendo a decaer a partir de los 55 años
y hasta el último grupo de edad observado.
Este patrón de mejora del nivel de instrucción durante la etapa adulta es muy similar
para hombres y para mujeres, y no ha variado significativamente entre 2002 y 2009. De
hecho, las diferencias de género o los cambios temporales no aparecen como
significativos en ningún momento en el proceso de construcción del modelo explicativo
(tabla1 en anexo). A partir de aquí ya estamos en condiciones de contestar a la primera
pregunta planteada en la investigación en relación a la educación formal: ¿Quién tienen
un mayor nivel de instrucción estudia más durante la adultez? Recordemos que no
estamos considerando a nadie con un postgrado, pues quien ha llegado a este nivel de
instrucción ya no puede ir más allá. Tampoco consideramos a los menores de 25 años,
ya que por prescripción técnica si estamos comparando diversas vías educativas se ha de
cumplir la posibilidad de seguir cualquiera de estas vías por todos los individuos de la
muestra, y la edad mínima para acceder a la universidad como adultos son los 25 años.
La pauta entonces dibujada (gráfico 5) indica que la probabilidad de seguir estudios
formales y superar un determinado nivel de instrucción depende de la consideración de
los estudios que se tienen con anterioridad: si éstos son considerados como punto final
de la carrera educativa ya no se va más allá, si los mimos son considerados como una
meta volante, la probabilidad de continuar estudiante dentro de la trayectoria de la
educación formal es muy alta. Así, el nivel de instrucción que con claridad se considera
como un paso previo hacia una mayor nivel de instrucción es el bachillerato, puerta de
entrada en la universidad, seguido de quien no tiene ningún título escolar, que lucha por
conseguir al menos el nivel elemental que no se ha alcanzado a la edad habitual. A
mucha distancia están quienes tienen estudios universitarios, que buscan transformarse
en un postgrado y así llegar al máximo en la escala educativa. En el otro polo, con la
menor probabilidad de mejora, están quienes acaban los estudios básicos o una
formación profesional, que muy probablemente no irán más allá, comportamiento que
en el caso de quien detenta como máximo los estudios obligatorios podría comportar un
problema de infracalificación en el momento de enfrentarse al mercado de trabajo. Otra
vez querríamos remarcar que no hay diferencias significativas en este patrón entre
hombres y mujeres, ni ningún cambió a lo largo del período observado, motivo por el
cual nos reafirmamos en que no hay que añadir ni la variable género ni el ciclo de
observación en el modelo explicativo final (tabla 1, anexo estadístico).
Grafico 5. Probabilidad de mejorar el nivel de instrucción según educación previa
(controlando por edad), Cataluña, 2002-9, 25-64 años.
2,50
2,00
1,50
1,00
0,50
0,00
sin título
escolar
estudios
básicos
formación
profesional
bachillerato
universidad
Fuente: elaboración a partir del PaD, tabla 1 del anexo
La probabilidad de mejorar la carrera educativa a lo largo de la vida adulta no tiene
ninguna vinculación con la situación de actividad y ocupación en un momento dado, es
decir, hemos encontrado que seguir estudiando más allá del grado de instrucción
alcanzado se da con idéntica fuerza si uno tiene un trabajo precario o el mismo es
estable, o si se halla en paro o fuera del mercado laboral.
La introducción de variables familiares da fe de que estas son muy importantes en el
análisis de la participación adulta en la educación. Este aspecto ha sido añadido a través
de dos componentes, por una parte el estado marital (vive en pareja, en unión
consensual o en matrimonio) y, por otra, si tenían hijos viviendo en casa.
Independientemente de la edad y de la educación previa del protagonista, y sin que el
género ni el ciclo observado intervengan en la explicación, estar unido en matrimonio y
tener hijos viviendo en casa suponen una menor probabilidad (especialmente la primera)
de participar en la educación de adultos, si se lo compara con la población que no
convive en pareja, está en unión consensual o no tiene hijos en casa (gráfico 6).
Gráfico 6. Probabilidad de mejorar el nivel de instrucción según estado marital e hijos
en el hogar (controlando por edad y nivel de instrucción previo), Cataluña, 2002-9, 2564 años
1,20
1,00
sin hijos
0,80
con hijos
0,60
0,40
0,20
0,00
sin pareja
unión consensual
matrimonio
Fuente: elaboración a partir del PaD, tabla 1 del anexo
La pauta relativa al tamaño municipal no relaciona nítidamente esta variable con la
probabilidad de participar en la educación de adultos, pero su efecto se muestra
significativo y debemos incluirlo en el modelo explicativo (gráfico 7). Así, la menor
probabilidad de participar en la educación de adultos se da en los municipios más
pequeños considerados, pero no hay diferencia entre este valor para las dos categorías
de menor población (hasta 2000 habitantes y de 2000 a 10000), ni tampoco entre estas
dos categorías y quien bien en un municipio de entre cien mil y un millón de habitantes.
De esta manera, la hipótesis inicial (a mayor población municipal, mayor educación de
adultos) se cumple únicamente si se observan las siguientes categorías: municipios
menores de 10000, entre 10 y 50000, entre 50 y 10000 y más de un millón de
habitantes.
Grafico 7. Probabilidad de mejora del nivel de instrucción según tamaño del municipio
de residencia (controlando por edad, nivel de instrucción previo y situación familiar),
Cataluña, 2002-9, 25-64 años
1,00
0,90
0,80
0,70
0,60
0,50
0,40
0,30
0,20
0,10
0,00
<2.000
<10.000
<50.000
<100.000 <1.000.000 >=1.000.000
Fuente: elaboración a partir del PaD, tabla 1 del anexo
Finalmente debemos anotar que no se ha encontrado ningún efecto de la renta del hogar,
que no ofrece ningún resultado significativo para ninguna de las categorías de las que se
compone esta variable.
4.2. Participación en la educación de adultos informal
En el caso de la educación no formal la edad mínima son los 18 años, aunque la
participación entre esta umbral y los 21 años es muy reducida (gráfico 8), motivo por el
cual analizaremos la población entre los 22 y los 64 años, un rango de edades en que la
distribución de la probabilidad de participar en la formación continuada se puede
resumir numéricamente con dos factores de edad, a saber, la edad simple y la edad
cuadrática (gráfico 8), tal y como se ha hecho con el modelo completo en la tabla 2 del
anexo. Esta distribución se aproxima a la curva normal, llegando a un máximo alrededor
de los 45 años y disminuyendo a partir de entonces.
Por otro lado, aunque al introducir la variable género como factor explicativo ésta no se
presenta como significativa, descubrimos que la pauta por edad de hombres y mujeres
es ligeramente significativa (gráfico 9): así, la participación femenina en educación no
formal es más joven que la masculina, pues es mayor entre los 30 y los 50 años pero
menor entre los 50 y los 65 años. Aún así, las diferencias se compensan y la distancia
entre sexos es mínima, tal y como se irá comprobando a lo lardo de este apartado (por
ello en la tabla 2 del anexo no incluimos el sexo como variable explicativa).
Gráfico 8. Probabilidad de participar en educación de adultos no formal según la edad
(categórica y continua), Cataluña, 18-64 años, 2005-9.
12,00
categórica
10,00
continua
8,00
6,00
4,00
2,00
0,00
18 20 22 24 26 28 30 32 34 36 38 40 42 44 46 48 50 52 54 56 58 60 62 64
Fuente: elaboración a partir del PaD, tabla21 del anexo
Tampoco en este modelo la evolución temporal ha resultado significativa, y por ello ni
el sexo ni el ciclo aparecen como factores a controlar en el modelo explicativo final
sobre la participación no formal (tabla 2 del anexo).
En general, se confirma el efecto Matthew en la educación no formal: como mayor es el
nivel de instrucción de una persona, mayor la probabilidad de participar en cursos de
educación no formal, con un incremento prácticamente lineal desde quien no tiene
ningún título escolar, pasando gradualmente por los estudios básicos y el bachillerato
(hasta aquí sin ninguna diferencia de género), la formación profesional (que entre las
mujeres tienen la misma probabilidad que el bachillerato), la universidad y el postgrado
(siendo la diferencia entre estos dos últimos mucho más acusada para las mujeres que
para los varones).
Gráfico 9. Probabilidad de participar en la educación no formal según edad y sexo,
Cataluña, 22-64 años, 2005-2009
9,00
8,00
7,00
6,00
5,00
4,00
3,00
mujeres
2,00
hombres
1,00
0,00
22 24 26 28 30 32 34 36 38 40 42 44 46 48 50 52 54 56 58 60 62 64
Fuente: elaboración a partir del PaD
Gráfico 10. Probabilidad de participar en educación de adultos no formal según nivel de
instrucción (controlando por la edad), Cataluña, 22-64 años, 2005-9
16,00
14,00
total
12,00
mujeres
hombres
10,00
8,00
6,00
4,00
2,00
0,00
sin título
escolar
estudios
básicos
bachillerato formación universidad postgrado
profesional
Fuente: elaboración a partir del PaD
También en la relación con el mercado de trabajo el patrón queda muy claro, pues como
menor es la vinculación con éste, menor la participación (gráfico 11). Ésta relación
adolece de cierta sospecha de endogeneidad, pues estamos hablando precisamente de
cursos ofrecidos por la empresa o por instituciones que buscan mejorar la ocupación de
los individuos. Aun así, sorprende que quien más participa de estos curos sean quienes
trabajan con contrato indefinido y a jornada completa (componentes del núcleo
principal del mercado laboral), en mucha mayor medida que los parados.
La diferencia de género en este caso tiene que ver con el efecto de trabajar por cuenta
propia, tener jornada parcial o estar en el paro. Así, mientras que en el caso de los
hombres la probabilidad de hacer cursos es mayor para los autónomos que para quienes
tienen jornada parcial (el resto del patrón es igual que para la población general), para
las mujeres la particularidad es que la participación en educación no formal es mayor
para las paradas que para las autónomas, como si las desocupadas tuviesen una
estrategia de formación continuada más activa al buscar trabajo que las que trabajan
como autónomas (gráfico 11).
Gráfico 11. Probabilidad de participar en educación de adultos no formal según relación
con la actividad (controlando por edad e instrucción), Cataluña, 2005-2009
7,00
total
6,00
hombr
es
mujere
s
5,00
4,00
3,00
2,00
1,00
0,00
Fuente: elaboración a partir del PaD
Gráfico 12. Probabilidad de participar en educación de adultos no formal según
variables familiares (controlando por edad e instrucción), Cataluña, 22-64 años, 2005-9.
a. estado marital
5,00
4,50
4,00
3,50
3,00
2,50
2,00
total
1,50
hombres
1,00
mujeres
0,50
0,00
sin pareja
unión consensual
matrimonio
b. hijos en el hogar
5,00
4,50
4,00
3,50
3,00
2,50
total
2,00
hombres
1,50
mujeres
1,00
0,50
0,00
sin hijos
con hijos
Fuente: elaboración a partir del PaD
Pero esta variable deja de tener fuerza explicativa cuando introducimos las variables
familiares, es decir, la situación marital y la convivencia con hijos anulan el efecto que
provocaba la relación con la actividad. En efecto, la participación en la formación
continuada se da en mayor medida entre quien conviven en pareja que entre los solteros,
en especial si la misma es un matrimonio (gráfico 12). Aquí el patrón de género es
cualitativamente importante, pues mientras que entre los hombres la diferencia
fundamental está en el matrimonio (frente a la soltería y la unión consensual), que
aumenta notablemente la probabilidad de participar en la educación no formal, entre las
mujeres la clave está en convivir en unión (ya sea consensual o matrimonial), que
supone una mayor participación en relación a las que no residen en pareja.
El hecho de tener hijos en el hogar también es clave, pues incrementa la probabilidad de
realizar una formación continuada, y afecta de manera diferencial a hombres y mujeres,
pues es mucho más acusado el patrón masculino que el femenino (gráfico 11).
En la participación en programas de formación fuera del sistema educativo formal no
influye para nada el tamaño del municipio donde se reside, es decir, no tiene ningún
efecto el hecho de que pueda haber una mayor cantidad de cursos o empresas de
formación en los municipios con mayor población.
Gráfico 13. Probabilidad de participar en educación de adultos no formal según la renta
del hogar (controlando por edad, nivel de instrucción y variables familiares), Cataluña,
22-64 años, 2005-2009.
7,00
6,00
5,00
4,00
3,00
2,00
total
hombres
mujeres
1,00
0,00
Fuente: elaboración a partir del PaD
Finalmente, también hay que considerar la importancia de la renta del hogar, cuyo
efecto tiene una distribución en forma de U, donde la probabilidad de participar en
cursos no formales disminuye con la renda hasta la categoría de algo menos de 30000
euros anuales, i aumenta con la riqueza del hogar a partir de este umbral, destacando así
la alta participación en programas no formales tanto de los hogares más pobres como de
los más ricos (gráfico 13).
5. La probabilidad de encontrar trabajo
En este apartado seleccionamos a quien se encuentra buscando trabajo, pero no se trata
del primer empleo, sino que nuestro protagonista pretende su reinserción en el mundo
laboral: de esta manera consideramos que se trata ya de un individuo insertado en el
mundo adulto. El objetivo ahora es analizar hasta qué punto los estudios ayudan a
encontrar trabajo, no sólo los alcanzados durante la juventud sino también –y en
especial- los realizados durante la etapa adulta.
Gráfico 14. Probabilidad de encontrar trabajo por edad
80,00
70,00
60,00
50,00
40,00
30,00
20,00
10,00
0,00
20-24 16-19 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64
Fuente: elaboración a partir del PaD
En este sentido, vemos que la probabilidad de encontrar trabajo no tiene que ver con la
edad hasta que se cumplen los 50 años, pues no se observan diferencias estadísticamente
significativas de los 16 a los 49 años, edad a partir de la cual la probabilidad de
encontrarlo disminuye agudamente (gráfico 14). Es decir, cumplir los 50 años supone
un severo inconveniente para reintegrarse al mercado de trabajo, mayor cuanto más
años se van cumpliendo.
A las consideraciones de edad se le unen las de género, pues ser mujer supone una
probabilidad de encontrar trabajo ligeramente menor a la del varón, con independencia
de la edad considerada. En concreto, mientras que la probabilidad global del varón es
del 70%, la de la mujer es del 63%, unas elevadas probabilidades de encontrar trabajo si
no fuese por el efecto devastador que tuvo la explosión de la crisis económica en 2009,
que provocó por si misma –con independencia de la edad y el sexo- un considerable
descenso en la probabilidad de encontrar trabajo; y así, por ejemplo, un hombre menor
de 50 años tuvo una probabilidad de salir del desempleo del 75% en 2002-8 pero del
49% en 2009. Aunque aún no han sido publicados los datos para los siguientes ciclos,
otras fuentes de datos apuntan a que la probabilidad de encontrar empleo continúa
descendiendo.
Tabla 1. Modelo de la probabilidad de encontrar trabajo según edad, sexo, momento de
observación y estudios.
Coeficiente
Menos de 50 años
0,00
50-54 años
-0,60
55-59 años
-0,90
60-64 años
-1,09
Mujeres
-0,38
año 2009
-1,15
Estudios de bachillerato
0,63
Constante
1,04
Valor de p
ref.
0,06
0,01
0,05
0,04
0,00
0,07
0,00
Fuente: elaboración a partir del PaD
Una vez controladas estas variables, llegamos aquí a la capacidad de la educación para
ayudar a encontrar un empleo, en especial la que tiene lugar durante la etapa adulta. La
respuesta general es que su fuerza es muy débil, pues sólo quien tiene estudios de
bachillerato es más propenso a conseguir un trabajo que otros niveles educativos, con
independencia de su edad, sexo, o momento de observación. Además, tampoco la
mejora educativa (ni formal ni no formal) supone un cambio significativo en la
probabilidad de abandonar la situación de desempleo encontrando un trabajo (aunque
fuese a jornada parcial) o estableciéndose como autónomos.
En definitiva, la tabla 1 describe las variables que han aparecido como significativas en
un modelo sobre la probabilidad de encontrar trabajo según edad, sexo, momento de
observación y nivel de instrucción.
6. La segmentación del mercado de trabajo
En el análisis de la segmentación del mercado de trabajo seleccionamos de nuevo a
quien ha trabajado alguna vez, no observando a quien siempre ha estado en inactividad
o está buscando su primer trabajo. De esta manera, la selección incluye a 6.795 personas
con 26.560 ocasiones. Consideraremos que pertenecen al segmento primario del
mercado de trabajo quienes tienen una empresa con trabajadores, están empleados a
jornada completa con un contrato indefinido o son funcionarios del Estado. En
contraste, el segmento secundario está constituido por quien trabaja a tiempo parcial,
con contrato temporal, por cuenta propia (pero sin trabajadores), está en paro o en
inactividad. Mientras que un 75% de los individuos de la muestra han experimentado en
algún momento de su biografía el estar en el segmento secundario del mercado de
trabajo, sólo un 43% han tenido experiencia en el núcleo primario. Desde una
perspectiva longitudinal, mientras que un 6% de la muestra consiguió alguna vez un
puesto en el segmento primario partiendo de una posición en el secundario, el proceso
inverso (del primario al secundario) se observó con una probabilidad del 14%.
La probabilidad por edad de pertenecer al núcleo primario del mercado de trabajo tiene
un fuerte componente de edad, tal y como esperábamos (gráfico 15). Los umbrales de
edad mínimo y máximo para estar en esta situación son respectivamente los 21 y los 63
años, pues con anterioridad a los 21 o con posterioridad a los 63 años la práctica
totalidad de la muestra observada ni estaba trabajando a jornada completa con contrato
indefinido ni posee una empresa con trabajadores a su cargo, sino en cualquier otra
situación laboral. Sin duda nos hallamos ante los procesos de inserción y retirada
definitiva del mercado de trabajo, pero cabe destacar que mientras que la inserción
presenta que a mayor edad, mayor probabilidad de estar en el segmento laboral primario
(con un máximo alrededor de los 40 años), a partir de los 50 años se experimenta con la
edad una cada vez mayor probabilidad de entrar en el pozo del segmento segundario,
con una presencia cada vez mayor de contratos temporales, jornada parcial, desempleo o
inactividad.
Como era de esperar, la precariedad tiene un fuerte componente de género pues, por un
lado, la probabilidad de una mujer de estar en el segmento primario es notablemente
inferior sea cual sea la edad observada y, por otro lado, las pautas por edad son
radicalmente diferentes según sexo. En efecto, el varón joven se encuentra en el
segmento principal con mayor probabilidad cuanto mayor es la edad, alcanzando un
máximo de casi el 90% entre los 39 y los 42 años. Tras este despegue, el patrón sufre
una caída que no se recupera hasta los 46 años, llegando a otro máximo a los 51 años,
para sufrir un nuevo descenso a partir de los 55 años, del que ya no volverá a levantar
cabeza.
La pauta femenina de la distribución en el núcleo primario empieza a ser significativa a
los 24 años y deja de serlo a partir de los 59 años de edad. Se alcanza un máximo a los
31 años, edad a partir de la cual la probabilidad es cada vez menor hasta que a los 50
años se desploma, manteniéndose baja de los 51 a los 55 años y volviendo a decaer a
partir de esta edad.
Gráfico 15. Probabilidad de estar en el núcleo principal del mercado de trabajo según
edad y sexo, Cataluña, 2002-2009.
100,00
90,00
hombres
80,00
mujeres
70,00
60,00
50,00
40,00
30,00
20,00
10,00
0,00
21 23 25 27 29 31 33 35 37 39 41 43 45 47 49 51 53 55 57 59 61 63
Fuente: elaboración a partir del PaD
En el siguiente paso es necesario presentar a revista la evolución temporal de la
probabilidad de estar ubicado en el segmento primario del mercado de trabajo, que
ofrece un perfil sorprendente: si consideramos 2002 como referencia (con un coeficiente
estándar de cero) y mostramos los coeficientes resultantes del modelo (gráfico 16),
vemos que mientras que en el trienio 2002-2004 no se dieron diferencias significativas,
el bienio 2005-2006 supuso una precarización del mercado laboral, una tendencia que se
invirtió durante el siguiente bienio, 2007-2008, y que colapsó con la crisis. En la
actualidad, tanto para hombres como para mujeres, la probabilidad de estar en el sector
secundarios es la más baja de toda la ventana de observación.
Grafico 16. Evolución de la probabilidad de estar en el núcleo principal del mercado de
trabajo, controlando por edad y sexo, Cataluña, 2002-2009 (coeficientes)
0,20
0,00
-0,20
-0,40
hombres
-0,60
mujeres
-0,80
-1,00
-1,20
-1,40
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
Fuente: elaboración a partir del PaD
Para terminar, queremos comparar el patrón educativo en la probabilidad de estar en el
núcleo principal según género, controlando por la evolución temporal. De hecho, para
ambos sexos (aunque con mayor pendiente para las mujeres), a mayor nivel de
instrucción, mayor pertenencia al núcleo principal del mercado de trabajo, tal y como
puede comprobarse en el gráfico 17.
Grafico 17. Patrón de educación en la probabilidad de estar en el núcleo principal del
mercado de trabajo, controlando por edad y sexo, Cataluña, 2002-2009 (coeficientes)
7,00
6,00
5,00
4,00
3,00
2,00
1,00
0,00
-1,00
-2,00
hombres
mujeres
Fuente: elaboración a partir del PaD
7. Conclusiones
El efecto acumulativo de la educación (participa más en el sistema quien ha conseguido
ya un elevado nivel de instrucción), conocido como efecto Matthew, no se da en el
sistema educativo formal pero sí en el informal, compuesto este último por el conjunto
de cursos relacionados con el trabajo que proveen las empresas y las organizaciones
públicas como puedan ser el INEM. De hecho, todo conduce a pensar que el sistema
educativo formal se considera como un proceso finalista que se realiza durante la
juventud. En contraste, como mayor es el nivel de instrucción, mayor la probabilidad de
participar en un programa de educación continuada fuera del sistema escolar formal.
Esta afirmación se expresa en la pauta por edad descubierta, y así mientras que en el
currículum formal a mayor edad, menor probabilidad de aumentar en nivel de
instrucción (con una pequeña recuperación al cumplir los 50 años); los cursos fuera del
sistema formal siguen un calendario con una distribución normal, con un incremento en
la probabilidad hasta alrededor de los 45 años y una caída más allá de los 50 años. En
consecuencia, la hipótesis de que vivimos en una cultura en que se estimula poco la
educación de adultos es cierta en el ámbito de la educación formal.
En la formulación de hipótesis inicial planteábamos que el formar familia suponía un
serio inconveniente en las pautas de educación adulta, tal como hemos comprobado en
la educación formal. Sin embargo, en los programas no formales la relación es la
inversa: los casados con hijos son quienes tienen mayor participación.
En la participación educativa se observa una cierta equidad de género, y aún no hay
cambios con la explosión de la crisis económica en este particular.
La probabilidad de encontrar trabajo prácticamente no tiene relación con el nivel de
instrucción o la educación en la etapa adulta. Se detecta –eso sí- una mayor dificultad
para salir del desempleo entre quienes tienen más de 50 años, son mujeres o se han visto
en paro durante la crisis económica que padecemos actualmente.
Si concentramos la atención en el núcleo principal del mercado de trabajo, compuesto
por quienes trabajan a jornada completa con un contrato indefinido o empresarios con
trabajadores a su cargo, el nivel de instrucción aparece con claridad como un factor
clave: a mayor educación, mayor probabilidad de encontrarse en el segmento laboral
primario. El género y la edad también son importantes, pues ser varón adulto se asocia
con una mayor propensión de situarse entre los miembros de la zona primaria.
Bibliografía
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el 9/10/2012].
Annexo
Tabla 1. Modelo explicativo de la mejora en el nivel de instrucción en la etapa adulta.
Cataluña, 2002-9.
20-24
25-29
30-34
35-39
40-44
45-49
50-54
55-59
60-64
sin título escolar
estudios básicos
formación profesional
bachillerato
universidad
sin pareja
unión consensual
matrimonio
sin hijos en el hogar
con hijos en el hogar
Municipio de
<2.000 habitantes
2000-10.000
10.000-50.000
50.000-100.000
100.000-1.000.000
>=1.000.000 habitantes
20-64 años
25-64 años
Coeficiente valor de p Coeficiente valor de p
0,00
ref.
-0,18
0,59
0,00
ref.
-0,84
0,02
-0,61
0,01
-0,86
0,03
-0,69
0,02
-1,28
0,00
-1,19
0,00
-2,10
0,00
-2,31
0,00
-1,09
0,01
-1,01
0,00
-1,52
0,00
-1,41
0,00
-2,07
0,00
-2,02
0,00
0,00
ref.
2,25
0,00
-0,57
0,19
2,24
0,00
1,23
0,00
0,00
ref.
0,00
ref.
-0,16
0,46
-0,09
0,70
-1,08
0,00
-0,92
0,00
0,00
ref.
0,00
ref.
-0,44
0,04
-0,47
0,04
0,00
0,10
0,60
0,69
0,23
0,91
ref.
0,77
0,04
0,05
0,48
0,01
0,00
-0,03
0,42
0,64
0,09
0,66
ref.
0,93
0,20
0,09
0,80
0,06
constant
/lnsig2u
-3,35
-0,31
0,00
-4,65
0,06
0,00
sigma_u
rho
0,86
0,18
Fuente: elaboración a partir del PaD
1,03
0,24
Tabla 2. Modelo de la participación en educación no formal, Cataluña, 2002-9
Coeficiente
Valor de p Coeficiente
edad
edad cuadrado
sin título escolar
estudios básicos
bachillerato
formación profesional
universidad
postgrado
sin pareja
unión consensual
matrimonio
sin hijos
con hijos
jornada completa, indefinido
contrato temporal
tiempo parcial
autónomo (sin trabajadores)
desempleado
inactivo (no estudiante)
estudiante a tiempo completo
Renta en el hogar (euros):
<3000
<6000
<9000
<12000
<15000
<18000
<21000
<24000
<27000
<30000
<36000
<42000
<48000
<54000
<60000
>=60000
0,286
-0,003
0,000
0,456
1,093
0,872
1,768
1,752
0,00
0,00
ref.
0,09
0,00
0,00
0,00
0,00
0,000
ref.
0,000
-0,128
-0,538
-0,785
-0,675
-1,843
-1,515
ref.
0,30
0,00
0,00
0,00
0,00
0,00
0,000
-0,568
-0,674
-0,701
-0,890
-1,136
-1,053
-0,738
-1,054
-0,570
-0,376
-0,342
-0,290
-0,290
-0,083
-0,142
constante
-9,031
Valor de p
0,270
-0,003
0,000
0,589
1,363
1,126
2,143
2,166
0,000
0,186
0,278
0,000
0,515
0,00
0,00
ref.
0,03
0,00
0,00
0,00
0,00
ref.
0,23
0,03
ref.
0,00
ref.
0,26
0,15
0,09
0,03
0,01
0,01
0,06
0,01
0,13
0,31
0,36
0,44
0,45
0,83
0,71
-0,724
-0,755
-0,796
-0,967
-1,199
-1,114
-0,788
-1,105
-0,574
-0,408
-0,373
-0,350
-0,369
-0,132
-0,205
0,15
0,11
0,06
0,02
0,00
0,01
0,04
0,01
0,13
0,28
0,32
0,36
0,34
0,74
0,59
0,00
-9,478
0,00
/lnsig2u
0,831
0,994
sigma_u
rho
1,515
0,411
1,644
0,451
Fuente: elaboración a partir del PaD
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