LA IMPORTANCIA DEL CONTEXTO ECONÓMICO ... FECUNDIDAD POR GENERACIÓN Y ORDEN ...

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LA IMPORTANCIA DEL CONTEXTO ECONÓMICO EN LAS PAUTAS DE
FECUNDIDAD POR GENERACIÓN Y ORDEN DE NACIMIENTO EN ESPAÑA,
1975-2011
Pau Miret Gamundi
Centre d’Estudis Demogràfics
Universitat Autònoma de Barcelona
[email protected]
Palabras clave: primeros nacimientos, calendario, España, cohorte, inmigración
1. Introducción
No cabe duda de que la evolución del número de nacimientos se encuentra
inextricablemente vinculada al contexto económico. Entre 1957 y 1978 se dieron en
España alrededor de 650.000 alumbramientos anuales, coincidiendo con el tardío
desarrollo industrial experimentado durante ese período. La dramática caída desde
entonces se enmarcó en una aguda crisis económica, llevando a este indicador a un
mínimo histórico de algo más de 360.000 nacimientos anuales entre 1995 y 1998. De
nuevo y en paralelo a la recuperación económica, los nacimientos repuntaron hasta
alcanzar en 2008 un valor algo superior al medio millón, una cifra que desde entonces
desciende año a año, con la misma pendiente que marcara previamente su ascenso, pero
ahora negativa. La hipótesis de partida de esta investigación apunta a que el incremento
de la fecundidad acaecido en España entre 1998 y 2008 se debió a la combinación de la
recuperación de la fecundidad entre las generaciones nacidas durante la explosión de
nacimientos de los años sesenta y el adelanto del calendario de las generaciones nacidas
en los ochenta. Todas ellas se adaptaron a una coyuntura económica favorable.
Los datos brutos que se utilizan derivan de los registros de nacimientos publicados por
el Movimiento Natural de la Población, con los que se han construido las tasas
específicas de fecundidad por edad de la madre y orden de nacimiento, reconstruyendo a
continuación las pautas por edad de las generaciones. Para evaluar la fiabilidad de estos
cálculos se comparan con los obtenidos con la encuesta sobre “Fecundidad y Valores en
España en el siglo XXI” de 2006 para la primofecundidad de las mujeres nacidas entre
1950 y 1964.
Alejadas tras este ejercicio las dudas de fiabilidad de la fuente de datos, se procede a
utilizar métodos que infieren de la combinación entre la intensidad y el calendario de la
fecundidad transversal, información sobre la descendencia final de las generaciones por
orden de nacimiento: el resultado de este análisis resulta bastante satisfactorio, con la
posibilidad de proyectar la fecundidad de las generaciones a partir de los datos de
momento.
Como principales conclusiones del trabajo cabe afirmar que la recuperación de la
fecundidad contiene un componente generacional, a saber, por un lado, las cohortes
nacidas en los años de la explosión de la natalidad han experimentado una etapa vital de
recuperación de su fecundidad; por otro lado, las cohortes nacidas durante el pinchazo
de la natalidad de la década de los ochenta han adelantado el momento de tener hijos.
En definitiva, en el período 1997-2008 se ha dado una clara concentración entre la
fecundidad tardía de unas y la cada vez más temprana de otras, con el añadido de que el
orden de nacimiento de todas ellas coincide en gran parte, pues ambos conjuntos han
aprovechado la coyuntura para tener un primer hijo.
2. Sobre los factores que inciden en la fecundidad
En demografía, toda teoría que se precie debe orientar su foco de atención a explicar la
evolución de la natalidad o, en otras palabras, por qué se tienen más o menos hijos en un
momento determinado. En este sentido, el título de esta comunicación es ya una
declaración de principios, pues especifica que la fecundidad del momento se encuentra
determinada por el contexto económico en la que se expresa: se adapta a las
circunstancias experimentadas por las mujeres en edad de devenir madres. La historia
de la población de Inglaterra (Wrigley y Shofield, 1981) es un ejemplo clásico de este
proceso adaptativo demográfico, que siguió la pauta dictada por la dinámica de los
salarios reales: se forman familias cuando lo permite la coyuntura, pudiendo darse
algunos casos en que ésta no lo permitan en ningún momento del curso biográfico de
algún grupo social particular. A este esquema interpretativo no le subyace lógica alguna,
pues es el azar quien define en que estructura económica se desarrollarán los
componentes de cada generación y grupo social.
En contraste, desde la demografía clásica se ha apuntado que existía o existe una lógica
cíclica inscrita en el seno de los procesos demográficos: cada fase histórica se explica
por la anterior y tarde o temprano se vuelve a la casilla de inicio, por mucho que se
destaque el cambio cultural o el progreso conseguido en un período determinado. Ya en
la obra de Thomas R. Malthus (1970) “Primer ensayo sobre la población” se describía el
pretérito inglés como una rueda en que una generaciones numerosas provocaban escasez
de alimentos y abundancia de fuerza de trabajo (con la consiguiente caída en los
salarios), a la que se respondía reduciendo la natalidad al mínimo, lo que conducía a una
generaciones de escaso volumen que gozaban en consecuencia de abundancia de
recursos y que formaban pronto familias de extensa prole, lo que conllevaba a un nuevo
período de crisis. En el mismo Ensayo ya se predicaba que la única manera de romper el
círculo vicioso era la práctica del matrimonio controlado y tardío, que portaría a la
sociedad a una definitiva etapa de desarrollo sostenible.
El esquema cíclico fue aplicado de nuevo paro tiempos contemporáneos por Richard
Easterlin (1987), pero el mismo autor ha renegado recientemente de esta aplicación
(léase la introducción de Easterlin al libro de Carlson, 2008) y de ha decantado por la
teoría de los valores relativos entre generaciones, explicando la explosión de
nacimientos tras la Segunda Guerra Mundial como la manifestación de unas cohortes
que vivieron su infancia y juventud en la profunda depresión de los años treinta y la
guerra posterior, pero la adultez en circunstancias de desarrollo económico tras el
conflicto; así como la caída de la fecundidad de las componentes del baby-boom como
todo lo contrario: una lujosa infancia y juventud con una transición a la adultez
complicada por la depresión económica que siguió a la explosión de los precios de la
energía a mediados de los setenta. De nuevo surge la hipótesis adaptativa a las
circunstancia del momento pero de manera más compleja: durante la infancia se forjan
unas expectativas que son superadas o frustradas una vez se ha iniciado el recorrido por
el mundo adulto. Los inescrutables ciclos económicos que se suceden en el tiempo
provocan que no se observe más que recuperaciones y crisis, y que las generaciones se
encuentres en las distintas etapas vitales de su infancia y adultez en fases diferentes.
Sin embargo, Malthus ofrecía una esperanza siempre y cuando se siguiera un
comportamiento correcto: el control de la nupcialidad (tardía y con importantes
proporciones de celibato) y la consiguiente baja natalidad abría el camino a la
estabilidad económica. Era una nueva etapa en la historia de las sociedades modernas,
pero conocida la evolución de la fecundidad durante el siglo XX bien parece que
prácticamente nadie le hizo caso. Sin embargo, su concepto seminal de transición a una
nueva etapa con valores culturales distintos germinó con la teoría de la transición
demográfica, en que la caída de la mortalidad conseguida con la mejora de las
condiciones higiénicas traía a la larga una caída socialmente voluntaria de la natalidad
para –precisamente- controlar una abundancia de nacimientos que ya no era necesaria
sino más bien un grave problema, pues los recursos y puestos de trabajo no daban para
tanta población. Una explicación que creció con la denominada “segunda transición
demográfica” (Van de Kaa, 1987; Lesthaegue, 1991), que presentaba una nueva etapa
histórica en que la maternidad como valor ya no era el centro significante de la vida
individual de la mujer, ni tampoco la base en que se debía apoyar una sociedad
moderna.
En este esquema interpretativo del nuevo papel social de la mujer se inscribe la teoría de
la nueva economía en el hogar (Becker, 1981), que explica la caída de la fecundidad por
la incompatibilidad de la carrera laboral y la formación familiar. La masiva entrada de
la mujer en la educación postobligatoria, en especial los estudios profesionales y
universitarios, ha supuesto una ruptura con su papel de cuidadora en las economías
postindustriales, pues el beneficio de entrar en el mercado laboral y el coste de
oportunidad que supone abandonarlo son muy elevados. La formación familiar supone
necesariamente (sea de manera temporal o definitiva) dejar el empleo para dedicarse al
cuidado doméstico.
Esta incompatibilidad puede suavizarse compartiendo tanto las tareas domésticas de
cuidado como las laborales con el otro miembro del núcleo conyugal (Oppenheimer,
1988), o también puede compensarse mediante ayudas institucionales derivadas de un
desarrollado estado de bienestar (McDonald, 2002). Pero no creemos que ni el
equilibrio de género ni las políticas públicas jueguen un papel activo como factores a
tener en cuenta al analizar la fecundidad en España, tal y como se puede entrever del
título de esta comunicación.
3. ¿Son fiables los datos del Movimiento Natural de la Población?
El censo de 2001 excluyó la pregunta sobre el número de hijos habidos en aras de la
economía en la realización de la operación censal, aduciendo que otras fuentes de datos
darían fe de la fecundidad contemporánea en España. Suenan algunas voces que afirman
que la próxima encuesta de población, que ya no será un censo pues se ha realizado por
muestreo, recuperará esta variable, pero todavía no sabemos nada con certeza. De
hecho, hasta su desaparición esa pregunta había sido la principal fuente de información
para la fecundidad según orden de nacimiento (Nicolau et al. 2010). A la espera de los
cambios anunciados, de momento se ha dejado sólo al Movimiento Natural de la
Población (MNP), sin nada que se pueda hacer para evaluar la validez de sus datos a
través de otros recuentos. Además, los datos del MNP aparecen desnudos de ciertas
características fundamentales para explicar los diferenciales de fecundidad, como es el
nivel de instrucción y, últimamente, también se lo había cercenado de otra característica
de vital importancia como es la profesión de los protagonistas del evento (Miret, 2007).
Aunque en los últimos años se ha realizado un gran esfuerzo por parte del Instituto
Nacional de Estadística (INE) para devolver al MNP el relumbre de antaño,
recuperando las variables perdidas e incluso añadiendo nuevas como el nivel de
instrucción, lo cierto es que el tema del orden de nacimiento de los sucesivos hijos de
una mujer adolece de serias dudas sobre la validez de su información (Devolder y
Merino, 2007).
Una de las maneras de evaluar la fiabilidad del MNP es a través de las encuestas de
fecundidad, de las que en 2006 vio la luz una nueva edición (Delgado et al., 2007). Aquí
sólo analizaremos la maternidad biológica, pues nuestro objetivo es comparar sus datos
con la información del MNP, ya que la EFV también recoge la maternidad por adopción
o acogida, e incluso la sobrevenida tras la formación de una familia reconstituida. Así,
de toda la muestra seleccionamos a 2.222 mujeres nacidas entre 1950 y 1964 (ambos
incluidos), con objeto de comparar su fecundidad biológica de primer orden por grupos
quinquenales de generaciones con la calculada con los datos del MNP (Miret, 2008).
Gráfico 1. Porcentaje acumulado de alguna vez madres (fecundidad de primer orden)
según grupo de generaciones
100
90
80
70
60
50
40
1950-54
1955-59
1960-64
30
20
10
0
16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42
Fuente: elaboración a partir de los microdatos de la EFV 2006.
Para iniciarnos en esta comparación calculamos los porcentajes de infecundidad,
enfrentándolos a los obtenidos con el MNP. Toda mujer está en posición de devenir
madre, aunque problemas de infertilidad o dificultades en la fecundabilidad pueden
interponerse en el camino de su deseo. Así las cosas, en el momento de recogida de la
información de la EFV, durante los meses de mayo y abril de 2006, las generaciones
1950-54 tenían 51-55 años, la de 1955-59 entre 46 y 50 años y las más jóvenes aquí
observadas, nacidas en 1960-64 habían ya cumplido entre 41 y 45 años de edad: por
ello, la información sobre las que no tenían hijos estará truncada por la derecha para las
mujeres de cada grupo de cohortes que llegadas a esas edades a fecha de la Encuesta
aún no habían devenido madres biológicas. Con todo, de las tablas de transición a la
maternidad según grupo quinquenal de generaciones, que muestran la proporción
acumulada de alguna vez madres, podemos considerar que la fecundidad para las
cohortes 1950-54 se hallaba prácticamente completado a los 42 años, con un 90% de
alguna vez madres (una infecundidad del 10%), así como que se había estabilizado para
las nacidas en 1955-59 a los 40 años en un 87% (un incremento de la infecundidad de 3
puntos porcentuales). Finalmente, la fecundidad de primer orden a los 41 años de las
nacidas en 1960-64 era también del 87%, es decir, la infecundidad se había estabilizado
en un 13%. Atendiendo a esta información, debemos concluir que al comparar las
generaciones 1955-59 y 1960-64, el nacimiento del primer hijo fue para el segundo
grupo más tardío, pero no de menor intensidad (gráfico 1).
Gráfico 2. Porcentaje acumulado de alguna vez madres de las generaciones 1955-59,
según fuente de datos
100
90
80
70
60
MNP
EFV
50
EFV límite superior (95%)
40
30
20
10
46
44
42
40
38
36
34
32
30
28
26
24
22
20
18
16
0
Fuente: elaboración propia con el MNP y la EFV
El gráfico 2 enfrenta la distribución acumulada de las alguna vez madres para las
nacidas en el período 1955-59 (las primeras para las que tenemos la serie completa con
los datos del MNP) según las dos fuentes de información utilizadas en esta evaluación.
Si comparamos los datos sin incluir el intervalo de confianza superior para los valores
muestrales de la EFV, la conclusión es que mientras el calendario (la distribución por
edad) en el proceso de devenir madres por primer vez de la cohorte 1955-59 coincide
con las dos fuentes de datos, la intensidad (el volumen de alguna vez madres) es
superior con el MNP que con la EFV, pues mientras que con la primera fuente de datos
el porcentaje de alguna vez madres es del 91%, según la EFV es del 87%, es decir, la
infecundidad para las nacidas en 1954-59 es del 9% según el MNP pero del 13% según
la EFV. De hecho, de ser así y tener razón la EFV frente al MNP, las proporciones
acumuladas de alguna vez madres padecerían con esta última fuente de datos una
sobrestimación del 4,5%, lo que debería implicar la complementaria subestimación de
los órdenes superiores al primero: es decir, una parte significativa de los primeros hijos
registrados por el MNP no eran de tal orden, sino de orden superior. Con todo, si
consideramos el límite superior con un nivel de confianza del 95% con los datos
muestrales de la EFV la distribución se asemeja mucho más, siendo entonces el
porcentaje de alguna vez madres con la EFV (en su límite superior) del 90%, sólo un
punto porcentual menor que con el MNP. Ello hace que le demos un voto de confianza a
los registros del MNP, al menos en lo que respecta al calendario de la primofecundidad.
Gráfico 3. Porcentaje acumulado de alguna vez madres de las generaciones 1960-64,
según fuente de datos
100
90
80
70
60
50
40
30
MNP
20
EFV
10
41
40
39
38
37
36
35
34
33
32
31
30
29
28
27
26
25
24
23
22
21
20
19
18
17
16
0
Fuente: elaboración propia con el MNP y la EFV
Con el mismo procedimiento, evaluamos la pauta de maternidad de primer orden según
fuentes de información para las generaciones 1960-64 (gráfico 3). Aunque la
primofecundidad de estas cohortes era algo más tardía con la EFV (hasta los 26 años los
datos del MNP coinciden con el límite superior del intervalos de confianza al 95% de la
EFV), la proporción de alguna vez madres es idéntica para ambas fuentes: tanto en una
como en otra la infecundidad a los 41 años de edad para las nacidas en 1960-64 se
evalúa en un 13%.
4. Evolución de la fecundidad de primer orden en España: crisis, expansión, crisis.
La espectacularidad de las pautas de fecundidad por generación ha provocado cierto
olvido del análisis transversal, que también ofrece una valiosa información. Aunque sea
una historia conocida quisiéramos rememorar aquí el desplome de la fecundidad que se
padeció en España durante la denominada crisis del petróleo, tras el incendio de los
precios de la energía a mediados de los años setenta. Hasta entonces, tener un primer
hijo era un fenómeno joven, que experimentaban las mujeres de aquel tiempo alrededor
de los 23-24 años de edad (gráfico 4). Cinco años más tarde, en 1981, el fenómeno
continuaba siendo joven, pero la intensidad de la maternidad de primer orden había
perdido mucho fuelle, lo que llevó a formular teorías sobre la pérdida de valor del
estado maternal, pues las jóvenes de aquellas edades se habían abalanzado a la
universidad y exigían un puesto de trabajo fuera del ámbito doméstico, a la medida de
su formación y de sus capacidades. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la
fecundidad de primer orden era substantiva ya a los 16 años, por lo que no todas las
mujeres retrasaban el momento de tener el primer hijo y, además, era significativa hasta
más allá de los 35 años e incluso sobrepasados los 40, lo que suponía que un minoritario
pero no despreciable conjunto de mujeres dejaba este evento vital para más tarde,
imaginamos que tras consolidar una luenga biografía educativa y laboral, que no
implicaba renunciar a la maternidad, sino posponerla.
Una década más tarde, en 1986, el retraso en el calendario era evidente, pues las edades
con mayores tasas se habían desplazado dos años, elevándose hasta los 25-26 años
(gráfico 4), sin que se diera un reequilibrio a edades más tardías, pues las tasas de
fecundidad de primer orden más allá de los 26 años eran idénticas a las registradas hacía
un lustro. En el siguiente sexenio, 1986-1993, se obtendría la confirmación sobre el
persistente retraso y la reducida intensidad general, lo que llevaba a inferir que
estábamos ante una nueva transición en las pautas de comportamiento en que la
maternidad era un fenómeno restringido a ciertas mujeres y mucho más tardío de lo que
venía siendo normativo hasta entonces: sólo había que fijarse que a principios de la
década de los noventa la edad con las mayores tasas eran los 28 años, y recordar que en
1976 esta edad modal eran los 23 años.
Gráfico 4. Tasas de primofecundidad por edad según año de observación.
Fuente: elaboración a partir del MNP y de la interpolación entre recuentos de población.
Cabía recordar, además, que mientras de darse la pauta de mediados de los setenta todas
las mujeres hubiesen tenido cuanto menos un hijo, con la de 1994 un 40% quedarían
infecundas. Pero el aspecto positivo durante este septenio 1983-1993 fue que la
intensidad había dejado de caer, la depresión demográfica parecía que había tocado
fondo, pues el descenso de las tasas anteriores a los 26 años se veía compensada por el
notable incremento entre las mayores de esta edad (gráfico 4). Pero el retraso
compensatorio duró poco, pues la pauta entre 1993 y 1995 hizo evidente que las tasas
allende los 30 años no conseguían compensar a una fecundidad entre las menores de
esta edad que languidecían sin descanso.
Sin embargo, en contra de todos los pronósticos, en la segunda década de los noventa se
obró el milagro, y la primofecundidad dejó de caer, y lo hizo gracias a la combinación
del incremento en la fecundidad entre las más jóvenes, mujeres de alrededor de 20 años
(que pasó completamente desapercibida) y de la continuación, ahora con más fuerza, del
retraso de la primofecundidad entre las más mayores, pues las tasas más elevadas
pasaron a ser a los 30-31 años. Y ello coincidió con una etapa de recuperación
económica que nos hace suponer que el rejuvenecimiento y la recuperación se
aprovecharon de los buenos tiempos que estaban viviendo.
Mientras que la fecundidad más joven se reforzó entre 2005 y 2008, la más madura tuvo
los primeros síntomas de crisis ya en 2008, al inicio de la gran depresión actual. Sin
embargo, tras este año, se ha producido un deshinchamiento de la pauta de
primofecundidad al completo, para todas las edades, tanto entre las jóvenes de menos de
25 años como entre las más maduras de alrededor de 30 años.
Para identificar a las verdaderas protagonistas de este cambio de tendencia debemos
señalar qué generaciones en concreto adelantaron el momento de tener un primer hijo
aprovechando la mejora en la coyuntura económica, así como qué generaciones la
aprovecharon para tener los hijos que no había tenido a causa de las malas condiciones
del período de crisis anterior. Como en el siguiente apartado comprobaremos, mientras
que el adelanto se dio entre las generaciones nacidas en los ochenta, que tenían entre 16
y 24 años en 2005, la recuperación se centró entre las componentes de la explosión de
nacimientos en España, acaecía para las nacidas durante los años sesenta y setenta, que
tenían en 2005 entre 30 y 45 años.
Por ello, y para tener una panorámica real de estos procesos subyacentes de adelanto y
recuperación de la fecundidad de primer orden, debemos realizar un análisis de las
pautas de primofecundidad según cohortes de nacimiento.
5. Adelanto y recuperación de la fecundidad de primer orden de las generaciones
La edad en que una mujer determinada, en un contexto específico y con unas
características particulares, decide tener el primer hijo o decide no tener ninguno es un
largo proceso biográfico que sólo el estudio de la historia vital de las mujeres puede
desvelar. Aunque el análisis demográfico tradicional presenta los 50 años como el punto
de edad definitivo de la fecundidad de las generaciones, en las líneas precedentes
comprobamos que es alrededor de los 43 años que la fecundidad final ya ha sido
decidida completamente.
Transformar estas pautas transversales en pautas por generación es un ejercicio
demográfico clásico, gracias al cual pueden desvelarse si unas generaciones han
pospuesto el momento de tener su primer hijo, esperando tiempos mejores, mientras que
otras lo han adelantado aprovechándose de las mejoras que súbitamente han
experimentado durante su juventud.
La descendencia final de primer orden de las generaciones se construye a partir de las
tasas específicas de primofecundidad acumuladas, que acabamos de ver que son
significativas desde los 16 años. Por ello, la primera generación para la que se puede
acumular su fecundidad desde el principio es la de 1959 (pues cumplió los dieciséis
durante 1975, primer año natural con el que se trabaja), y la última generación de la que
podemos reconstruir su pauta de transición a la maternidad es la de nacidas durante
1967 (que cumplió los 43 años en 2011, último año del que se dispone de información
por el momento). En definitiva, para las nacidas con anterioridad a 1959 se tendrá la
pauta de fecundidad truncada por la izquierda, y para las nacidas con posterioridad a
1967 se la tendrá truncada por la derecha.
Si se considera que cada cohorte de nacimiento singular dentro del grupo quinquenal de
generaciones 1950-54 actuó de manera similar, se consigue construir para éste su pauta
de fecundidad desde los 21 años (que la generación 1954 cumplió en 1975) en adelante,
tal y como se representa en el gráfico 5. Tener que empezar a los 21 años supone
carecer de la pauta completa, ya que, como puede comprobarse en el susodicho gráfico,
a esa edad la fecundidad de primer orden era ya importante para las nacidas en el primer
quinquenio de la década de 1950 (con una tasas de 0,07 primeros hijos por mujer). Por
ello, en lo que se refiere a este primer orden, sólo se puede ubicar –como indicador de
calendario- la edad modal, que serían los 23 años (con una tasa de 0,11 hijos por mujer).
Gráfico 5. Pautas de primofecundidad por edad según generaciones quinquenales
Fuente: elaboración a partir de las tasas transversales acumuladas (datos INE)
Para las nacidas cinco años más tarde, en 1955-59 ya se puede estimar la práctica
totalidad de su pauta de primofecundidad (gráfico 5), pudiendo calcularse que para estas
cohortes la descendencia final de primogénitos fue de 0,91 (es decir, un 9% de ellas
quedaron infecundas), teniendo el primer hijo –las alguna vez madres- como media a los
25,3 años. En comparación con las nacidas en 1950-54, para estas generaciones las tasas
fueron substancialmente inferiores entre los 22 y los 26 años (aunque con idéntica edad
modal) y ligeramente superiores más allá de los 28 años. El proceso de retraso del
calendario ya había empezado, por lo que a continuación podemos responder hasta qué
punto esta pauta consiguió recuperar la fecundidad a edades más tardías.
Las cohortes nacidas entre 1960 y 1964 habían cumplido en 2011 los 47 años la más
joven y los 51 años la más antigua. Su fecundidad descendió y se retrasó: así, el nivel de
infecundidad previsto para las nacidas en 1960-64 alcanzará el 12%, lo que supone un
incremento de tres puntos porcentuales respecto a las nacidas cinco años antes. El
primer hijo llegó (para el 88% que lo tuvo) como media a los 26,0 años.
El proceso de retraso del momento de tener un primer hijo ha estado bien presente para
todas las generaciones nacidas en los años sesenta y setenta, tal y como puede
comprobarse en el gráfico 5. Una maternidad cada vez más tardía que ha ido mellando
la proporción de alguna vez madres según cohorte. Así, un 15% de las nacidas en 196569 no tendrán ningún hijo biológico, un porcentaje seis puntos porcentuales mayor que
las nacidas diez años antes. Por otro lado, su edad media a la maternidad será de 28
años, lo que supone un calendario en promedio algo más de dos años y medio más
tardío que las cohortes 1955-59. Una tendencia hacia el retraso en el calendario y a la
caída de la intensidad final que continúa para las nacidas en los años setenta (gráfico 5).
En definitiva, la primofecundidad de las generaciones nacidas durante la explosión de
nacimientos no ha conseguido recuperar el nivel de las cohortes más antiguas.
En paralelo a este patrón de retraso se desarrolló un claro adelanto para las generaciones
nacidas en los ochenta y principios de los noventa, que rejuvenecieron el calendario en
contraste con las cohortes precedentes, y que mantuvieron la tendencia hasta que la
crisis económica les ha cortado las alas (gráfico 5): en efecto, las tasas de
primonupcialidad de estas cohortes ha disminuido notablemente la aceleración
observada en su juventud, aunque de nada podemos estar seguros sobre su futuro.
A continuación, quisiéramos mostrar unos ingeniosos procedimientos que pretenden
proyectar los índices sintéticos de fecundidad del momento hacia la descendencia final
de las generaciones.
6. Proyectar la intensidad a través de la evolución del calendario del momento
El análisis demográfico de la fecundidad se ha enriquecido con la aparición de algunos
indicadores que pretenden estar libres de algunas distorsiones presentes en la Tasa Total
de Fecundidad (también llamada Índice Sintético de Fecundidad: la suma de las tasas
específicas de fecundidad por edad), en especial de las que se producen cuando en un
mismo momento se concentra la fecundidad de distintas cohortes con dispares
calendarios (Sobotka, 2003), como ya hemos visto es el caso del período comprendido
entre mitad de la década de los noventa y la primera del siglo XXI.
Al igual que la suma de las tasas específicas de primofecundidad dan lugar a la tasas
total de fecundidad de primer orden (TTF1), su adición por generación ofrece la
descendencia final de primer orden (DF1), es decir, el número de mujeres que serán
madres cuanto menos una vez: su opuesto es la proporción de infecundidad de cohorte.
Como puede apreciarse en el gráfico 6, la distancia entre uno y otro indicador es
considerable: mientras que durante el período 1986-93 la TTF1 fue de alrededor de 0,65
primeros hijos por mujer, las cohortes nacidas unos 25 años antes (1960-67)
mantuvieron una fecundidad de primer orden de alrededor de 0,85 hijos por mujer, una
distancia de 0,2 hijos por mujer que nos debe poner en cuestión una interpretación poco
reflexiva de los datos transversales.
En este apartado presentamos una tasa total de fecundidad según orden de nacimiento
ajustada por calendario (ajTTFi), propuesta por Bongaarts y Feeney (2000) y que se
calcula según la siguiente ecuación:
donde ri,t es el cambio en la edad media de fecundidad del orden de nacimiento i entre el
principio y el final del año t. Los mismos autores recomiendan estimar ri,t de la siguiente
forma:
donde EMMi,t es la edad media a la maternidad de orden i, calculada a partir de las tasas
específicas por edad. De igual manera, la TTF ajustada se calcularía como la suma de
las ajTTFi.
A partir de aquí contrapondremos las tasa total de fecundidad de primer orden y la
misma tasa ajustada por el calendario, con descendencia final de primer orden (gráfico
6). Al aplicar estos ajustes, la tasa se eleva entre 1981 y 1995 (que correspondería a las
generaciones 1956-70), pero cae entre 1996 y 2005, lo que supondría que las nacidas
durante la década de los setenta batirán records históricos de infecundidad en España,
tal y como también nos parece desvelar el análisis por cohortes que acabamos de
realizar en el anterior apartado.
Gráfico 6. Tasa Total de Fecundidad de primer orden (TTF1), ajustada por los cambios
en el calendario (adTTF1) y Descendencia Final de primofecundidad (DF1).
1,30
1,20
1,10
1,00
0,90
0,80
0,70
0,60
0,50
0,40
0,30
0,20
0,10
0,00
TTF1
adTTF1
2011
2009
2007
2005
2003
2001
1999
1997
1995
1993
1991
1989
1987
1985
1983
1981
1979
1977
1975
DF1
Fuente: elaboración a partir del MNP y de la interpolación entre recuentos de población.
7. Algunos elementos que explican el retraso en el calendario
La utilización de los microdatos del Movimiento Natural de la Población (MNP) no
permite controlar la estructura por edad de cada momento temporal, pues en esta fuente
de datos sólo tenemos a quien tiene hijos. Al representar el número mensual de
nacimientos de primer orden entre 1975 y 2012 (para este último años sólo disponemos
del primer semestre, como puede verse en el gráfico 7), queda de manifiesto el
importante componente estacional de este indicador bruto, así como la evidencia de que
el volumen de primeros hijos en la actualidad es muy similar al registrado a mediados
de los setenta: la fecundidad es mucho más baja ahora que entonces porque la población
en edad de tener hijos es hoy en día mucho más voluminosa que hace treinta y cinco
años.
También el cálculo de la edad media adolece de la interferencia en la estructura por
edad, pues no podemos controlar si hay más o menos nacimientos en una edad
determinada debido a que hay más o menos población a esa edad. Recordando este
inconveniente, podemos afirmar que entre mediados de los setenta y mediados de los
ochenta las mujeres tuvieron un primer hijo en promedio a los 25 años de edad, una
edad que empezó a retrasarse con claridad a mediados de los ochenta hasta alcanzar los
29 años a principios de siglo y los 30 entre 2003 y 2008 (podemos decir que la
expansión económica supuso la estabilización de la tendencia). Desde 2008 en adelante
la edad media ha continuado su retraso, llegando prácticamente a los 31 años en 2011.
Cabe destacar también que la edad media a la paternidad masculina siguió una
tendencia paralela a la de la maternidad, con un desfase de dos años y medio (gráfico 7).
Gráfico 7. Número absoluto de primeros hijos y edad media a la maternidad y a la
35,00
30.000
30,00
25.000
25,00
20.000
20,00
15.000
15,00
10.000
5.000
0
Primogénitos
Edad media a la paternidad (masculina)
Edad media a la maternidad
edad media
35.000
I/1975
VI/1976
XI/1977
IV/1979
IX/1980
II/1982
VII/1983
XII/1984
V/1986
X/1987
III/1989
VIII/1990
I/1992
VI/1993
XI/1994
IV/1996
IX/1997
II/1999
VII/2000
XII/2001
V/2003
X/2004
III/2006
VIII/2007
I/2009
VI/2010
XI/2011
número de nacimientos
paternidad, España, mensualmente, 1975-2012.
10,00
5,00
0,00
Fuente: elaboración a partir del MNP.
Tras esta descripción, nos proponemos analizar algunos factores que inciden en la edad
de tener un primer hijo, es decir, en el calendario de la primofecundidad. Vamos a
utilizar la técnica de la regresión multivariable para ir incorporando variables
explicativas, a medida el MNP va ofreciendo con el tiempo mayor riqueza informativa.
En definitiva, el análisis que a continuación presentamos distingue la estructura de los
nacimientos (el porcentaje para cada característica analizada) y la evolución de la edad
media de las madres en cada uno de ellos. Para empezar, quisiéramos dibujar hasta qué
punto incide en el calendario de este fenómeno el hecho de tener o no pareja y que la
nacionalidad de los padres sea española o extranjera. Existe la idea de que la fecundidad
temprana es fruto de la inmigración y de la desestructuración en el proceso de
formación familiar o, en otras palabras, de culturas ajenas a la española y de infantes
con un padre que no los reconoce al nacer.
Gráfico 8. Estructura de los nacimientos según registro de la pareja y nacionalidad de
los cónyuges (falta las parejas de nacionalidad española)
18,00
16,00
14,00
12,00
española, sin pareja
estranjera sin pareja
ambos estranjeros
pareja mixta (madre estrangera)
pareja mixta (padre estrangero)
10,00
8,00
6,00
4,00
2,00
I/1996
IX/1996
V/1997
I/1998
IX/1998
V/1999
I/2000
IX/2000
V/2001
I/2002
IX/2002
V/2003
I/2004
IX/2004
V/2005
I/2006
IX/2006
V/2007
I/2008
IX/2008
V/2009
I/2010
IX/2010
V/2011
0,00
Fuente: elaboración a partir del MNP.
El componente principal de los nacimientos según estos factores ha sido durante todo el
período observado el de la pareja en que ambos tenían la nacionalidad española, pero
éste cayó desde un 93% a mediados de la década de los noventa hasta un 74% en el año
2008, momento en que empezó a incrementarse de nuevo hasta suponer a finales de
2011 un 76% del total de nacimientos. De manera complementaria, se producía, en
especial a partir de inicios del siglo XXI, un incremento de nacimientos en que ambos
padres detentaban una nacionalidad extranjera, que llegaron a suponer un 16% en 2008.
Con la crisis, el componente de nacimientos con ambos padres de nacionalidad
extranjera está disminuyendo, alcanzando en 2011 un 12%. Además este nuevo siglo
también ha presenciado un substancial incremento de los nacimientos en que o bien sólo
el padre o sólo la madre tenían nacionalidad extranjera, es decir, con un pareja de
progenitores mixta, que antes del amanecer del nuevo siglo involucraban a un 2% de los
nacimientos, pero que desde 2008 en adelante se han estabilizado en un 5% aquellos en
que la madre es extranjera y en un 4% aquellos en que lo es el padre. Destacar
finalmente la presencia de nacimientos en núcleo monoparental, que se mantuvieron
entre el 1,5 y el 2% si la madre era de nacionalidad española y llegaron a alcanzar el 1%
antes del advenimiento de la crisis si la madre tenía nacionalidad extranjera (gráfico 8).
Grafico 9. Estandarización de la edad media a la primera maternidad según momento de
observación a partir de la estructura según padre registrado y nacionalidad de los padres.
4,00
3,50
3,00
observada
controlando por la nacionalidad de la pareja
2,50
2,00
1,50
1,00
0,50
I/1996
IX/1996
V/1997
I/1998
IX/1998
V/1999
I/2000
IX/2000
V/2001
I/2002
IX/2002
V/2003
I/2004
IX/2004
V/2005
I/2006
IX/2006
V/2007
I/2008
IX/2008
V/2009
I/2010
IX/2010
V/2011
0,00
Fuente: elaboración a partir del MNP.
La metodología que utilizaremos para comprobar si el retraso de la edad media al
primer hijo cambió a causa de la inmigración en España durante los primeros años de
este siglo es una estandarización: ¿de qué manera hubiese variado este indicador sin la
fuerza de la población extranjera? El gráfico 9 contrapone el cambio observado en años
de la edad media a la primera maternidad (en relación a enero de 1996) y la que se
hubiera obtenido de no variar la estructura según nacionalidad: sin la aportación de la
inmigración el retraso hubiese sido a partir de 2000 significativamente mayor, pues en
el primer lustro del siglo XXI en vez del retraso de medio años observado se hubiese
dado un retardo de un año, y de 2005 a 2008 en lugar de estabilizarse, la edad media a la
maternidad hubiese continuado retrasándose (gráfico 9).
La tabla 1 presenta la edad media a la primera maternidad en relación a las que tuvieron
un primer hijo más jóvenes, a saber, aquellas parejas en que ambos miembros eran
extranjeros, distinguiendo la situación durante la expansión económica (2000-2008) y
durante la crisis (2009-2011).
Tabla 1. Diferencia en la edad según padre registrado y nacionalidad de los padres
(media en el período 1975-2011), en años respecto a la referencia.
Pareja, ambos extranjeros (ref.)
Sin pareja, española
Pareja mixta, madre extranjera
Pareja mixta, padre extranjero
Pareja, ambos españoles
Sin pareja, española
0,00
1,03
1,38
3,45
4,14
4,87
Fuente: elaboración a partir del MNP.
8. Conclusiones
La evaluación de los datos del MNP en lo que respecta a su capacidad de evaluar la
primonupcialidad nos deja un sabor agridulce, pues parece que para las generaciones
1955-59 acertó en dibujar su calendario pero subestimó su infecundidad, y para las
nacidas en 1960-69 sucedió lo contrario, pues afinó en la infecundidad definitiva pero
difirió en el calendario. Aunque estamos confusos, hemos decidido que los posibles
fallos no son suficientes para desestimar la utilización de este minucioso registro de
nacimiento, pues retrata con gran fiabilidad el fenómeno para el que ha sido diseñado.
El incremento de la fecundidad de primer orden que tuvo lugar desde finales del siglo
XX hasta 2008 tuvo dos componentes demográficos: por un lado, la recuperación de la
natalidad entre las generaciones del baby-boom, a edades tardías y, por otro, el
rejuvenecimiento del calendario de las cohortes nacidas en los ochenta. Si el objetivo de
las boomers era mantener la fecundidad de primer orden de las generaciones
precedentes no lo consiguieron, pues la infecundidad definitiva cayó sin descanso
cuanto más joven es una cohorte, pasando del 9% de las generaciones nacidas en 1959
al 15% de las nacidas en 1967, las últimas para las que hemos podido calcular este
indicador.
Todo apunta a que la fecundidad seguirá cayendo sin descanso en los próximos tiempos,
pues podemos dar por terminada la recuperación de la primofecundidad entre las más
mayores y, por otro lado, el adelanto del momento de tener un primer hijo entre las
generaciones más jóvenes se ha detenido abruptamente. Las estimaciones que proyectan
los indicadores transversales hacia los de generación hablan en el mismo sentido: aun
teniendo en cuenta el retraso en el calendario de la primofecundidad, las generaciones
irán progresivamente aumentando su infecundidad, afectando como mínimo a las
generaciones nacidas en los años setenta, pues cuando la crisis pase ya no estarán a
tiempo de recuperar su fecundidad, incluso si así lo desean.
La presencia de población inmigrante ha sido cada vez más importante en la sociedad en
España durante el siglo XXI, una tendencia que se ha truncado con la explosión de la
crisis. Así, los primeros nacimientos en que al menos uno de los progenitores tenía
nacionalidad extranjera pasaron de un 5% en la segunda mitad de la década de 1990 a
un 25% a finales de 2008, cayendo a un 22% a finales de 2011. De no ser por esta fuerte
presencia inmigratoria, la edad media a la primera maternidad se hubiese retrasado
mucho más, pues la inmigración consiguió estabilizar la edad media de estas madres
primerizas entre 2004 y 2008, mientras que aquellas de nacionalidad española
continuaban retrasando el calendario.
Poca duda cabe ante la información presentada que la expansión económica que se
experimentó durante el cambio de siglo fue aprovechada para devenir madres por
muchas mujeres que aún no lo habían sido porque no habían encontrado el momento
propicio. Además, algunas más jóvenes también se aprovecharon de las circunstancias
propicias y adelantaron su calendario. La mejora económica provocó el efecto llamada
entre la población que emigró a España para trabajar y formar familia.
El que durante esta expansión económica se produjera una significativa recuperación
nos hace pensar que la interpretación se adecúa más a la adaptación a la coyuntura que
al cambio en los valores en relación a la maternidad y su vínculo con la educación y el
mercado de trabajo. Sin embargo, deberíamos explotar la información sobre estos dos
últimos aspectos que ofrece el MNP a partir de 2005 para concluir sobre este tema con
mayor conocimiento de causa.
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