GENEALOGÍA DE UNA NOSTALGIA: LA IGLESIA CATÓLICA ESPAÑOLA Y LOS GRUPOS LAICOS DE INSPIRACIÓN CRISTIANA EN TIEMPOS DE DESPLAZAMIENTO INSTITUCIONAL Joseba García Martín1 Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU) Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva (CEIC/IKI) [email protected] Resumen Durante el período democrático, las movilizaciones en torno a políticas de contenido ético y moral han sido escenario de controversia bajo los gobiernos de distinto signo político, siendo las leyes del divorcio, aborto y matrimonio homosexual —aunque no los únicos— los proyectos públicos que más oposición han suscitado. Los principales grupos movilizadores han recibido apoyos de organizaciones más específicas enraizadas en la Iglesia católica (aunque desvinculadas, imbricadas en su discurso social) para mantener la presencia de su posición en los debates de interés colectivo y manifestarse en el espacio público. Nuestra hipótesis es que el desplazamiento de lo institucional a lo parainstitucional, parece ser la renovada respuesta a la erosión y sustitución-reemplazo de las formas más tradicionales de actuar de la institución eclesiástica en un contexto de rápida secularización. A través de esta investigación tratamos de determinar cómo y por qué se viene produciendo este cambio hacia la movilización social, para intentan influir y modificar las decisiones políticas a través del mantenimiento de la presencia discursiva en la esfera pública. Por medio del consiguiente texto, se indagará la genealogía relacional entre la Iglesia católica y el Estado español, rastreando los diferentes momentos en los que el proceso de secularización ha erosionado a la religión institucionalizada. Para ello, abordaremos los cambios legislativos capitales que han que acontecido desde el tardo-franquismo (ley de libertad religiosa y creación de una Conferencia Episcopal) hasta los primeros años de la democracia (leyes sobre educación, divorcio, la Constitución del 78 y la financiación de la Iglesia). A su vez, y de forma trasversal, se analizarán los posicionamientos políticos respecto a lo social en los momentos capitales analizados en los que se busca frenar la erosión consecuente con el proceso de secularización. Palabras Clave: Secularización; laicización; Iglesia católica; espacio público. 1 Beneficiario del Programa Predoctoral de Formación de Personal Investigador (FPI) No Doctor del Gobierno Vasco. 1 1. INTRODUCCIÓN “No significa progresión desde lo peor a lo mejor. No hemos pasado desde la ʻreligión primitivaʼ que han tenido los pueblos tribales hasta las religiones más grandes que tiene la gente como nosotros (…). La evolución religiosa nos proporciona nuevas capacidades, pero no nos dice nada acerca de cómo estas capacidades serán usadas” (R. Bellah, Religion in Human Evolution. From Paleolithic to the Axial Age. En Pérez-Agote, 2012: 11). En los últimos siglos el mundo ha presenciado profundas transformaciones que han alterado las diferentes dimensiones y ámbitos bajo las que opera la vida social. Las concreciones acontecidas en las esferas económica, científica, política, cultural y religiosa dan cuenta de la deriva autónoma asumida, así como evidencian los solapamientos bajo los que se han mostrado en otros momentos en los que incidían de acuerdo a otras lógicas de solidaridad. En el mundo contemporáneo, siendo todos estos procesos complejos, visibles y relevantes, la dimensión religiosa se ha visto atravesada por una transformación, si cabe, más profunda de las ocurridas por las demás esferas. Ello, desde luego, contrasta con la profecía postulada por aquellos que planteaban la desaparición de la religión de las sociedades modernas (Santiago, 2015), aquellos que más allá de la diferenciación estructural y de la emancipación de las diferentes esferas de las normas y las instituciones religiosas predijeron la inevitable privatización (Luckmann, 1973) y desaparición de las religiones (Berger, 2006) a nivel global en una suerte de proceso imparable y necesario. Más al contrario, la centralidad que la dimensión religiosa está adquiriendo en los diferentes conflictos existentes en la contemporaneidad parecen refutar dichas teorías que “al tiempo que la diferenciación de esferas reclama su permanencia frente a embates que procuran restituir integralidades pasadas” (Bokser Liwerant, 2008: 59). El resurgimiento religioso se manifiesta reclamando nuevas lógicas de interacción entre la moralidad pública y privada, partiendo de la emergencia de nuevos movimientos que tienen en la religión su elemento vertebrador (aunque) velado. Las manifestaciones 2 religiosas en lo contemporáneo, de esta forma, desbordan el espacio privado al que teóricamente habrían sido destinadas, tratando de encontrar reconocimiento en la esfera pública, en el de la política de Estado, ámbito en el que se expresan, rearticulan y reclaman, mediados, también y fundamentalmente, por la legitimidad de la ciencia (Dobbelaere y Pérez-Agote, 2015) que los ampara como interlocutores válidos en un escenario plural, diferenciado y racionalizado. Su derecho de expresión y acción será realizado a través del proceso de abandono del ʻlugar asignado en la esfera privadaʼ, además del ingreso en la esfera pública indiferenciada de la sociedad civil, participando del continuo proceso de disputa, legitimación discursiva y delimitación y restablecimiento de límites, iniciando, así, el proceso de “desprivatización” (Casanova, 1994: 64-69) que trata de generar las condiciones de posibilidad que, más que mantener su espacio y funciones tradicionales, participaran de forma activa en la conformación de los límites cambiantes entre legalidad y moral, “entre el individuo y la sociedad, entre la familia, la sociedad civil y el Estado” (Bokser Liwerant, 2008: 66). El caso de la religión institucionalizada mayoritaria (o hegemónica) en España, el catolicismo, reúne estrategias coincidentes con las de otros Estados occidentales (Graziano, 2012) para frenar el proceso de secularización o, cuanto menos, encontrar un acomodo privilegiado en los Estados en los que ha operado como parte integrante de la conformación identitaria2, cultural y política. Si en otro momento histórico el cristianismo jugó un papel central en la construcción de significatividad en las esferas de la realidad, ahora, debilitado y en un contexto político que comprende la diferenciación de esferas como la práctica de gubernamentalidad más deseable, trata de invadir dichas esferas dejando su impronta en cuestiones que regulan la cotidianidad de la ciudadanía (salud reproductiva, educación y ciencia fundamentalmente)3. El caso español, sin embargo, se complejiza debido al papel ambiguo e interesado desempeñado por la Iglesia católica durante la dictadura y al fin de ésta, puesto que “de 2 Para trazar las líneas centrales que articulan tradición, religión, memoria e identidad, Cfr. HervieuLéger, 2005. 3 El mejor estudio que conozco sobre las estrategias de la Iglesia católica para continuar vigente en la toma de decisiones en el ámbito de la política a nivel europeo es: Cfr. Dobbelaere y Pérez-Agote, 2015. Aquí, y a través de un estudio comparado entre cinco países de tradición católica mayoritaria (Bélgica, Francia, Italia, Portugal y España), se indagan las temáticas y estrategias más destacadas utilizadas por las respectivas Conferencias Episcopales para hacerse visibles, y en la medida de lo posible, influenciar en la realidad de los países en los que operan. 3 legitimadora del sistema pas[ó] a ser crecientemente legitimadora del cambio del sistema” (Mardones, 1990: 124): la imbricación y legitimación con la que la jerarquía católica sostuvo al franquismo, aportando un aparataje justificador religioso de la guerra civil —en términos de Cruzada por la fe— (Piñol, 1999; Pérez-Agote, 2003) primero, y como agente mantenedor del orden social en la consiguiente dictadura militar (Moya, 2004) después, dificulta la comprensión del rol de la misma en la historia reciente de España si lo contraponemos al decisivo papel posterior que asumió para la consecución de la democracia representativa (Díaz-Salazar: 1990; Brassloff, 1998; Callahan, 2003 Requena Santos, 2003) y el colapso de la dictadura militar. Este cúmulo de contradicciones convierte a la Iglesia católica en una institución tan compleja como sugerente. En un plano más general, la estrategia política y social urdida desde el Vaticano para — a través de un documento aperturista y reconstituyente como lo fue el Concilio Vaticano II— generar un escenario renovado, se plantea en el momento en el que las consecuencias del proceso de secularización están alcanzando cotas elevadísimas4 y como maniobra para frenar su avance. Particularmente profundas serán las consecuencias del Concilio en España y para la jerarquía eclesiástica, puesto que la institución transitará de la legitimación mutuamente beneficiosa para con el régimen a una posición ʻprivatizadaʼ5 en el nuevo sistema democrático para, al tiempo de ver disipada su capacidad de influencia en el diferenciado campo político racionalizado, ʻdesprivatizarʼ6 de nuevo sus posicionamientos y emplazarlos, otra vez, en el campo público, aunque ya de una forma transformada (Mardones, 1990). La concreción adaptativa acontecida en el caso español será el lugar de referencia y reflexión de lo que continúa. El objetivo último de este escrito busca conformar una realidad sociopolítica en la que la emergencia de grupos laicos de inspiración cristiana —imbricados en el discurso 4 Bajada acusada de la práctica dirigida hacia la institución, disminución significativa de las vocaciones, incremento de religiosidades individuales construidas bajo el principio del bricolaje, emergencia de espiritualidades de tipo oriental, etc. Cfr. Mardones, 1990; Pérez Vilariño, 1997; Blázquez, 1991; Piñol, 1999. 5 Para comprender la teoría de la privatización de la religión, la referencia fundamental sería, Cfr. Luckmann, 1973 6 Esta corriente de la teoría sociológica, ampliamente trabajada en la contemporaneidad, tiene como texto básico, Cfr. Casanova, 1994. 4 oficial de la Iglesia católica española—, defiendan los postulados de ésta en el racionalizado y diferenciado espacio público contemporáneo, posibilitando y visibilizando la racionalidad católica sin llegar a vulnerar, al menos teóricamente, el principio de diferenciación de esferas propio de los Estados democráticos modernos. Previo a tal paso, y a través del presente texto, quisiera dibujar las condiciones de posibilidad para la emergencia de estos colectivos, que será a partir del proceso de laicización manifiesta (Dobbelaere, 1981: 31-96), y que concurrirá como el proceso que antecede a la construcción de colectivos que busquen paliar o regresar a etapas menos acusadas del proceso de secularización en las sociedades diferenciadas contemporáneas. Más allá de ser conceptualizada como un proceso irreversible y mecánico, el de secularización es un transcurso con avances y retrocesos, idas y venidas que, a partir de la agencia y la capacidad asociativa, puede se continuada o revertida: “No es ni un proceso sencillo ni evolutivamente mecánico: los humanos producen y definen su dirección con referencia a circunstancias históricas cambiantes” (Dobbelaere, 2008: 20). Recapitulando, a partir de este texto, quisiera contrastar la teoría de la secularización a la luz de los cambios legislativos producidos desde el fin de la dictadura (mediados de la década de los sesenta) hasta el primer gobierno socialista (1982) que han posibilitado la emergencia de grupos laicos de inspiración cristiana, indagando, para ello, sobre los acontecimientos capitales producidos en el plano societal y que son fundamentales para comprender el surgimiento de estos colectivos, así como el devenir y ʻregresoʼ de la religión a la esfera pública. El contenido se articula en torno a dos grandes bloques: 1.a) Se abordará la relevancia e implicaciones teóricas, sociales y políticas del Concilio Vaticano II como documento renovador en y para la Iglesia católica en lo que refiere a la relación entre la Iglesia-Estado y; 1.b) a partir de cambios legislativos concretos, se comprenderán los presupuestos de la teoría de la secularización a través del proceso de diferenciación de esferas y la acomodación de la religión en el renovado espacio público español a la salida de la dictadura franquista, los inicios de la transición a la democracia y los primeros años de libertad política en el Estado. El segundo bloque se articula en torno dos tensiones: 5 2.a) la primera tensión se centra sobre el eje «internacional-nacional» (el epicentro Vaticano establece la estrategia a seguir por el catolicismo en las diferentes naciones) y; 2.b) la segunda tirantez se construye sobre el eje «Estado secular-autonomía religiosa» (comprendiendo el proceso de autonomización y solapamiento de reivindicaciones complejas en escenarios plurales y secularizados). Comprender esta realidad, tenerla en consideración, resulta, a mi juicio, fundamental para arrojar luz sobre los colectivos que retornan la religión institucional al espacio público, pudiendo datar su origen en los comienzos de la transición democrática, cuando se reivindicaron cuestiones morales y éticas no problematizadas hasta que la diferenciación político-religiosa no se hizo efectiva. La creación de colectivos que defendieran posiciones conservadoras en torno a la educación, la religión en el espacio público, o en cuestiones morales o éticas como el aborto, la investigación con células madre o la eutanasia son la reorganizada impugnación de asuntos producto de una racionalidad que contraviene los posicionamientos tradicionales de la Iglesia católica. Por ello, mediante este artículo, quisiera mostrar desde un plano histórico y sociológico los modos en los que ha operado la Iglesia para acomodar sus intereses en un espacio plural y diferenciado. INTERLUDIO I El 10 de agosto de 1960, en la Ciudad de México, el productor Gustavo Alatriste, contrata a Luis Buñuel para que escriba y dirija una película inspirada en la vida de Santa Viridiana (Diez Puertas, 2003: 269-271). El film será una coproducción MéxicoEspaña, ya que por esas fechas el director aragonés tramitaba con las autoridades franquistas su regreso del exilio, coincidiendo con la estrategia urdida por el régimen para visualizar que los exiliados republicanos eran acogidos con concordia. Del lado español, la producción de la película estaría a cargo de la UNINCI, ideológicamente próxima al Partido Comunista, que para el 7 de diciembre de 1960 ya habrían gestionado los permisos de rodaje. El 30 de abril de 1961, terminada la fase de grabación, la cinta viaja a París para la posproducción. La posibilidad de participar en el Festival de Cine de Cannes comenzó a barajarse, pero la Junta de Productores de España consideró que no reunía las suficientes cualidades técnicas y artísticas para 6 representar a la dictadura. La Junta de la Censura, sin embargo, la consideró óptima: Juan Antonio Bardem, director de la UNINCI, enseñó los tres niveles del film (imagen, música y diálogo) por separado, descontextualizando e incidiendo sobre el contenido global de la película: “esta película no es nada y el señor Buñuel chochea” dijeron los censores en el pase que aseguraba la continuidad o el freno de lo fue Viridiana (Trenzado Romero, 2007: 77). Por insistencia del Director General de Cinematografía, José Muñoz Fontás, Buñuel decidió llevar el film a concursar. Las fechas para la presentación apremiaban, y en consecuencia, la película no pasó por España para la aprobación final de la censura. La copia se envió directamente desde Francia, y llegó justo a tiempo de clausurar el Festival. Viridiana7, como no podía ser de otra manera, ganó la Palma de Oro. Al regreso de la expedición, Muñoz Fontás, hombre que había recogido el premio, fue fulminantemente destituido por carta en la misma estación de la frontera de Irún. La razón: L´Osservatore Romano, periódico Vaticano, habría criticado “la impiedad y la blasfemia” de la obra. También pidió la excomunión de todos los participantes del proyecto (García, 2011). El régimen, que actuó con posterioridad a la reacción de la Iglesia, lo hizo con contundencia. Franco ordenó quemar la cinta, cuyos negativos ya viajaban hacia México. 2. EL PROCESO DE LAICIZACIÓN QUE INICIÓ LA IGLESIA: EL CONCILIO VATICANO II A partir de esta anécdota, en muchos sentidos tan surrealista como los filmes del propio Buñuel, emerge la centralidad que la Iglesia preconciliar ocupaba durante la dictadura; su suprema y elevada autoridad. La jerarquía católica, custodio moral y ético del régimen, legitimaba y censuraba a su antojo en el ámbito de la producción cultural y artística (Ortiz Heras, 2005). Las opiniones de la Iglesia eran acatadas por el poder político, así como compartidas sus ofensas: agraviar una de las instituciones significaba ofender a ambas por igual cuando imperaba el más férreo régimen nacional-católico (Moya, 2004). En esta dirección, y apuntando a lo que propone una visión bruta de la teoría general del proceso de secularización, se aprecia cómo el Estado-nación está 7 Escrita (con Julio Alejandro) y dirigida por Luis Buñuel, Viridiana (1961) es la única película española que ha ganado la palma de oro en el Festival de Cannes (premio ex aequo con Una larga ausencia de Henri Colpi). Con Silvia Pinal, Fernando Rey y Francisco Rabal como protagonistas, narra la historia de una novicia que visita a su tío, solitario y viudo desde el mismo día de su matrimonio. Viridiana, la sobrina, que guarda un parecido asombroso con su tía, tras haber sido moral y carnalmente corrompida, será expulsada del convento. Así avanza la historia, siempre entre lo sagrado y su profanación. 7 influenciado por la religión en los aspectos concernientes a la gubernamentalidad de la población y su producción cultural, no observando, en el sentido grueso, un avance en el proceso de pérdida de influencia social de la religión a través de la erosión de ideas y organizaciones religiosas (Pérez-Agote, 2012: 4). La diferenciación funcional en el plano societal, por lo tanto, parece mínima. Pero, ¿es la situación tan simple, llana? A la luz del tiempo, ¿no se podría asegurar que los diversos estudios han corroborado que, para comienzos de los años 60, la población española se encontraba en niveles de secularización similares al de los demás países europeos a pesar de que esto no se reflejara en la conformación política del Estado? ¿Podría explicarse la rápida secularización de las conciencias de alguna otra manera? La comunión entre Iglesia-Estado ralentiza la diferenciación efectiva entre las esferas constituidas en paralelo a la modernidad pero, ¿qué es lo que frena el avance de un proceso enérgico que incide en los planos societal, organizacional e individual? ¿Pudiera parecer que lo ocurrido con Viridiana, más que una muestra de la ineficacia del sistema de control del régimen (que en otros momentos dejaron proyectar otros filmes también críticos como Plácido o El verdugo) fuera, por el contrario, la proyección del hastío y la deslegitimación que dentro de la Iglesia progresista y crítica empezara a bosquejarse? Y ello nos obliga a pensar sobre el proceso de erosión de la religiosidad políticamente legitimada: ¿será que el proceso de secularización más que una dinámica unidireccional fuera, por el contrario, un fenómeno complejo, efectivamente multidimensional, con idas y venidas, avances y retrocesos, y del cual la connivencia/distanciamiento en la España franquista sea una de sus manifestación occidentales más evidentes? Son muchas las preguntas circundantes que articulan el presente texto, aunque la principal investigue sobre el proceso de diferenciación funcional de esferas en la dimensión societal a partir del proceso de laicización (Dobbelaere, 2008: 19) que se inicia a mediados de los años 60, durante el régimen franquista, y que continuó después de la muerte del dictador, durante el período de transición hacia la democracia y hasta la actualidad a través de la composición y legislación de aspectos que erosionaran la hegemonía de la Iglesia católica sobre la sociedad española. 3. LA SECULARIZACIÓN DE LA SOCIEDAD: EL PROCESO DE DIFERENCIACIÓN DE ESFERAS COMO ESTRATEGIA DE ACOMODACIÓN 8 El devenir de la Iglesia en el Estado, así como, más en concreto, el declive de la dictadura franquista y las transformaciones religiosas y políticas ocurridas a posteriori, se han visto íntimamente ligadas a lógicas geopolíticas aplicadas desde el Vaticano (como agente netamente político), que ha operado para adaptarse a un mundo diferenciado, religiosamente plural y tecnologizado, en donde buscaba que las demandas de la institución se vieran óptimamente satisfechas, y en paralelo al proceso de secularización, que ha azotado con una fuerza bestial e incomparable la estructura genética (comunidades religiosas devenidas a raíz del proceso de secularización y racionalización en Estados-modernos) de la que son condición de posibilidad (Santiago, 2015). En un escenario en vías de ser radicalmente alterado (consecuencia de la falta de plausibilidad que Berger (2006) diagnostica en una realidad religiosamente plural y racionalizada), el Concilio Vaticano II ejerce como catalizador, como argumentario teológico bajo el que operar para frenar el proceso de secularización, como un aggiornamento (Brassloff, 1998) o puesta al día de la Iglesia, como una renovada lógica con la que adaptarse a los nuevos y complejos y diferenciados tiempos. El Vaticano II funciona —más que como documento coyuntural— como proceso, como estrategia que busca un nuevo espacio de incidencia en el mundo moderno, como regulador de la relación con la política y las demás confesiones religiosas: “se trataba nada menos que de poner por escrito tendencias que se venían perfilando desde hacía mucho tiempo y que solo la prudencia había impedido reconocer oficialmente hasta entonces” (Graziano, 2012: 33). La particularidad de este documento en el Estado español es que, de manera manifiesta y explícita, desarticulaba un sistema político y de gobierno —(re)instaurado por el general Franco (Pérez-Agote, 2003; 2008a)— que estaba sujetado por un principio que tras el Concilio era imposible de perpetuar, la unión en-una-misma-institución de la Iglesia-Estado (o hablando en concreto: entre la jerarquía de la Iglesia española y el Estado franquista) radicalmente reformulada a partir del escrito, y que en sentido último, refería al incierto porvenir del nacional-catolicismo. William J. Callahan, autor de la obra capital para comprender la relación histórica entre la Iglesia-Estado en España, y refiriéndose en concreto a la situación generada tras el Concilio, afirma que aquellos que “han trabajado en el impacto del Concilio en la Iglesia en España se han 9 referido a ello en términos de «crisis», «un auténtico trauma», «desconcierto», «una bomba de efectos retardados» y un «shock violento»” (2003: 396), y de una manera más violenta y encarnada, el Cardenal Tarancón, jerarca católico con vocación política y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) entre los años 1971-1981, lo interpretó “como una pedrada” (Ibid.), como una llamada a desocupar espacios de influencia no legitimables en una sociedad plural y diferenciada. En este contexto tiene sentido la desvinculación de la Iglesia con el régimen, y tras abandonar su reducto de legitimidad mayor, el resquebrajamiento de la dictadura como sistema de gobierno, que era interpretado como “cuasiteocrática, en la cual el Estado se encuentra, si no subordinado a la Iglesia, al menos estrechamente vinculado a ella y reconoce el predominio de una religión sobre todas las demás” (Baubérot, 2008: 53). Con este desligamiento emerge la posibilidad de pensar en políticas laicizantes, que den lugar a “un proceso de transición de formas de legitimidad sagradas a formas democráticas, o basadas en la voluntad popular” (Blancarte, 2008: 30). Todo va en coherencia con el proceso de secularización tal y como lo ha abordado Karel Dobbelaere, que analiza dicha estrategia de desplazamiento “como proceso de laicización, conceptualizado como proceso de diferenciación” (1981: 14), y que daría cuenta de “la progresiva autonomía que adquieren diferentes esferas en relación con la esfera religiosa, y en particular a la progresiva autonomía/independencia alcanzada por la esfera política y el Estado con respecto a la religión y la Iglesia” (Pérez-Agote y Santiago, 2008: 10). Pero este proceso comprende diferentes dimensiones de incidencia, que deben ser distinguidas analíticamente para comprender el cambio religioso en su complejidad y espacios de ocurrencia: macro, meso y micro (Dobbelaere, 2008; 2007; 1981), o dicho de otro modo, “en los niveles del sistema social, organizacional e individual” (Santiago, 2008: 197). Según Dobbelaere, la secularización o proceso de laicización ocurre en tres dimensiones sociales relativamente independientes entre sí. Seguir esta teoría resulta de enorme valor puesto que “permite romper con la unilateralidad de las teorías que defienden la tesis de la secularización como un proceso creciente, global y de desecularización tout court” (Ibíd.). De esta manera, sociedades que pueden ser definidas como religiosas en términos de composición legislativa en asuntos vinculados con la moral y la ética (como la franquista en asuntos como el divorcio y la esencia del matrimonio, el aborto y la educación, por ejemplo) encierran 10 niveles avanzados de secularización en el plano individual (Díaz-Salazar, 1993; PérezAgote, 2008b), situación que trata de ser gestionada con la creación de organizaciones de oposición o resistencia al cambio que se articulan en torno al plano societal e individual para frenar el avance del proceso de secularización. En este sentido, Dobbelaere emplazaría la dimensión laicizante del Estado como catalizador para el surgimiento un proceso de cambio religioso, en el que sean —las propias organizaciones religiosas— las que secularicen sus “formas internas de organización y operación” (Bericat Alastuey, 2003: 275). En este proceso pueden darse (y se dan) idas y venidas: procesos de resacralización y secularización. Lo vemos. INTERLUDIO II En el año 1975, Nicanor Parra publica News from nowhere. En este poemario, El reloj de Venancio se erige como uno de los artefactos visuales más conocidos: Fuente: Parra, 2011: 907-908. Ambos antipoemas responden al nombre de “El reloj de Venancio”. Nicanor dibuja varios relojes que son uno. Este reloj, como cualquier otro, marca las horas en función del transcurso del tiempo y de la posición de las manecillas, pero también recuerda al que lo mira que los «asuntos de Dios» se dan en todo momento. En el artefacto, sin embargo, y a pesar de que todas las referencias lleven a la consideración de Dios, esto no se produce de una manera directa, sino mediada. Dios aparece entre las cosas cotidianas de manera subrepticia, sosteniendo cada instante, elevándolo de lo terrenal hacia lo divino. Pero el punto de partida siempre es el mundo, el espacio de las interacciones humanas que se dan en el transcurso de la vida. Tras cada hora está Dios, igual que tras cada minuto y segundo marcados por el reloj de 11 Venancio, que esquizofrénicamente no puede dejar de apreciar que todo lo humano emana de Dios y que debe honrarle y alabarle a través de sus acciones e interacciones en la sociedad. Coherentemente con esa racionalidad, una que considera que «Todo es de Dios», y que Él opera en el espacio-tiempo de los humanos, Venancio tratará de acomodar el mundo para que le sea agradable. 4. APLICACIÓN CONCRETA DEL PROCESO DE LAICIZACIÓN DEL ESTADO Venancio y su racionalidad, a través de su reloj, que le muestra la profundidad de los asuntos humanos, tratan de incidir en un mundo que erosiona los planteamientos que difeiende a través del proceso de secularización que separa, con la promulgación de leyes laicizantes, cada vez más la esfera política de la religiosa. En lo que continúa, a través de casos concretos de leyes y transformaciones políticas y estructurales, trataré de mostrar cómo el Estado español ha ido secularizándose en el nivel societal, separando paulatinamente la esfera de actuación de la religión de la conformación política del Estado, creando las condiciones de posibilidad para la “emancipación cultural de la religión y de la Iglesia” (Dobbelaere, 1981: 9). Como tímidamente ya he introducido, la tensión se articula en función de dos ejes que en lucha permanente: 1) el conflicto «internacional-nacional», que aparece representado en los dictados que la jerarquía eclesiástica vaticana delimita sobre cuáles son las lógicas de proceder en realidades nacionales plurales, así como los modos de adaptación de las jerarquías nacionales concretas que ven reducidos, en los planos político y cultural, su poder directo, y que es representado a través de las consecuencias del postconcilio, el distanciamiento entre la Iglesia y el Estado, la creación de la CEE y la ley de libertad religiosa, y 2) la tirantez «Estado secular-autonomía religiosa», que frente a las pretensiones de emancipar la esfera religiosa del ámbito público, la jerarquía católica, ejerciendo su poder autonomizado, busca imponer una lógica propia de comprender la realidad, erosionando el proceso de secularización al tratar de mantener la hegemonía sobre las cuestiones concernientes al ámbito de la ética y la moral. Este asunto, como veremos, encuentra su concreción en temas como el divorcio, la educación, o el encaje de la confesionalidad (respecto a la Iglesia católica) en la Constitución de 1978. Tensión I: Relación entre la Santa Sede y la Iglesia católica española 12 La Iglesia, a nivel político y estratégico, con la clausura del Concilio Vaticano II (inaugurado por Juan XXIII en 1962 y clausurado por Pio VI en 1965), toma una determinación que busca hallar acomodo en la trasformada realidad europea: desvincular el Estado de la imbricación religiosa y, por otro lado, generar una esfera de incidencia autónoma. En el plano concreto, la dictadura se ve claramente agraviada con esa decisión, puesto que deslegitima la certificación que el catolicismo español venía ofreciendo al régimen a cambio de sustanciosas retribuciones económicas y políticas. Fundamentalmente son dos las contribuciones fuertes que nos hacen pensar sobre el desalojo del ámbito institucional al para-institucional por medio del proceso de laicización8: la constitución pastoral Gaudium et Spes, y el decreto conciliar Christus Dominus. El primero de ellos habla de la absoluta independencia que debe guiar la relación entre la comunidad política y la Iglesia, y en la segunda, complementariamente, aportando un mayor nivel de concreción y contundencia, se exige la subordinación de las Iglesias nacionales a los designios de la Santa Sede. Analizadas las contribuciones de dichos documentos, se puede observar cómo los primeros esfuerzos por secularizar la Iglesia y laicizar el Estado provenían de la Iglesia misma, de la consideración política de su posición en la realidad plural, al menoscabar el poder de las Iglesias a nivel internacional en general, y el de la española en particular, que será la condición de posibilidad para la emergencia de la “transición democrática de la Iglesia” (Piñol, 1999: 395). La primera contribución que erosiona el poder del Estado franquista, imbricado en un sistema de doble anclaje a través de la fuerza militar y la legitimidad religiosa, acontece cuando uno de aquellos soportes es negado de raíz por medio del Vaticano II. Franco, que no reconoce a su Iglesia en esas decisiones, comienza a desconfiar de la virtud de los integrantes del Concilio (Brassloff, 1998: 15), sin embargo, acatar los dictados, de cara a la perpetuación del régimen en su sentido institucional y lejos del personalismo del representado por el Caudillo (SánchezCuenca, 2014: 10), es la única alternativa posible. Los acontecimientos de adaptación a los pluralistas tiempos se suceden sin freno (al contrario de cómo lo deseaba el dictador y la jerarquía eclesiástica, que empezaba a encontrar disensiones fuertes entre sus 8 El proceso de laicización generará un escenario en el que organizaciones laicas vinculadas a la Iglesia institucionalizada, a partir del cambio religioso, puedan operar en la realidad social. 13 religiosos en función, siempre, del nivel de aceptación o rechazo de la perpetuación de la dictadura y el auge de un alternativo sistema de gobierno). Laicización I: La dictadura legisla la libertad en materia religiosa. La primera de las leyes que secularizan el Estado franquista de manera manifiesta, ocurre con la promoción del cambio legislativo “que más desgarros produjo en los sentimientos de muchos españoles, educados en el dogma de la «una única religión verdadera», la religión del Estado, la católica, fue la Ley del Derecho Civil a la Libertad en materia religiosa, del 28 de junio de 1966” (Blázquez, 1991: 183). Con esta ley, el Estado se secularizaba en tanto que erosionaba al catolicismo como religión única, al tiempo, en paralelo, que se adentraba en una deslegitimación que vislumbraría la desarticulación del régimen. Pero la jerarquía católica fiel al franquismo y devota de la obediencia al papa, aseguraban “que la libertad religiosa no quería decir que todas las religiones fueran igualmente verdaderas” (Blázquez, 1991: 184). De aquí surge la necesidad de generar un organismo que ubicara a la Iglesia frente a las demás confesiones, en una respuesta orquestada desde el plano organizacional, y que evidencia la necesidad de una acción colectiva que empoderara el catolicismo en la esfera pública. Frente a la progresión del proceso de secularización comienzan a aparecer estrategias de erosión de éste. Laicización II: la autonomización de la dictadura. La creación de la CEE. Meses después, tras la ley que nivela todas las confesiones en un mismo plano de validez institucional, se da un paso más en la reforma laicizante propuesta por la jerarquía eclesiástica, postulando el surgimiento de la CEE, y con ello, la emancipación y autonomización del catolicismo respecto de la dimensión societal. En el escenario que ubica todas las confesiones religiosas con el mismo peso, la necesidad de construcción de un organismo autónomo que defendiera los intereses de la Iglesia católica en particular se antoja la estrategia central para la conservación de la presencia en la sociedad española, de ahí surge, en 1966, la CEE, que emerge como “representante de la Iglesia y la ciudadanía católica” (Blázquez, 1991: 182) en una realidad social y política en vías de transformación en cuanto a la desvinculación del régimen se refiere. El Vaticano II cuestionaba la legitimidad del franquismo en tanto que realidad política que aunara al catolicismo como legitimadora última de la dictadura. La división entre instituciones (Estado-Iglesia) y esferas (público-privada) estaba clara en el documento 14 vaticano, y por ello, la jerarquía española era reticente a introducir los cambios aseverados por el Concilio, que ponían en cuestión la confesionalidad del Estado, y con ello, planteaban una revisión del Concordato firmado en 1953, que erosionaban su poder de incidencia sobre la realidad social, así como desvinculaba el poder político manifiesto de la cúpula de la jerarquía eclesiástica, de la que muchos sacerdotes no querían desprenderse. El desplazamiento es claro en ambas situaciones, planteando la posibilidad (aunque con reservas) a reconocer una realidad más plural —en lo que al culto religioso se refiere— de un lado, y a la construcción de una más confortable esfera de autonomía social y política del otro. Todo ello se gestó durante la dictadura franquista, en un proceso que ha generando espacios de deslegitimación evidentes al disociar la legitimación política de la religiosa. Pero lo relevante en esta primera tensión es que, tal y como afirma Dobbelaere, “las sociedades se diferencian según líneas funcionales desarrollando diferentes subsistemas” (2008: 18) y que, por medio del proceso de laicización, deshacen la manifiesta imbricación existente con el poder político a través de cambios legislativos, cambios que generan diferencian en las esferas de incidencia simbólica de la religión católica por medio del proceso de cambio religioso sustentado en la idea de la progresiva la diferenciación funcional “desde formas compactas de simbolización hacia formas diferenciadas” (Pérez-Agote, 2012: 10); posibilitando que una lógica de acción en el plano estatal repercuta sobre la forma de organización de los grupos, cada vez más racionalizados y diferenciados, en una suerte de ʻcambio religiosoʼ (Dobbelaere, 1981: 96-130). Pero lo genuino de este cambio en lo que respecta, cuanto menos, al período franquista, es que ha sido la Iglesia católica misma la que ha auspiciado este desplazamiento y facilitado, con ello, el cambio en la ubicación de la institución en relación a la política y la sociedad. Resulta fundamental comprender, también, las razones de dicho cambio, la preferencia de ubicarse en un espacio autónomo de poder que colisiona con el exceso de presencia que la religión tenía sobre las diferentes esferas de conformación de la vida social: la estrategia, sin embargo, es la de ocupar discursivamente los comportamientos, prácticas y actitudes de la población a través de la conducción de las conductas (Foucault, 1990) como veremos en la segunda tensión que pasamos a analizar. 15 Tensión II: Entre un Estado en vías de secularizarse y la autonomía-dependencia de la Iglesia católica española Ya con el régimen deshecho, el catolicismo español había encontrado un acomodo diferencial dentro de la sociedad, iniciado, como parecía evidente, con el proceso de distanciamiento respecto del Régimen y en busca de un lugar confortable en el nuevo sistema incipiente. Esta diferenciación había sido efectuada a través, primero, de la autonomización estructural respecto de la legitimación sistémica de la creencia (el catolicismo ya no era la única creencia válida al igual que, pudiera inferirse de ahí, el franquismo no era la única opción política posible). Después, continuando un suceder de acontecimientos coherente con la toma de distancia, la creación de la CEE9, ubicaba la legitimidad política fuera del sistema, en una exterioridad instituida en la que la pluralidad de voces comenzaba a ser recurrente. Estos dos acontecimientos son, en mi opinión, los dos hitos más importantes en el proceso de desconexión de la Iglesia respecto del sistema franquista, y en lo que respecta a la separación funcional de esferas, proceso de modernización y de laicización. Es en este acto, la Iglesia católica global, y la jerarquía española en general, es inscrita en una forma social de cambio religioso cuya “la especialización institucional (…) puede ser entendida como un aspecto de este proceso general de diferenciación funcional” (Luckmann, 2008: 129). De todas estas vulneraciones al monopolio religioso (social y político) del catolicismo, emerge la necesidad de hallar una ubicación privilegiada en la nueva cartografía configurada en un Estado en vías de transformación política y social. En lo que sigue, se indagarán las estrategias de mantenimiento de la presencia en la sociedad de manera diferenciada y privilegiada por parte de la jerarquía católica en un escenario en el que los actores han asumido roles nuevos: 1) el del Estado secularizado, que diferencia esferas respecto a la religión a partir del proceso de laicización, y 2) el de la Iglesia católica autonomizada que asume la imposibilidad de su histórico privilegio en el Estado, pero que trata de adecuarse a una realidad de la que está apreciando esfuerzos de expulsión. De ahí, de la tensión entre el adentro y el afuera del Estado, de sus leyes 9 Salvo la Junta de Metropolitanos que tenía un poder de decisión menor. Lo que debatían se correspondía mejor con el orden interno de la propia jerarquía que con las estrategias de acción hacia el campo político, Cfr. Blázquez, 1991; Callahan, 2003. 16 en relación al afán de plegarse sobre la realidad social y amoldarla y transformarla en función de una racionalidad católica, irrumpe la tensión que se desgrana ahora. Laicización III: Revisión del Concordato de 1953, y el nuevo Concordato de 1976. En los primeros años tras la muerte de Franco las relaciones entre el Estado y la Santa Sede habían sido llamadas a revisión. En el año 1976, ya bajo el mandato de Arias Navarro, se revisaron las condiciones bajo las que se instituyó el concordato de 1953, cuyos postulados habría sido superado por las conclusiones del Concilio Vaticano II (la ya mencionada libertad de conciencia y la separación de la Iglesia respecto de la política directa). Sin embargo, los términos en los que se firmó el Concordato serían generosos en exceso para con el principio de diferenciación funcional de esferas que ya había comenzado a producirse, vulnerando, así, el avance en el proceso de secularización a nivel societal. En ese contexto de construcción de nuevos soportes de legitimación, el ministro de Asuntos exteriores, José María de Areilza, se “creyó que el Vaticano se remitía al Concordato como base para las negociaciones con el fin de «mantener las ventajas posibles además de las nuevas» obtenidas en el curso del proceso negociador” (Callahan, 2003: 428). Las rápidas conversaciones con las que el ministro deseaba clausurar el asunto no se dieron; más al contrario, las negociaciones se prolongaron durante años a causa de dos asuntos que pueden ser comprendidos desde la lectura foucaultiana de la gubernamentalidad: la educación y los privilegios económicos con el gobierno. La jerarquía española, visto que a lo largo del proceso negociador sería desposeída de la inmensa mayoría de privilegios que había ostentado, procuró, de nuevo, reducir al mínimo la erosión que el proceso de diferenciación podría tener en el ámbito reproductivo, y de ahí su preocupación por la importancia de la enseñanza y la financiación con la que podría sufragar las distintas iniciativas en las que operaba. En todos los sentidos, el conjunto de los acuerdos firmados entre 1976 y 1979 a caballo entre Madrid y la Ciudad del Vaticano constituían un nuevo Concordato, aunque los actores y grupos políticos del momento evitaran pronunciar dicha palabra, que significaba un proximidad incompatible con la separación efectiva entre instituciones. A pesar de que la Constitución del 78 garantizara el principio de igualdad entre todas las confesiones religiosas, el hecho de que el acuerdo tuviera estatuto diplomático encarnaba el tratamiento especial que la Iglesia católica recibía respecto del resto de 17 cultos del Estado. En este sentido, este documento es el primer paso hacia el abandono de la idea que sostiene que el Estado ha de ejercer un grado de control sobre la administración eclesiástica para defender los intereses oficiales que representa, por lo que en este sentido, la estrategia urdida desde el vaticano para frenar el avance del proceso de laicización manifiesta (Dobbelaere, 2008: 19), no tuvo una respuesta contundentemente contraria por parte de ningún agente político del Estado. La laicidad del Estado, de esta manera, se vería neutralizada: “Un concordato entre el Vaticano y un gobierno secular, sea cual sea el contenido, siempre implica en el Papa el derecho, reconocido por el tratado bilateral, de interferir en las relaciones entre el gobierno concordatario y sus ciudadanos de fe católica. Estos adquieren el privilegio legal de que el Papa les represente y los proteja en sus relaciones con los otros ciudadanos, y de ser sometidos legalmente al deber de obedecer no sólo al gobierno secular de su país sino también al Papa” (Salvemini, 1969: 398 en Pecora, 2008: 108-109). De esta forma, aunque la diferenciación se haga efectiva en la disolución del Régimen franquista y en la emergencia y construcción del sistema democrático, los privilegios que vinculan al catolicismo con el Estado se mantienen vigentes con la unicidad del Concordato dirigida hacia una sola confesión. Laicización IV: la ubicación de la Iglesia católica en la Constitución de 1978. La aglutinación de toda la jerarquía eclesiástica hacia la defensa de los intereses del catolicismo institucionalizado a partir de la CEE condujeron a promocionar, de manera (en ocasiones poco) soterrada y subrepticia, el auge de partidos de corte conservador (en alusión directa de la UCD). El apoyo explícito del episcopado a éstos durante la campaña10, recordando a la población, en un intento de gobernar las conductas a través del «poder pastoral», que estaba en “la obligación de asumir en conciencia su responsabilidad, informándose convenientemente, actuando con reflexión y orientando 10 También, y como señalan otros autores, Cfr: Díaz-Salazar, 1990; Mardones, 1990, el episcopado, al menos en el plano retórico, abrió la posibilidad para que los católicos votaran a quienes consideran oportuno y con libertad, haciendo referencia explícita al PSOE. Sin embargo, otras consideraciones realizadas apuntan a que existe una manifiesta incompatibilidad en los planteamientos, de ahí que se hiciera alusión al voto realizado en conciencia y de acuerdo al bien común. El fantasma de la guerra civil y de la intolerancia religiosa que, según la jerarquía eclesiástica, es connatural al Partido Socialista fuerzan a dirigir las opiniones por ese lado. 18 su voto libre —según nos enseña el Concilio— de suerte que contribuya a promover el bien común»” (Blázquez, 1991: 182-183) fue poco menos que habitual. El texto constitucional, en este sentido, era un constructo de su tiempo, es decir, que buscaba: “superar la dialéctica, Estado confesional (franquismo) y Estado laicista (Segunda República) y que las diferencias de creencias religiosas pudieran convertirse en el futuro en motivo de confrontaciones políticas, algo que sólo se podía garantizar sobre la base de la separación sin confusión y de las más escrupulosa neutralidad religiosa de las instituciones públicas” (Llamazares Fernández, 2008: 157). En este contexto, aunque el lenguaje era menos afirmativo, se mostraba igualmente invasivo en tanto que dirigía las conciencias individuales hacia una lógica de ejercer el sufragio. Esta invasión sobre las conciencias de la población tuvo su recompensa una vez alcanzado el poder por los conservadores (UCD), y en el momento de redactar la nueva constitución, cuyos términos resultaban fundamentales para asegurar el devenir de la Iglesia en una sociedad en un acelerado proceso de secularización. La naturaleza constitucional del nuevo estado preocupaba a la CEE, que no quería un Estado laico que reprodujera la situación de la Segunda República. La CEE trató de influir en las conversaciones publicando una declaración colectiva en noviembre de ese año avisando de que “sin orientaciones religiosas ni éticas, las sociedades democráticas corren un grave riesgo de decadencia y perversión” (Trabajo, 1995: 88), pidiendo, además, a los diputados católicos que ejercieran su influencia “«para conseguir un texto que favorezcan los derechos integrales de la persona», incluyendo «la defensa de la vida humana, de la familia, del derecho de los padres a la educación de los hijos»” (Callahan, 2003: 437). En la declaración, la jerarquía buscaba incluir el reconocimiento específico de los valores morales católicos, que gozaban de considerable apoyo popular. Esta declaración apelaba a una limitación de la libertad de expresión, siempre y cuando no se violentaran los valores, sentimientos morales y religiosos del resto de la ciudadanía. También se aventuraban a considerar que la Constitución tenía que ser compatible con la “«tutela de la moralidad pública» sobre la base de que «no puede confundirse un pueblo libre con lo que hoy se denomina… ʻla sociedad permisivaʼ»” (Callahan, 2003: 437). Si no se incorporan estas proposiciones en el texto constitucional, y prevalecen las interpretaciones secularizadoras sobre la realidad de Estado, “no se daría respuesta suficiente en la realidad religiosa de los españoles con el peso indudable del catolicismo 19 en el país” (Ibid.). La CEE, en el sentido en que ejercen los ʻgrupos de presiónʼ (Gurrutxaga, 2008; Pérez-Agote, 2008a; Aguilar: 2010; 2013), trataba de influir en las decisiones que estaban en proceso de ser realizadas. En cierto sentido aún lo hace, aunque los grupos laicos de inspiración cristiana que operan en la sociedad, muy próximos a las consideraciones de la jerarquía, actúan, al menos teóricamente, de forma autónoma a la Iglesia católica, siendo la jerarquía la que (en cierto sentido y para el colectivo social católico) legitime y ampare la reivindicación en el espacio público, institución con una tradición moral y ética fuerte (Mardones, 1990; Hervieu-Léger, 2005). Estas declaraciones visualizan la tensión producida con la elaboración de una Constitución en una sociedad pluralista, democrática y en vías de secularización, circunscrita en un contexto en el que se pretender conservar o, incluso, imponer, el control sobre la moral pública tanto como fuera posible por parte del catolicismo. La separación de esferas genera conflicto en torno al dominio de la religión en la sociedad. Las interferencias de la jerarquía en la política no son aceptadas por las fuerzas que, en una emergente realidad que diferencia las esferas políticas y religiosas, tratan de aislar las apetencias y las declaraciones en la toma de decisiones política. Sin embargo, tras presiones, interferencias y concesiones, consiguieron finalmente que “la versión definitiva del texto constitucional de 1978 reemplazaba la redacción del primer borrador que tanto había afligido a los obispos —el Estado español no es confesional— por una fórmula más flexible tomada casi literalmente de la antigua Constitución de la República del Weimar: «ninguna confesión tendrá carácter estatal» (art. 16)” (Callahan, 2003: 438). Al tiempo que, se incidió sobre el constructo social que hablaba de la especificidad del hecho sociológico de la mayoría católica para encontrar un acomodo privilegiado en la redacción: “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones (art. 16: cláusula 3)” (Ibid.). Llegados a este punto, resulta fundamental comprender el alcance de este hecho, puesto que problematiza la dimensión secular del Estado, y de ello, ha sido el origen de conflictos cuando fuerzas políticas progresistas han gobernado el Estado (victoria electoral del PSOE en el año 1982). 20 Otras cuestiones susceptibles de conflicto también fueron consideradas: la educación y el divorcio. Respecto a la primera, recogida en el artículo 27 de la Constitución, y central en la elaboración del Concordato, abordaba la cuestión de la religión, satisfaciendo la demanda de la Iglesia al reconocer el derecho de los padres a asegurar la «formación moral y religiosa» de sus hijos, si bien no ofrecía detalles específicos sobre el modo a realizar este objetivo, pero aludiendo, claramente, a la reproducción católica de los valores. También se reconocía el derecho a personas y grupos para crear y mantener colegios, así como a recibir subvenciones oficiales a los colegios públicos. En la segunda cuestión, la Carta, asumiendo cuestiones morales y éticas conflictivas también para la Iglesia, desairó las exigencias de la Iglesia en su afán de incorporar valores católicos en la Constitución. El artículo 32 mantenía en vigor el divorcio (mayoritariamente solicitado por la opinión pública y que da cuenta del aspecto multidimensional de la secularización durante el franquismo) vigente desde el inicio de la transición, así como que declaraba la potestad de regular las «formas de matrimonio» y los instrumentos legales para tratar los casos de separación y disolución. En otro plano, el artículo 39 reconocía a la familia heteronormativa como unidad fundamental de la sociedad, pero en ningún caso “había un llamativo apoyo de la familia como encarnación de los valores morales católicos” (Callahan, 2003: 439). Los intereses de la Iglesia en la Constitución quedaron en menor medida satisfechos que los de la Santa Sede al negociar los términos del Concordato, en el primer caso, la jerarquía ejercía influencia desde afuera, pues los actores eran partidos políticos, con interferencias, pero que defendían sus propios intereses, mientras que en el segundo caso, la Iglesia era actor participante de los acuerdos. La jerarquía católica obtenía del reconocimiento constitucional la promesa de cooperación entre instituciones y el reconocimiento de la legitimidad de su red de colegios. La Constitución no compensó las expectativas del clero respecto a la gerencia de la moral pública. Los acuerdos no fueron todo lo amplios y concesivos que la Iglesia hubiera deseado. A pesar de todo, la Iglesia y el Estado estaban “no del todo separados” (Markham, 1978). Sin embargo en el seno de la Iglesia la división era grande, y la Constitución no satisfizo a todos por igual. Episodios controvertidos dan muestra de una racionalidad que pensaba que endureciendo la actitud y proponiendo una Constitución más conservadora era la única manera de no verse perjudicados por el auge de una 21 lógica diferente de hacer en democracia, en la que no estaban tan preocupados por la forma y el contenido de las instituciones, sino en la incorporación de los valores morales católicos. Vinculando ambos procesos de laicización, la firma del Concordato y la Constitución en 1978 (en la que hubo consideraciones políticas), la interferencia en las negociaciones de ambos documentos entorpeció y ralentizó la elaboración de ambos, pues se encontraban solapados en aquellas fechas. La Iglesia se jugaba el rol que desempeñaría en el renovado Estado, ya fuera un papel relevante aunque de acuerdo a la deriva de los modernos Estados-nación, o por el contrario, se verían arrasados por el proceso de secularización que encontraba ejemplo a nivel europeo: “pidieron que el gobierno tuviera al Parlamento plenamente informado de las negociaciones y solicitaron sus suspensión hasta que la Constitución se pronunciara en cuanto a los principios que habían de regir las relaciones entre la Iglesia y el Estado” (Callahan, 2003: 429). INTERLUDIO III “En el mejor de los casos, se admiraba, y en esa admiración había ya una forma de espanto porque de algún modo sabíamos naturalmente que los edificios que crecen hasta lo desmesurado arrojan ya la sombra de su destrucción y han sido concebidos desde el principio con vistas a su existencia ulterior como ruinas...” (Sebald, 2006: 2223). 5. CONCLUSIONES A partir de este texto, he querido trazar gruesamente cuáles han sido los procedimientos centrales que han erosionado el vínculo entre el Estado y la religión. Mi intención, más allá de la exhaustividad y de la sobrecarga de información histórica, buscaba evidenciar que, a partir de los cambios legislativos que laicizan el Estado, se generan escenarios en los que los diversos actores interesados en proponer una imagen de la realidad y de cómo ésta debiera articularse para que tuvieran cabida diversas lógicas en una sociedad diferenciada y plural. Evidentemente, la expulsión del campo político de la Iglesia católica, actor conocido en los últimos siglos, generará una búsqueda alternativa para emplazar su cosmovisión sobre asuntos éticos y morales, así como el encaje que estos deban tener en la realidad contemporánea. Éste era el punto al que quería llegar; no tanto para desarrollar el objeto, es decir, para abordar el efectivo desplazamiento 22 producido del ámbito institucional al de la acción colectiva en forma de grupos de presión o asociaciones o colectivos civiles, sino para mostrar que hay una búsqueda permanente que se esfuerza por imponer una lógica de comprensión de la realidad en cuestiones éticas y morales desvinculada enunciativamente del catolicismo pero que, temáticamente, abordara sus conflicto históricos (matrimonio tradicional, divorcio, regulación del aborto, investigación biomédica) desde una perspectiva secularizada, racional y tecnificada. Ahí reside la novedad y el desplazamiento, en el grado de secularismo y cientifismo mezclados en el espacio público por colectivos cuyas estartegias pasaban por ser distintas, e incluso, contrarias a éstas. De este desplazamiento surgirán colectivos que tomen el relevo en las reclamaciones. El denominado asociacionismo familiar (Ayuso, 2009) y los grupos laicos de inspiración cristiana (Mardones, 1990; Aguilar, 2010; 2013; Dobbelaere y Pérez-Agote, 2015) serán los colectivo que ocupen ese espacio, auspiciado y arropado por la Iglesia como grupos de presión. Estos son los colectivos que me interesan; abordándolos —leído lo anterior—, como estrategas para el anclaje contemporáneo en el espacio público que parecía vetado para las reivindicaciones de tipo religioso. Como ya hemos recorrido con el texto, vemos que esto no se desarrolla así, y que las reivindicaciones religiosas son tamizadas y soterradas bajo un halo de cientificidad, tradición y cultura: como constructos social de alta eficacia social y, por lo tanto, inamovibles e intocables. BIBLIOGRAFÍA Aguilar, S. (2010). El activismo político de la Iglesia católica durante el gobierno de Zapatero (2004-2010). Papers, 95(4), 1129-1155. Aguilar, S. (2013). La jerarquía católica española en perspectiva comparada. La confrontación política entre la Iglesia y el Gobierno socialista a comienzos del siglos XXI. Revista Internacional de Sociología (RIS), 71(2), 309-334. Ayuso, L. (2009). Emergencia y configuración del asociacionismo familiar en España. Revista Internacional de Sociología (RIS), 67(1), 107-133. Baubérot, J. (2008). Transferencias culturales e identidad nacional en la laicidad francesa. En R. J. Blancarte (Coord.), Los retos de la laicidad y la secularización en el mundo contemporáneo (pp. 47-58). México, D.F.: El colegio de México. 23 Berger, P. L. (2006). El dosel sagrado. Para una teoría sociológica de la religión. Barcelona: Kaidós. Bericat Alastuey, E. (2003). La religiosidad contemporánea: entre la secularización moderna y la espiritualidad posmoderna. En E. Bericat Alastuey, El conflicto cultural en España. Acuerdo y desacuerdos entre los españoles (pp. 268-327). Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas-Siglo XXI. Blancarte, R. J. (2008). El porqué de un Estado laico. En R. J. Blancarte (Coord.), Los retos de la laicidad y la secularización en el mundo contemporáneo (pp. 29-46). México, D.F.: El colegio de México. Blázquez, F. (1991). La traición de los clérigos en la España de Franco. Crónica de una intolerancia (1936-1975). Madrid: Trotta. Bokser Liwerant, J. (2008). Religión y espacio público en tiempos de la globalización. En R. J. Blancarte (Coord.), Los retos de la laicidad y la secularización en el mundo contemporáneo (pp. 59-84). México, D.F.: El colegio de México. Brassloff, A. (1998). Religion and politics in Spain. The Spanish church in transition, 1962-96. Wiltshire: Macmillan. Callahan, W. J. (2003). La Iglesia católica en España (1875-2002). Barcelona: Crítica. Casanova, J. (1994). Religiones públicas en el mundo moderno. Madrid: PPC. Díaz-Salazar, R. (1990). Política y religión en la España contemporánea. REIS, 52, 6583. Díaz-Salazar, R. (1993). La transición religiosa de los españoles. En R. Díaz-Salazar, S. Giner (Eds.), Religión y sociedad en España (pp. 93-174). Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Diez Puertas, E. (2003). Historial social del cine en España. Madrid: Fundamentos. Dobbelaere, K. (1981). Secularization: a multi-dimensional concept. Current Sociology, 29(2), 3-213. 24 Dobbelaere, K. (2007). Testing secularization theory in comparative perspective. Nordic Journal of Religion and Society, 20(2), 137-147. Dobbelaere, K. (2008). La secularización: teoría e investigación. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 17-34). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Foucault, M. (1990). Tecnologías del yo y otros textos afines. Barcelona: Paidós. García, R. (2011). Así se rió Buñuel del franquismo (en línea). http://elpais.com/diario/2011/05/18/cultura/1305669602_850215.html, acceso el 14 de abril de 2016. Graziano, M. (2012). El siglo católico. La estrategia geopolítica de la Iglesia. Barcelona: RBA. Gurrutxaga, A. (2008). La institución lobby: la religión en la política. El reencuentro de la religión con la política en contextos múltiples. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 67-86). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Hervieu-Léger, D. (2005). La religión, hilo de memoria. Barcelona: Herder. Llamazares Fernández, D. (2008). Confesionalidad y laicidad en la Constitución española de 1978. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 149-168). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Luckmann, T. (1973). La religión invisible. Salamanca: Sígueme. Luckmann, T. (2008). La situación religiosa en Europa. En T. Luckmann, Conocimiento y sociedad. Ensayos sobre acción, religión y comunicación (pp. 129-135). Madrid: Trotta. Mardones, J. Mª. (1990). La desprivatización del catolicismo en los años ochenta. Sistema, 97(4), 123-136. Markham, J. F. (1978): Spanish Church, State: Not quite separate. New York Times, 1211-78. 25 Moya, C. (2004). Notas sobre el nacional-catolicismo. En VV. AA., Reflexiones sociológicas. Libro homenaje a Jesús Del Castillo (pp. 1173-1182). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Ortiz Heras, M. (2005). Iglesia y control social. De controladora a controlada. En J. De La Cueva Merino, Á. L. López Villaverde (Coords.), Clericalismo y asociacionismo católico en España: de la Restauración a la Transición. Un siglo entre el Palio y el Consiliario (pp. 161-193). Cuenca: Universidad de Castilla la Mancha. Parra, N. (2011). Nicanor Parra. Obras completas & algo + (1975-2006). Barcelona: Galaxia Gutemberg. Pecora, G. (2008). Las virtudes morales del laicismo. Sistema, 205(4), 107-117. Pérez Vilariño, J. (1997). The catholic commitment and spanish civil society. Social Compass, 44(4), 596-610. Pérez-Agote, A. (2003). Sociología histórica del nacional-catolicismo español. Historia Contemporánea, I(26), 207-237. Pérez-Agote, A. (2008a). Altar y trono. Sociología histórica de las relaciones IglesiaEstado en España. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 87-128). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Pérez-Agote, A. (2008b). La secularización de los españoles. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 171-191). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Pérez-Agote, A. (2012). Cambio religioso en España: los avatares de la secularización. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Pérez-Agote, A., Santiago, J. (2008). Introducción. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 9-15). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). 26 Piñol, J. M. (1999). La transición democrática de la Iglesia católica española. Madrid: Trotta. Requena Santos, F. (2003). Iglesia y sociedad civil. En J. Pérez Vilariño, Religión y sociedad en España y los Estados Unidos. Homenaje a Richard A. Schoenherr (pp. 157-174). Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas. Salvemini, G. (1969). Stato e Chiesa in Italia. Milán: Feltrinelli. Sánchez-Cuenca, I. (2014). Atado y mal atado. El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia. Madrid: Alianza. Santiago, J. (2008). Dimensión consecuencial y estructura social de la vida religiosa en España. En A. Pérez-Agote, J. Santiago (Eds.), Religión y política en la sociedad actual (pp. 193-229). Madrid: Editorial Complutense/Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Santiago, J. (2015). Siete lecciones de sociología de la religión y del nacionalismo. Barcelona: Anthropos. Sebald, W. G. (2002). Austerlitz. Barcelona: Anagrama. Trabajo, A. (1995). El tema religioso en la Constitución española de 1978. XX siglos, 6(24). Trenzado Romero, M. (2007). Cine y poder: el cine español y la secularización del discursos público sobre la moral durante la transición y consolidación democrática. Política y Sociedad, 44(3), 71-87. 27