Imágenes para (des)armar. Una experiencia audiovisual con estudiantes en contextos de pobreza urbana. Armella, Julieta. UNSAM/CONICET Grinberg, Silvia. UNSAM/UNPA/CONICET Langer, Eduardo. UNSAM/UNPA/CONICET 1 Este trabajo es posible gracias al apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y las escuelas secundarias públicas –especialmente sus estudiantes y docentes- que nos permiten ser cómplices de sus vidas cotidianas. 2 1. Introducción El presente trabajo propone reflexionar sobre una experiencia de taller documental que se desarrolla desde el año 2008 en una escuela secundaria pública emplazada en una de las zonas más empobrecidas de la región metropolitana de Buenos Aires, Argentina. El taller se plantea como una actividad colectiva entre la universidad1 y la escuela, un territorio de investigación social que busca generar un espacio de reflexión en torno a la cotidianeidad escolar y barrial de los estudiantes en un contexto de fragmentación socio-espacial y degradación ambiental. Que la escuela devenga no sólo un lugar donde estar sino un espacio en el que pensar y problematizar la cotidianeidad que los atraviesa, donde el pensamiento y la palabra se vuelvan imagen. El taller busca que los estudiantes puedan elaborar preguntas desde de un lenguaje específico como es el audiovisual a partir de la producción de un cortometraje. Asumimos como hipótesis de trabajo que en un mundo plagado de imágenes, en el que la comunicación visual se realiza como desahogo o reflejo (Han, 2013) se hace cada vez más necesaria la construcción de espacios (escolares) en los que el tiempo para la reflexión tanto del contenido como de la forma sea un elemento constante y sistemático. En este trabajo proponemos un recorrido por distintas etapas del taller que permitan sistematizar algunos interrogantes y tensiones surgidos a lo largo del proceso de trabajo en estos años y, específicamente a partir de una de las producciones realizadas durante 2015. La escuela secundaria en la que se realiza el taller se encuentra ubicada en el primer cordón del Conurbano Bonaerense, localidad de José León Suárez, Partido de San Martín, Provincia de Buenos Aires. Un territorio de asentamientos y villas miseria que desde fines de los años setenta ha crecido tanto en términos poblacionales como territoriales, un espacio urbano que combina altos niveles de pobreza, degradación y contaminación ambiental (Curutchet, Grinberg y Gutierrez, 2012). Estos aspectos se han ido acrecentando en las últimas décadas como consecuencia de las sucesivas crisis producidas desde fines del siglo XX. Se trata de un área que sufre cotidianamente la profundización de las desigualdades sociales. 1 Centro de Estudios en Desigualdades, Sujetos e Instituciones, Universidad Nacional de San Martín. 3 Tal como se ha señalado en otros trabajos (Grinberg, 2012), la historia de las villas miserias de Buenos Aires se remonta hacia comienzos del siglo XX. Por esos años y en plena industrialización, estos espacios constituían lugar de paso: al amparo del capitalismo industrial eran lugares a donde llegar. En el siglo XXI las villas componen un escenario completamente distinto, incluso opuesto: estos espacios urbanos ya no son lugares de paso, hoy es posible contar entre dos y tres generaciones que nacieron y/o viven allí. “Desde fines de los años setenta las villas se han ido poblando sistemáticamente por quienes quedaron fuera del mercado formal de trabajo. De hecho, constituyen el reverso histórico del movimiento migratorio del siglo XX” (Grinberg, 2012). El trabajo de investigación que venimos realizando se lleva adelante, precisamente, en una de esas zonas urbanas del primer cordón del conurbano bonaerense. Dentro de esta localidad, la escuela se sitúa en la proximidad del contaminado Río Reconquista y de las áreas de relleno sanitario del CEAMSE2 por lo que gran parte de los chicos que habitan en los barrios y asentamientos asisten a esta escuela. La vida allí gira en torno de la basura y muchos de los vecinos son cartoneros y recicladores. Así, la basura se presenta como un aspecto que atraviesa la vida del barrio y de los sujetos que lo habitan, como complemento y contracara de las sociedades de consumo expresa lo agotado, lo podrido, lo roto, lo no deseado (Grinberg, Dafunchio y Mantiñan, 2013). La escuela en la que trabajamos desarrolla su actividad bajo estas singulares condiciones. De acuerdo al Mapa Escolar de la Provincia de Buenos Aires3, se encuentra en el grupo de instituciones de alta vulnerabilidad socio-geográfica. Asisten a ella aproximadamente 400 estudiantes. La escuela no sólo incorpora población de esos barrios de villas sino también jóvenes de otros asentamientos así como del barrio que la rodea. Allí desde el año 2008 se viene desarrollando una experiencia de taller audiovisual con estudiantes y docentes en articulación con un equipo de investigación de una Universidad Nacional del Conurbano bonaerense. Un taller que tiene entre sus objetivos principales construir un espacio en el que los estudiantes puedan elaborar preguntas y ensayar algunas respuestas a partir de un lenguaje específico como es el audiovisual. 2 Coordinadora Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado. Empresa de recolección y procesamiento de los residuos de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires. 3 Disponible en http://servicios2.abc.gov.ar/escuelas/mapaescolar/default.cfm Consulta abril de 2016 4 Se trata, en este sentido, de que puedan identificar sus deseos, miedos, preocupaciones dándoles curso a partir de la producción de un cortometraje. Ello supone un doble proceso: por un lado, trabajar intensamente en la búsqueda de aquellos temas de su vida cotidiana que los movilizan. Por el otro, brindarles algunas herramientas técnicas sobre un tipo de lenguaje en el que la palabra se vuelve imagen, o mejor, en el que se dice con imágenes, a través de ellas. 2. Metodología La metodología del trabajo se vincula, principalmente, con las estrategias que habilita la experiencia audiovisual. El taller documental se plantea como una actividad colectiva llevada adelante de manera conjunta entre la universidad y la escuela, como un espacio de investigación y extensión coordinado por el equipo de la universidad junto con algunos docentes y autoridades de la institución, generando instancias de reflexión y debate en torno a las experiencias de escolarización en contextos de fragmentación socio-espacial y degradación ambiental. Este espacio se propuso, como uno de los objetivos, la producción de materiales audiovisuales por parte de los estudiantes con el fin de propiciar un ámbito de pensamiento y problematización de la realidad a través de la realización documental, a la vez que generar debates e intercambios acerca las problemáticas barriales en el espacio escolar (Carpentieri, Dafunchio, Langer y Machado, 2015). Se busca generar espacios de reflexión a través de los cuales los jóvenes puedan desde su mirada caracterizar su cotidianeidad escolar y barrial que con frecuencia es silenciada y ocultada. El taller se desarrolla en un encuentro semanal de dos horas durante el horario escolar aunque en los momentos finales de edición del corto se trabaja con mayor intensidad. En sus inicios la experiencia se desarrollaba con los primeros años de la escuela secundaria, pero desde hace cuatro años el taller se ofrece exclusivamente a estudiantes del ciclo orientado de comunicación de la institución. Lo más significativo de dicho cambio es que se articula y trabaja con los docentes de las áreas de este ciclo. Allí se introducen elementos de realización audiovisual a partir de ejercicios que permiten construir pequeñas historias: manejo de cámara, sonido, guión, edición y producción en cine documental son algunos de los contenidos con los que se trabaja a lo largo del año. 5 Paralelamente, se hace foco en la selección de temas por parte de los estudiantes y en la escritura del guión. La única condición es que el proyecto refiera a su vida cotidiana. Es decir, el taller se propone como una oportunidad para crear, en el contexto de la escuela, espacios para pensar y problematizar su mundo. Como una herramienta mediadora para que los estudiantes puedan poner en imágenes y palabras sus pensamientos, sus emociones, sus problemáticas cotidianas, permitiendo así, mirar y mirar-se, pensar y pensar-se en la trama de su propia realidad dentro de la historia, siendo realizadores de producciones audiovisuales que cuentan quiénes son, dónde viven, qué piensan y sienten: se sumergen en sus vidas a través del propio relato. Hablar, decir, contar se vuelven, entonces, claves centrales en la realización documental que, por otra parte, permite ubicar en la historia las microhistorias que suelen atravesar los sujetos que viven en los barrios más empobrecidos del conurbano bonaerense. Se genera un espacio en que palabra y acción, en el sentido que Arendt (1993) lo expresa, se vuelven moneda corriente, en el que los estudiantes aparecen como sujetos sociales, relatando su historia y pensándose en ella. Por este motivo, el eje está centrado en la vida cotidiana de los estudiantes en tanto productores de relatos para ser proyectados. Silvia Rivera Cusicanqui (2010) señala que las imágenes nos ofrecen interpretaciones y narrativas sociales. El tránsito entre la imagen y la palabra, señala la autora, es parte de una metodología y de una práctica pedagógica. Se busca, como propone Arfuch (2006), pensar a las imágenes no solo en términos visuales, sino también –en otra acepción clásica –como ideas: la imagen da cuenta de un mundo, de nosotros mismos y de los otros. Tomamos, entonces, esa noción de las imágenes visuales –como aquello que vemos– y de las imágenes como ideas en tanto ambas confluyen en la configuración de subjetividades en una era singularizada, tal como señala la autora, por el verlo todo. Pero se trata de otorgarles a esas imágenes una profundidad de la que con frecuencia carecen. Han (2013) afirma que vivimos en un presente en el que la comunicación visual se realiza como desahogo o reflejo, pero a la que le falta toda reflexión estética. Su estetización, dice, es anestésica. Así, “las imágenes llenas del valor de exposición no muestran ninguna complejidad (…). Les falta toda ruptura, que desataría una reflexión, una revisión, una meditación. La complejidad hace más lenta la comunicación” (p. 32). Es esencialmente más rápida que la comunicación del sentido, éste es lento. 6 El disparador que sugiere esta reflexión es, precisamente, aquel que adopta el taller como criterio metodológico y estético: se trata de construir un espacio en el que el tiempo para la reflexión y la problematización tanto del contenido como de su forma sea un elemento constante. Posibilitar la búsqueda de sentidos -siempre inestables, siempre vacilantes- en la realización audiovisual es, en definitiva, la expresión política del taller. De este modo, la organización que sigue la experiencia desde el comienzo está articulada en torno a la búsqueda de aquellos temas que inquieten, convoquen a la mirada atenta y disruptiva de los estudiantes, donde el encuentro con otros sea oportunidad para poner en común lo que hasta entonces ha permanecido en la retina de cada uno: hacer comunes intereses propios y propios intereses comunes. El disparador. La propuesta inicial del taller, en 2015, se articuló en torno de un retrato de alguna persona que cada quien debía construir en función de una selección de imágenes que podrían encontrar en distintos materiales (revistas, diarios, fotografías, etc.). Se trataba de conseguir una primera aproximación a ellos a partir de un lenguaje no mediado por palabras. O donde la palabra opera como un elemento que puede acompañar la expresión visual pero no reemplazarla. Son los primeros ensayos de un trabajo con imágenes. Allí donde las imágenes se constituyen en “poderosos estímulos para la mente humana” (Malosetti Costa, 2006, p. 155). De este modo, a partir de las aproximaciones iniciales a la construcción de relatos basados en imágenes se realiza una puesta en común de las producciones individuales: se trata de compartir lo producido por cada uno a la vez que comenzar a encontrar afinidades electivas que permitan la organización de los estudiantes con preocupaciones cercanas en pequeños grupos. En función del armado de estos grupos comienza la etapa de definición del tema del cortometraje, el trabajo acerca de las distintas técnicas audiovisuales que podrían utilizarse, manejo de la cámara y audio. Luego llega la salida a terreno a través de la cual se acercan al objeto de indagación. Allí los estudiantes asumen el rol de investigadores urbanos: a través de vagabundeos etnográficos callejeros (Rivera Cusicanqui, 2015) hurgan en sus barrios, 7 indagan entre sus vecinos, registran a sus familias. Finalmente, el trabajo de edición y el conjunto de decisiones que esto implica tanto en términos del contenido del relato como de su expresión estética. En este marco, y como parte del desarrollo del taller durante 2015, un grupo de estudiantes decidió abordar la muerte de los jóvenes en los barrios pobres del conurbano, específicamente en el propio, a partir de dos historias en primera persona: la muerte de amigos, conocidos o familiares es, para ellos, una cuestión social cada vez más cotidiana y necesaria de narrar y de pensar. La búsqueda por poner en la superficie y reflexionar acerca de la muerte en sus barrios es, desde hace algunos años, uno de los temas que más aparecen a la hora de comenzar a delimitar posibles contenidos para sus cortos. Desde graves cuestiones de salud vinculadas a problemas ambientales presentes en la zona hasta las muertes provocadas por la policía que, con frecuencia articulada con el poder político y el poder territorial de bandas organizadas en torno al narcotráfico, quedan impunes. En el inicio del proceso de realización del corto los estudiantes comenzaron por la escritura de un guión con el grupo que, originalmente, se había autodenominado “los pibes”. Dos de ellos contaron sus historias vinculadas a las muertes, a través de un relato oral y otro escrito. Una de esas historias giraba en torno a su hermano muerto, la otra estaba vinculada al suicidio de un amigo. En el transcurso de la narración de esas dos historias que fueron eje del corto se puso en evidencia que ambas remitían al mismo lugar: los dos jóvenes habían fallecido en la misma “canchita” de futbol. Y lo común que podía percibirse en ellos era el dolor que esas muertes provocaban, en sus caras, en sus gestos y en las formas de nombrarlas. En las narraciones, los dos hablaban de extrañar a quienes fueron sus grandes compañeros en la vida. Registrar a través de imágenes lo que sucede en sus barrios deviene, así, ejercicio vital y político: dar una discusión sobre el estatuto de verdad de los juicios construidos por los medios de comunicación que hacen de esas muertes mero objeto de consumo o consecuencias inevitables de “la violencia en los barrios periféricos” se vuelve de este modo desafío para el relato. En este trabajo, entonces, buscamos reflexionar sobre los sentidos puestos en juego por los estudiantes acerca de la muerte, o lo que ellos denominan las vidas perdidas, a partir de una interrogación que implica tanto una reflexión acerca de las estrategias de trabajo -en 8 permanente construcción- que guían el taller como del objeto sobre el que versa el corto –la muerte, las muertes de los jóvenes en estos barrios en un presente signado por la precariedad de la vida (Butler, 2006). 3. Vidas perdidas. Un cortometraje sobre la muerte de los jóvenes en los barrios pobres. ¿Cómo construir una mirada sobre la muerte de los otros y de nosotros mismos? ¿Cómo abordar la muerte en el espacio escolar y qué decir de ella a través de imágenes? “De un día para otro puede suceder cualquier cosa, a todos les llega. No se entiende ni tampoco tiene explicación. Sacude toda la vida. Es un dolor horrible. No tiene escapatoria”. Entre un cielo gris y la imagen de “la canchita”, entre una confusa tristeza y una resistente alegría, se oye la voz de quienes buscan encontrar las palabras, algunas palabras, que permitan nombrar a la muerte. Se trata de las vidas y de las muertes de los pibes en los barrios pobres. Así comienza el corto “vidas perdidas”. Celebrando la vida, recuerdan las muertes, a sus muertos, a quienes ya no están. “Es difícil darse cuenta de que uno tiene algo cuando lo está perdiendo. Eso fue lo que me pasó a mí contigo. Hoy en día hubieras cumplido veintiocho años pero te fuiste hace cuatro años. No podré creer que te hayas olvidado de que yo a ti te quiero. Y ahora que ya no estás sufro tu recuerdo. Se te quiere”, narra una voz en off que acompaña la imagen de una celebración de cumpleaños en esa misma canchita que supo ser su lugar de encuentro. La cámara se detiene, luego, en el relato de algunos estudiantes. “¿Qué es la muerte para vos?” Con esa pregunta dan la palabra a sus compañeros, otros chicos del barrio. Y allí se despliegan sus reflexiones. Las primeras hablan de la muerte como parte de la vida, “la muerte es la naturaleza (…) Uno nace, vive y muere” dice un estudiante quien más adelante afirma “El miedo a morir no tiene que causarte nada. Porque es lo más normal”. Pero enseguida advertimos un sutil desplazamiento, allí donde hay vida, hay muerte. Pero no todas las muertes cargan con la misma opacidad: hay muertes que irrumpen, interrumpen, arrollan, desgarran. Si la muerte es aquello que sucede a la vida, las vidas perdidas son la forma de nombrar la interrupción descarnada de un ciclo vital. Tenemos aquí una primera pista. No se trata de hablar de la muerte sino más bien de pensar las vidas que se pierden, 9 que perdemos, las vidas interrumpidas. Y para eso los autores del corto eligen contar dos historias: dos vidas perdidas, un mismo lugar. Una vida que mataron, otra vida que se suicidó. Puede ser cualquier vida, dicen. Un relato que denuncia, critica y duele a la vez. La cámara vuelve a la misma canchita, a sus arcos que fueron testigos de esas muertes y nuevamente la voz en off repasa algo de sus vidas, de sus deseos, mientras un improvisado partido de futbol hace honor al recuerdo. Otra vez el cielo gris como telón para las palabras finales: “Y no sabemos ponerle nombre a la diferencia entre la materia y la persona. No queremos llamarlo alma. No sabemos decirle espíritu. Pero está ahí. Y en ese segundo dejó de ser. Y ya está. No hay consuelo. No hay cielo. Ni siquiera infierno o purgatorio. Hay una persona que amamos muerta”. Por momentos imagino que puedo ser yo. Así cierra el relato. Y así repasan las fotos de ellos, de los vivos, de esos vivos que recuerdan, de esos vivos que se saben vulnerables, que creen que ser cualquier vida. Y que sobre todo saben el valor inmenso de esas vidas perdidas. 4. Discusión ¿Qué siente quien queda? ¿Cómo queda el que siente? ¿Cómo relatar y retratar las muertes de los jóvenes del barrio procurando corroer las miradas que organizan el sentido de los acontecimientos a partir de binarismos víctimas-victimarios, buenos-malos, pero asumiendo, a su vez, la politicidad de los acontecimientos? ¿Cómo construir un relato estético que no estetice la pobreza o haga de las muertes actos heroicos desprovistos de toda densidad? Estos han sido algunos de los interrogantes que acompañaron el proceso de trabajo con los estudiantes a lo largo de todo el año. Estos han organizado la búsqueda de quienes coordinamos el taller. Bajo las resonancias mediáticas que suelen encauzar a las muertes en estos barrios culpabilizando a las víctimas o convirtiendo esas muertes en objeto del más obsceno espectáculo televisivo, la búsqueda por tensionar o discutir tales construcciones se volvía horizonte necesario. En este sentido, el taller se propone construir con los 10 estudiantes una mirada que pueda, tal como señala Richard (2006), “desorganizar los pactos de representación hegemónica que controlan el uso social de las imágenes” (p. 105), a través de la duda y la sospecha analíticas al interior de sus reglas comunicativas y de la visibilización de lo que sus fronteras de control de la representación dejan por fuera. Imágenes, como señala Sontag (2006), capaces de usurpar la realidad. Sin embargo, esa búsqueda es tan necesaria como compleja: con frecuencia los mismos estudiantes oscilan entre una mirada local de los acontecimientos, esto es, una cercanía tan inmediata como profunda, que les permite reconocer a quienes murieron como “buenos amigos”, “excelente padre”, “un pibe de familia” y una percepción que por momentos se orienta–que da curso- a las imágenes con frecuencia utilizadas por los medios y que se vinculan a la culpabilización de los sujetos, convirtiendo a las víctimas en sus propios verdugos. Aquí las denominaciones se modifican, se espesan, e incluso tensionan ese reconocimiento primero, el relato es allí el de “agarró la calle” “la mala vida” y eso es lo que explicaría de alguna manera sus destinos trágicos. Es sobre esa tensión, entonces, que el taller se propuso trabajar. Ofrecer otras miradas, otras lecturas, capaces de traccionar hacia zonas diversas y dar lugar a otras reflexiones posibles. Sandra Carli (2006) señala que la producción audiovisual contemporánea, especialmente la producción mediática sobre las problemáticas sociales, suele estar atada a una supuesta “legitimidad estética de lo real”, lo que desde el lado de la producción simplifica el papel de las estrategias de construcción de ese real. Del otro lado, el de la recepción, el espectador queda en una situación pasiva de contemplación de lo real, contemplación a través de la que no es posible reflexionar sobre las formas de lo real, limitándose cualquier experiencia de conocimiento de los hechos que nos rodean.4 En este sentido, el taller procura alterar ambos polos: desde el lugar de la producción se busca brindar herramientas que habiliten la construcción de una mirada estética y narrativa singular y problematizadora. Si tal como señala la autora la estética de lo real simplifica y banaliza, aquí se busca hacer de este espacio una oportunidad para la construcción de una mirada 4 En Argentina en las últimas dos décadas hemos visto surgir una serie de programas televisivos que hacen de los problemas sociales una cuestión que oscila entre la banalización de la desigualdad a la estetización de la pobreza. En ambos casos se trata de la anulación del relato del otro y de la simplificación de una realidad compleja y polisémica. 11 que, en palabras de Richard (2006), desate una revuelta de la imaginación que mueva las significaciones hacia los bordes de la no certidumbre y ambigüedad, de la sorpresa, donde la relación mirada-imagen devenga otra y renuncie a someterse a la unidimensionalidad del sentido. Desde el lugar de la recepción el taller se propone trabajar a partir de realizaciones audiovisuales, principalmente cortos, que ofrezcan insumos potentes para la mirada.5 Esto es, no sólo producir sino también ver imágenes, pensarlas, discutirlas, analizarlas. Y sobre todo ofrecer un tipo de narración que pueda resultarles ajena o desconocida. En este sentido, reconocemos en los estudiantes subjetividades interpeladas por la producción y el consumo de imágenes pero que, en muchos casos, se encuentran organizadas en función de un único registro, aquel que los ubica en un cierto lugar de exhibición (y voyerismo) de los cuerpos y de la intimidad (Sibilia, 2008). La invitación es, entonces, a descubrir otras formas de narrar(se), de ver(se) y de producir(se), en las que el acento esté puesto en un Yo/Nosotros capaz de volverse pensante o, como dice Barthes (1989), que vuelva a la imagen (a la fotografía decía él) subversiva en tanto que pensativa. Llegados a este punto volvamos a la producción de los estudiantes. Y destaquemos allí algunas cuestiones que resultan centrales para pensar el cortometraje: los autores no buscan hablar de la muerte como parte de la naturaleza, de la muerte que sucede a la vida. Se trata, en rigor, de las muertes que irrumpen, aquellas no esperadas: muertes políticas podríamos denominarlas. En La vida de los hombres infames (1996) Foucault señala que la experiencia del hombre infame es aquella que “como una mosca o como una mariposa, choca sin cesar con el poder” (Deleuze, 2012: 191). Allí Foucault dice acerca de las vidas: “Todas las vidas que estaban destinadas a transcurrir al margen de cualquier discurso y a desaparecer sin que jamás fuesen mencionadas han dejado trazos -breves, incisivos y con frecuencia enigmáticos- gracias a su instantáneo trato con el poder. (…) Únicamente podemos llegar a ellas a través de las declaraciones, las 5 Incluso, en ocasiones, se invita a algún director de cine a presentar su producción y a una posterior conversación en la que relata el proceso de realización y en la que también se ponen en diálogo las historias que los distintos grupos están tejiendo con el objetivo de intercambiar reflexiones. 12 parcialidades tácticas, las mentiras impuestas que suponen los juegos del poder y las relaciones de poder. ¿Por qué no ir a escuchar esas vidas allí donde están, allí donde hablan por sí mismas?” (p. 124) Esa es, de alguna manera, la invitación de los autores. Relatar y escuchar las vidas allí donde hablan por sí mismas. Sus palabras zigzaguean entre el poder y esas “existencias insustanciales” (Foucault, 1996: 124) porque son los poderes que acechan esas vidas, que las persiguen, que las matan, además quiénes provocan “las propias palabras que de ellas nos quedan, bien porque alguien se dirigió a él para denunciar, quejarse, solicitar o suplicar, bien porque el poder mismo hubiese decidido intervenir para juzgar y decidir sobre su suerte con breves frases” (Foucault, 1996: 124). En este sentido, tal como señala McNay (1992), esta producción expresa tanto los dispositivos del poder –esto es, la cristalización en el territorio de unas determinadas configuraciones sociales-, como la potencialidad creadora de los jóvenes que permite expresar de formas no esquemáticas tanto las situaciones de opresión como las maneras de subvertirlas (Grinberg, 2012). El corto es una búsqueda por narrar la muerte de los jóvenes en el barrio y lo hace deshaciéndose de cualquier mirada simplificadora. Se trata, más bien, de narrar la muerte a través de las huellas de las vidas: las vidas de los vivos y las vidas de los muertos. A través de esa tensión se mueve toda la narración del cortometraje. La tematización de la muerte se vuelve, a su vez, expresión de la memoria colectiva, aquella capaz de registrar lo que empuja por volver una y otra vez. La permanente búsqueda por tensionar los sentidos más comunes, los prejuicios, los miedos, el uso de cierta ambigüedad como mecanismo capaz de decir, en cada escena, allí donde hay cielo hay tierra, donde hay pasado, hay presente, donde hay tristeza hay alegría y donde hay muerte hay vida. Detrás de la cámara encontramos un ojo intruso e incómodo que, tal como señala Rivera Cusicanqui (2015), nos hace bajar la mirada. ¿Quién mata o quién se suicida en estas historias? No encontramos en ellas violencia ni culpables, la búsqueda está planteada en otros términos. O mejor, esas muertes, esos muertos, vienen a mostrar las vidas a la intemperie (Duschatzky, 2007). La muerte en el 13 barrio está ahí, sobrevuela de distinta manera cada vida. Un tiroteo entre bandas que literalmente atraviesa la escuela y obliga a sus estudiantes y docentes a hacer cuerpo a tierra o una tensa disputa en mitad del día que lleva a los vecinos a buscar cobijo. El gesto es, entonces, el de evidenciar la muerte como posibilidad, el estatuto de precariedad de la vida (“Por momentos imagino que puedo ser yo”). Y es, asimismo, un “postulado impulso interno a vivir” (Butler, 2006: 40). Vidas perdidas narra esas condiciones sociales de vida y las cuestiona “para llegar a ser una vida vivible” (Butler, 2006: 42). Vidas precarias, muertes políticas expresan, entonces, el reconocimiento de unas condiciones de vida determinadas y el modo en que esas condiciones producen “muertes anónimas y sin rostro” (Butler, 2006: 74) que forman parte de su mundo social ubicándolas en un patrón de injusticia y dolor. 5. Reflexiones finales “Es muy posible que allí donde no se puede decir nada empiece justamente el cine” Jorge Larrosa En una reflexión acerca del vínculo entre cine y escuela, hace algunos años, Jorge Larrosa señalaba la dificultad que reviste hablar o escribir sobre cine. Y esa dificultad remite, básicamente, a cómo traducir a palabras aquello que no está hecho de palabras. Allí decía, como reza el epígrafe, que posiblemente ahí donde no se puede decir nada empiece justamente el cine. Lo que hace que el cine sea cine y no otra cosa, está en aquello que sólo se puede decir con el cine, con su formas, su lenguaje. Asumiendo las distancias que separan a una producción cinematográfica de la experiencia audiovisual de un cortometraje realizado por estudiantes, podríamos decir que de alguna manera de eso se trata el taller: dar lugar, en la escuela, para decir algo, decir mucho, a través de un conjunto de imágenes 14 capaces de condensar lo que le pasa a la vida. Dar el espacio y algunas herramientas para decir aquello que, muchas veces, no se puede decir con palabras. En este sentido, tanto el desarrollo del taller como sus producciones nos ubican enfrente de algo que todos sabemos pero cuya visibilidad siempre es borrosa: ninguna de las condiciones materiales de existencia pueden aislarse de los modos de hacer pero tampoco el deseo y la voluntad de vida. El hacer, en este sentido, se realiza en esas determinadas condiciones existencia y retomando a Deleuze y Guattari “el deseo se mantiene cerca de las condiciones de existencia objetiva, se las adhiere y las sigue, no sobrevive a ellas, se desplaza con ellas…” (1995: 34). De forma que esta experiencia refiere a la vida de los sujetos, a las dinámicas de la vida escolar y, especialmente, a la producción que estos jóvenes realizan año a año. Pensar, entonces, al taller como proceso –y no sólo como producto- permite, tal como señala Richard (2006), salirse de la ideología de “la obra” para defender el arte como “ejercicio”, es decir, un movimiento que conduce a la obra aunque siempre la desborda y la transgrede. Lo que sucede en el taller se aproxima a esta idea, lo que importa allí es aquello que pasa en el mientras tanto, en el proceso de hechura de esas piezas artísticas que hacen que quienes participamos nunca volvamos a ser lo que éramos antes de comenzar. Malosetti Costa (2005) dice que las imágenes creadas por la mente parecen ser las más persistentes y poderosas. Así, la imaginación deviene una de las armas más potentes que tenemos para dar forma e imprimir cambios a nuestras vidas e incluso para luchar frente a las peores condiciones. Pensar al taller como espacio escolar capaz de dar lugar –y potenciar- a esas imágenes (a esa imaginación) es el mejor fundamento para renovar el compromiso y seguir aprendiendo. 15 6. Referencias bibliográficas Arendt, H. (1993). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona: Península. Arfuch, L. (2006) “Las subjetividades en la era de la imagen: de la responsabilidad de la mirada”. En Dussel, I. y Gutierrez, D. (comp.). Educar la mirada. Políticas y pedagogía de la imagen (pp. 75-84). Buenos Aires: Manantial/Flacso. Barthes, R. (1989). La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós. Benjamin, W. (1987). Dirección única. 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