PARA UNA PRÁCTICA ANTIOPRESIVA Y ANTIDISCRIMINATORIA DEL TRABAJO SOCIAL EN EL ÁMBITO DE LA DIVERSIDAD SEXUAL: PROPUESTA DE UN “PROGRAMA DE INVESTIGACIÓN”. Enrique Raya Lozano. Universidad de Granada. Departamento de Trabajo social y Servicios Sociales. E-mail: [email protected] Pilar Ríos Campos. Universidad de Jaén. Departamento de Psicología. Área de Trabajo Social y Servicios Sociales. E-mail: [email protected] Resumen En una sociedad normativamente heterosexual, cualquier práctica, identidad o ideología distinta queda definida como “lo otro/diferente”. Esta diferencia puede fácilmente llevar a la marginalidad o la exclusión de personas y colectivos así categorizados, mediante manifiestos y/o sutiles procesos discriminatorios. Se crea un sistema de clasificación en función de las identidades sexuales y de género que no tiene su origen en la naturaleza, sino que es construido a través de procesos dialécticos relativos a las relaciones de poder establecidas que pivotan en torno a las relaciones sociales de sexo. El Trabajo Social, como práctica profesional y como discurso o saber, no es ajeno a estas relaciones productoras del heterosexismo: la mayor parte de las prácticas y de los desarrollos teóricos en este campo sitúan la heteronormatividad como centro de sus discursos y sus intervenciones. Desde una perspectiva crítica, para llevar a cabo una práctica de trabajo social realmente igualitaria y emancipatoria, se precisa una reflexión profunda sobre las formas en las que la sexualidad es teorizada, así como un análisis crítico de la heterosexualidad como norma de definición de las identidades sexuales, de género y de parentesco, junto a una evaluación de las prácticas del activismo en trabajo social con minorías sexuales. La comunicación sienta las bases para un “programa de investigación” en este específico ámbito. Palabras clave Teoría queer, homosexualidad, lesbianismo, Trabajo Social, Trabajo Social crítico Comunicación El concepto de diversidad sexual se refiere a la existencia de múltiples tipos de expresiones sexuales que se encuentran fuera de la heteronormatividad y del binarismo de género; es decir, homosexualidad y bisexualidad; y las que difieren de lo establecido en cuestión de identidad sexual y de género: transexualidad, transgénero, etc. En una sociedad normativamente heterosexual, cualquier práctica, identidad o ideología distinta respecto a la sexualidad humana queda definida como “lo otro/diferente”. Esta diferencia puede fácilmente llevar a la marginalidad o la exclusión de personas y colectivos así categorizados, mediante manifiestos y/o sutiles procesos discriminatorios que afectan a personas y/o grupos. Como se sabe por los estudios de género, este sistema de clasificación en función de las identidades sexuales y de género, no tiene su origen en la naturaleza sino que es construido a través de procesos dialécticos relativos a las relaciones de poder establecidas que pivotan en torno a las relaciones sociales de sexo/género. El trabajo social, como práctica profesional y como discurso o saber, no es ajeno a estas relaciones productoras del heterosexismo: la mayor parte de las prácticas y de los desarrollos teóricos en este campo sitúan la heteronormatividad como centro de sus discursos y sus intervenciones. Esta falta de conciencia “de género”, que el trabajo social comparte con otros discursos, saberes, disciplinas y profesiones relacionadas con las ramas de las ciencias sociales y humanas y de las ciencias de la salud, no deja de ser, desde luego, sorprendente, tratándose de un sector de la teoría y de la practica tan femininizado desde sus comienzos. Aunque tal vez, según las actuales investigaciones históricas, convenga matizar algo la aseveración1 Entre las minorías sexuales existen dos estrategias de activismo claramente diferenciadas. Una tiene que ver con el cuestionamiento y desafío de la 1Al respecto, las investigaciones sobre los inicios del trabajo social, paralelos, en EEUU a los inicios de la psicologíasocialydelasociología(concretamente,conlallamada“EscueladeChicago”),nosmuestraquelas luchas de las mujeres por la libertad y la igualdad, por el reparto del poder social, por la transformación cultural, por el conocimiento y por la profesionalización ha ido, no sin grandes dificultades, minando la omnipresentedominaciónhistóricadelpatriarcado.(Vid.,porejemplo,GarcíaDaudet,2010).Aloquehayque añadirunaluchaenlopersonalarticuladaconlaluchaporlareforma/rupturaenelmundodelasideas,como eselcasodeunadelasprincipalespionerasdeltrabajosocial(ydelasociología),lapremioNobeldelaPazde 1031JaneAddams(1860-1935):suluchaporlanormalizacióndellesbianismo(Cfr.Hamington,eds.2010) heteronormatividad. Otra, sustentada en una ideología liberal 2 , se basa en la reivindicación de derechos de ciudanía e inclusión social y socio-cultural, demandando cambios normativos e institucionales (“políticas de reconocimiento de la diferencia”). Es en esta segunda línea donde podemos encontrar la corriente principal orientadora del Trabajo Social. La crítica principal que hay que dirigir a este planteamiento liberal es que da como resultado la asimilación (ahora inclusión), pero sin cuestionar en ningún momento las instituciones y asunciones heteronormativas dominantes: más bien las apoya y las sustenta. Desde una perspectiva crítica, para llevar a cabo una práctica de trabajo social realmente igualitaria y emancipatoria, se precisa una reflexión profunda sobre las formas en las que la sexualidad es teorizada, así como un análisis crítico de la heterosexualidad como norma de definición de las identidades sexuales, de género y de parentesco, junto a una evaluación de las prácticas del activismo en trabajo social con minorías sexuales. Uno de los mayores obstáculos que encontramos para poder realizar un abordaje crítico de la sexualidad, es la concepción tradicional de las condiciones en las que se debe producir una práctica sexual legítima, que es aquella que se lleva a cabo dentro de la estructura matrimonial en una relación patriarcal, monógama, heterosexual y jerárquica. Esto, evidentemente, entronca con los análisis feministas de la función de la heterosexualidad como sistema de opresión y sometimiento de las mujeres. Sin embargo, un hecho que con frecuencia se pasa por alto, es que la sexualidad normativa y la heterosexualidad no siempre son coincidentes (Schutte, 1997, p. 41). En realidad, una gran parte de las prácticas que se realizan dentro de las relaciones heterosexuales son también desviadas respecto de la norma establecida: aquellas que se 2 Nos referimos aquí a las grandes filosofías liberales clásicas y contemporáneas, imprescindibles para entender la Modernidad, la democracia, las libertades, los derechos de ciudadanía…; no al llamado “neoliberalismo”, filosofía liberticida ultradesigualitaria, que arruina los progresos humanos conseguidos en libertadeseigualdades,agitandolabanderadelnuevo“absoluto”:lalibertadreducida,enelfondo,a“libertad de mercado”; es decir, a una propuesta de mercantilización capitalista de todo lo relacionado con la vida humanayconlavidaengeneral.Referirsealafilosofíaliberalsignificapartirdegrandesfilósofosycientíficosociales de posiciones muy diversas, desde Kant, Benjamin Constant a John Stuart Mill o al filosofo y economistaescocésAdamSmith,hastallegaralosgrandespensadoresdelalibertaddelsigloXXcomoIsaiah Berlin o John Dewey; o incluso –por contravertida que sea su adscripción a corrientes de pensamiento contemporáneas-,JohnRawls.Estasgrandescorrientesdelpensamientoarrojanhoyreflexionesypropuestas esenciales para la construcción de una nueva ciudadanía en la época de la globalización y la sociedad informaciones, inclusora de todas las diferencias (es decir, previsora de cualquier discriminación); así, por ejemplo,loscanadiensesWillKymlickaysupropuestadeciudadaníamulticulturalyderechosdelasminorías y Charles Taylor y su propuesta de políticas democráticas del reconocimiento de las diferencias, que abren sugerentes conceptualizaciones y propuestas para un pluralismo social, cultural, sexual, humano (no solo “político”). realizan fuera del matrimonio, las relaciones sadomasoquistas, intergeneracionales, etc.; las cuales tienen diversos grados de aceptación o rechazo, pero también deberían considerarse dentro de lo que denominamos “diversidad sexual”. Además, la sexualidad es vista como una identidad establecida y plenamente definida, es decir: inmutable, en lugar de percibirse como algo fluido y flexible que puede variar en el tiempo y en el grado a lo largo del desarrollo y de las experiencias vitales. La sexualidad es dinámica y cada individuo la crea, la entiende y la re-crea de diferente forma, aunque dentro de unos parámetros y unos límites establecidos socioculturalmente. Por otra parte, la relación entre identidad de género, sexo y tendencia sexual es percibida como “natural”. Por lo tanto, todo individuo debe tener una identidad de género acorde con su sexo y una tendencia sexual por el sexo/género contrario. Romper estas relaciones resulta extremadamente difícil en nuestros esquemas mentales. Este marco de interpretación es el que se suele aplicar para entender las identidades individuales y colectivas respecto a la sexualidad, incluso en aquellos casos en los que se produce una clara desviación de esta norma. Por lo tanto, la bipolaridad de género exige que asignemos un género masculino o femenino a cada persona, que cada persona asuma un género con sus roles correspondientes: comportamientos, apariencia, etc. «Esto apoya nociones tales como los roles complementarios pero distintos de hombres y mujeres, lo cual refuerza la “heterosexualidad compulsiva” y mantiene la feminidad y la masculinidad como hechos reales y objetivos» (Hicks, 208, p. 66). De esta manera, se intenta entender la diversidad sexual dentro de la norma heterosexual y hacer que las disidencias encajen dentro de ella. Como señala Hicks, «Pretendemos que los homosexuales se ajusten a un modelo de género. O más bien, ponemos la heterosexualidad como modelo a la hora de comprender e interpretar la homosexualidad» (Hicks, 208, p. 68), por ejemplo, cuando entendemos que cada uno/a de los miembros de la pareja homosexual necesariamente tiene que asumir en la relación de pareja un rol de género opuesto masculino/femenino, dando por hecho que los homosexuales tienen que reproducir la cultura sexual hetero (Saéz y Carrascosa, 2011, p. 185). Evidentemente, sólo desde fuera de estos esquemas de pensamiento es posible trabajar de forma igualitaria y antiopresiva con las minorías sexuales. Por otra parte, cuando no es posible encajar a las personas dentro de este marco de interpretación, pasamos a utilizar lo que Hicks llama «la ley de las cuatro sexualidades». Es decir, utilizamos las categorías de “lesbiana”, “gay”, “bisexual” o “heterosexual” y tratamos de interpretar a cada individuo en base a esto (Hicks, 208, p. 67). Sin embargo, estas categorías también están establecidas a partir de unas ideas rígidas y prejuiciosas acerca de lo que debe ser una persona que tenga alguna de estas identidades sexuales: suponemos que existen unas tipologías a las que tiene que ajustarse todo el mundo (Hicks, 208, p. 68). A partir de ahí, valoramos toda la situación en función de las circunstancias, necesidades y condiciones que se supone que debe tener esa persona. Sin embargo, hay que señalar, que la mayor parte de las veces se parte del principio de la heterosexualidad y la heteronormatividad. Sólo cuando esto es cuestionado de alguna manera se pasa a la utilización de las otras categorías sexuales (Hicks, 208, p. 67), que siempre se utilizan de manera residual, cuando la dominante se demuestra inservible. A diferencia de otras categorías de diferenciación social como el género, la clase social, la raza, la pertenencia étnica o la religión, la sexualidad no se considera normalmente, a priori, como un factor a tener en cuenta en las condiciones de integración social o en la capacidad de acceder a los recursos y a los derechos de ciudadanía. Sólo cuando se cuestiona la heteronormatividad estos factores entran en juego. Cuando estos elementos llegan a plantearse, normalmente se hace desde un punto de vista de ajuste a las estructuras establecidas. Es decir, se entiende la diversidad sexual desde el esquema de pensamiento liberal, donde la sexualidad es percibida como un tema esencialmente privado, que puede tener efectos negativos sobre los individuos cuando estos no pueden hacer un pleno uso de los derechos reservados para la mayoría. Desde este punto de vista, la solución estaría en realizar cambios legales que den como resultado la asimilación de estas minorías al sistema establecido. Sin embargo, «esta política, no impugna las instituciones y asunciones heteronormativas dominantes, sino que las apoya y las sustenta» (Hicks, 208, p. 68). Esto tiene que ver con la concepción de las minorías sexuales como grupos homogéneos, con una identidad y una cultura común y unos intereses de grupo bien definidos (homonormatividad). De esta manera, este tipo de discurso, transpuesto al mundo profesional, entiende la diversidad sexual como lo diferente, lo otro, lo que se sale de la norma; por lo tanto es colocada como objeto de conocimiento, mientras que la heterosexualidad continúa incuestionable, o como dice Hicks: «la heterosexualidad se mantiene intacta e inexplorada, o dicho de otra forma, la heteronormatividad incrustada en la práctica del Trabajo Social se mantiene invisible» (Hicks, 208, p. 68). Porque tener en cuenta la sexualidad sólo cuando hacemos referencia a los LGBT mantiene el sistema heterosexual como central y lo invisibiliza. Consecuentemente, dentro de este esquema de pensamiento, el objetivo a alcanzar es la tolerancia del sistema dominante hacia la diversidad, es decir, los otros/diferentes; siempre y cuando, estos otros/diferentes estén dispuestos a asimilarse al sistema establecido (Hicks, 208, p. 71). No se cuestiona el origen de esta diferencia, ni se analiza, por tanto, cómo ésta es producida y mantenida por la teoría y la práctica diaria del trabajo social. La sexualidad es entendida como producto de la naturaleza, o de características o condiciones personales, nunca como una producción cultural y discursiva que es necesario des-construir para llevar a cabo un Trabajo Social igualitario y no discriminatorio, ya que es en esta dialéctica entre lo que queda dentro y fuera de la norma donde se crean las desigualdades y se producen las definiciones de sexualidades “anormales”, “diferentes”, y por lo tanto “inferiores”. Como señala Hicks: «(…) debemos admitir y considerar el trabajo social como un lugar de producción de categorías sexuales, porque es una profesión en la que la sexualidad es constituida como un objeto de investigación y de clasificación. La literatura y la práctica del trabajo social y del bienestar social están lejos de ser socialmente neutrales o limitadas a técnicas de intervención. Están profundamente implicadas en la construcción de las relaciones de poder en la sexualidad» (Hicks, 208, p. 77). Además, el simple hecho de utilizar categorías para clasificar las sexualidades, especialmente cuando esto se realiza desde un punto de vista dicotómico (homo-hetero), da cuenta de un pensamiento esencialista y jerárquico de lo que son los “hombres” y las “mujeres” y de las identidades sexuales (Hicks, 208, p. 77). Así pues, para poder realizar una práctica de trabajo social realmente igualitaria y antiopresiva en el campo de la diversidad sexual, es necesario hacer un análisis de “los discursos que configuran el heterosexismo como sistema normativo de género” (Muñoz Onofre, 2006, p. 107) desde un punto de vista biopolítico. «Las pretensiones de universalidad y neutralidad propias de los modelos liberales de Estado y esfera pública se quedan sin fundamento cuando en situaciones prácticas ambos modelos se perfilan como escenarios atravesados y condicionados por múltiples ejes estructurales de dominación y subordinación, tales como la clase social, el sexo, la orientación sexual, el orden étnico racial, la nacionalidad, entre otros. Desde este punto de vista, cobra vigencia política el esfuerzo por hacer visibles las maneras en que las desigualdades se ocultan en la esfera pública, formalmente inclusiva, y restringen las interacciones discursivas que se dan en ella» (Muñoz Onofre, 2006, p. 107). Desde luego, el objetivo no puede ser única y exclusivamente conseguir la igualdad de derechos desde el punto de vista legal o jurídico (aunque este aspecto es fundamental), ya que esto sería «aceptar que el Estado tiene la potestad de organizar el campo sexual y designar lo que se puede considerar legítimo y lo que no» (Muñoz Onofre, 2006, p. 113). Se trata, por lo contario, de plantear y debatir cuáles son los límites que tiene el Estado sobre la administración de la vida y la construcción de las subjetividades (Muñoz Onofre, 2006, p. 113). Hay que entender la construcción de las subjetividades individuales desde una perspectiva construccionista3. Desde este punto de vista, las sociedades ofrecen a las personas unas posibilidades limitadas de desarrollo dentro de unos parámetros más o menos estrictamente establecidos. De esto se deduce que «todos los cuerpos son ficticios», «fabricados, elaborados, conducidos de acuerdo con los principios que dicta una sociedad» (Córdova Plaza, 2011, p. 46). Por lo tanto, el que determinadas prácticas sexuales lleguen a convertirse en identidades está determinado culturalmente4. 3 «La perspectiva construccionista descarta los esencialismos y considera que todos los aspectos de la vida humana, aun los considerados más dependientes de imperativos biológicos (como el cuerpo y la sexualidad), responden a contenidos sociales que son adquiridos por el individuo mediante el proceso de enculturación. El sustrato biológico haría referencia a potenciales humanos que requieren de la acción social para su definición y desarrollo» (Córdova Plaza, 2011, p. 46) 4 «Los movimientos de liberación gays, lesbianas y transexuales surgen precisamente como una oposición hacia diferentes dispositivos de estigmatización-criminalización y patologización que surgen a finales del siglo XIX. En realidad, podríamos decir que hay una dependencia estructural en el hecho histórico de la producción de `el homosexual´ por estos dispositivos, y la reacción de personas que se ven señaladas como seres extraños y enfermos. Dicho de otro modo, si no hubiera surgido un conjunto de disposiciones y discursos legales, médicos, psiquiátricos inventando la categoría clínica de `el homosexual´ no hubiera habido necesidad de organizarse ni de luchar contra una persecución que se iba a poner en marcha a partir de ese propio dispositivo de sexualidad. Por eso, cuando hoy día se habla de “orgullo gay” no debe comprenderse esas palabras como una especie de absurda complacencia a partir de una práctica El concepto de homosexualidad nace a finales del siglo XIX dentro de los discursos médicos y legales y se plantea como una «identidad global que se impone al sujeto» (Saéz, 2004, p. 101). Lo que hasta ese momento eran consideradas sólo como simples prácticas sexuales que no definían al individuo que las llevaba a cabo, terminan convirtiéndose en «identidades y en condiciones políticas que deben ser estudiadas, repertorizadas, persiguidas, castigadas, curadas» (Preciado, 2005, p. 62). De forma que se define la totalidad del ser de un individuo a partir de una categoría parcial como es el sexo, «tomando la parte por el todo» (Saéz, 2004, p. 101). El sexo, el género y la diferencia sexual se esencializan, elevándolos a la categoría de naturales y situándolos más allá de todo contexto histórico o cultural (Preciado, 2005, p. 62). Sin embargo, como señala Beatriz Preciado «No hay dos sexos, sino una multiplicidad de configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales. No hay una verdad de género, de lo masculino y de lo femenino, fuera de un conjunto de ficciones culturales normativas» (Preciado, 2005, p. 179). Creemos, con Javier Saéz, no se trata realmente de analizar la homosexualidad, sino más bien aquellas formas, discursos, y prácticas que «configuran las sexualidades y los cuerpos» como son: la heterosexualidad obligatoria, la «construcción patológica y homófoba del homosexual», la creación de la categoría género y todos los aspectos que conlleva, la división y oposición entre homosexuales y heterosexuales, los procesos de exclusión de las sexualidades diversas o minorizadas, etc. (Saéz, 2004, p. 120). Resumiendo, podemos decir que el sistema sexo/género jerarquiza los géneros y las sexualidades; es binarista y dicotómico; naturaliza y esencializa la sexualidad y se basa en la heteronormatividad (Moreno Sánchez y Pichardo Galán, 2006, p. 147). En este esquema de pensamiento sólo hay dos géneros que se deben corresponder con el sexo biológico asignado, en el caso de que no sea así, la única posibilidad (siempre marginal y en última instancia) es optar por el otro género, pero nunca salirse de alguna de estas categorías (Gilbert, 2009, p. 97). Tanto los sexos como los géneros se encuentran jerarquizados, situándose siempre lo masculino por encima de lo femenino. Este sistema dicotómico de sexo/género o bigenerismo (“bigender”) como lo llama Gilbert (2009) es la base en la que se sustenta la heteronormatividad ya que implica que «los dos géneros están destinados a formar la pareja heterosexual» (Gilbert, 2009, p. 97). Dicho bigenerismo establece las formas apropiadas de ser mujer y de ser sexual, sino como una reacción política de lucha y resistencia contra un dispositivo de persecución, escarnio y exterminio que sigue existiendo en la actualidad» (Saéz, 2004, p. 22) hombre de forma estricta, aunque puede haber variaciones en función de determinados parámetros, como la edad y las subculturas, tienen «características generales que son aplicadas rígidamente al conjunto social» (Gilbert, 2009, p. 99). Por lo tanto, sólo eliminando el sistema sexo/género será posible llegar a una sociedad en la cual no existan ni el machismo, ni la homofobia ni la transfobia, formas de discriminación en cuya eliminación el trabajo social se debe implicar activamente. A vueltas con el Estado, el trabajo social, los derechos y la reforma social Terminaremos volviendo sobre lo que hemos afirmado supra, de manera tajante y apodíctica : “el objetivo no puede ser única y exclusivamente conseguir la igualdad de derechos desde el punto de vista legal o jurídico, ya que esto sería ‘aceptar que el Estado tiene la potestad de organizar el campo sexual y designar lo que se puede considerar legítimo y lo que no’”. Y tendremos que matizarlo, desde y para el trabajo social. Desde un punto de vista crítico, desde la salvaguarda del valor de la libertad, ha de ponerse entre paréntesis, desde luego, todo tipo de intromisión del Estado en la vida privada, máxime en uno de sus recovecos más íntimos, más “privados”: la vida sexual y afectiva (y, también y al tiempo, se ha de ser consciente que “lo intimo”, “lo privado” es también “público”, “social”, “político”: la vida privada es, desde luego, cristalizaciones de procesos socio-históricos y un resorte esencial ineludible, para todo cambio social, político y cultural en pos de una mayor libertad, una mas igualdad, una profundización de la democracia…). Pero el trabajo social, como práctica profesional y como saber, no puede quedarse en el proceso de ayuda personal o de grupo: desde su fundación asume, profesionalmente –y como ciudadanos-as, dos papeles que forman unidad inseparablela llamada “Reforma Social”: la mejora de la democracia, de la legislación, la garantía cierta de los derechos inalienables de la persona humana. Es lo que han querido dejar claro tanto la Federación Internacional de Trabajadoras y Trabajadores Sociales (FITS) como la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (IASSW), desde la Definición Internacional de Montreal (2000) a la más reciente de Melbourne (2014): - “Los principios de los Derechos Humanos y la justicia social son esenciales para el trabajo social” (Montreal, 2000). - “Los principios de la justicia social, los Derechos Humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social” (Melbourne, 2014). Ponerle vallas, frenos, obstáculos al Estado respecto a la vida privada es una cosa; otra, exigirle al Estado democrático la garantía de los derechos humanos y de un justicia social que lleve a equilibrar libertad e igualdad, sin lo cual no puede haber democracia, civilización plenamente humana. Esto nos ha de llevar a la exigencia ciudadana y profesional de contar con un corpus de derechos, debidamente constitucionalizados, que den forma a las correspondientes políticas públicas de fomento la dignidad humana; y a una administración de justicia a la que pueda dirigirse la ciudadanía cuando se vea conculcada en su básica dignidad. En tal sentido, nos parece muy a tener en cuenta una iniciativa de investigación y de sensibilización internacional como la del Consejo Internacional de Políticas de Derechos Humanos, creado en Ginebra en 1998: recientemente (2010) publicó un importante documento titulado Sexualidad y Derechos Humanos. Documento de Reflexión, paper eje para la Campaña por una Convención Interamericana de los Derechos Sexuales y Reproductivos5 (www.convencion.org.uy) Cerramos esta comunicación con un paso extraído de las conclusiones del citado texto: “A modo de conclusión: todo esfuerzo por aclarar y profundizar la comprensión conceptual de los derechos humanos es un proyecto profundamente político. Es político tanto debido a la importancia y a la delicadeza de la sexualidad y los temas sexuales, como al hecho de que este trabajo ayudará a reformular la relación entre las personas y el Estado. Como ya lo señaláramos, el Estado no es el único actor y ni siquiera es el principal actor en cuanto a los derechos sexuales. Sin embargo, cuando se pone el acento en los derechos formales y en la ley formal, el Estado es un actor esencial en términos de políticas aun si la idea más general es que la sexualidad cobra forma en la intersección de muchos sistemas diferentes que son sociales, inter e intrapersonales” (Cit., p. 68) 5 “La Campaña por una Convención Interamericana de los Derechos Sexuales y Reproductivos es una coalición de organizaciones feministas, de diversidad sexual, de líderes del movimiento indígena, del movimiento de afrodescendientes, del movimiento de jóvenes que se propone construir un instrumento de derechos humanos que garantice los derechos sexuales y los derechos reproductivos porque cada vez más personas, piensan que la libertad y la equidad en el campo de la vida sexual y reproductiva deben estar garantizadas para todos y todas, sin ningún tipo de discriminación” (Documento citado, p. 2). Bibliografía Consejo Internacional de Políticas de Derechos Humanos (ICHRP) (2010). Sexualidad y Derechos Humanos. Ginebra (Suiza): Consejo Internacional de Políticas de Derechos Humanos (ICHRP) [Accesible en: www.ichrp.org ] Córdova Plaza, R. (2011). Sexualidades disidentes: entre cuerpos normativizados y cuerpos lábiles. La ventana (33). García Daudet. S. (2010). La historia olvidada de las mujeres de la Escuela de Chicago. Revista Española de Investigaciones Sociológicas-REIS, 131. Gilbert, M. A. (2009). Defating bigenderism: changing gender assumptions in the twenty-first century. Hypatia , 24 (3). Hamington, M. (2010). Feminist interpretation of Jane Addams. University Park: The Pennsylvania State University Press. Hicks, S. (208). Thinking through Sexuality. Journal of Social Work , 8(1). Kymlicka, W. (1996). Ciudadanía Multicultural. Barcelona: Paidós. Moreno Sánchez, Á., & Pichardo Galán, J. I. (2006). Homonormatividad y existencia sexual. Amistades peligrosas entre género y sexualidad. Revista de Antropología Iberoamericana , 1 (1). Muñoz Onofre, D. (2006). 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