EL ESTUDIO DE LA REBELDÍA COMO DISPOSICIÓN EN EL SENO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES JOAQUÍN GALINDO RAMÍREZ [email protected] Resumen: este texto propone una reflexión teórica en torno al estudio de los movimientos sociales a raíz de la rebeldía, que entendida en términos de disposición, es definida como las maneras en que un determinado sujeto ve, siente o percibe una situación como intolerable, así como las maneras de actuar frente a ella para revocarla. Unas maneras de ver, sentir y actuar condicionadas y modeladas a partir de una multiplicidad de experiencias, relaciones y lógicas sociales que comportan un repertorio de acciones variables en función de la concreción de los contextos. En una sociedad crecientemente pluralizada, toma relevancia la consideración de los aspectos subjetivos en la constitución de un sujeto colectivo como el movimiento social, que se problematiza a través de la noción de campo. Palabras clave: rebeldía; subjetividad; disposición; campo; movimientos sociales 1. Introducción El horizonte que me marco para esta comunicación no es el de concluir con una serie de conclusiones o resultados empíricos que den cuenta de un trabajo de campo y su posterior análisis; más bien se trata de reflexionar acerca de una propuesta de estudio que se entroncará en torno a una serie de conceptos o ideas clave sobre los que sustentar la misma. Soy consciente de que hablar de sujeto individual y de sujeto colectivo en un contexto de movimientos sociales es una temática demasiado vasta como para ser abordada en su plenitud en un formato como este, de ahí que insista en remarcar el carácter propositivo de las siguientes líneas que trabajaré a continuación. Por un lado, se trata de una propuesta conjunta que busca relacionar lo individual con lo colectivo, partiendo desde abajo, desde el individuo; por otro, hablo de rebeldía, un aspecto que si bien se puede dar por hecho en el seno de los movimientos sociales o de la lucha colectiva, intentaré operativizar para que pueda ser útil en este contexto de investigación. Considero que más que discriminar en términos de individualidadcolectividad, individuo-sociedad, rebeldía individual-rebeldía colectiva, es necesario hacer un esfuerzo por integrar sendos polos para entender unos y otros, cualesquiera que puedan ser, con mayor perspectiva. ¿De dónde nace la pertinencia de una propuesta como esta? Trataré de manera principal cuatro elementos sobre los que pivotará esta reflexión. Son: la crisis del modelo, el sujeto, la subjetividad y la rebeldía como disposición en una atmósfera de cierta filosofía de la acción. Cuatro elementos que considero interrelacionados, de forma que uno nos conducirá a otro; e igualmente, esto nos llevará a apuntar unas claves sobre la noción de campo para trabajar la constitución del sujeto colectivo como movimiento social. Trataré estos elementos de manera que uno nos dé pie a hablar del siguiente. 2. La crisis del modelo Al hablar de la crisis del modelo me hago eco del pensamiento de varios autores que apuntan a un cambio en la sociedad en que vivimos y en los enfoques que la sociología debe estar preparada para asumir. Se puede hablar de sociedades de riesgo (Beck y Beck- Gernsheim, 2002), sociedades post industriales (Bell, 1978) o, como indica Martuccelli (2010), de una crisis del modelo. Esta crisis del modelo invoca principalmente al cambio desde una sociedad más estructurada e integrada a otras en las que el riesgo, la incertidumbre y la contingencia se presentan como rasgos predominantes. Y este cambio tiene una influencia directa sobre el individuo, que como afirma Beck, es incitado a individualizarse mediante una serie de decisiones que ha de ir tomando conforme va avanzado una determinada trayectoria. Trayectorias que, naturalmente, tienden a singularizarse, provocando así una mayor pluralidad en estas. No se debe dejar escapar el hecho de que las biografías son cada vez menos estables y se ligan en menor medida a características estructurales homogéneas: el riesgo, la incertidumbre y la contingencia se traducen en un mayor número de retos o desafíos para el individuo que provocan la creciente singularización. Por otra parte, la cultura y el mercado, más que cumplir una función cohesionadora, estimula a los individuos a la creación de unas expectativas que, por falta de adecuación estructural e incapacidad real de llevarlas a cabo, provocan la insatisfacción. Y así, la socialización deja de ser un proceso que podría concluir en el periodo de la infancia para estar expuesta a una aventura de continuas decisiones. En este contexto, la incidencia sobre la sociología es clara. Los enfoques que antes tenían la capacidad de explicar el personaje social a través de una taxonomía de diferentes modelos de personajes, se presentan en la actualidad menos eficaces para dar cuenta de estos cambios, pues como se va apuntando, “(…) los individuos no cesan de singularizarse y este movimiento de fondo se independiza de las posiciones sociales, las corta transversalmente, produce el resultado imprevisto de actores que se conciben y actúan siendo <<más>> y <<otra cosa>> que aquello que se supone les dicta su posición social. Los individuos se rebelan contra los casilleros sociológicos” (Martuccelli y Araujo, 2010: 80). La expectativa no se puede disociar de la frustración de la misma manera que las ciencias sociales no pueden evitar esta rebelión de los individuos frente a los grandes enfoques que buscan encasillarlos. Ahora bien, no se trata de denostar perspectivas sociológicas, sino de entender que en una sociedad diferenciada, los individuos son cada vez más plurales; y que del mismo modo que el individuo se enfrenta cada vez a más retos a lo largo de su vida, la sociología también se enfrenta al desafío de dar cuenta de ello a través nuevas preguntas y miradas. Los métodos tradicionales presentan algunas anomalías o disonancias a la hora de intentar explicar a los individuos ahora, que hoy día como nunca antes, son producto de una configuración de diferentes procesos, experiencias, relaciones y entornos existenciales: “Lo importante es la manera cómo los individuos se constituyen en un entorno existencial combinando relaciones u objetos, experiencias o actividades diversas, próximas o lejanas, que, en la ecología así constituida, van o no a dotarse de significaciones absolutamente singulares. Este entramado heterogéneo y proteiforme crea alrededor de cada uno de nosotros un tejido existencial y social elástico que es, en el sentido a la vez más estricto y restringido del término, “nuestro” verdadero mundo” (Martuccelli, 2007: 81). Así pues, esta crisis del modelo alude, en definitiva, a un cambio de rumbo: a un paso desde una mayor rigidez a una creciente elasticidad, pues son las ciencias sociales las que deben adaptarse a los cambios de su objeto, que en la actualidad no hace sino manifestarse como cada vez más plural. Y esta necesidad de adaptarse al cambio de rumbo me da lugar a hablar de dos nuevos elementos: el sujeto y la subjetividad. 3. El sujeto En este clima de cambios en el individuo y la sociedad, toca hablar del sujeto, un concepto ampliamente estudiado y que dispone de distintos puntos de vista: Foucault (1995; 2002) dibuja a un sujeto producto de diferentes mecanismos como el poder, el discurso o las instituciones; otros teóricos influidos por la obra de Lacan como Miller (2005), han subrayado el carácter simbólico de la transformación y constitución del sujeto; o también, desde una perspectiva deconstructivista, Derrida (2000) -inspirado en Kierkegaard- habla de un sujeto poseedor de una subjetividad singular profesa de una reflexión interior. Siguiendo de nuevo la estela de Martuccelli, este maneja un enfoque que parte desde “el trabajo de los individuos para fabricarse como sujetos” (2010). “Nuestro” mundo, como señalaba anteriormente, se teje entre variadas relaciones, objetos, experiencias y lógicas de acción que son inseparables de la constitución como sujetos. En primer lugar, en pos de adaptarse a esos cambios del modelo, para Martuccelli es necesario estudiar al individuo desde el diálogo entre dos estrategias, que son la individuación y la subjetivación: la primera está relacionada con el individuo que es estructuralmente fabricado durante un período histórico determinado, mientras que la segunda se refiere a la constitución del sujeto como resultado de una dinámica socio-política de emancipación (Martuccelli y Araujo, 2007). El sujeto, de esta manera, no debe ser interpretado ni como un proceso meramente normativo resultado de los procesos estructurales, ni como una acción totalmente autónoma, libre o incluso heroica por parte del individuo: es el trabajo que realizan en una encrucijada entre las experiencias sociales vividas y los ideales sociales que se han ido inscribiendo en ellos mismos, “una encrucijada contingente, pero no azarosa” (ídem: 88). Y ello teniendo en cuenta por una parte, que existe una pluralidad de ideales, sin que todos ellos sean inscritos en el individuo, pues son mediados socialmente; y por otra, que las experiencias sociales que son vividas por este ayudan para su trabajo interpretativo y de enfrentamiento a las situaciones y los contextos, lo que dará lugar al despliegue en la acción de un determinado saber o disposición. El sujeto, en definitiva, debe ser entendido como una configuración que puede dar lugar a múltiples trayectorias y que da cuenta de la creciente pluralidad y singularización que vive en la actualidad. En este sentido de configuración también incide Dubet (2010), para el cual es necesario partir de una experiencia social que está construida; construida en cuanto a que aparece de forma coherente a través de la construcción de categorías preexistentes, pero que también es crítica por la reflexividad del individuo con el mundo que le rodea. Aunque no se pueda hablar de un individuo totalmente ciego o clarividente, es necesario partir de su subjetividad para entender la experiencia social: “La experiencia social proviene de un doble mecanismo. Por un lado, es una manera de sentir al mundo social, de recibirlo, de definirlo a través de un conjunto de situaciones, de imágenes y de condicionamientos ya existentes. Ella es la versión subjetiva de la vida social. Por otro lado, ya que este mundo no tiene ni unidad, ni coherencia, la experiencia social es una manera de construir el mundo social y de construirse a sí mismo” (Dubet y Martuccelli, 1999: 75). Más allá de que podamos hablar de una configuración coherente, la reflexividad en el sujeto supone la forma en que “nuestro” contacto con el mundo social cristaliza en nosotros a la que vez que participamos de su construcción. Se trata, siguiendo la línea que se viene marcando, de difuminar los límites que separan individuo y sociedad para acercarnos a una noción de configuración como la empleada también por Elías (1999), que entiende la interdependencia humana como un entramado de relaciones de distinta índole entre seres. Si hablamos de una sociedad caracterizada por su contingencia e incertidumbre y que incita a los individuos a singularizarse, será pertinente tener en cuenta la presencia de una multiplicidad de elementos que participan de la construcción del sujeto; y a su vez, debido a esta multiplicidad, tampoco podremos hablar de un sujeto perfecta o armónicamente informado, sino de una configuración igualmente contingente que descansa sobre una reflexividad que atraviesa la dicotomía individuo-sociedad. Se hace pertinente hablar de la subjetividad. 4. La subjetividad Seguiremos hablando del sujeto, y aunque no dejándolo en segundo plano, sí desde una perspectiva que le considera como inevitablemente portador de una subjetividad1. En primer lugar, y para comprender dicha subjetividad, hay que seguir en ese esfuerzo de superar categorías aparentemente antagónicas u opuestas como individuo-sociedad, interior-exterior, subjetivo-objetivo. Suponer que lo “otro” o el “otro” no forman parte del sujeto correspondería a afirmar que nos referimos a categorías independientes y cuya existencia no depende una de otra; aquí defenderé un punto de vista que parte de que esos límites tradicionalmente presentados como opuestos, son en realidad cara de la misma moneda y cuya interdependencia es indispensable para comprender a ambas caras: hay que mantener esas dialécticas en diálogo. Como apunta Pazos, “el tema de la subjetividad es el tema del vínculo social, normalmente dejado de lado cuando nos manejamos sólo en términos de la dicotomía <<individuo-sociedad>>, y que supone justamente una superación de esos términos” (2005: 6). Este acercamiento al vínculo se corresponde con una serie de procesos intersubjetivos que se producen en el contexto de la relación con los otros, con un mundo que puede contar con sus características estructurales –como se ha apuntado- pero que implica a su vez, la constitución de experiencias concretas, trayectorias singulares. Esto da cuenta, por un lado, del distanciamiento sobre aproximaciones formalistas que buscan la definición por medio de tipologías o taxonomías de personajes sociales; y por otro, de 1 No entraré a discutir la emancipación del sujeto en términos socio-políticos a través de un proceso de subjetivación, pues lo veo como algo distinto a lo que me planteo al hablar de la subjetividad y que requeriría de otro de estudio. la diferenciación frente categorías como son el agente social o el actor, que pueden ser objetivables en cuanto a que cumplen un rol específico en la sociedad. La diferencia radica en este caso en que el sujeto, como poseedor de una subjetividad, mantiene una relación reflexiva consigo mismo, es decir, la mirada de una conciencia sobre un sí mismo, que de esta manera, se convierte en objeto de reflexión. Y esto conlleva entender que la subjetividad no tiene por qué permanecer estable; se caracteriza, más bien, por un carácter indeterminado y variable, lo que nos lleva de nuevo a la contingencia e incertidumbre que dijéramos atraviesa la sociedad en nuestros días. Retomando a Pazos, “las formas de la reflexividad varían de acuerdo a diversos factores (y por supuesto, la interioridad no es más que una de esas formas), pero en el hecho de la posición respecto de sí, como el hecho de la posición subjetiva, el sujeto, se afirmaría como un universal” (ídem: 9). Y en tanto que es universal, desvela un haz de relaciones que nos hace recordar la noción de configuración que citara Elías o Martuccelli; no sólo relaciones con otros sujetos, sino también con un entorno que implica una multiplicidad de experiencias sociales y condiciones de existencia estructurales que no se pueden considerar por separado. En este sentido se dirige igualmente la idea de cuerpo 2, que dibuja a la persona como un haz de relaciones que singulariza la existencia de los sujetos: si bien existe un entorno común, es claro que las relaciones subjetivas y la reflexividad -esa mirada para consigo mismoque mantienen los sujetos, hacen que la existencia de la subjetividad, en cuanto a una forma de singularización, sea igualmente común para todos los sujetos. Los desafíos y la incertidumbre, así como las biografías contingentes que apunta Beck, son singulares precisamente por el enfrentamiento subjetivo desde el que se abordan. Entonces, ¿cómo se puede definir la subjetividad?: “En términos muy generales yo diría que la subjetividad se define por la relación intencional y la conciencia. Y que el estudio de la subjetividad es el estudio de los puntos de vista o las posiciones adoptadas por el individuo con respecto a realidades del mundo, así como de los modos en que es afectado el individuo por esas realidades. Estas dimensiones (conceptos, valores, afectos) son las que hacen de un individuo un sujeto. Por lo demás, sólo se puede constituir como tal, sólo toma posiciones respecto al mundo y es afectado por este, sólo tiene un mundo, en cuanto que, y porque hay otros sujetos 2 Para ahondar en el concepto de cuerpo, véase Foucault (1979) o Bourdieu (1997). (Individuos, colectivos u otras instancias sociales). El sujeto se constituye en y por los vínculos” (Pazos, 2005: 9). Por otro lado, este hincapié en el vínculo hace que la subjetividad también se postule como motor de la acción y del diálogo, siendo nuevamente indisolubles e interdependientes, pues de la misma manera que no se puede disociar un enunciado de un sujeto de la enunciación o una acción del sujeto actuante, activa la relación entre acciones y sujetos desvelando el vínculo social: “se actúa siempre desde un lugar, que es el del sujeto, caracterizado por condiciones, que son las de la práctica” (ídem: 6). El discurso, de este modo, puede ser una vía útil para estudiar el haz de relaciones que desencadena la subjetividad por sus formas de hacer y decir subjetivas: el adiestramiento corporal, una determinada reproducción de principios de acción, concepción y acción, así como de sistemas de disposiciones son articulados a través de la experiencia de uno mismo en interacción con la relación con los demás. Se trata de observar con una perspectiva amplia y combinada el estudio de estas disposiciones o principios de acción que se da en los sujetos en virtud de unas lógicas sociales, incorporadas o interiorizadas en función de una determinada reflexividad. 5. La rebeldía como disposición Tras haber seguido una línea argumentativa que nos ha llevado desde la crisis del modelo, al sujeto y su subjetividad, voy a centrarme en la rebeldía teniendo como horizonte el movimiento social. Como el título de este escrito reseña, trataré a la rebeldía como una disposición, que, en dicha argumentación, tiene lugar en el sujeto desde posicionamientos subjetivos. Sin embargo, antes de entrar en esta reflexión teórica, creo imprescindible señalar algunos rasgos generales de la rebeldía que nos permitan acercarnos al objeto, unos rasgos que yo por ahora considero aproximativos o hipotéticos3. La rebeldía es un término que se puede emplear en numerosos dominios, como puede ser el artístico, jurídico, psicológico y por supuesto en el socio-político, en el que situaríamos los movimientos sociales. Y 3 La propuesta de investigación que estoy desgranando aquí se corresponde con una investigación doctoral que se encuentra en pleno proceso de desarrollo en la actualidad. De ahí que señale estos rasgos como aproximativos de cara a abordar un trabajo de campo. precisamente esta versatilidad de la rebeldía también provoca que su estudio sea igualmente versátil y no muy específico, aunque sí existen trabajos como los de Camus (2010) o Kristeva (1999) que se acercan desde la filosofía y el psicoanálisis respectivamente. Además, en el contexto de luchas colectivas o movimientos sociales, otros términos como resistencia o desobediencia son empleados sustitutivamente en muchas ocasiones, lo que asimismo incide en un carácter algo disperso de la rebeldía como tal. En cualquier caso, sin entrar en detalle de estas pequeñas salvedades, vamos a ver brevemente unos primeros rasgos aproximativos: - Oposición, contestación, subversión, negación, enfrentamiento, movimiento…: se puede afirmar que la naturaleza de la rebeldía reside en este primer rasgo: por plurales que sean los dominios o situaciones en que se produce, la oposición a algo que se considera indeseable o intolerable está en el centro de la cuestión de la rebeldía. - Poder: obviamente, esta contestación, oposición, negación… mantiene un vínculo con un “otro”, sea este una autoridad o un adversario con el que se dan relaciones de poder. - La acción: como estado o cualidad, la rebeldía conduce a la acción. Puede ser igualmente una percepción o una manera de ver las cosas, pero es identificada o denominada como tal a través de acciones. - Reflexividad: la rebeldía se ejerce en dominios o contextos con características propias y eso supone cierto juicio de valor, consideración, interiorización de dichas situaciones en virtud de posicionamientos subjetivos que dan lugar a su ejercicio. - Carácter subjetivo: aunque la rebeldía pueda dar lugar al ejercicio de acciones colectivas, aparece ligada al sujeto al menos en el momento de su nacimiento. También nos lleva sobre esta pista la experiencia singular que supone rebelarse en cuanto a lo específico de las formas y de las situaciones en que se ejerce, así como la reflexividad que mencionamos. Igualmente, si bien aludimos a diferentes situaciones, se trata de situaciones que no son únicas para un sujeto en concreto, sino que son experimentadas por una pluralidad de ellos, entre los cuales, no todos se rebelan: esto nos invita también a plantear un carácter subjetivo de la rebeldía. De este modo, la rebeldía queda dibujada como un estado, una cualidad que es atravesada por varios elementos y que puede variar sus formas en función de las situaciones en que se ponga en juego. Es ejercida por sujetos dotados de reflexividad y que mantienen una relación de enfrentamiento con un “otro” por medio de acciones: la rebeldía, sea una actitud, una cualidad, un estado… hace hacer; es una visión, una percepción sobre algo que se considera intolerable y que provoca la acción para revocarlo. Como un dispositivo, hace hacer. Es en este sentido en el que considero la rebeldía como disposición. Tal consideración nos permite convertir un término abstracto en un dispositivo concreto operativo para penetrar el trabajo de campo a través de sostenes teóricos y metodológicos. Centrándonos en ello, más que desarrollar aquí una teoría de las disposiciones, apuntaré algunas de sus características. Bourdieu (1997) entiende las disposiciones como tendencias inscritas en el cuerpo de los agentes conformando habitus, estando orientadas a la acción en un determinado espacio de puntos de vista que se relacionan. Por su parte, Lahire, que opta por la fragmentación de la noción de habitus, se centra en el estudio de las disposiciones: “Cuando nos referimos a disposiciones, nos referimos a maneras de ver, de sentir, de actuar (…) las disposiciones son socialmente construidas, formadas a través de la experiencia social, a través de la multiplicidad de experiencias sociales” (2008: 14). Así pues, hablar de disposiciones, es, resumidamente, hablar de ciertas estructuras cognitivas que nos orientan a la acción en determinadas maneras. Pero esto no significa que no haya que tener en cuenta algunos condicionantes para así no caer en un posicionamiento teórico vacío de cara al trabajo de campo. Estas maneras de ver, sentir o actuar están condicionadas por procesos de incorporación e interiorización, no tienen por qué ser coherentes y mutan su realización dependiendo de la especificidad de las situaciones (Lahire, 2004). Una disposición es como un pasado vivido e incorporado que se convierte en modo de vida, produciendo hábitos, pensamientos, sentimientos particulares en el individuo. De esta manera, cada lugar en que el sujeto vive y experimenta su socialización, termina siendo formador de sus disposiciones y lo hace ser como es. De ahí que para entender un conjunto de acciones que pueden ser descritas como disposiciones, sea pertinente rastrear procesos de incorporación que el sujeto ha vivido durante las distintas etapas de su socialización. Estos procesos de incorporación o interiorización se refieren a hábitos corporales, cognitivos, evaluativos, apreciativos, etc., que conforman esquemas de acción que van cristalizando en el sujeto. Obviamente, a la hora de hablar de qué se incorpora, habrá que tener en cuenta que estos procesos no funcionan de una forma armónica y lineal, sino que más bien siguen un camino más contextual: cada sujeto es surtido de un patrimonio cultural y material que, dentro de una socialización, puede parecerse al de otros sujetos –pensemos en la escuela o las instituciones-; sin embargo, hablar de procesos de interiorización análogos en todos los individuos supondría perder de vista la importancia de los contextos singulares en que un individuo adquiere determinado patrimonio, un aspecto creador de diferencia. Por otro lado, es claro que la trasmisión material se hace patente por su especificidad física, pero no sucede de la misma forma en el caso de la cultura o de hábitos que influyen en las percepciones y la construcción de una mirada subjetiva: el sujeto incorpora en muchas ocasiones patrones de manera inconsciente que provocan que el patrimonio adquirido se active en virtud de uno u otro contexto. De este modo, habrá que contar con que un sujeto no sea siempre coherente en sus posicionamientos respecto a sus actuaciones. Al respecto, Lahire (2003) diferencia entre disposiciones a creer y disposiciones a actuar. Resumidamente, las primeras serían creencias relacionadas con las normas sociales y las instituciones como la escuela y la familia, confirmándose en el día a día a través de las experiencias sociales que se van vivenciando; las segundas serían evidentemente la puesta en práctica en acciones. Ahora bien, como apuntamos, pese a que ambas están relacionadas, una coherencia correlativa entre ambos tipos de disposiciones no es una regla. De otra manera no podríamos entender las frustraciones, miedos, ilusiones insatisfechas o los sentimientos de culpabilidad que experimentan los sujetos. De hecho, en una sociedad como la nuestra, la masiva proliferación de mensajes e ideales que son transmitidos por los medios de comunicación o las redes sociales pueden modelar creencias (disposiciones a creer), que son muy complicadas de realizar en la práctica (disposiciones a actuar): “vivimos en una sociedad en la cual los agentes pueden interiorizar creencias, normas, valores, ideales, etc. sin tener el material o el significado disposicional necesario para obtenerlos o llevarlos a cabo” (2003: 337). En este sentido, el contexto representa un papel imprescindible para entender las disposiciones por la variabilidad de características específicas que puede presentar, los sujetos que puede implicar y por tanto, las creencias y prácticas que puede activar. Así pues, el estudio de las disposiciones no será completo si no va acompañado de una delimitación de contextos: “La noción de disposición implica acometer la operación cognitiva de evaluar la coherencia de diversos hábitos, opiniones, prácticas, etc. que se dan en ocasiones dispersas. No obstante, esto no debería hacernos pensar que una disposición ha de ser necesariamente general, independiente del contexto, y activa a cada momento de la vida social. La evaluación de esta coherencia debería ir unida a la preocupación por la delineación, dominios de relevancia y actualización de la disposición específica que es reconstruida” (Lahire, 2008: 342). De estas palabras de Lahire, se pueden sacar dos conclusiones: por un lado, que si hablamos de rebeldía, no podemos tratarla como algo general ni necesariamente coherente que se dé uniformemente, sino como algo que se da de múltiples formas dependiendo del sujeto que la lleve a cabo; y por otro, que es imprescindible estudiar los contextos o situaciones en que se realiza para poder acercarnos más a su multiplicidad. Es en virtud de ello que propongo la siguiente definición de rebeldía en términos de disposición: La rebeldía es la manera en que un determinado sujeto ve, siente o percibe una situación como intolerable, así como la manera de actuar frente a ella para revocarla. Estas maneras de ver, sentir y actuar están condicionadas y modeladas a partir de una multiplicidad de experiencias, relaciones y lógicas sociales que comportan un repertorio de acciones variables en función de la concreción de los contextos. Retomando ahora una perspectiva general de lo que hemos explorado hasta el momento, se da la necesidad de dar un paso más: el abordaje de esta definición de la rebeldía en los movimientos sociales. Si consideramos que la rebeldía se da en términos subjetivos, a la hora de hablar de un sujeto colectivo como el movimiento social, habrá que tener en cuenta sus características específicas así como los contextos concretos que puede incitar. Y es que esta definición de rebeldía queda huérfana sin el estudio del campo en que se pone en juego. 6. La noción de campo aplicada al movimiento social desde el 15M 4 Al comienzo de este escrito anunciaba que pivotaríamos sobre cuatro elementos que ya hemos repasado y que nos conducirían a uno más, que es la conformación del sujeto colectivo, el movimiento social, a través de la noción de campo. Desde el comienzo, he partido del sujeto como una entidad portadora de subjetividad y reflexividad, nutriendo a lo social, y nutriéndose de lo social. En ese punto del sujeto es donde he ubicado hasta ahora la rebeldía como disposición, a un nivel individual; sin embargo, afirmar tanto el sujeto rebelde individual como sus condiciones subjetivas, no debe conducirnos a negar la confluencia en un sujeto colectivo que ejerce la rebeldía. Mi propuesta de investigación de la rebeldía en el seno de los movimientos sociales se basa en el estudio desde el sujeto individual, aunque sería poco diligente obviar que en dicha confluencia -el sujeto colectivo- es donde tiene lugar, lo que implica en principio dos cuestiones: por un lado, que las características así como las relaciones de interdependencia e intersubjetividad que se dan en este sujeto colectivo, influirán en esas maneras de percibir algo como intolerable y en las acciones que se lleven a cabo para revocarlas; y por otro, que es necesario problematizar el movimiento social no como una simple suma de individuos rebeldes, sino como un proceso dinámico que se nutre de esas subjetividades. Y en virtud de estas dos cuestiones, considero adecuado problematizar esta relación de sujeto individual-sujeto colectivo a través de la noción de campo: “(…) un campo, es decir, a la vez como un campo de fuerzas, cuya necesidad se impone a los agentes que se han adentrado en él, y como campo de luchas dentro del cual los agentes se enfrentan, con medios y fines diferenciados según su posición en la estructura del campo de fuerzas, contribuyendo de este modo a conservar o transformar su estructura” (Bourdieu, 1997: 49). Considero que la conformación de un sujeto colectivo no responde a un proceso armónico y estable en que las piezas encajen sencillamente, lo cual no implica atribuirle un cariz caótico, pero sí dinámico. Si partimos del sujeto y su subjetividad, forma parte natural del proceso el hecho de que existan confrontaciones o, mejor dicho, negociaciones en el proceso de constitución y desarrollo de un movimiento social, al modo de un campo de fuerzas: un espacio habitado por sujetos que indisolublemente comportan diferentes 4 Para ilustrar este apartado partiré desde el estudio del 15M como caso de sujeto colectivo y movimiento social, en concordancia con la ya mencionada tesis doctoral que estoy desarrollando. puntos de vista y de los que surgirá la dinámica del campo, su conservación o transformación. En definitiva, un espacio de lucha de puntos de vista. Se trata de una relación de interdependencia -de la misma manera que hablábamos de la reflexividad en el sujeto- y por ende, de la superación de una dicotomía interior-exterior. El sujeto colectivo es lo que es en virtud del sujeto individual, y viceversa. No es cuestión de considerar ambas entidades como algo separado o incluso antagónico, sino como una relación dinámica de afectación y conformación. Por ello, este espacio de lucha, más que como un espacio de violencia, debe ser entendido como un espacio dinámico. Es más, en un movimiento social como el 15M, en el cual la horizontalidad y el método asambleario para la discusión y toma de decisiones son rasgos característicos, esta noción de campo se hace aún más pertinente, pues dichos elementos estimulan el reflotamiento de la subjetividad en sus componentes. Vamos a repasar brevemente algunos de los rasgos genéricos del funcionamiento interno del 15M5, así como algunas problemáticas de las cuales dan cuenta varias etnografías (Moreno Pestaña, 2011; Cabezas, 2011; Rivero, Allen-Perkins y Márquez, 2013) para así establecer unas características del campo en el que se mueven los sujetos rebeldes conformando un sujeto colectivo como el 15M: - El movimiento maneja un espectro bastante amplio, ya que no se compromete con ideologías o partidos concretos. Esto provoca tanto una pluralidad compositiva como una polifonía de discursos. - Aunque los tiempos y plazos varían en función de su localización, sí hay algunos aspectos en la dinámica de los movimientos y de las asambleas que se repiten con el paso del tiempo: descenso gradual de participantes, siendo estos más comprometidos en sus funciones pero aumentando también las divisiones internas. En algunos casos se da la escisión en otros grupos como puede ser la asamblea universitaria. - El 15M plantea una nueva forma de toma de decisiones, que se caracteriza por la asamblea, convirtiéndose en un icono del movimiento debido a que su puesta en práctica representa el modelo de participación horizontal que se desea para el nuevo curso político. 5 No desarrollaré aquí unas características del 15M a través de sus propuestas, identidad o marcos de sentido. Me interesa más hablar de algunos rasgos que se producen en el funcionamiento interno del día a día. - La asamblea provoca el surgimiento de subjetividades y da lugar a la discusión: unas veces más fructífera y otras veces más problemática. - El funcionamiento del método asambleario consta de la propuesta de ideas, su discusión y toma de decisión para elevarlas a la práctica. Se podría hablar de relaciones dialógicas en las que han de predominar la fuerza de los argumentos, no la fuerza como argumento; pero algunas problemáticas en su funcionamiento apuntan también la existencia de relaciones de poder. - Problemáticas en la dinámica interna: Sujetos que monopolizan las intervenciones. Sujetos que se proponen asumir un liderazgo. Prácticas gestuales o tácitas que coaccionan a algunos a dar sus opiniones abiertamente. Primacía de las diferencias personales sobre los objetivos generales, sea por pertenencia a un grupo determinado o por inquina personal. Alargamiento premeditado de las asambleas para que así personas que podrían votar en contra de una determinada propuesta terminen marchándose. Actuación a espaldas de la asamblea para realizar votaciones en grupo en el momento de deliberación. - Con el paso del tiempo, la asamblea requiere de procesos normativos que la burocratizan o rigidizan a través de comisiones y responsables nominales para el correcto funcionamiento de la asamblea. Todos estos aspectos señalados retratan ese espacio de lucha de puntos de vista a partir de posicionamientos subjetivos. Por supuesto, no sólo de modo conflictivo, también constructivo a modo de negociación. La asamblea, como icono de empoderamiento de sus componentes, cuenta con un funcionamiento que precisamente estimula la pluralidad aunque su finalidad sea buscar un consenso. En esa línea propongo la noción de campo para describir el movimiento social, y en este caso el 15M. Un campo que comprenda distintas situaciones y contextos en los que emersión de la subjetividad por parte de los sujetos inmiscuidos se hace patente. De esta manera, el estudio de la rebeldía a partir de la definición que aportara anteriormente, se hace pertinente en este ámbito, pues las distintas maneras en que se ve o percibe algo como intolerable y las distintas acciones que se pueden llevar a cabo para revocarlas, son distintas en cada sujeto y conforman un espacio de puntos de vista en el cual si bien se puede buscar el consenso, se caracteriza por la pluralidad. Además, los contextos concretos de discusión o negociación implican una atmósfera singular; es decir, una asamblea contará con unas características contextuales en función del lugar en que se desarrolle, el momento en que tenga lugar, la fase del proceso en que se encuentre, el tema que se discuta, los sujetos que la formen parte, las relaciones de intersubjetividad que por ende se den y la subjetividad que en consecuencia emerge. Ejemplo de esto son aspectos como los que veíamos: la monopolización de la palabra, inquinas personales, prácticas gestuales, votaciones en bloque, el desgaste de las asambleas a través de su dilatación premeditada… Obviamente, estas problemáticas enmarcadas en procesos de negociación, afectación y constitución no supone afirmar una no existencia del sujeto colectivo, pues un movimiento social tiene un marco de significado, unas propuestas comunes, manifiestos, surge en determinados momentos socio-históricos… pero sí el hecho de que la conformación de dicho sujeto colectivo se da a través de este espacio de lucha, de esta pluralidad de posicionamientos subjetivos; es decir, en esta constitución se ponen en juego las experiencias, relaciones y lógicas sociales de los sujetos inmiscuidos. Y si estas conforman puntos de vista más propensos al consenso, dicha constitución del sujeto colectivo será más sencilla –pues al fin y al cabo es necesario mutar la heterogeneidad en cierta homogeneidad-, y en caso contrario, más problemática: “La labor simbólica de constitución o consagración que es necesaria para crear un grupo unido (imposición de nombres, de siglas, de signos de adhesión, manifestaciones públicas, etc.) tiene tantas más posibilidades de alcanzar el éxito cuanto que los agentes sociales sobre los que se ejerce estén más propensos, debido a su proximidad en el espacio de las posiciones sociales y también de las disposiciones y de los intereses asociados a estas posiciones, a reconocerse mutuamente y a reconocerse en un mismo proyecto (político u otro)” (Bourdieu, 1997: 49). Claro está que un movimiento social está formado por sujetos que tienen intereses comunes, pero igualmente se da una pluralidad de posicionamientos respecto a las maneras de llevar a cabo dichos intereses. Y en ese sentido, considero que la rebeldía como disposición que concibe percepciones y maneras de actuar subjetivas, puede dar cuenta de ello en el seno de un campo como el movimiento social, en este caso, el 15M. Ahora bien, es necesario recordar en este punto de conformación del sujeto colectivo a través de la noción de campo y la relación que establezco con la rebeldía, algunas cuestiones que restringen algunas posibles conclusiones. Hablar de la rebeldía como una disposición que se da en determinados sujetos no implica que se deba considerar la rebeldía en términos absolutos como algo que se pone en juego en cada situación del mundo social; es decir, un sujeto no tiene por qué actuar de manera rebelde en todas las esferas y contextos de su vida, sino que más bien, es pertinente estudiar en qué situaciones se activa dicha disposición y cuáles son las condiciones y relaciones sociales que atraviesan dichas situaciones para contraponer de esta forma las posibles coherencias o incoherencias. De hecho, las problemáticas o micro-situaciones que hemos visto en el seno del campo descrito revelan que, evidentemente, el comportamiento de los sujetos inmiscuidos no es siempre rebelde, y que por tanto, afirmar que la rebeldía se dé en ciertas maneras y situaciones en determinados sujetos, no supone que no pueda darse sumisión o resignación en otros contextos. Es por ello que considero imprescindible incidir en la diferenciación de niveles a la hora de hablar de la rebeldía. Un primer nivel sería el que nos permite señalar como rebeldes a los sujetos que forman parte de un movimiento social como el 15M, participantes por tanto, en un campo con ciertas características; pero esto teniendo en cuenta la existencia de otro segundo nivel en el que es necesario señalar el enfrentamiento subjetivo de los diferentes contextos y relaciones que se dan en el ya mencionado campo. Un primer nivel en el que estudiemos la rebeldía como algo que dispone al sujeto a la participación en un sujeto colectivo, y un segundo nivel en que la rebeldía como disposición se problematiza en virtud de una multiplicidad de situaciones. Hay que tener en cuenta que la vida de un sujeto no se desarrolla únicamente en un campo, entendido este como una parcela del mundo social. Más bien, está marcada por la presencia en otras esferas y campos, y esto es lo que nos conduce a afirmar que la existencia de la rebeldía en un sujeto no supone una determinada forma de actuar para todas las facetas de su vida. Algunas prácticas se corresponden con varios campos y contextos, lo cual nos marca la senda sobre la disparidad y fragmentación de la rebeldía en un mismo sujeto. 7. Reflexiones finales La sociología debe hacerse eco de los cambios que se están produciendo en nuestro tiempo y de las afectaciones que están teniendo en la vida de los individuos. Pese a que la existencia de factores estructurales es innegable, la consideración subjetiva de estos está provocando una creciente pluralización en las trayectorias y en los retos que enfrentan las personas. En este sentido, creo que la sociología ha de acompañarlas si quiere seguir dando cuenta de dichos cambios, y es que el sujeto que antes pudiera parecer más uniformado, es hoy una entidad atravesada por una multiplicidad de elementos del mundo social; es por ello que en mi opinión, el sujeto es un buen punto desde el que partir. Ahora bien, no creo que se trate de denostar perspectivas, sino de hacer un esfuerzo por mantener en diálogo miradas que tradicionalmente se han considera opuestas. Dicotomías como individuo-sociedad, interior-exterior deben mantener una actitud de colaboración y de entendimiento mutuo, y para ello será necesario, sin perder nunca el rigor y la diligencia en los trabajos, cierta apertura o creatividad en los caminos y horizontes. Por aquí se mueve esta reflexión teórica que acabo de proponer. La subjetividad, como algo que nos pertenece a todos y de la cual somos portadores, no debe ser entendida desde un punto de vista ilegítimo o estrictamente libre precisamente por ello. Tiene en consideración aspectos estructurales, lógicas sociales y afectaciones que hacen del sujeto lo que es, por lo que la subjetividad no debe considerarse como una caja negra desde la que justificar cualquier comportamiento o percepción. En este sentido, el estudio de la reflexividad me parece imprescindible para entender ese clima de afectación entre lo exterior-interior, lo objetivo-subjetivo. La rebeldía, desde esta perspectiva, atiende a los sujetos y a sus experiencias singulares, pero también a los contextos y las lógicas sociales en que se desarrolla, de ahí la pertinencia de la noción de campo, de ahí el esfuerzo por conciliar lo interior-exterior. Un espacio de puntos de vista ha de valerse de ambos aspectos. Creo que, de este modo, la rebeldía puede pasar a ser algo trabajable en el ámbito de la investigación a través de la conjunción de la observación, las entrevistas y el archivo. Por otro lado, no pienso que se pueda negar el carácter rebelde de los movimientos sociales por su claro cariz de contestación y subversión, aunque el estudio de la rebeldía haya sido sustituido por el de la resistencia o la desobediencia en numerosas ocasiones; sin embargo, creo que con estos términos debe llevarse igualmente una relación que haga sumar y no discriminar; siempre será positivo nutrirse de otros posicionamientos teóricos. Asimismo, tampoco se puede negar esta creciente pluralidad subjetiva de la que venimos discutiendo. Hablar de pluralidad es hablar de una mayor complejidad. En esta dirección también han de dirigirse los esfuerzos de la sociología. El estudio de las disposiciones evidentemente se aleja de la búsqueda de certeza formal de métodos cuantitativos para moverse en un terreno cualitativo que requiere de observación e incitación de los discursos subjetivos, y esto, insisto, no debe considerarse como una falta de rigor, sino como una necesidad de flexibilización para poder explicar la singularización que provocan los cambios que estamos viviendo. Traigo a colación las palabras de Martuccelli: “los individuos se rebelan contra los casilleros sociológicos”. No deberíamos perder de vista dicha rebelión. La ciencia, como la vida, está en constante cambio, y si la primera quiere dar cuenta de la segunda, ha de seguir sus pasos. Referencias Araujo, K., Martuccelli, D. (2010): La individuación y el trabajo de los individuos. Educaçao e Pesquisa, Sao Paulo, v. 36, n. especial. Beck, U. (2002): La sociedad del riesgo global. Madrid, Siglo ventiuno. Beck, U., Beck-Gernsheim, E. (2003): La individualización. 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