EL ESTUDIO DE LA REBELDÍA COMO DISPOSICIÓN JOAQUÍN GALINDO RAMÍREZ

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EL ESTUDIO DE LA REBELDÍA COMO DISPOSICIÓN
EN EL SENO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
JOAQUÍN GALINDO RAMÍREZ
[email protected]
Resumen: este texto propone una reflexión teórica en torno al estudio de los movimientos
sociales a raíz de la rebeldía, que entendida en términos de disposición, es definida como
las maneras en que un determinado sujeto ve, siente o percibe una situación como
intolerable, así como las maneras de actuar frente a ella para revocarla. Unas maneras de
ver, sentir y actuar condicionadas y modeladas a partir de una multiplicidad de
experiencias, relaciones y lógicas sociales que comportan un repertorio de acciones
variables en función de la concreción de los contextos. En una sociedad crecientemente
pluralizada, toma relevancia la consideración de los aspectos subjetivos en la constitución
de un sujeto colectivo como el movimiento social, que se problematiza a través de la
noción de campo.
Palabras clave: rebeldía; subjetividad; disposición; campo; movimientos sociales
1. Introducción
El horizonte que me marco para esta comunicación no es el de concluir con una serie de
conclusiones o resultados empíricos que den cuenta de un trabajo de campo y su posterior
análisis; más bien se trata de reflexionar acerca de una propuesta de estudio que se
entroncará en torno a una serie de conceptos o ideas clave sobre los que sustentar la
misma.
Soy consciente de que hablar de sujeto individual y de sujeto colectivo en un contexto de
movimientos sociales es una temática demasiado vasta como para ser abordada en su
plenitud en un formato como este, de ahí que insista en remarcar el carácter propositivo
de las siguientes líneas que trabajaré a continuación.
Por un lado, se trata de una propuesta conjunta que busca relacionar lo individual con lo
colectivo, partiendo desde abajo, desde el individuo; por otro, hablo de rebeldía, un
aspecto que si bien se puede dar por hecho en el seno de los movimientos sociales o de la
lucha colectiva, intentaré operativizar para que pueda ser útil en este contexto de
investigación. Considero que más que discriminar en términos de individualidadcolectividad, individuo-sociedad, rebeldía individual-rebeldía colectiva, es necesario
hacer un esfuerzo por integrar sendos polos para entender unos y otros, cualesquiera que
puedan ser, con mayor perspectiva.
¿De dónde nace la pertinencia de una propuesta como esta? Trataré de manera principal
cuatro elementos sobre los que pivotará esta reflexión. Son: la crisis del modelo, el sujeto,
la subjetividad y la rebeldía como disposición en una atmósfera de cierta filosofía de la
acción. Cuatro elementos que considero interrelacionados, de forma que uno nos
conducirá a otro; e igualmente, esto nos llevará a apuntar unas claves sobre la noción de
campo para trabajar la constitución del sujeto colectivo como movimiento social. Trataré
estos elementos de manera que uno nos dé pie a hablar del siguiente.
2. La crisis del modelo
Al hablar de la crisis del modelo me hago eco del pensamiento de varios autores que
apuntan a un cambio en la sociedad en que vivimos y en los enfoques que la sociología
debe estar preparada para asumir. Se puede hablar de sociedades de riesgo (Beck y Beck-
Gernsheim, 2002), sociedades post industriales (Bell, 1978) o, como indica Martuccelli
(2010), de una crisis del modelo.
Esta crisis del modelo invoca principalmente al cambio desde una sociedad más
estructurada e integrada a otras en las que el riesgo, la incertidumbre y la contingencia se
presentan como rasgos predominantes. Y este cambio tiene una influencia directa sobre
el individuo, que como afirma Beck, es incitado a individualizarse mediante una serie de
decisiones que ha de ir tomando conforme va avanzado una determinada trayectoria.
Trayectorias que, naturalmente, tienden a singularizarse, provocando así una mayor
pluralidad en estas. No se debe dejar escapar el hecho de que las biografías son cada vez
menos estables y se ligan en menor medida a características estructurales homogéneas: el
riesgo, la incertidumbre y la contingencia se traducen en un mayor número de retos o
desafíos para el individuo que provocan la creciente singularización.
Por otra parte, la cultura y el mercado, más que cumplir una función cohesionadora,
estimula a los individuos a la creación de unas expectativas que, por falta de adecuación
estructural e incapacidad real de llevarlas a cabo, provocan la insatisfacción. Y así, la
socialización deja de ser un proceso que podría concluir en el periodo de la infancia para
estar expuesta a una aventura de continuas decisiones.
En este contexto, la incidencia sobre la sociología es clara. Los enfoques que antes tenían
la capacidad de explicar el personaje social a través de una taxonomía de diferentes
modelos de personajes, se presentan en la actualidad menos eficaces para dar cuenta de
estos cambios, pues como se va apuntando,
“(…) los individuos no cesan de singularizarse y este movimiento de fondo se
independiza de las posiciones sociales, las corta transversalmente, produce el resultado
imprevisto de actores que se conciben y actúan siendo <<más>> y <<otra cosa>> que
aquello que se supone les dicta su posición social. Los individuos se rebelan contra los
casilleros sociológicos” (Martuccelli y Araujo, 2010: 80).
La expectativa no se puede disociar de la frustración de la misma manera que las ciencias
sociales no pueden evitar esta rebelión de los individuos frente a los grandes enfoques
que buscan encasillarlos. Ahora bien, no se trata de denostar perspectivas sociológicas,
sino de entender que en una sociedad diferenciada, los individuos son cada vez más
plurales; y que del mismo modo que el individuo se enfrenta cada vez a más retos a lo
largo de su vida, la sociología también se enfrenta al desafío de dar cuenta de ello a través
nuevas preguntas y miradas. Los métodos tradicionales presentan algunas anomalías o
disonancias a la hora de intentar explicar a los individuos ahora, que hoy día como nunca
antes, son producto de una configuración de diferentes procesos, experiencias, relaciones
y entornos existenciales:
“Lo importante es la manera cómo los individuos se constituyen en un entorno existencial
combinando relaciones u objetos, experiencias o actividades diversas, próximas o lejanas,
que, en la ecología así constituida, van o no a dotarse de significaciones absolutamente
singulares. Este entramado heterogéneo y proteiforme crea alrededor de cada uno de
nosotros un tejido existencial y social elástico que es, en el sentido a la vez más estricto
y restringido del término, “nuestro” verdadero mundo” (Martuccelli, 2007: 81).
Así pues, esta crisis del modelo alude, en definitiva, a un cambio de rumbo: a un paso
desde una mayor rigidez a una creciente elasticidad, pues son las ciencias sociales las que
deben adaptarse a los cambios de su objeto, que en la actualidad no hace sino manifestarse
como cada vez más plural. Y esta necesidad de adaptarse al cambio de rumbo me da lugar
a hablar de dos nuevos elementos: el sujeto y la subjetividad.
3. El sujeto
En este clima de cambios en el individuo y la sociedad, toca hablar del sujeto, un concepto
ampliamente estudiado y que dispone de distintos puntos de vista: Foucault (1995; 2002)
dibuja a un sujeto producto de diferentes mecanismos como el poder, el discurso o las
instituciones; otros teóricos influidos por la obra de Lacan como Miller (2005), han
subrayado el carácter simbólico de la transformación y constitución del sujeto; o también,
desde una perspectiva deconstructivista, Derrida (2000) -inspirado en Kierkegaard- habla
de un sujeto poseedor de una subjetividad singular profesa de una reflexión interior.
Siguiendo de nuevo la estela de Martuccelli, este maneja un enfoque que parte desde “el
trabajo de los individuos para fabricarse como sujetos” (2010). “Nuestro” mundo, como
señalaba anteriormente, se teje entre variadas relaciones, objetos, experiencias y lógicas
de acción que son inseparables de la constitución como sujetos. En primer lugar, en pos
de adaptarse a esos cambios del modelo, para Martuccelli es necesario estudiar al
individuo desde el diálogo entre dos estrategias, que son la individuación y la
subjetivación: la primera está relacionada con el individuo que es estructuralmente
fabricado durante un período histórico determinado, mientras que la segunda se refiere a
la constitución del sujeto como resultado de una dinámica socio-política de emancipación
(Martuccelli y Araujo, 2007).
El sujeto, de esta manera, no debe ser interpretado ni como un proceso meramente
normativo resultado de los procesos estructurales, ni como una acción totalmente
autónoma, libre o incluso heroica por parte del individuo: es el trabajo que realizan en
una encrucijada entre las experiencias sociales vividas y los ideales sociales que se han
ido inscribiendo en ellos mismos, “una encrucijada contingente, pero no azarosa” (ídem:
88). Y ello teniendo en cuenta por una parte, que existe una pluralidad de ideales, sin que
todos ellos sean inscritos en el individuo, pues son mediados socialmente; y por otra, que
las experiencias sociales que son vividas por este ayudan para su trabajo interpretativo y
de enfrentamiento a las situaciones y los contextos, lo que dará lugar al despliegue en la
acción de un determinado saber o disposición. El sujeto, en definitiva, debe ser entendido
como una configuración que puede dar lugar a múltiples trayectorias y que da cuenta de
la creciente pluralidad y singularización que vive en la actualidad.
En este sentido de configuración también incide Dubet (2010), para el cual es necesario
partir de una experiencia social que está construida; construida en cuanto a que aparece
de forma coherente a través de la construcción de categorías preexistentes, pero que
también es crítica por la reflexividad del individuo con el mundo que le rodea. Aunque
no se pueda hablar de un individuo totalmente ciego o clarividente, es necesario partir de
su subjetividad para entender la experiencia social:
“La experiencia social proviene de un doble mecanismo. Por un lado, es una manera de
sentir al mundo social, de recibirlo, de definirlo a través de un conjunto de situaciones,
de imágenes y de condicionamientos ya existentes. Ella es la versión subjetiva de la vida
social. Por otro lado, ya que este mundo no tiene ni unidad, ni coherencia, la experiencia
social es una manera de construir el mundo social y de construirse a sí mismo” (Dubet y
Martuccelli, 1999: 75).
Más allá de que podamos hablar de una configuración coherente, la reflexividad en el
sujeto supone la forma en que “nuestro” contacto con el mundo social cristaliza en
nosotros a la que vez que participamos de su construcción. Se trata, siguiendo la línea que
se viene marcando, de difuminar los límites que separan individuo y sociedad para
acercarnos a una noción de configuración como la empleada también por Elías (1999),
que entiende la interdependencia humana como un entramado de relaciones de distinta
índole entre seres.
Si hablamos de una sociedad caracterizada por su contingencia e incertidumbre y que
incita a los individuos a singularizarse, será pertinente tener en cuenta la presencia de una
multiplicidad de elementos que participan de la construcción del sujeto; y a su vez, debido
a esta multiplicidad, tampoco podremos hablar de un sujeto perfecta o armónicamente informado, sino de una configuración igualmente contingente que descansa sobre una
reflexividad que atraviesa la dicotomía individuo-sociedad. Se hace pertinente hablar de
la subjetividad.
4. La subjetividad
Seguiremos hablando del sujeto, y aunque no dejándolo en segundo plano, sí desde una
perspectiva que le considera como inevitablemente portador de una subjetividad1. En
primer lugar, y para comprender dicha subjetividad, hay que seguir en ese esfuerzo de
superar categorías aparentemente antagónicas u opuestas como individuo-sociedad,
interior-exterior, subjetivo-objetivo. Suponer que lo “otro” o el “otro” no forman parte
del sujeto correspondería a afirmar que nos referimos a categorías independientes y cuya
existencia no depende una de otra; aquí defenderé un punto de vista que parte de que esos
límites tradicionalmente presentados como opuestos, son en realidad cara de la misma
moneda y cuya interdependencia es indispensable para comprender a ambas caras: hay
que mantener esas dialécticas en diálogo.
Como apunta Pazos, “el tema de la subjetividad es el tema del vínculo social,
normalmente dejado de lado cuando nos manejamos sólo en términos de la dicotomía
<<individuo-sociedad>>, y que supone justamente una superación de esos términos”
(2005: 6). Este acercamiento al vínculo se corresponde con una serie de procesos
intersubjetivos que se producen en el contexto de la relación con los otros, con un mundo
que puede contar con sus características estructurales –como se ha apuntado- pero que
implica a su vez, la constitución de experiencias concretas, trayectorias singulares. Esto
da cuenta, por un lado, del distanciamiento sobre aproximaciones formalistas que buscan
la definición por medio de tipologías o taxonomías de personajes sociales; y por otro, de
1
No entraré a discutir la emancipación del sujeto en términos socio-políticos a través de un proceso de
subjetivación, pues lo veo como algo distinto a lo que me planteo al hablar de la subjetividad y que
requeriría de otro de estudio.
la diferenciación frente categorías como son el agente social o el actor, que pueden ser
objetivables en cuanto a que cumplen un rol específico en la sociedad.
La diferencia radica en este caso en que el sujeto, como poseedor de una subjetividad,
mantiene una relación reflexiva consigo mismo, es decir, la mirada de una conciencia
sobre un sí mismo, que de esta manera, se convierte en objeto de reflexión. Y esto
conlleva entender que la subjetividad no tiene por qué permanecer estable; se caracteriza,
más bien, por un carácter indeterminado y variable, lo que nos lleva de nuevo a la
contingencia e incertidumbre que dijéramos atraviesa la sociedad en nuestros días.
Retomando a Pazos, “las formas de la reflexividad varían de acuerdo a diversos factores
(y por supuesto, la interioridad no es más que una de esas formas), pero en el hecho de la
posición respecto de sí, como el hecho de la posición subjetiva, el sujeto, se afirmaría
como un universal” (ídem: 9).
Y en tanto que es universal, desvela un haz de relaciones que nos hace recordar la noción
de configuración que citara Elías o Martuccelli; no sólo relaciones con otros sujetos, sino
también con un entorno que implica una multiplicidad de experiencias sociales y
condiciones de existencia estructurales que no se pueden considerar por separado. En este
sentido se dirige igualmente la idea de cuerpo 2, que dibuja a la persona como un haz de
relaciones que singulariza la existencia de los sujetos: si bien existe un entorno común,
es claro que las relaciones subjetivas y la reflexividad -esa mirada para consigo mismoque mantienen los sujetos, hacen que la existencia de la subjetividad, en cuanto a una
forma de singularización, sea igualmente común para todos los sujetos. Los desafíos y la
incertidumbre, así como las biografías contingentes que apunta Beck, son singulares
precisamente por el enfrentamiento subjetivo desde el que se abordan.
Entonces, ¿cómo se puede definir la subjetividad?:
“En términos muy generales yo diría que la subjetividad se define por la relación
intencional y la conciencia. Y que el estudio de la subjetividad es el estudio de los puntos
de vista o las posiciones adoptadas por el individuo con respecto a realidades del mundo,
así como de los modos en que es afectado el individuo por esas realidades. Estas
dimensiones (conceptos, valores, afectos) son las que hacen de un individuo un sujeto.
Por lo demás, sólo se puede constituir como tal, sólo toma posiciones respecto al mundo
y es afectado por este, sólo tiene un mundo, en cuanto que, y porque hay otros sujetos
2
Para ahondar en el concepto de cuerpo, véase Foucault (1979) o Bourdieu (1997).
(Individuos, colectivos u otras instancias sociales). El sujeto se constituye en y por los
vínculos” (Pazos, 2005: 9).
Por otro lado, este hincapié en el vínculo hace que la subjetividad también se postule
como motor de la acción y del diálogo, siendo nuevamente indisolubles e
interdependientes, pues de la misma manera que no se puede disociar un enunciado de un
sujeto de la enunciación o una acción del sujeto actuante, activa la relación entre acciones
y sujetos desvelando el vínculo social: “se actúa siempre desde un lugar, que es el del
sujeto, caracterizado por condiciones, que son las de la práctica” (ídem: 6).
El discurso, de este modo, puede ser una vía útil para estudiar el haz de relaciones que
desencadena la subjetividad por sus formas de hacer y decir subjetivas: el adiestramiento
corporal, una determinada reproducción de principios de acción, concepción y acción, así
como de sistemas de disposiciones son articulados a través de la experiencia de uno
mismo en interacción con la relación con los demás. Se trata de observar con una
perspectiva amplia y combinada el estudio de estas disposiciones o principios de acción
que se da en los sujetos en virtud de unas lógicas sociales, incorporadas o interiorizadas
en función de una determinada reflexividad.
5. La rebeldía como disposición
Tras haber seguido una línea argumentativa que nos ha llevado desde la crisis del modelo,
al sujeto y su subjetividad, voy a centrarme en la rebeldía teniendo como horizonte el
movimiento social. Como el título de este escrito reseña, trataré a la rebeldía como una
disposición, que, en dicha argumentación, tiene lugar en el sujeto desde posicionamientos
subjetivos.
Sin embargo, antes de entrar en esta reflexión teórica, creo imprescindible señalar algunos
rasgos generales de la rebeldía que nos permitan acercarnos al objeto, unos rasgos que yo
por ahora considero aproximativos o hipotéticos3. La rebeldía es un término que se puede
emplear en numerosos dominios, como puede ser el artístico, jurídico, psicológico y por
supuesto en el socio-político, en el que situaríamos los movimientos sociales. Y
3
La propuesta de investigación que estoy desgranando aquí se corresponde con una investigación doctoral
que se encuentra en pleno proceso de desarrollo en la actualidad. De ahí que señale estos rasgos como
aproximativos de cara a abordar un trabajo de campo.
precisamente esta versatilidad de la rebeldía también provoca que su estudio sea
igualmente versátil y no muy específico, aunque sí existen trabajos como los de Camus
(2010) o Kristeva (1999) que se acercan desde la filosofía y el psicoanálisis
respectivamente. Además, en el contexto de luchas colectivas o movimientos sociales,
otros términos como resistencia o desobediencia son empleados sustitutivamente en
muchas ocasiones, lo que asimismo incide en un carácter algo disperso de la rebeldía
como tal. En cualquier caso, sin entrar en detalle de estas pequeñas salvedades, vamos a
ver brevemente unos primeros rasgos aproximativos:
-
Oposición,
contestación,
subversión,
negación,
enfrentamiento,
movimiento…: se puede afirmar que la naturaleza de la rebeldía reside en este
primer rasgo: por plurales que sean los dominios o situaciones en que se produce,
la oposición a algo que se considera indeseable o intolerable está en el centro de
la cuestión de la rebeldía.
-
Poder: obviamente, esta contestación, oposición, negación… mantiene un
vínculo con un “otro”, sea este una autoridad o un adversario con el que se dan
relaciones de poder.
-
La acción: como estado o cualidad, la rebeldía conduce a la acción. Puede ser
igualmente una percepción o una manera de ver las cosas, pero es identificada o
denominada como tal a través de acciones.
-
Reflexividad: la rebeldía se ejerce en dominios o contextos con características
propias y eso supone cierto juicio de valor, consideración, interiorización de
dichas situaciones en virtud de posicionamientos subjetivos que dan lugar a su
ejercicio.
-
Carácter subjetivo: aunque la rebeldía pueda dar lugar al ejercicio de acciones
colectivas, aparece ligada al sujeto al menos en el momento de su nacimiento.
También nos lleva sobre esta pista la experiencia singular que supone rebelarse en
cuanto a lo específico de las formas y de las situaciones en que se ejerce, así como
la reflexividad que mencionamos. Igualmente, si bien aludimos a diferentes
situaciones, se trata de situaciones que no son únicas para un sujeto en concreto,
sino que son experimentadas por una pluralidad de ellos, entre los cuales, no todos
se rebelan: esto nos invita también a plantear un carácter subjetivo de la rebeldía.
De este modo, la rebeldía queda dibujada como un estado, una cualidad que es atravesada
por varios elementos y que puede variar sus formas en función de las situaciones en que
se ponga en juego. Es ejercida por sujetos dotados de reflexividad y que mantienen una
relación de enfrentamiento con un “otro” por medio de acciones: la rebeldía, sea una
actitud, una cualidad, un estado… hace hacer; es una visión, una percepción sobre algo
que se considera intolerable y que provoca la acción para revocarlo. Como un dispositivo,
hace hacer. Es en este sentido en el que considero la rebeldía como disposición.
Tal consideración nos permite convertir un término abstracto en un dispositivo concreto
operativo para penetrar el trabajo de campo a través de sostenes teóricos y metodológicos.
Centrándonos en ello, más que desarrollar aquí una teoría de las disposiciones, apuntaré
algunas de sus características.
Bourdieu (1997) entiende las disposiciones como tendencias inscritas en el cuerpo de los
agentes conformando habitus, estando orientadas a la acción en un determinado espacio
de puntos de vista que se relacionan. Por su parte, Lahire, que opta por la fragmentación
de la noción de habitus, se centra en el estudio de las disposiciones:
“Cuando nos referimos a disposiciones, nos referimos a maneras de ver, de sentir, de
actuar (…) las disposiciones son socialmente construidas, formadas a través de la
experiencia social, a través de la multiplicidad de experiencias sociales” (2008: 14).
Así pues, hablar de disposiciones, es, resumidamente, hablar de ciertas estructuras
cognitivas que nos orientan a la acción en determinadas maneras. Pero esto no significa
que no haya que tener en cuenta algunos condicionantes para así no caer en un
posicionamiento teórico vacío de cara al trabajo de campo. Estas maneras de ver, sentir o
actuar están condicionadas por procesos de incorporación e interiorización, no tienen
por qué ser coherentes y mutan su realización dependiendo de la especificidad de las
situaciones (Lahire, 2004). Una disposición es como un pasado vivido e incorporado que
se convierte en modo de vida, produciendo hábitos, pensamientos, sentimientos
particulares en el individuo. De esta manera, cada lugar en que el sujeto vive y
experimenta su socialización, termina siendo formador de sus disposiciones y lo hace ser
como es.
De ahí que para entender un conjunto de acciones que pueden ser descritas como
disposiciones, sea pertinente rastrear procesos de incorporación que el sujeto ha vivido
durante las distintas etapas de su socialización. Estos procesos de incorporación o
interiorización se refieren a hábitos corporales, cognitivos, evaluativos, apreciativos, etc.,
que conforman esquemas de acción que van cristalizando en el sujeto. Obviamente, a la
hora de hablar de qué se incorpora, habrá que tener en cuenta que estos procesos no
funcionan de una forma armónica y lineal, sino que más bien siguen un camino más
contextual: cada sujeto es surtido de un patrimonio cultural y material que, dentro de una
socialización, puede parecerse al de otros sujetos –pensemos en la escuela o las
instituciones-; sin embargo, hablar de procesos de interiorización análogos en todos los
individuos supondría perder de vista la importancia de los contextos singulares en que un
individuo adquiere determinado patrimonio, un aspecto creador de diferencia. Por otro
lado, es claro que la trasmisión material se hace patente por su especificidad física, pero
no sucede de la misma forma en el caso de la cultura o de hábitos que influyen en las
percepciones y la construcción de una mirada subjetiva: el sujeto incorpora en muchas
ocasiones patrones de manera inconsciente que provocan que el patrimonio adquirido se
active en virtud de uno u otro contexto.
De este modo, habrá que contar con que un sujeto no sea siempre coherente en sus
posicionamientos respecto a sus actuaciones. Al respecto, Lahire (2003) diferencia entre
disposiciones a creer y disposiciones a actuar. Resumidamente, las primeras serían
creencias relacionadas con las normas sociales y las instituciones como la escuela y la
familia, confirmándose en el día a día a través de las experiencias sociales que se van
vivenciando; las segundas serían evidentemente la puesta en práctica en acciones. Ahora
bien, como apuntamos, pese a que ambas están relacionadas, una coherencia correlativa
entre ambos tipos de disposiciones no es una regla. De otra manera no podríamos entender
las frustraciones, miedos, ilusiones insatisfechas o los sentimientos de culpabilidad que
experimentan los sujetos. De hecho, en una sociedad como la nuestra, la masiva
proliferación de mensajes e ideales que son transmitidos por los medios de comunicación
o las redes sociales pueden modelar creencias (disposiciones a creer), que son muy
complicadas de realizar en la práctica (disposiciones a actuar): “vivimos en una sociedad
en la cual los agentes pueden interiorizar creencias, normas, valores, ideales, etc. sin tener
el material o el significado disposicional necesario para obtenerlos o llevarlos a cabo”
(2003: 337).
En este sentido, el contexto representa un papel imprescindible para entender las
disposiciones por la variabilidad de características específicas que puede presentar, los
sujetos que puede implicar y por tanto, las creencias y prácticas que puede activar. Así
pues, el estudio de las disposiciones no será completo si no va acompañado de una
delimitación de contextos:
“La noción de disposición implica acometer la operación cognitiva de evaluar la
coherencia de diversos hábitos, opiniones, prácticas, etc. que se dan en ocasiones
dispersas. No obstante, esto no debería hacernos pensar que una disposición ha de ser
necesariamente general, independiente del contexto, y activa a cada momento de la vida
social. La evaluación de esta coherencia debería ir unida a la preocupación por la
delineación, dominios de relevancia y actualización de la disposición específica que es
reconstruida” (Lahire, 2008: 342).
De estas palabras de Lahire, se pueden sacar dos conclusiones: por un lado, que si
hablamos de rebeldía, no podemos tratarla como algo general ni necesariamente
coherente que se dé uniformemente, sino como algo que se da de múltiples formas
dependiendo del sujeto que la lleve a cabo; y por otro, que es imprescindible estudiar los
contextos o situaciones en que se realiza para poder acercarnos más a su multiplicidad.
Es en virtud de ello que propongo la siguiente definición de rebeldía en términos de
disposición:
La rebeldía es la manera en que un determinado sujeto ve, siente o percibe una situación
como intolerable, así como la manera de actuar frente a ella para revocarla. Estas
maneras de ver, sentir y actuar están condicionadas y modeladas a partir de una
multiplicidad de experiencias, relaciones y lógicas sociales que comportan un repertorio
de acciones variables en función de la concreción de los contextos.
Retomando ahora una perspectiva general de lo que hemos explorado hasta el momento,
se da la necesidad de dar un paso más: el abordaje de esta definición de la rebeldía en los
movimientos sociales. Si consideramos que la rebeldía se da en términos subjetivos, a la
hora de hablar de un sujeto colectivo como el movimiento social, habrá que tener en
cuenta sus características específicas así como los contextos concretos que puede incitar.
Y es que esta definición de rebeldía queda huérfana sin el estudio del campo en que se
pone en juego.
6. La noción de campo aplicada al movimiento social desde el 15M 4
Al comienzo de este escrito anunciaba que pivotaríamos sobre cuatro elementos que ya
hemos repasado y que nos conducirían a uno más, que es la conformación del sujeto
colectivo, el movimiento social, a través de la noción de campo. Desde el comienzo, he
partido del sujeto como una entidad portadora de subjetividad y reflexividad, nutriendo a
lo social, y nutriéndose de lo social. En ese punto del sujeto es donde he ubicado hasta
ahora la rebeldía como disposición, a un nivel individual; sin embargo, afirmar tanto el
sujeto rebelde individual como sus condiciones subjetivas, no debe conducirnos a negar
la confluencia en un sujeto colectivo que ejerce la rebeldía.
Mi propuesta de investigación de la rebeldía en el seno de los movimientos sociales se
basa en el estudio desde el sujeto individual, aunque sería poco diligente obviar que en
dicha confluencia -el sujeto colectivo- es donde tiene lugar, lo que implica en principio
dos cuestiones: por un lado, que las características así como las relaciones de
interdependencia e intersubjetividad que se dan en este sujeto colectivo, influirán en esas
maneras de percibir algo como intolerable y en las acciones que se lleven a cabo para
revocarlas; y por otro, que es necesario problematizar el movimiento social no como una
simple suma de individuos rebeldes, sino como un proceso dinámico que se nutre de esas
subjetividades. Y en virtud de estas dos cuestiones, considero adecuado problematizar
esta relación de sujeto individual-sujeto colectivo a través de la noción de campo:
“(…) un campo, es decir, a la vez como un campo de fuerzas, cuya necesidad se impone
a los agentes que se han adentrado en él, y como campo de luchas dentro del cual los
agentes se enfrentan, con medios y fines diferenciados según su posición en la estructura
del campo de fuerzas, contribuyendo de este modo a conservar o transformar su
estructura” (Bourdieu, 1997: 49).
Considero que la conformación de un sujeto colectivo no responde a un proceso armónico
y estable en que las piezas encajen sencillamente, lo cual no implica atribuirle un cariz
caótico, pero sí dinámico. Si partimos del sujeto y su subjetividad, forma parte natural del
proceso el hecho de que existan confrontaciones o, mejor dicho, negociaciones en el
proceso de constitución y desarrollo de un movimiento social, al modo de un campo de
fuerzas: un espacio habitado por sujetos que indisolublemente comportan diferentes
4
Para ilustrar este apartado partiré desde el estudio del 15M como caso de sujeto colectivo y movimiento
social, en concordancia con la ya mencionada tesis doctoral que estoy desarrollando.
puntos de vista y de los que surgirá la dinámica del campo, su conservación o
transformación. En definitiva, un espacio de lucha de puntos de vista.
Se trata de una relación de interdependencia -de la misma manera que hablábamos de la
reflexividad en el sujeto- y por ende, de la superación de una dicotomía interior-exterior.
El sujeto colectivo es lo que es en virtud del sujeto individual, y viceversa. No es cuestión
de considerar ambas entidades como algo separado o incluso antagónico, sino como una
relación dinámica de afectación y conformación. Por ello, este espacio de lucha, más que
como un espacio de violencia, debe ser entendido como un espacio dinámico.
Es más, en un movimiento social como el 15M, en el cual la horizontalidad y el método
asambleario para la discusión y toma de decisiones son rasgos característicos, esta noción
de campo se hace aún más pertinente, pues dichos elementos estimulan el reflotamiento
de la subjetividad en sus componentes. Vamos a repasar brevemente algunos de los rasgos
genéricos del funcionamiento interno del 15M5, así como algunas problemáticas de las
cuales dan cuenta varias etnografías (Moreno Pestaña, 2011; Cabezas, 2011; Rivero,
Allen-Perkins y Márquez, 2013) para así establecer unas características del campo en el
que se mueven los sujetos rebeldes conformando un sujeto colectivo como el 15M:
-
El movimiento maneja un espectro bastante amplio, ya que no se compromete con
ideologías o partidos concretos. Esto provoca tanto una pluralidad compositiva
como una polifonía de discursos.
-
Aunque los tiempos y plazos varían en función de su localización, sí hay algunos
aspectos en la dinámica de los movimientos y de las asambleas que se repiten con
el paso del tiempo: descenso gradual de participantes, siendo estos más
comprometidos en sus funciones pero aumentando también las divisiones
internas. En algunos casos se da la escisión en otros grupos como puede ser la
asamblea universitaria.
-
El 15M plantea una nueva forma de toma de decisiones, que se caracteriza por la
asamblea, convirtiéndose en un icono del movimiento debido a que su puesta en
práctica representa el modelo de participación horizontal que se desea para el
nuevo curso político.
5
No desarrollaré aquí unas características del 15M a través de sus propuestas, identidad o marcos de
sentido. Me interesa más hablar de algunos rasgos que se producen en el funcionamiento interno del día a
día.
-
La asamblea provoca el surgimiento de subjetividades y da lugar a la discusión:
unas veces más fructífera y otras veces más problemática.
-
El funcionamiento del método asambleario consta de la propuesta de ideas, su
discusión y toma de decisión para elevarlas a la práctica. Se podría hablar de
relaciones dialógicas en las que han de predominar la fuerza de los argumentos,
no la fuerza como argumento; pero algunas problemáticas en su funcionamiento
apuntan también la existencia de relaciones de poder.
-
Problemáticas en la dinámica interna:

Sujetos que monopolizan las intervenciones.

Sujetos que se proponen asumir un liderazgo.

Prácticas gestuales o tácitas que coaccionan a algunos a dar sus opiniones
abiertamente.

Primacía de las diferencias personales sobre los objetivos generales, sea por
pertenencia a un grupo determinado o por inquina personal.

Alargamiento premeditado de las asambleas para que así personas que
podrían votar en contra de una determinada propuesta terminen
marchándose.

Actuación a espaldas de la asamblea para realizar votaciones en grupo en
el momento de deliberación.
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Con el paso del tiempo, la asamblea requiere de procesos normativos que la
burocratizan o rigidizan a través de comisiones y responsables nominales para el
correcto funcionamiento de la asamblea.
Todos estos aspectos señalados retratan ese espacio de lucha de puntos de vista a partir
de posicionamientos subjetivos. Por supuesto, no sólo de modo conflictivo, también
constructivo a modo de negociación. La asamblea, como icono de empoderamiento de
sus componentes, cuenta con un funcionamiento que precisamente estimula la pluralidad
aunque su finalidad sea buscar un consenso. En esa línea propongo la noción de campo
para describir el movimiento social, y en este caso el 15M. Un campo que comprenda
distintas situaciones y contextos en los que emersión de la subjetividad por parte de los
sujetos inmiscuidos se hace patente.
De esta manera, el estudio de la rebeldía a partir de la definición que aportara
anteriormente, se hace pertinente en este ámbito, pues las distintas maneras en que se ve
o percibe algo como intolerable y las distintas acciones que se pueden llevar a cabo para
revocarlas, son distintas en cada sujeto y conforman un espacio de puntos de vista en el
cual si bien se puede buscar el consenso, se caracteriza por la pluralidad. Además, los
contextos concretos de discusión o negociación implican una atmósfera singular; es decir,
una asamblea contará con unas características contextuales en función del lugar en que se
desarrolle, el momento en que tenga lugar, la fase del proceso en que se encuentre, el
tema que se discuta, los sujetos que la formen parte, las relaciones de intersubjetividad
que por ende se den y la subjetividad que en consecuencia emerge. Ejemplo de esto son
aspectos como los que veíamos: la monopolización de la palabra, inquinas personales,
prácticas gestuales, votaciones en bloque, el desgaste de las asambleas a través de su
dilatación premeditada…
Obviamente, estas problemáticas enmarcadas en procesos de negociación, afectación y
constitución no supone afirmar una no existencia del sujeto colectivo, pues un
movimiento social tiene un marco de significado, unas propuestas comunes, manifiestos,
surge en determinados momentos socio-históricos… pero sí el hecho de que la
conformación de dicho sujeto colectivo se da a través de este espacio de lucha, de esta
pluralidad de posicionamientos subjetivos; es decir, en esta constitución se ponen en
juego las experiencias, relaciones y lógicas sociales de los sujetos inmiscuidos. Y si estas
conforman puntos de vista más propensos al consenso, dicha constitución del sujeto
colectivo será más sencilla –pues al fin y al cabo es necesario mutar la heterogeneidad en
cierta homogeneidad-, y en caso contrario, más problemática:
“La labor simbólica de constitución o consagración que es necesaria para crear un grupo
unido (imposición de nombres, de siglas, de signos de adhesión, manifestaciones
públicas, etc.) tiene tantas más posibilidades de alcanzar el éxito cuanto que los agentes
sociales sobre los que se ejerce estén más propensos, debido a su proximidad en el espacio
de las posiciones sociales y también de las disposiciones y de los intereses asociados a
estas posiciones, a reconocerse mutuamente y a reconocerse en un mismo proyecto
(político u otro)” (Bourdieu, 1997: 49).
Claro está que un movimiento social está formado por sujetos que tienen intereses
comunes, pero igualmente se da una pluralidad de posicionamientos respecto a las
maneras de llevar a cabo dichos intereses. Y en ese sentido, considero que la rebeldía
como disposición que concibe percepciones y maneras de actuar subjetivas, puede dar
cuenta de ello en el seno de un campo como el movimiento social, en este caso, el 15M.
Ahora bien, es necesario recordar en este punto de conformación del sujeto colectivo a
través de la noción de campo y la relación que establezco con la rebeldía, algunas
cuestiones que restringen algunas posibles conclusiones. Hablar de la rebeldía como una
disposición que se da en determinados sujetos no implica que se deba considerar la
rebeldía en términos absolutos como algo que se pone en juego en cada situación del
mundo social; es decir, un sujeto no tiene por qué actuar de manera rebelde en todas las
esferas y contextos de su vida, sino que más bien, es pertinente estudiar en qué situaciones
se activa dicha disposición y cuáles son las condiciones y relaciones sociales que
atraviesan dichas situaciones para contraponer de esta forma las posibles coherencias o
incoherencias. De hecho, las problemáticas o micro-situaciones que hemos visto en el
seno del campo descrito revelan que, evidentemente, el comportamiento de los sujetos
inmiscuidos no es siempre rebelde, y que por tanto, afirmar que la rebeldía se dé en ciertas
maneras y situaciones en determinados sujetos, no supone que no pueda darse sumisión
o resignación en otros contextos.
Es por ello que considero imprescindible incidir en la diferenciación de niveles a la hora
de hablar de la rebeldía. Un primer nivel sería el que nos permite señalar como rebeldes
a los sujetos que forman parte de un movimiento social como el 15M, participantes por
tanto, en un campo con ciertas características; pero esto teniendo en cuenta la existencia
de otro segundo nivel en el que es necesario señalar el enfrentamiento subjetivo de los
diferentes contextos y relaciones que se dan en el ya mencionado campo. Un primer nivel
en el que estudiemos la rebeldía como algo que dispone al sujeto a la participación en un
sujeto colectivo, y un segundo nivel en que la rebeldía como disposición se problematiza
en virtud de una multiplicidad de situaciones.
Hay que tener en cuenta que la vida de un sujeto no se desarrolla únicamente en un campo,
entendido este como una parcela del mundo social. Más bien, está marcada por la
presencia en otras esferas y campos, y esto es lo que nos conduce a afirmar que la
existencia de la rebeldía en un sujeto no supone una determinada forma de actuar para
todas las facetas de su vida. Algunas prácticas se corresponden con varios campos y
contextos, lo cual nos marca la senda sobre la disparidad y fragmentación de la rebeldía
en un mismo sujeto.
7. Reflexiones finales
La sociología debe hacerse eco de los cambios que se están produciendo en nuestro
tiempo y de las afectaciones que están teniendo en la vida de los individuos. Pese a que
la existencia de factores estructurales es innegable, la consideración subjetiva de estos
está provocando una creciente pluralización en las trayectorias y en los retos que
enfrentan las personas. En este sentido, creo que la sociología ha de acompañarlas si
quiere seguir dando cuenta de dichos cambios, y es que el sujeto que antes pudiera parecer
más uniformado, es hoy una entidad atravesada por una multiplicidad de elementos del
mundo social; es por ello que en mi opinión, el sujeto es un buen punto desde el que partir.
Ahora bien, no creo que se trate de denostar perspectivas, sino de hacer un esfuerzo por
mantener en diálogo miradas que tradicionalmente se han considera opuestas. Dicotomías
como individuo-sociedad, interior-exterior deben mantener una actitud de colaboración y
de entendimiento mutuo, y para ello será necesario, sin perder nunca el rigor y la
diligencia en los trabajos, cierta apertura o creatividad en los caminos y horizontes.
Por aquí se mueve esta reflexión teórica que acabo de proponer. La subjetividad, como
algo que nos pertenece a todos y de la cual somos portadores, no debe ser entendida desde
un punto de vista ilegítimo o estrictamente libre precisamente por ello. Tiene en
consideración aspectos estructurales, lógicas sociales y afectaciones que hacen del sujeto
lo que es, por lo que la subjetividad no debe considerarse como una caja negra desde la
que justificar cualquier comportamiento o percepción. En este sentido, el estudio de la
reflexividad me parece imprescindible para entender ese clima de afectación entre lo
exterior-interior, lo objetivo-subjetivo.
La rebeldía, desde esta perspectiva, atiende a los sujetos y a sus experiencias singulares,
pero también a los contextos y las lógicas sociales en que se desarrolla, de ahí la
pertinencia de la noción de campo, de ahí el esfuerzo por conciliar lo interior-exterior. Un
espacio de puntos de vista ha de valerse de ambos aspectos. Creo que, de este modo, la
rebeldía puede pasar a ser algo trabajable en el ámbito de la investigación a través de la
conjunción de la observación, las entrevistas y el archivo. Por otro lado, no pienso que se
pueda negar el carácter rebelde de los movimientos sociales por su claro cariz de
contestación y subversión, aunque el estudio de la rebeldía haya sido sustituido por el de
la resistencia o la desobediencia en numerosas ocasiones; sin embargo, creo que con estos
términos debe llevarse igualmente una relación que haga sumar y no discriminar; siempre
será positivo nutrirse de otros posicionamientos teóricos.
Asimismo, tampoco se puede negar esta creciente pluralidad subjetiva de la que venimos
discutiendo. Hablar de pluralidad es hablar de una mayor complejidad. En esta dirección
también han de dirigirse los esfuerzos de la sociología. El estudio de las disposiciones
evidentemente se aleja de la búsqueda de certeza formal de métodos cuantitativos para
moverse en un terreno cualitativo que requiere de observación e incitación de los
discursos subjetivos, y esto, insisto, no debe considerarse como una falta de rigor, sino
como una necesidad de flexibilización para poder explicar la singularización que
provocan los cambios que estamos viviendo. Traigo a colación las palabras de
Martuccelli: “los individuos se rebelan contra los casilleros sociológicos”. No deberíamos
perder de vista dicha rebelión. La ciencia, como la vida, está en constante cambio, y si la
primera quiere dar cuenta de la segunda, ha de seguir sus pasos.
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