Documento 1804952

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Domingo, 13 de marzo de 2016
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La Nueva España
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Barrer para casa
Manuel Fernández Esquinas
Presidente de la Federación Española de Sociología, investigador del CSIC experto
en innovación, organización de la ciencia y transferencia del conocimiento
“Tener un trabajo ya no
significa tener la vida arreglada,
y eso es algo dramático”
“España es un país que ha sufrido recortes, pero no ha experimentado
reformas, básicamente se siguen haciendo las cosas del mismo modo”
✒ Eduardo LAGAR
Manuel Fernández Esquinas, doctor en
Sociología e investigador del CSIC, es el
presidente de la Federación Española de
Sociología, que prepara su XII Congreso
para finales de junio en Gijón. En esa cita
abordarán las grandes transformaciones sociales que estamos viviendo y los nuevos
retos de su disciplina que, Fernández Esquina, ve orientada a un principio básico:
ayudar en la toma de decisiones. A eso se
dedica él, que ha trabajado en la evaluación
de políticas públicas, de recursos humanos
en innovación y en organización de la ciencia y transferencia del conocimiento. Además, ha sido consultor de gobiernos regionales, de organismos internacionales y delegado español en el comité de política
científica de la OCDE.
–El congreso de Gijón lleva por título
“Grandes transformaciones sociales,
nuevos desafíos para la sociología”.
¿Hasta qué punto se están alterando los
fundamentos de nuestra sociedad?
–Lo que estamos observando en las dos
o tres últimas décadas y, sobre todo, en los
últimos 6 o 7 años es que se está produciendo un nuevo giro en las tres instituciones
básicas: el trabajo, la familia y las relaciones de confianza y la gobernanza, que se
habían consolidado de una manera determinada tras la Segunda Guerra Mundial.
–Por partes. Cambia el trabajo.
–Se ha producido una reconfiguración
del capital transnacional y una desregulación. Ello ha afectado especialmente al
mundo del trabajo. Se produce la deslocalización de centros productivos a otros países. Ello se traduce en que algunos trabajadores tienen que competir cada vez más
con trabajadores de otros entornos menos
desarrollados donde las condiciones son
distintas debido al menor nivel de vida y de
desarrollo. En consecuencia resulta muy
difícil el mantener algunas condiciones de
trabajo en el Primer Mundo, sobre todo los
empleos menos cualificados.
❝
El principal peligro es
el deterioro de la confianza
de las personas en el papel
de los poderes públicos
para garantizar la seguridad
–¿En la familia?
–Con el cambio demográfico asistimos a
un envejecimiento de la población. Los hábitos de vida y las necesidades económicas
y de tiempo para criar hijos dan lugar a una
escasa natalidad. El anclaje en la familia es
distinto: se necesitan más cuidados en unos
miembros, como los ancianos, y más apoyo económico en otros, como los jóvenes,
que tardan en independizarse y tienen dificultades para formar una familia tradicional. En muchos casos tampoco se desea una
familia tradicional por la falta de libertad
que supone. Por ejemplo, en la movilidad
para conseguir trabajo.
–¿Y en lo referente a la gobernanza?
–El cambio es sustancial. La pérdida de
base fiscal (menos población activa y reducción de renta de una parte de los trabajadores) da lugar a menores servicios públicos. Además, el papel del Estado en algunos lugares se ve deslegitimado por la escasa efectividad de algunas políticas. Esto da
lugar a que se resienta la red de seguridad
que conformaba uno de los fundamentos
básicos de nuestras sociedades.
–¿De todos los cambios cuál es el más
determinante a su juicio?
–El que ha tenido que ver con las dinámicas económicas que se han implantado desde finales del siglo XX y con la forma en
que los capitales y mercancías se mueven a
escala global. La cuestión más determinante es la reconfiguración de los equilibrios de
fuerza entre la intervención pública y la regulación, de un lado, y la capacidad de expansión y acumulación del capital, del otro.
El nuevo funcionamiento de la economía y
del capitalismo financiero está provocando
cambios brutales. Primero, la concentración de la riqueza en ciertas zonas del mundo y, dentro de esas zonas, la concentración
en cierto tipo de corporaciones. Luego, eso
coarta completamente la capacidad de actuación tanto de los estados como de distintos colectivos sociales. Para competir y posicionarse bien frente a estos movimientos
de capital los estados pueden hacer cosas
como, por ejemplo, facilitar que las empresas no paguen impuestos. Ésa es una de las
raíces de la gran recesión. Si no se implantan ciertas reglas de juego e instituciones
básicas, es muy difícil evitar los efectos no
previstos que generan desigualdad y exclusión. Es por tanto muy difícil para los estados actuar de manera efectiva para incrementar las condiciones de trabajo, los servicios públicos y la protección social.
–¿Dónde está el principal peligro?
–En el deterioro de los vínculos sociales. En el deterioro de la confianza de las
personas en instituciones que en las pasadas décadas facilitaron el acceso a condiciones de vida aceptables. Me refiero al
descreimiento y la falta de confianza en el
trabajo y a la falta de confianza en el papel de los poderes públicos, en el sentido
de que no garantizan una red de seguridad
y unos servicios de calidad. Cuando la
gente deja de confiar en todo lo que tiene
que ver con la cosa pública, incluyendo a
los políticos, deja de creerse que pagar
impuestos sirve para algo y deja de respetar los bienes públicos.
–¿Se ha roto el dogma de que un trabajo es la puerta de acceso a una vida
mejor?
–Tener un trabajo ya no significa tener la
vida arreglada. Es algo dramático. La gente ve que no tiene una expectativa una trayectoria vital ordenada, no ven que el esfuerzo en el estudio y en el trabajo les lleve a independizarse de su familia de origen,
que les permita tener una vida normal.
–¿Somos capaces de asumir los cambios tan rápidos, radicales y sucesivos
que se están produciendo?
–Si se refiere a si somos capaces de actuar para frenar las consecuencias, parece
que aún no estamos siendo muy efectivos,
ni los organismos públicos ni la sociedad
civil. No obstante, prefiero ser algo optimista. Por ejemplo, se está tomando conciencia de que no es nada bueno que empresas multinacionales hagan optimización fiscal y al final paguen menos impues-
El sistema es injusto porque
no discrimina entre la parte
de la comunidad científica
productiva y la menos
dispuesta a competir
En comparación con los
incentivos existentes para
hacer investigación básica,
no hay muchos para
colaborar con la empresa
Domingo, 13 de marzo de 2016
La Nueva España
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Ningún país avanzado
ha dado un salto atrás
como el que ha dado
España en inversión
pública en innovación
y desarrollo
Ahora es muy difícil
trabajar en la
Administración
pública y hacer
algo que se salga
de la mera rutina
Manuel Fernández Esquinas, el pasado jueves, en Oviedo. | NACHO OREJAS
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tos en términos porcentuales que usted o
que yo.
–De todas las nuevas ideas, nuevos valores, nuevas formas de acción colectiva,
¿cuál le interesa más?
–La globalización de algunas formas de
relación social. En este momento muchas
personas pueden conseguir amigos, pareja,
formación de familia, recursos importantes
para vivir, cultura, trabajos, etcétera, en el
ámbito global. Y, además, cada vez se asume más que se puede actuar a escala global.
Esto tiene un potencial enorme. Si a través
de estas relaciones se canalizan y transmiten valores y formas sociales inclusivas y
de cooperación, las posibilidades de que se
difundan formas de ver el mundo que ayuden a mejorar el nivel de vida y la libertad
de la gente son muy importantes. No obstante, también se puede difundir lo contrario, como valores excluyentes o sectarios,
tal y como estamos viendo en algunos lugares del mundo sometidos a conflictos religiosos o políticos. Por ello, la clave está
en la educación que se adquiere, y también
en cierta igualdad de oportunidades para
acceder a estas ventajas del mundo global.
–¿Estamos en España realmente ante
una segunda Transición?
–Sin duda. La transición es distinta a la
de los 70 porque la historia nunca se puede
repetir. Pero al igual que en aquélla, también están cambiando las bases fundamentales de nuestra sociedad.
–¿Cuáles son los principales procesos
de cambio que están actuando sobre la
sociedad española?
–Incido en el deterioro de los vínculos
sociales: la confianza e identificación con
los lugares que proveen de trabajo y también con los poderes públicos. Lo que permanece en España es el vínculo con familia y conocidos y amigos, lo cual provee de
la red de seguridad que no se obtiene en las
otras instituciones. Ése es nuestro verdadero anclaje a las llamadas sociedades del
bienestar. No sólo el Estado del bienestar
proporcionado por el sector púbico, que en
España ha tenido un desarrollo tardío, sino
la solidaridad intergeneracional y entre familiares y personas cercanas.
–¿Cuál ha sido el coste de la crisis en
España?
–Evidentemente la falta de cohesión social. Por un lado, los sectores que han visto disminuidas sus condiciones de vida.
Por otro, los jóvenes, que ven con desconfianza la posibilidad de tener un proyecto
vital. Tras la crisis, España es un país algo
distinto en cohesión tanto económica como
en valores, pero básicamente se sigue funcionando de la misma manera en la forma
de hacer las cosas. Es un país que ha sufrido recortes, pero no ha experimentado reformas en muchos ámbitos. Hubo algunas
en la normativa de mercado de trabajo o
adelgazamiento de la Administración, pero
poco más. La estructura de la Administración es la misma, el sistema educativo cambia muy lentamente y, en cuestiones muy
parciales, el sistema productivo no ha efectuado aún un giro importante en un volumen relevante de sectores innovadores que
ofrezcan trabajo en buenas condiciones.
–Tras la economía del ladrillo nos dijeron que el futuro está en la economía
de la materia gris y la innovación, ¿cuánto hemos avanzado en ese sentido?
–Se ha avanzado mucho, pero no en la
cosa pública, sino en la sociedad civil. Muchas empresas han tenido que modernizarse para sobrevivir, han surgido emprendedores y nuevas pymes más adaptadas a la
sociedad y la economía global, muchas
personas han comenzado a idear formas de
economía colaborativa y algunas instituciones han iniciado acciones importantes de
innovación social. No obstante, si alguien
sostiene que esto es resultado de la tarea de
las administraciones o políticas públicas,
sea cual sea el nivel administrativo o la
tendencia política de que se trate, yo no recomendaría creerlo.
–¿Cuánto ha sufrido la investigación
española durante los años de la crisis
económica?
–En lo que hemos avanzado escasamente es en la cosa pública. El sistema de I+D
e innovación es un caso típico de recortes
sin reformas. Se ha retrocedido mucho en
inversión pública, en recursos humanos e
infraestructuras. No digo que en algunos
casos no haya sido necesario, pero vamos
a contracorriente de los países avanzados.
Ningún país avanzado ha dado un salto
atrás tan importante. La mayoría han hecho
lo contrario o, al menos, se han mantenido.
–¿Ha cambiado el funcionamiento del
sistema público de I+D?
–No. Y tenga en cuenta que la I+D en España está especialmente concentrada en el
sector público. Se llevan haciendo las cosas
igual que hace más de 20 años y ya por entonces eran raras si nos comparábamos con
otros países. Tenemos un sistema público
que no se corresponde en su gestión y organización interna con lo que ocurre en otros
en los sistemas más avanzados. Nuestro
sistema está coartado por aplicar sistemáticamente procedimientos administrativos
de la función pública a los profesores e investigadores, por el sistema de oposiciones,
por las dificultades para contratar personal
eventual, por la extrema burocracia, por las
trabas para captar recursos internacionales,
etcétera. Esto no pasa en ningún país avanzado. Ahora es muy difícil trabajar en la
Administración pública y hacer algo que se
salga de la mera rutina.
–¿Es España un país científicamente
retrasado?
–En absoluto. España es una potencia
científica intermedia en el orden mundial.
La comunidad científica española compite
muy bien para el nivel de recursos que maneja. Donde estamos más atrasados es en la
organización y en la forma de hacer las cosas. Además, el sistema es injusto porque
no discrimina entre la parte de la comunidad científica productiva y aquella que está menos dispuesta a competir. Hasta que
no cambiemos nuestra forma de organizarnos no veo muchas posibilidades de dar
un salto en este ámbito.
–¿El principal problema de la ciencia
en España es su falta de conexión con la
empresa?
–Es sólo parte del problema si entendemos la innovación como conocimiento que
genera valor. Por una parte, nuestro sistema
no está orientado específicamente hacia la
transferencia y la coproducción de conocimiento con el sector productivo. No existen
muchos incentivos para colaborar con las
empresas, en comparación por ejemplo con
los incentivos para hacer investigación básica, que se traduce en publicaciones de alto nivel. Nuestro sistema suele evaluar bien
la producción científica codificada en publicaciones o patentes, pero no está preparado para evaluar todas las contribuciones
que se pueden realizar al desarrollo, lo cual resta incentivos para implicarse con las
empresas. Por otra parte, la otra vertiente
del problema está en el tejido empresarial
compuesto por pymes tradicionales y empresas medianas y grandes en sectores poco intensivos en conocimiento. En general,
la inmensa mayoría de las empresas españolas no tienen capacidad de absorción del
conocimiento disponible en el sector público, simplemente porque no son lo suficientemente grandes o porque no tienen una organización adecuada y personal suficientemente formado. Ello resulta en que muchos
de los conocimientos que producimos aquí
no los usen las empresas españolas, sino
empresas de otros países.
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