Ideas Fundamentales del Liberalismo Político John Rawls La expresión liberalismo político nos resulta familiar. Sin embargo, con ella me refiero a algo que pienso que es bastante diferente de lo que el lector probablemente supone. Quizás deba, entonces, comenzar con una definición del liberalismo político y explicar por qué lo llamo "político". Pero ninguna definición puede ser útil para empezar a reflexionar. Por ello, comienzo con una primera cuestión fundamental acerca de la justicia política en una sociedad democrática: ¿Cuál es la concepción de justicia más apropiada para establecer criterios equitativos de cooperación social entre ciudadanos considerados libres e iguales, y miembros absolutamente cooperativos de una sociedad durante toda su vida, de generación en generación? Vinculamos esta primera cuestión fundamental con una segunda: la cuestión de la tolerancia tal cual es generalmente entendida. La cultura política de una sociedad democrática se caracteriza por albergar una diversidad de doctrinas religiosas, filosóficas y morales opuestas e irreconciliables. Algunas de éstas son perfectamente razonables; y el liberalismo político entiende que cuando las capacidades de la razón humana trabajan en un marco de instituciones libres y duraderas, es inevitable que a largo plazo surja esta diversidad de doctrinas razonables. Entonces, la segunda cuestión es: ¿cuáles son los fundamentos de la tolerancia así entendida, dado el hecho de que un pluralismo razonable es el resultado inevitable de un marco de instituciones libres? Combinando ambas cuestiones: ¿ cómo es posible entonces que exista, a lo largo del tiempo, una sociedad junta y estable de ciudadanos libres e iguales, que se encuentran profundamente divididos por diferentes doctrinas religiosas, filosóficas morales razonables? El liberalismo político supone que las disputas más difíciles de resolver son aquellas, que se desarrollan en torno a las cuestiones más elevadas: la religión, las visiones filosóficas del mundo y las diferentes concepciones morales del bien. Debería parecernos notable el hecho de que una cooperación justa entre ciudadanos libres e iguales, profundamente opuestos en las cuestiones señaladas, sea posible. De hecho, la experiencia histórica sugiere que tal cooperación tiene lugar en raras ocasiones. Si bien el problema señalado es, muy conocido, el liberalismo político propone una solución que no lo es. Para desarrollar esta solución necesitamos cierto conjunto de ideas asociadas. En esta conferencia expongo su contenido central y en el último punto (§ 8) ofrezco una definición. § 1. Dos Cuestiones Fundamentales. 1. Con respecto a la primera cuestión fundamental, el pensamiento democrático de los dos últimos siglos no ha llegado a un acuerdo acerca de la manera en que las instituciones básicas de una democracia constitucional deberían ser articuladas para satisfacer criterios equitativos de cooperación entre ciudadanos considerados libres e iguales. Este desacuerdo resulta evidente cuando observamos las ideas profundamente opuestas acerca del modo más adecuado de expresar los valores de libertad e igualdad en los derechos y libertades de los ciudadanos para responder a las demandas de ambos valores. Podemos considerar a este desacuerdo como un conflicto dentro del mismo pensamiento democrático, entre, por un lado, la tradición asociada con Locke, que concede mayor importancia a lo que Constant llamará "las libertades de los modernos" (libertad de pensamiento y conciencia, determinados derechos básicos de la persona y de propiedad, y el imperio de la ley) y, por otro, la tradición asociada con Rousseau, que concede mayor importancia a lo quo Constant llamará "las libertades de los antiguos" (las libertades políticas iguales y los valores de la vida pública). (1) Este conocido y estilizado contraste puede ser útil para fijar ideas. La justicia como equidad (2) en su intento por resolver la primera cuestión, procura superar e conflicto entre estas dos tradiciones opuestas, primero, proponiendo dos principios de justicia que guíen la manera en que las instituciones básicas realicen los valores de libertad e igualdad; y segundo especificando un punto de vista desde el cual se pueda apreciar que estos principios son más adecuados a la idea de ciudadanos libres e iguales que otros principios de justicia conocidos. Lo que debe mostrarse es que una determinada disposición de instituciones políticas y sociales es más apropiada para realizar los valores de libertad e igualdad cuando los ciudadanos son concebidos de esa manera. Esto dos principios de justicia sostienen que: (3) a. Cada persona ha de tenor igual derecho a un esquema completamente adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con el mismo esquema de libertades para los demás; y en este esquema, el valor equitativo de estas libertades políticas iguales, y sólo de estas libertades, debe estar garantizado. b. Las desigualdades sociales y económicas deben satisfacer dos condiciones: primero, deben estar ligadas a empleos y funciones abiertos a todos, bajo condiciones de igualdad de oportunidades; y segundo, deben beneficiar a los miembros menos favorecidos de la sociedad. Cada uno de estos principios regula las instituciones en un dominio particular atendiendo no sólo a los derechos, libertades y oportunidades básicas, sino también a las demandas de igualdad; mientras que la segunda parte del segundo principio subraya la importancia de estas garantías institucionales. (4) Los dos principios juntos, asignando al primero prioridad sobre el segundo, regulan las instituciones básicas que realizan estos valores. 2. Se necesitaría una extensa exposición para esclarecer el significado y la aplicación de estos principios. Dado que en esta conferencia esa cuestión no nos interesa, sólo formulo unos pocos comentarios. Primero, considero que estos principios ejemplifican el contenido de una concepción liberal de la justicia. Tres características definen el contenido de tal concepción: primero, la especificación de ciertos derechos, libertades y oportunidades básicos (tal cual son formulados en los regímenes democráticos constitucionales); segundo, la asignación de una prioridad especial a esos derechos, libertades, y oportunidades, atendiendo especialmente a las exigencias del bien general y los valores perfeccionistas; y tercero, medidas que aseguran a todos los ciudadanos los medios adecuados para hacer un uso efectivo de sus libertades y oportunidades. Dado que estos elementos pueden ser entendidos de diferentes maneras, existen varios tipos de liberalismo. Por otra parte, los dos principios expresan una forma igualitaria de liberalismo en virtud de tres elementos. Estos son a) garantía del valor equitativo de las libertades políticas, de manera que éstas no sean puramente formales; b) igualdad equitativa (y nuevamente no puramente formal) de oportunidades; y finalmente c) el así llamado principio de la diferencia, que sostienen que las desigualdades sociales y económicas ligadas a los empleos y funciones, sean grandes o pequeñas, deben beneficiar a los miembros menos favorecidos de la sociedad. Todos estos elementos, así como el argumento básico que los sostiene, se mantienen tal como estaban en la Teoría. Por consiguiente, presupongo a lo largo de toda esta conferencia la misma concepción igualitaria de la justicia; y aunque formulo ciertas revisiones, ninguna de ellas afecta su característica principal. (5) Sin embargo como nuestro tema es el liberalismo político y las ideas que lo componen, muchas de nuestras discusiones se desarrollan en torno a concepciones liberales más generales. Finalmente, como es de esperar, afirmaciones como las expuestas omiten importantes aspectos de estos principios. En particular el primer principio que comprende los derechos y libertades iguales puede ser fácilmente precedido por un principio lexicográficamente anterior que exija que las necesidades básicas de los ciudadanos sean satisfechas, al menos cuando su satisfacción sea necesaria para que los ciudadanos entiendan y sean capaces de ejercitar esos derechos y libertades. Seguramente deberemos suponer un principio de ese tipo cuando apliquemos el primer principio.(6) Pero no pretendo exponer estas y otras cuestiones en este lugar. 3. Regreso, entonces, a nuestra primera cuestión y pregunto: ¿Cómo puede la filosofía política encontrar una base compartida para resolver una cuestión tan fundamental como la de definir el conjunto más apropiado de instituciones para asegurar la libertad e igualdad democráticas? Quizás lo máximo que se pueda hacer es reducir el espectro de desacuerdos. Incluso las convicciones firmemente sostenidas cambian gradualmente: la tolerancia religiosa es actualmente aceptada, y los argumentos a favor de la persecución ya no son sostenidos abiertamente; de modo semejante, la esclavitud, que causó nuestra Guerra Civil, es rechazada porque se la considera inherentemente injusta, y aunque muchas de las consecuencias de la esclavitud posiblemente persistan en políticas sociales y actitudes encubiertas, nadie la defiende. Reunimos estas convicciones establecidas (como el apoyo a la tolerancia religiosa y el rechazo a la esclavitud) y con las ideas y principios básicos implícitos en ellas procuramos formular una concepción política de la justicia coherente. Estas convicciones provisoriamente firmes deben ser tenidas en cuenta por toda concepción razonable. Comenzamos, pues, considerando a la cultura pública como el cúmulo compartido de ideas y principios básicos implícitamente reconocidos. Esperamos formular estas ideas y principios con suficiente claridad para que puedan ser articuladas en una concepción política de la justicia, compatible con nuestras convicciones más firmes. Es por ello que una concepción política de la justicia, para ser aceptable, debe estar de acuerdo con nuestras convicciones más firmes examinadas, en todos los niveles de generalidad, en un debido proceso de reflexión, o en lo que en otra parte denominé “equilibrio reflexivo”. (7) La cultura política pública puede albergar opiniones encontradas en un nivel muy profundo. Ello se manifiesta en una controversia tan persistente como la que se desarrolla en torno al entendimiento más adecuado de la libertad y la igualdad. Esto sugiera que si pretendemos encontrar una base para el acuerdo público, debemos hallar una manera de organizar ideas y principios conocidos en una concepción de la justicia política que exprese esas ideas y principios de un modo diferente al conocido hasta el momento. La justicia como equidad pretende llevar esto a cabo empleando una idea organizadora fundamental dentro de la cual todas las ideas y principios puedan ser conectados y relacionados sistemáticamente. Esta idea organizadora define a la sociedad como un sistema equitativo de cooperación social entre personas libres e iguales, consideradas miembros absolutamente cooperativos de la sociedad durante toda su vida. Esta idea sienta las bases para contestar la primera cuestión fundamental y se la retoma más abajo en § 3. 4. Supongamos que la justicia como equidad cumpliera su propósito y que halláramos una concepción política públicamente aceptable. Entonces esta concepción brindaría un punto de vista públicamente reconocido desde el cual cada ciudadano podría examinar ante los demás si sus instituciones políticas y sociales son justas. Gracias a ella los ciudadanos podrían apreciar las razones válidas y suficientes públicamente reconocidas entre ellos. Las principales instituciones de la sociedad y la manera en que se articulan en un sistema de cooperación social podrían ser evaluadas de la misma manera por cada ciudadano, cualquiera sea su posición social o sus intereses particulares. El propósito de la justicia como equidad es, entonces práctico: se presenta como una concepción de la justicia que puede ser compartida por los ciudadanos y constituir la base de un acuerdo razonado, informado, y político. Ella expresa su razón política pública y compartida. Pero para expresar tal razón compartida, la concepción de la justicia debería ser, en la medida de lo posible. independiente de las doctrinas religiosas y filosóficas opuestas y en conflicto que los ciudadanos sostienen. Al formular tal concepción, el liberalismo político aplica el principio de la tolerancia a la filosofía misma. Las doctrinas religiosas que en siglos anteriores eran la base declarada de la sociedad han ido gradualmente cediendo el espacio a principios de gobierno constitucional que todos los ciudadanos cualquiera sea su concepción religiosa. pueden aprobar. Las doctrinas morales y filosóficas comprensivas no pueden ser aprobadas por los ciudadanos en general, y tampoco pueden seguir sirviendo de base declarada de la sociedad, si es que alguna vez lo hicieron. De esta manera, el liberalismo político pretende formular una concepción política de la justicia que esperamos que pueda obtener el apoyo de un consenso superpuesto de doctrinas religiosas, filosóficas y morales razonables en una sociedad regulada por ella. La obtención de este apoyo por parte de doctrinas razonables sienta las bases para responder nuestra segunda cuestión fundamental: ¿de qué manera los ciudadanos, que se encuentran profundamente divididos en torno a doctrinas religiosas, filosóficas y morales pueden mantener una sociedad democrática, justa y estable? Para ello, normalmente resulta deseable que las visiones filosóficas y morales comprensivas, a las que estamos acostumbrados a recurrir en el momento de debatir los temas políticos fundamentales, sean abandonadas en la vida pública. La razón pública (Los ciudadanos deliberando en el faro público acerca de la base constitucional y cuestiones fundamentales de justicia) resulta entonces mejor orientada para una concepción política cuyos principios y valores pueden ser aprobados par todos los ciudadanos. Esta concepción política debe ser, para decirlo de alguna manera, política y no metafísica. (8) EI liberalismo político procura, pues, formular una concepción política de la justicia que sea independiente. No ofrece ninguna doctrina metafísica o epistemológica mas allá de lo que se encuentra implícito en la doctrina política misma. Como conjunto de valores políticos, una concepción política independiente no niega que existan otros valores que se aplican a la esfera personal, familiar o asociacional; tampoco supone que los valores políticos están separados de otros valores. Uno de los propósitos es, como he dicho, especificar el dominio político y su concepción de la justicia de manera tal que a sus instituciones puedan obtener el apoyo de un consenso superpuesto. En este caso, los mismos ciudadanos en ejercicio de su libertad de pensamiento y conciencia, y atendiendo a sus doctrinas comprensivas, consideran a la concepción política como derivada de, o congruente (o, por lo menos, no en conflicto) con sus otros valores. §2. La Idea de una Concepción Política de la Justicia 1. Hasta el momento he utilizado la idea de una concepción política de la justicia sin aclarar su significado. De lo expuesto, quizá se pueda deducir lo que quiero decir con esa idea y por qué ella es utilizada por el liberalismo político. Sin embargo, aún resulta necesaria una definición explícita: una concepción política de la justicia cuenta con tres propiedades características, cada una de las cuales se encuentra ejemplificada por la justicia como equidad. La primera propiedad se refiere al objeto de la concepción política. Esta concepción, a pesar de que, por supuesto, es una concepción moral (9) está elaborada para un tipo especifico de objeto: las instituciones políticas, sociales y económicas. En particular, se aplica a lo que llamaré la "estructura básica" de la sociedad (supongo que esta sociedad es una democracia constitucional moderna). Con la expresión "estructura básica" me refiero a las principales instituciones políticas, sociales y económicas de la sociedad, y a la manera en que ellas se articulan en un sistema unificado de cooperación social, de generación en generación. (10) El centro de atención inicial de una concepción política de la justicia es, pues, el marco de instituciones básicas y los principios, normas y preceptos que se aplican a él, así como el modo en que estas normas se expresan en el carácter y las actitudes de los miembros de la sociedad que realizan sus ideales. Por otra parte, supongo que la estructura básica es el conjunto de instituciones de una sociedad cerrada: es decir, debemos considerar que es una sociedad que se contiene a sí misma y que no mantiene relaciones con otras sociedades. Sus miembros sólo ingresan en ella con el nacimiento y la abandonan con la muerte. Esto nos permite decir que nacen en una sociedad en la cual transcurre toda su vida. Suponer una sociedad cerrada constituye una abstracción considerable, que se justifica sólo porque nos permite concentrar nuestra atención en ciertas cuestiones principales sin tener que ocuparnos de detalles. En determinado momento, la concepción política de la justicia debe ocuparse de las relaciones justas entre los pueblos o del derecho de gentes. En esta conferencia no discuto cómo podría ser formulado un derecho de gentes, sino que me concentro en la justicia como equidad aplicada a sociedades cerradas. 2. La segunda propiedad se refiere al modo de presentación: una concepción política de la justicia se presenta como un visión independiente. Si bien procuramos que una concepción política sea justificada en base a una o más doctrinas comprensivas, ella no se presenta como, ni como derivada de, esa doctrina aplicada a la estructura básica de la sociedad, como si esta estructura fuera simplemente otro objeto al cual esa doctrina es aplicada. Es, por lo tanto, importante destacar que debemos distinguir el modo en que se presenta una concepción política del hecho de que forme parte, o sea derivable de una doctrina comprensiva. Doy por supuesto que todos los ciudadanos sostienen una doctrina comprensiva relacionada de alguna manera con la concepción política que aceptan. Pero una característica distintiva de una concepción política es que se presenta en forma independiente y separada de, o sin referencia a esas fundamentaciones más amplias. Para emplear una expresión actual, la concepción política es un módulo, una parte constitutiva esencial que se articula en, y puede ser apoyada por varias doctrinas comprensivas razonables que están presentes en la sociedad regulada por ella. Esto significa que puede ser presentada sin mencionar, conocer, ni esbozar conjetura alguna acerca de las doctrinas de las cuales proviene o en las que se apoya. En este aspecto, una concepción política de la justicia difiere de varias doctrinas morales, dado que éstas son visiones generales y comprensivas. El utilitarismo es un ejemplo conocido: generalmente se sostiene que el principio de la utilidad, de cualquier manera en que sea entendido, rige todo tipo de objetos, desde la conducta de los individuos y las relaciones personales hasta la organización de la sociedad y el derecho de gentes. En cambio, una concepción política intenta elaborar una concepción razonable que se aplique exclusivamente a la estructura básica y no implica, en la medida de lo posible ningún tipo de vinculación con una doctrina más amplia. Este contraste resultará más claro si observamos que la diferencia entre una concepción política de justicia y otras concepciones morales es una cuestión de amplitud: esto es, el espectro de objetos a los cuales una concepción se aplica y el contenido que un espectro más amplio requiere. Una concepción moral es general si se aplica a un amplio espectro de objetos y, cuando alcanza su máxima amplitud, a todos los objetos universalmente. Es comprensiva cuando incluye concepciones acerca de lo que es valioso en la vida humana e ideales de carácter personal, así como ideales acerca de la amistad y de las relaciones familiares y asociacionales y muchos otros que pretenden informar nuestra conducta, y, cuando alcanza su máxima amplitud, nuestra vida como un todo. Una concepción es totalmente comprensiva si cubre todos los valores y virtudes reconocidos dentro de un sistema precisamente articulado; mientras que una concepción es sólo parcialmente comprensiva cuando comprende ciertos valores y virtudes no políticos (pero no todos) y se encuentra débilmente articulada. Varias doctrinas religiosas y filosóficas aspiran a ser tanto generales como comprensivas. 3. La tercera propiedad de una concepción política de la justicia es que su contenido se encuentra expresado en términos de ciertas ideas fundamentales que se encuentran implícitas en la cultura política pública de una sociedad democrática. Esta cultura pública comprende las instituciones políticas de un régimen constitucional y las tradiciones públicas de interpretación (incluyendo las del poder judicial), así como textos y documentos históricos que son de conocimiento público. Las doctrinas comprensivas de todo tipo (religiosas, filosóficas y morales) pertenecen a lo que podemos llamar el “marco cultural” de la sociedad civil. Esto es la cultura de lo social, no de lo político. Es la cultura de la vida cotidiana, de sus diversas asociaciones: iglesias y universidades, sociedad científicas y eruditas, clubes y equipos por mencionar sólo algunas. En una sociedad democrática encontramos una tradición de pensamiento democrático, cuyo contenido resulta por lo menos conocido e inteligible para el sentido común de los ciudadanos en general. Las principales instituciones de la sociedad, y sus formas aceptadas de interpretación, pueden ser entendidas como un cúmulo de ideas y principios implícitamente compartidos. Por lo tanto, la justicia como equidad parte de una determinada tradición política y adopta como su idea fundamental (11) la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación a lo largo del tiempo, de generación en generación (§3). Esta idea organizadora central se desarrolla junto a otras dos ideas fundamentales asociadas: una es la idea de ciudadanos (que participan en el sistema de cooperación) como personas libres e iguales (§3.3 y 5); la otra es la idea de una sociedad bien ordenada como una sociedad efectivamente regulada por una concepción política de la justicia (§6). Suponemos también que estas ideas puede ser articuladas en una concepción política de la justicia que obtenga el apoyo de un consenso superpuesto. Tal consenso comprende a todas las doctrinas religiosas, filosóficas y morales opuestas que probablemente persistan durante generaciones y obtengan un considerable cuerpo de adherentes en un régimen constitucional más o menos justo, un régimen en el cual el criterio de justicia está especificado por esa concepción política. (12) Preguntarse acerca de la posibilidad de la justicia como equidad (o una visión similar) obtenga el apoyo de un consenso superpuesto es entrar en el terreno de la especulación. Sólo es posible alcanzar una conjetura consistente, trabajando en su elaboración y exponiendo la manera en que podría ser apoyada. §3. La Idea de Sociedad como un Sistema Equitativo de Cooperación 1. Como he señalado, la idea organizadora fundamental de la justicia como equidad, dentro de la cual las otras ideas básicas son conectadas sistemáticamente, es la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación a lo largo del tiempo, de generación en generación. Comenzamos la exposición con esta idea, que suponemos que se halla implícita en la cultura pública de una sociedad democrática. En su pensamiento político y en la discusión de las cuestiones políticas, los ciudadanos no ven al orden social como un orden natural fijo ni como una jerarquía institucional justificada en base a valores religiosos o aristocráticos. Es importante destacar que desde otros puntos de vista, por ejemplo, el de la moralidad personal, el de los miembros de una asociación o el de una doctrina religiosa o filosófica, diversos aspectos del mundo y de la relación que cada uno mantiene con él pueden ser considerados de diferente manera. Estos otros puntos de vista no deben ser introducidos en la discusión política acerca de las bases constitucionales y problemas fundamentales de justicia. 2. Podemos especificar la idea de cooperación social exponiendo tres de sus elementos: a. La cooperación se distingue de la mera actividad socialmente coordinada, por ejemplo, de la actividad coordinada mediante órdenes impartidas por una autoridad central. La cooperación está guiada por reglas y procedimientos públicamente reconocidos que quienes cooperan aceptan y consideran adecuados para regular su conducta. b. La cooperación implica la idea de criterios equitativos de cooperación: estos son criterios que todo participante puede razonablemente aceptar, siempre que los demás los acepten de la misma manera. Estos criterios equitativos de cooperación especifican una idea de reciprocidad: todas las personas que participan en el sistema de cooperación y que cumplen su obligación según lo requieren las reglas y procedimientos, recibirán un beneficio determinado en base a una pauta adecuada de comparación. Una concepción política de la justicia define los criterios equitativos de cooperación. Dado que el principal objeto de la justicia es la estructura básica de la sociedad, estos criterios equitativos se expresan en principios que especifican los derechos y deberes básicos dentro de sus principales instituciones y que regulan las disposiciones básicas de justicia a lo largo del tiempo, de manera que los beneficios producidos por los esfuerzos de todos sean equitativamente distribuidos y compartidos de generación en generación. c. La idea de cooperación social requiere una idea de ventaja racional de cada participante o una idea del bien. Esta idea del bien especifica el objetivo que procuran alcanzar quienes participan en el sistema de cooperación, sean individuos, familias, asociaciones o incluso gobiernos, cuando el esquema es considerado desde su propio punto de vista. Varios aspectos acerca de la idea de reciprocidad introducida en (b) requieren ciertas aclaraciones. En primer lugar, la idea de reciprocidad se ubica entre la idea de equidad, que es altruista (orientada al bien general), y la idea de ventaja mutua, entendida como la ventaja de cada persona con respecto a su situación presente. Desde el punto de vista de la justicia como equidad, la reciprocidad es una relación entre ciudadanos expresada mediante principios de justicia que regulan un mundo social en el cual cada uno recibe un beneficio determinado en base a un adecuado criterio de igualdad definido en relación con ese mundo. Esto nos conduce a la siguiente observación: la reciprocidad es una relación entre ciudadanos en una sociedad bien ordenada expresada por su concepción política pública de la justicia. De manera que los dos principios de justicia junto al principio de la diferencia, con su referencia implícita al criterio de la división igualitaria, formulan una idea de reciprocidad entre ciudadanos. Finalmente, luego de haber realizado estas aclaraciones, resulta claro que la idea de reciprocidad no es la idea de ventaja mutua. Supongamos que trasladamos a la gente de una sociedad en la cual la propiedad, en buena medida producto de la fortuna y el azar, se encuentra muy desigualmente distribuida a una sociedad bien ordenada, regulada por los dos principios de justicia. No existe ninguna garantía de que todos ganarán con el cambio su juzgan sus asuntos en base a su situación previa. Quienes poseen grandes propiedades tienen mucho para perder e históricamente han resistido tales cambios. Ninguna concepción razonable de la justicia aprobará el examen de la ventaja mutua así interpretada. Sin embargo, esto carece de importancia. El propósito es especificar una cierta idea de reciprocidad entre ciudadanos libres e iguales en una sociedad bien ordenada. Las así llamadas tensiones del compromiso son las tensiones que se producen entre los requerimientos de justicia de una sociedad y los intereses legítimos de los ciudadanos que permiten sus instituciones. Entre estas tensiones, son importantes las que se producen entre la concepción política de la justicia y las doctrinas comprensivas permisibles. Estas tensiones no emergen del deseo de preservar los beneficios de la injusticia previa. Tensones como estas son propias del proceso de transición, pero las cuestiones ligadas a ellas son abordadas por una teoría no ideal y no por los principios de justicia para una sociedad bien ordenada. (13) 3. Consideremos ahora la idea fundamental de persona. Existen, por supuesto, distintos aspectos de la naturaleza humana que pueden ser considerados especialmente significativos. El aspecto que destaquemos dependerá del punto de vista que adoptemos. Testimonio de ello son las expresiones como “homo politicus” y “homo oeconomicus”, “homo ludens” y “homo faber”. Dado que nuestra descripción de la justicia como equidad parte de la idea de que la sociedad debe ser concebida como un sistema equitativo de cooperación a lo largo del tiempo, de generación en generación, adoptamos una concepción de la persona que se ajusta a esta idea. Desde la antigüedad, el concepto de persona ha sido entendido, tanto en la filosofía como en el derecho, como el concepto de un individuo que puede participar o desempeñar un rol en la vida social y, por lo tanto, ejercitar y respetar sus diversos derechos y deberes. Entonces, decimos que una persona es alguien que puede ser un ciudadano, esto es, un miembro normal y totalmente cooperativo de una sociedad durante toda su vida. Agregamos la frase “durante toda su vida” porque concebimos a la sociedad no sólo como un sistema cerrado, sino también como un esquema de cooperación más o menos completo y autosuficiente, que reúne todas las necesidades y actividades de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. También se supone que la sociedad existe eternamente: se produce y reproduce a sí misma y a sus instituciones y su cultura de generación en generación, y no existe momento en cual concluyan sus actividades. Dado que nos ubicamos dentro de la tradición de pensamiento democrático, pensamos en los ciudadanos como personas libres e iguales. La idea básica es que en virtud de sus dos poderes morales (capacidad de sentido de la justicia y de concepción del bien) y los poderes de la razón (de juicio, reflexión e inferencia conectados con estos poderes) los hombres son libres. La posesión de estas facultades en grado suficiente para ser miembros totalmente cooperativos de una sociedad, hace que las personas sean iguales. (14) Como las personas pueden participar plenamente en un sistema equitativo de cooperación, les atribuimos los dos poderes morales conectados con los elementos de la idea de cooperación social desarrollada más arriba: la capacidad de sentido de la justicia y la capacidad de concepción del bien. El sentido de la justicia es la capacidad de entender, aplicar y actuar en base a la concepción pública de la justicia que define los criterios equitativos de cooperación social. Dada la naturaleza de la concepción política que especifica una base pública de justificación, el sentido de la justicia también expresa la voluntad, sino el deseo, de actuar en relación con los demás orientados por criterios que también ellos pueden apoyar públicamente. La capacidad de concepción del bien es la capacidad de elaborar, revisar y perseguir racionalmente una concepción del bien o de la ventaja racional propia. Además de poseer estos dos poderes morales, las personas cuentan en todo momento con una determinada concepción del bien que intentan alcanzar. Esta concepción no debe ser entendida en sentido estricto porque incluye una concepción de lo que es valioso en la vida humana. De este modo, una concepción del bien normalmente consiste en un esquema más o menos determinado de fines últimos, es decir, fines que deseamos realizar por su propio valor, así como en vínculos con otras personas y lealtades a diversos grupos y asociaciones. Estos vínculos y lealtades dan lugar a devociones y afectos, y las personas y asociaciones que son objeto de estos sentimientos también forman parte de nuestra concepción del bien. También conectamos con tal concepción una visión de nuestra relación con el mundo (religiosa, filosófica y moral) a la luz de la cual entendemos el valor y la importancia de nuestros fines y vínculos. Finalmente, las concepciones del bien de las personas no son fijas sino que se forman y desarrollan a medida que maduran, y pueden cambiar, más o menos radicalmente, a lo largo de la vida. 4. Dado que comenzamos con la idea de la sociedad como sistema equitativo de cooperación, suponemos que las personas como ciudadanos poseen todas las capacidades que les permiten ser miembros cooperativos de una sociedad. Hacemos esto para lograr una visión clara y ordenada de lo que, para nosotros, es la cuestión fundamental de la justicia política: ¿cuál es la concepción de justicia más apropiada para especificar los criterios de cooperación social entre ciudadanos considerados libres e iguales, y miembros normales y totalmente cooperativos de una sociedad a lo largo de una vida entera? Postular que ésta es la cuestión fundamental no implica sostener, por supuesto, que nadie sufre enfermedades y accidentes: tales desgracias son esperables en el curso ordinario de la vida, y tales contingencias deben ser previstas. Pero dado nuestro propósito, por el momento dejo de lado la posibilidad de que estas incapacidades, transitorias o permanentes, o los desórdenes mentales, sean tan severos que impidan a las personas ser miembros cooperativos de la sociedad en el sentido usual. Por lo tanto, si bien comenzamos con una idea de persona implícita en la cultura política pública, idealizamos y simplificamos esta idea en varios aspectos para atender en primer lugar a la cuestión principal. Podemos discutir otras cuestiones más adelante, y la manera en que las respondamos puede requerir que revisemos respuestas ya formuladas. Debemos tener en cuenta que este proceso de ida y vuelta es inevitable. Podemos pensar que estas cuestiones son problemas de extensión. De esta manera, se plantea el problema de extender la justicia como equidad para que cubra nuestras obligaciones hacia las generaciones futuras, lo cual introduce el problema de los ahorros justos. Otro problema es cómo extender la justicia como equidad para que cubra el derecho de gentes, esto es, los conceptos y principios que se aplican a la ley internacional y a la relación entre sociedades políticas.(15) Por otra parte, dado que damos por supuesto (como señaláramos más arriba) que las personas son miembros normales y totalmente cooperativos de la sociedad a lo largo de una vida entera, y que por ello cuentan con las capacidades necesarias para asumir ese rol, se plantea la cuestión de las obligaciones hacia quienes no pueden alcanzar esta condición transitoria (por enfermedad o accidente) o permanentemente. Finalmente, se plantea la cuestión de nuestras obligaciones hacia los animales y el resto de la naturaleza. Aunque eventualmente intentáramos dar respuesta a estas cuestiones, dudo mucho que podamos hacerlo dado el alcance de la justicia como equidad en tanto que concepción política. Pienso que ella brinda respuestas razonables a los primeros dos problemas de extensión (el problema de las generaciones futuras y del derecho de gentes) y a parte del tercero (el problema de lo que podríamos llamar seguridad social). Con respecto a los casos en que la justicia como equidad puede fracasar, existen varias posibilidades. Una es que la idea de justicia política no cubre todo, ni deberíamos esperar que lo hiciera. Otra es que el problema corresponda efectivamente a la justicia política, pero que no sea correcto aplicar la justicia como equidad en ese caso. De todos modos, debemos esperar hasta que el caso en cuestión sea examinado. Quizás, simplemente, carecemos del ingenio para percibir cómo se efectuaría la extensión. De cualquier forma, no deberíamos esperar que la justicia como equidad, o cualquier concepción de la justicia, pueda decidir en todos los casos qué es lo correcto y qué lo incorrecto. La justicia política requiere siempre ser complementada por otras virtudes. En esta conferencia dejo de lado estos problemas de extensión y me ocupo de lo que más arriba denominara la cuestión fundamental de la justicia política. Hago esto porque la deficiencia de la Teoría que esta conferencia enfrenta, reside en su respuesta a esta cuestión fundamental. Y que esta cuestión es realmente fundamental está demostrado por el hecho de que ha sido el centro de la crítica liberal a la aristocracia en los siglos diecisiete y dieciocho, de la crítica de los socialistas a la democracia constitucional liberal en los siglos diecinueve y veinte, y del conflicto actual entre el liberalismo y el conservadurismo en torno a los derechos de propiedad privada y a la legitimidad (como opuesta a la efectividad) de las políticas sociales asociadas con lo que se ha llamado el “estado de bienestar”. Es esta cuestión la que fija los límites de nuestra discusión. §4. La Idea de la Posición Original 1. Ahora me ocupo de la idea de la posición original. (16) Se introduce esta idea para determinar qué concepción tradicional de la justicia, o cuál de sus variantes especifica los principios más apropiados para realizar la libertad y la igualdad cuando la sociedad es concebida como un sistema equitativo de cooperación entre ciudadanos libres e iguales. Suponiendo que nos interesa averiguar cuál es la concepción de la justicia que puede hacerlo, ¿por qué introducir la idea de la posición original y de qué manera ella contribuye a resolver esta cuestión? Consideremos nuevamente la idea de cooperación social. ¿Cómo deben ser determinados los términos equitativos de cooperación? ¿Deben ser establecidos por alguna autoridad externa distinta de las personas que cooperan? ¿Están por ejemplo, establecidos en las leyes de Dios? ¿O las personas deben reconocer que estos criterios son equitativos en relación a un orden moral independiente? Por ejemplo, ¿son reconocidos de la manera en que lo requiere la ley natural o un reino de valores conocidos a través de la intuición racional? ¿O estos términos son establecidos mediante un compromiso entre esas mismas personas realizado a la luz de lo que consideran su ventaja recíproca? Según la respuesta que demos, adoptaremos una diferente concepción de la cooperación social. La justicia como equidad reformula la doctrina del contrato social y responde positivamente a la última de las preguntas anteriores: concibe que los criterios equitativos de cooperación son acordados por quienes participan en ella, esto es, por ciudadanos libres e iguales que nacen en la sociedad en que transcurren sus vidas. Pero su acuerdo, como cualquier acuerdo válido, debe ser formulado bajo condiciones apropiadas. En particular, estas condiciones deben situar a personas libres e iguales bajo circunstancias equitativas y no deben permitir que ciertas personas posean mayor poder de negociación que otras. Además, prácticas como las amenazas de fuerza y la coerción, el engaño y el fraude deben ser excluidas. 2. Hasta el momento, todo es correcto. Las consideraciones anteriores son conocidas en la vida cotidiana. Pero los acuerdos en la vida cotidiana son realizados en una situación más o menos claramente especificada por, y anclada en el marco institucional de la estructura básica. Nuestra tarea, sin embargo, es extender la idea de acuerdo a este marco básico. Aquí encontramos una dificultad que debe enfrentar cualquier concepción política de la justicia que emplee la idea de contrato social o de otro tipo. La dificultad es esta: debemos encontrar algún punto de vista, apartado de, y no distorsionado por las características y circunstancias particulares del marco básico omnicomprensivo, a partir del cual se pueda alcanzar un acuerdo equitativo entre personas consideradas libres e iguales. La posición original con las características de lo que denominé “el velo de la ignorancia” constituye este punto de vista. (17) La razón por la cual la posición original debe abstraerse de, y no ser afectada por las contingencias del mundo social, es que las condiciones para un acuerdo equitativo acerca de los principios de justicia política entre personas libres e iguales deben eliminar las ventajas de negociación que inevitablemente surgen dentro del marco institucional de cualquier sociedad, como producto de tendencias sociales, históricas y naturales acumulativas. Estas ventajas contingentes e influencias accidentales del pasado no deberían afectar un acuerdo acerca de los principios que en adelante regularán las instituciones de la estructura básica. 3. Aquí enfrentamos una segunda dificultad que, sin embargo, es sólo aparente. Veamos: de lo que hemos dicho resulta claro que la posición original debe ser entendida como un mecanismo de representación y, en consecuencia cualquier acuerdo que realicen las partes debe ser considerado hipotético y no- histórico. Pero entonces, dado que los acuerdos hipotéticos no son obligatorios, ¿cuál es la importancia de la posición original? La respuesta está implícita en lo que ya se ha dicho: su importancia reside en el rol que desempeñan los diversos aspectos de la posición original como mecanismo de representación. Se requiere que las partes se encuentren simétricamente situadas para que sean representativas de ciudadanos libres e iguales que realizarán un acuerdo bajo condiciones equitativas. Además, doy por supuesto que una de nuestras convicciones es esta: el hecho de que ocupemos una posición social particular no es una buena razón para que propongamos, o esperemos que los demás acepten una concepción de la justicia que beneficie a quienes se encuentran en esa posición. Asimismo, el hecho de que sostengamos una doctrina comprensiva religiosa, filosófica o moral particular con su concepción del bien asociada, no es razón par que propongamos, o esperemos que otros acepten una concepción de la justicia que favorezca a quienes poseen esa convicción . Para elaborar esta concepción en la posición original, no se permite a las partes que conozcan la posición social o la doctrina comprensiva particular de sus representados. La misma idea se extiende a la información acerca de la raza y el grupo étnico, el sexo y el género de la gente, y sus distintos dotes naturales como la fuerza y la inteligencia. Cuando decimos que las partes se encuentran tras un velo de ignorancia, nos referimos metafóricamente a estos límites a la información. De este modo, la posición original es simplemente un mecanismo de representación: considera que las partes son responsables de los intereses esenciales de los ciudadanos libres e iguales, que se encuentran equitativamente situados y que realizan un acuerdo sujeto a condiciones que limitan adecuadamente lo que pueden alegar como buenas razones. 4. Las dos dificultades mencionadas, pues, son superadas cuando concebimos a la posición original como un mecanismo de representación: establece las condiciones que consideramos (aquí y ahora) equitativas, bajo las cuales los representantes de ciudadanos libres e iguales especifican los criterios de cooperación social de la estructura básica de la sociedad; y puesto que también establece las restricciones (que consideramos aceptables) a las razones que las partes pueden alegar para favorecer una concepción política de la justicia frente a otra, la concepción de justicia que las partes adoptarán se identifica con la concepción de justicia que consideramos (aquí y ahora) equitativa y apoyada por las mejores razones. La idea es emplear la posición original tanto para concebir la libertad y la igualdad como para establecer las restricciones a las razones de manera tal que resulte perfectamente evidente qué acuerdo sería realizado entre las partes que representan a los ciudadanos. Aún cuando se pueda alegar razones a favor y en contra de cada concepción de justicia, es posible que tenga lugar un equilibrio global de razones que favorezca una concepción frente a otra. Como mecanismo de representación, la idea de la posición original sirve como medio de reflexión pública y auto- esclarecimiento. Nos ayuda a formular lo que pensamos, una vez que estamos en condiciones de ver claramente qué es lo que requiere la justicia cuando la sociedad es concebida como un esquema de cooperación entre ciudadanos libres e iguales de generación en generación. La posición original sirve de idea mediadora gracias a la cual todas nuestras convicciones, cualquiera sea su nivel de generalidad (se refieran a las condiciones equitativas para situar a las partes o a las restricciones razonables a las razones, principios y preceptos fundamentales, o sena juicios acerca de instituciones y acciones particulares) pueden ser articuladas. Ella nos permite establecer una mayor coherencia entre todos nuestros juicios: y con este auto- entendimiento más profundo podemos lograr un acuerdo más amplio. 5. Introducimos esta idea de la posición original porque aparentemente no existe un camino mejor para elaborar una concepción política de la justicia cuyo objeto sea la estructura básica, si partimos de la idea fundamental de la sociedad como un sistema activo y equitativo de cooperación entre ciudadanos considerados libres e iguales. Esto resulta particularmente evidente cuando consideramos que la sociedad se despliega a lo largo del tiempo y que hereda su cultura pública y sus instituciones políticas y sociales (junto con su capital real y el conjunto de recursos naturales) de las generaciones pasadas. Existen, no obstante, ciertos peligros en el uso de esta idea. Como mecanismo de representación, su abstracción puede generar confusiones. En particular, puede parecer que la descripción de las partes presupone una particular concepción metafísica de la persona; por ejemplo, que la naturaleza esencial de las personas es independiente de, y previa a sus atributos contingentes, incluyendo sus fines últimos y sus vínculos, su concepción del bien y su carácter como un todo. (18) Creo que esto es una ilusión que tiene lugar cuando no se ve a la posición original como un mecanismo de representación. El velo de la ignorancia, por mencionar una característica sobresaliente de esta posición, no posee implicaciones metafísica con respecto a la naturaleza de la personalidad; no implica que la personalidad sea ontológicamente previa a los atributos de las personas que las partes no pueden conocer. Podemos, por decirlo así, ingresar en esta posición en cualquier momento con el simple hecho de iniciar un proceso de reflexión orientado a establecer los principios de justicia sujeto a las restricciones a la información enumeradas. Cuando de esta manera, simulamos encontrarnos en la posición original, nuestro razonamiento no se conecta con una doctrina metafísica particular acerca de la naturaleza de la personalidad en mayor medida que nuestra actuación en una obra de teatro, digamos de Macbeth o Lady Macbeth, nos obliga a pensar que realmente somos un rey o una reina involucrados en una lucha desesperada por el poder político. Lo mismo sucede generalmente con todos los juegos de rol. Debemos tener presente que estamos intentando mostrar de qué manera puede ser expuesta la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación social con el propósito de encontrar los principios que especifiquen los derechos y libertades básicas y las formas de igualdad más apropiadas para quienes cooperan, cuando son concebidos como ciudadanos, como personas libres e iguales. 6. Habiendo examinado la idea de posición original, agrega la siguiente aclaración para evitar confusiones. Es importante distinguir tres puntos de vista: el de las partes en la posición original, el de los ciudadanos en una sociedad bien ordenada, y finalmente el nuestro (el que adoptamos usted y yo, que estamos elaborando la concepción de la justicia como equidad y examinándola como una concepción política de la justicia). Los primeros dos puntos de vista pertenecen a la concepción de justicia como equidad y están especificados en referencia a sus ideas fundamentales. Pero mientras las concepciones de una sociedad bien ordenada y de ciudadanos libres e iguales pueden ser efectivamente realizadas en nuestro mundo social, las partes como representantes racionales que especifican los términos equitativos de la cooperación social mediante un acuerdo con respecto a los principios de justicia, son simplemente elementos de la posición original. Esta posición es establecida por usted y por mí al elaborar la justicia como equidad, de manera tal que la naturaleza de las partes está definida por nosotros: son meras criaturas artificiales que habitan nuestro mecanismo de representación. La justicia como equidad será malinterpretada si las deliberaciones de las partes y los motivos que les atribuimos, son empleados para dar cuenta de la psicología moral, tanto de las personas reales como de los ciudadanos en una sociedad bien ordenada. (19) La autonomía racional no debe ser confundida con la autonomía absoluta. La última es un ideal político y forma parte del ideal más amplio de una sociedad bien ordenada. La autonomía racional, en tanto tal, no es en absoluto un ideal, sino un camino para elaborar la idea de lo racional (a diferencia de lo razonable) en la posición original. El tercer punto de vista –el suyo y el mío- es el punto de vista a partir del cual la justicia como equidad, e incluso cualquier otra concepción política, debe ser evaluada. Aquí la prueba es la del equilibrio reflexivo: debemos examinar la capacidad de la visión como un todo para articular nuestras convicciones más firmes acerca de la justicia política, en todos los niveles de generalidad, luego de un debido análisis, y una vez que todos los ajustes y revisiones que sean imprescindibles hayan sido realizados. Una concepción de la justicia que responde a este criterio es la concepción que, hasta donde sabemos, nos resulta más razonable. §5. La Concepción Política de la Persona 1. Más arriba señalé que la idea de la posición original y la descripción de las partes puede conducirnos a pensar que se presupone una doctrina metafísica de la persona. Si bien sostuve que esta interpretación es incorrecta, no es suficiente el simple hecho de desautorizar a las doctrinas metafísicas porque, a pesar de nuestro intento, ellas pueden seguir presentes implícitamente. Para refutar las observaciones de esta naturaleza debemos discutirlas en detalle y mostrar que no tienen asidero, No puedo hacer eso en este lugar. (20) Puedo no obstante, esbozar una descripción de la concepción política de la persona que se deriva de la definición de la posición original (§3.3) Para entender lo que implica sostener que una concepción de la persona es política, debemos considerar de qué manera son representados los ciudadanos en esa posición personas libres. La representación de su libertad parece despertar la sospecha que la idea de la posición original presupone una doctrina metafísica. Dado que se concibe que los ciudadanos se piensan a sí mismos como individuos libres en tres sentidos, examino cada uno de ellos e indico de qué manera la concepción de la persona es política. 2. En primer lugar, los ciudadanos son libres en el sentido que se conciben a sí mismos y a los demás como dotados de la capacidad moral para poseer una concepción del bien. Esto no quiere decir que, como parte de su concepción política, se vean a sí mismos como inevitablemente ligados a la prosecución de la concepción particular del bien que sostienen en un momento dado. Antes bien, como ciudadanos, se consideran capaces de revisar y modificar esta concepción en base a fundamentos razonables y racionales, y pueden hacerlo si así lo desean. Como personas libres, los ciudadanos exigen el derecho de ver a sus personas como independientes, y no identificadas con ninguna concepción particular y su esquema de fines últimos. Dada su capacidad moral para elaborar, revisar y perseguir racionalmente una concepción del bien, su identidad pública como personas libres no se ve afectada por los cambios en su concepción que se producen a lo largo del tiempo. Por ejemplo, cuando los ciudadanos se convierten de una religión a otra, o dejan de sostener una creencia religiosa establecida, no deja de ser, por cuestiones de justicia política, la misma persona que eran antes. No se pierde lo que llamamos su identidad pública o institucional, o su identidad como cuestión de ley básica. En general, mantienen sus libertades y deberes básicos, poseen la misma propiedad y pueden formular los mismos reclamos que antes, a menos que estos reclamos se encuentren conectados con su afiliación religiosa previa. Podemos imaginar una sociedad (la historia ofrece numerosos ejemplos) en la cual los derechos básicos y los reclamos reconocidos dependen de la afiliación religiosa y de la clase social. Esa sociedad posee una concepción política de la persona distinta. Carece de una concepción de ciudadanía igualitaria, pues esta concepción es la que corresponde a la de una sociedad democrática de ciudadanos libres e iguales. Existe un segundo sentido de la identidad especificado en referencia a los propósitos y compromisos más profundos de los ciudadanos. Llamémosla identidad no institucional o moral. (21) Los ciudadanos frecuentemente tienen propósitos y compromisos tanto políticos como no políticos. Sostienen valores de justicia política y quieren verlos materializados en instituciones políticas y en políticas sociales. También persiguen otros valores en la vida no pública y fines de las asociaciones a las cuales pertenecen. Son estos dos aspectos de su identidad moral que los ciudadanos deben ajustar y reconciliar. Puede suceder que en sus asuntos personales o en la vida interna de las asociaciones, los ciudadanos consideren sus fines últimos y sus compromisos de una manera muy diferente a la que supone su concepción política. Pueden tener, y así lo hacen en determinado momento, afectos, devociones y lealtades que no querrían, e incluso no podrían ni deberían, dejar de lado y evaluar objetivamente. Pueden considerar que es simplemente impensable verse a sí mismos separados de ciertas convicciones religiosas, filosóficas y morales, o de ciertos afectos y lealtades duraderas. Estos dos tipos de compromisos y afectos, políticos y no políticos, especifican la identidad moral y dan forma al estilo de vida de las personas, aquello que uno se ve haciendo y tratando de logran en el mundo social. Si de pronto los perdemos, nos veremos desorientados e incapaces de seguir viviendo como hasta ese entonces. De hecho, podemos pensar que no existen motivos para seguir viviendo. Pero nuestras concepciones del bien pueden, y a menudo así lo hacen, cambiar a lo largo del tiempo, generalmente con lentitud pero en ocasiones repentinamente. Cuando estos cambios son repentinos, generalmente decimos que ya no somos la misma persona. Sabemos lo que ello quiere decir: nos referimos a un cambio o reversión profunda en nuestros fines últimos y compromisos: nos referimos a nuestra diferente autoridad moral (que incluye la religiosa). En el camino a Damasco, Saúl de Tarso se convierte en Pablo el Apóstol. Pero tal conversión no implica cambio alguno en nuestra identidad pública o institucional, ni en nuestra identidad personal tal como este concepto es entendido por ciertos escritores de filosofía de la mente. Por otra parte, en una sociedad bien ordenada apoyada en una consenso superpuesto, los compromisos y valores políticos de los ciudadanos, como parte de su identidad no institucional o moral, son aproximadamente los mismos. 3. Los ciudadanos se ven a sí mismos como libres en un segundo aspecto: se consideran fuentes autojustificadas de reclamos válidos. Es decir, se ven a sí mismos dotados del derecho a realizar reclamos a sus instituciones para promover su concepción del bien (siempre que estas concepciones se encuentren dentro del espectro permitido por la concepción pública de la justicia). Los ciudadanos consideran que estos reclamos tienen un peso propio, independientemente de que se deriven de los deberes y obligaciones especificados por una concepción política de la justicia, por ejemplo, de los deberes y obligaciones hacia la sociedad. Para nuestros propósitos, también debemos suponer que los reclamos que los ciudadanos consideran fundados en deberes y obligaciones basados en su concepción del bien y la doctrina moral que sostienen en su propia vida, se autorizan a sí mismos. Estos resulta razonable en una concepción política de la justicia elaborada para una democracia constitucional, pues siempre que las concepciones del bien y las doctrinas morales que los ciudadanos sostienen sean compatibles con la concepción pública de justicia, estos deberes y obligaciones se autorizan a sí mismos desde un punto de vista político. Cuando describimos el sentido en que los ciudadanos se consideran libres, describimos la manera en que los ciudadanos se piensan a sí mismos en una sociedad democrática cuando surgen problemas de justicia política. El hecho de que este aspecto pertenece a una concepción política particular resulta claro si la comparamos con una concepción política diferente, en la cual las personas no se consideran fuentes autojustificadas de los reclamos válidos. Antes bien, sus reclamos no tienen peso a menos que deriven de los deberes y obligaciones hacia la sociedad o de sus roles adscriptos en una jerarquía social justificada por valores religiosos o aristocráticos. Para tomar un caso extremo, los esclavos son seres humanos no considerados fuente de reclamos, ni siquiera de reclamos basados en los deberes y obligaciones morales, pues se considera que los esclavos no son capaces de poseer derechos y obligaciones. Las leyes que prohíben el maltrato a los esclavos no se basan en los reclamos hechos por ellos, sino en reclamos formulados por los amos o por los intereses generales de la sociedad (que no incluyen los intereses de los esclavos). Los esclavos se encuentran, para decirlo de alguna manera, socialmente muertos: no son reconocidos como personas en ningún sentido. (22) Este contraste muestra por qué el hecho de concebir a los ciudadanos como personas libres en virtud de sus poderes morales y de que poseen una concepción del bien, forma parte de una particular concepción política de la justicia. 4. El tercer aspecto en que los ciudadanos se consideran libres está determinado por el hecho de que se consideran capaces de responsabilizarse por sus fines, lo cual afecta la manera en que son juzgados sus diversos reclamos. Esquemáticamente, dentro de un marco institucional justo y con un índice equitativo de bienes primarios (como lo requieren los principios de justicia), los ciudadanos se consideran capaces de ajustar sus propósitos y aspiraciones a la luz de lo que razonablemente creen que pueden hacer para realizarlos. Más aún, se consideran capaces de restringir sus reclamos en cuestiones de justicia en función de lo permitido por los principios de justicia. Los ciudadanos reconocen, entonces, que el peso de sus reclamos no está determinado por la solidez y la intensidad psicológica de sus anhelos y deseos (en oposición a sus necesidades como ciudadanos), aunque sus anhelos y deseos sean racionales desde su punto de vista. El procedimiento es igual al anterior: partimos de la idea básica de la sociedad como sistema equitativo de cooperación y en base a ella elaboramos una concepción de la justicia política. Esta concepción implica que si los ciudadanos son personas que pueden participar en un sistema de cooperación social durante toda su vida, también pueden asumir la responsabilidad por su fines: esto es, son capaces de ajustar sus fines de manera que puedan perseguirlos empleando los medios que razonablemente pueden esperar adquirir en retribución de lo que razonablemente pueden esperar contribuir. La idea de responsabilidad por los fines está implícita en la cultura política pública y la podemos apreciar en la práctica. Una concepción política de la persona articula esta idea y se ajusta a la idea de la sociedad como sistema equitativo de cooperación. 5. A modo de resumen, recapitulo tres puntos principales de esta sección y de dos secciones precedentes: Primero, en §3 los individuos fueron considerados personas libres e iguales en virtud de que poseen, en grado suficiente, las dos capacidades de la personalidad moral: la capacidad de sentido de la justicia y la capacidad de concepción del bien. Estas capacidades fueron asociadas a los dos elementos principales de la idea de cooperación, la idea de términos equitativos de cooperación y la idea del bien o de la ventaja racional de cada participante. Segundo, en esta sección (§5), examinamos tres aspectos en que las personas son consideradas libres y señalamos que en la cultura política pública de los regímenes democráticos constitucionales, los ciudadanos se conciben a sí mismos libres en estos sentidos. Tercero, dado que la cuestión de cuál es la concepción de la justicia política más apropiada para realizar los valores de libertad e igualdad en instituciones básicas ha dado lugar a una profunda controversia dentro de la misma tradición en que los ciudadanos son considerados libres e iguales, el propósito de la justicia como equidad es resolver esta cuestión partiendo de la idea de la sociedad como sistema equitativo de cooperación en el cual los términos equitativos de cooperación son acordados por ciudadanos concebidos de esa manera. En §4, vimos por qué esta aproximación cuando consideramos que la estructura básica de la sociedad es el objeto primario de la justicia, nos conduce a la idea de la posición original como mecanismo de representación. §6. La Idea de una Sociedad Bien Ordenada 1. He sostenido que en la justicia como equidad la idea fundamental de la sociedad como sistema equitativo de cooperación a lo largo de generaciones se desarrolla junto a dos ideas asociadas: la idea de ciudadanos como personas libres e iguales, y la idea de una sociedad bien ordenada como una sociedad efectivamente regulada por una concepción política pública de justicia. Habiendo discutido la primera idea asociada, desarrollo la segunda. Sostener que una sociedad está bien ordenada implica tres cosas: primero (e implícito en la idea de una concepción públicamente reconocida de la justicia), que es una sociedad en la cual cada uno acepta, y sabe que los demás aceptan, los mismos principios de justicia; y segundo (implícito en la idea de una efectiva regulación de tal concepción), se sabe públicamente, o se tiene buenas razones para creer, que su estructura básica (sus principales instituciones políticas y sociales y la manera en que se articulan como sistema único de cooperación) satisface estos principios. Y tercero, que sus ciudadanos cuentan con un efectivo sentido de la justicia y generalmente respetan las instituciones básicas de la sociedad porque las consideran justas. En tal sociedad la concepción públicamente reconocida de la justicia establece un punto de vista compartido a partir del cual se puede juzgar los reclamos de los ciudadanos a la sociedad. Este es un concepto altamente idealizado. Con todo, cualquier concepción de la justicia que no pueda ordenar bien una democracia constitucional es inadecuada como concepción democrática. Es posible que una concepción de la justicia fracase en ordenar bien una sociedad democrática por la simple razón de su contenido resulta contraproducente cuando es públicamente reconocida. También puede fracasar porque, adoptando una distinción de Cohen, una sociedad democrática se caracteriza por la existencia de un pluralismo razonable.(23) En consecuencia, fracasará toda concepción de la justicia que no pueda obtener el apoyo de ciudadanos razonables que sostienen doctrinas comprensivas razonables: o, como a menudo sostengo, que no pueda obtener el apoyo de un consenso superpuesto razonable. La capacidad e obtener este apoyo es necesaria para que una concepción política de la justicia sea adecuada. 2. Ello se debe a que la cultura política de una sociedad democrática se caracteriza por tres hechos generales entendidos de la siguiente manera: El primero es que la diversidad de doctrinas religiosas, filosóficas y morales comprensivas razonables que encontramos en las sociedades democráticas modernos no es una mera condición histórica que puede desaparecer rápidamente: es un rasgo permanente de la cultura pública de la democracia. Bajo las condiciones políticas y sociales garantizadas por los derechos y libertades básicas de las instituciones libres, surgirá y persistirá una diversidad de doctrinas comprensivas conflictivas e irreconciliables (pero razonables). El pluralismo razonable debe ser distinguido del pluralismo como tal. No consiste simplemente en una diversidad de doctrinas y visiones, producto de los distintos intereses de las personas y de su tendencia a concentrarse en puntos de vista particulares. Antes bien, consiste en una diversidad de doctrinas comprensivas razonables. Estas son las doctrinas que los ciudadanos sostienen razonablemente y a las que el liberalismo debe dirigirse. No son simplemente el resultado de los intereses propios y de clase, o de la comprensible tendencia de las personas a ver el mundo político desde una perspectiva limitada. En cambio, son, en parte, producto de la razón práctica libre cuando trabaja en un marco de instituciones libres. Por lo tanto, aunque por supuesto las doctrinas históricas no son exclusivamente el producto del trabajo de la razón libre, la existencia de un pluralismo razonable no es un hecho desafortunado de la vida humana. Al formular la concepción política de manera que pueda, en una segunda etapa, obtener el apoyo de doctrinas comprensivas razonables, no estamos ajustando esa concepción a las fuerzas brutas del mundo sino, antes bien, al resultado inevitable de la razón humana libre. Un segundo hecho general, relacionado con el primero, es que un entendimiento compartido permanente en torno a una misma doctrina religiosa, filosófica o moral comprensiva sólo puede ser mantenido con el empleo opresivo del poder estatal. Si consideramos que la sociedad política constituye una comunidad unida en el apoyo a una y la misma doctrina comprensiva, entonces el empleo del poder estatal es una condición necesaria de la comunidad política. En la sociedad medieval, más o menos unida en la profesión de la fe católica, la Inquisición no era un accidente; la supresión de la herejía era necesaria para preservar aquella creencia religiosa compartida. Lo mismo sucede, creo yo, con toda doctrina filosófica y moral comprensiva, sea o no religiosa. Una sociedad unida en torno a una forma razonable de utilitarismo, o en torno al liberalismo razonable de Kant o de Mill, requerirá similares sanciones por parte del poder estatal para mantenerse como tal. Este es “el hecho de la opresión”. (24) Finalmente, un tercer hecho general es que un régimen democrático durable y seguro, un régimen no dividido en doctrinas en conflicto y clases sociales hostiles, debe ser voluntaria y libremente apoyado por, al menos, una mayoría sustancial de sus ciudadanos políticamente activos. A la luz del primer hecho general, esto significa que para servir como base pública de justificación de un régimen constitucional, una concepción política de la justicia debe poder ser aprobada por doctrinas comprensivas que, aunque sean razonables, son profundamente diferentes y opuestas entre sí. (25) 3. Dado que no existe una doctrina religiosa, filosófica o moral razonable sostenida por todos los ciudadanos, la concepción de justicia sostenida en una sociedad democrática bien ordenada debe ser una concepción limitada a lo que llamaré “el dominio de lo político” y sus valores. La idea de una sociedad democrática bien ordenada debe formularse teniendo esto en cuenta. Doy por supuesto entonces, que las visiones generales de los ciudadanos contienen dos partes: podemos considerar que una de las partes es, o coincide con la concepción política de la justicia públicamente reconocida: la otra parte es una doctrina (total o parcialmente) comprensiva que se relaciona de alguna manera con la concepción política. El punto a destacar aquí es que los ciudadanos deciden individualmente de qué manera la concepción política pública que todos afirman se encuentra relacionada con sus propias visiones más comprensivas. Habiendo entendido esto, destaco brevemente de qué manera una sociedad democrática bien ordenada cumple la condición necesaria (pero seguramente no suficiente) de realismo y estabilidad. Dicha sociedad puede estar bien ordenada por una concepción política de la justicia siempre que, primero, exista un consenso superpuesto entre ciudadanos que sostienen doctrina comprensivas razonables pero opuestas: esto es que los ciudadanos en general estén de acuerdo en que esa concepción de la justicia proporciona el contenido de sus juicios políticos acerca de las instituciones básicas; y, segundo, siempre que las doctrinas comprensivas no razonables (suponemos que siempre existen) no obtengan el apoyo suficiente para socavar la justicia esencial de la sociedad. Estas condiciones no implican el requisito irreal- incluso óptico- de que todos sostengan la misma doctrina comprensiva, sino sólo, como lo hace el liberalismo político, la misma concepción pública de la justicia. 4. La idea de un consenso superpuesto puede ser fácilmente malentendida si se la conjuga con a idea de consenso que se emplea en la política cotidiana. Para nosotros su significado se determina de la siguiente manera: suponemos un régimen democrático constitucional que sea razonablemente justo y realizable, y digno de defensa. Dada la existencia de un pluralismo razonable, ¿cómo podemos elaborar su defensa de nabera que pueda obtener un apoyo lo suficientemente amplio como para lograr su estabilidad? Para este propósito no analizamos las doctrinas comprensivas que de hecho existen para luego formular una concepción política que logre cierto tipo de equilibrio de fuerzas entre ellas. Por ejemplo, para ejemplificar una lista de bienes primarios podemos proceder de dos maneras. Una es tener en cuenta las distintas doctrinas comprensivas que realmente existen en la sociedad y luego especificar un índice de dichos bienes de manera de situarse cerca del centro de gravedad de esas doctrinas, por decirlo de alguna manera; esto es, encontrar una suerte de término medio de lo que necesitarían, en forma de derechos y protecciones institucionales, quienes sostienen esas visiones. Este procedimiento podría parecer el mejor camino para asegurar que el índice provea los elementos básicos necesarios para promover las concepciones del bien asociadas con las doctrinas existentes y, de ese modo, aumentar la probabilidad de lograr un consenso superpuesto. Esta no es la manera en que procede la justicia como equidad: si lo hiciera se transformaría en una concepción política en el “mal sentido”. En cambio, elabora una concepción política independiente (§1.4) partiendo de la idea fundamental de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación y de las ideas asociadas. Se espera que esta idea, con su índice de bienes primarios correspondientes, pueda obtener el apoyo de un consenso superpuesto razonable. Dejamos de lado las doctrinas comprensivas actuales, pasadas o futuras. El propósito no es que los bienes primarios sean equitativos con respecto a las concepciones comprensivas del bien asociadas con tales doctrinas (mediante el establecimiento de un equilibrio entre ellas), sino que sean equitativos con respecto a las personas que poseen esas concepciones como ciudadanos libres e iguales. El problema, entonces, es cómo elaborar una concepción de la justicia para un régimen constitucional de manera que quienes apoyan, o podrían apoyar, ese tipo de régimen también apoyen la concepción política siempre que no se oponga con excesiva intensidad a sus visiones comprensivas. Esto nos condice a la idea de una concepción política de la justicia como una visión independiente que parte de las ideas fundamentales de una sociedad democrática y no presupone una doctrina particular más amplia. No ponemos obstáculos a que establezca alianzas, de manera que pueda ser apoyada por un consenso superpuesto razonable y duradero. §7. Ni una Comunidad ni una Asociación 1. Una sociedad democrática bien ordenada no constituye ni una comunidad ni una asociación. Existen dos diferencias entre una sociedad democrática y una asociación. (26) La primera es que hemos dado por supuesto que una sociedad democrática, al igual que cualquier sociedad política, debe ser entendida como un sistema social completo y cerrado. Es completo porque es autosuficiente y alberga los principales propósitos de la vida humana. También es cerrado, como señalé más arriba (§2.1), porque los individuos ingresan en él con el nacimiento y lo abandonan con la muerte. No tenemos identidad antes de vivir en sociedad: no llegamos a ella desde otro lugar sino que crecemos en una sociedad ocupando una posición social determinada, con sus correspondientes ventajas y desventajas, según lo disponga nuestra buena o mala fortuna. Por el momento dejamos enteramente de lado las relaciones con otras sociedades y suspendemos todas las cuestiones acerca del derecho de gentes hasta que poseamos una concepción de la justicia para una sociedad bien ordenada. Por lo tanto, no ingresamos en la sociedad cuando comenzamos a tener uso de razón (momento en el cual podemos ingresar en una asociación); nacemos en una sociedad donde transcurrirá toda nuestra vida. Pensemos, entonces, que los principios de justicia están diseñados para regular un mundo social en el cual primero adquirimos nuestro carácter y nuestra concepción de nosotros mismos como personas, nuestras visiones comprensivas y sus concepciones del bien, y donde deben realizarse nuestras capacidades morales. Estos principios deben dar prioridad a aquellas oportunidades y libertades básicas del marco institucional de la sociedad civil que nos permitan, ante todo, llegar a ser ciudadanos libres e iguales y entender nuestro rol como personas con ese status. 2. Una segunda diferencia básica entre una sociedad democrática bien ordenada y una asociación es que aquélla no posee propósitos y fines últimos en el mismo sentido que las personas y las asociaciones. Los fines y los propósitos ocupan un lugar especial en las doctrina comprensivas. En cambio, los fines de una sociedad especificados constitucionalmente, como los postulados en el preámbulo de una constitución (una justicia más perfecta, las garantías a la libertad, la defensa común) deben subsumirse en una concepción política de la justicia y en su razón pública. Esto implica que los ciudadanos suponen que no existen fines sociales anteriores que justifiquen el hecho de que ciertas personas posean más o menos valor para la sociedad que otras y que, en consecuencia, se les asigne diferentes derechos básicos y privilegios. Muchas sociedades del pasado pensaban de otra manera: tenían fines últimos como la religión y el imperio, el dominio y la gloria; y los derechos y el status de los individuos y las clases dependían del rol que desempeñaban para alcanzar esos fines. Es este sentido se vieron a sí mismas como asociaciones. Por el contrario, una sociedad democrática con su concepción política en ningún momento se ve a sí misma como asociación. No está autorizada como generalmente lo están las asociaciones dentro de la sociedad, a ofrecer diferentes condiciones a sus miembros (en este caso a quienes nacieron dentro de ella) según el valor de su potencial contribución a la sociedad como un todo a los fines de quienes ya son miembros de ella. Este tipo de distinciones se encuentra permitido en las asociaciones porque sus miembros presentes o probables tienen ya garantizado el status de ciudadanos libres e iguales, y las instituciones de justicia básica de la sociedad aseguran que las otras alternativas se encuentren abiertas a ellos. 3. Si bien una sociedad democrática bien ordenada no es una asociación, tampoco es una comunidad, si con el término nos referimos a una sociedad gobernada por una doctrina religiosa, filosófica o moral comprensiva compartida. Esta distinción resulta crucial para la idea de razón pública de una sociedad bien ordenada. Si pensamos a la democracia como una comunidad (así definida) pasamos por alto el limitado alcance de su razón pública fundada en una concepción política de la justicia. Sería desconocer qué tipo de unidad puede alcanzar un régimen constitucional sin violar los principios democráticos más básicos. El entusiasmo por encontrar la verdad absoluta nos conduce a ampliar o profundizar una unidad que no podría ser justificada por la razón pública. Pero también es errado pensar a la sociedad democrática como una asociación y suponer que su razón pública incluye valores y propósitos no políticos. En ese caso desconoceríamos el rol primario y fundamental de sus instituciones básicas de establecer un mundo social dentro del cual podamos llegar a ser, con cuidado, preocupación, educación y no poca buena suerte, ciudadanos libres e iguales. El marco justo de ese mundo social está definido por la concepción política, de modo que, a través de la razón pública, todos los ciudadanos pueden comprender su rol y compartir sus valores políticos de la misma manera. §8. Sobre el Uso de Concepciones Abstractas Para llegar a la definición de lo que he llamado liberalismo político, partí de una serie de ideas familiares y básicas implícitas en la cultura política pública de una sociedad democrática. Estas fueron gradualmente articuladas en un conjunto de concepciones en cuyos términos podemos formular y entender el liberalismo político. La primera de ellas es la concepción de la justicia política en sí (§2); y luego las tres ideas fundamentales: la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación social a lo largo del tiempo (§3) y sus dos ideas asociadas: la concepción de persona libre e igual (§5), y la concepción de una sociedad bien ordenada (§6). También introdujimos las dos ideas empleadas para presentar la justicia como equidad: la concepción de estructura básica (§2) y la de la posición original (§4). Finalmente, a estas ideas agregamos, para presentar a una sociedad bien ordenada como un mundo social posible, la idea de un consenso superpuesto y la de una doctrina comprensiva razonable (§6). El pluralismo razonable es especificado en relación a estas últimas ideas. La naturaleza de la unidad social consiste en un consenso superpuesto estable de doctrinas comprensivas razonables. Una vez comprendidas estas concepciones y sus conexiones, retomo la “cuestión combinada” de la que se ocupa el liberalismo político y sostengo: tres condiciones para que una sociedad constituya un sistema equitativo y estable de cooperación entre ciudadanos libres e iguales que se hallan profundamente divididos por las doctrinas comprensivas razonables que sostienen. Primero, la estructura básica de la sociedad debe estar regulada por una concepción política de la justicia; segundo, esta concepción política debe ser el foco de un consenso superpuesto entre doctrinas comprensivas razonables; y tercero, la discusión pública, cuando lo que se debate son las bases constitucionales y problemas fundamentales de justicia, debe ser conducida en términos de la concepción política de la justicia. Esta breve recapitulación caracteriza al liberalismo político y la manera en que éste entiende el ideal de la democracia constitucional. (27) 2. Algunas personas pueden objetar el uso de concepciones abstractas. Puede ser útil observar por qué llegamos a concepciones de este tipo. Puede ser útil observar por qué llegamos a concepciones de este tipo. En la filosofía política, el trabajo de abstracción es desencadenado por conflictos políticos profundos. Sólo los ideólogos y los visionarios son incapaces de experimentar los profundos conflictos de los valores políticos entre sí y los conflictos entre éstos y los valores no políticos. Las controversias profundas y persistentes hacen de la idea de justificación razonable un problema práctico y no epistemológico o metafísico (§1). Recurrimos a la filosofía política cuando, como diría Walzer, se descomponen nuestras concepciones políticas compartidas y cuando nosotros mismos estamos desorientados. Podríamos apreciar este hecho si imaginamos a Alexander Stephens rechazando las apelaciones de Lincoln a las abstracciones del derecho natural y replicándole que el Norte debía respetas las concepciones políticas compartidas del Sur en cuanto a la cuestión de la esclavitud. Seguramente la respuesta a esta afirmación nos conduciría al terrenos de la filosofía política. La filosofía política no se aparte de la sociedad y el mundo, como algunos han pensado. Tampoco pretende descubrir la verdad a través de sus propios métodos racionales, alejada de toda tradición de pensamiento y prácticas políticas. Ninguna concepción política de la justicia podría ser relevante a menos que contribuyera a poner en orden nuestras convicciones acerca de la justicia, examinadas en todos los niveles de generalidad, desde lo más general a lo más particular. Ayudarnos en esta tarea es una de las funciones de la posición original. La filosofía política no puede violentar nuestras convicciones más que los principios de la lógica. Si nos sentimos forzados, puede ser porque, cuando reflexionamos acerca del asunto en cuestión, los valores, principios y normas están formulados y dispuestos de tal manera que son libremente reconocidos como los principios, valores y normas que efectivamente aceptamos, o que deberíamos aceptar. Podemos utilizar la posición original para promover este reconocimiento. Quizá nos sintamos forzados porque nos sorprendemos ante las consecuencias de esos principios y normas, ante las implicaciones de nuestro libre reconocimiento. De todos modos, podemos reafirmar nuestros juicios más particulares y decidir, en cambio, modificar la concepción de la justicia propuesta con sus principios e ideales hasta que los juicios en todos los niveles de generalidad sean aprobados en un debido proceso de reflexión. Es un error pensar que las concepciones abstractas y los principios generales siempre anulan nuestros juicios más particulares. Estos dos aspectos de nuestro pensamiento práctico (para no mencionar niveles de generalidad intermedios) son complementarios y deben ser ajustados entre sí en una visión coherente. El trabajo de abstracción, entonces, no es gratuito: la abstracción no es un fin en sí mismo. Antes bien, en una manera de ampliar la discusión pública cuando las concepciones compartidas de menor generalidad han sido desbaratadas. Deberíamos estar preparados para descubrir que cuanto más profundo es el conflicto mayor es el nivel de abstracción al cual debemos ascender para obtener una clara visión de sus causas. Dado que los conflictos en la tradición democrática acerca de la naturaleza de la tolerancia y las bases de una cooperación que establezca condiciones igualitarias han sido persistentes, podemos suponer que son profundos. Por lo tanto, para conectar estos conflictos con nociones familiares y básicas, analizamos las ideas implícitas en la cultura política pública y procuramos exponer de qué manera los mismos ciudadanos podrían, en un debido proceso de reflexión, concebir a su sociedad como un sistema equitativo de cooperación a lo largo del tiempo. En este contexto, el hecho de formular concepciones idealizadas, es decir, abstractas, de la sociedad y de la persona conectadas con aquellas ideas fundamentales, resulta esencial para encontrar una concepción de la justicia razonable. Notas 1. Ver “Liberty of the Ancients Compared with that of the Moderns”, (1819), en Benjamin Constant, Political Writings, traducido y editado por Biancamaria Fontana (Cambridge: Cambridge University Press, 1988). 2. La concepción de justicia presentada en Teoría. 3. La formulación de estos principios difiere de la expuesta en Teoría y es posterior a la expuesta en “The Basic Liberties and their Priority”, Tanner Lectures on Human Values, vol. III (SALT Lake City: University of UTA Press 1982), p. 5. La razón de estos cambios se discute en las pp. 46- 55 de esa conferencia. 4. La importancia de estas garantías es especificada en referencia a un índice de bienes primarios. 5. Formulo este comentario porque se ha pensado que mi atención en las ideas del liberalismo político implica abandonar la concepción igualitaria de Teoría. Creo que ninguna de las revisiones implican un cambio tal y pienso que esa suposición no tiene asidero. 6. Para la formulación de tal principio, así como una instructiva exposición en cuatro partes de los dos principios con importantes revisiones, ver Marxism, Morality, and Social Justice de Rodney Peffer (Princeton University Press, 1989), p. 14. Estaría de acuerdo con la mayor parte de la exposición de Peffer, pero no con su 3 (b), que parece requerir una forma socialista de organización económica. La dificultad no tiene que ver con el socialismo en sí, pero los primeros principios de justicia política no requieren una forma socialista. Considero que estos principios (como en Teoría) establecen valores fundamentales en términos de los cuales, según la tradición y circunstancias de la sociedad en cuestión, se puede evaluar si se justifica o no alguna forma de socialismo. 7. Ver Teoría, pp. 201, 48- 51 y 201. 8. Este contexto sirve para definir la frase “political not metaphysical”. 9. Cuando sostengo que una concepción es moral, quiero decir, entre otras cosas, que contiene ciertos ideales, principios y preceptos: y que estas normas articulan ciertos valores; en este caso, valores políticos. 10. Ver Teoría §2. 11. El término “ideas” lo empleo de un modo general y abarca tanto conceptos como concepciones. Este par se distingue de la misma manera que en Teoría, pp. 31. Esquemáticamente, el concepto es el significado de un término, mientras que una concepción particular incluye también los principios para aplicarlo. Por ejemplo, el concepto de justicia aplicado a una institución significa que esa institución no realiza distinciones arbitrarias entre las personas en la asignación de derechos y deberes básicos, y que sus reglas establecen un adecuado equilibrio entre los derechos en competencia. Mientras que una concepción incluye, además de ello, principios y criterios para decidir qué distinciones son arbitrarias y cuándo un equilibrio entre derechos es adecuado. 12. La idea de consenso superpuesto (overlapping consensus) o, mejor dicho el término, fue introducido en Teoría pp. 378f, como un modo de debilitar las condiciones para la razonabilidad de la desobediencia civil en una sociedad democrática relativamente justa. Aquí empleo el término en un sentido diferente y en un contexto más amplio. 13. Allen Buchanan ha discutido instructivamente estos puntos en su Marx and Justice (Totowa, N. J.: Rowman and Littlefield, 1982), pp. 145-49. 14. Ver Teoría, §77. 15. Ver Teoría, §58. 16. Ver Teoría, §3-4. 17. Para el velo de la ignorancia, ibid. §§1 y 24 y el índice. 18. Ver el importante trabajo de Michael Sandel, Liberalism and the Limits of Justice (Cambridge; Cambridge University Press, 1982) 19. Muchos han cometido este error. Intenté identificarlo con mayor claridad en “Fairness to Goodness”, Philosophical Review 84 (October 1975); 5421. 20. Parte de la dificultad reside en que no existe un entendimiento aceptado de lo que es una doctrina metafísica. Podríamos decir, como sugirió Paul Hoffman, que desarrollar una concepción política sin presuponer, o emplear explícitamente, una doctrina metafísica particular, es presuponer la tesis metafísica de que no se requiere ninguna doctrina metafísica para este propósito. También podríamos decir que nuestra concepción ordinaria de las personas como las unidades básicas de deliberación y responsabilidad presupone ciertas tesis metafísicas acerca de la naturaleza de las personas como agentes morales o políticos. Siguiendo el precepto de la prevención, no querría negar estas consideraciones. Lo que debería decirse es lo siguiente. Si observamos la presentación de la justicia como equidad y advertimos cómo es elaborada y las ideas y concepciones que emplea, no aparece entre sus premisas, ni su argumento requiere, ninguna doctrina metafísica particular acerca de la naturaleza de las personas, distinta y opuesta a otras doctrinas metafísicas. Si se suponen doctrinas metafísicas, quizá son tan generales que no pueden ser distinguidas entre las visiones metafísicas – cartesiana, leibniziana o kantiana; realista, idealista o materialista- que ocuparon tradicionalmente a la filosofía. En este caso no parecen ser relevantes para la estructura y el contenido de una concepción política de la justicia. Agradezco a Daniel Brudney y Paul Hoffman haber discutido estos problemas. 21. Debo a Erin Kelly la distinción entre los dos tipos de propósitos que caracterizan la identidad moral de las personas como se la describe en este párrafo y en el siguiente. 22. Para la idea de muerte social, ver Orlando Patterson, Slavery and Social Death (Cambridge, Mass.; Harvard University Press, 1982), esp. Pp. 5-9, 38- 45, 337. 23. Agradezco a Joshua Cohen por haber discutido este punto; y también por insistir en la importancia de la distinción entre pluralismo razonable y pluralismo como tal, como se especifica en el parágrafo siguiente. 24. Tomo este nombre de Sanford Shich. 25. Agrego un cuarto hecho que hemos supuesto al hablar de cultura pública. Es el hecho de que la cultura política de una sociedad democrática, que ha funcionado razonablemente bien durante u período considerable, normalmente contiene, al menos implícitamente, ciertas ideas intuitivas fundamentales a partir de las cuales es posible elaborar una concepción política de la justicia adecuada para un régimen constitucional. Este hecho resulta importante cuando especificamos las características generales de una concepción política de la justicia y elaboramos la justicia como equidad. 26. Por definición, concebimos a la comunidad como un tipo especial de asociación, una asociación unida por una doctrina comprensiva, por ejemplo, una iglesia. Los miembros de las otras asociaciones a menudo comparten objetivos pero estos objetivos no constituyen una doctrina comprensiva y pueden ser puramente instrumentales. 27. Las tres condiciones enunciadas en el texto deben ser entendidas como condiciones suficientes y no como necesarias. Traducido por Sebastián Mazza