El dudoso cambio climático N o es que sea dudoso que el clima cambie. Claro es tá que cambia y lo ha hecho intensamente repetidas veces en todo —o casi todo— el planeta en los últimos dos millones de años de la historia de la Tierra. Lo que no es seguro es que lo que hoy se presenta como datos de un cambio climático actual — como ciertas crecidas o sequías temporales— signifiquen realmente tal modificación ni que los datos generales manejables permitan afirmarlo de modo global ni que, necesariamente, ello nos lleve a la catástrofe. Datos y reservas sobre el cambio. Otra cosa es que — puesto que sabemos que el clima terrestre no es fijo— atendamos con el debido interés cualquiera de sus posibles variaciones actuales, cuando se comprueba que hay ciertos indicios de que éstas pueden existir. Pero tal existencia no significa, claro está, que el clima se conduzca linealmente en una tendencia dada hacia una determinada situación: las variaciones constatadas pueden ser débiles o fuertes, efímeras o persistentes, crecientes o no, dentro de los datos proporcionados por los registros que habitualmente se utilizan, EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN «Lo que no es seguro es que lo que hoy se presenta como datos de un cambio climático actual —como ciertas crecidas o sequías temporales— signifiquen realmente tal modificación ni que los datos generales manejables permitan afirmarlo de modo global ni que, necesariamente, ello nos lleve a la catástrofe.» separados o relacionados: temperaturas, precipitaciones, radiación, dinámica atmosférica. Con tales registros, no siempre suficientemente largos ni con una cobertura geográfica que proporcione el deseable detalle, se pueden, acaso, detectar variaciones y hasta ciertas tendencias, quizá decenales y hasta seculares, que se pueden usar con perspectivas más generales, pero también con prudencia justificada. Por poner algún ejemplo, esos indicadores pueden referirse a cuestiones concretas, pero a veces indirectas,como comprobaciones de retrocesos glaciares, o directas, como al ascenso de las temperaturas en las "islas de calor" urbanas o a las alteraciones en la sucesión de tipos de tiempo locales, entre otras. Pasar a formular una predicción —más o menos fundada en alguna metodología— a partir de esas referencias puede justificarse por interés naturalístico o por afán de previsión social (aunque no por alarmismo o por complacencia en él), pero no parece, en suma, una actitud cautelosa. Es valioso y legítimo buscar pautas de comportamiento climático futuro —no muy largo— con los datos pondera-bles y proponerlas, pero, hoy por hoy, no conviene darlas por sentado. Ello dificulta claramente que pueda proponerse con seguridad si estamos o no en un cambio climático como el que a veces se mantiene que existe en la prensa, en la política y en algunos congresos. El marco general del cambio climático. Tales variaciones, en cualquier caso, aparecen como mucho menores — según indican los datos fiables— que las de las llamadas "crisis climáticas del Cuaternario", geológicamente recientes, que realmente trastornaron geográfica y ecológicamente al Planeta y cuyo conocimiento y hasta probabilidad de reincidencia nos suministran una referencia básica y nos ponen en una moderada alerta. Es evidente, pues, que estos verdaderos y fuertes cambios climáticos retintes del Globo deben ser el marco para situar y ponderar cualquier fluctuación histórica, puesto que se inscribe en ellos. En primer lugar, tales cambios son "naturales", obviamente. Después, sólo después, veremos en qué puede intervenir la acción del hombre, circunscrita en el tiempo casi al último siglo y, en su capacidad real, al ensuciamiento atmosférico, con las divulgadas consecuencias, por ejemplo, en la disminución polar de la capa de ozono y, en lo que aquí tratamos, en un posible incremento de lo que se denomina "efecto invernadero". Las dos situaciones contrastadas extremas en que nos movemos en la historia climática reciente de la Tierra son las relacionadas con las glaciaciones y los periodos interglaciares, es decir, con una «Pasar a formular una predicción —más o menos fundada en alguna metodología— a partir de esas referencias puede justificarse por interés naturalístico o por afán de previsión social (aunque no por alarmismo o por complacencia en él), pero no parece, en suma, una actitud cautelosa. Es valioso y legítimo buscar pautas de comportamiento climático futuro —no muy largo— con los datos ponderables y proponerlas, pero, hoy por hoy, no conviene darlas por sentado.» intensificación respectivamente del frío y del calor, repetidamente oscilantes. A las modificaciones en temperaturas acompañan otras en las precipitaciones, la circulación atmosférica zonal y un cortejo de consecuencias subordinadas. Como todos sabemos, los paisajes cambiaron sucesivamente de modo fundamental, por ejemplo en Europa y América septentrionales, de ámbitos helados a la reconquista biogeográfica del territorio. Ello ocurrió largamente por última vez (tras una etapa relativamente cálida entre hace 132.000 y 122.000 años) desde esos hace 122.000 años hasta los 10.000 antes del presente. Desde ese momento, estamos en un "postglaciar" o, puede ser, un "interglaciar". Este es el primer marco. Un cuadro de referencia que requiere, pues, otras dimensiones de tiempo y de ritmo. Además, las variaciones de temperaturas en los tránsitos entre unos y otros estados fueron muy fuertes, muy rápidas, un verdadero "cambio climático" terrestre, que da unas pautas a este concepto. Algún estudio calcula un descenso de las temperaturas medias en la última glaciación de hasta 12°C en Europa Occidental respecto a las actuales, un descenso del mar de 120 m. y un espesor de hielo en Fenoscandia de 3.000 m. Estos datos concretan el marco en unas dimensiones climáticas también de otra magnitud. Los recientes estudios realizados en los casquetes de hielo de la Antártida y de Groenlandia, que abarcaron en principio hasta una edad de hace 150.000 años, indican, en este período, variaciones cíclicas del clima con incidencias rítmicas del frío capaces de desencadenar una glaciación o fase glaciar cada 20,40 y 100 milenios. Ello conduce, por lógica, a una consideración astronómica de las causas del cambio. Pero, además, en las burbujas de aire atrapadas en los hielos se ha constatado una mayor o menor presencia de CO2 y de CH4 en razón de las más altas o bajas temperaturas reinantes en el momento de su retención, por lo que los caracteres de tipo "invernadero" se confirmarían, pero en dependencia sólo de factores naturales,aunque sin poder entrar aún, por desgracia, con suficiente rigor en las relaciones de causa a efecto. Los cambios climáticos postglaciares. Por otro lado, este período "postglaciar" que sólo dura desde hace 10.000 años, no es estrictamente tal. De hecho sobreviven hoy en él numerosas regiones glaciares, más o menos acantonadas, con un volumen de hielo total de unos 33.100.000 km3. Pero, sobre todo, en esos años se han producido numerosas fases de crecidas parciales de los glaciares: hasta 9 en los Alpes, intercaladas con regresiones que, un un caso, permitieron que, hace 5.300 años, para algunos 4.500, "Ótzi", el hombre cuya momia fue «Los recientes estudios realizados en los casquetes de hielo de la Antártida y de Groenlandia que abarcaron en principio hasta una edad de hace 10.000 años, indican, en este período, variaciones cíclicas del clima con incidencias rítmicas de frío capaces de desencadenar una glaciación o fase glaciar cada 20,40 y 100 milenios.» encontrada en 1991 en el collado alpino del Niederjoch, Ótztal, anduviera sin obstáculo por terrenos inmediatamente después congelados quizá sin interrupción, o con una sola, hasta hoy. Son visibles también huellas de cambios más próximos a nosotros, algunas ya señaladas en España desde 1951 por Ignacio Olagüe o recogidas en un libro justamente célebre por Le Roy Ladurie en 1967. Por ejemplo, en las proximidades del collado también alpino de Herens, un camino romano y otro medieval, que trepaban hasta ese paso para comunicar Zermatt con Ferpecle, se encuentran hoy tapados por hielos que se desarrollaron en una etapa fría más reciente. Si cerramos el marco del cambio climático a escala histórica, dentro de estas fluctuaciones glaciares comprobadas, la última etapa decisiva que lo jalona es la llamada "Pequeña Edad del Hielo". Se trata de un enfriamiento del clima mundial que, en los Alpes, se manifestó ya entre los siglos XIII y XIV y que culminó entre 1600 y 1860, con su núcleo localizado a mediados del siglo XVIII. Desde 1860 los glaciares retroceden en todas partes, salvo pasajeras tendencias locales de signo contrario —como hoy mismo pasa—, lo que quiere decir que, desde esa fecha, estamos en un proceso de recuperación climática, tras el empeoramiento de la "Pequeña Edad". Está claro que el enfriamiento de esta "Edad" fue, pues, el cambio principal — desencadenado naturalmente—, no el mejoramiento posterior de temperaturas, que regresa una vez más de modo espontáneo a etapas bonancibles, como la que tuvo lugar entre los años 150 y 550 o entre 1150 y 1300 de nuestra Era. Ello no quita, por un lado, las posibles secuelas negativas en otros órdenes (precipitaciones, por ejemplo) de esta "recuperación" post-"Pequeña Edad" y, por otro, puede implicar la sospecha de que ésta se deba en algo a intervención humana derivada de la Revolución Industrial, especialmente en que esa termometría pueda alcanzar cifras progresivamente más elevadas y a que lo haga a una velocidad superior a la estimada como natural. Digamos que ésta es la manera posiblemente más correcta y, por ello, juiciosa de enmarcar cualquier idea de cambio climático actual. En efecto, algunos autores postulan, al parecer con fundamento, que el cambio natural post-"Edad" puede estar acelerado por el efecto invernadero debido a las actividades humanas, especialmente industriales. Aunque estas ideas sólo se han popularizado recientemente, esta cuestión es ya vieja, pues el hombre lleva tiempo alerta sobre estas posibles modificaciones ambientales: no sólo se registran tradicionalmente datos o se observan los glaciares, sino que ya en 1890 se formuló incluso el mecanismo térmico del "efecto invernadero" y en 1938 éste fue por primera vez atribuido a causas antrópicas. «Si cerramos el marco del cambio climático a escalla histórica, dentro de estas fluctuaciones glaciares comprobadas, la última etapa decisiva que lo jalona es la llamada "Pequeña Edad del Hielo". Se trata de un enfriamiento del clima mundial que, en los Alpes, se manifestó ya entre los siglos XIII y XIV.» Parece, pues, razonable que, ante esta posibilidad, no sólo investiguemos mejor este asunto, sino que actuemos desde este mismo momento con prudencia, pero este es un punto donde entran demasiados conflictos. que quizá nos llevó a esa situación. Sin embargo, sería iluso Es cierto que, por precaución, sólo la sospecha de que el ensuciamiento de la atmósfera —un volumen gaseoso limitado— pudiera acarrear consecuencias negativas que se nos escapan de las manos, debería dar lugar a una actitud generalmente admitida de suspender o rectificar el peligroso juego de aprendices de brujo suponer que se pueden detener, frenar o rectificar sin fuertes costes y resistencias los procesos económicos y sociales que generan la contaminación, si es que se quiere o se tiene capacidad para emprenderlo. Pero no debe todo quedar en un primer aviso o en una noble reflexión de que conviene organizar mejor nuestro trato a la naturaleza: hay también que avanzar en lo que aún se manifiesta como deficiente: en el conocimiento de los hechos, en seguridades, y en los modos de actuación viables. Entretanto, no confundamos las expectativas derivadas de una demanda de agua o de nieve nacidas de regadíos o de estaciones de esquí en ambientes mediterráneos con la falta de precipitaciones. A lo mejor, tenían razón los olivos. «En las proximidades del collado también alpino de Herens, un camino romano y otro medieval, que trepaban hasta ese paso para comunicar Zermatt con Ferpecle, se encuentran hoy tapados por hielos que se desarrollaron en una etapa fría más reciente.»