Num025 013

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Helio Carpintero
José Luis Pinillos y la
cultura española
El especialismo dominante en nuestra sociedad produce a veces ilusiones
engañosas.
Una de éstas consiste en hacer creer
que en cada especialidad no influye
más que lo que a ella pertenece. Y no es
así. El pensamiento, la ciencia, la economía, el derecho, la psicología, rezuman de su círculo propio porque lo penetra y lo unifica todo la sociedad. Al
igual que la poesía tradicional resulta Menéndez Pidal lo mostró abundantemente- de la interacción entre unos
pocos espíritus creadores y un público
innominado que responde y selecciona de entre aquello que se le presenta,
también en religión, en economía o en
ciencia se producen interacciones
complejas entre los creadores y su entorno social, entre minorías y mayorías
funcional mente relacionadas. Hay una
dimensión social en la ciencia, en el
arte, en el conocimiento, que sin que lo
explique todo, ha de ser tenida en cuenta cada vez que se aspira a comprender
esas dimensiones creadoras de la humanidad.
Lo mismo sucede cuando queremos
comprender una obra o persona singulares: continuamente se ha de mirar,
no de reojo sino por derecho, a las preCuenta y Razón. núm. 25
Diciembre 1986
siones e influjos que le hace llegar su
circunstancia, ajustada a cada momento a las ondas del devenir histórico
y social.
Viene todo esto a cuento del reciente premio «Príncipe de Asturias»
en ciencias sociales a José Luis Pinillos, psicólogo y maestro de psicólogos, escritor e intelectual. La justicia
de este reconocimiento es indiscutible,
una vez que se conoce la obra casi innumerable de este hombre -varios libros, muchísimos artículos, muchas
tesis dirigidas, muchísimas, incontables conferencias pronunciadas-. No
se trata pues de explicar lo que no necesita explicación alguna. Se trata, en
cambio, de comprender su obra, de situar su figura ante un paisaje precisamente el paisaje de nuestra sociedad española y de nuestra cultura,
desde las que ha de ser entendido.
*
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José Luis Pinillos es uno de los rostros con que, en nuestra sociedad, se ha
podido dar encarnadura y concreción
a la psicología.
Hace muchos siglos, metido Aristóteles a la tarea de decir qué era lo justo,
terminó recurriendo al procedimiento
de señalar hacia el hombre justo y prudente, el phronimós, para que se entendiera su pensamiento. A principios
de siglo, para muchos de nuestros
compatriotas pudo parecer Ramón y
Cajal la encarnación de la ciencia y del
saber. La personificación de las abstracciones en un camino para hacer
llegar a la mente de las muchedumbres
la compleja dinámica de las ideas.
En cierto modo, creo que Pinillos ha
ejemplificado y vivificado la realidad
de la ciencia psicológica en España.
Cuando, hace veinte, quince, tal vez
cinco años, se podían nuestros compatriotas preguntar por la psicología, tratando de hallar una imagen en su cabeza, han podido muchas veces responderse señalando la de José Luis Pinillos, tal vez la de Mariano Yela, la de
Miguel Sigúan, y poco más. Y ello no
por azar.
Entre nosotros, la psicología presenta una historia llena de vaivenes, en
zig-zag. Después de haberse inaugurado en España, en cierto modo, el sentido moderno de la psicología, su preocupación descriptiva, empírica, y su
interés por las caracterologías y la selección personal, en función de las peculiares dotes y habilidades, como sucede en el Renacimiento con Juan
Luis Vives y Juan Huarte, en este campo, como en muchos otros, su organización en forma de ciencia positiva representó la señal de su alejamiento, de
su estrañamiento respecto de nuestra
sociedad. Sea cual sea el balance final,
exacto, que se haya de hacer de la historia de la ciencia española, no hay
duda de que nuestra participación en
la creación dé la ciencia positiva ha
sido escasa, aunque tal vez no tanto
como algunas cuentas han hecho a veces pensar. Desde luego, nuestra lejanía de la psicología moderna, salvo
honrosas excepciones, ha sido una realidad.
En el siglo pasado, las cuestiones
psicológicas estuvieron mezcladas con
otras, no lejanas, sobre el materialismo
o el espiritualismo y otras, algo más
distantes, sobre ortodoxia y heterodoxia religiosas. Fueron primero los debates en torno a Cubí y su frenología lo
que agitó las plumas, y hasta puso en
marcha -contra Cubí, claro es- la inquisición; vinieron luego las polémicas sobre el Krausismo, su posible
panteísmo, su peligroso influjo en la
educación -al decir de los espíritus
más reaccionarios-, y el hecho concreto del interés de ¡os Krausistas por la
nueva psicología: interés de Giner de
los Ríos, de Simarro, y algunos pocos
espíritus progresistas de fines del XIX.
Luego, dentro ya del siglo XX, fueron
espíritus liberales, cercanos al ideal republicano, los que apoyaron el desarrollo de las primeras aplicaciones psicológicas a la realidad social -Ortega,
Lafora, Marañón, Emilio Mira, Domingo Barnés, entre otros-; pero la
guerra civil y el franquismo vinieron a
desplazar el péndulo, de nuevo, hacia
el extremo contrario, sumergiendo la
psicología en escolasticismos y tomismos que inundaron las universidades,
e incluso las mentes del mundo oficial
de posguerra.
Tras haber estado a punto de despegar, la psicología en España -quiero
decir la psicología científica, la que se
consideraba en todas partes como una
ciencia natural y positiva- volvió a
una suerte de catacumba. Si ha podido
salir, ello ha sido posible gracias al esfuerzo continuador de un hombre modesto y sencillo, don José Germain,
discípulo de Ortega y de Lafora, de
Bertlett y de Michotte, que fue capaz
de recuperar para la psicología un espacio creciente en nuestra sociedad y
en nuestra cultura. Pero ese esfuerzo
ha sido fecundo, en gran medida, porque ha generado unos discípulos
-Pinillos, Yela, Siguán y algunos pocos más- que han multiplicado, creadoramente, el impulso inicial.
Así, resulta que mientras Germain
mantuvo la llama viva del interés por
la psicología, y produjo instituciones una revista, una sociedad, una escuela,
un instituto...- dentro de un marco de
minorías, sus discípulos, complementariamente, vinieron a producir
una cierta «conversión de los infieles».
En estos últimos treinta años, se ha pasado de una docena de entusiastas colaboradores de Germain a unas decenas de miles de profesionales y de estudiantes de psicología, un salto cualitativo en el que ha intervenido, de modo
decisivo, con algunos más, José Luis
Pinillos.
*
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Con una formación filosófica inicial, según el espíritu escolástico dominante en los primeros años de la
posguerra, lleno de curiosidad e inquietud cultural, atraído por la música
y la literatura, Pinillos encontró, primero en Alemania, luego en Inglaterra, el modo de acercarse a 1 conocimiento del hombre desde un ángulo
científico a través de la psicología.
Tal vez algún día se estudie el proceso de huida desde la escolástica de los
años cuarenta hacia los saberes poseedores de algún rigor formal -hacia la
lógica, la psicología, la ciencia social o
hacia la literatura y la poesía. La necesidad de aires nuevos, que hicieran penetrar la realidad en espíritus ávidos de
ella, impulsaba en muchas direcciones, y en muchos casos, hacia una nueva proximidad de los temas y los problemas científicos.
Pienso que de aquel tiempo juvenil
viene el interés de Pinillos por el tema
de la evolución, principalmente pero
no sólo la evolución biológica. Y con
ello, claro es, por el tema de la consti-
tución del hombre, o de la mente humana, en el término de la escala de los
seres vivos conocidos. Yo creo que no
es un azar que Pinillos haya escrito
una biografía de Darwin, hace algunos
años, con gran rigor al tiempo que con
gran capacidad divulgadora. Ni que su
libro más importante y personal, los
Principios de psicología, comiencen
con este acorde: «La mente humana no
ha caído del cielo», reformulado pocas
líneas más tarde en esta transparente
declaración: «La psicología no debe
olvidar que la mente humana procede
de un psiquiámo animal».
En los años cuarenta, en los cincuenta, la psicología oficial que se enseñaba en nuestro país respetaba únicamente el espiritualismo creacionista
del alma humana, como doctrina que
era religiosamente ortodoxa, o como
tal era tenida. En todo caso, la tesis
evolucionista tenía delante de sí un horizonte erizado de dificultades.
La pregunta por el hombre, reformulada como pregunta por la mente
humana, su naturaleza, sus habilidades, su conexión con la realidad física,
su implicación histórica y social, han
ocupado la vida de Pinillos. Le ha ocupado, primero, ponerse en claro él
mismo al respecto; luego, transmitir su
claridad a los demás. El intelectual,
dijo una vez Ortega, tiene misión luciferina, misión de portar la luz donde
ñola hay. No para ponerla bajo el celemín, desde luego, sino para que se difunda en ondas concéntricas, si ello es
posible, hasta el infinito, empezando
porel entorno próximo.
Por si esto fuera poco, había que llevar la teoría psicológica a una sociedad
poco sensibilizada, nada porosa hacia
sus temas. Psicólogos in parí i bus inficleliitm es lo que han sido Pinillos,
Yela y demás compañeros, durante
muchos años. Tenían ante sí una labor
muy vasta.
Hace unos decenios, los psicólogos
se definían socialmente gracias a los
tests; eran sobre todo «pasadores de
tests». (Algunas gentes aún hoy tienen
ese pasado cliché por válido y vigente).
Pero apenas había tests estudiados
para ser aplicados a la población española, con alguna que otra excepción
como el test de inteligencia de BinetTerman que estudiara Germain y Rodrigo, y alguna que otra prueba más.
Era preciso, además, sensibilizar hacia
la problemática teórica implicada en
la construcción, aplicación y valoración de unas pruebas que están lejos de
poder ser empleadas como una medida
física. Y así fue como los discípulos de
Germain hubieron de dedicarle un
tiempo precioso a los tests.
Los psicólogos,- además, cumplían
tarea de selección de personal y orientación. Eran tareas que parecían serles
propias. En buena medida resultaban
directamente de la aplicación de tests y
del análisis del puesto profesional en
cuestión. Pero implicaban otras cosas
además: estudios de motivaciones,
preferencias sociales, y unas serie de
factores de variada índole. Llegada la
hora, Pinillos estudió relaciones humanas, inició trabajos sobre motivación en organizaciones laborales, se
ocupó con su maestro Germain de problemas de seguridad en el tráfico y selección de aviadores y conductores, y
/hasta llegó a proponer una prueba ingeniosa para aplicar a estos últimos,
un «test vde semáforos» que tuvo vida
más corta de lo que se merecía.
Ha sido?-tal vez, el destino de estos
hombres estar siempre abriendo caminos, comenzando tareas nuevas, atentos a una demanda social que pedía información y apoyo psicológicos para
cuestiones cambiantes, según el afán
del momento.
Hubo, desde cierta hora, que atender a formar nuevos profesionales en
psicología, primero en una Escuela de
postgraduados, luego crecientemente
en la Universidad. Esto entrañaba la
responsabilidad de seguir la marcha de
la ciencia, fuera; y de guiar a los futuros
especialistas, dentro.
Pinillos ha escrito un manual de psicología para uso de universitarios que,
sin ninguna duda, ha marcado una
época entre nosotros. Por de pronto,
permitió la liberación de lo que venía
siendo una servidumbre difícil de soportar; lo que forzaba a depender de
unos textos, de dudosa traducción,
construidos para una mentalidad, la
americana, bien lejana a la de nuestros
jóvenes estudiantes; pensados desde
una óptica científica más o menos cercana, pero desde unas coordenadas
culturales y filosóficas muy alejadas.
El «colonialismo» americano que se
vivía en psicología -aún en parte se
mantiene, aunque en dosis mucho más
reducidas- y que con frecuencia se admite sin pestañear en ciencias humanas y sociales mezclado a enérgicos
gastos de antiamericanismo general,
dio un paso atrás decisivo con la aparición dentro de nuestro mundo psicológico de este libro profundo, abarcador,
riguroso, que está al tiempo admirablemente escrito, y que está pensado
desde nuestro horizonte mental, y para
él.
Las nuevas ideas llegaron a toda
suerte de curiosos lectores. El grueso
manual psicológico había ido precedido de un breve y esencial volumen, sobre La mente humana, que se incluyó
en una de las series populares de obras
fundamentales que captaron la atención de un inmenso público en nuestro
país. Hasta los pueblos más remotos, a
kioskos donde nunca antes llegara sino
la novela rosa y las historias de vaqueros, llegó un pequeño volumen que decía, clara y comprensiblemente, lo que
la psicología contemporánea ha llega-
do a ser al cabo de un siglo de apretada
existencia.
Ignoro cuántos miles y miles de
ejemplares se habrán consumido de
ese par de libros. No hay duda, sin embargo, de que algo han debido de influir para hacer en nuestro país más
concreta, más precisa, y a la par, más
atractiva la imagen de la psicología
moderna, como estudio de aquellas actividades con que la mente humana se
ha adaptado al mundo, y ha generado,
innovadoramente, técnicas y cambios
de estructura en la realidad.
La incorporación del pensamiento
científico contemporáneo no es nunca
posible desde la mera actitud repetitiva. La ciencia actual es extraordinariamente creativa, y en tareas creativas
vale el viejo adagio de que «lo igual conoce a lo igual», o lo que viene a ser lo
mismo, que sólo creativamente se penetra en el fondo de la nueva teoría, del
nuevo pensamiento.
José Luis Pinillos es un ejemplo de
ese vivir creativamente -creando y recreando, según los casos- la psicología
contemporánea. Su notoriedad comenzó con unos trabajos de psicología
social, en particular uno en que puso
de manifiesto la débil religiosidad de
los jóvenes universitarios, allá por los
años cincuenta, cuando el régimen
franquista ponía su timbre de gloria en
promover una España católica y tradicional; como es lógico, las autoridades
echaron tierra sobre aquellos resultados, pero el nombre del autor sonó
para bien entre los espíritus veraces y
libres.
En la Escuela de Psicología de Madrid primero, luego en la Universidad
-primero, en Valencia; después, en
Madrid- Pinillos ha sido introductor
de una psicología rigurosa, con aten-
ción a las bases somáticas de la vida
mental y, también, a sus desarrollos
sociales. Su fina percepción para la
teoría le ha permitido aproximarse a
los grupos más serios de la vanguardia
científica, manteniendo al día en una
serie de temas a sus discípulos y colaboradores. Ello lo ha logrado sin seguir
pasivamente modas, sino estando implicado activamente en los problemas.
Pinillos, y de modo más general, los
discípulos de Germain, comenzaron
estableciendo una serie de contactos
personales de calado con escuelas extranjeras de prestigio. En su caso, una
estancia en Alemania y luego unos
años en Londres, junto a la formidable
personalidad de H. J. Eysenck, figura
señera de la psicología de nuestros
días, le dieron la vivencia inmediata y
directa de la investigación sobre problemas reales. Le hicieron ver, más
allá de cualquier posible duda, que el
camino de la psicología pasaba por la
utilización a fondo del método de la
ciencia positiva.
Ello no ha obstado para que, además, Pinillos haya procurado hacer
posible una construcción psicológica
crítica y reñexiva, librándola de un ingenuo prejuicio antifilosófico con que
se la ha envuelto a veces incluso por
grandes investigadores experimentales. Y así, al tiempo que ha defendido
desde sus primeros trabajos la diferenciación entre una psicología como
ciencia y una filosofía, ha sido a la vez
consciente de las implicaciones antropológicas y filosóficas de la ciencia que
se quería construir. «El psicólogo, lo
sepa o no -ha escrito en cierta ocasión
Pinillos (1977)- está respaldado siempre por una filosofía del hombre». En
su caso, ese respaldo está incluso explicitado en buena medida.
En varias ocasiones en los últimos
tiempos Pinillos ha gustado de volver,
una y otra vez, sobre los problemas de
fondo de la psicología: la peculiaridad,
mejor aún, la irreductibilidad e innovación que presenta «lo mental» cuando se compara con «lo físico», y las vías
metodológicas adecuadas para acceder al conocimiento científico de la
mente.
La mente, como sistema opc !,o
que procesa la información del medio
y organiza la conducta en vistas a una
adaptación vital, es en el caso humano
una mente en buena medida consciente, activamente creativa, que hace del
hombre un ser responsable al tener que
construir y producir personalmente su
respuesta a la situación. Esta mente,
que como antes he dicho ya, para Pinillos no cayó del cielo, sino que ha aparecido en el curso de la evolución, ha
sido en ocasiones sujeta a graves reducciones o simplificaciones. El materialismo del siglo XIX, en parte el psicoanálisis, y luego el conductismo americano, han ofrecido versiones de la vida
mental donde la dimensión consciente
se disolvía o se tornaba irrelevante. Al
mismo tiempo, la información subjetiva y consciente quedaba marginada
sin valor científico alguno.
Pinillos ha defendido, cada vez con
mayor fuerza, el origen evolutivo de la
mente y, a la vez, la innovación de realidad que ésta representa. Lo llama él
-lo llaman también otros, como el Premio Nobel Sperry y otras figuras de relieve en la vida científica- «monismo
emergentista», y en su marco tienen
cabida no sólo procesos físico-
naturales sino también aquellos otros,
mentales, dotados de nuevas propiedades como la intencionalidad, la simbolización y el sentido.
Al proponer en España este modelo,
Pinillos no ha dejado de advertir las
profundas relaciones que cabe establecer entre ese monismo emergentista y
el pensamiento español más innovador de este siglo; me refiero al creado
entre nosotros por Ortega, porZubiri y
por Marías. La singularidad que como
realidad tiene la vida humana, la vida
personal, y su condición libre, proyectiva y responsasble (Ortega, Marías),
no son incompatibles con una visión
emergentista de lo real, (Zubiri) concebido desde una perspectiva estructural. No es una cuestión resuelta; antes
bien, es un programa válido y original
a desarrollar, y que en gran medida podría representar una aportación innovadora del pensamiento español a la
psicología de hoy.
Decía antes que Pinillos representa
una posición teórica reflexiva y creadora ante algunos de los más radicales
problemas de la psicología como ciencia. No sólo han de figurar en su haber
la difusión y actualización de esta
ciencia en nuestro país, sino también
la incorporación de esa dimensión reflexiva y crítica que abre, sin duda, una
vía a la aportación propiamente hispánica a la psicología. Su obra es, en el
fondo, una cierta posibilidad de desarrollo para la ciencia española y para la
psicología.
H.C.*
* Universidad de Valencia.
Referencias bibliográficas
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Ortega y Gasset, J.: ¿Qué es filosofía? Revista
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Pinillos, J.L.: La mente humana. Salvat, Madrid, 1970.
Pinillos, J.L.: Principios de psicología. Alianza, Madrid, 1975.
Pinillos, J.L.: Prólogo a H. Raley, La visión
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Pinillos, J.L.: «Lo físico y lo mental en la ciencia contemporánea», en M. Benzo et al.: Antropología y Teologia.CSK, Madrid, 1978:15-46.
Pinillos, J.L.: «Lo físico y lo mental», incluido
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Pinillos, J.L.: «Ortega y la respuesta responsable», Psicopatohgia. 3,3(1983): 273-280.
Sperry, R.W.: «Bridging Science and Valúes»,
American psycho/ogist. abril, 1977.
Yela, M. et al.: José Germain y la psicología
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núm. 6(1981) de dicha revista).
Zubiri, X.: Sobre la esencia. Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1962.
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