LA PERSONA. SALUD Y ENFERMEDAD MENTAL Prof. Dra Amelia Musacchio de Zan ABSTRACT: El desarrollo humano tiene raíces en lo genético, y transcurre, en lo biológico,a través de sistemas que permiten las estrechas interconexiones existentes entre lo neurológico y lo inmunológico, lo endocrino y lo corporal. En estrecha relación con el ambiente, la persona se abre al espacio psíquico. Lo trascendente y espiritual habitan en el humano desde el momento mismo de su concepción. Según enseña el V Concilio de Letrán, el alma no solo es forma del cuerpo sino que es inmortal y se infunde singularmente, individualmente. El determinismo y los diversos reduccionismos desconocen las sutilezas y complejidades de la relación de la persona consigo mismo, con su ambiente, con su libertad, con Dios. La salud mental de una persona, delicado logro de un equilibrio entre multiples factores, se ve dificultada y atacada por factores socioculturales desintegradores. Las adicciones son manejadas con criterio de bureau económico político: el drogar a los jóvenes es finalmente someterlos, con lo que temen la realidad exterior e interior. El miedo masifica, inferioriza y conduce a que el ser humano delegue en otros su capacidad de pensamiento y renuncie a su autoconducción. El desarraigo y el abismo entre las generaciones contribuye a generar rasgos esquizoides y psicopáticos, frialdades afectivas que encubren un deseo desesperado de amor, búsquedas de identificaciones vicariantes para tratar de reemplazar, sea como sea, los tormentos de una carencia cuyo signo es la contradicción misma, en ese nefasto tutelaje. Como en general no importa mucho si la que dice la publicidad es verdadero o falso, se aliena el amor a la verdad en aras del poder adquirir y se embota la capacidad crítica. En eso, el yo individual cede y se sumerge en un yo colectivo e inhumano. Al mismo tiempo, alcanzar ese paraíso en la tierra exige un esfuerzo duro y terrible. Los hombres y mujeres que sobreviven presentan, un aparentemente contradictorio cuadro clínico: están siempre ocupados y son ocultamente pasivos; se afanan por ganar dinero y no pueden gozarlo, detentan un agudo espíritu crítico frente a las carencias y son carentes ellos de sentido social y humano; aparentan tener fuerte carácter y son débiles en el espíritu. Estudiaremos otras patologías mentales, como las provenientes del desarrollo y las del subdesarrollo.y la psicopatología de conflicto y de déficit de nuestro tiempo. La salud y la enfermedad mental son expresiones absolutamente personales de alguien diferente a otro, con una biología, cuerpo, mente únicos y un alma singularmente infundida. LA PERSONA. SALUD Y ENFERMEDAD MENTAL Prof. Dra Amelia Musacchio de Zan Esta presentación está basada en la conferencia que dí en Ciudad del Vaticano, Aula Paulo VI, el 29 de Noviembre de 1996, convocada por Monseñor Angelini, con motivo de la XI Conferencia Vaticana “A imagen y semejanza de Dios: ¿siempre? Los enfermos mentales” (28-30 Nov. 1996). Los valores de la sociedad urbana han sufrido un cambio notable. Según mi generación recuerda, las palabras en los negocios se mantenía, el trabajo era un valor positivo, el conseguir un logro con esfuerzo propio era lo lógico, la responsabilidad en las tareas estaba sobreentendida, y el respeto por la persona mayor, padre, maestro, sacerdote o por la autoridad en general, se vivía de modo natural Progresivas circunstancias de muy diferente índole, han tenido influencia negativa en este estilo. El hábito de depender de un estado benefactor dejó huellas profundas, pese al empeño de muchos, antes y ahora, de revertir el error de confundir los derechos de las personas con la obligación de que todo se obtenga sin esfuerzo personal. Insensiblemente se fue diluyendo la cultura del trabajo. Tal ha sido el cambio de perspectiva que en este momento aparecen como valores la posibilidad de que una persona haga sólo lo que le conviene, de recibir el dinero sin hacer el esfuerzo para ganarlo, de burlarse del alumno que se esfuerza en ser mejor, de acceder al acomodo, desplazando a alguien de valor, como la única manera de triunfar, de aceptar un soborno como algo lógico. La responsabilidad personal se diluye y la mediocridad se convierte en habitual. Las vicisitudes que han acaecido, luchas político-sociales desgastantes, han hecho enorme daño a la credibilidad y a la esperanza. La persona común observa y se ilusiona con los cambios positivos, pero un triunfalismo inveterado hace que le cueste mantener la lealtad a la continuidad de ideales. Nuestra sociedad no siempre cultiva sus virtudes, que son muchas, más bien, mira a veces como únicos los valores propios de otras sociedades, demorándose en darse una joven pero propia identidad. Muchos trabajan y se sienten representantes de un país limpio, sano y querible hasta las entrañas. Ese amor, lo mismo que el amor a Dios, parece que costara a veces ser confesado en público. Algunos otros fenómenos tienden a inducir cambios negativos que obstaculizan el desarrollo de lo mejor de las personas y la creencia en la familia como algo que debe ser conservado. Por ejemplo, los psiquiatras hemos tenido que padecer no hace mucho tiempo conceptos sobre familia pregonados por Cooper, líder de la antipsiquiatría , quien nos informa en su libro “La muerte de la familia:...”es fatuo hablar de la muerte de Dios o de la muerte del hombre... mientras no podamos contemplar de frente la muerte de la familia, ese sistema que asume como obligación social la de filtrar oscuramente la mayor parte de nuestra experiencia y vaciar nuestros actos de toda espontaneidad generosa y genuina”... “criar a un niño es en la práctica equivalente a hundir a una persona. Del mismo modo, educar a alguien es conducirlo fuera y lejos de sí mismo”. Sobre los inadvertidos estos conceptos pueden ejercer cierta seducción por lo contestatarios, pero su íntima falacia queda en descubierto cuando el propio autor, más adelante nos confiesa que...”mientras escribía el final de este libro contra la familia atravesé una profunda crisis espiritual y corporal...los que me acompañaron y atendieron durante la peor parte de la crisis fueron mi hermano, mi cuñada u sis pequeñas hijas”. La psicología profunda, al haber sido superficializada y masificadamente distribuída, vulgariza conceptos. Es por esta vulgarización que se utilizan los ya remanidos términos “liberación”, “trauma”, “complejo”, “asumirse”, “concientizar”, totalmente desvinculados de sus primitivos contextos. Y estas palabras, así desarraigadas, suelen vehiculizar críticas latentes o manifiestas contra la estabilidad del matrimonio, contra la libre y madura elección del cónyuge, contra el derecho de posponer gratificaciones en aras de un ideal adecuado, contra la decisión de resistir los dictados de un impulso infantil. Como ejemplo vale haber oído hasta el cansancio que la represión es fuente de trastornos físicos y psíquicos lo más variados, pero no se oye con paralela frecuencia que efectos tan negativos como la envidia, los celos, el odio y el resentimiento suelen utilizar la pulsión sexual como medio de expresión que las encubre. Es que la psicología hoy no puede ya abordar el tema instinctual como nuestra sociedad suele hacerlo, y en tan variados estilos, según la pretérita hipótesis de cargas que buscan descarga y no más, sino que debe adscribir su funcionalidad al Yo. El Yo es quien las distribuye y ubica según su propia estructura, la calidad de su relación con el mundo interior, y las situaciones emocionales íntimas e irrepetibles de cada uno. Autores nos hablan de una zona del Yo “libre de conflicto”, y Kohut nos describe las vicisitudes de la maduración del self, en su delicadísimo equilibrio bio-psicosocial y enseña sobre el necesario cuidado y ternura que precisa ese sofisticado ser en formación que es la persona humana. Otros elementos colaboran para desequilibrar la salud mental. La publicidad y la atracción televisiva son implacables. Es difícil escapar a la fascinación por el consumo que provoca la publicidad. Cuando la mentalidad consumista se instala, se vive en cambio cosumísitco, se puede cambiar no sólo de cosas materiales sino de cónyuge, de amigos, también de ideales, pues todos son vistos solo como bienes de consumo, según el deseo, la necesidad o el capricho del momento. Así como las carencias desesperan, irritan, agobian, enojan y desaniman, y el el bienestarismo atrapa, ablanda y no permite la toma de decisiones serias que impliquen luchar contra las dificultades de llevar adelante una familia, de ejercer la autoridad paterna o materna o asumir como naturales los avatares propios de la vida. Por otro lado, como en general no importa mucho si lo que dice la publicidad es verdadero o falso, se aliena el amor a la verdad en aras de poder adquirir y se embota la capacidad crítica. Y en eso, como el hombre vale por lo que tiene y no por lo que es, el yo individual cede y se sumerge en un yo colectivo inhumano. Al mismo tiempo, el alcanzar ese paraíso en la tierra exige un esfuerzo duro y terrible. Los hombres y mujeres que sobreviven presentan un aparentemente contradictorio cuadro clínico: están siempre muy ocupados y son ocultamente pasivos; se afanan por ganar dinero y prestigio y no pueden gozarlo, detentan un agudo espíritu crítico frente a las carencias y son carentes ellos de contenido social y humano; aparentan tener un fuerte carácter u son débiles en el espíritu. Como vemos, la sociedad es permanentemente convencida por los medios de la inevitabilidad del divorcio, de la infidelidad, del aborto, de las adicciones, de la legalización del consumo de drogas. La frivolidad y los hechos de corrupción en el mundo completan una obra desmoralizadora La corrupción es una de las consecuencias de entronizar el dinero como valor absoluto. La continua información a favor del derecho de modificar el sexo, y la naturalidad en la aceptación de uniones supuestamente matrimoniales entre personas del mismo sexo, es continuada por la lógica conclusión de que estas uniones pueden adoptar hijos. Además se ha registrado una caída del número total de matrimonios y han aumentado las uniones de hecho sobre todo en las grandes ciudades. Las familias muestran el anhelo y el deseo de estabilidad, pero en muchas casas hay niños cuidados por un solo padre. La ausencia y el cambio y alternancia de uno de los padres es común, sean familias pobres o ricas y esto provoca patologías. Nuestro país en foros internacionales ha defendido la integración de la familia y la defensa por la vida desde su concepción, las opiniones a favor del aborto tienden a presentarse a veces, como superiores en número. La elección por la vida suele ser descalificada de muy variadas formas. Pueden verse intentos de desculturalización. Carteles callejeros en la ciudad y avisos de compras están escritos en inglés. El lenguaje de mucha gente es torpe y lleno de malas palabras, tal como enseña la TV. Las buenas maneras y la educación, que son reflejo de la caridad y del amor al prójimo, han dado lugar a cierto enojo crónico en los modales. Nuestra sociedad está laicizada y desacralizada. Casi no se ven pesebres de Navidad, Es Papá Noel quien distribuye los regalos, y los Tres Reyes Magos cayeron en el olvido. Semana Santa es para muchos un feriado prolongado muy oportuno para el descanso o el turismo. Las sectas han proliferado entre personas ya despojadas de valores verdaderos y necesitadas de vida espiritual. Junto con sanadores y videntes, confunden aún más a la gente y la apartan de una devoción y creencia más rigurosa. Logran la sujeción a servidumbre de sus miembros. El ambiente influye en que la personalidad que presentan muchos adultos, no los convierte precisamente en los más aptos para ubicar a los hijos en una identificación sexual adecuada, para formar su carácter, despertar una capacidad de trabajo en la alegría, inspirar su sentido humanitario y social y encauzarlos hacia una proyección trascendente de la personalidad. Mas bien el dejar hacer ha reemplazado el esfuerzo y la escuela debe cumplir ahora múltiples roles con poca ayuda o prescindencia de las familias. En algunas casas a los hijos se les dá para que no molesten, y luego, como se les da tanto, molestan más, dice H. Baruk. Por eso se los deja alegremente ir en busca de líderes aparentemente más adecuados que los padres, sean quienes sean, o se los empuja a una independencia precoz o a matrimonios juveniles de final hartamente incierto. Es útil señalar, sin embargo, que aunque los pacientes padezcan alineación más severa, subyacen en ellos atisbos de capatción de la ralidad externa e interna. Prueba de ello fue el episodio que contemplé comoe studiante de medicina y que nunca pude olvidar. Un docente desamorado de sus enfermos nos mostraba un paiente esquizofrénico catatónico para que vieramos la condición de “obediencia automática”, colocándolo en variadas posturas, que por causa de su enfermedad, el paciente mantenía. He aquí que el docente, con inusitada falta de respeto, tomó a este paciente por los pelos e intentó sacudirle la cabeza para enfatizar su propósito de enseñanza. El enfermo, sin enojo, le proporcionó una fuerte trompada, hecho lo cual regresó a su actitud autista. Según enseña el V Concilio de Letrán, el alma no es sólo la forma del cuerpo, sino que es inmortal y se infunde singularmente, individualmente. La creencia en que el alma está singularmente creada para cada uno, obliga al médico a una consideración especialísima de su enfermo, pues toda terapéutica debe dirigirse al ser personal aun cuando éste se encuentre severamente debilitado. La OPS enuncia las causas de las defunciones en el país entre 1980 y1990 inclusive. Primera causa, enfermedades del corazón; segunda, tumores malignos; tercera, enfermedades cardiovasculares; la cuarta, accidentes; la quinta, aterosclerosis. Puede verse aquí la prevalencia de afecciones de neto corte biopsicosocial, de enfermedades de adaptación psicosomática y social. Porque si bien la patología del subdesarrollo es dramática en su expresión, sobre todo en la niñez: enfermedades de carencia, infecciones, diarrea, desnutrición y desempleo en ambos cónyuges, la patología del desarrollo nos muestra que los índices de salud física, que mejoran de modo notable, se cruzan con el empeoramiento de la salud psicosocial como la esterilidad, el suicidio, el divorcio, las enfermedades psicosomáticas. Tal vez, una de las agresiones más brutales e injustas que se padecen es la propagación de las drogas. Muchos declaran la imprescindibilidad de la liberalización de la compra. No se aclara bien entre tantos argumentos socioeconómicos que se esgrimen, que esa fuga hacia ensueños y fantasías no creativos les imposibilita afrontar la vida, que por difícil de vivir que sea a veces, es el único amarre que mantiene al aparato psíquico en un funcionamiento normal. El Cardenal López Trujillo expresa con claridad uno de los factores que tiene que ver directamente con la patología social que hemos descripto: El fenómeno de la drogadicción, dice, está en directa proporción con el tamaño del vacío interior, de carencia de ideales, de desolación interior, de una juventud que no ha recibido ni de la sociedad ni de sus propias familias los valores necesarios para vivir de verdad. La droga es una fuga, es un mundo irreal en el cual se pretende llenar el vacío. Sí, hay un vacío existencial que provoca el escape, en esos “viajes” compensatorios, en busca de una felicidad que le es esquiva. Si se recuerda a Nacht, cuando postula que un Yo fuerte es el que ha vencido el miedo, y que sólo entonces será libre; tal vez este drogar a los miembros más jóvenes de las familias, sea un someterlos para que tengan miedo a la realidad exterior e interior. Así, el miedo inferioriza, masifica y conduce a que el humano delegue en otro su capacidad de pensamiento y renuncie a su autoconducción. La sociedad fomenta de un modo u otro una lucha generacional. El desarraigo y el abismo entre generaciones contribuye a generar, como todos los psiquiatras hemos visto, rasgos esquizoides y psicopáticos, frialdades afectivas que encubren un deseo deseperado de amor; búsquedas de identificaciones vicariantes para tratar de reemplazar, sea como sea, los tormentos de un superyo cuyo signo es la contradicción misma, en ese nefasto tutelaje. La psicopatología actual muestra adicciones a la droga, al alcohol, a los psicofármacos, al trabajo, a la fascinación de la televisión y las computadoras. La patología de la conducta alimenticia – anorexias y bulimias – corrresponden a un correlato biopsicosocial complejo pero en el que finalmente se aliena la interioridad, por el culto a la belleza, la delgadez, la moda de una valoración extrema en la que están asociadas la familia y la sociedad. Patologías de nuestro tiempo, tienen que ver con distorsiones graves de la personalidad. Las personalidades borderline, que han sido descritas como “estables en su inestabilidad”. Son impulsivas, con profundos trastornos en su identidad, muestran irritabilidad o ira inapropiada, y amenazas de suicidio o conducta suicida. Son personas con un estilo de relación hacia los demás intensa pero alternante entre afecto e idealización y odio y desvalorización, lo que confunde y provoca problemas afectivos en su ambiente. Padecen un crónico sentimiento de vacío. Las personas con trastornos narcisistas de la personalidad, padecen desde temprano una falta de regulación de las tensiones afectivas. Volcados sobre sí mismos para ser admirados y apreciados, carecen de empatía natural, usan a los demás para sus fines, se ofenden con facilidad, tienen fantasías grandiosas, y suelen trastocar sus problemas, al buscar una vía de descarga sexual para sus conflictos que no lo son en su origen. Si bien son descritos como que presentan un estilo permanente de grandiosidad, debe recalcarse que sufren también de futilidad y vacío, si pueden pensar y si las defensas grandiosas dejan un resquicio. Estas son patologías llamadas “de déficit” pues son personalidades aparentemente muy sólidas, pero carecen desde su comienzo, de una formación estructurada de la personalidad. Su Yo queda así vulnerable. Estas patologías de déficit se atribuyen entre otros motivos, a que las personas no han podido ser adecuadamente cuidadas y apreciadas del modo tal que una exitosa identificación con los aspectos buenos de sus padres pudiera tener lugar. También la falta de padres o cuidadores con ideas claras sobre lo bueno, lo malo, lo recto, lo incorrecto, lo erróneo, lo verdadero, puede dar lugar a personalidades sin criterio moral alguno, sino que varían según la ventaja, la conveniencia y la necesidad, sin contradicción moral entre opuestos. Es evidente que en una sociedad la continuidad con la herencia tradicional de los ancestros, sólo la familia la transmite de modo natural a través de la natural comunicación con los mayores: esos relatos, anécdotas, modismos, cuentos y canciones; la amistad y confianza de los más jóvenes con los amigos de los más viejos, ciertas tiernas complicidades entre gente de muy diferente edad, todo eso y mucho más son ingredientes invalorables para el sentimiento del propio valor o individuación. Cuántas veces hemos visto que en pacientes con severos problemas de identidad se empieza a entrever su cura cuando dejan de rechazar lo que han recibido de los padres y pasan a una progresiva comprensión de los mismos y a la reconciliación con muchas de las tradiciones transmitidas. Eso permite a los pacientes recobrar su libertad interior y tomar eventualmente otros caminos muy diferentes que los paternos, pero sin que esto signifique un corte tajante, sino que sea un paso más adelante a partir de una fusión con los elementos más valiosos de los ideales heredados. Es un recobrar lo bueno anterior, es un integrar el pasado con el presente en una armónica base para el futuro. Este intento hartamente incompleto de ubicar algunas de las circunstancias de la sociedad actual: el recuerdo de la tesis demoledora de la antipsiquiatría, la incomprensión soberbia de un psicologismo vulgarizado, el casi insoslayable paternalismo de la propaganda como elemento patógeno sobre mentes predispuestas, el ataque a los niños y jóvenes por la debilidad de los adultos y ciertas graves agresiones a sus psiquismos difícilmente disculpables, la comodidad de admitir como inevitable un aislamiento generacional, y todo esto manejado muchas veces según fríos criterios de bureau sociopolítico, todo esto, repito, puede tener el carácter de una enumeración tremendista que no por cierta, según creo, es menos parcial. Al respecto, cabe recordar los estudios realizados en Londres sobre las reacciones emocionales de los niños durante los terribles bombardeos de la última guerra. Encontraron que la serenidad con que los adultos soportaron los ataques fue la causa del escaso número de niños con shocks traumáticos. Que la angustia infantil estaba en relación, más que con una noción clara del peligro, con la actitud de los padres frente a ese peligro. Y además, que cuando había conflictos con el vínculo familiar, las consecuencias eran más graves que los mismos bombardeos. Es decir, que pese a la violencia exterior, los verdaderos autores de la armonía eran los padres, y que sólo en la medida en que sus conflictos los hacían aliados de los atacantes, es que los niños sufrían su efecto. Cuántas esperanzas hay entonces en admitir con humildad que la propia conducta distorsionada es lo que hace más vulnerable a la familia de los ataques del exterior, y que cuando la cohesión moral interna está indemne, no hay destrucción de afuera que pueda dañar gravemente a los hijos. Departamento de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología y Letras de Universidad Católica Argentina Dra. Amelia Musacchio de Zan Profesora Titular de Psiquiatría Clínica, Gerontes y Familia.