CATEQUESIS CONFIRMACION ADULTOS

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CATEQUESIS DE PREPARACIÓN A LA CONFIRMACIÓN DE ADULTOS
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS
1. LA EXIGENCIA FUNDAMENTAL DE JESÚS
1.1. IMITACIÓN O SEGUIMIENTO
La exigencia fundamental de Jesús para los que creen en Él la expresa el evangelio con la idea del
seguimiento. Un creyente es la persona que se decide a seguir a Jesús. El seguimiento es la clave de la
espiritualidad cristiana.
Para comprender lo que significa el seguimiento conviene analizar el uso que hace el Nuevo
Testamento del verbo seguir (Akolouzeîn en griego). Aparece 90 veces en todo el Nuevo Testamento:
25 en Mateo, 18 en Marcos, 17 en Lucas, 19 en Juan (evangelio), 4 en Hechos de los Apóstoles, 1 en
Pablo y 6 en el Apocalipsis. El verbo seguir se emplea fundamentalmente para hablar del seguimiento
de Jesús y, sólo raras veces, para referirse a otras cosas. La casi totalidad de los textos que hablan del
seguimiento de Jesús se encuentran en los evangelios. Este uso del verbo nos permite concluir con toda
firmeza que el seguimiento de Jesús es una idea fundamentalmente evangélica.
El tema de la imitación de Cristo, sin embargo, no es una idea evangélica. El verbo imitar
(mimeomai en griego) no aparece ni una sola vez en los evangelios, y en los otros escritos del Nuevo
Testamento se habla solo dos veces de imitación de Cristo (1 Co 11,1; 1Ts 1,6) y, en una ocasión, se
hace referencia a la imitación de Dios (Ef. 5,1). No se puede decir, por tanto, que el concepto de
imitación represente una dimensión de la espiritualidad del Nuevo Testamento.
En conclusión, podemos afirmar que la relación fundamental del creyente con Jesús se plantea en los
evangelios a partir de la idea de seguimiento y no de imitación.
1.2. EL ESPEJO Y EL CAMINO
Los maestros de espiritualidad con frecuencia hablan de la imitación de Cristo como ideal para el
desarrollo de la vida del cristiano. Esta proposición no parece estar en consonancia con la conclusión
que acabamos de sacar anteriormente. Para clarificarnos y revisar con objetividad nuestra relación con
Jesús conviene que precisemos si los términos seguimiento e imitación son sólo expresiones diferentes
de una misma realidad.
No parece que la imitación y el seguimiento se puedan situar aun mismo nivel. El evangelio al menos
en el uso de esas expresiones, establece una diferencia notable: habla con frecuencia del seguimiento y
no menciona la imitación. Si tuvieran la misma importancia, lo lógico hubiera sido utilizarlas en una
misma proporción.
Esta diferencia no se explica negando su importancia como si de verdad fuera indiferente hablar de
seguimiento o de imitación. La diferencia de contenido de ambas expresiones es patente: imitar es
copiar un modelo y seguir significa asumir un destino. La imitación se puede dar con un modelo
inmóvil estático y fijo; el seguimiento sin embargo, supone siempre la presencia de un agente principal
que se mueva y avance. La imitación no lleva consigo la idea de acción o de tarea a realizar mientras
que el seguimiento si la implica. Además, en el caso del modelo que se copia, el sujeto se orienta hacia
ese modelo para retornar sobre sí; en el seguimiento el sujeto sale de sí para orientarse enteramente
hacia un destino. En la imitación el centro de interés está en el propio sujeto y en el seguimiento ese
centro se sitúa en el destino que se persigue. En ese sentido, el espejo es la imagen de la imitación, y el
camino la del seguimiento. Y sabemos que mientras el espejo es el exponente de la vanidad, el camino
simboliza la tarea, la misión y el objetivo a cumplir.
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1.3. LA LLAMADA DE JESÚS
Para profundizar en este tema hay que analizar la propuesta que hace Jesús a quienes llama para que le
sigan. Así conoceremos la finalidad de esa llamada.
Es significativo constatar de entrada que cuando Jesús llama no propone ni explica, al menos en
principio, ningún programa. En esa llamada solo media una palabra ¡sígueme! (Mt 8.22; 9,9; Mc 2; 14;
Lc 5,27; Mt 19.21; Mc 10,21; Lc 18,22; Jn 1,43, 21,19). Es una invitación como carácter de mandato,
que compromete a la persona entera y a todo su mundo de relaciones.
En virtud de esa palabra, se abandona la familia, el trabajo, la profesión y los propios bienes (Mt
4,20.22; 19, 21.27…; Mc 1,18; 2,14; 10,28; Lc 5,11.27-28; 9,59-61; 18,28). Se trata, por tanto de una
invitación orientada a conseguir un giro total en la vida del hombre.
Sorprende ver a Jesús tan escueto en un tema de tal importancia para el hombre. Porque no da ninguna
explicación. Ni ofrece un programa, ni hace alusión alguna a las consecuencias que se pueden derivar
de ese momento. Simplemente hace la llamada, dejándola abierta a todas las posibilidades y de alguna
manera inabarcable respeto a lo que supone y conlleva. Por estas circunstancias parece que esta
llamada entrañara algo muy profundo y hasta misterioso; algo que nos pone en contacto con el mismo
misterio de Jesús.
En el evangelio, además, se nos dice que Jesús llama a los discípulos para hacerlos “pescadores de
hombres” (Mc 1,17; Mt 4,19; Lc 5,10). Con estas palabras Jesús quiere darnos a entender la tarea que
han de realizar los que le sigan.
La expresión está tomada de los profetas (Jr 16,14-16; Es 47,8-10; Heb 1,12-17). Significa trabajar en
bien del hombre para rescatarlo y liberarlo del mal.
Con la explicación de la tarea no llegamos al fondo del sentido de la llamada. Existen una serie de
textos en el evangelio que nos abren una perspectiva más profunda. Se establece en ellos una estrecha
relación entre el destino de Jesús y el de los que son llamados a seguirle. Si Jesús tiene como destino la
muerte en cruz, éste precisamente va ha ser el destino que han de asumir los que quieran escuchar su
invitación. Por eso en el evangelio, seguir a Jesús va a significar cargar con la cruz como Él (Mt 10,38),
subir a Jerusalén siguiendo el itinerario de Jesús (Mc 10,32), estar donde está Jesús (Jn 17,24), o más
directamente, “dar vida” (Jn 13, 37).
Podemos concluir diciendo que, en resumen, la llamada de Jesús al seguimiento aparece en el
evangelio como una llamada absolutamente abierta, incondicional y sin límites. Que nos asoma al
misterio de Jesús, que está relacionada con la tarea de servir al hombre y se encuentra marcada con el
mismo destino que asumió y siguió Jesús.
1.4. MÁS ALLÁ DE LA IMITACIÓN
Con el seguimiento, la relación que establece Jesús con sus discípulos es radicalmente distinta a la que
mantenían los rabinos con los suyos. Para estos la relación se basaba en la idea de la limitación: los
discípulos debían copiar el modelo que veían en el maestro hasta en los detalles más pequeños. Para
Jesús, en cambio sus discípulos sólo han de asumir su mismo destino hasta la muerte.
Por otra parte, los rabinos se dedicaban a inculcar en sus discípulos el estudio y la práctica de la ley en
sus mínimos detalles. Y sabemos que Jesús enseña a sus discípulos a ser libres respecto de la ley y a
comprometerse en el amor a los demás.
Y lo que Jesús expresamente no quiere es instituir un rabinato cristiano, es decir escuelas de maestros a
los que se tuvieran que someter los discípulos. La prohibición de Jesús, en este sentido. Es clara y
tajante:
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“Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “señor mió” pues vuestro maestro es uno solo y vosotros
todos sois hermanos” (Mt 23,8)
Lo importante para Jesús no es el sometimiento de unos hombres a otros, sino la igualdad y la
fraternidad entre todos.
La conclusión es que el seguimiento no es una imitación. Jesús se sitúa más allá de todos los modelos
humanos por acabados y perfectos que sean. Por eso su imitación es posible y ni siquiera se plantea.
Hay que seguirle y esto significa optar por el bien del hombre con todas sus consecuencias. Incluida la
muerte, sino por fidelidad al proyecto del Padre.
¿TE HAS PLANTEADO LA POSIBILIDAD DE HACER DEL SEGUMIENTO DE JESUCRISTO
EL MOTIVO PARA REALIZARTE COMO PERSONA Y ENCAMINARTE HACIA LA VIDA
ETERNA? SI 0 NO ¿POR QUÉ?
2. LA EXPERIENCIA ESENCIAL
2.1. UNA SITUACIÓN AMBIGUA
No es extraño observar en los creyentes una especie de dualismo en su comportamiento como
cristianos. Por una parte, tienes ideas muy claras sobre los contenidos de la fe y se muestran dispuestos
a defenderlas, y de hecho muchas veces las defienden, hasta llegar al enfrentamiento y al insulto de los
que, a su juicio, las niegan. Y por otra parte, vemos que, precisamente en esas expresiones de celo por
la verdad, manifiestan una notable falta de sensibilidad ante los auténticos valores evangélicos. Pues
Jesús, por encima de todo, nos exhorta al amor y a la unión entre los hermanos.
Esta ambigüedad nos indica que, con frecuencia, la fe se vive más como un conjunto de ideas que como
la experiencia que transforma radicalmente a la persona y modifica en profundidad sus actitudes. Por
eso, cuando esto ocurre, junto a ideas doctrinalmente correctas, existen inclinaciones que no están
centradas en Jesús y que son las que de verdad determinan el comportamiento. En este sentido, la fe
cuando se convierte en pura ideología no sirve más que para engañarnos a nosotros mismos, puesto que
la rectitud doctrinal es un medio muy apto para ocultar intereses e inclinaciones aún no abiertos a los
valores del evangelio.
2.2. EL CENTRO DEL SEGUIMIENTO
De las 79 veces el verbo “seguir” en los evangelios, 73 veces tiene una relación directa, con Jesús.
Nunca se habla de seguir una ideología, unos principios teóricos, unas verdades, unas normas, un
determinado proyecto. El tema del seguimiento de los evangelios tiene una única referencia: la persona
de Jesús.
Si el centro del seguimiento es una persona y no una idea o un proyecto; el seguimiento no se puede
reducir a un convencimiento doctrinal una experiencia, fruto del encuentro personal con Jesús. Por
tanto, el verdadero seguidor de Jesús no es la persona que lo conoce y se propone seguir su evangelio.
Es la persona que se siente seducida por la persona de Jesús y experimenta en esa atracción una fuente
de nuevos valores y el impulso para aceptar las preferencias de Jesús y rechazar lo que Él aborrece.
Se trata de la experiencia esencial de la vida, del encuentro con “alguien” y no con “algo”. Es la
experiencia que me descubre a Jesús como una persona viviente, con quien me puedo relacionar aquí y
ahora de una manera abierta a cualquier posibilidad, a cualquier iniciativa y a cualquier forma de
realización y de destino. Cuando el hombre se siente arrastrado por Jesús hasta el punto de
experimentar que puede ser conducido a cualquier sitio, es cuando se encuentra situado en el mismo
centro del seguimiento.
¿SINCERAMENTE HAS HECHO DE JESUCRISTO EL CENTRO DE TU VIDA?
¿TE HAS DEJADO SEDUCIR POR ÉL?
3
¿ESTÁS DISPUESTO A SEGUIRLO?
3. MÍSTICA Y COMPROMISO
3.1. ¿UNA MÍSTICA SIN COMPROMISO?
Según el texto programático de Mc 3,14, sabemos que Jesús llamó a sus discípulos “para que
estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Dos actividades “estar con Jesús” e “ir a predicar”, es
decir, una mística y un compromiso.
El sentido de la llamada se puede deteriorar por omisión o mala interpretación de uno de los dos
aspectos que la integran. Hay personas que alimentan sólo la mística del encuentro y de la amistad con
Jesús y desatienden la invitación al compromiso o lo interpretan en clave espiritualista, asimilándolo de
esta manera al aspecto místico de la llamada. Otros ponen el asentó en el compromiso, pero destacando
y apreciando en los valores sociales, públicos y políticos que conlleva.
Estas polarizaciones, en uno y otro sentido, suelen ser fuente de tensión dentro de la comunidad
cristiana. A los primeros se les tilda de espiritualistas, mientras que a los otros de secularistas, creando
de esta manera una problemática en torno al verdadero sentido del compromiso que implica el
seguimiento a Jesús.
3.2. EL MISMO DESTINO
La experiencia esencial del seguimiento es el encuentro personal con Jesús y la realización plena de ese
seguimiento está en asumir el mismo destino de Jesús. Ni basta la experiencia esencial del encuentro ni
asumir el mismo destino. Ambas cosas son necesarias porque el seguimiento es cercanía y movimiento.
Y seguir a alguien es estar cerca de Él y también moverse en su misma dirección. Nos interesa conocer,
por tanto, el destino hacia el que caminó Jesús para saber dónde nos tenemos que dirigir.
LAS RIQUEZAS Y EL SEGUMIENTO DE JESÚS
“Las riquezas son un peligro radical que bloquea la obediencia de la fe en el seguimiento de Jesús. Al
oír aquello (el joven rico) se puso muy triste, porque era riquísimo. Viéndolo tan triste, dijo Jesús:
¡con qué dificultadentran los que tienen mucho en el reino de Dios! (Lc 18,23-25). Las palabras de
Jesús son duras, pero así son. Hay una riqueza excesiva, hay un bienestar excesivo, de donde brotan un
sinfín de inquietudes, un trabajo agotador, que impiden entrar en el reino de Dios, ya que no dejan
espacio ni tiempo, ni libertad interior para las cosas de Dios. Recordemos la parábola de Jesús: he
comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor… he comprado cinco yuntas de
bueyes y voy a probarlas. Dispénseme, por favor… Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo
ir (Lc 14,17-20). Es riqueza peligrosa todo aquello que impide y no deja ya tiempo para el reino de
Dios, que vuelve insensibles frente a los valores del evangelio y no permite ya sentir la “necesidad” de
la salvación de Dios”
(“Dios nos salva por Jesucristo”. Victoriano Casas. Ed. San Pío X, p. 165)
En los textos evangélicos que hablan del seguimiento, existe una serie de afirmaciones que establecen
una relación entre el hecho de seguir a Jesús y la muerte en cruz. Los siguientes pasajes son los más
claros en este sentido y están referidos a seis contextos diferentes:
• El discurso de la misión (Mt 10,38)
• El primer anuncio de la pasión (Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23)
• El camino hacia Jerusalén (Mc 10,32)
• La víspera misma de la pasión (Jn 12,26)
• El anuncio de la negación de Pedro (Jn 13,36-37)
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• El diálogo con Pedro después de la resurrección (Jn 21,19)
El análisis del contenido de todos estos textos y del contexto en el que se encuentran situados dentro
del evangelio nos permite deducir algunas ideas aclaratorias sobre el sentido del seguimiento:
En el seguimiento de Jesús entra como un elemento esencial aceptar, en el horizonte de la propia vida y
como acontecimiento lógico, una muerte semejante a la de Jesús, es decir, una muerte que lleva el sello
del odio, del rechazo y de la condena por parte de aquellos que no aceptan los valores del evangelio.
Seguir a Jesús es mantener una fidelidad a Él y a su evangelio por encima de cualquier otra fidelidad,
incluso de aquella que debemos a los seres más queridos (Mt 10,37). En este caso, el odio y la muerte
nos pueden venir de los que ven un peligro en nuestra fidelidad incondicional que no cede ante ninguna
otra. Seguir a Jesús es aceptar su mesianismo de servicio (Mt 16,16-26) y realizarlo en nuestra vida
mediante la renuncia al poder y al prestigio, asumiendo el compromiso de atender al hombre en sus
necesidades y de defender sus derechos desde un plano de igualdad. Desde esta perspectiva, la muerte
nos puede llegar por todos aquellos que se sirven del hombre para su propio provecho.
Por último, seguir a Jesús es acompañarlo en la subida a Jerusalén, aún a sabiendas que nos van a
matar, por habernos mostrado intransigentes con todas las injusticias y con las esclavitudes que
someten al hombre (Mc 2,1-3,6;7,1-23). La muerte aquí se completa como la venganza de aquellos que
han sido objeto de nuestras denuncias.
3.2. SIN MÍSTICA NO HAY COMPROMISO
De todo lo dicho podemos deducir que:
• El compromiso de Jesús no fue un compromiso por su propia perfección y su realización personal,
sino que fue un compromiso de servicio integral e incondicional al hombre, por amor al Padre, y, de
tal forma realizada, que le conduce al rechazo y a la condena a muerte. Nuestro compromiso, por
tanto, para ser auténtico deberá asemejarse al de Jesús. Nuestro destino no está en la propia
perfección, sino en un desarrollo del amor hasta la muerte.
• Un compromiso implica como destino el don de sí mismo que no se puede asumir y llevar adelante
sin un amor apasionado a Jesús fruto de una experiencia personal de amistad, de entrega y de
confianza en Él. Sin la mística del amor, el creyente no sería capaz de arrostrar las consecuencias de
miedo, soledad, fracaso, conflicto, pérdida de libertad e, incluso,
de la vida, a las que su compromiso cristiano le pudiera conducir. El compromiso de Jesús no es
posible sin una gran pasión.
¿EL COMPROMISO DE JESÚS ES EL QUE TE LLEVA A TOMAR EN SERIO LA FELICIDAD
DE TU PRÓJIMO?
¿PREFIERES UNA RELACIÓN CON JESÚS QUE TE ABRA EL CAMINO A UN CIELO,
QUE NO TIENE NADA QUE VER CON LAS REALIDADES DE LA TIERRA?
LAS BIENAVENTURANZAS, PROGRAMA BÁSICO DE JESÚS
4. LAS BIENAVENTURANZAS DE JESÚS
Las bienaventuranzas que leemos en Mateo y Lucas son el resultado de una reelaboración de las
bienaventuranzas que proclama Jesús. Para acercarnos al núcleo fundamental de estas bienaventuranzas
nos conviene situarnos en el contexto de la vida y predicación de Jesús. En este sentido, es de sumo
interés recordar el discurso-programa que pronunció Jesús en su ciudad natal:
“Fue a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se
puso en pie para la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró
el pasaje donde esta escrito:
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„El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido para que dé la buena noticia a
los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, para poner
en libertad a losoprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (Lc, 4,16-21).
4.1. EL NÚCLEO ORIGINAL
En este texto, Jesús, siguiendo al profeta Isaías, reproduce en su discurso el tema de las tres primeras
bienaventuranzas: los pobres, los hambrientos y los que lloran. Las bienaventuranzas de Jesús están
basadas, sin duda alguna, en el mensaje de Isaías. Por eso, siguiendo los exegetas, podríamos llegar a
una reconstrucción de las bienaventuranzas en boca de Jesús. La versión primitiva no sería muy distinta
a ésta:
• Bienaventurados los pobres, porque tienen a Dios por rey
• Bienaventurados los que sufren, porque serán consolados
• Bienaventurados los que tienen hambre y sed, porque serán saciados
Estas palabras constituyen el núcleo esencial de la predicación de Jesús sobre las bienaventuranzas.
Jesús se dirige a los pobres, a los marginados, a los que sufren, a todos los que tienen el corazón roto y
necesitan de la bondad de Dios como lo único importante y decisivo de su vida. Ellos son los
destinatarios de la promesa de felicidad.
Jesús los llama felices y dichosos. Es una paradoja llena de sentido. Los pobres, los que necesitan a
Dios, tienen en él a su valedor. Dios es su rey, su protector. Nada habrá que temer, porque Dios está de
su parte.
Jesús se manifiesta como Mesías. No es un maestro oriental que ofrece técnicas apropiadas para la paz.
Es el heraldo de la buena noticia de la salvación de Dios
4.2. LAS BIENAVENTURANZAS INTERPRETADAS POR MATEO Y LUCAS
Mateo y Lucas, partiendo del discurso original de Jesús, han hecho dos versiones distintas de las
bienaventuranzas. Las han adaptado a sus respectivas comunidades, añadiéndoles los matices que las
hacían más comprensibles a los miembros de las comunidades a las que se dirigen.
En la comunidad de Lucas predominan los pobres económicamente y socialmente. En la de Mateo,
cristianos procedentes del judaísmo, sin preocupación por el aspecto económico. Ambos evangelistas
intentaron que sus respectivas comunidades comprendieran lo más perfectamente posible el mensaje de
Jesús.
· Las bienaventuranzas de Lucas proclaman felices a los pobres, a los que sufren por causa de la fe
cristiana. Lucas habla de un estado real de pobreza, de sufrimiento y persecución, producida como
consecuencia de la lucha por hacer realidad la llegada del Reino de Dios sobre los pobres de la tierra.
· En sus bienaventuranzas, Mateo proclama felices a todos aquellos que vivan las actitudes
evangélicas, a los que practican la justicia del Reino. Mateo aplica la enseñanza de Jesús, ampliando
las posibilidades de pertenecer al Reino: no sólo son bienaventurados los pobres económicamente,
sino todos aquellos que interiormente se sienten pobres y eligen ser pobres.
Mateo y Lucas coinciden en señalar que el centro del espíritu cristiano es el compromiso por la llegada
del Reino para que el Reino se haga presente son necesarios unos hechos y unas actitudes coherentes.
RIQUEZA Y POBRES DE ESPÍRITU
Los pobres de espíritu son los que están más abiertos a Dios y a las “grandes obras de Dios” (Hch
2,11). Pobres porque están dispuestos a aceptar siempre todo don de lo alto que procede del mismo
Dios. Pobres en espíritu son los que viven con la conciencia de haber recibido todo de las manos de
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Dios como un don gratuito y dan valor a todo bien recibido. Constantemente agradecidos, repiten sin
descanso: “todo es gracia”, “demos gracias al Señor nuestro Dios”.
De ellos, Jesús dijo en una ocasión que son “puros de corazón”, “mansos”: son éstos los que “tienen
hambre y sed de justicia”, éstos los que están continuamente “afligidos”; éstos los que son “operadores
de paz” y “perseguidos por causa de la justicia”. Son estos, finalmente, “misericordiosos” (Cf. Mt. 5,310).
En efecto, los pobres, pobres de espíritu, son lo más misericordiosos. Los corazones abiertos a Dios
son, por ello mismo, los más abiertos a los hombres. Están dispuestos a ayudar y a aprestar. Prontos a
compartir lo que tienen. Dispuestos para recibir en casa a una viuda o a un huérfano abandonado.
Encuentran siempre un lugar sobrante, de más, en medio de las estrecheces en que viven. Y con este
espíritu saben encontrar un trozo de pan y un poco de alimento en su pobre mesa. Pobres, pero
generosos; pobres, pero magnánimos.
… Pobres en espíritu, ¿no significa exactamente “el hombre abierto a los demás”, es decir, a Dios y al
prójimo?
¿No es acaso verdad que esta expresión dice a los que no son “pobres de espíritu” que ellos están fuera
del reino de Dios; que ellos no son y no serán partícipes de este reino?
Pensando en estos hombres” ricos”, cerrados a Dios y a los hombres… ¿no dirá Cristo en otro pasaje?:
“¡Ay de vosotros!“ Pero ¡ay! de vosotros, ricos, por que ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay! de vosotros
que ahora estáis saciados, porque tendréis hambre. ¡Ay! de vosotros que ahora reís, porque sentiréis
aflicción y llorareis. ¡Ay! de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros. De la misma
manera, en efecto, hacían sus padres con los falsos profetas (Lc 6,24-26).
“¡Ay! de vosotros”, esta frase suena severa y amenazadora, especialmente en boca de Cristo, que
acostumbraba a hablar con bondad y mansedumbre y repetía continuamente “bienaventurados”. Y no
obstante esto, El dirá también “¡ay de vosotros!”.
(Juan Pablo II, Río de Janeiro, 2-7-80)
¿HAS PENSADO ALGUNA VEZ QUE LA PROPUESTA HECHA POR JESÚS, EN LAS
BIENAVENTURANZAS,
ES TODO UN PROYECTO DE VIDA?
5. EL CONTENIDO DE LAS BIENAVENTURANZAS
5.1 DICHOSOS LOS POBRES
Jesús llama dichosos los pobres. Estos pobres objeto de felicidad son:
· Los económicamente pobres. Los que carecen de recursos para satisfacer las necesidades primarias.
aquellas que nada poseen pueden estar seguros de que tienen un Padre que vela por ellos. Dios es su
rey.
· Los que tienen necesidad de Dios. Los que se sienten ante Dios como niños. La pobreza de espíritu es
una actitud de pobreza ante Dios, una actitud religiosa de confianza filial ante Dios Padre. Esta
actitud es garantía de la misericordia y la benevolencia divinas.
· Los que elijen ser pobres. Una actitud filial lleva al desprendimiento y exige del cristiano renunciar a
todo tipo de ambición para poder compartir los bienes con los hermanos.
5.2 DICHOSOS LOS QUE SUFREN
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Junto a los pobres, hay una gran masa social de personas que sufren: Cautivos, oprimidos, perseguidos,
enfermos, extranjeros, abandonados, etc. Estas personas reirán y se alegrarán por que Dios triunfará
sobre el mal que, los oprime y los librará. La solidaridad les alcanzara algún día.
Los que causan estos males sufrirán y llorarán algún día. Su injusticia tendrá un límite, y Dios será
juez.
5.3 DICHOSOS LOS PERSEGUIDOS
Las bienaventuranzas hacen referencia a las primeras comunidades cristianas y alude a la oposición y la
persecución que padecieron los discípulos de Jesús después de su muerte. Fueron calumniados y
excluidos por causa de Jesús (Cf. Mc 13,9).
Jesús les invita a saltar de gozo, porque su espíritu está con ellos en el miedo y en la duda (Lc 21,1215), porque su recompensa será grande en el cielo. Vale la pena ser perseguido, si se trata de construir
la comunidad cristiana.
5.4 DICHOSOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA
Para Mateo practicar la justicia equivale a vivir el evangelio; consiste en vivir conforme al ideal
evangélico; cumplir en toda la voluntad de Dios, buscando ante todo el Reino de Dios y su justicia, y
ser perfectos como perfecto es el Padre celestial (Mt 7,24; 6,6; 6,33; 5,48).
Ésta justicia es más perfecta que el simple cumplimiento de la ley, porque une el corazón del hombre
con el corazón de Dios, y el logro del objetivo está garantizado por Jesús; esa es su recompensa.
5.5 DICHOSOS LOS MISERICORDIOSOS
Es dichoso el que practica la misericordia, el que es compasivo, el que, imitando a Dios, presta ayuda
eficaz al que necesita (Mt 18,33). La comunidad cristiana, transformada por la solidaridad de todos sus
miembros, y Dios mismo serán la recompensa.
5.6 DICHOSOS LOS NO VIOLENTOS
Como Jesús, manso y humilde de corazón (Mt 11,29), es dichoso quien no se irrita, no se enfada y se
muestra con paciencia inalterable. Y se muestra así por que confía y está seguro en el Señor. Es,
incluso, capaz de amar a sus enemigos. No se trata de una virtud estoica, sino del resultado de una fe
inquebrantable en Dios. Su dicha está en transformar la tierra y en la seguridad del Espíritu.
5.7 DICHOSOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ
También esta bienaventuranza valora la puesta en práctica del mandamiento del amor; trabajar por la
paz entre los semejantes. Se trata de una paz activa y creadora. Esta paz no es el producto de un
esfuerzo psicológico, sino el fruto del don de Dios y de la reconciliación entre los hombres. Los que así
trabajan tendrán a Dios por Padre.
5.8 DICHOSOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN
La limpieza de corazón en la Biblia hace referencia a una actitud interior que tiene su equivalencia en
la integridad, la sinceridad, la transparencia. En definitiva, un recto proceder que brota de un corazón
estrechamente unido al de Dios y fiel a su voluntad.
El que se comporta así está en íntima relación con Dios, está viendo a Dios. La contemplación actual se
convertirá en su día en plenitud de visión y de encuentro con Dios.
¿HABÍAS ESCUCHADO ANTES LAS BIENAVENTURANZAS?
¿QUÉ OPINIÓN TE MERECE PARA OPTIMIZAR NUESTRA CONVIVENCIA?
¿ESTÁS DISPUESTO A VIVIR PLENAMENTE LAS BIENAVENTURANZAS?
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6. LAS BIENAVENTURANZAS COMO TAREA
Las bienaventuranzas son una parte importante del mensaje de Jesús. Su importancia les viene de su
relación con el Reino de Dios.
· Las bienaventuranzas son la condición de pertenencia al Reino, es decir, sólo pueden formar parte
del Reino de Dios los que sigan el programa de vida de las bienaventuranzas. La solidaridad, las
disposiciones frente a Dios y a los otros son las condiciones de posibilidad para que el Reino de Dios
se haga presente. El programa de las bienaventuranzas es el programa de la vida del cristiano.
· Son el estilo de vida de los miembros del Reino de Dios. Los cristianos han de vivir así. La
comunidad cristiana se ha de distinguir por el comportamiento que se deriva de las bienaventuranzas.
Cada vez que alguien tiene un gesto de acogida, de solidaridad, etc., está haciendo realidad el Reino
de Dios. Los cristianos que viven el espíritu del evangelio y siguen a Jesús no pueden llevar otro
género de vida que el marcado por Jesús y el que Él mismo vivió como ejemplar y modelo.
Las bienaventuranzas hechas estilo de vida en un grupo humano son del camino de transformación de
una comunidad, son instrumentos para ir conquistando espacios de realidad para la utopía del Reino de
Dios. Son, en definitivas, un don de Dios y una tarea a realizar.
Cuando la comunidad cristiana proclama las bienaventuranzas, actualiza la misión de Jesús, el
salvador, llamado a transformar a quienes creen en Él. Al mismo tiempo, en la comunidad cristiana
toma conciencia de que se realiza en ella la promesa de felicidad y de salvación, si supera la justicia de
los escribas y fariseos.
BIENAVENTURANZAS Y REINO DE DIOS
El Reino de Dios, razón de la felicidad
Jesús anuncia la felicidad a una serie de personas y esa felicidad consistirá en la posesión del reino de
Dios, es decir, de esa situación nueva y definitiva el que reinara la justicia de Dios.
Lo que promete Jesús es la benevolencia divina, al amor de Dios Padre que se ha manifestado
definitivamente en Él. Los pobres, los marginados, los atribulados, los tristes, no tienen por que temer.
Dios es su rey y su Padre. Este es el anuncio primordial.
Los ricos, los poderosos, los satisfechos, los seguros de sí mismos, los que se creen perfectos no
necesitan de Dios para nada. Ya han encontrado su salvación.
El Reino, don presente y esperanza
Jesús habla del Reino como de una realidad que está sembrada en la historia como una semilla
destinada a crecer (Mt 13,31-32), como una levadura que fermenta la masa (Mt 13,33). Es una fuerza
que actúa callada y eficazmente hasta el momento de la cosecha. El reinado de Dios ha llegado en
Jesús, y en Él se ha manifestado a todos los hombres.
Pero el reinado de Dios, que se ha hecho presente en Jesús, se irá realizando aquí en la tierra, hasta su
plena consumación al final de los tiempos. Dios, a quien ahora poseemos de manera imperfecta, se nos
entregará plenamente al final (Lc 22,28-30). El Reino de Dios, por consiguiente, es objeto de
esperanza.
El reinado de Dios reclama la fraternidad humana
El amor de Dios manifestado al hombre no cumple sus expectativas de manera individualista e
intimista. La benevolencia divina se manifiesta al hombre como la fuerza que realiza ese mismo amor y
como el modelo o la meta a alcanzar.
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El amor de Dios al hombre es el modelo de vida del hombre. Así lo hemos comprendido en Jesús, que
ha dado la vida y que exige dar la vida a los que le siguen.
Este amor proyectado a los demás constituye el modelo de vida de los cristianos. Nos tenemos que
hacer prójimos de los necesitados por la misericordia y la compasión (Lc 10,29-37). El amor al prójimo
es equivalente al amor de Dios (Lc 10,27). Y ese amor se ha de extender incluso a los enemigos (Lc
6,27.33.35)
Los valores del reino de Dios
Se comprende así que el Reino de Dios es fundamento de felicidad. No solamente por el don de Dios
personal al creyente, sino por el nuevo modo de convivencia y por las relaciones humanas radicalmente
nuevas que proceden de la aceptación y puesta en práctica de los valores del Reino de Dios.
El Reino de Dios no consiste en el sueño de una utopía, sino en un programa concreto de vida. Aceptar
el programa del Reino de Dios equivale a asumir e interiorizar una serie de valores y criterios que
determinan la conducta personal y regulan las relaciones entre los que las aceptan.
¿PODRÍA DECIR QUE YO HAGO PARTE DE LOS QUE BUSCAN LA INSTAURACIÓN DEL
REINO DE DIOS,
ANUNCIADO Y ENCARNADO POR JASUCRISTO?
ACTIVIDADES FUNDAMENTALES DEL DISCÍPULO
7. FE Y ENCUENTRO PERSONAL CON DIOS
7.1. LA DEFORMACION DE LA FE
La palabra fe evoca a una gran mayoría de personas una doctrina, es decir, un conjunto de afirmaciones
doctrinales que se refieren a Dios y las que llamamos misterios cristianos.
La explicación de este hecho puede estar en el modo como se ha tenido acceso a la fe cuando se era
niño. De ordinario el método ha sido memorizar los contenidos doctrinales que formaban el llamado
depósito de la fe.
La consecuencia de esta enseñanza es una fe que ha perdido para muchos creyentes el matiz esencial de
experiencia de encuentro con “alguien”, con los elementos doctrinales, que, por otra parte, son difíciles
de entender.
Esta deformación de la fe por carencia de lo que le es esencial es la que está en la raíz de la gran
mayoría de abandonos que los jóvenes hacen de la fe. Porque, al faltarles el alma de la fe, se ven
enfrentados al enigma de unas verdades que sólo pueden ser reconocidas a la luz del encuentro con
Dios.
7.2. FE Y SALVACIÓN
La fe es el punto de partida y la clave de toda vida cristiana. Sin fe no hay vida cristiana. A los
cristianos, en el Nuevo Testamento, se les califica especialmente de creyentes (Rm 1,16; 1Cor 1,21).
Por eso, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra los primeros pasos de la fe en la historia,
se afirma de formas muy distintas que esa fe es el punto de partida del cristianismo como tal.
La razón de todo esto es que no se puede agradar a Dios y encontrar la salvación que nos ofrece sin la
fe. Porque creer es abrirse al mensaje de Dios, que expresa su voluntad salifica, y adherirse a Él
incondicionalmente (Rm 15,18).
La consecuencia de lo que acabamos de decir es que la fe es la clave de interpretación de la vida
cristiana. La medida de la fe es también la medida de la salvación actuante en cada hombre. “Sin fe es
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imposible agradar a Dios: quien se acerca a Dios debe creer que existe que recompensa a los que le
buscan” (Hb 11,6)
7.3. LA FE COMO ENCUENTRO PERSONAL
Para precisar el significado de la fe nos conviene analizar los términos que utiliza el Nuevo Testamento
para hablar de ella. Nos encontramos en él dos familias de palabras para expresar la fe: la formada por
el verbo griego “peizomai” y sus derivados, que nos dan fundamentalmente la idea de confiar; la
segunda, es el grupo de palabras relacionadas con el termino también griego “pistis”. Este término es el
más utilizado en el Nuevo Testamento para hablar de la fe. Su significado original hace referencia a
la lealtad entre los que establecen una alianza y a la solidez de sus promesas.
El análisis somero de estos dos términos permite concluir que el nuevo testamento, cuando habla de la
fe, la entiende como relación con una persona, asentada en la confianza y en la lealtad. Esa persona es
Dios que se nos manifiesta en la persona de Jesús.
Las raíces de esta forma de ver el sentido de la fe ya se encuentran en el Antiguo Testamento. En
efecto, en el ámbito lingüístico hebreo, el verbo “aman” significa ser leal, ser fiel. Se aplica a las
personas (Nm 12,7; 1Sm 12,14; Is 8,2; Prov 25,13; 1Sm 3,20) y especialmente a Dios, que guarda su
gracia y su alianza para los que le aman (Dt 7,9); estamos, por tanto, en un contexto de relaciones
humanas.
Este sentido fundamental de la fe adquiere su mayor fuerza expresiva en el Nuevo Testamento. En él,
creer es adherirse a Dios, fiarse de Él, tener seguridad en su amistad y en su persona. Por eso la fe
consiste en un compromiso y en una entrega a Dios (Rm 6,10-11) y se opone a la pretensión de salvarse
uno mismo por sus propios comportamientos. La salvación es obra de Dios, y nos hacemos participes
de ella por la adhesión y confianza en Él.
Se comprende que los evangelios sinópticos, la fe se entiende ante todo como confianza y seguridad en
Jesús (Mt 9,22; Mc 10,52; Lc 5,20). Son estas dos actitudes que brotan de la relación personal con
Jesús.
En el evangelio de Juan esta dimensión de la fe aparece como más relieve. Para este evangelista, tener
fe es esencialmente creer en Jesús, es decir, en su persona (Jn 2,11; 4,39; 6,69; 7,31. 38-39. 48). Y en
su pensamiento son sinónimos de creer las siguientes expresiones: “acercarse a Jesús” (5,40),
“recibirlo” (1,12), “aceptarlo” (5,43) y “amarlo” (14,15.23-24).
La conclusión es clara: la fe consiste esencialmente en un encuentro entre personas, entre el creyente y
la persona de Dios, que se nos revela y comunica en la persona de Jesús. Creer es, por tanto, lo mismo
que aceptar a Jesús y adherirse a Él.
7.4. CONSECUENCIAS DE ESTE PLANTEAMIENTO
Para profundizar más en este sentido de la fe, nos conviene comprender lo que se quiere decir con
encuentro personal. Todos los autores que han estudiado el fenómeno del encuentro entre personas
están de acuerdo en reconocer que se trata de una experiencia original, es decir, irreductible a cualquier
otra experiencia.
El encuentro con una persona tiene una singularidad peculiar y se manifiesta en nuestra conciencia
como un fenómeno perfectamente delimitado, preciso y diferente a cualquier otro.
Cuando alguien se nos acerca, experimentamos que la expresión de su mirada nos abre un mundo que
está más allá de los ojos que la soportan. Ese mundo es la persona que se nos hace presente como
realidad, que no es un simple objeto de conocimiento o de percepción sensible, como son las cosas; que
nos sobrecoge como el misterio, que se mantiene lejos y, a la vez, está cerca, no permitiendo que se la
use, que se la posea o se la domine por la reflexión y el análisis.
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Esta experiencia de encuentro se plenifica en el amor, pero entendiéndolo como experiencia que
sobrevive al sentimiento fácil y a la emoción pasajera. En el amor que sea “co-ejecución”, porque hay
entre las personas comprensión y seguimiento, y que sea también “co-efusión”, porque, junto a esas dos
actitudes, existe además presencia, afecto y ternura. He ahí las dos dimensiones fundamentales del
encuentro personal. A la luz de esta reflexión se puede entender lo que significa la fe como encuentro.
Creer en Jesús, entonces, es “co-realizar” su vida, seguirle, vivir un mensaje, realizar lo mismo que Él
realizo. Y, además, es presencia, diálogo y oración. Por eso, el evangelio de Marcos dice que Jesús
llamó a sus discípulos “para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). En
estas palabras encontramos las dos dimensiones de la fe: trabajar como Jesús en la realización del
proyecto del Padre y vivir en sintonía de amistad con Él.
Es evidente que la fe, por otra parte, comporta aceptar verdades, las que constituyen el mensaje
revelado por Dios. Este aspecto doctrinal de la fe es de gran importancia y exige de nosotros fidelidad y
respeto. Pero siempre hay que tener en cuenta que es un aspecto derivado y que está siempre
condicionado al de apertura al Otro que entraña la fe.
En consecuencia, la primera actitud fundamental del discípulo no es su seguridad doctrinal, ni la fiel
observancia de unas leyes, sino la puesta en práctica de lo que vivió y dijo Jesús, y esto dentro de un
clima de amistad y diálogo propio de la oración.
¿QUÉ TIPO DE FE HAS HEREDADO Y
CUÁL DESEAS CULTIVAR A PARTIR DE TU CONFIRMACIÓN?
8. EZPERANZA Y UTOPIA HUMANA
8.1. LA ESPERANZA CRISTIANA
El cristianismo no se caracteriza sólo por la fe. Junto a la fe se dan también en él la esperanza y el amor
(1 Tes. 1,3; 1 Cor. 13,13; Col 1,4-5). Ninguna de estas tres actitudes fundamentales puede existir sin las
otras dos. Concretamente, sin fe en Cristo no puede haber esperanza, porque la esperanza cristiana tiene
su fundamento en el Señor (1 Tm 1,1; Col 1,27), y porque una fe sin esperanza sería una cosa vacía de
contenido e inútil (1 Cor. 15,14.17).
El contenido de esta esperanza en el Nuevo Testamento hace referencia a la salvación (1 Tes. 5,8), a la
plena rehabilitación del creyente (Gal. 5,5), a la resurrección en un cuerpo incorruptible (1 Cor. 15), a
la vida eterna (Tit 1,2), a la visión de Dios y a hacerse semejante a Él (1 Jn 3,2-3), a la gloria de Dios
(Rm 5,2). Es una esperanza, como se ve, que rebasa los límites del espacio y del tiempo, ya que su
objeto está más allá de este mundo.
Pero sería un error reducir la esperanza cristiana a su contenido ultramundano. No podemos olvidar que
su sentido es Jesucristo, y el anuncio como motivo de esperanza la proximidad del reinado de Dios (Mc
1,15). Por lo tanto, Él mismo, como Mesías, es la esperanza de las naciones (Mt 12,21; Rm 15,12; Col
1,27). Y su mensaje sobre el Reino, tal como fue presentado por Jesús, está también en el centro de esa
misma esperanza.
Esto significa que el proyecto de una sociedad digna del hombre (Cf. Mt 23,8-12), el de una sociedad
en la que se imponen los valores de las bienaventuranzas, es algo que el cristiano debe esperar y por lo
que debe luchar incansablemente. Es más, la esperanza cristiana apunta a la restauración plena de la
entera creación (Rm 8,19-22) por la conquista de lo que Teilhard de Chardin llamó el punto omega del
desarrollo evolutivo universal.
8.2. ESPERANZA TRASCENDENTE Y ESPERANZA HISTÓRICA ‘
De lo que acabamos de decir se sigue una consecuencia fundamental: sería un error reducir la
esperanza a la inmanencia histórica, es decir, a las realizaciones en este mundo, y también lo sería
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separar sus dos niveles, desplazando sólo al más allá el objeto de nuestra esperanza y abandonando su
connatural incidencia en los acontecimientos de la historia.
La auténtica actitud cristiana de la esperanza:
• No olvida que todo últimamente se apoya en Dios y que el decisivo problema de la muerte sólo puede
ser resuelto por el don de Dios.
• Impulsa al compromiso en la construcción de una sociedad donde se respete la dignidad del hombre
y se viva en armonía y hermandad.
Este doble frente de la esperanza cristiana nos está indicando que el orden natural y sobrenatural, sin
confundirse, no se pueden disociar en el apoyo global de Dios. Lo natural ha quedado trascendido por
lo sobrenatural, pero sin anularlo ni marginarlo. Es más, existe una correlación entre los dos, de manera
que se pueda afirmar que en la construcción de la cuidad temporal hacemos posibles la construcción de
la cuidad celeste.
El cristianismo no se reduce a un humanismo, pero incluye un humanismo que implica una gran
exigencia. Porque, aunque el hecho de esperar una plenitud después de la muerte dé una mayor
serenidad a nuestra actividad en el tiempo, no por eso le quita su sentido de urgencia. Se puede afirmar
que ésta, incluso, es mayor, pues se trata de una acción que está llamada a sobrevivir en la eternidad.
En resumen, el cristiano, en virtud de su esperanza, asume todas las esperanzas humanas y trabaja por
el ideal más utópico que ha podido imaginarse: el logro de una sociedad en la que se armonicen la
justicia con los derechos de todos los hombres.
8.3. ESPERANZA Y UTOPÍA
Hemos definido el objeto de la esperanza como utopía. Como es ésta una palabra que evoca la
irrealidad, la ensoñación y la imaginación sin fundamento, nos conviene clasificar su significado para
comprenderlo mejor.
La palabra utopía es un término inventado por Tomás Moro en el siglo XVI. Proviene de dos palabras
griegas: “ouk”, que significa, “no”, y “topos”, que significa “lugar”. Utopía es igual a lo que no tiene
lugar, lo que no está en ninguna parte. De ahí que para mucha gente sea expresión de lo irreal e
imaginario.
Otra forma, de comprender la utopía es considerarla como aspiración hacia una forma de convivencia
en la que se implanta efectivamente un orden de vida verdaderamente razonable y justo. En este
sentido, la utopía no es la tendencia hacia lo irreal, sino la anticipación de un futuro mejor. Con un
ejemplo se puede aclarar lo que queremos decir: si a los trabajadores europeos hace siglo y medio les
hubieran dicho que iba a llegar un día en que ganarían un buen salario, tendrían una jornada laboral
razonable, estarían protegidos por toda clase de seguros y se modificarían las condiciones de su trabajo,
casi seguro que hubieran pensando que era una auténtica utopía, un sueño, una irrealidad. Y, sin
embargo, la utopía es ya hoy, en cierto modo, una realidad.
Esta forma de entender la utopía no se puede situar en el plano de lo racional, de lo que es lógico para
el discurso humano. En este nivel, la utopía representa lo irreal y lo ilógico. Tampoco pertenece al
orden de la voluntad y de la ética. Si interpretamos la utopía como un proyecto ético, se caería
inevitablemente en la represión y en el totalitarismo, como sucedió con el movimiento nazi y en los
regimenes comunistas.
La utopía hay que situarla en el plano de lo simbólico, es decir, asume las aspiraciones más profundas
del hombre y las expresa en forma de ideal o meta hacia la que se orientan las energías del mismo
hombre.
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En este tema lo más importante es comprender la funcionalidad de la utopía en cuanto agente de
cambio y de transformación. Desde este punto de vista hay que decir que la utopía es:
Una protesta contra la situación presente y una negativa a adaptarse al sistema establecido, que exige
realizar esa sociedad libre y definitivamente justa a través del desarrollo de las posibilidades todavía
no realizadas en la sociedad.
La esperanza cristiana la podemos considerar utopía en el sentido explicado. Es verdad que la meta
última hacia donde apunta la esperanza rebasa todas las posibilidades del hombre y sólo es realizable
más allá de la muerte. El que la meta última esté más allá del tiempo no tiene por qué anular todo
esfuerzo en nuestra historia, sino todo lo contrario, estimular y empujar en la dirección de las mejores
utopías humanas y así anticipar en rasgos perecederos lo que, en su día, Dios hará definitivo: la justicia
y la libertad entre los hombres.
Esta esperanza también es una actitud básica y fundamental del creyente.
¿COMO DISCÍPULO DE JESUCRISTO, Y POR TANTO HOMBRE Y MUJER CREYENTE EN
LA RESURECCIÓN HAGO DE ÉSTA, EL FUNDAMENTO DE MI UTOPÍA QUE ME LANZA A
TRANSFORMAR LAS REALIDADES PRESENTES?
9. AMOR Y VIDA COMUNITARIA
9.1. EL AMOR CRISTIANO
El amor es una realidad central en el mensaje cristiano: Dios se define como amor (1 Jn 4,8.16), actúa
por amor (Jn 3,16) y, conocido en esta actitud, se constituye en fuente de amor para el hombre (1 Jn
4,19). Toda la ética cristiana se funda en el amor de Dios y cobra de Él su significado (1 Jn 4,7). El
amor es superior a la fe y a la esperanza (1 Cor. 13,13).
Para precisar de qué amor se trata debemos tener presente el vocabulario usado en el Nuevo
Testamento. Es significativo que el término griego “érôs”, del que se derivan las palabras castellanas
erótico y erotismo, no se use ni una sola vez. Con el término érôs se hace referencia a un amor humano
elemental e interesado, que brota como una pulsión y revierte sobre el hombre. Este no es el amor del
que se habla en el Nuevo Testamento.
El término mas usado es la palabra griega “ágapê”. Expresa el amor que procede de Dios, el amor
hacia los demás que nace de la proximidad de Dios y que asume todas las energías y virtualidades del
amor humano.
Podemos apreciar la profundidad del significado de “ágapê” teniendo en cuenta que el amor de Dios se
traduce en hacer lo que Dios hace y quiere (Mt 5,44-45; 6,10; 7,21; 12,50). Y lo que Dios hace,
precisamente, es amar a los hombres.
Por eso, ser fiel a Dios significa no ofender al prójimo, ser sincero, renunciar a la venganza, hacer el
bien a los demás, no condenar, (Mt 5,20-26.27-30.31-32; 33-37; 38-42; 43-48; 7,1). Amar a Dios es,
por tanto, amar al prójimo con obras, pues eso es lo que significan la ley y los profetas. Finalmente, el
amor al prójimo es la condición necesaria y suficiente para heredar la vida eterna (Mc 10,17-19; Lc
10,25-37; Mt 25,31-46).
Juan evangelista es el autor que más destaca la importancia del amor a los demás. La razón profunda
para él está en que el amor de Dios al hombre (Jn 1,14.17) exige un amor de la misma calidad entre los
hombres (Jn 13,34). Para Juan, el
mandamiento, que sustituye a todos los otros mandamientos, es el amor a los hermanos, y a la voluntad
de Jesús para sus discípulos se concreta en el único mandamiento, el mandamiento al amor de los
demás, (1 Jn 3.11; Jn 15,12.17; 13,15-16; 1 Jn 2,6; 3,3). Para Juan, en definitiva, quien no ama al
prójimo no tiene relación alguna con Dios, no le conoce (1 Jn 4,8).
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En los escritos apostólicos se insiste también en que el amor mutuo es la expresión necesaria de la fe y
el cumplimiento de toda la Ley (Rm 13,10; Gl 5,6; St 2,14-17; 1 Pe 1,22). Y a ese amor se le considera
cimiento y raíz de toda la comunidad cristiana y, más aún, medida del buen estado de la comunidad
(Ef. 3,17; 1,15; Col 1,4; 1 Tes 1,3; 3,6.12)
En resumen, hay amor de Dios y amor a Dios donde hay amor a los demás. Hay relación con Dios
donde hay amor mutuo. Hay cristianismo y comunidad cristiana donde el amor fraterno se hace
realidad por medio de las obras. La medida de la fe es el amor.
LA COMUNION DE AMOR
Los caminos de la Iglesia son los mismos caminos del Señor, puesto que la Iglesia es la presencia
extendida y prolongada suya. Si nosotros queremos descubrir los pasos que la Iglesia ha de dar detrás
de su Señor, no nos queda más que ver las huellas que éste dejó.
La Iglesia debe acoger en obediencia el amor que se le entrega (contemplación) para compartirlo en
fraternidad (comunión), desde los últimos (encarnación).
La experiencia familiar permite también aquí que nos adentremos en la edificación de la fraternidad.
Los hermanos acogen el amor del Padre. El Padre se da. Los hijos han de abrir las manos para acoger
este amor. Sin en esta acogida, renovada día a día, la fraternidad se rompe.
Los hermanos comparten el amor del Padre. Es un amor para ser compartido. Los hermanos han de
compartir lo que son, lo que pueden y lo que tienen. Mirando a los pequeños.
Este latido de comunión de amor es el que mantiene a la familia unida.
(Evangelio a los pobres II. M. Legido, E. Arranz, R. Martín)
9.2. AMOR Y COMUNIDAD
El amor cristiano se ve amenazado constantemente no sólo por la falta de amor, la indiferencia y el
odio, sino también por la postura de aquellos cristianos que reducen la práctica del amor fraterno a las
buenas relaciones interpersonales y a la beneficencia. El amor cristiano tiene necesariamente que
expresarse en esas dos manifestaciones, pero no basta ni es lo más fundamental. Lo que
verdaderamente determina y especifica el amor cristiano es el hecho comunitario.
Todos los escritos del Nuevo Testamento, si se exceptúan las llamadas cartas pastorales (las dos a
Timoteo y la de Tito) se dirigen a comunidades de cristianos. Este hecho nos está indicando que las
enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la caridad no están pensadas simplemente para los individuos,
sino para las comunidades. Es evidente que cada individuo tiene que vivir el amor cristiano desde su
propia responsabilidad; pero eso no quiere decir que el amor cristiano se agote en el individuo y en sus
relaciones puramente individuales. El amor cristiano engendra comunidad entre los hombres.
Una comunidad no es simplemente un grupo de personas que tienen las mismas creencias y asisten a
los mismos servicios culturales. Hay comunidad donde hay tendencia a una meta común, donde hay
participación activa de todos y solidaridad mutua. La comunidad comporta proyectos comunes,
corresponsabilidad y puesta en común de lo que cada uno es y de lo que cada uno tiene.
Las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la caridad adquieren su verdadera significación cuando se
tiene como punto de referencia la comunidad cristina. Pues entonces es cuando el amor no se puede
reducir a prestar una ayuda, más o menos ocasional, sino que hay que traducirlo a la verdadera igualdad
entre todos, a la fraternidad, la solidaridad y el compromiso de unos con los otros. La comunidad
cristiana representa la realidad del proyecto de Jesús: el Reinado de Dios, la nueva sociedad que Dios
quiere instaurar entre los hombres.
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El amor, desde esta perspectiva, también es una actitud básica de todo cristiano. Todos los que tenemos
fe en Jesús hemos de buscar formar una comunidad, aunque sea pequeña, para hacer realidad de esa
manera el mensaje central de Jesús: el amor.
¿EN QUÉ CONSISTE LA VERDADERA COMUNIDAD DE FE, AMOR Y DE VIDA?
¿CÓMO PIENSAS ASUMIRLA DESDE TU CONDICIÓN DE CONFIRMANDO?
10. TESTIGOS DE LA ESPERANZA
10.1. UN MUNDO SIN ESPERANZA
En el mundo actual el hombre tiene una clara conciencia de las inmensas posibilidades que brindan la
ciencia y la técnica y, al mismo tiempo, siente la angustia de una posible destrucción que reduzca a
ficción y espejismo su capacidad y su destino. Nunca, como hasta ahora, se ha visto el hombre tan
claramente enfrentado a la nada y al vació. Por eso, cuando ha logrado dominar con más eficacia a la
naturaleza, se siente, paradójicamente, más acosado por la soledad y el desamparo.
Esta situación de incertidumbre e inseguridad está haciendo que proliferen por todas partes falsas
esperanzas, sucédanos de las profundas aspiraciones del hombre: el amor y la inmortalidad. Para el
amor se busca el sustituto del sexo y al deseo de inmortalidad se le pretende satisfacer con el atractivo
de la ciencia ficción.
Estas dos suplencias no dan resultado. Ni el sexo ni la ciencia-ficción tiene el poder necesario para
acallar la voz de la conciencia inquieta. Las dos terminan por hundir a las personas en una situación sin
salida.
La ciencia, la técnica, el progreso y los logros de las sociedades más avanzadas tampoco ofrecen una
solución satisfactoria a las preguntas fundamentales de la vida. De esta manera es normal que el ansia
de felicidad perpetua se vea frustrada, y el hombre se sienta sumergido irremediablemente en un mundo
sin esperanzas.
10.2. LA ESPERANZA CRISTIANA
Frente a todas las evidencias de fracaso y de frustración, la esperanza aparece, en el Nuevo Testamento,
como característica esencial del creyente. Tan esencial como la fe y el amor (1 Tes 1,3; 1 Cor 13,13),
de tal manera que no puede haber fe o amor sin esperanza. Una fe sin esperanza sería una realidad sin
sentido (1 Cor 15,14-17). Es evidente que el creyente es esencialmente un hombre de esperanza.
La carta a los Colosenses expone admirablemente cuál es el fundamento de la esperanza cristiana:
Jesús, el Mesías, “es nuestra esperanza“ (Col 1,27). La razón es que Jesucristo venció a la muerte y
goza ya de la vida sin límite. Y como su destino es nuestro destino, si Él venció a la muerte, también
nosotros la hemos vencido en Él:
“Si de Cristo se proclama que resucitó de la muerte, ¿cómo decís algunos que no hay resurrección de
muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado y si Cristo no ha
resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco.” (1 Cor 15,12-14).
La muerte de Jesús nos enseña, además, que nuestra esperanza tiene su razón de ser allí donde se acaba
y fracasa toda esperanza humana. Jesús, el Mesías, muere fracasado como un ajusticiado cualquiera, y
reconociendo que Dios le ha abandonado (Mc 15,34). Verdaderamente una situación en la que no era
posible la esperanza, y, sin embargo, Jesús la hizo posible, conquistando de esta manera la esperanza
para todos.
Hay, por tanto, lugar para la esperanza aún en aquellas circunstancias en las que se pierde toda
posibilidad humana de esperar. Precisamente es en esas circunstancias cuando la esperanza cristiana se
expresa y se manifiesta en su más pura esencia.
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El contenido de la esperanza cristiana, según el Nuevo Testamento, es la salvación (1 Tes 5,8), la
justicia (Gal. 5,5), la resurrección en un cuerpo incorruptible (Hch 24,15), la vida eterna, (Tt 1,2), la
visión de Dios y hacerse semejante a Él (1 Jn 3,2s), la gloria de Dios (Rm 5,2).
En este contenido se nos enseña que la esperanza cristiana está referida a una plenitud de vida a la que
estamos destinados. Por la esperanza sabemos los cristianos que nuestra vida no está condenada al
fracaso y la frustración, sino que está destinada a un grado de realización y de plenitud que sólo es
comprensible desde Dios.
Conviene destacar también el rasgo fundamental que caracteriza a la esperanza cristiana: la certeza y la
seguridad de que Dios no falla jamás, ni puede fallar: Abrahán dio muestras de esa seguridad cuando
fue capaz de “esperar cuando no había esperanza” (Rm 4,18). La fe, que es la sustancia de la
esperanza (Hb 11,1) es la que sustenta esa actitud de seguridad inquebrantable.
10.3. ESPERANZA CRISTIANA Y UTOPÍAS INTRAHISTÓRICAS
La esperanza cristiana no se refiere sólo al más allá. Cuando el Nuevo Testamento nos habla de la
salvación, la justicia o la gloria de Dios, como términos de la esperanza cristiana, está apuntando a
realidades que tienen su consumación plena en el más allá, pero que tienen una expresión anticipada
dentro de la historia. Jesús habló de esta esperanza utilizando la categoría de Reinado de Dios, como
vimos al estudiar el proyecto de Jesús. Por consiguiente, el creyente espera no sólo la salvación más
allá de la muerte, sino la progresiva implantación del Reinado de Dios en este mundo, es decir, la
progresiva implantación de una sociedad digna del hombre. Esta utopía del Reinado de Dios, como
categoría simbólica, es la que impulsa a nuestros deseos y esfuerzos hacia el logro de una sociedad
mejor.
Respecto a esta utopía cristiana hay que evitar el peligro de interpretarla como un proyecto acabado y
cerrado que tuviera que implantarse en este mundo tal y como se nos presenta, como una igualdad total,
una fraternidad absoluta, una solidaridad entre los hombres inquebrantable, etc. Si interpretáramos de
esa manera la utopía, correríamos el riesgo de caer en el totalitarismo más absoluto. Porque la igualdad,
la fraternidad, la solidaridad, características del Reinado, en las condiciones de este mundo, no se
podrían implantar más que por imposición represiva.
EL CRISTIANO ANTE EL SUFRIMIENTO
Ante el misterio del mal y del sufrimiento, el cristiano se ve tan desvalido como los demás, en el
sentido de que tampoco él puede dar una “explicación”. No es en el nivel de las soluciones teóricas al
problema del mal donde la experiencia de Jesús nos aporta algo. Según la expresión de Claudel, Dios,
en Jesús, no ha venido a traer una explicación, sino una presencia: “el Hijo de Dios no ha venido a
destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No ha venido a destruir la cruz, sino a tenderse en
ella”.
Yo no tengo ninguna respuesta al porqué del sufrimiento. Lo que sé es que Jesús pasó también por allí,
que vivió de cierta manera su sufrimiento, que le dio un sentido viviéndolo por los demás en la
solidaridad y en el servicio a Dios y a los hombres. Y lo que yo creo es que esa manera de vivir el
sufrimiento recibió de Dios el sí de la resurrección.
“Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a
ese título de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda boca proclame
que Jesús, el Mesías, es Señor, para la gloria de Dios Padre” (Fl 2,9-11).
(Jesús ante su pasión y su muerte. M. Gourdes. Cuaderno Bíblico n. 30. Ed. Verbo Divino; p. 62)
Las categorías como Reino, Amor, Igualdad, Justicia, Fraternidad, Libertad, Paz, etc. Son categorías
escatológicas que, como tales, se realizan plenamente sólo más allá de la historia; pero esto no quiere
decir que dejen de influir sobre la historia. Son categorías simbólicas que expresan las aspiraciones,
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los ideales, y los proyectos que los cristianos tienen sobre la convivencia humana y que han de ir
realizando en este mundo. Si no fuera así, el cristianismo quedaría estéril al perder la energía que le
impulsa a buscar la transformación de esta sociedad.
La esperanza cristiana, por tanto, alimenta, estimula e impulsa todas las utopías intrahistóricas, pero sin
agotarse en ninguna de ellas. La esperanza apunta siempre a un más allá, a una realidad siempre mejor,
que sabe que no se realiza jamás definitivamente en la historia, sino en las condiciones de otro mundo,
que no es el nuestro.
El que los cristianos hagamos referencia constante a la nueva sociedad del futuro y trabajemos por un
ordenamiento social justo y fraterno, utilizando las categorías evangélicas del Reinado de Dios, no
quiere decir que tengamos una visión clara de cómo esa sociedad debiera organizarse en nuestra
situación histórica concreta. Significa solamente el clamor por una justicia perfecta acabada que sirve
para despertar la imaginación creadora, la urgencia del cambio y la búsqueda de mediaciones. Otra
consecuencia de lo que venimos diciendo es que el cristiano ha de tener una actitud crítica permanente
de todo lo que le rodea. Si su esperanza es promesa de futuro que dinamiza el presente, pero sin
agotarse en él, necesariamente tiene que relativizar todo proyecto histórico. Para el cristiano ningún
programa político, social o económico es capaz de instaurar la sociedad definitiva, libre de toda
injusticia. La esperanza cristiana se proyecta siempre a un más allá metahistórico, coronación definitiva
del empeño y del compromiso que hemos de mantener con la situación presente, con nuestro mundo y
nuestra sociedad.
¿CUÁL ES EL CONTENIDO DE LA ESPERANZA CRISTIANA?
¿CÓMO LO ASUMO EN MI VIDA?
11. MÁS ALLA DE LA MUERTE
11.1. LA MUERTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En Antiguo Testamento no existe, propiamente hablando, la creencia en la inmortalidad. La muerte,
para aquellos autores, es el fin definitivo del hombre: “todos hemos de morir, somos agua derramada
en tierra que no se puede recoger” (2 Sm 14,14; Cf. 2 Sm 12,15ss); el hombre, tomado de la tierra, se
convertirá de nuevo en polvo (Gn 3, 19).
Es verdad que se habla del “seol” como lugar donde el hombre, de alguna manera, pervive después de
la muerte. Pero ese seol es el reino de la oscuridad, donde el hombre continúa una existencia que no es
vida; está lejos de Dios y ni siquiera puede alabar al Señor (Sal 88; Is 38, 11.18). Y es que la muerte
produce la separación de Yahvé, que es el origen de la vida (Sal 6,6; 30,10; 88,6.11ss). Al hombre no le
queda más salida que aceptar la suerte común de la muerte (Eclo 14, 18ss; 41,5ss) y el destino del seol,
que es habitar en el silencio y en el olvido, ser arrancado de la mano de Yahvé y no poder alabarlo (Sal
31,18;94,17;…).
Esta visión del Antiguo Testamento sobre el más allá plantea el problema de la retribución, es decir,
dónde, cuándo y cómo premia o castiga Dios al hombre. La primera respuesta que Israel se dio a este
problema es que Dios sanciona el bien y el mal con premios y castigos temporales, en esta vida. Esta es
la teología que se contiene de forma implícita en Lev 26 y Dt 28, y más claramente en los salmos 1, 91,
112 y 128. La experiencia, después, se encargó de invalidar dicha respuesta, pues con frecuencia los
malos son los que prosperan en esta vida, mientras que los justos sufren las consecuencias del mal que
no cometieron. Por eso el autor del libro de Job considera que la respuesta tradicional al problema de la
retribución es una falacia (Jb 21,34).
La reflexión entonces se abre en otra dirección: si Dios es el Señor de la vida, ha de serlo también de la
muerte y de los muertos. Y al revelarse Dios como amor inconmovible y misericordioso, la muerte del
amigo no puede dejarlo indiferente. De esta experiencia el justo va a sacar el convencimiento de que
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Dios no lo va a abandonar al seol (Sal 16); como dicen los salmos 49 y73, el amor y la felicidad de
Dios son más fuertes que la muerte y que el poder del seol.
Lentamente llegamos así a los últimos tiempos del Antiguo Testamento. La esperanza de que el poder
de Dios es capaz de vencer a la muerte (Sal49; 73; Is 25,8; 26,19; 53,1; 1 Sm 2,6), vislumbrada
solamente en la antigüedad, se hace luz y se afirma ya como convencimiento claro en Dn 12,2 y en 2
Mac 7. Así se prepara la revelación definitiva del Nuevo Testamento.
11.2. LA MUERTE EN EL MUEVO TESTAMENTO
La idea central del Nuevo Testamento sobre la muerte es que ésta ha sido superada y vencida mediante
la resurrección. En esta visión juega un papel fundamental la muerte de Jesús: Él murió “por nosotros”,
es decir, en favor nuestro (Rm 5 ,6ss; 1 Tes 5,10; Hb 2,9; Mc 10,45) y fue resucitado y exaltado
también en nuestro favor (2 Cor 5,14s; 1 Pe 3,18). Su muerte venció a la ley, al pecado y a nuestra
muerte (Rm 7,4; Gal 2,21; 2 Cor 5,21; Col 1,22; Rm 5,9; 2 Tm 1,10; Hb 2,14s; Ap 1,17s).
En el capítulo 15 de la primera carta a los corintios es donde Pablo expresa con mayor claridad su
pensamiento en esta materia; lo resume en tres ideas:
• El carácter escatológico de la resurrección que nos permite comprender que nuestra resurrección se
producirá en la venida de Cristo (v. 23). Queda por vencer el último enemigo, que es la muerte (v. 26).
Por eso, mientras vivimos en este mundo no nos queda otra alternativa que la esperanza confiada y
segura en la resurrección: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana
moriremos” (v. 32).
•La índole corporal de la existencia resucitada que hace referencia a una corporeidad “espiritual” (v.
44), expresión del Espíritu que da la vida (v. 45). En la muerte “todos seremos transformados” (vv.
51-52). Por tanto, la fe en la resurrección establece una dialéctica entre continuidad y ruptura,
identidad y mutación cualitativa; el sujeto de la existencia resucitada es el mismo de la existencia
mortal, pero transformado. Mantendremos nuestro mismo cuerpo, pero renovado.
•La dimensión cristología de la resurrección en la que se pone de relieve que la resurrección de Cristo
es el fundamento de la resurrección de los muertos: “Si se predica que Cristo ha resucitado de entre
los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?”
(v. 12). Y añade “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó” (vv. 13.15.16). Para
Pablo, los muertos resucitan porque Cristo resucitó (vv. 20-23).
La razón de este planteamiento es que los creyentes somos miembros del cuerpo de Cristo: “Dios que
resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros… ¿no sabéis que vuestros cuerpos son miembros
de Cristo? (1 Cor. 6,14–15). Se puede decir, con toda lógica, que Cristo resucitado no está completo
hasta que resucitemos todos los que formamos su cuerpo; nuestra resurrección completa lo que aún le
falta a la resurrección del Señor.
11.3. CREDIBILIDAD DE LA RESURRECCIÓN
La doctrina de la resurrección de los muertos tiene su fundamento en la resurrección de Jesús. Al ser
ésta el acto por el que Dios sale en defensa de su Hijo, condenado y muerto injustamente, vemos que la
doctrina de la resurrección de los muertos arranca de un gesto reivindicador de Dios: Dios sale en
defensa del inocente, haciendo finalmente justicia con el que ha sido injustamente tratado en esta vida.
Con frecuencia oímos la queja de lo injusta que es la vida con los inocentes; los vemos, muchas veces,
sufrir injusticias, persecuciones y hasta malos tratos, mientras los malvados triunfan. Esta situación nos
lleva a preguntarnos si es que no va a haber justicia para ellos. La respuesta que da la fe a esta pregunta
es que Dios hace justicia a los inocentes mediante la resurrección. Dios, en la vida definitiva, hace la
justicia que los hombres no realizan aquí. Afirmar la existencia de esta justicia divina, más allá de la
historia, es trascendental. Podemos o no dar crédito a la resurrección, pero si llegamos a descartarla,
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como un sueño irrealizable, nos veríamos irremediablemente abocados a negar toda clase de justicia y
de libertad. Porque ¿qué tipo de justicia es la que ejerce con los que mueren injustamente y con los que
viven y mueren en estado total de esclavitud? Si creemos en la justicia no tenemos más remedio que
aceptar la reivindicación que Dios hace a los inocentes. De sobra sabemos que en este mundo no se
hace justicia con todos. Si creer en la resurrección puede resultar difícil, más difícil resulta aceptar que
no haya justicia para los que claman y mueren en la lucha por conquistarla.
11.4. ENTRE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN
Ante el hecho de la muerte es normal que nos hagamos preguntas como estas: ¿qué sucede con los que
mueren?, ¿cómo se produce la resurrección? Para responderlas debemos tener presentes los siguientes
datos del contenido de nuestra fe:
• El principio espiritual del ser humano es inmortal; a este principio se le suele llamar “alma”.
• La retribución a las obras es inmediata el hecho de la muerte.
• La resurrección es un acontecimiento definitivo y último (escatológico)
• La existencia de una posibilidad de purificación después de la muerte; a esta purificación se le suele
llamar “purgatorio”.
Además de estos datos, y para su mejor comprensión, hay que tener presentes las siguientes
observaciones:
• La promesa de Dios para después de la muerte se refiere a la pervivencia de la persona y no a una
parte de ella. La persona implica necesariamente corporalidad. Por lo tanto su pervivencia no se
garantizaría si se afirmara que sólo el alma pervive después de la muerte. El alma separada no es una
persona. Lo más coherente es afirmar que después de la muerte pervive el hombre entero. Esta
afirmación equivale implícitamente a afirmar que la resurrección acontece en el mismo instante de la
muerte.
• En la muerte hay algo de nosotros que permanece inalterable: el principio espiritual del ser humano;
y algo que se corrompe y se transforma radicalmente: la materialidad de nuestro cuerpo. Esta
continuidad y ruptura, que observamos en la muerte, hacen que no podamos concebir la pervivencia
como algo que se produce en la línea de continuidad con la existencia histórica.
• En cuanto a la posibilidad de purificación después de la muerte (purgatorio) está definido como
verdad de fe su existencia, pero no lo está en que consiste esa posibilidad. En la actualidad muchos
teólogos piensan que el purgatorio se puede reducir a un acto de purificación que ocurre en el mismo
instante del encuentro con Dios.
Entre la muerte y la resurrección no hay por qué introducir un tiempo. Sabemos con certeza que en la
muerte hay para la persona una continuidad y una ruptura. No hay razones para pensar que esa ruptura
tenga que durar más tiempo de lo necesario para que se produzca la secuencia muerte-resurrección en
un intervalo cuantitativamente mensurable. Desde este punto de vista se comprende la profunda
significación de dicho de Jesús:
“Pues sí, os lo aseguro, quien haga caso de mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir “ (Jn 8,51).”
ENTRE EL PASADO Y EL PORVENIR
Yo no conozco mi futuro. ¿Qué me dice la resurrección de Jesús? Que, si quiero conocer mi porvenir,
tengo que dirigir mis miradas hacia… el pasado (!). Efectivamente, Jesús realiza en sí mismo lo que yo
estoy llamado a realizar para el final de los tiempos. Por tanto, yo no estoy en las mismas condiciones
que antes o como un viajero sin estrellas. El cumplimiento de la promesa en Jesús tiene repercusiones
sobre la forma con que puedo conducir mi vida: Jesús está vivo; puedo leer hoy las escrituras a su luz;
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puedo recoger para hoy mismo el masaje de los relatos de resurrección que va desde la escritura
meditada hasta el pan compartido en la Iglesia y el envío de todo el mundo. Se trata para mí del tiempo
de la Iglesia, que hace que se realice ya en mí lo que espero.
Pero todo esto no me dispensa de inventar mi camino, con toda la creatividad que me otorga el espíritu,
en comunión con mis hermanos. La resurrección es promesa de porvenir, pero no una “predicción” del
futuro. Lo mismo que para el pueblo del Antiguo Testamento, mi esperanza no me dispensa de hacer
frente a unos acontecimientos siempre nuevos. Pero los vivo con la certeza de que Dios sabrá
encontrarse allí conmigo.
(… según las escrituras. P. M. Beaude. Cuaderno Bíblico n. 10. Ed. Verbo Divino; pp. 58–59)
11.5. MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
El cristianismo afirma que el creyente no está condenado al fracaso y a la frustración. La vida presente
es sólo un trámite que desemboca en la vida verdadera, en la plenitud de la vida. Según el Nuevo
Testamento, la vida nueva que Cristo nos comunica no se agota aquí, tiende a superar y vencer a la
muerte por su carácter de vida definitiva.
Pablo representa el paso de la vida temporal a la eterna como un drama cósmico universal y como una
transformación o apoteosis maravillosa (1 Tes 4,13-17; 1 Cor 15,22ss. 35ss. 51ss). Por medio de
alusiones metafóricas nos expresa lo que será la vida futura:
• Una vida corporal (1 Cor 15,35ss; 2 Cor 5,1ss), ya que para un judío es inconcebible una vida sin
cuerpo.
• Una contemplación cara a cara del misterio de Dios (1 Cor 13,12; 2 Cor 5,7)
• Un compartir la gloria de Dios (Rm 8,17) y, sobre todo, un estar para siempre con Cristo (1 Tes
4,17; 2 Cor 5,8; Fl 1,23).
El Nuevo Testamento guarda una discreta reserva en las descripciones de la vida futura. Por lo que nos
dice de ella sabemos que será una vida sin ninguna limitación. Lo que equivale a decir que será la
satisfacción de todas nuestras aspiraciones profundas: amor, libertad, justicia y paz.
Debemos ser muy cautos en dar detalles de la vida que nos espera. De ella sólo podemos hablar por
negaciones, es decir, diciendo lo que no será. No consistiría, por supuesto, en la continuación de la vida
terrena en una dirección sin término, ni una vida platónica en el más allá. Se podría afirmar que será la
comunión con el Dios que ha vencido a la muerte.
¿QUÉ IMPLICACIONES TIENE PARA TU VIDA PRESENTE EL CREER EN LA VIDA
FUTURA INAUGURADA POR CRISTO?
¿QUÉ ES EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN?
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APRENDIENDO A SER DISCÍPULOS
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de Iniciación Cristiana. La misma
palabra confirmación significa afirmar o consolidar.
En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado
se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une
más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigos de Jesucristo, de palabra y obra. Por
Él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en
cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de
la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.
El día de Pentecostés -cuando se funda la Iglesia- los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos
junto a la virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado -creyendo que todo había sido
en balde- se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos -quedaron
transformados- y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener
miedo, se lanzaron a predicar y bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El
Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación al descender el Espíritu Santo sobre nosotros- es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo
de Dios.
INSTITUCIÓN
El concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los
protestantes lo rechazaron porque -según ellos- no aparecía el momento preciso de su institución.
Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.
Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la
acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu
Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El
Nuevo Testamento nos narra cómo los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban
imponiendo las manos, comunicando el don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del
Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la
Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al
Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido
bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu
Santo.”(Hch 8,15-17; 19,5-6)
LA BIBLIA
En esta colección de libros, nuestro Padre Dios nos habla. Se divide en dos grandes partes: Antiguo
Testamento con 46 libros y Nuevo Testamento con 27 libros. Cada libro tiene capítulos que se indican
con números grandes y versículos con números pequeños. La Biblia nos nuestra el camino del amor de
Dios a los hombres y la infidelidad del hombre para con Dios, reconociendo la lealtad y el amor de
Dios a través de la historia.
SEÑAL DE LA CRUZ
Por la señal de la Santa Cruz (se hace la cruz en la frente); de nuestros enemigos (se hace la cruz en la
boca); líbranos señor Dios nuestro (se hace la cruz en el pecho).
AVE MARÍA
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
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PADRE NUESTRO
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu
voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación, y líbranos
del mal. Amén.
GLORIA AL PADRE
Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos
de los siglos. Amén.
ÁNGEL DE LA GUARDA
Ángel de mi guarda mi dulce compañía, no desampares ni de noche ni de día; hasta que me pongas en
paz y alegría, con todos los santos Jesús y María. Amén.
LOS SACRAMENTOS
DE INICIACION CRISTIANA
• BAUTISMO • EUCARISTÍA • CONFIRMACIÓN
DE CURACION
• CONFESIÓN • UNCIÓN DE LOS EMFERMOS
DE LA COMUNIDAD
• ORDEN SACERDOTAL • MATRIMONIO
MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS
1. Amar a Dios sobre todas las cosas
6. No cometer actos impuros
2. No jurar su Santo nombre en vano
7. No robar
3. Santificar las fiestas
8. No levantar falsos testimonios, ni mentir
4. Honrar a padre y madre
9. No desear la mujer del prójimo
5. No matar
10. No codiciar los bienes ajenos
MANDAMIENTOS DE LA SANTA MADRE IGLESIA
1. Participar en la misa todos los domingos y fiestas de guarda.
2. Confesarse al menos una vez cada año o cuando esté en peligro de muerte o si teniendo que
comulgar, está en pecado mortal.
3. Recibir la Eucaristía al menos por Pascua de Resurrección.
4. Ayunar cuando lo manda la santa Madre Iglesia: Miércoles de Ceniza, Viernes Santo y todos los
viernes de Cuaresma. Y hacer una pequeña penitencia cada viernes del año en recuerdo de la Pasión y
Muerte de nuestro Señor Jesucristo.
5. Pagar diezmos, y ayudar con ofrendas a la Iglesia
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MISTERIOS DEL ROSARIO
Gozosos (lunes y sábado)
1. La anunciación del Ángel a María y la
encarnación del
5. La Crucifixión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo
Gloriosos (miércoles y domingo)
Hijo de Dios.
1. La Resurrección de Jesucristo
2. La visita de María a su prima Santa Isabel
2. La Ascensión de Jesucristo a l cielo
3. El nacimiento de Jesús en Belén
3. La Venida del Espíritu Santo
4. La presentación del niño Jesús en el templo y
la purificación de María
4. La Asunción de la Virgen María al cielo
5. Pérdida y hallazgo del niño Jesús en el
templo
Dolorosos (martes y viernes)
1. La Oración de Jesús en el huerto
2. La Flagelación
3. La Coronación de espinas
4. La Cruz a cuestas
5. La Coronación de la Virgen María
Luminosos (jueves)
1. El Bautismo en el Jordán
2. La auto-revelación en las bodas de Caná
3. El Anuncio del Reino de Dios
4. La Transfiguración de Jesús en el monte
5. La Institución de la Eucaristía
YO PECADOR
Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento,
palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, por eso, ruego a Santa María
siempre virgen, a los Ángeles y a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios
nuestro Señor. Amén.
DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Sabiduría - Entendimiento - Consejo - Fortaleza - Ciencia - Piedad - Temor de Dios.
FRUTOS DEL ESPIRÍTU SANTO
Caridad –Paz –Longanimidad –Benignidad –Fe –Continencia –Gozo –Paciencia –Bondad –
Mansedumbre –Modestia –Castidad
GLORIA
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te
alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey Celestial;
Dios padre Todopoderoso, Señor Hijo Único Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre.
Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Tú que quitas el pecado del mundo, atiende
nuestras súplicas. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque sólo Tú
eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios
Padre. Amén.
SALVE
Dios te salve Reina y Madre, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperadaza nuestra. Dios te salve a
ti clamamos los desterrados, hijos de Eva. A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de
lágrimas, Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después
de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, o clemente, o piadosa, o dulce Virgen
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María. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar y gozar las
promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
OBRAS DE MISERICORDIA
Espirituales:
Corporales:
1. Enseñar al que no sabe
1. Visitar a los enfermos
2. Dar buen consejo al que lo necesita
2. Dar de comer al hambriento
3. Corregir con amor al que se equivoca
3. Dar de beber al sediento
4. Consolar al triste
4. Visitar a los presos
5. Perdonar las ofensas
5. Regalar vestido a los pobres
6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás
6. Dar posada al peregrino
7. Rogar a Dios por los vivos y los muertos
7. Enterrar a los muertos
ACTO DE CONTRICIÓN
Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy y me
pesa de todo corazón, porque con ellos ofendí a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a
pecar y confió en que por tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas y me has
de llevar a la vida eterna. Amén.
PASOS PARA UNA BUENA CONFESIÓN
1. Examen de conciencia: Recordar los pecados
2. Contrición de corazón: Arrepentirme de los pecados
3. Propósito de enmienda: Firme deseo y compromiso de cambiar de vida
4. Confesión de boca: Decir los pecados al sacerdote
5. Satisfacción de obra: Cumplir la penitencia impuesta por el sacerdote
CREDO
Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo,
nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos, y
al tercer día resucitó de entre los muertos. Subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre;
desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los
pecados, la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Amén.
ORACIÓN A LA MADRE DE LA DIVINA GRACIA
Señor, por el misterioso designio de tu amor, has querido que la virgen María fuese Madre del autor de
la gracia y estuviese asociada a Él en el misterio de la redención humana; permite que ella nos alcance
con abundancia tus dones y nos conduzca hasta la salvación eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
“De la mano de María seremos auténticos discípulos misioneros de Jesucristo”
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