cap7

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QUINAS AMARGAS
GONZALO HERNANDEZ DE ALBA
Capítulo 7
EL SABIO Y LOS PLANES DE LA QUINA
El
6
de
febrero
de
1787
el
director
José
Celestino
Mutis,
por
ese
entonces
residente
en
Mariquita,
la
calurosa
sede
de
su
Expedición,
pudo
colocar
el
punto
final
de
un
bien
meditado, ambicioso y oportuno proyecto que parecía colmar la mayor parte de sus expectativas y
que ahora, en momentos de triunfo y poder, creía deber llevar a la práctica. Su muy largo título
muestra su importancia y permite entrever algunos de los motivos que inicialmente despertaron
polémicas, sembraron dudas y, a la larga, entorpecieron su desenvolvimiento. El plan que le
presentaba a Caballero y Góngora no era otra cosa que el Real proyecto del estanco de la quina
y sus establecimientos. Reflexiones políticas que persuaden la suma importancia en erigir en
ramo de la Real Hacienda la administración de la quina sacándolo de las manos del mal
entendido cuerpo de comercio nacional; la necesidad absoluta de hacer los grandes acopios en
estas Provincias Septentrionales de Santa Fe de Bogotá, sus establecimientos y reglas,
ilustrados con las correspondientes combinaciones y cálculos extendidos de orden superior. En
él según advierte su autor, se vertieron “las principales ideas que premedité en España, digerí
por muchos años en América, y acabo de poner en práctica con el motivo de los presentes
acopios que, bajo mi dirección y orden de V.M.R. Arzobispo-Virrey, se hacen con destino a la
Real Botica”1.
Hacía unos cuantos meses que Caballero y Góngora había sido designado como el único
responsable del envío y la explotación de la quina neogranadina. Entre las funciones que se le
asignaban estaba la de encargarse de la estructuración y formación del anhelado monopolio. El
16 de abril de ese mismo año envió al Ministerio de Indias un memorial sobre el tema que
muestra no sólo sus ideas sobre el asunto sino la identificación que existía entre él y Mutis, la
que se expresa con claridad en más de una oportunidad en esta comunicación.
El afamado naturalista —sostiene ante Gálvez—, cuyo valor sabe apreciar tan justamente vuestra
Excelencia, y cuyos conocimientos no se limitan a una ciencia específica, sino que también abarca los
problemas económicos, ha estudiado, desde cuando descubrió la Quina de Nueva Granada, su
utilización en Europa y su aplicación médica. El ha pensado en la necesidad de encauzar la
explotación desordenada; sus recomendaciones fueron comprobadas por la experiencia y son ahora
doblemente importantes, cuando las antes inagotables y ricas montañas de Loja ya no son capaces de
abastecer la farmacia real en Madrid. Para conservar este instituto le ordené a Mutis, con quien ya
había hablado de este asunto, elaborar un programa para una acertada administración... Para explotar
la Quina sólo hay dos caminos: el comercio libre o el monopolio real. Durante siglo y medio el
comercio de la corteza ha estado exclusivamente en manos de algunas casas comerciales de Lima y
Cádiz.
Continúa recordando, como tantas veces ya lo había hecho Mutis, los notorios éxitos del
monopolio de la canela de parte de la Compañía de las Indias Orientales:
Las causas de que la producción de la canela aumentara y la de la corteza bajara son claras: los
holandeses concentraron todas las especies y drogas bajo el monopolio estatal y determinaron las
ganancias por conducto oficial. ¡Tenemos que aprender de los holandeses! Si aplicamos su sistema, se
impedirá que llegue tanta corteza dañada al mercado y que durante el transporte a Europa se averíe
otra gran cantidad del valioso producto; el precio del artículo no será tan variable como hasta ahora y
a la ciencia médica se le asegurará la efectividad del medicamento, con lo cual se prestará un servicio
a la humanidad2.
El entonces gobernante de la Provincia de Quito, Pizarro, había tomado algunas medidas
para regularizar el envío de la cascarilla y “para evitar la aniquilación y total destrucción de los
montes que la producen”. Las autoridades madrileñas las transmitieron a Caballero para que
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“hiciera observar con todo el lleno de su autoridad” las medidas aconsejadas por el presidente
de la Audiencia de Quito, “pues ha sido preciso mandar acotar los montes de Loja y Cuenca
para que no se acaben de destruir los árboles de Quina”3. Como respuesta a las disposiciones
del alto gobierno, Mutis propone su Real proyecto de estanco de la quina que pretendía, como
meta un tanto velada pero no como que pasara inadvertida, que se dejaran descansar las
montañas de Quito y se dirigiera toda la atención a la quina de las Provincias Septentrionales, a
la que se encontraba en los montes de Tena, del Guayabal, la de la montaña de Calandaima y la
serranía de Fusagasugá, la que se remitía desde Popayán. En el entendimiento de que no sería él
quien dictaminara sobre su calidad y bondad. El estanco que se proponía desde Mariquita y se
ratificaba desde Santa Fe debía cumplir una doble función: limitar, hasta detener, las
explotaciones de la provincia de Quito y establecer, de pasar ciertas pruebas, como única quina
comerciable la de la Nueva Granada.
José de Gálvez vio con tan buenos ojos las propuestas, que el 1º de mayo de 1784 escribió
la siguiente nota:
En los bajeles de la última flota ha remitido el Arzobispo-Virrey de Santa Fe la partida de Quina...
para que la tenga a disposición de V. E., quien tendrá presente que esta Quina es la descubierta
últimamente en las montañas de aquel reino, y por lo mismo deben hacerse con ella las correspondientes
pruebas de su virtud y calidad, sin embargo de que se han practicado allá antes de embarcarla y la han
reputado igual a la de los montes de Loja y Cuenca del reinado de Quito; teniendo presente V. E. que
la de estos montes que se ha traído siempre para el Rey, viene por la vía de Lima, y que la deben traer
los navíos del Mar del Sur4.
En la Consulta sobre la existencia de quina en la Botica Real que ya se ha citado, se
encuentra la siguiente anotación que ahora cobra una singular significación al complementar la
nota anterior:
Además de estas cantidades existen veinte cajones de quina que envió el Arzobispo-Virrey de Santa
Fe de la descubierta nuevamente en aquellos montes, y V.M. mandó examinar su calidad, y reconocida por veinte y dos profesores médicos y el Boticario mayor, ésta declarada de buena calidad, y
por igual en sus efectos a la que viene de Quito según lo hice presente a V.M. en febrero del presente
año5.
El 2 de marzo de 1785 José de Gálvez ordena a las autoridades de la Nueva Granada
recoger para el rey quina de las tres mejores clases, blanca, roja y amarilla, y remitirla a la corte
en ocasiones oportunas. De nuevo todo parecía sonreír y no se presentía la presencia de más
fantasmas que combatir. El 18 de diciembre del mismo año el director de la Expedición da
respuesta a una Superior Orden del Virrey:
En virtud de la orden superior de vuestra Excelencia, en que se sirve poner a mi cuidado el corte de la
quina de este Reino, en la cantidad que juzgue necesaria para el primer acopio de las tres especies
aprobadas, roja, amarilla y blanca, he comenzado a practicar las diligencias necesarias para verificarlo
con la mayor brevedad6.
No
parecía
quedar
otra
cosa
que
hacer
que
ponerse
a
trabajar. La primera de las discusiones que se establecieron en medio de tanta bonanza se dio
dentro del sector oficial indiano. Las supremas autoridades de la Audiencia de Quito, movidas
por los exportadores de la cáscara y por la defensa de los intereses e impuestos de la región, no
podían estar de acuerdo con lo que ellas mismas habían propuesto para defender sus riquezas
vegetales. Una cosa era limitar y controlar la explotación y otra, bien diferente, permitir el
comercio neogranadino y apadrinar el monopolio de la quina de Santa Fe. Eso, bien guardadas
las distancias y las prelaciones protocolarias, no se podía aceptar, ya que implicaba la ruina no
sólo de una próspera industria sino de muchos conocidos y honrados comerciantes que
representaban más de un capitalista e inversionista anónimo bien asentado y mejor acreditado
en la misma corte madrileña. Como el señor Caballero y Góngora era ducho en promover
soluciones diplomáticas y proponer capitulaciones, no tuvo que pensarlo mucho para convenir
un reparto de la torta comercial que correspondía a las facilidades de los transportes y la
proximidad de las rutas marítimas. De la quina producida en la zona de Quito se debía surtir el
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Alto y el Bajo Perú, la Nueva España, las islas Filipinas y las necesidades de la remota Asia. El
resto de las colonias y la totalidad de Europa debían depender de la Nueva Granada. Claras
razones de economía, léase de ganancias, amparaban esta división de un mundo enfermo.
El sagaz gobernante neogranadino y el sabio Mutis se encontraban identificados en la idea
de que muchas de las desgracias y sinsabores de la preciosa quina se venían produciendo por lo
que las autoridades religiosas y los sacerdotes calificaban de “pecado de la usura”, por ese
desmedido apetito de la ganancia fácil y la bolsa gorda que acosa a los grandes y transforma a
los pequeños. Es esa conciencia de las limitaciones humanas la que hace sostener al oráculo de
la Botánica que
todos los informes de las personas imparciales del Perú convienen en que este giro (el de las quinas)
se lo han apropiado algunas pocas casas de Cádiz y América. Estas han logrado con sinigual ejemplo
en el comercio, la exclusión de casi todo el cuerpo nacional que los representa por un tácito
consentimiento de no aventurar sus caudales en un ramo de conocimientos tan difíciles.
El diagnóstico de estos usos aberrantes en el comercio colonial llega más lejos al afirmar
que las casas exportadoras se reunían conformando una compañía que pretendía detentar los
fueros propios de un monopolio en detrimento de todos los interesados, así fuera la misma
Corona. Por ello “no debe ser protegida por el comercio nacional y mucho menos amparada por
el soberano cuando no haya otras graves causas que lo toleren, por los conocidos perjuicios de
semejante sistema”7. Mutis, que se sabe protegido por Caballero y bien visto por Gálvez, se
atrevió a expresar unas cuantas verdades que lesionaban intereses muy poderosos, tanto que no
los nombra directamente sino los sugiere. Es de pensarse que más de una persona se llegó a
sentir ofendida en aquello que más duele y no tanto por estas insinuaciones sino por el contenido mismo del plan propuesto y aprobado. Bien podía imaginarse su autor que el
desenvolvimiento de un instituto con esas características “ha de excitar muchos discursos
políticos, conmoviendo necesariamente los ánimos de agradecidos y quejosos en el antiguo y
nuevo mundo”8.
Como sede principal de la Real Factoría de Quina se escogió a la ciudad y puerto fluvial
de Honda, por encontrarse colocada en el centro del virreinato, entre dos cordilleras, dentro de
la región quinera y, desde luego, por las facilidades de comunicación que allí se podían
encontrar. Como bodegas se escogieron unas amplias edificaciones, fáciles de mantener limpias
y de airear, conocidas como el Tejar de los Expatriados que, como todos los antiguos bienes de
los jesuitas, se encontraban en posesión de la Junta de Temporalidades. Según cálculos
estimados por Mutis, en un círculo de 9.365 leguas debían existir cerca de 93’750.000 quinos
aprovechables que podían mantener el consumo mundial durante diez siglos y medio, de no
incrementarse el consumo de la cascarilla en Europa, lo que era bien posible dados sus
variables empleos. Estas cifras, verdaderamente apabullantes, implicaban la creación de un
verdadero ejército de cosecheros que necesariamente debía estar al mando de personas
instruidas en el corte, aprovechamiento, almacenamiento, empaque y transporte de la corteza.
En abril de 1787 Mutis informa al Arzobispo-Virrey sobre el resultado parcial de sus
esfuerzos:
Vencidas ya todas las dificultades en formar cosecheros en ambas cordilleras y distribuir los acopios,
continuarán sin intermisión las remesas del género, y a consecuencia se multiplican las operaciones
en que deben ocuparse los empleados; de modo que podrá ya gloriarse vuestra Excelencia por el fruto
de sus activas providencias y acertadísimas resoluciones satisfacer completamente los deseos de su
Majestad en estas reco-mendadísimas remisiones9.
La nómina propuesta para surtir los principales empleos de la Factoría de Quina se
encontraba conformada por las siguientes personas de toda la confianza de su organizador.
Factor principal, Pedro Fermín de Vargas; Contador, Francisco Javier Zabaraín; Oficial mayor,
José María Salazar; Guardalmacén primero, Manuel Vicente Prieto; Guardalmacén segundo,
Antonio de Olaya y Pedroza; Factor subalterno de la Cordillera Oriental, destinado en el valle
de Fusagasugá, Joaquín Díaz y García; Factor subalterno de la Cordillera Occidental y
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Guardalmacén de Mariquita, Vicente Lee de López; Guardalmacén de Barrancas, Pablo José
Torregrosa10. Desde luego que hacía falta contar con las aprobaciones correspondientes para
hacer efectivos los nombramientos y poder acondicionar los almacenes. De todas maneras se
estaba trabajando arduamente.
Dentro de los planes inmediatos de Mutis se encontraba el poder llegar a exportar a
España dos mil cajones de quina anualmente, lo que planteaba dos escollos principales que
debían ser resueltos de inmediato. La quina almacenada en el tejar de Honda debía ser
correctamente empacada allí mismo en cajones de sólida madera forrados con cueros de
vacunos para evitar la humedad. Con estas precauciones se esperaba obtener no sólo un
adecuado manejo de la corteza sino una ganancia complementaria, cosa nada despreciable: en
España las tablas de buen cedro y los cueros escogidos de vacunos debían tener una amplia
demanda, como siempre la habían tenido. En esta organización del negocio no había cabida
para desperdicios. Para lograrlo se requería que la Corona autorizara aquello que casi siempre
negaba, una fuerte suma de dinero para la compra e importación de negros, ya que la mano de
obra esclava habría de solucionar todo lo referente a los embalajes. Por lo demás, Mutis se
comprometía a que la inversión pronto sería compensada por las ganancias y los ahorros
obtenidos.
Tal como se afirma en el Real proyecto del estanco de la quina, una de las primeras
empresas que había que realizar era la monumental de organizar racionalmente la navegación
por el Río Grande de la Magdalena. Bajo ningún criterio se podía aceptar que un producto
natural tan valioso y delicado como la quina fuera conducido hasta el puerto de Cartagena de
Indias con el descuido y la irresponsabilidad ya por entonces proverbial de los indios y negros
bogas, de los capataces mulatos y de los dueños blancos, momposinos, de los champanes. Se
debía establecer un sistema de navegación fluvial “sin los crecidísimos gastos, sin la confusión
y desorden que experimentamos en el día”, advierte Mutis en sus proyectos. No faltaban planes
para lograrlo ni empresarios decididos a cambiar unos inciertos fletes por el seguro transporte
de la quina, como Pedro de Olmedo, vecino de la Villa de Mompós y conocido propietario de
champanes, autor de un plan de navegación reconocido por Mutis. De lo que se carecía era de
claras determinaciones y francos compromisos. En todas partes se dudaba y los funcionarios
menores parecían no querer saber de tanta transformación y de tanto trabajo.
Lo que Mutis planteaba en su proyecto, lo que estaba empeñado en realizar, y lo que
Caballero deseaba en sus programas de gobierno, lo que estaba fomentando con sus órdenes y
disposiciones, no era otra cosa que una sustancial transformación del virreinato que se
expresaba en el deseo claramente expresado de transformarlo de importador en menor escala a
exportador mayorista de un producto de fácil mercadeo internacional. Para lograrlo había que
consolidar el monopolio y establecer definitivamente el estanco. Estos proyectos y esas
realizaciones chocaban con todo y no parecían encontrar aliados por ningún lado, por más que
los proyectos fueran transparentes y los fines inobjetables: “Así —concluía Mutis— este Reino,
totalmente infecundo hasta el presente, compensaría por fin a la Corona con equivalente a todas
sus precauciones y esfuerzos”. En la propia corte madrileña se planteaban dudas, se sugerían
interrogantes y se bosquejaban objeciones y eso que el proyecto parecía estar plenamente de
acuerdo, en sus lineamientos teóricos y en sus interpretaciones prácticas, con la política
económica ilustrada española de franco corte fisiocrático. Lo cierto es que todo parecía
confabularse contra la efectividad de las acciones y los trabajos emprendidos por la Real
Factoría. Y eso que, insiste el director, “no ha sido éste un proyecto concebido y dado a luz con
aquella precipitación que lo caracterizaría de un aborto en lugar de un parto bien maduro”11. En
el seno mismo de la sociedad neogranadina todo era dificultades y tropiezos:
Era necesario haber presenciado aquí los embarazos que se han vencido para juntar las maderas y los
cueros necesarios a una tan extraordinaria exportación y los que diariamente ofrecen las
embarcaciones en competencia de los administradores de rentas, para poder formar algún concepto
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del servicio extraordinario que se hace en el establecimiento de un nuevo ramo 12.
Desde su sede de Mariquita logró organizar cuatro envíos de cortezas de dieciséis mil
arrobas cada una. Para ello empleó doscientos cosecheros organizados en cuadrillas que
beneficiaban los quinares de Santa Fe, Neiva y Mariquita. Tuvo que inventar un verdadero tren
de mulas para poder sacar la cascarilla hasta el depósito de Honda. Como aquí faltaba todo y
nada estaba preparado, le tocó preocuparse por la producción de cabuyas para coser
adecuadamente los pesados cajones que tanto trabajo le habían costado. Ni siquiera pudo
descansar del todo cuando en mayo de 1778 se logró realizar el primer embarco hacia Cádiz en
los paquebotes Famoso sevillano y La amable María. Aún hacía falta esperar la acogida que se
le diera a la cascarilla neogranadina.
Con fecha del 12 de mayo de 1788 el propio secretario de Estado español Antonio Porlier
se dirigió a Mutis en una carta que sembraba dudas y presagiaba derrumbes. En ella afirmaba el
funcionario cómo
el cruel azote de las tercianas y otros males que en estos últimos años han afligido a España hubieran
causado infinitos estragos si las incesantes y acertadas providencias de su Majestad no hubiera
acudido a tiempo con el remedio, mandando se repartiese (quina) copiosamente por todo el reino.
Pero lástima es que grandes porciones de la Quina que vino de ese reino con recomendación de ser
excelente en calidad, examinada por los profesores de la Real Botica, se ha hallado no contener toda
la virtud medicinal que se creía13.
Con el objeto de remediar de alguna manera los posibles males futuros se ordenaba a
Mutis, por intermedio de una sugerencia, visitar todos los parajes en que se encontraba la mejor
de las quinas neogranadinas y tomar sobre el terreno las medidas pertinentes para solucionar las
causas que motivaban el envío de unas cortezas de calidad tan dispar. Las múltiples
ocupaciones y, sobre todo, lo avanzado de su edad, le impidieron trasladarse a los lugares de
recolección de la quina. Curiosamente durante este mismo año se incrementaron las partidas de
cascarilla que llegaba de Cartagena por cuenta de la Real Hacienda. Así, en octubre llegaron
1.837 arrobas a bordo del bergantín San Juan Bautista y en diciembre 1826 más, esta vez en la
polcra Nuestra Señora del Carmen.
En vista de estas desafortunadas coincidencias, el Sumiller de Corps Valdecazana fue de
la opinión de que se diera otro destino a la quina de Santa Fe por no estar en condiciones para
el efectivo consumo humano. No es que hiciera daños, es que no servía. Tal vez los fabricantes
de paños la pudieran emplear, de no hacerlo así tocaba incinerarla en el mismo puerto de Cádiz.
De todas maneras lo más indicado era recurrir a la docta opinión de los facultativos. Así se hizo
y en una primera reunión a la que concurrieron 22 expertos, “entrando en ella el protomédico,
los médicos de cámara, de familia, Boticario Mayor y Oficio de Real Botica”, se declaró ser las
muestras de idéntica especie y de iguales efectos que la que se puede encontrar en Loja y
Cuenca. Respuesta que no fue del agrado de todos los interesados y de nuevo se convocó a una
junta compuesta por los mismos especialistas. Ahora se declaró que la quina de Santa Fe era un
nuevo género “y que si tiene alguna virtud para la salud sólo podrá acreditarlo la experiencia”.
Como las personas involucradas en el negocio no podían esperar tanto tiempo, se solicitaron y
se realizaron nuevos ensayos, se efectuaron comparaciones más detalladas con muestras de la
quina de Loja, la llamada naranjada, y el protomédico José Salvaraza logró deducir que la quina
estudiada, la santafereña, la roja y la blanca, “se hace probable que es de uso para la medicina,
aunque no en términos de graduarla hasta ahora de igual bondad y actividad que la del Perú”. A
pesar de tanto estudio, confrontaciones, dictámenes y, sobre todo, de tantos juicios
prácticamente contradictorios, todo pareció resolverse felizmente en el apretado resumen que
de las diversas opiniones realizó el marqués de Valdecazana: la quina recién descubierta y
explotada en el virreinato de la Nueva Granada “carece de una mitad de virtud para obrar como
lo acredita su experimentado uso”14. El Tribunal Veedor en Cádiz no solamente acogió esta
sentencia sino que fue más lejos al declarar que “aquellas quinas eran inútiles; que lo eran
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igualmente las que estaban en camino, y cuantas habían en los montes del Reino de Santa Fe,
de cualquier especie que fueran”15.
En virtud de estas sentencias las quinas neogranadinas depositadas en España fueron
vendidas a muy bajos precios a comerciantes particulares que debían exportarlas de Cádiz hacia
otras regiones de Europa, principalmente Inglaterra, lo que benefició a unos pocos y produjo
que las existencias reales de quina naranjada mantuvieran un precio elevado. Debe anotarse que
las quinas enviadas por Mutis que no se pudieron vender fueron sentenciadas al fuego, lo que
en más de una oportunidad les sucedió a nuevos embarques.
Como siempre, en el Imperio la última palabra la tuvo el rey y la supieron recoger sus
ministros: un real decreto de 25 de febrero de 1789 ordenaba suspender las remesas de quina
del Nuevo Reino hasta nueva orden. Lo que siguió fue la catástrofe. La Factoría y la política del
estanco se quedaban en veremos y, claro, los comerciantes del Perú volvían a adquirir la
libertad de explotar la quina por su cuenta y riesgo. En los mercados nacionales e
internacionales la cascarilla de Loja y Cuenca principió a mostrar una sensible tendencia al
alza, las otras no contaban para nada. Se diría que todo regresaba a la normalidad. En la región
quinera de la Nueva Granada se tuvieron que impartir órdenes, cosa que le tocó al sensible
director, para suspender los cortes, licenciar a los cosecheros y los funcionarios tuvieron que
buscar nuevos acomodos en las oficinas virreinales. No se sabe qué hicieron con las mulas.
Para colmo de males el golpe no llegó solo, Antonio Caballero y Góngora bien pronto se trasladó de Turbaco a la sede de su Obispado de Córdoba. No se olvidó del todo de su pasión por
las quinas, no pareció perder completamente la esperanza en un renacer quinero.
Entre los múltiples bultos que formaban el equipaje de su Ilustrísima se podían contar
hasta cuarenta cajones forrados en cuero de primera que contenían libras y más libras de
corteza de Cinchona. Tan bien apertrechado contra las calenturas iba el Obispo-Arzobispo, que
podía suspirar tranquilamente por un capelo. De nuevo Mutis se quedaba solo con su lucha y
con sus esperanzas truncadas, claro que todavía le quedaba mucho que trabajar en la
Expedición Botánica.
Un investigador contemporáneo de nuestra economía afirma:
durante la administración del Arzobispo-Virrey también se creó una línea completamente nueva de
exportaciones: la de quinina; 27.200 arrobas de este producto se exportaron de Cartagena a España
entre 1785 y 1788... Pero este auge en la exportación de quinina fue un fenómeno efímero16.
Si se comparan estas cifras con las que arrojan las exportaciones de quina de Loja y del
Perú en el mismo período, 27.940 arrobas17, cantidades prácticamente iguales, se puede
observar con mayor claridad el impacto que en el comercio se estaba produciendo por la
introducción del producto neogranadino. Fue un fenómeno efímero es cierto, pero sus
consecuencias perduraron al convertirse en una de las primeras grandes frustraciones de una
abortada transformación económica colonial. Pronto deberían enderezarse las cargas.
Las medidas conducentes al establecimiento del nuevo estanco y, por tanto, a la
confirmación y fortalecimiento de los ya existentes despertaron en los habitantes del Nuevo
Reino una gama de opiniones que iban desde su más franco rechazo hasta su alborozada
aceptación. Quienes no los aceptaban se afirmaban en las tendencias liberalizantes de la
economía, tan en boga en los cerrados círculos ilustrados españoles, que debían permitir una
cada vez mayor apertura al comercio internacional y una más destacada injerencia y
participación de los comerciantes organizados en la vida económica de las colonias. Además,
como dijo alguien, “el Gobierno hace mal comerciante”. Las llamadas “pasadas revueltas del
Reino”, las rebeliones de los Comuneros, habían logrado mostrar las consecuencias negativas
de la política de estancos y eso que en 1781 se había podido dominar la situación sin tener que
cambiar de rumbos. Sus defensores esgrimían los ya conocidos argumentos de incompetencia
particular, de avaricia exagerada y de posible desperdicio de esta exclusiva riqueza natural. El
Estado era, según ellos, el único llamado a proteger este don que pertenecía a todos, no sólo a
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los neogranadinos sino a la humanidad entera. Este regalo de la Providencia, esa panacea, no
debía beneficiar a unos cuantos, menos cuando ésos ni siquiera vivían en el Reino.
Para el antiguo Secretario del Virreinato y ex gobernador de Antioquia Francisco
Silvestre, que escribe en 1789, las cosas y las políticas del gobierno del Arzobispo-Virrey no
fueron del todo positivas. Despótico, dedicado al nepotismo e inconsistente son algunas de las
virtudes que le atribuye el ponderado ex funcionario. En el párrafo 186 de sus Apuntes
reservados particulares y generales del estado actual del Virreinato de Santa Fe de Bogotá
afirma:
Al propio tiempo que le sobran motivos a los habitantes de este Reino para hallarse descontentos de
su gobierno en lo general, no puede negarse que le deben el haberles facilitado dos nuevos frutos
comerciales, que son la quina y el té de Bogotá; pero con la miserable facundia de quererlo sujetar a
Estanco, o a una sola mano, comprándolos el rey puestos en Honda y a precios fijos, por medio del
célebre don José Mutis, botánico y naturalista pensionado por el rey, que como buen patriota y
vasallo ha sabido influir al virrey ésta y otras ideas útiles al Reino; pero que lo serán más si quitadas
las trabas del monopolio se deja libre su comercio; aunque sujetos a cortos y proporcionados
derechos.
Piensa este buen conocedor de los asuntos de la Nueva Granada que para que la tesorería
y el Reino mismo prosperen es indispensable “el quitar las muchas trabas o grillos que, con el
nombre de Real Hacienda, se han puesto en el comercio de géneros y frutos, reducidos muchos
a Estancos”18.
Según Pedro Fermín de Vargas, el brazo derecho de Mutis en la Factoría:
Si el fisco se adueña de los productos más ricos del país, nunca vamos a salir de la miseria. El espíritu
fiscalista que hasta la fecha ha malogrado a todos los virreyes es la causa principal de la profunda
decadencia. Si continuamos así, los pocos súbditos de este país quedarán condenados a perpetuidad a
sufrir, a ser pobres e incapaces de salir de la precaria situación en que viven. El afán de apoderarse de
los monopolios es causa de la adulación para congraciarse, en la corte madrileña, con aquellos
dirigentes del Estado de quienes dependen los ascensos... Quien hubiese prestado sus servicios como
embajador en Francia, Inglaterra, Holanda sería la persona indicada para un cargo de esta índole.
Seguramente conocería el método con el cual aquellos países extraen de sus colonias incalculables
riquezas, y podrían desarrollar las mismas ramas de la economía aquí entre nosotros19.
Unos pocos años más tarde el Mariscal de Campo Antonio de Narváez y la Torre
describía en los siguientes términos las consecuencias sociales negativas que habría de producir
el dejar en manos de particulares el acopio y la comercialización de la quina.
Sin que haya quién los compre porque los comerciantes tienen ya abarrotados y llenos de ellos sus
almacenes, y no viendo proporción ni esperanzas seguras de darles salida, excusan comprar más de
unos frutos que cada día van valiendo menos, y de que algunos padecen mermas y deterioros. De que
resulta precisamente que los labradores no hallando quién les compre los frutos de su trabajo y
cosechas, ni aún al costo que les tienen, y careciendo de los fondos que necesitan, se ven obligados a
abandonarlos y dedicarse a otros medios de procurarse su subsistencia, y decae y se destruye
enteramente la agricultura que es la base fundamental de la riqueza real y prosperidad de los Estados,
y muchos hombres pobres que sólo viven de su trabajo diario en el campo, no hallando algo útil en
qué emplearse que les sufragase lo necesario para subsistir, se precipitarán a cometer cuatrerías y
robos, y a algunas mujeres la miseria y la desnudez las inducirían a prostituirse, y así en vez de
vecinos útiles y honrados, se harán viciosos y perjudiciales y se corromperán las costumbres, que es
uno de los mayores males que pueden arruinar un Estado 20.
Mientras todo esto acontecía, el oráculo del reino no podía callar; debía explicarse con
claridad ya que había sido el garante de la bondad y buena calidad de la corteza neogranadina.
De alguna manera había sido el responsable de tanto esfuerzo, gasto y esperanzas. El largo y
accidentado pleito por las prelaciones de su descubrimiento adquiría un nuevo acento: ¿Qué
sentido había tenido tanto papeleo? ¿Por qué tanta sospecha y tanta inquina? ¿Dónde quedaba
la decantada sabiduría de Mutis sobre los quinos?
De acuerdo con los planes iniciales, esos que se acordaban con el Arzobispo, uno de los
primeros resultados inmediatos de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada debía
ser la publicación de un tratado sobre la quina. Desde 1784 Mutis se había propuesto redactar el
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gran resultado de sus observaciones botánicas y de sus experiencias médicas con las Cinchonas,
tanto con las que había descubierto como con las que se conocían de antemano. Varias son las
insinuaciones que sobre este proyecto se encuentran en su correspondencia y que al verlas en
conjunto permiten reconstruir las líneas generales de su futura obra. Algunas de sus
características fueron discutidas con Caballero y Góngora y entre los dos las definieron. En la
medida en que se acerca el año de 1789 la insistencia en la publicación se acentúa, dando la
impresión de que lo que en ese momento se requería no es tanto una explicación sino, más bien,
una justificación de lo realizado y de lo que no se pudo cumplir.
Como inicialmente Mutis y Caballero sentían la necesidad de aclarar conceptos, de afinar
dudas y delimitar problemas, no sólo en los medios españoles sino en los europeos más
especializados se estaba pensando en una publicación acompañada de “suntuosos dibujos”
realizados por la mano experta de Antonio García y los primeros delineadores de la
Expedición. Así se lograría que los especialistas pudieran contemplar con sus propios ojos las
peculiaridades y distinciones de las diferentes especies del árbol. Los esfuerzos de estos
primeros momentos se dirigían a recoger todas las especies posibles y “probarlas por separado,
para hablar con conocimiento experimental en la obra de Quina que se va a remitir a la Corte
para imprimirla por cuenta y orden del Rey”. El futuro autor se encontraba firmemente
convencido de que la de ahora habría de convertirse en su obra fundamental, en su chef
d’oeuvre según su propia expresión. Para que no hubiera dudas sobre la vastedad e importancia
de la obra se decide a llamarla Historia natural de la Quina. Con ella pretendía, entre otras
cosas naturales,
inmortalizar las sabias providencias de nuestros protectores, y objeto digno de la beneficencia del rey
hacia la humanidad. La incuria con que procedió anteriormente nuestro gobierno en materia tan
importante se deberá ocultar y disimular a presencia de toda Europa, interesada en unos oportunos
reglamentos, con la irresistible ambición de los comerciantes y con las sabias providencias de nuestro
actual ilustrado ministerio. En este tratado precursor verá la Europa sabia, con no poca admiración, a
lo que me figuro, muchas diversas especies de este precioso género, cuando solamente se medio
conocía una21.
No importan los errores que se oculten, lo que interesa son las verdades que puedan
comunicarse y las esperanzas que se logren despertar.
José Celestino confiesa a su hermano Manuel la gran trascendencia que este proyecto
tiene para él. Parece haber recobrado sus ardores juveniles y de nuevo se siente capaz de
jugarse todo con tal de poder contar con el precioso tiempo que necesita para su redacción y el
cuidado que las láminas le exigen.
Salí pues de Santa Fe, donde las gentes a fuerza de buen afecto me martirizaban con sus visitas —le
cuenta a su pariente—. Estoy en el empeño de trabajar en mi obra que ha pedido el Rey para
imprimirla de cuenta de la Real Hacienda. En ella va todo mi honor, y era necesario buscar algún
retiro donde pudiese disponer del tiempo a mi arbitrio22.
En su sede de Mariquita nada parecía conspirar contra la necesaria quietud de ánimo y
tranquilidad de medio que requería el Sabio para estructurar su anunciado y esperado trabajo
que le solicitan desde Madrid, requiere la sabia Europa y le exige su honor.
Pasa el tiempo y todos los interesados se cansan de esperar ese tratado que debía
inaugurar las publicaciones de la Flora de Bogotá y, al mismo tiempo, establecer una claridad
meridiana en las huidizas Cinchonas.
Entre tanto llegan a la colonia noticias del todopoderoso director del Real Jardín Botánico
de Madrid que traslucen las dudas que sobre la efectividad de la corteza neogranadina se tienen
en Cádiz y Madrid. Casimiro Gómez Ortega había informado al ministro José de Gálvez, el 25
de abril de 1785, que según su buena fe y leal entender la quina de la Nueva Granada, la de los
líos y las discusiones, no manifiesta ninguna utilidad médica, es posible que tenga otros
destinos pero no sirve “para uso de la Real Botica, pues yo no me determinaría a admitirla aún
de balde para el de la mía, y me parece que el boticario mayor después de bien examinada la
reprobaría igualmente que yo, a pesar de la engañosa apariencia que la recomienda”. Ya se
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conocía, por otro lado, que Sebastián López Ruiz recomendaba y prefería para su propio uso la
de Cuenca.
Todo lo cual conspira —concluye el apasionado naturalista madrileño— con las acertadas
providencias de V.E. y con el concepto de lo urgente que es publicar el tratado de la quinologia que
tiene ofrecido remitir con preferencia a otras obras suyas don José Celestino Mutis y esperamos por
instantes llegue a manos de V.E.23.
El tiempo continúa avanzando y no se logran escuchar y mucho menos leer las sabias
opiniones de Mutis. Quienes esperan contemplar las láminas de las quinas van perdiendo la
paciencia. Se cae el estanco y continúa el silencio. Cambian los gobiernos, desaparecen los
protectores, aumentan las críticas y no se sabe nada de la Nueva Granada. La cosa no deja de
ser extraña. Tiene que haber algo gordo de por medio.
El
hermetismo
de
Mutis
parece
resquebrajarse
en
1788,
al menos ahora intenta franquearse con sus íntimos y proporcionar algunas razones a sus
superiores y a sus más inmediatos colaboradores. En una de sus últimas cartas al ArzobispoVirrey
le comunica los motivos secretos y definitivos que hasta ese momento le han impedido
franquearse públicamente sobre el complejo secreto de las quinas. Curiosamente todo parece
indicar una vuelta a los orígenes y se siente de nuevo la presencia lejana, pero no por ello
menos perturbadora y aberrante, del médico panameño López.
Este solo hombre —le confiesa paladinamente al Arzobispo—, que ha ejercitado mi sufrimiento por
el raro empeño de aprovecharse de todas mis ideas para gozar con descanso su sueldo, y sostener sus
aparentes lucimientos, me ha obligado a ser reservado, contra mi anterior costumbre, negando a la
confianza de mis discípulos y amigos ciertos conocimientos de cuya franca publicación me resultarían
algunas honestas satisfacciones24.
¿Qué es lo que teme denunciar, lo que no se atreve a publicar? Lo que guarda en secreto,
lo que conserva en el interior de su mente y teme comunicar por fundado temor a un nuevo
raponazo del, por lo menos, desalmado criollo panameño lo va revelando lentamente, sin prisas
y como preparando el terreno para su revelación. A su fiel comisionado fray Diego García le
pide que no se preocupe por el inmediato futuro de sus proyectos, en 1789 todo parecía
asegurado ya que
el nuevo jefe trae bien recomendados mis asuntos sobre sus particulares deseos de promover la
felicidad del Reino, que depende no poca parte de mis Comisiones. Se admirará vuestra paternidad
cuando sepa la reserva que he tenido que guardar en mis descubrimientos de Quina, por la avilantez
de López en apropiárselos; cuando sepa, repito, que mantuve tan bien reservada del conocimiento de
vuestra paternidad la especie más preciosa hasta su tiempo, se admirará y se tirará de los pelos del
cerquillo. Sí, padre mío; así convenía hasta su tiempo, que ya llegó para hablar de oficio, y de modo
que demostrase irresistiblemente la total ignorancia de aquel presumido descubridor y retirado
Comisionado por sus inútiles servicios25.
Con un colega y viejo amigo, el médico portugués Antonio Froes, el Sabio es más
explícito:
Me he visto siempre rodeado de dos Cernícalos Lagartijeros (el Catalán y López) dispuestos a
apropiarse de mis ideas originales, que hubiera franqueado a mis amigos por aquella honesta satisfacción que me resultaría de semejante franqueza, pero mis experiencias de mundo me han obligado a
ser más cauteloso de lo que naturalmente lleva de sí mi genio franco y sincero... Preparé un oficio
preliminar, en que participé que López no había conocido en 3 años de servicio la Quina primitiva
que tenía yo escondida en los montes por muy reservados respetos que eran el alma del proyecto; pero
que por la casualidad de hacerla traer, para pintarla valiéndome del único a quien la di a conocer no
pudo ocultársele a un hombre que me tiene rodeado de espías... Es pues necesario descubrir este
misterio ignorado en Europa tanto como en América...descubrir que indispen-sablemente se
continuarían los mismos males con las inevitables preocupaciones en que han caído los médicos por
el errado sistema en el giro de este ramo de primera necesidad en el estado enfermo de la humanidad
que abraza a todas las naciones y siglos, y que estos males pueden salvarse en el Real establecimiento
de mi proyecto, cuya clave principal he conservado en mi poder hasta su tiempo... Dichosa
humanidad que va a ser socorrida con los auxilios del Segundo Arbol de la Vida 26.
Mutis se encontraba por fin en plena posesión de la clave, del arcano de la quina: había
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encontrado la primitiva, la naranjada según su clasificación multicolor, que consideraba ser de
la misma especie que la de Loja. Ahora después de tanto fracaso, que hubiera podido evitarse
con su oportuna divulgación y recolección, considera que ha llegado el tiempo de expresarse,
de divulgar algo que nadie podía sospechar. El escondite de la quina naranjada no había sido
violado. Sólo Mutis conocía el secreto y sabía las palabras mágicas que debían pronunciarse
para develarlo.
Bastaba hablar, era suficiente proporcionar una pista para que todo cambiara. De nuevo
pasan los días y hasta los años y el Sabio Mutis permanece callado, parece tan deslumbrado por
la magnificencia de su descubrimiento del Segundo Arbol de la Vida, que pierde hasta el habla
y la posibilidad de comunicarse completa y francamente aun con sus más fieles amigos.
El doctor don Sebastián López, que más que locuaz era imaginativo y extrovertido, había
logrado obtener de las nuevas autoridades el ansiado permiso para trasladarse a España y poder
allí retomar su causa. En 1790, antes de emprender el viaje, redactó un curioso informe que
dirigió al rey Carlos IV con el que pretendía sacarse alguna de las espinas que tenía clavadas.
En su “Atraso en que se encuentra el ejercicio de la medicina en el Virreinato de la Nueva
Granada” aseguraba, con lujo de ejemplos, que aquí los pocos médicos que ejercían, incluso el
reputado Mutis, eran francamente incompetentes, que se encontraban al nivel de los empíricos
y a la altura de los curanderos. Un poco antes, en 1789, había obtenido alguna satisfacción con
la divulgación de un cierto “Suplemento a la cronología del hallazgo de la quina en Santafé de
Bogotá”. Por lo menos había obtenido su pasaje a la corte y había logrado sembrar más de una
duda. Ya en la corte madrileña supo hacerse de un padrino más y de uno bien encumbrado.
Pedro de Acuña, secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia de Indias, lo logró
presentar el 18 de septiembre de 1792 al rey Carlos IV, que acabó felicitándolo por sus
meritorios y continuados esfuerzos en el conocimiento, empleo y divulgación de dos de los tres
reinos de la naturaleza, el mineral y el vegetal, de sus reales dominios. Durante esta segunda
permanencia en Madrid tuvo la oportunidad de conocer personalmente a los expedicionarios
del Perú y Chile y de renovar su amistad con Gómez Ortega, con quien lo unían tantos
enemigos. De nuevo estallaba, pero ahora con más encono, la guerra de la quina. Las banderas
se estaban perfilando más claramente y los combates prometían ser internacionales 27.
Se ha señalado que una de las primeras acciones realizadas por los naturalistas que
emprendieron el viaje al Perú fue la publicación de su director en 1792 de un estudio sobre los
quinos encontrados. En esta obra de 103 páginas, sin grabados u otro tipo de ilustraciones,
Hipólito Ruiz había dividido el tema en dos grandes partes. Una primera, muy extensa, donde
hace el panegírico inflamado y entusiasta de la quina muy al estilo de los usos cortesanos de la
época. Otra en la que describe las diferentes variedades de Cinchona encontradas en los montes
del Perú. Tal como lo indica un investigador actual, Arthur R. Steele, ningún tratante en
medicinas de marca ha pregonado nunca las excelencias de un tónico tanto como Ruiz a la
quina, al remedio milagroso. Dejemos que sea el propio autor de la Quinología quien nos la
presente en los supuestamente fríos términos médicos:
Corta por consiguiente las fiebres intermitentes, simples o complicadas; las pútridas malignas, las
malignas nerviosas, las exantemáticas, y las variolosas pútridas, las continuas que tengan sus
regulares crecimientos, la odontalgia periódica, los progresos de la gangrena... Restaura las
relajaciones del estómago, restablece las digestiones, conforta los nervios, facilita la supuración en
cualquiera fiebres malignas, aumentando el tono y vigor a las fibras, es un excelente remedio contra
los accidentes originados de las grandes operaciones de cirugía, cura los efectos verminosos... y las
calenturas del sarampión cuando está complicado con putridez, fortifica la debilidad de los intestinos,
precavé los abortos, es utilísima en la demasiada relajación de los pulmones, ejerce efectos en las
pestes, y en los abatimientos con considerables pérdidas de fuerzas, en los dolores periódicos de la
cabeza, en la jaqueca, en los sudores acompañados de fiebre lenta, y últimamente es antídoto, y
maravilloso específico contra todas las enfermedades periódicas, con tal que no sean inflamatorias... 28.
El autor de tanto elogio se consideraba el inventor de un extracto de quina que obraba
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maravillas, al igual que su infusión, su compota, sus pastillas o su emplasto. Definitivamente la
quina comercializada del Perú no tenía desperdicio posible y Ruiz era su Talbot.
Este elogio permite entrever la importancia que se atribuía al conocimiento medianamente
definitivo de esta nueva panacea vegetal. Dada su enorme gama de posibilidades curativas, las
fiebres se han convertido en un mero capítulo de su acción benéfica, es apenas comprensible
que se desee ponerlas al servicio de la humanidad. Su posible importancia en la farmacopea
occidental, sin olvidar sus otros usos industriales, teñir textiles y ablandar cueros, indica con
claridad el gran potencial económico que se les atribuye. Poseer los territorios donde crecen los
árboles era ser dueño de una riqueza superior y más segura que la mineral; intervenir en su
comercialización era asegurarse una ganancia inagotable, al menos mientras existieran
enfermos en el mundo. Bien valía la pena convertirse en uno de sus defensores y propagadores
así hubiera que luchar por ello.
Ruiz, al igual que Mutis y algunos otros conocedores, adver-tía sobre los peligros que se
habían producido con su exagerada explotación. Creía, al contrario que Mutis, que bastaba con
dejar descansar un tiempo la zona para que los quinos reverdecieran. No era para él del todo
preocupante que entre 1778 y 1788 se hubieran extraído más de 70.000 arrobas de cascarilla, en
su sabiduría la naturaleza habría de encontrar el remedio para la continuidad de la explotación.
Estaba firmemente convencido, en lo que no le faltaba razón, que uno de los grandes escollos
de esta naciente industria era la falta de conocimientos botánicos en los encargados de
supervigilar la recolección y procesamiento de la cáscara, ya que ello los llevaba a confundir
variedades y tomar por quinos cualquier árbol con características formales parecidas. Era la
ignorancia y no la mala fe o la usura la que complicaba todo el negocio.
Si con este Tratado —concluye su presentación el explorador naturalista—, se lograse desterrar tan
graves inconvenientes daré por bien empleados mis afanes y los riesgos de la vida que, más de una
vez, he pasado para recoger con la debida exactitud los materiales de esta Quinología... para tener la
satisfacción de poder presentar al público mis descripciones hechas a la intemperie entre aquellas
asperezas, y con la fatiga y el peligro que conoce cualquier botánico experimentado que sabe apreciar
y distinguir estos trabajos de los que se hacen a la sombra y comodidad de un gabinete, los cuales se
diferencian tanto de los primeros como las plantas que se describen y se dibujan en sus lugares
nativos de las que se cultivan para otros fines en los jardines o se observan secas en los herbarios y se
publican, aunque desnudas de parte tan principal como son las noticias de usos y virtudes,
anticipándose a las obras de sus descubridores29.
Además de los buenos deseos que expresa Ruiz en este párrafo, del todo comprensibles en
quien se ha esforzado tanto en sus viajes por territorios casi desconocidos, se encuentra en esta
andanada crítica toda una serie de alusiones contra los botánicos no viajeros, contra los
explotadores de los esforzados descubridores españoles.
Estas indirectas no podían estar dirigidas contra Gómez Ortega, por la simple razón de
que era su pariente político, ni contra Mutis que había viajado y descubierto lo suyo, cosa que
nadie ponía en juicio. Más bien se dirigían contra el joven abate Cavanilles, la estrella montante
de los estudios naturales en la península. En la Nueva Granada se tenían noticias directas de
Antonio José Cavanilles por lo menos desde 1786. De alguna manera se había convertido en el
confidente e informador de Mutis sobre las luchas que por el poder del Jardín Botánico se
habían entablado entre él y el viejo don Casimiro que acostumbraba a no soltar fácilmente
prenda alguna. Lo que significaba que se había constituido en un caluroso defensor de la quina
neogranadina y sus partidarios y que éstos, por contrapartida y reciprocidad, lo apoyaban en sus
pretensiones naturales.
En su correspondencia con Mutis de 1795 se pueden ver con claridad los manejos de los
dos botánicos y las armas que solían esgrimir:
Apenas me fijé en ésta (Madrid, procedente de París) en 1789, bajo una orden para que yo examinase
y publicase las plantas del Jardín, sin duda porque en los diez y ocho años que lleva él (el famoso
Ortega) de profesor no lo había hecho; hizo una representación contra mí, haciendo ver que no tenía
derecho, y que aquello debía ser propiedad de los descubridores (así llama él al que recoge semillas y
las envía sin nombre científico)... Siempre oculto, lo que es un delito en asuntos científicos, hacia
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gente que hablase o escribiese contra mí... Pero yo despreciando aquella tropa de débiles satélites de
la envidia, continuaba mis tareas, y el público llegó a conocer la diferencia que había entre el
veterano profesor y yo, que se reducía a que trabajaba y merecía elogios de la Europa culta, y él
dormía en el ignorante ocio. No se descuidaba nunca del plan que siempre ha seguido de intrigar...
Vuesamerced —le advierte a Mutis— era uno de los destinados al sacrificio... Dio motivo a esto la
publicación del Prodromo de la flora del Perú; esto es, los géneros nuevos que descubrieron Pavón y
Ruiz. Este último, que casó con la sobrina de Ortega, llevó su condescendencia hasta adoptar los
errores de su tío y la manía de deprimir mis obras... Tal es la muestra del paño que han presentado los
llamados Peruvianos. Yo he de hacer que el mundo conozca quién es y cuánto vale Ortega y le he de
dejar en estado de que a nadie pueda dañar... Perdone vuesamerced tantas impertinencias, necesarias
tal vez para que vuesamerced viese que tenía razón de avisarle, para que viviese con cautela con un
hombre que siempre en las antecámaras oficiales... podía hacerle daño 30.
El combate por el poder botánico peninsular se estaba amparando bajo el asunto de las
quinas, lo que hizo que cobrara un insospechado vigor y una virulencia excepcional.
Fue el de 1792 un año fuera de serie en lo que respecta a las publicaciones sobre la
Cinchona y sus especies. No sólo apareció la Quinología de Ruiz, sino que un poco después
Sebastián López hizo publicar en uno de los diarios de Madrid un artículo que llamó
“Quinología o tratado del árbol de la quina o cascarilla”. Reproducía en él los argumentos que
consideraba más valiosos y convincentes de sus anteriores alegatos contra Mutis, como lo eran
su “Cronología de la quina de Santa Fe de Bogotá; demostración apologética de su
descubrimiento en estas cercanías; experiencia de su virtud y eficacia” de 1774, o en el
“Suplemento a la cronología del hallazgo de la quina en Santafé de Bogotá” de 1789. En esta
refundición se guardaban algunas cosas, ya que había pasado el momento de ensalzar las
virtudes curativas de la quina nativa del Nuevo Reino, pero se afirmaba en otras. Así, proponía
esa serie de preguntas que Mutis no había querido o no había podido responder. ¿Por qué su
descubrimiento en el monte de Tena fue tan tardío? ¿Qué era lo que había hecho que no pudiera
observar los árboles que ahora decía que lo rodeaban por todas partes? ¿Qué argumentos lo
llevaron a dudar inicialmente de su eficacia médica? ¿Qué lo movió a no realizar por sí mismo
los experimentos y comprobaciones que alegaba ser indispensables?
López no sólo lanzaba pregunta tras pregunta sino que se atrevía a proporcionar algunas
de las respuestas. Afirmaba, en primer lugar, que fueron las dudas públicas de Mutis las
encargadas de proporcionar una mala fama inicial a la corteza que después se propuso
promover mundialmente. Como prueba irrefutable de su aserto podía presentar un acta notarial,
levantada por Ambrosio Vicente Villalobos, notario del Santo Oficio y escribano de S.M., el 20
de julio de 1784 en Santa Fe. Según ella don Agustín de Ricaurte declaraba a solicitud del
precavido López que encontrándose enferma de cuidado su esposa doña Gertrudis Torrijos la
recetó el médico Mutis y, claro, le recomendó el uso diario de quina, “previniéndoles que había
de tomar la de Loja porque la que se cogió en los contornos de Santafé no era buena ni
servía”31. Se atrevía a recordar cómo, unos cuantos años antes, al llegar a la capital el virrey
Manuel Antonio Flórez traía a uno de sus hijos postrado por un ataque de fiebres, seguramente
contraídas durante su penoso viaje por el río de la Magdalena. El doctor Mutis, ni corto ni
perezoso, le recomendó un tratamiento a base de quina, pero no de la descubierta por él en Tena
sino de la naranjada recogida en el sur del virreinato. Todo el mundo sabía en la capital que las
razones que por entonces aducía, 1776, para desconocer su descubrimiento no podían ser más
prudentes: si la quina neogranadina no surtía efecto en José Antonio, en el hijo de la primera
autoridad del país, cosa del todo creíble, nadie del común se avendría a emplearla. Así, concluía
el combativo López, la conducta de Mutis había sido, para decir lo menos, inconstante y hasta
voluble. Se podía ir más lejos en la crítica y señalar, como el criollo lo hacía, que los manejos
distraídos en la dirección de la Real Factoría de la Quina tan sólo se tradujeron en unos cuantos
acopios y tres exportaciones donde todo tenía cabida, aun ciertas libras de corteza de buena
calidad. Según el irritado López, siempre dispuesto a sacarse el clavo e impedir el ser tildado de
cernícalo o calificado de lagartija, cuando el naturalista Mutis no se encontraba de viaje
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dedicado a alguno de sus negocios personales en las minas, se lo podía ver en Santa Fe
entregado a confesar monjas... Así las cosas, ¿cómo podía reconocer los árboles que se le
atravesaban en los caminos y se le enfrentaban en los montes?
El hecho es que el Sabio continuaba guardando silencio. Parecía que ya nada lograba
conmoverlo, ni siquiera los insultos o los chismes. Daba la impresión de que lo único que le
llamaba la atención era vigilar la vida personal de sus pintores y obtener de ellos cantidades
considerables de iconos de singular perfección. Como reconocimiento parecía que le bastaba
con ser calificado de patriarca de los botánicos españoles y saber en lo más secreto de su
corazón que “el rey es el dueño de la heredad; su glorioso ministro el mayordomo; vuestra
señoría el agricultor y yo me cuento por ser uno de sus jornaleros”32.
En 1790 trató de explicar al virrey Ezpeleta el sentido aparente y la razón oculta de su
silenciosa actitud.
Descargo a la reconvención indirecta que se me hace de no haber tampoco remitido el Arcano
revelado que yo ofrecí... Es muy cierto que ofrecí a los pies del trono aquella obrilla, fruto de mi
práctica... pero siendo igualmente cierto el no haber recibido contestación directa en este particular,
que volviese a disipar las reconvenciones que yo mismo me hice posteriormente por mi ligereza con
tal ofrecimiento, era muy natural dejarlo reservado para otro tiempo. La contradicción que está
sufriendo el proyecto de mayor beneficencia a la humanidad, y las innumerables que yo he sufrido en
este punto, me han puesto más de una vez en la disculpable tentación de abandonar esta obrilla a la
suerte de las póstumas; persuadido por otra parte de la fermentación que debe causar entre los
profesores de medicina una novedad que les atribuye innumerables errores en su práctica; y que no
todos guardarán tanta equidad con su autor, como éste en dis-culparlos de sus inevitables
equivocaciones. A pesar de estas legítimas causas de mi silencio, ya que se me ha tomado la palabra,
venceré mi repugnancia y mandaré el prometido Arcano antes de salir de esta ciudad, para que la
Ilustración del mi-nisterio haga de la obrilla el uso que tuviese por conveniente33.
La proyectada Historia natural de la quina, su obra de ma-yor envergadura y la que
habría de inmortalizarlo, con el paso del tiempo vino a convertirse en una obrilla redactada a
disgusto y dedicada a la práctica amarga de la medicina. Mutis estaba pasando por una crisis de
desengaño, de molestias por tantas injurias y, en el fondo, de rencor por tantas injusticias. Era
mucho lo que había tenido que pagar por sus descubrimientos, por las innovaciones que había
pretendido realizar en América y las empresas que había organizado en el Nuevo Reino. Se
encontraba cansado, se sabía envejecido y se sentía solo. Las autoridades aparentemente lo
toleraban, en la corte madrileña casi lo perseguían. Sus mejores discípulos lo habían
abandonado: Eloy Valenzuela disimulaba sus malos genios en el curato de Bucaramanga y
renegaba de la utilidad de la botánica aprendida; Pedro Fermín de Vargas no escondía sus
inclinaciones iconoclastas y revolucionarias en Zipaquirá mientras preparaba su sonado viaje de
liberación a una de las islas del Caribe.
Entre tanto los personajes más influyentes del virreinato manifestaban al gobierno central
los continuados perjuicios que estaba ocasionando a la real hacienda y a los comerciantes la
supresión del acopio de la quina y su exportación. Por otro lado, la situación de descuido en la
explotación y la consiguiente despoblación de quinos en la región de Loja y Cuenca continuaba
agravándose, ninguna de las medidas recomendadas había logrado modificar la inmoderada tala
o la constante mutilación de quinos. Las solicitudes, los diagnósticos y las súplicas se
tradujeron en una real orden del 7 de septiembre de 1790 por la cual se declaraba libre el
comercio de quinas del virreinato de la Nueva Granada. Lo que desde ahora se permitía no era
diferente de una apertura comercial limitada puesto que continuaban existiendo toda una serie
de requisitos oficiales y en Cádiz y Madrid el Tribunal de Veedores se encargaba de frenar su
comercialización recurriendo, si era el caso y la oportunidad lo permitía, a las llamas o a la
degradación de su empleo médico para destinarlas al uso en curtiembres o teñidos. Muchos de
los más destacados prohombres neogranadinos, tanto españoles peninsulares como españoles
americanos, creyeron encontrar en esta apertura la redención de sus economías. José Acevedo y
Gómez, Antonio Nariño, José Ignacio de Pombo, José González Llorente y el propio Mutis son
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apenas unos cuantos nombres de quienes quisieron y pudieron ver en la maravillosa corteza la
redención del Reino y la solución de sus casas.
Detengámonos en un caso que permite entrever la presencia de complejos nexos en el
negocio de las quinas neogranadinas. En la extensa relación con que el reputado comerciante
gaditano de la primera Calle Real de Santa Fe, González Llorente, pretende justificar sus
acciones y condenar sus persecuciones de 1810 afirma:
En el solo renglón de quinas acopié de propia y ajena cuenta hasta el increíble número de 7.000
cargas, o sesenta y tres mil arrobas que exporté siendo su principal y gastos muy cerca de trescientos
mil pesos, que se regaron en los pueblos de Facatativá y Fusagasugá y quedaron en manos de los
arrieros que las condujeron34.
El influyente José Ignacio de Pombo escribe desde Cartagena el 10 de octubre de 1800 al
director de la Expedición Botánica:
Sin ninguna de vuesamerced que contestar hago ésta para decirle: que de los veintiséis tercios de
Quina de su pertenencia que se habían dirigido a don José González Llorente, después de su salida de
ésta, y que no se sabía su paradero, estaban en poder de don Antonio Malanco, a quien he satisfecho
37 pesos y 3 reales...35.
Bien pronto las quinas del virreinato volvieron a desacreditarse en el mercado
internacional por lo mal preparadas, por la mala fe de los recolectores que continuaban con la
práctica de mezclarla con otras cortezas, por su aparente inutilidad terapéutica y por la
soterrada acción de los comerciantes del Perú.
A lo que se debe agregar que muchas de las costumbres de nuestros renovados
exportadores no fueron del todo bien comprendidas por los compradores y consumidores de
ultramar. Es de nuevo Pombo quien se dirige al doctor Mutis:
Como la partida última de Quina que tengo en casa no tiene más que numeración, sin las iniciales que
tenían las otras e indicaban su especie, yo tomé a bulto dos tercios para el virrey (Amar y Borbón), de
los que estaban más a mano creyéndola toda igual; con la prevención que vuesamerced me hizo en su
última pregunté a don Sinforoso (Mutis) me dijese su especie con vista de su número que había
conservado y en efecto eran ambos de Quina blanca. Los he cambiado por otros dos de naranjada,
haciendo desembarcar los primeros de la fragata Paz que por razón de las circunstancias se ha
detenido hasta ahora y he apreciado mucho su aviso, pues sin él y esta casualidad de la detención,
habríamos quedado mal36.
Mutis solía tener la precaución, en este caso olvidada, de hacer marcar sus mejores envíos
de cascarilla con un Q.N., siglas de quina naranjada, con el objeto de aminorar toda posible
confusión. Lo que implicaba, tal como lo sugiere De Pombo, que también se preocupaba por
exportar de la otra, de la blanca o la roja. Así, ¿qué credibilidad se podía otorgar a los envíos?
Pese al levantamiento de la veda, al aumento de la discusión sobre las variedades de quina en España, al
incremento momentáneo de las ventas y sobre todo a sus propias promesas, el naturalista radicado en la
Nueva Granada continuaba guardando silencio, permanecía apertrechado en su mutismo.
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