L A S U P E R F I C I E T I E R R A D E L A Compilacion y armado Sergio Pellizza Autor: José Hugo Hubp 1 2 3 4 La superficie de la tierra La Tierra La superficie en movimiento Los volcanes GENERALIDADES EL HOMBRE habita la superficie de la Tierra, en ella realiza su actividad diaria y obtiene los recursos fundamentales: el agua, los alimentos, los materiales para la construcción y muchos minerales útiles. Ha sido siempre motivo de preocupación el origen del mundo en que vivimos, sus dimensiones, su constitución interna, etc. Hoy día contamos con una información valiosa sobre estos temas, en algunos casos definitiva, en otros solamente en proceso de desarrollo. Hasta principios de los años sesenta, en los libros de geografía de la escuela primaria se demostraba la forma esférica de la Tierra con los ejemplos bien conocidos de los eclipses, del barco que se aleja o acerca con respecto al horizonte, etc. A mediados de la misma década el asunto se volvió más simple: las imágenes obtenidas desde el exterior sustituyeron a las explicaciones antiguas. El concepto de espacio se hizo más accesible y las distancias menores. En la pantalla de un televisor se puede observar un espectáculo que se realiza a miles de kilómetros de distancia, o el recorrido de hombres o robots en la superficie lunar. En otras épocas, el tamaño del mundo era el de la superficie que dominaban los habitantes de una determinada región. Los fenómenos naturales que los afectaban eran de carácter mundial. Una gran inundación podía transformarse en la leyenda del diluvio universal, un terremoto o la erupción de un volcán eran el presagio del fin del mundo. Con el descubrimiento de América, en la agonía del siglo XV, el mundo se hizo más grande, y en la época de los satélites artificiales, más pequeño. Hoy día la velocidad de las comunicaciones aumenta, sea por los modernos medios de transporte, por el teléfono, el fax o el correo electrónico. De los 510 millones de kilómetros cuadrados de la superficie de la Tierra, 361(70.8%) están cubiertos por el agua de los océanos; el resto es tierra firme. El punto más alto es la cima del Everest, 8 848 m, mientras que el más bajo conocido se encuentra en la trinchera de las Marianas y posee 11 022 m de profundidad con respecto al nivel del mar. De esta manera, hay aproximadamente 20 km de diferencia vertical entre puntos extremos. Si el concepto de espacio ha sido asimilado con dificultad por el hombre, mucho más difícil lo ha sido el del tiempo. Es natural que limitemos la vida de la naturaleza a nuestra escala de comprensión. La vida humana tiene un promedio de 70 años y la historia difícilmente registra lo sucedido hasta hace sólo 3 000 años. Todos los pueblos han tratado siempre de explicar el origen del mundo y, a falta de elementos para ello, lo atribuyeron a la voluntad de divinidades poderosas. A partir del siglo XVIII surgieron atrevidas hipótesis sobre el origen, edad de la Tierra y dimensiones del universo, en una lucha heroica contra el oscurantismo que dominaba en Europa. Los primeros conceptos científicos sobre el origen de la Tierra los expusieron Kant y después Laplace en el siglo XVIII, y a partir de ellos se desarrolla la astronomía moderna. Buffon propuso en 1759 una edad mínima de 75 000 años para la Tierra, herejía que escandalizó a la autoridad eclesiástica. Avanzando gradualmente, con uno que otro tropiezo, la geología actual ha llegado ha establecer que la Tierra tiene una edad aproximada de 4 500 millones de años. Otro problema es el origen de las irregularidades de la superficie terrestre. La ciencia moderna tiene que dar respuesta a interrogantes como éstas: ¿Cómo se formaron las montañas? ¿Por qué hay fosas profundas en los océanos?, ¿Por qué existen continentes y océanos?. La explicación puede hacerse en forma simple: las deformaciones de la superficie terrestre son una manifestación de los procesos que ocurren en el interior (endógenos) y en el exterior de la Tierra (exógenos) y se deben a la propiedad del movimiento permanente de la materia. La erupción de un volcán, un sismo, la deformación de las capas de rocas que constituyen las montañas, son manifestaciones de la actividad interna; la lluvia, el viento, los cambios de temperatura, las olas marinas, son ejemplos del movimiento de la materia en el exterior Los procesos internos se encargan de crear las grandes formas del relieve terrestre: los continentes, los sistemas montañosos, las depresiones oceánicas, etc. Los procesos externos, relacionados con el clima y la fuerza de la gravedad, nivelan este relieve: las montañas son rebajadas y las depresiones rellenadas con sedimentos. Ambos fenómenos poseen velocidades determinadas. El relieve terrestre es el resultado de la lucha de procesos antagónicos internos y externos. Si dejara de existir la actividad endógena, la superficie de la Tierra se volvería homogénea: el proceso de destrucción de las montañas sería continuo e irreversible. Prácticamente no existe porción estable. La actividad interna se manifiesta en grandes territorios por movimientos de ascenso, de hundimiento o de desplazamiento horizontal. Se producen con una velocidad variable, de milímetros a metros por siglo; lo mismo los procesos exógenos. Las altas montañas se han formado por ascensos de mayor velocidad que la erosión que las destruye; las fosas profundas de los océanos, y algunas de los continentes, resultaron por un hundimiento cuya velocidad es superior a la de la acumulación de sedimentos que se encargan de rellenarla. Al establecerse la geología, ciencia que estudia la Tierra, a mediados del siglo XIX, quedó claro para los científicos de la época que estos procesos endógenos habían actuado con notable intensidad en determinadas etapas de la vida de nuestro planeta, pero no se consideró que fueran permanentes y que en la actualidad se manifestaran en algunas regiones. No se tenían suficientes elementos para llegar a tales conclusiones. La geología evoluciona tanto por las observaciones directas que en la naturaleza hacen los especialistas, como por el avance de otras ciencias. La física de Newton permitió elaborar nuevas teorías sobre la estructura interna de la Tierra; la química de Lavoisier influyó en un mejor conocimiento de las rocas y los minerales; los conceptos evolucionistas de Darwin fueron aplicados en la geología. Para fines del siglo pasado y principios del actual, la física y la química se transforman con los descubrimientos de la radiactividad, de los rayos X y de la estructura atómica. La geología aplica métodos cuantitativos y su alianza con otras disciplinas da origen a terceras: la geofísica y la geoquímica son las principales; de la unión de la geología y la geografía física surgió la geomorfología, ciencia o disciplina del relieve terrestre. El estudio y comprensión de éste se basa en una trilogía: agente, proceso y forma. El primero es el sujeto que lleva a cabo una acción (el agua de los ríos, el viento, el magma, etc.); el proceso es la acción que realizan los agentes: erosión (destrucción), acumulación, volcanismo, etc.; la forma es el resultado, el objeto: valles, dunas, deltas, volcanes, etcétera. I I . L A ALGUNOS DATOS EVOLUCION T I E R R A SOBRE SU ESTRUCTURA Y LAS ROCAS que constituyen nuestro planeta están dispuestas desde el centro del globo hasta la superficie, de mayor a menor densidad. Esto es algo que se ha inferido a partir de las leyes de la física, de la composición de los meteoritos y del estudio de las ondas que producen los sismos, mismas que se propagan a través de la Tierra y cuyo estudio ha permitido a los geofísicos determinar a qué a profundidades más o menos constantes sufren cambios bruscos en su velocidad, lo que se relaciona con zonas donde se producen también bruscas transformaciones en la composición de las rocas, en su densidad y temperatura. Así, se han definido dos capas gigantescas, el manto y el núcleo y cada una ellas subdividida en dos (Figura 1). Por encima del manto se encuentra la capa superior; comparativamente muy delgada, la corteza terrestre. Figura 1. Estructura interna de la Tierra. En la medida en que se desciende al interior de la Tierra, la temperatura aumenta en un promedio de 3°C por cada 100 metros, hecho que fue observado desde el siglo pasado en minas profundas. Pero este incremento gradual, conocido como gradiente geotérmico, no se mantiene en esa proporción, sino que, a unos cuantos kilómetros, debe descender; de lo contrario, en la porción profunda del núcleo las temperaturas serían extraordinarias, del orden de 150 000°C. Actualmente se considera que deben de ser de un máximo de 6 000°C. El valor del gradiente geotérmico es muy variable: en algunas zonas volcánicas alcanza 90°C/km, mientras que en otras es de 6°C/km. El calor interno que llega a la superficie terrestre se atribuye fundamentalmente a los elementos radiactivos —todavía abundantes en la constitución de nuestro planeta— y se mide por la cantidad del mismo que atraviesa una superficie en un tiempo determinado: es el flujo térmico o flujo calorífico y se expresa en calorías por centímetro cuadrado por segundo. Los sismos producen dos tipos principales de ondas que se propagan en el interior de la Tierra de distinta manera. Son conocidas por los múltiples registros que se han hecho en las estaciones sismológicas en distintos puntos del mundo. Las ondas p (primarias) más rápidas, se difunden en un ambiente sólido, líquido o gaseoso; las ondas s (secundarias), sólo aparecen en los sólidos. La corteza terrestre La corteza terrestre es la capa superior. Tiene un grosor variable que alcanza un máximo de 75 km bajo la cordillera del Himalaya y se reduce a menos de 7 km en la mayor parte de las zonas profundas de los océanos. En uno y otro caso la corteza es distinta, lo que permite diferenciarla entre continental y oceánica (Figura 2). Figura 2. Estructura de la corteza terrestre. La estructura de la corteza continental es la siguiente: 1) Su capa superficial es un conjunto de rocas sedimentarias, con un grosor máximo de 20-25 km, que se forma esencialmente en el fondo del mar por la acumulación de sedimentos (fragmentos rocosos cuyo tamaño va de fracción de milímetro a metros) en distintas etapas de la historia geológica. La edad más antigua de estas rocas es de hasta 3 800 millones de años (m.a.) y hay porciones de la corteza donde dichas rocas no existen, o son capas muy delgadas. 2) Por debajo de la capa de rocas sedimentarias existen (en muchas regiones a partir de la superficie) rocas del tipo del granito, formadas por enfriamiento de magma y constituidas esencialmente por cuarzo y feldespatos (minerales en los que predominan los silicatos de aluminio y potasio, con otros elementos asociados, principalmente sodio y calcio). Se calcula que, bajo los sistemas montañosos, el grosor de esta capa es de más de 30 km. 3) La tercera capa rocosa, que subyace a la anterior, se ha inferido como semejante a los basaltos, rocas magmáticas con menor cantidad de sílice que los granitos y que debe tener un grosor general de 15-20 km, con incrementos de hasta 40 km. A diferencia de la corteza continental, la oceánica es geológicamente joven en su totalidad, con una edad máxima determinada hasta ahora de 180 m.a. La palabra continente se refiere a bloques gigantescos constituidos esencialmente por rocas del tipo del granito que se extienden bajo las aguas de los océanos hasta profundidades que varían de los 2 500 a los 4 000 m. La región que emerge por encima del nivel del mar es la tierra firme. La arquitectura de la corteza es distinta bajo las zonas profundas de los océanos, con un grosor de 5 a 8 km y densidad de 3-3.1. Aquí también encontramos tres capas principales de rocas: 1) Sedimentaria, formada por las acumulaciones constantes de fragmentos de roca y organismos en los océanos. El grosor es muy variable, con máximos de 10-15 km en algunas regiones, hasta menos de 500 m en otras. 2) Subyace una capa de rocas del tipo del basalto de 1.5 a 2 km de grosor, mezclada con sedimentos y con rocas de la capa inferior. 3) La tercera capa está constituida por rocas del tipo del gabro (semejante al basalto en composición, pero de origen profundo) y se calcula que es de unos 5 kilómetros de grosor ( Figura 2). Parece que la corteza oceánica se debe al enfriamiento de magma proveniente del manto superior. El manto El limite inferior de la corteza terrestre se ha establecido por las ondas sísmicas que cambian de una velocidad de 7.6 a 8 km/seg., valores promedio. Es un fenómeno de carácter global: se reconoce más o menos a la misma profundidad en toda la Tierra, en una zona de 3-4 km en sentido vertical conocida como discontinuidad de Mohorovicic (Moho, para muchos autores). A partir de ésta continúa el manto, una capa de 2 900 km de grosor, constituida por rocas más densas, donde predominan las peridotitas, rocas de silicatos de hierro y magnesio. Entre los 100 y 1 000 km de profundidad se produce una aceleración de las ondas sísmicas en varias zonas, pero en especial a 650-670 km de profundidad, lo que ha permitido definir un límite entre el manto superior y el inferior. Se infiere como un cambio de la estructura, de un medio plástico a otro rígido, donde es posible que se conserve la composición química en general. La velocidad de las ondas p disminuye bruscamente a 2 900 km de profundidad de 13 a 8 km/seg. y las ondas s dejan de propagarse. El paso del manto al núcleo externo, de un medio sólido a otro líquido, es la discontinuidad de Gutenberg. La corteza continental creció por una diferenciación química del manto superior; que se inició tal vez hace unos 3 800 m.a. Algunos autores, como S. Moorbath, suponen que toda la corteza continental, exceptuando la capa sedimentaria, tiene su origen en la diferenciación de la materia proveniente del manto. En la base del manto superior la densidad es de unos 5.5. En la porción superior del manto es donde se producen las corrientes de convección: grandes masas de materia fundida, que provienen de zonas de temperatura más altas, semejante al agua que hierve en una olla, desplazándose de la porción más caliente a la más fría. Ésta es la actividad principal del manto superior; en la que influye el calor proveniente del núcleo. Las corrientes de convección son el motor que mueve las placas litosféricas. El núcleo El núcleo es una gigantesca esfera metálica que tiene un radio de 3 485 km, semejante por su tamaño al planeta Marte. La densidad varía, de cerca de 9 en el borde exterior a 12 en la parte interna. Se ha inferido que su constitución es de hierro y níquel, con agregados principalmente de cobre, oxígeno y azufre. El núcleo externo es líquido, con un radio de 2 300 km. La diferencia con el núcleo interno se manifiesta por un aumento brusco en la velocidad de las ondas p a una profundidad entre 5 000 y 5 200 km, lo que ha permitido definir el límite entre ambos núcleos. El núcleo interno tiene un radio de 1 220 km. Se considera que es sólido y sus temperaturas son del orden de 4 000 a 5 000° C. Es posible que el núcleo interno sea resultado de la cristalización de lo que fue una masa líquida de mayor magnitud y que continúe este proceso de crecimiento. Se supone también que la energía calorífica influye en el manto, en particular en las corrientes de convección. Este concepto, todavía novedoso, tratado por algunos científicos como R. Jeanloz, hace del núcleo una pieza activa de la dinámica terrestre. Actualmente se considera que el núcleo interno posee un movimiento de rotación y es posible que se encuentre en crecimiento a costa del externo que se reduce. Muchos especialistas calculan que hace 4 000 m.a. la Tierra ya poseía un campo magnético, es decir; un núcleo metálico definido, lo que representó una nueva etapa de desarrollo del planeta; fue la frontera entre el proceso de consolidación y el enfriamiento de su superficie. Las capas del interior de la Tierra han dejado de ser cuerpos aislados entre sí para convertirse en partes de un sistema, que como en la maquinaria de un reloj de poleas —de los antiguos— actúan en interdependencia. Litosfera, astenosfera y mesosfera La clasificación en corteza, manto y núcleo obedece a cambios de la composición química asociados con otros de temperatura, presión y densidad. Actualmente se utiliza, además, una clasificación basada en la actividad o dinámica interna, donde se reconocen la litosfera, la astenosfera y la mesosfera, a las que se agregan núcleo exterior e interior. La litosfera comprende toda la corteza terrestre, más la porción superior del manto. Es, en sí, una capa rígida que tiene movimiento sobre otra plástica (astenosfera). El grosor es variable, de 50-150 km bajo los océanos y, hasta 300-400 km bajo los continentes. Está fragmentada en grandes bloques o placas litosféricas. La astenosfera fue definida de manera preliminar por B. Gutenberg en 1926; con mayor precisión, lo fue hasta fines de la década de los años cincuenta. Su borde superior se encuentra a una profundidad de 50-400 km bajo la superficie, aunque no se conoce su extensión total. Las ondas sísmicas disminuyen su velocidad, en especial las s, al pasar a un medio de menor densidad. Esta capa se destruye de manera constante, ya que al enfriarse se agrega a la base de la litosfera. La porción del manto que se encuentra bajo la astenosfera es la mesosfera (manto inferior). EL ORIGEN DE LA CORTEZA Surge el problema de por qué existen los bloques elevados, que son los continentes, y las depresiones oceánicas. ¿Qué fue primero, la corteza continental o la oceánica? ¿Cuándo surgieron? Estas y otras interrogantes no tienen aún una respuesta definitiva. Una teoría considera que la corteza granítica existe desde que la Tierra se enfrió hace 4 000 m.a. El granito es de menor densidad que el basalto, por lo que se encuentra en la porción superior. Los elementos más pesados deben constituir el núcleo y los más ligeros se encuentran en las capas de la atmósfera. Todo esto es muy lógico, pero actualmente predomina otro punto de vista: la corteza granítica no existía al inicio de la vida de nuestro planeta. La Tierra, al igual que el resto de los planetas del sistema solar, surgió de una nebulosa solar. Hace 4 600 m.a. debe de haber tenido un tamaño semejante al actual, y se formó por condensación de la materia de la nebulosa, así como por fragmentos de otros cuerpos planetarios que se agregaron. Fue una etapa de crecimiento (acreción) y aumento de la temperatura por efecto, principalmente,de los elementos radiactivos que entonces eran más abundantes; asimismo, se producía una contracción del planeta y los impactos de meteoritos eran frecuentes. Ambos fenómenos contribuían al calentamiento. El estudio de los planetas del sistema solar ha sido fundamental para entender cómo era la superficie original de la Tierra. Es de aceptación general que los planetas se formaron en una misma época y, aunque están constituidos por los mismos elementos químicos, la proporción en la estructura de cada uno debe de ser distinta. Hay otros factores que los distinguen: su masa y la distancia del Sol. En función de estos parámetros, la evolución de cada planeta ha sido diferente en los últimos 4 000 millones de años. Se considera que hace 4 000 m.a., la Tierra poseía condiciones semejantes a las de la Luna en la actualidad: no iguales. Un intenso bombardeo meteorítico provocaba la formación de cráteres en la superficie y, en muchos casos, se acompañaba por ascensos de magma que se derramaban rellenando las depresiones. De esta forma se originó una corteza basáltica, semejante a la que subyace a los océanos en sus regiones profundas. Todavía son pocos los elementos con que se cuenta para apoyar estas teorías, que se basan en el estado actual de la física y la química y en lo poco que se conoce de otros planetas. La teoría de Laplace, del siglo XVIII, se apoyó en las leyes de Newton. Hoy día la ciencia es distinta; las teorías se perfeccionan o son sustituidas por otras. Continúan en evolución y no han llegado a explicar, en su totalidad, los fenómenos del universo: de la materia y su movimiento, desde las dimensiones cósmicas hasta las infinitamente pequeñas. En la reconstrucción de la historia de la Tierra sucede lo mismo que en la historia de la humanidad: mientras más nos remontamos en el tiempo, tenemos menos elementos para explicar el pasado. Los archivos —rocas en un caso, restos de culturas antiguas en otro— se reducen considerablemente. Las rocas que se formaron en la etapa más temprana de la vida de la Tierra, en su corteza original, fueron destruidas, transformadas o cubiertas a lo largo del tiempo geológico. Cuando se realicen análisis de las rocas de Marte y Venus tendremos una información más completa. En la investigación es importante la comparación del objeto en estudio con otro semejante. En la medida en que conozcamos mejor el relieve de los planetas, sabremos más del de la Tierra. LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTINENTES Para algunas rocas se han determinado edades de hasta 3 800 m.a., mismas que se formaron en un medio acuático, lo cual permite suponer que entre 3 800 y 4 000 m.a. antes se originó la atmósfera. Puede ser que ésta haya existido desde que se constituyó la superficie sólida de la Tierra, por la concentración de los elementos más ligeros durante el proceso de enfriamiento, es la opinión de algunos especialistas; otros atribuyen una gran importancia al vulcanismo de la etapa inicial de desarrollo. Las erupciones volcánicas son ricas en gases, cuya acumulación gradual pudo formar la atmósfera, con una proporción de elementos químicos muy distinta de la actual. Al alcanzar determinada composición surgió el agua, que al precipitarse y escurrir fue rellenando las depresiones del relieve. Pudo haber sido el inicio de la formación de los actuales océanos. El agua en contacto con las rocas provoca reacciones químicas que van destruyendo lentamente los minerales que las constituyen. Una masa sólida y compacta se convierte en una sustancia deleznable de granos pequeños. La acción mecánica del fluido transporta los fragmentos de roca (sedimentos) hasta los océanos y al depositarlos origina otras rocas, las sedimentarias. Este proceso, de muchos millones de años, representó una nueva etapa en la evolución de la Tierra y, muy en especial, en su relieve. Algunos investigadores suponen que desde hace 3 500 m.a. se produjeron fracturas profundas que desmembraron la corteza en grandes bloques, lo que pudo haber sido el inicio del movimiento de placas litosféricas. Los restos de organismos más antiguos que se conocen tienen edades de hasta 3 400 m.a. La vida surgió en sus formas elementales en un medio acuático y evolucionó a lo largo de miles de millones de años, hasta las formas actuales, incluyendo al hombre; las transformaciones son tan complejas como las que ha sufrido el relieve terrestre. Hace 2 500 m.a. no existían grandes masas continentales, sino menores, y se elevaban sobre el océano; pero fue a partir de esa época cuando creció la corteza continental, lo que en apariencia fue una manifestación de pérdida de calor del manto. Las transformaciones se dieron en la atmósfera y en la vida cuando dominaban algas, hongos y bacterias, dando lugar a la aparición de formas más complejas. Las capas de rocas sedimentarias crecieron en grosor en las cuencas oceánicas. Procesos internos relacionados con altas temperaturas las transformaron —en algunas regiones— en otras rocas, las metamórficas. Cubrieron territorios cada vez más grandes. Así se fue formando la corteza continental y tuvo un notable desarrollo hasta hace 1 700 m.a. La separación de grandes bloques dio origen al mar de Tetis (Mediterráneo) y al de los Urales-Okhotsk y, posteriormente, al cerrarse los océanos, se convirtieron en sistemas montañosos. Doscientos m.a. antes, todos los continentes estaban unidos en Pangea (Figura 3). Norteamérica y Eurasia, en el norte, formaban Laurasia; en el sur; Sudamérica, Africa y la Antártida constituían Gondwana. Figura 3. Hace 200 millones de años los continentes estaban unidos en uno solo: pangea ( R. Dietz y J. Holden, 1970). La formación del Atlántico se inició hace 150 m.a. y separo a América de Europa. En los últimos 50 m.a. se definieron los rasgos principales de los continentes actuales. Aun cuando se conserva mucho de su configuración original, el relieve de la Tierra tiene su desarrollo principalmente en el último millón de años, o dos millones, edad que se atribuye al periodo Cuaternario. En ese periodo emergieron, sobre el nivel del mar, regiones como parte de la península de Yucatán y de Centroamérica y, las altas montañas del Asia Central, se elevan con una velocidad considerable; se formó el actual Golfo de California, por la separación de la península; surgieron la inmensa mayoría de volcanes jóvenes alineados en continentes y océanos. Esta actividad es simplemente una continuación del movimiento y de la vida en el planeta durante más de 4 000 m.a. No se presenta con la misma intensidad en toda la superficie, sino en determinadas regiones, entre otras, gran parte del territorio mexicano, Centroamérica y el Caribe. Para concluir, hay que señalar que la Tierra evolucionó con una rapidez considerable, lo que la distingue del resto de los planetas del sistema solar; porque, como considera S. Moorbath, gracias a su masa pudo retener el calor generado por la desintegración de los isótopos radiactivos, mientras que en la Luna, Marte y Venus, la energía calorífica se redujo en un tiempo breve. Todavía hay poca información sobre otros astros. La Luna posee un relieve de cráteres meteoríticos y volcánicos. Parece que conserva el mismo tipo de corteza desde su formación. En su superficie se colocaron instrumentos que registraron sismos, y aunque lo más probable es que éstos se hayan producido por impactos de meteoritos, no se ha descartado el origen profundo de algunos, lo que afirmaría una actividad interna en el satélite terrestre. Marte, un planeta considerablemente menor que la Tierra, posee una montaña de más de 23 km de altura. La máxima vertical del relieve terrestre es de casi 20 km. Uno de los canales de Marte es una depresión alargada de 1 500 km de longitud por 200 km de ancho y 6 km de profundidad. En Venus predominan las planicies, pero se encuentran también verdaderos sistemas montañosos de origen volcánico; entre otras elevaciones se encuentra la del Monte Maxwell, de 11 km de altura. El relieve de estos cuerpos celestes no es estático. Se ve afectado por caídas de meteoritos, posible actividad interna e incluso procesos de erosión y acumulación, causados principalmente por el viento. I I I . L A S U P E R F I C I E M O V I M I E N T O E N LAS TRANSFORMACIONES que ocurren constantemente en la superficie terrestre son, en muchos casos, vividas por el hombre. El volcán Paricutín, en el estado de Michoacán, pudo ser observado desde su nacimiento, en febrero de 1943, hasta su aparente culminación, en 1952. Poderosas corrientes de lodo cubrieron los poblados de Yungay, Perú, en 1970, y Armero, Colombia, en 1985. Unas semanas o minutos fueron suficientes para que cambiara una porción del relieve terrestre. Pero no todos los fenómenos que contribuyen a la modificación de la superficie de la Tierra son de esta naturaleza. Hay movimientos cuyos efectos son apreciables después de decenas de años, de miles de años, de cientos de miles y de millones de años. Hemos tardado mucho en entender esto. Las observaciones directas con fines científicos se comenzaron a realizar hace 200 años, pero con precisión, con el uso de instrumentos, hace apenas medio siglo. Para poder verificar muchas hipótesis sobre la dinámica del relieve terrestre necesitaríamos una información acumulada durante pocos miles de años; tan sólo de los últimos quince mil ya sería de mucha utilidad. Este breve retroceso en el tiempo nos conduciría a otros paisajes: las márgenes de los glaciares actuales se encontraban en una posición más baja, cubriendo una superficie mayor de Eurasia y América; una buena cantidad de volcanes, incluso de México, no existían, otros eran de menor altitud; las líneas de costa, aunque en general semejantes a las actuales, ocupaban una posición distinta, hacia el continente o hacia el océano. Hoy día sabemos que el nivel de la tierra firme cambia constantemente con respecto al nivel del mar. Se han medido velocidades que no imaginaron los científicos más radicales de fines del siglo pasado y principios del actual. Sin embargo, el conocimiento de estos fenómenos no se resuelve con la obtención de datos precisos de los últimos 30-50 años. No sabemos cómo se comportan estos movimientos en el transcurso del tiempo. ¿Predominan los de un mismo signo y velocidad durante un lapso prolongado? ¿Se alternan movimientos de distinto signo (elevación y descenso) de la superficie terrestre? La información obtenida en medio siglo no es extrapolable para los últimos milenios. En otro caso, para poder explicar cómo se formaron los grande sistemas montañosos (Andes, Himalaya, etc.), necesitaríamos que las observaciones hubieran durado por lo menos dos millones de años. Así, sucesivamente, podríamos continuar y remontarnos a 4 500 millones de años para conocer la historia de nuestro planeta. Con el fortalecimiento de la geología moderna, en el último tercio del siglo XIX, se fue aclarando que la superficie terrestre es producto de transformaciones sustanciales permanentes, pero no era entonces posible comprender la magnitud de los movimientos, ni su duración en el tiempo. Hoy día, esto es mejor conocido y se apoya fundamentalmente en lo tratado en el capitulo anterior sobre la actividad en el manto y núcleo terrestres. LAS PLACAS LITOSFÉRICAS Hacia la mitad del siglo XX ya se tenía la concepción de que la superficie terrestre es muy activa, incluso con procesos actuales de formación de montañas en algunas regiones del planeta. Esto se reforzó al surgir, a fines de la década de los años sesenta,la nueva teoría de la tectónica global o de las placas litosféricas. Hoy día sabemos que los movimientos que modifican la superficie terrestre son de varios tipos: los horizontales, que incluyen los desplazamientos permanentes de los continentes y, en estrecha relación, los movimientos verticales de levantamiento y hundimiento. La litosfera —capa rígida— está dividida en seis fragmentos mayores, de tal manera que un mapamundi se asemeja a un rompecabezas, donde las piezas están en movimiento, separadas por líneas que son las zonas de mayor actividad sísmica y, en ocasiones, volcánica. Fue a principios de los años sesenta del siglo XX cuando los estudios del fondo oceánico empezaron a aportar nuevos datos que renovaron la vieja hipótesis conocida en español como la deriva de los continentes (Kontinentverschiebungen), elaborada por el germano Alfred Wegener en 1912. La teoría de la tectónica de placas representa una de las revoluciones más importantes en la historia de la geología. Durante más de 100 años predominó la teoría del geosinclinal; dio explicación al origen de los continentes y océanos a partir de movimientos principalmente verticales. Se basa en el hecho de que en determinadas porciones de los fondos oceánicos se produce acumulación de sedimentos a lo largo de muchos millones de años, acompañada de un hundimiento, lo que permite que el proceso tenga continuidad. Así, se alcanzan grosores del orden de 5-20 km. Posteriormente cesa el hundimiento, el fondo marino se transforma en tierra firme y la masa gigantesca de sedimentos puede convertirse en un sistema montañoso, es decir, la orogénesis u orogenia. A lo largo del tiempo geológico, el proceso de movimiento de los continentes se produce en forma cíclica: se unen en una gran masa —el supercontinente—, misma que se fractura; bloques gigantescos —los continentes— se separan y desplazan alejándose uno de otro para después volver a unirse: es el ciclo de Wilson, llamado así en honor del científico estadounidense que hizo grandes aportes a la nueva concepción de la Tierra. La teoría del geosinclinal, elaborada originalmente por J. Hall en 1859, constituyó los cimientos de la geología. Supone una fosa oceánica en hundimiento que se acompaña de sedimentación; J. D. Dana enriqueció el concepto y fue quien propuso el término geosinclinal en 1873. La teoría —a manera de un proceso continuo de acumulación de sedimentos— fue creciendo durante más de 100 años, producto de los nuevos conocimientos que aportaban los estudios geológicos en todo el mundo y, por lo mismo, fue de enorme utilidad para el desarrollo de la nueva teoría de la tectónica global. A diferencia de ésta, aquélla es una explicación más compleja y, aunque está basada en principios bien fundamentados, no era posible su comprobación. En la década de los años sesenta hubo descubrimientos notables en diversas disciplinas de las geociencias; por ejemplo, los primeros mapas del relieve del fondo oceánico, el cambio del polo magnético terrestre a través del tiempo, un mejor conocimiento de los tipos de rocas, sus grosores y edades de las zonas más profundas de los océanos, así como nueva información sobre el interior de la Tierra. Todo esto entró en contradicción con los conceptos de la posición fija de los continentes y las cuencas oceánicas. Los especialistas propusieron otros mecanismos de la formación de los sistemas montañosos y las cuencas oceánicas: fue la formulación de la teoría de las placas litosféricas la que convirtió al planeta Tierra, en todo su interior y en su superficie, en un elemento mucho más vigoroso y activo —tendencia general a lo largo de los últimos 500 años—. Además, representa una explicación mucho más accesible y lógica. Las razones de que en un momento determinado cesa un proceso de hundimiento, o se produce una inversión del fondo oceánico u ocurre una orogenia, es algo que no tuvo una explicación suficiente en la teoría del geosinclinal, pero fue aceptado porque en más de un siglo no hubo otra explicación alternativa más convincente — algunas tuvieron corta duración. Un principio fundamental para entender los movimientos horizontales es el de los límites de placas de tres tipos: divergente, convergente y transformante (Figura 4). En los divergentes, dos placas se separan a lo largo de una gran zona de fractura que permite el ascenso de magma hasta la superficie y se crea corteza oceánica; en los transformantes, se produce un desplazamiento lateral sin creación de nueva corteza, y en los convergentes, sistemas más complejos que originan corteza continental, una de las placas se sumerge en el manto, es decir; que una placa de corteza oceánica se hunde bajo otra continental. En este proceso, materiales del lecho oceánico (sedimentos y rocas magmáticas) son transportados hacia el manto y el material fundido se eleva intrusionando las rocas superiores, formando masas de rocas intrusivas o dando lugar a erupciones volcánicas. Los materiales se hunden a centenares de kilómetros de profundidad en las zonas de subducción. Figura 4. Tipos de límites de las placas litosféricas. La teoría de la tectónica de placas se inició con la publicación de resultados de investigaciones, de R. S. Dietz en 1961 y Harry Hess en 1962, de las dorsales oceánicas (límites divergentes). En 1963, F. Vine y D. H. Matthews reforzaron esta idea al analizar el paleomagnetismo del fondo oceánico. A. R. Ringwood y D. H. Green, en 1966, relacionaron los procesos de diferenciación de la sustancia del manto terrestre con la expansión del fondo oceánico. El término tectónica global fue utilizado originalmente por B. Isacks, J. E. Oliver y L. R. Sykes en 1968. En el mismo año, el francés Xavier Le Pichon propuso que la corteza terrestre consiste en seis placas principales (Figura 5) y, junto con Jason Morgan y Dan McKenzie, aplicaron el término tectónica de placas, mismo que se popularizó y fue aceptado en todo el mundo. Figura 5. Las placas litosféricas principales. John Tuzo Wilson elaboró la teoría de las fallas transformantes y los puntos calientes. Esta última fue desarrollada posteriormente por J. Morgan.* Los estadounidenses B. Isacks, J. Oliver y J. Sykes consideraron el movimiento de las placas en todo el globo, con creación y destrucción de corteza terrestre. En los años posteriores, este concepto se ha enriquecido: J. Dewey reconoció 28 placas. En realidad, las seis placas originales se subdividieron en otras y se identificaron algunas comparativamente muy pequeñas, como la de Rivera en el territorio oceánico mexicano. No dejamos aquí el tema de la tectónica de placas, sino que volveremos a tratarlo en varias ocasiones más. LA INFLUENCIA DE LOS SISMOS Se ha reconocido que en muchas regiones de actividad sísmica después de un terremoto se producen cambios en el nivel de la superficie, generalmente de ascenso. En México se han hecho escasos estudios sobre este tema, pero hay algunos datos interesantes. En 1971 los investigadores Grivel Piña y Arce Ugarte reportaron una disminución del nivel medio del mar en Puerto Angel, Oax., después de un sismo de 5.2 grados en la escala Richter; ocurrido en enero de 1966. Hasta 1970 se había detectado un ascenso de la tierra firme de 14 cm; también registraron un levantamiento brusco de 23 cm en Acapulco después de dos sismos ocurridos en mayo de 1962. Una vez que ocurrió el terremoto de septiembre de 1985 en territorio mexicano, investigadores del Instituto de Geología de la UNAM se desplazaron a las costas del Pacífico más afectadas, donde reconocieron a partir de simples observaciones que desde Zihuatanejo, Gro. y hasta 33 km al occidente se produjo un levantamiento de 50-60 cm. Un terremoto en Chile en 1746 provocó un levantamiento de la tierra firme de aproximadamente 7m, cerca de la ciudad de Concepción; se registraron posteriormente ascensos de uno a tres metros en 1822, y hasta tres metros en 1835. Entonces se observó que los cambios de nivel provocados por un sismo son variables en una misma región. El terremoto de 8.5 grados que afectó a Chile en 1960 permitió reconocer movimientos, en una superficie de 130 000 km2, de hundimiento y levantamiento que alcanzaron una diferencia vertical de hasta 5.7 m. En Alaska, un sismo en 1964 de 8.4-8.6 grados, provocó un ascenso de más de dos metros y hundimientos de hasta 1.6 m en una superficie de aproximadamente 300 000 km2. De un sismo anterior en Alaska en 1899 el terreno se elevó 14 m y se calcula que en los últimos 4-5 mil años en la porción central de Alaska este valor alcanza hasta 40 m. En la región de la falla San Andrés, los estudios de detalle que ahí se realizan están proporcionando una rica información. En el sector El Cajón, en el sur de California, se detectaron desplazamientos debidos a una falla, con una velocidad media para los últimos 14 000 años, de 24.5 mm/año y se estableció un periodo de 150-200 años para los terremotos. En la isla Kiuroko de Japón, el científico Yamashina Kenichiro y colaboradores, después de un terremoto de 7.7 grados en 1983 reconocieron un hundimiento de la costa de 32 cm. Lo interesante es que desde 1964 no se habían apreciado cambios de altitud y tampoco en el año posterior al sismo. Las observaciones continuas que se realizan en las regiones de fuerte actividad sísmica han revelado cambios en la velocidad de los movimientos verticales antes y después de un sismo; por ejemplo, los registrados en la ciudad de Toshkent (antes Tashkent), capital de Uzbekistán, de acuerdo con el científico A. A. Nikonov, demostraron lo siguiente: Entre 1930 y 1940 la diferencia vertical máxima de movimientos verticales fue de 32 mm; de 1940 a 1965 fue de 52 mm; durante 1965 y hasta mediados de 1966 se registraron diferencias máximas de 65 mm (el terremoto fue en abril de 1966). En 1967 los valores descendieron a 31 mm. Los movimientos verticales se incrementaron años antes del sismo y disminuyeron brúscamente después de éste para volver a la misma intensidad. El conocimiento de estos movimientos en los continentes y en las cuencas oceánicas ha modificado los conceptos geológicos. La evolución de la superficie terrestre se produce con una velocidad mucho mayor de lo que siempre se había considerado. Por otro lado, las nivelaciones precisas periódicas son uno de los medios que se están aplicando para tratar de predecir sismos. Hacia la mitad del siglo pasado los científicos radicales sostenían que la Tierra sufría una lenta evolución, los cambios eran imperceptibles al hombre y duraban millones de años. Los conservadores trataban de conciliar ciencia y dogma religioso: la Tierra, en apego a la Biblia, no podía tener más de 6 000 años y la transformación de su relieve se había producido en periodos catastróficos de corta duración. Las eras geológicas se reducían de millones de años a días. Si consideramos que los sismos de gran intensidad en una misma región se producen en periodos de 50-200 años y cada uno modifica la altitud original en centímetros, obtenemos para un millón de años, velocidades equivalentes a las que dan origen a los sistemas montañosos. Éstos se forman no sólo por movimientos imperceptibles o débiles que sólo registran los sismógrafos, sino también bruscos, violentos, aunque ocurran una vez en un siglo. El conocimiento sobre los movimientos verticales y horizontales que afectan el relieve terrestre se enriquece constantemente. Las observaciones precisas son de pocos años a la fecha y se realizan, cada vez en mayor cantidad, con diversos métodos, desde las nivelaciones geodésicas hasta las mediciones precisas por medio de satélites artificiales. En sí, cada uno de los movimientos telúricos no es un agente importante en la transformación del relieve. Sin embargo, si consideramos su continuidad en una región dada, por cientos de miles de años e incluso millones de años, su influencia debe ser sustancial. Alta y Baja California se alejan Una de las características del conjunto de placas litosféricas es que los límites de éstas son zonas de alta actividad sísmica. Esa característica se reconoce en Sudamérica frente a las costas de Chile y Perú; después, hacia el norte, marginal a Centroamérica, hasta la zona de los estados de Colima y Jalisco; vuelve a aparecer en el Golfo de California, con sismos menos frecuentes, pero con aumento hacia la zona limítrofe con Estados Unidos, donde esta franja se extiende por el interior de California, zona en la cual los temblores son muy frecuentes. Anualmente se registran en el mundo algunos miles de temblores de tierra; los hay todos los días del año. Pocos son captados por los humanos; la inmensa mayoría son de poca intensidad y sólo quedan registrados en las estaciones sismológicas. Algunos de fuerza excepcional han dejado huella en el relieve, hecho de especial interés en las ciencias de la Tierra. El sismo que destruyó la ciudad de San Francisco en 1906 produjo desplazamientos verticales de menos de un metro en la superficie, pero horizontales de hasta 6.4 m. Esto se reconoció con claridad ya que diversas construcciones como casas, bardas y vías de comunicación que se disponían sobre la falla San Andrés, causante del terremoto, fueron partidas y desplazadas. La tragedia tuvo también algún buen efecto posterior: proporcionó a los científicos una gran información y fue además, una motivación para apoyar, en todos sentidos, investigaciones relacionadas con el problema, mismas que continúan a la fecha con muy buenos resultados. La falla San Andrés es una ruptura de la corteza terrestre que se extiende a lo largo del estado de California, de San Francisco a Los Ángeles, y continúa hacia el sudeste en lo que es la fosa del Golfo de California. A esta falla se asocian muchas más, aunque, en general, de dimensiones menores. Se considera que el Golfo de California se formó por el desplazamiento de un bloque continental, que es la península, en un proceso todavía activo, con una velocidad promedio de 6 cm/año. Se supone también que se desplaza al noroccidente junto con la porción occidental de California, de tal manera que Los Angeles, en el bloque en movimiento, se acerca a San Francisco, en el bloque fijo (Figura 6). Aunque esto no es apreciable a simple vista, las huellas del movimiento son claras: destrucción de obras de ingeniería (incluso edificios), tuberías, carreteras, acueductos y otras. Figura 6. Las fallas principales de California. Las flechas representan la dirección del desplazamiento (en: A. Nikonov, 1979). Los estudios actuales permiten registrar movimientos pequeños no reconocibles a simple vista; así, por ejemplo, a raíz de un par de sismos en junio de 1992, con epicentro cercano a Los Angeles, el Instituto Tecnológico de Pasadena y los laboratorios LawrenceLivermare determinaron que la ciudad se desplazó al noroccidente 13 mm. Mediciones geodésicas recientes permitieron a Luc Ortlieb y sus colaboradores determinar que en cuatro años la costa de Sonora se desplazó lateralmente 23 cm, con respecto a las islas vecinas del Golfo de California. A los lados de la falla San Andrés, en una distancia de 110 km se reconocen más de 130 cauces fluviales desplazados, de algunos metros hasta más de un kilómetro. Esto ha ocurrido en las últimas decenas de miles de años. Respecto a velocidades de movimientos provocados por fallas, L. Lubetkin, M. Clarck y H. Keneth han determinado desplazamientos horizontales de incluso 3.5 cm año. Por otro lado, J. Perkins, J. Sims y S. Sturgen definieron que en los últimos 800 años la velocidad media de desplazamientos en la falla San Andrés es mayor en el sur; de 29 a 41 mm/año, mientras que en el norte es de 12 mm/año. En la zona de Ventura se han establecido velocidades de levantamiento vertical de 14 a 2 mm/año para los últimos 200 000 años, variando en intensidad y se calcula que, actualmente es de 55 mm/año en promedio. En 1956 se estableció que los movimientos de la falla San Andrés no son continuos y regulares, sino que se producen por impulsos que ocurren en lapsos días y semanas, en alternancia con meses de tranquilidad. Desde entonces se pudo definir su periodicidad y predecir los impulsos con mucha precisión, con error de una a tres semanas. Sin embargo de 1985 a 1995 han ocurrido varios temblores en California sin que haya habido siquiera una predicción aproximada: año, trimestre, mes o semana de ocurrencia, lo que tampoco significa que en el futuro no se llegue a esto. LA INFLUENCIA DE LOS HIELOS Escandinavia se levanta Hace 18 000 años, y aproximadamente hasta 60 000 años antes, la península escandinava, al igual que la tierras más septentrionales, estaba cubierta por el casquete de hielo del polo norte, con un grosor que alcanzó más de 2km en algunas zonas. Esa masa gigantesca de hielo debe de haber provocado un hundimiento de la superficie, de incluso cientos de metros. Entre 18 000 y 10 000 años atrás se produjo un cambio climático: aumentó la temperatura con el consecuente retroceso de los glaciares en una franja de hasta cientos de kilómetros, lo que debió de tener por lo menos dos efectos importantes: ascendió el nivel del mar inundando grandes planicies costeras y las zonas liberadas de la carga de hielo iniciaron un ascenso.O sea, un regreso al nivel anterior a la glaciación. Ya los pobladores de las costas del Báltico habían reconocido en el siglo XVII que el mar se alejaba gradualmente. Antiguas obras ribereñas se encontraban cientos de metros tierra adentro. En el siglo XVIII se inician observaciones sobre las oscilaciones del nivel del mar en las costas de Suecia. El científico del mismo país, A. Celsius, calculó entonces el ascenso del oriente de la península y de Finlandia, en un metro por siglo, velocidad que fue confirmada por investigaciones posteriores. Asimismo, se ha precisado que ésta es variable en el territorio escandinavo y que llega a presentarse incluso de signo contrario, de hundimiento. Actualmente se han establecido velocidades de emersión de la tierra firme, incluso de más de 10 mm/año en las costas suecas, aunque variables a lo largo de las mismas. El ascenso de Escandinavia se produce con mayor intensidad en su porción central (Figura 7), la que se considera soportó el mayor grosor de hielo durante la última glaciación. Se han inferido también velocidades del pasado y así, por ejemplo, se calculan las mayores de 13 a 8 cm/año hace 7 000-6 000 años y de 1 cm/año para la actualidad. Figura 7. Velocidades actuales de levantamiento de Escandinavia y regiones contiguas (A. Nikonov, 1979). Las isolíneas representan velocidades de movimientos verticales en mm/año. En la vecina República de Estonia, L. Vallner; H. Siddvee y A. Torim definieron que una parte del territorio se levanta con velocidad de hasta 2.5 mm/año y otra se hunde 0.3 mm/año. Las glaciaciones son un fenómeno de enfriamiento global y se ha establecido que ocurrieron en el pasado geológico, por lo menos en el precámbrico, hace más de 1 000 m.a., a principios y fines del paleozoico (500 y 280 m.a.). Mejor conocidas son las de los últimos 2.5 m.a, del pleistoceno. Se considera que en el último millón de años han ocurrido ocho avances de los hielos, en alternancia con retrocesos. Movimientos en otras regiones Después de la glaciación también se produjeron hundimientos que continúan hoy día. Éste es un fenómeno común en algunas planicies costeras, inundadas por el aumento del nivel del mar que provocó el deshielo. Aun cuando en éstas hubiera la tendencia al ascenso, el peso de la masa de agua, con un tirante de 100-200 m, frena la emersión e incluso invierte el proceso a hundimiento. En la región de San Lorenzo, Canadá, los hielos alcanzaron unos 3 000 m de grosor a fines del Pleistoceno. En los últimos 12 000 años, como resultado del deshielo, la superficie se elevó por lo menos 400 m; pero ya que la velocidad no es constante, se calcula que hace unos 7 000 años fue de hasta 8 cm/año y se redujo a unos mm hace 2 000-3 000 años. En las costas del noroccidente del Golfo de México se produce actualmente un hundimiento con velocidad de 1 mm/año. Aparentemente se debe a un incremento brusco del nivel del mar al final de la última glaciación, de por lo menos 50 m. En Nueva Escocia, Canadá, los hundimientos tienen una velocidad de 5 mm/año y de 5.3 mm/año en la cuenca de los Cárpatos occidentales. El máximo hundimiento provocado por el peso de los casquetes de hielo se calcula en hasta 700-900 m. No hay duda acerca de la influencia de los hielos de las altas latitudes sobre los movimientos actuales de levantamiento y hundimiento. Pero no es la única causa de éstos, ya que se reconocen en muchas regiones de la Tierra. En general, los movimientos de levantamiento más intensos se producen en lo que fueron las zonas centrales de los glaciares, donde se presentaba el grosor mayor; los movimientos más débiles y de transición a hundimiento tienen lugar en lo que fueron las márgenes glaciáricas. El fenómeno de Escandinavia despertó el interés del hombre por conocer con más precisión la extensión territorial de los movimientos actuales. Las observaciones realizadas en los últimos 30-50 años han permitido elaborar mapas de velocidades de éstas para Europa y Norteamérica. Resulta que regiones que no fueron afectadas por capas potentes de hielo también se encuentran en actividad. Un levantamiento de un metro por siglo equivale a 100 metros en 10 000 años, a 1 000 en 100 000 años. Esto es una velocidad extraordinaria para la escala geológica, que conduciría a transformar las grandes planicies de Escandinavia y del occidente de la ex Unión Soviética en altas montañas en menos de un millón de años. Es poco probable que se trate de un fenómeno de esta naturaleza. Seguramente, una vez que la superficie alcance la altitud que tenía antes de la glaciación, los movimientos serán mucho más débiles o nulos. NOTAS * La tectónica de placas es el tema de un libro de Alejandro Nava, el número 113 de La Ciencia desde México. I V . L O S V O L C A N E S EL NACIMIENTO de volcanes y la actividad de muchos de los existentes también es un fenómeno que contribuye a la transformación del relieve terrestre. Es sin duda el proceso que origina mayores modificaciones en menor tiempo. Sucede en forma tan rápida que a la fecha es uno de los procesos geológicos mejor conocidos por el hombre. Numerosas erupciones han ocurrido en la Tierra en el transcurso del siglo y cada vez se estudian con mayor detalle. No sucede lo mismo con un sistema montañoso originado por otros procesos, como la Sierra Madre Oriental: necesitaríamos por lo menos la información de observaciones realizadas a lo largo de un millón de años para conocer parcialmente la secuencia de su evolución. Si los volcanes en el principio del tiempo geológico pudieron presentarse en toda la superficie terrestre, hoy día se asientan en algunas zonas bien definidas, generalmente alineados. La actividad volcánica que se manifiesta en la superficie terrestre se debe al ascenso de magma —una masa de roca fundida del interior de la Tierra— a través de grietas. No es como se pensaba en el siglo pasado, que los volcanes son alimentados por el supuesto fuego interno del centro de la Tierra. El magma es rico en elementos químicos, que incluyen gases que se desprenden en forma tranquila o violenta. Una propiedad importante del magma es su viscosidad, que aumenta con la cantidad de sílice contenido. El enfriamiento y solidificación pueden producirse lo mismo en el interior de la Tierra, antes de alcanzar la superficie, que al derramarse en ésta, o después de haber escurrido más de 20 km. Tipos de erupciones Las erupciones volcánicas expulsan lava a la superficie de tres maneras distintas: escurrimiento, lluvias de piroclastos y coladas de piroclastos. Al escurrir la lava en la superficie terrestre, se originan los derrames o coladas de lava. Es bien conocida la del volcán Xictli (o Xitle), sobre la cual se asientan la Ciudad Universitaria, la colonia del Pedregal de San Ángel y muchas otras zonas urbanas del sur de la ciudad de México. Derrames como éste pasan del centenar en la República Mexicana, en especial en la región del paralelo 19. Algunos los observamos porque son muy jóvenes, seguramente de menos de 100 000 años. En ocasiones, la lava ascendente se enfría en el subsuelo, cerca de la superficie o derramándose sobre las laderas del edificio, en cortas distancias. Es el proceso de formación de los domos volcánicos. Las lluvias de piroclastos resultan del desprendimiento de lava incandescente que asciende hacia la superficie y es arrojada con una gran fuerza hacia arriba por los gases que forman parte de la lava. En el aire se disgrega y enfría, precipitándose con partículas de diversos tamaños. Las coladas o flujos de piroclastos son masas de material lávico que es arrojado también desde el cráter de un volcán, en grandes cantidades, altas temperaturas y contenido gaseoso, pero desplazándose a gran velocidad por las laderas. Se depositan a lo largo en distancias incluso de más de 20 km. La emanación de lava forma volcanes en el centro de erupción, mismos que en general, son amplios, de varios kilómetros de diámetro y laderas de poca inclinación. Estos reciben el nombre de volcanes escudo, característicos de las islas Hawai, donde son también comunes los lagos de lava, que consisten en la acumulación del magma en un cráter, con formación de una costra sólida en la superficie, ocultando la masa viscosa. El material piroclástico arrojado en grandes cantidades a través de un cráter origina los volcanes de forma cónica con laderas empinadas: son los conos de tefra, de escoria o cineríticos, ampliamente expuestos en el territorio mexicano, en su mayoría apagados. Los productos más finos, las cenizas, son depositados incluso a decenas de kilómetros en capas delgadas de algunos centímetros. La erupción del Chichón se distinguió porque envió cenizas y gases a más de 25 km de altura y, de acuerdo con M. Rampino y S. Self, fue la nube más densa observada en el hemisferio norte desde la erupción del Krakatoa en Indonesia en 1883. En la actividad volcánica es más común la conjugación de procesos distintos. En el Paricutín la lava se derramó por bocas en la base del volcán y en sus proximidades, hecho común para cientos de volcanes semejantes. Otros grandes volcanes como el Fuego de Colima han tenido una actividad más compleja: expulsión de material piroclástico, derrames de lava y formación de domos. La erupción del Santa Elena, en mayo de 1980, mostró con claridad un proceso que no había sido antes observado con detalle: el colapso del cono volcánico y una consiguiente avalancha de gran magnitud. A partir de entonces, diversos estudios permitieron precisar que este fenómeno catastrófico se ha producido en el pasado, prácticamente en todos los grandes volcanes mexicanos y, en algunos, más de una vez. El científico francés A. Lacroix propuso en los primeros años de este siglo una clasificación de volcanes basada en la observación de diversas erupciones. Reconoció cuatro tipos principales y los llamó hawaiano, estromboliano (de Sicilia), vulcaniano (de Sicilia) y peleano (de la Martinica). Con el tiempo, como normalmente ha sucedido en la geología, la clasificación de Lacroix resultó insuficiente: se reconocieron tipos distintos de actividad, como la de los volcanes de Islandia y el Vesubio (pliniana) (Figura 8), además de las submarinas. Por otro lado, se observó también que un volcán puede tener un tipo de actividad en una época y cambiar en otra. Figura 8. Los tipos principales de volcanes: 1) islandés, derrame de lava por una fisura; 2) hawaiano, erupción de lava por un cráter; 3) estromboliano, erupciones explosivas discontinuas; 4) vulcaniano, erupciones explosivas violentas; 5) pliniano (Vesuvio), expulsión de grandes cantidades de material volcánico en grandes cantidades y a altura considerable; 6) peleano, formación de nubes ardientes. Hoy día se aplican varias clasificaciones para los volcanes, considerando factores como: el tipo de magma que los produce, los procesos que los originan, la duración de la actividad, su estado actual, rasgos superficiales, etc. Los volcanes en sí, se clasifican, por su forma y origen, en: escudos, compuestos, conos de tefra y domos. Sin embargo, por comodidad y costumbre se sigue utilizando la terminología de Lacroix, ya enriquecida. En ocasiones, la acumulación de lava rellena una depresión o escurre sobre una superficie plana formando una meseta. También llega a cubrir grandes territorios y da lugar a formas como la mesa de Columbia, E.U.A., de aproximadamente 240,000 km2 de rocas basálticas de 16 millones de años. Estructuras semejantes son casos excepcionales; se forman en tiempos prolongados por erupciones repetidas de ascenso de magma a la superficie a través de fracturas; el grosor de los depósitos llega a ser de más de 1 000 m. La historia de la Tierra registra la formación de mesetas de este tipo en Siberia (250 m.a.), Sudáfrica, Sudamérica (Paraná), la India (65 m.a.) y otros. Algunos autores como Millard Coffin y Olav Eldholm, quienes con buenas evidencias, incluyendo dataciones precisas, consideran que las grandes erupciones que formaron estos relieves se produjeron en lapsos geológicos muy breves, del orden de 1-1.5 millones de años y, además pudieron coincidir con algún fenómeno catastrófico, como la colisión de un gran meteorito. Sin embargo, también existe la explicación de que los fenómenos volcánicos debieron ser de mayor magnitud debido a condiciones distintas de las actuales, donde una temperatura del manto, superior a la actual, pudo favorecer un volcanismo mucho más intenso. Efectos del volcanismo El nacimiento de un volcán o la reactivación de otro ya existente puede provocar, en cuestión de semanas, un incremento de altitud con respecto al nivel del mar, de algunos centímetros a unos metros, sin considerar la zona central de la erupción donde puede ser de 200 a 400 metros. El Paricutín, un año después de su nacimiento, había alcanzado una altura de 275 m con respecto a la superficie original (Figura 9). Figura 9. El Paricutín en 1970. Se puede apreciar que la velocidad con que se incrementa la altura de la superficie terrestre por volcanismo es extraordinaria en comparación con la de movimientos tectónicos. En las proximidades del volcán las depresiones del terreno son rellenadas, la erosión fluvial se interrumpe, surgen planicies semejantes a las de los desiertos de arena, mientras vuelve a iniciarse el proceso de formación del suelo. Gracias a una intensa actividad volcánica en por lo menos los últimos 100 000 años en la actual cuenca de México, se dieron condiciones ideales para la vida humana: clima, suelos, vegetación, agua, fauna, etc. El hombre se ha encargado de secar los lagos, provocar la extinción de flora y fauna en grandes extensiones territoriales, convertir los suelos fértiles en planchas de asfalto, explotar y contaminar las aguas superficiales y subterráneas, transformar las condiciones atmosféricas, etc. Ruptura del equilibrio de la naturaleza que conduce a una catástrofe.1 En las regiones volcánicas más activas, los procesos de la erosión no han tenido oportunidad de evolucionar. Para no ir muy lejos, en la zona de Uruapan, Mich., o el sur de la cuenca de México, entre el Ajusco y el Popocatépetl, las montañas muestran rasgos insignificantes de erosión, el agua de lluvia no llega a escurrir en la superficie lo suficiente como para formar una red de arroyos, y esto se debe principalmente a la juventud de las erupciones que han definido este paisaje. La acumulación continua de lavas y material piroclástico cubre en cuestión de meses lo que la erosión ha hecho en cientos o miles de años. También sucede que los cauces de los arroyos son obstruidos, acción que permite la acumulación del agua, en ocasiones en pequeñas dimensiones, formando lagos como los de Zempoala, Mor., o mayores como los de la cuenca de México, Pátzcuaro, Cuitzeo y otros más. Vivimos en una época de intensa actividad volcánica, aunque restringida a zonas bien definidas de la Tierra. La principal de ellas es el Cinturón de Fuego del Pacífico, desde las islas Aleutianas en Alaska, hasta Nueva Zelanda; la Cordillera de Norteamérica, México, Centroamérica y Los Andes. Volcanismo vivo La actividad actual se presenta en el cinturón montañoso euroasiático, sobre todo en la región del Mediterráneo. Un rosario de volcanes se extiende del norte de África hacia el sur a través del Mar Rojo, Etiopía, Kenia, Nyasa-Tanganica. Los volcanes están presentes en todos los océanos; no menos de 7 000 están ocultos bajo las aguas, pero los hay que por su intensa actividad sobrepasan el nivel del mar formando islas como Hawai, las Revillagigedo y muchas más. La tierra firme mexicana se enriqueció con el nacimiento del volcán Bárcena en 1952 en la isla San Benedicto, precisamente en el grupo de las Revillagigedo; actividad submarina cercana al Everman se reconoció en febrero de 1993. En México hay ocho volcanes potencialmente activos: Citlaltépetl, Popocatépetl, Fuego de Colima, Tacaná, Ceboruco, Las Tres Vírgenes (Baja California Sur), San Martín Tuxtla y Chichón. A éstos se pueden agregar los de las islas Revillagigedo, Jorullo, Xitle, Paricutín y aún podría especularse sobre muchos otros. Los vulcanólogos han encontrado que volcanes apagados por algunos miles de años volvieron a manifestar actividad. Esto ya es tema de especulación, pero se puede mencionar el Nevado de Toluca y más de una decena de volcanes que nacieron en los últimos 10 000 años. Se han establecido edades de volcanes de menos de 5 000 años que no pueden considerarse muertos. También hay que considerar las zonas activas donde es posible predecir, con base en una estadística muy burda, el nacimiento de un nuevo volcán en los próximos 3 000 años. Algunos datos sobre las zonas de alta concentración de volcanes activos en la Tierra son los siguientes: en las islas japonesas Hokkaido, Honsiú, Kiusiú y Riukiú hay 55; en el país más pequeño de Centroamérica, El Salvador, hay 11; en la isla de Java, 35; en Islandia 40. El 80% de los volcanes activos se encuentra en el Cinturón de Fuego del Pacífico. Las erupciones volcánicas generalmente se anuncian con tiempo, con sismos frecuentes. El relieve también puede ser un índice: se ha observado que antes de una erupción se producen deformaciones en el suelo: levantamientos, hundimientos, cambios pequeños en la pendiente del volcán. Tan sólo para los continentes se han registrado poco más de 1 000 volcanes activos en tiempos históricos. Los procesos efusivos y explosivos se presentaron entre 1950 y 1959 en por lo menos 22 volcanes distintos; entre 1960 y 1969 en 21 volcanes y entre 1970 y 1975 en aproximadamente 30. Prácticamente todos los años hay más de una erupción, aunque la gran mayoría son expulsiones débiles de lavas y piroclastos. Daños y beneficios Las erupciones catastróficas que han provocado cientos y miles de muertos son casos aislados en la historia. Algunos datos compilados por el volcanólogo ex soviético V. I. Vlodavets son los siguientes: El Vesubio en el año 79 cubrió Pompeya con rocas de un espesor de 7-8 m; el Estado de Mataran en Java, fue destruido física y políticamente por la actividad del volcán Merapi en el año 1006; otra vez el Vesubio en 1 631 produjo la muerte de unas 3 000 personas; en 1669 el Etna, en Sicilia, provocó grandes daños a 18 poblados y a la ciudad de Catania. En 1783, por la erupción de volcán Laki de Islandia, murió 50% del ganado ovino y entre 76 y 79% del equino y bovino; la población humana se redujo de 49 000 habitantes a 10 500. El volcán Unzen en Japón causó la muerte de 10 000 personas en 1792. Trágicas fueron las erupciones del Tambora en la isla Sumatra (Indonesia) en 1815; el Halunggung en Java en 1822, el Krakatoa en Java en 1883; el Pelé en la Martinica en 1902; el Kelud en Java en 1919; el Lamington en Nueva Guinea, el Katarman en las Filipinas en 1951 y el Agung en Indonesia en 1963. El Pinatubo en Filipinas tuvo grandes erupciones de piroclastos a partir de junio de 1991, a las que siguieron poderosas corrientes de lodo (lahares). Los daños que pueden causar las erupciones volcánicas están relacionados con varios fenómenos: 1. Los derrames de lava, las lluvias de material piroclástico (principalmente ceniza) y las nubes ardientes o flujos piroclásticos. 2. Las corrientes de lodo (lahares) volcánico suelto y agua en grandes desbordes de lagos, derretimiento de producen con velocidades promedio de distancias aproximadas de 14 km. provocadas por material cantidades (por lluvias, la nieve y el hielo), se 40 a 77 km/h y alcanzan 3. Por sismos relacionados con la actividad volcánica. 4. Por tsunamis (olas gigantes). Las tragedias mayores han sido por la expulsión de gases tóxicos, acompañados de precipitación de nubes ardientes como sucedió en el Pelé a principios de siglo. Los fenómenos no volcánicos, pero asociados a este proceso, como los sismos y en especial los tsunamis han causado tragedias. Durante la erupción del Krakatoa en 1883 murieron más de 36 000 personas en las islas vecinas, invadidas por olas de 20 a 35 m de altura, con velocidad de hasta 566 km/h. Una débil actividad del Nevado de Ruiz en Colombia (1985) provocó un violento deshielo que dio origen a una gigantesca corriente de lodo que cubrió toda una población, sepultando a más de 10 000 personas. Mucho se habla y escribe en cada ocasión que los volcanes entran en actividad. Generalmente a estos sucesos se les da un tono sensacionalista, donde influyen más los mitos que la verdad objetiva. Poco razonamos en cuanto a la influencia positiva del volcanismo de los últimos 100 000 años, o el más joven de los últimos 5 000 años. Las tierras fértiles del Bajío mexicano y las del norte de Michoacán son resultado de la alteración de material volcánico joven. La zona volcánica que se extiende desde Colima y Nayarit hasta Veracruz, a través del paralelo 19, es la región más poblada del país, con una fuerte actividad económica. El volcanismo moderno ha creado las condiciones favorables para el desarrollo de centros de población en las altas planicies, vigiladas por los volcanes mayores: Citlaltépetl, Naucamtépetl, Matlacuéyatl, Iztaccíhuatl, Popocatépetl, Ajusco, Xinantécatl, Tancítaro y los volcanes de Colima, región en la que hay más de 3 000 edificios volcánicos menores. Al margen del tema: ¿será posible que rescatemos los nombres originales de muchos elementos del relieve mexicano? Hay un dato interesante que proporciona el volcanólogo ex soviético V.I. Vlodovets, comparando las islas de Borneo y Java que poseen condiciones climáticas muy semejantes; la densidad de población es 600 veces mayor en Java donde la actividad volcánica es extraordinaria: unos 20 volcanes vivos. Resulta que mientras en Java los suelos están en constante regeneración y son de alta fertilidad, en Borneo se empobrecen y erosionan. En los últimos años ha tenido un gran desarrollo el aprovechamiento de la energía interna de la Tierra para generar electricidad: la geotermia, presente en las zonas de volcanismo activo. México cuenta por lo menos con tres zonas bien estudiadas: en el extremo noroeste de Baja California, en Michoacán y en los límites de Puebla y Veracruz.2 Los productos de las erupciones son útiles como material para la construcción y algunos para la industria química. Hay también minerales metálicos relacionados con el volcanismo, y si pensamos en los grandes volcanes de las regiones tropicales como el Popocatépetl, el Pico de Orizaba y el Kilimanjaro, la gran altura alcanzada favoreció la presencia en ellos de una capa permanente de nieve y hielo, lo que se traduce en agua abundante en la base del volcán y suelos fértiles en sus laderas inferiores y zonas contiguas. El volcanismo forma parte de un sistema que mantiene un equilibrio en la naturaleza. Con toda seguridad, cada año seguiremos enterándonos de erupciones, en algunos casos trágicas. El daño que el hombre ha causado a la naturaleza en los últimos 30 años es muy superior a cualquiera de las catástrofes provocadas por fenómenos naturales. MAARES Y CALDERAS A raíz de la descripción de un cráter de grandes dimensiones, de más de 5 km de diámetro en las Canarias, que lleva el nombre de La Caldera, el término se extendió a las formas semejantes. Originalmente, la diferencia entre una caldera y un cráter fue sólo por el tamaño: el cráter volcánico pocas veces alcanza los 2 km de diámetro; de mayores dimensiones se consideraba la caldera. Hoy día se define a ésta como una depresión, más o menos circular que se origina por hundimientos con dos posibles explicaciones: 1. Las erupciones explosivas que arrojan una gran cantidad de material magmático pueden provocar un vacío en la chimenea por donde asciende, a loque sigue un hundimiento de la superficie (Figura 10), con lo que el cráter se amplía. 2. El cráter sufre rupturas concéntricas y posterior hundimiento en bloques. A esto puede seguir la actividad volcánica. Figura 10. Formación de una caldera. Las calderas se reconocen en todas las regiones volcánicas activas de la Tierra, aunque son mucho menos comunes que los cráteres. El Mauna Loa, en Hawai, posee una de 6 por 3 km de diámetro. En México hay buenos ejemplos de calderas, algunas antiguas como La Primavera, de una edad aproximada de 120 000 años, contigua a Guadalajara, otras mas en Huichapan, Hgo. (Figura 11) y, de grandes dimensiones, es la de Los Humeros, de unos 16 km de diámetro, al occidente de Perote, Ver. Figura 11. La caldera de Huichapan, Hgo. Nunca se ha observado en México la formación de una caldera, a pesar de que las erupciones volcánicas han sido frecuentes a través de la historia. Las calderas son expresión de una actividad violenta y peligrosa de erupciones y sismos. En el país hay varias calderas bien definidas, formadas en los últimos dos millones de años; los estudios geológicos están demostrando que en el Cinturón Volcánico Mexicano el número puede incrementarse notablemente con calderas antiguas y, como tales, no bien conservadas, pero sepueden reconocer por algunos vestigios en el relieve y la composición petrológica. Con estructuras de este tipo se relacionan también masas magmáticas ascendentes que crean elevaciones en el relieve. En Long Valley, California, se detectó un levantamiento de 10 cm en diez años, de forma dómica, asociado a una caldera. Los maares son cráteres (Figura 12) que surgen por una explosión provocada por un calentamiento de las aguas del subsuelo cercanas a la superficie, por presencia de magma a poca profundidad. Esto es, se forman en regiones volcánicas activas. El término proviene del distrito de Eifel en Alemania donde son comunes; generalmente se presentan en grupos. Figura 12. Maar (lago cráter) en Valle de Santiago, Gto. En México hay dos regiones principales de estos maares, una en Valle de Santiago, Gto., y otra en la cuenca de Oriental, entre los volcanes La Malinche, Pico de Orizaba y Cofre de Perote. En esta última son conocidos como axalapazcos (con un lago en su fondo) y xalapazcos (sin agua). Cerca del poblado de Chalco, Edo. de Méx., se encuentra el Xico, un cráter de este tipo. Son característicos de las planicies que poseían una rica alimentación hídrica subterránea, e incluso había lagos presentes. Por esto es que con frecuencia tienen un lago permanente. El cráter-lago de Alchichica, Ver. se puede apreciar en la margen de la carretera México-Jalapa, unos kilómetros antes de Perote. Sobre este tema del relieve originado por volcanismo se han señalado las cuestiones fundamentales. Se podría escribir mucho más y con diversos enfoques, lo que es importante en México, donde los volcanes son elementos fundamentales de su geografía y geología; tal como lo reafirmó el Popocatépetl en diciembre de 1994, cuando entró en actividad después de casi 70 años de permanecer tranquilo (Figura 13). Figura 13. El Popocatépetl en erupción en enero de 1995.