Num024 012

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Libro del trimestre
ESPAÑA Y LA II GUERRA MUNDIAL
FLORENTINO PORTERO
Klaus-Jorg Ruhl: «Franco, Falange y "Tercer Reich". España en la Segunda Guerra Mundial.» Ed. Akal. Madrid, 1986.396 pp.
Con once años de retraso aparece en
nuestras librerías la excelente obra de KarlJorg Ruhl sobre las relaciones hispanoalemanas durante la II Guerra Mundial, sin
que el paso del tiempo haya disminuido el
interés del libro. Para su elaboración el autor consultó los archivos alemanes, ingleses
y norteamericanos disponibles, y entrevistó y obtuvo material documental de personas que tuvieron algún papel en este proceso político. La información lograda es de
indudable valor. La redacción es inteligente, insertando en todo momento los hechos
dentro del marco general de la historia del
Reich y del régimen de Franco. El resultado
es una buena visión de conjunto de uno de
los aspectos más interesantes tanto de la II
Guerra Mundial como del Franquismo.
Renuncia el autor a analizar las relaciones hispano-alemanas en el periodo
1939-1940, por considerarlo suficientemente estudiado. Es indudable que estos
años son los que más han atraído a publicistas e historiadores. Superada ya la fase de
propaganda-contrapropaganda sobre lo
que ocurrió en Hendaya, parece haberse
llegado a un acuerdo sobre la realidad e importancia de la «tentación» franquista de
entrar en la guerra en la primavera y primeros meses del verano de 1940, tentación
que iría descendiendo a medida que fracasaba la ofensiva alemana en la Batalla de
Inglaterra y se hacía inevitable una «guerra
larga». El debate se centra ahora en si a la
Cuenta y Razón, núm. 24
Septiembre 1986
altura de octubre de 1940 Franco estaba todavía dispuesto a entrar en la guerra en caso
de que Hitler aceptase las reivindicaciones
coloniales y la ayuda militar y económica o
si, por el contrario, había dado paso ya a la
que seria su política a lo largo de la guerra,
vincularse al Eje para aplazar sitie die la entrada en el conflicto. En cualquier caso,
como señala Ruhl, «En Hendaya, en octubre de 1940, las negociaciones hispanogermanas acerca de la entrada de España en
la guerra no habían fracasado por las excesivas exigencias españolas en materiales de
guerra y alimentos, sino por la consideración de Hitler frente a Francia e Italia» (P
137). La tesis defendida por los publicistas
del franquismo sobre una premeditada
exageración de las necesidades materiales,
utilizada hábilmente por Franco para hacer respetar a Hitler la neutralidad española, carece de sentido. Fueron las reivindicaciones coloniales las que desanimaron al
Führer por implicar la ruptura con la Francia de Vichi y previsibles desavenencias
conMussolini.
El libro de Ruhl va más allá de una clásica historia diplomática. Las relaciones hispano-alemanas se ven a través del conjunto
de las instituciones, grupos e intereses que
de hecho intervinieron en su gestación. Por
parte alemana cabe destacar, además de
Hitler y del Ministerio de Asuntos Exteriores, a las SS, al propio partido NacionalSocialista y al Ministerio de la Propaganda.
Con distinta capacidad de influencia e intereses, a menudo contradictorios, la pugna
entre unos y otros determinó el resultado final. Por parte española hay que distinguir a
Franco de sus ministros de Asuntos Exteriores, y a éstos de militares y falangistas
como grupos de presión que actuaban sobre Franco en uno u otro sentido. Especial
interés tienen las páginas dedicadas a la intervención alemana en la política interior
española a través de la Falange -Hedilla,
Salvador Merino y Arrese-, y de algunos
militares próximos al partido como Muñoz
Grandes y Yagüe. Las fuentes documentales alemanas permiten enriquecer los conocimientos que teníamos de la vida política
española durante estos años. Si la figura de
Franco está lejos de lograr el respaldo que
más adelante conseguiría, es ahora, cuando
su liderazgo es discutido, cuando su capacidad de maniobra se nos muestra con más
claridad. Las intrigas británicas y alemanas
fracasaron en el intento de levantar frente a
él un bloque suficientemente fuerte, bien
monárquico, bien falangista. Franco supo
dividir a sus enemigos y hacerse imprescindible.
La «tentación» intervencionista y la conferencia de Hendaya caracterizan la primera
fase de las relaciones hispano-alemanas. La
apertura del frente ruso, junio de 1941,
daría paso a la segunda. La concentración
de fuerzas y los crecientes problemas que
encontró en el frente oriental, llevaron a
Hitler a aplazar sus planes sobre Europa
Occidental. La Operación Fénix fue formalmente pospuesta, y Ribbentrop dio órdenes a su embajador en Madrid para que
no planteara la entrada de España en la
guerra, la «no beligerancia» y las privilegiadas relaciones comerciales parecían suficiente contribución. En España, mientras
tanto, aumentaba el deseo de mantenerse
neutral y de lograr una diplomacia independiente de la de Berlín. Las dimensiones
que el conflicto tomaba, la incapacidad
económica y militar española y los crecientes problemas alemanes en el frente oriental así lo aconsejaban. Sin embargo, y de
forma paralela, asistimos a la aparición de
un fenómeno que fue creciendo en importancia, y que concluyó caracterizando la
acción exterior alemana hacia España: la
rivalidad entre los organismos del estado y
del partido para controlar y definir la diplomacia. Era una pugna entre dos concepciones distintas, la representada por los funcionarios del estado, que actuaban en términos de diplomacia de poder, y la de los
del partido, de carácter más ideológico. Si
para los primeros la «no beligerancia» española era suficiente, para los segundos era
«cuestión de prestigio» la falangistización
del régimen español y su entrada en la guerra en el momento oportuno. El estancamiento en el frente oriental y la generalización del conflicto con la entrada de los Estados Unidos, acabarían por inclinar la balanza a favor de los segundos. Los «camisas
viejas» fueron en un primer momento el
instrumento que acabaría con las dudas de
Franco y, dentro de ellos, Salvador Merino
fue el elegido por Berlín. Sin embargo,
Franco supo librarse de él a la vuelta de su
viaje a la capital del Reich. El comandante
en jefe de la División Azul, Muñoz Grandes, fue el recambio designado. En julio de
1942 Hitler y Muñoz Grandes se entrevistaron para analizar las relaciones entre ambas naciones. Allí el general español se
comprometió a que, a su vuelta victorioso
de Rusia, obligaría a Franco a dar un giro a
su política o, si era necesario, le depondría.
La caída de Serrano Suñer, símbolo para
los alemanes de la política antifalangista, y
las dificultades en Rusia, llevaron a Hitlera
abandonar la carta Muñoz Grandes.
El desembarco aliado en el norte de África dio un giro a la guerra con importantes
consecuencias para las relaciones hispanoalemanas. La situación de España era de indudable valor para controlar la entrada en
el Mediterráneo, y como puente natural en
tre Europa y África. Los aliados temían su
unión definitiva al Eje, lo que expondría su
retaguardia. Hitler creía que la vinculación
ya existente en España con el Reich determinaría a los aliados a ocuparla para asegurar así su penetración por el Mediterráneo.
El Gobierno español, por su parte, temía
tanto una invasión aliada como una alemana. Franco actuó con gran prudencia dando
un giro importante a su política exterior.
Las quejas aliadas sobre privilegios alemanes en España comenzaron a tener audiencia. La idea de entrar en la guerra fue defini-
tivamente abandonada con la sola excepción de los reductos falangistas.
A Alemania ahora sí le interesaba la entrada de España en la guerra, pero era obvio
que Franco se negaría a participar en aquellas condiciones. Hitler se planteó la invasión de la península para controlar el Mediterráneo, intensificar la guerra de submarinos y atacar a los aliados por su retaguardia. Si al final no lo hizo fue, a juicio del
Reich, por dos razones: el convencimiento
de que Franco ordenaría a resistir, lo que
supondría para Alemania un esfuerzo bélico que no estaba en condiciones de emprender, y el miedo a que se produjera una crisis
política que diera paso a una revolución republicano-comunista. A Alemania le interesaba la entrada de España, pero sólo si
ésta era voluntaria. En caso contrario valía
más el mantenimiento de la situación: una
España «no beligerante» inclinada a favor
del Eje, que no permitiera el paso de los
aliados por la península ibérica. Esta solución tenía como ventaja la concentración
de la potencia militar en los frentes ya establecidos.
Hitler aceptó la neutralidad española sin
por ello renunciar a su futura participación
en la guerra. La diplomacia oficial quedó
definitivamente apartada ante las presiones de las SS, el partido y el Ministerio de la
Propaganda. La intervención en la política
interior española se hacía ahora más urgente ante el éxito aparente de las maniobras
inglesas respaldando la opción monárquico-neutralista, especialmente entre los generales, lo que hacía temer un golpe de estado que diera paso a D. Juan. En esta ocasión el fracaso fue aún mayor que en las precedentes. Frente al consejo de la embajada
el hombre elegido para dar un cambio de timón a la política española y, ahora sí, entrar en la guerra fue el Ministro Secretario
General del Movimiento Arrese. Si bien
era un «camisa vieja» y habían respaldado
a Hedilla, lo que le había costado la cárcel
con Franco, a la altura de 1942, era un fiel
servidor de éste. Como Salvador Merino y
Muñoz Grandes fue invitado a Berlín enero 1943- para dialogar con las altas
instancias del Reich, pero en esta ocasión el
interlocutor español no se mostró dispues-
to a la intriga. Con Arrese se puso fin a la diplomacia secreta.
El año 1943 da paso a la última fase de las
relaciones hispano-alemanas. Por las mismas fechas en que Arrese viaja a Alemania,
Franco sugiere al embajador británico la
conveniencia de abrir negociaciones de paz
entre el Reino Unido y Alemania para alejar el peligro comunista de Europa. Franco
se distanciaba del Eje hacia una mayor neutralidad. Por iniciativa de Hitler el 12 de febrero se firmó el Protocolo Secreto hispano-alemán por el que España se comprometía a defenderse en caso de un ataque
aliado. Hitler se aseguraba así el frente occidental y renunciaba definitivamente a la
entrada de España en la guerra. Franco, por
su parte, evitaba la posibilidad de un ataque preventivo alemán. El desembarco
aliado en Sicilia, en julio de 1943, consolidó la situación establecida por el Protocolo
Secreto. Hilter necesitaba utilizar toda su
potencia bélica en los frentes abiertos y
Franco intensificó su política de neutralidad, la «no beligerancia» fue abandonada y
la División Azul volvió del frente ruso.
Poco a poco el contenido falangista de la
política exterior española fue arrinconado
para dar paso al «nacional-católico» que
caracterizaría el periodo de la posguerra. El
régimen de Franco encontraría sus nuevas
señas de identidad en dos valores cotizados
en la naciente sociedad internacional y que
utilizaría para lograr su superviviencia: la
catolicidad y el anticomunismo.
Frente a la idea comunmente extendida,
por obra de la publicística franquista, de
que los años de la II Guerra Mundial fueron
de permanente tensión entre una Alemania
amenazante, que nos exigía la inmediata
entrada en la guerra, y una-España acosada
donde sólo la genialidad gallega de Franco
hizo posible la neutralidad, la obra de Ruhl
nos proporciona una visión más coherente.
En 1940 fue España, y no Alemania, quien
planteó la entrada en la guerra. La mala situación económica y, sobre todo, el reparto
colonial llevaron a Hitler a posponerla hasta finalizada la campaña rusa. Sólo en el periodo comprendido entre el desembarco
aliado en el norte de África, noviembre de
1942, y la ocupación de Sicilia, julio de
1943, hubo auténtico interés alemán por la
entrada de España. Para entonces Franco
ya tenía un pleno control de la Falange,
por lo que el régimen pudo dar una imagen
de unidad en favor de la neutralidad. La in-
tervención alemana fue más importante,
frente a lo que se ha venido defendiendo, en
la política interior y es aquí donde la habilidad de Franco realmente destacó.
F.P.*
* Profesor de Historia Contemporánea de la U.N.E.D.
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