Num093 020

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Libros recientes de Ensayo y
Ciencias Sociales
El inicio de curso, inminente cuando aparezca este número de nuestra revista, proporciona la
ocasión para hacer referencia a algunas de las publicaciones recientes de especial interés bien
porque se refieren a la actualidad española o a otra más amplia pero siempre relevante en el mundo
en que vivimos. Empezaremos por aquellas que evocan la inminente conmemoración de la apertura
del proceso de transición hacia la democracia tras la muerte de Franco para referirnos, a continuación, a otros
libros interesantes pero más alejados de nuestra realidad más inmediata.
JAVIER TUSELL
Ante un vigésimo
aniversario
E
l cumplimiento del
aniversario
va
a
producir en España
una
eclosión
de
publicaciones desde la biografía al
ensayo y desde el libro académico
al simple reportaje. Será, por
tanto, preciso saber distinguir
calidades y así lo vamos a hacer aquí
con la pretensión de que la
conmemoración no desdibuje la valía
permanente de unos textos ante la
inanidad de otros.
En Josep Sánchez Cervelló, "La
revolución portuguesa y su
influencia en la transición española
(1961-1976)". Madrid, Nerea,
1995, encontramos un cumplido
ejemplo de libro académico hasta el
extremo de que fue en un
momento anterior tesis doctoral.
Se trata, pues, de una publicación
valiosa y destinada a perdurar
aunque, como veremos, no
exenta
por
completo
de
inconvenientes.
Como muy bien recuerda el
autor de este libro, con la
revolución portuguesa de los
claveles ha acontecido en
España todo un inesperado
cambio de imagen. En un
principio, en plena vorágine de
los acontecimientos, Portugal
pareció un acicate o un freno
para cada uno de los sectores en
los que se dividía España
respecto
de
una
posible
transición a la democracia.
Luego, en cambio, se ha convertido
en una rigurosa excepción el caso de
quienes hacen referencia al vecino
país al tratar de la transición
española a la democracia.
Tal evolución se explica en
parte debido a las diferencias
existentes entre los dos países.
Portugal, que había tenido
siempre una dictadura más flexible
que la española y no había pasado
por la tentación totalitaria, en vida
de Salazar mantuvo también una
situación política que podría ser
definida como de petrificación de
modo que el dominio tecnocrático
fue posterior, ya en los tiempos de
Mar-cello Caetano. Sin embargo
la gran diferencia con respecto al
caso español fue la génesis
colonial del derrumbamiento
del régimen. Este caso deja
bien claro hasta qué punto una
dictadura tiene muy a menudo un
margen de maniobra infinitamente inferior al de una
democracia. Portugal libraba
una batalla imposible de ganar por
el ambiente internacional y por la
falta de recursos (la mitad
del
presupuesto
era
empleado en Defensa) pero
que parecía inevitable porque
cualquier intento de renunciar a
ella parecía peor que permanecer
a la pura y simple espera del
desastre.
Pero quizá lo que ha hecho
olvidar como término de comparación posible el caso portugués
es el contenido mismo de la
revolución. La verdad es que es
muy poco lo calificable de
heroico en sus orígenes. La protesta
de la oficialidad no tuvo como
detonante un ansia de libertad o
el convencimiento de que los
independentistas de las colonias
tuvieran razón, sino disputas de
intereses profesionales en la
hasta tal punto que Caetano, antes
de ser derrocado, les había ofrecido el poder sin necesidad de
acto alguno de fuerza.
Lo peor, sin embargo, vino después.
Todo el año 1975 presenció una
reducción del poder civil a la
condición de subalterno mientras
que la fragmentación de unos
militares, que en su mayoría
ignoraban qué rumbo querían
dar a su socialismo puramente
verbal, dejó en las mejores
condiciones un partido comunista
que tenía todavía significación
estalinista para intentar un
monopolio del poder. Leyendo
a Sánchez Cer-velló el lector tiene
la sensación de que fueron mucho
más las circunstancias exteriores
que la resistencia interna —al
menos en el sector militar— las
que enderezaron el rumbo de
la revolución portuguesa hacia la
democracia. Los vencedores, sin
embargo, debieron soportar una
tutela militar —el Consejo de la
Revolución— hasta 1982 y un
Presidente
perteneciente
al
Ejército hasta 1986, lo que
parece probar que si los militares
entran con facilidad en la
política les resulta mucho más
difícil salir de ella.
oficialidad que no sirvieron sino
para ratificar la impotencia del
Gobierno. Los generales que
protagonizaron la sublevación y
luego la vida política al comienzo
del período revolucionario, como
Costa Gomes y Spínola, se
caracterizaron por su ambigüedad
El impacto que la revolución de los
claveles tuvo sobre la política
española queda bien retratado en el
libro de Sánchez Cervelló. La
revolución en el vecino país
tuvo
en
principio
una
significación positiva para la
apertura, pero, en cambio,
provocó una retracción cuando
pareció que la dictadura de
derechas podía ser sustituida
por un régimen semejante a la
izquierda. La UMD siguió un
rumbo paralelo a los sucesos
portugueses y no parece posible
dudar que de haber triunfado
podría haber empantanado a la
política española en una situación
parecida. Pero tanto en este
caso como en la situación de
descolonización, en la que se
encontró España en el Sahara, o
la eventualidad de una unidad
sindical impuesta desde arriba, el
caso portugués actuó como un
positivo contramodelo. Pocos
fueron capaces de denunciarlo
en su momento y si menos lo
dicen ahora hay que pensar
que quizá eso se deba a la mala
conciencia de haber apoyado
entonces un proceso que fue en
comparación con el español
infinitamente
peor
llevado.
Aunque
no
aborda
la
evolución económica durante el
período, que acentuaría esa
impresión, el libro de Sánchez
Cervelló, a veces farragoso y de
lenguaje incorrecto, tiene el
mérito de recordar al lector
esta evidente conclusión cuando
nos aproximamos al vigésimo
aniversario del comienzo de la
muerte de Franco. Convendría
que la recordaran quienes ahora
achacan una especie de pecado
originario a nuestra transición.
De muy diferente factura es, sin
duda, el libro de Luis Herrero, "El
ocaso del régimen. Del asesinato de
Carrero a la muerte de Franco",
Madrid, Temas de Hoy, 1995,
que puede y debe ser encuadrado
en lo que podríamos denominar
como reportaje histórico o
periodismo retrospectivo. Un
género de libros
bastante
frecuente en la España de hoy
es, en efecto, aquel en que un
periodista de primera fila
pretende abordar una cuestión
que no es de estricta actualidad
para la que acaba por remontarse
al pasado más inmediato. Es
habitual que de esta manera se
aborden acontecimientos que
tienen influencia perdurable
sobre la vida pública o sucesos
que han tenido una repercusión
mas duradera que la de una
pequeña incidencia ocasional.
También pertenece a este género
de libros la biografía de una figura
política o intelectual. El género, tan
exitoso en Gran Bretaña, de la
biografía —autorizada o no— de
no ser nada frecuente en España
nutre en la actualidad las listas de
éxitos. Pero el nivel de calidad que
en ese país suele exigirse está
muy por encima de lo que es
habitual en nuestras latitudes.
Puede decirse que esta última
afirmación es válida también
para el libro de actualidad en
España. Este género de libro
suele tener éxito entre el gran
público, pero para quien se
quiera tomar verdaderamente en
serio el contenido de lo que allí
aparece escrito surgen serias
dudas respecto del fundamento de
cualquier afirmación por modesta
que sea. Es habitual que en este
tipo de libros no se citen las
fuentes; muy a menudo estas
son puramente verbales o no han
sido contrastadas de manera
suficiente. En el caso de las
biografías sucede que o bien están
escritas en realidad por el propio
protagonista, que parece que no
se toma así la molestia o no corre
el peligro de que nada le pueda
ser reprochado, o bien están escritas contra él. En el futuro este
género de libro es muy posible que
tenga interés, pero siempre será
parcial, y también es probable que
creen
confusión
por
esa
dificultad existente en el
discernir qué tienen de verdad y
de mentira. Lo lógico sería que
este género de libros de
actualidad citaran el origen de sus
afirmaciones y distinguieran lo que es
mera opinión de aquello que es
información. Todo esto viene a
cuento de que el número de
libros de este género que se
publican a lo largo del año es muy
amplio pero eso no quiere decir
que la calidad les acompañe. Sólo
merece la pena tomar en
consideración aquellos que
sobrepasan la media por alguna
razón especial.
Este es el caso del que ha escrito
Luis Herrero, el conocido
periodista, sobre los años finales
del franquismo. En realidad se trata
de una especie de reescritura de
otro texto que el autor redactó
en compañía de un compañero
de profesión y que ahora se
enriquece, en la perspectiva del
vigésimo aniversario de la muerte
de Franco, con alguna fuente
nueva. Esos años, en efecto, han
sido objeto ya de un elevado
número de libros de memorias que
el autor utiliza de forma adecuada
pero, además, suma a ellas los
testimonios, documentales y
orales, de otras como Fernando
Herrero, su padre y uno de los
últimos secretarios generales del
Movimiento, el Marqués de
Villaverde, Miguel Primo de
Rivera, el doctor Pozuelo y
otros. Todo esto contribuye a dar
interés a este libro que presenta un
fresco apasionante de lo que fue la
proporciona
matices
muy
interesantes, alguno de ellos
bastante nuevo. Merece la pena,
por ejemplo, tener muy en cuenta
la versión que en sus páginas se
ofrece acerca del paso de Adolfo
Suá-rez por la vicesecretaría general
del Movimiento en los tiempos en
que su superior jerárquico fue
Herrero.
descomposición de un régimen
político. No se suele tener en cuenta
hasta qué punto este hecho resultó
un factor de
importancia
esencial para llegar a realizar la
posterior transición. Los hechos
resultan sobradamente conocidos
pero sin duda este libro
De todos los modos el autor
que, en definitiva, no es un
historiador comete errores que
hacen dudar con fundamento que
su interpretación sea la más correcta.
Existe todavía la impresión de que
hay secretos por desvelar en el
asesinato de Carrero, pero lo que
no es correcto es sembrar la duda al
respecto aduciendo el testimonio
de un desequilibrado falangista que
pretendió
que
los
norteamericanos le mataron con
una mina "olfativa" (7). La tesis de
que en el momento final de la
vida de Franco todavía D.
Alfonso tenía esperanzas de
convertirse en su sucesor no tiene
justificación probada alguna,
como tampoco parece tenerla el
propósito de coronar a D. Juan
Carlos el 1 de octubre de 1975.
Frente a lo que dice el autor los
contactos indirectos del Rey con
los comunistas no jugaron ningún
papel en las relaciones del futuro
Rey con Franco porque los
desconoció. Todo cuanto antecede
testimonia hasta qué punto hay
cuestiones de la Historia reciente de
España que resultan parcial o
totalmente desconocidas. Es
muy discutible que los periodistas
sean capaces por sí solos de
reconstruirlos pero a menudo los
historiadores
consideran
demasiado frivola esa tarea como
para llevarla a cabo. Y, sin
embargo, si no se hace se está
perdiendo una oportunidad que
otras generaciones posteriores
quizá ya no tengan.
En otras latitudes.
Tras esta excursión sobre temática
española bueno será que la
hagamos compatible con dos
libros recientes que han tenido un
reconocimiento apreciable por
parte del público lector. Se trata,
en realidad, de textos muy
distintos pero que tienen como
coincidencia el versar sobre
cuestiones de actualidad. En el
primero un militar español
diagnostica la tragedia de los
desaparecidos
argentinos
durante la dictadura padecida
por este país, mientras que el
segundo es una visión muy original
acerca de la vida de uno de los
grandes dictadores del siglo XX.
En Prudencio García, "El drama de
la autonomía militar. Argentina
bajo las Juntas militares", Madrid,
Alianza Editorial, 1995, encontramos
una singular incursión en una
cuestión que sigue estando, por
desgracia, en la sección de
internacional en los diarios de
todo el mundo. Es habitual
quejarse del desinterés de las
ciencias humanas en España por
fenómenos
de
la
realidad
hispanoamericana; paradójicamente
sólo ha empezado a desaparecer
en el momento en que lo ha hecho
también una voluntad de recalcar a
ultranza la peculiaridad común o
una especie de complejo de
superioridad que muy a menudo
carece de justificación. Eso
bastaría para saludar con interés
la aparición de un libro como
éste si no fuera porque además la
cuestión sobre la que versa
trasciende por completo un área
cultural
y
constituye
un
interrogante universal. El hecho
de que sea un militar español el que
se pregunte acerca de lo sucedido en
Argentina no es casual porque
los ecos de la argumentación que
resultó tan grata a los oídos del
Ejército argentino han resonado
en los nuestros hasta no hace
tanto tiempo.
Prudencio García reconstruye con
escrupulosidad el proceso que
llevó a la que, en su opinión,
resulta causa principal de la
bárbara persecución contra el
real o sobre todo supuesto
terrorismo en la Argentina de los
años setenta. Sobre una tradición de
intervencionismo
político
del
Ejército actuó el deslizamiento del
mundo
militar
hacia
la
consideración como peligro
inmediato del "enemigo interior"
subversivo. Una sólida tradición,
política
y
religiosa,
de
reaccionarismo a la que se
sumaron las doctrinas de la
seguridad nacional o el ideario
antisubversivo de procedencia
francesa y norteamericana tuvo
como resultado la consideración
como guerra de lo que hubiera
debido tener un tratamiento
estrictamente policial. En 1975 la
guerrilla revolucionaria, que
había causado casi 700 muertos,
estaba prácticamente vencida.
El golpe de Estado militar de
marzo de 1976 no fue más que la
instalación en el poder de
quienes pensaban en la bondad
del procedimiento de combatir la
guerrilla revolucionaria al margen
de cualquier legalidad y de
cualquier humanidad. Antes de
que los militares llegaran al
poder los grupos de extrema
derecha habían exterminado a
900 personas. La instalación en el
poder de este género de barbarie
ha producido la desaparición entre
15 y 20.000 personas, cifra que
equivale a veinte o treinta por
cada una de las víctimas de los de
la guerra revolucionaria. Lo peor
del caso no ha sido, sin embargo,
el volumen de la barbarie sino su
carencia de sentido, porque
afectó a miles de personas
que nada tuvieron que ver con la
subversión revolucionaria, su
método sistemático, la crueldad
que
supone
esa
triste
originalidad de ese sector del
Ejército argentino de haber
inventado el "desaparecido" y, en
última instancia, la perversión
duradera del papel que le
corresponde al Ejército en una
sociedad actual. Fueron quienes
estuvieron en la primera fila de
esta guerra interior los que
luego resultaron más desastrosos
en las Malvinas y la "autonomía
militar" consistente en que el
Ejército se otorgaba el derecho y la
obligación de combatir con medios
carentes de cualquier ética una
subversión ya vencida la que
explica la duración del problema
militar durante una quincena de
años.
Ahora,
cuando
este
problema parece ser menor,
vuelven los ecos de la Historia para
recordar que si la generosidad
puede parecer una solución
pacificadora la impunidad acaba
por ahondar las heridas e impedir
que cicatricen.
género de actitudes descritas
para la Argentina no fueron tan
habituales en el Ejército español,
ni siquiera al comienzo de la
transición, pero sin duda en el
GAL hubo un comienzo de lo
que ya había acontecido en
Argentina. Siempre fue estúpido
decir que el terrorismo en todas
las latitudes ha sido liquidado por
idénticos procedimientos pero,
además, la lectura de este libro
testimonia hasta dónde se puede
llegar por la simple tolerancia
inicial de la barbarie.
También sigue presente en la
prensa diaria la situación actual de
China y para quien quiera
conocerla en sus antecedentes
históricos inmediatos no vendrá mal
la lectura de Li Zhisui, "La vida
privada del Presidente Mao",
Barcelona, Planeta, 1995, que
tiene
como
mérito
especialísimo romper con la
visión que se suele tener de ese
personaje crucial en la Historia del
Mundo Actual.
El libro de Prudencio García
tiene un exceso de erudición
teórica y le sobran páginas
relacionadas con ella de las que
hubiera sido posible prescindir con
provecho. Es un libro, sin
embargo, que causa una
profunda impresión al lector. Ese
Abramos un libro de Historia de
esos que se utilizan de forma
habitual en nuestras aulas
docentes. Evitemos que se trate de
la secundaria cuyos textos, por la
limitación de espacio, pueden
incurrir en simplificaciones. En la
educación universitaria, como
resulta lógico y esperable, uno de
los protagonistas obligados es
Mao Tse Tung que siempre
aparece retratado como un héroe
cuya biografía ejemplar sólo en casos
excepcionales estuvo entreverada
de algunos leves inconvenientes o
errores que no obstan para un
balance general muy positivo.
Mao, en efecto, suele ser descrito
como un insurrecto contra la
corrupción y la autocracia.
Bondadoso líder campesino de
infinitas virtudes pedagógicas,
habría sido capaz de crear un
cuerpo doctrinal que tuvo el
mérito de no tener la dureza
inflexible de la ortodoxia soviética
y del que habría derivado una
permanente lucha para evitar el
conformismo de una revolución
consigo misma. Mao, por
ejemplo, habría sido una
persona capaz de proponer una
especie de socialismo humanis-ta o,
por lo menos, humanizado cuando
en 1956 propuso la atracción de
los intelectuales y la floración de
un pluralismo doctrinal del que
carecía la URSS. Además,
luego, al comienzo de lo sesenta
resultó el impulso inicial de un
"gran salto" destinado a convertir
a su país en una potencia
industrial mundial; en él se
pudieron cometer errores pero el
hecho es que China despegó en ese
momento. Por si fuera poco Mao
habría mantenido en la etapa
final de su vida una actitud de
"distanciamiento idealista" con
respecto a los tecnócratas que ya
en los años setenta dominaban su
país. Aunque eso le hizo caer en un
cierto fundamen-talismo, éste
resultaría disculpable porque, a fin
de
cuentas,
su
aliento
profundamente ético constituiría
un mensaje válido para todos y
para siempre. Patriarca del siglo
XX,
Mao
parecería
un
componente de ese elenco
reducido de profetas de la
contemporaneidad en los que habría
que inspirarse para encontrar el
rumbo del futuro.
Pues bien, nada de esa visión se
sostiene para quien haya leído el
libro de Li Zhisui que se ha
traducido hace unos cuantos
meses al castellano. Se suele
decir que nada resulta más peligroso
para un personaje histórico que la
versión que de él da su ayuda de
cámara, pero en adelante se
deberá tener en cuenta también
a los médicos privados como
desmitificadores de
supuestos
héroes históricos. Li Zhisui vivió
junto a Mao un período esencial de
la Historia de China y
proporciona
una
imagen
absolutamente heterodoxa de lo
que era el personaje y el efecto de
su acción política sobre millones
de sus compatriotas.
Sólo en algún aspecto se puede
decir que la personalidad de
Mao corresponda con la imagen
de un bondadoso campesino
revolucionario. Su procedencia
rural, anclada en el pasado,
parece evidente en quien tenía
unas ideas muy peregrinas acerca
de medicina, higiene personal e
interpretación de la Historia. El
lector puede quedarse en la
anécdota de creer tan sólo
chocante a un individuo que
aborrecía la sola posibilidad de
cepillarse los dientes, no quería
ningún tratamiento para el cáncer
(en especial cuando éste afectaba a
sus colaboradores) o practicaba un
curioso taoísmo sexual consistente
en pensar que en la ancianidad su
fuerza vital podía ser reconstruida
a base de gozar el mayor número
de aventuras sexuales con el
mayor número de jóvenes posible.
Pero su condición de campesino
había quedado reducida a esas
cuantas ideas peregrinas. En
realidad
vivía
como
un
emperador y no tanto por su
riqueza —merced a sus derechos
de autor— como por sus modos
de comportamiento. No sujeto
a ninguna norma horaria pasaba
la mayor parte del día en la cama.
Cuando se desplazaba su tren
detenía la circulación ferroviaria
de provincias enteras y cuando
decidía dormir se detenía en el
punto en que le apetecía. Sus
lecturas nada tenían que ver
con el marxismo sino con la
Historia de la China tradicional
cuyos emperadores de otro
tiempo le servían de inspiración
para su acción política. Como los
monarcas del antiguo régimen
solía estar rodeado del respeto por
lo sagrado. A quien le daba la
mano solía no lavársela durante
meses y los frutos de mango que
regalaba se convertían en objetos
de adoración.
Todo eso desvela una personalidad
que hubiera sido inocua de no
tratarse del supremo responsable
político de millones de seres
humanos. Desde el observatorio
de la convivencia prolongada
durante décadas el doctor privado
de Mao pudo darse cuenta de en
qué se fundamentaba su acción. En
realidad podía reducirse a tan sólo
dos cosas: el poder por el poder y el
socialismo por el socialismo.
Toda la vida política de Mao se
explica por el deseo de conservar
en sus manos la suprema decisión
de su país mediante la división
de sus posibles adversarios y los
giros estratégicos destinados al
solo objeto de descolocarlos.
En cuanto al socialismo consistía
sencillamente en la aplicación de
convertirla en poco menos que la
vida de un santo.
Mao siempre intentó ponerse al
frente de las sucesivas etapas de la
revolución y, al mismo tiempo,
rectificarlas después con el solo
objeto de mantenerse en el ápice
del poder machacando a sus
compañeros de la hora anterior.
El "gran salto adelante" con el
que quiso industrializar China
consistió en una grotesca
operación por la que se
desorganizó
la
agricultura
mientras que el campo se
poblaba de hornos artesanos
que fundían los utensilios
domésticos tan sólo para justificar
unas cifras de producción. La
"revolución cultural" llevada a
cabo por una frustrada paranoica —
su mujer— y un exdroga-dicto —
Lin Piao— consistió en excitar a las
masas en contra de cualquier tipo
de jerarquía con el resultado de
convertir un inmenso país en
puro caos. Todo ello hubiera sido
tan sólo ridículo de no haber
afectado tan duramente a la vida de
decenas de millones de seres
humanos, que la perdieron por la
insensata voluntad de uno solo.
un pedestre modelo que no sólo
no tenía nada que ver con la
mejora de las condiciones de vida
de los ciudadanos sino que era su
exacta antítesis. A eso tan sólo se
reduce toda esa evolución suya que
ha
sido
magnificada
hasta
¿Qué hace perdurar a Mao como
ese glorioso patriarca de la
Historia más reciente? En el
fondo este ser mezquino, ególatra y
cruel sólo ha podido conseguir esa
imagen merced a una benevolencia
hacia los supuestos revolucionarios
sublevados contra situaciones de
injusticia. Si, además, ejercen el
poder en lugares remotos, tanto
mejor para ellos. Pero peor para
quienes experimentan el resultado
de su dictadura.
Un singular estudio sociológicopolítico.
Nuestra selección en el presente
número de "Cuenta y Razón"
va a concluir con otro libro
académico, como aquel otro que
la abría y de tema relativamente
parecido aunque desde una
perspectiva sociológica y política
más que histórica. Nos referimos a
José María Maravall, "Los
resultados de la democracia. Un
estudio del sur y del este de Europa
", Madrid, Alianza Editorial, 1995.
En un estudio que lleva todas las
trazas de convertirse en un clásico,
el
sociólogo
norteamericano
Samuel Huntington ha hablado
de lo que él mismo denomina
como la "tercera ola" de la
difusión
de
los
regímenes
democráticos en el mundo. Gracias a
ella países que no se habían
caracterizado por tenerla en el Sur
o Este de Europa y en
Hispanoamérica han acabado
por poder gozar de ella en los
años setenta y ochenta del siglo
XX. José María Maravall, uno de
los más distinguidos intelectuales
del área socialista, aborda en este
libro un examen comparativo,
erudito y muy cosmopolita acerca de
este proceso en dos de las áreas
geográficas en que ha tenido
lugar. Por desgracia se trata de un
tipo de trabajo en que resulta
demasiado perceptible que es el
producto de la simple adición de
artículos publicados en revistas
especializadas; carece, por tanto,
de unidad suficiente y, sobre todo,
de conclusiones válidas con
carácter general. Pero las
cuestiones que aborda son de tanto
interés que merece una lectura
detenida incluso por parte de
un público más amplio que el
formado
por
profesores
universitarios.
Los tres primeros capítulos están
dedicados a la relación entre
economía y política en los
procesos de transición a la
democracia.
Frente
a
la
presunción de que los regímenes
autoritarios facilitan el desarrollo,
Maravall señala los aspectos
externos que influyeron en él y
advierte cómo, a partir de un
determinado momento, el propio
marco legal contribuye a hacer
inviable el crecimiento. Las
democracias, en cambio, tienen
a su favor un mayor grado de
autoridad para aplicar programas
impopulares y no sufren crisis
institucionales cuando se dan las
económicas. La gran diferencia
entre las transiciones en el Este
y en el Sur habría sido según
Maravall —y esta es una
opinión muy discutible— que el
cambio político se produjo en el
Este porque era imprescindible
para que el económico pudiera
tener lugar, mientras que en el
caso del Sur este último precedió
al primero. Las diferencias son
mayores en lo que respecta a
las políticas económicas a seguir
a partir de iniciada la transición a la
democracia. En realidad el único
país que tuvo la tentación de
experimentar lo que podríamos
denominar como una "tercera vía"
fue durante algún tiempo Portugal.
Grecia y España se caracterizaron
por una inestabilidad inicial en un
principio hasta la década de los
ochenta. El problema más grave
ha sido el de los países del Este
de Europa en los que la
propiedad pública se situaba entre
el 65 y el 97 por ciento del total.
Una brusca reducción del nivel de
vida ha sido el primer efecto de
la introducción del mercado
pero en 1993 se ha empezado a
producir
un
crecimiento
económico sin que eso haya
supuesto un acortamiento de las
diferencias
con
la
Europa
Occidental. En general puede
decirse que los principios de la
economía de mercado no han
sido contestados por nadie y
forman parte incluso de los
programas de los antiguos partidos
comunistas.
El libro de Maravall hace, en su
cuarto capítulo, un quiebro un
tema en que reaparece el político y
no sólo el científico al tratar de
cuestiones que se refieren a la
dinámica de la socialdemo-cracia en
el mundo actual, cuestión que ya
había abordado en otros libros
anteriores. En este apartado,
aunque
su
explicación es
convincente con respecto al pasado
(el PSOE en España habría
contribuido al desarrollo de
políticas sociales y al igualitarismo a
través de la política fiscal) deja
planeando el interrogante de cuál
pudiera ser su programa en un
futuro en un momento en que el
gasto público no puede expandirse
ya y el Estado de Bienestar padece
de una crisis que no puede ser definitiva pero que de seguro va a
testimoniar que ha llegado a un
límite.
El último capítulo del libro se
refiere a una cuestión cuya
importancia radica no en el modo
en que se llega a la democracia o
las políticas concretas a llevar a
cabo que derivaba de la misma
dificultad del cambio. Pero, al
mismo tiempo, el problema
consiste en que existe una profunda
conciencia de la incapacidad del
ciudadano respecto de poder
influir en los profesionales de la
política, en especial en el Este, y
ésta resulta detestable para un
porcentaje muy elevado de la
población también en el Sur.
Maravall lo atribuye a la falta de
experiencia
vivida
de
la
democracia pero en realidad se
trata de un problema más global
que quizá afecte a la totalidad de
las democracias en todas las
latitudes en el momento presente.
cómo esta puede consolidarse,
sino al futuro de la misma. La
legitimidad de la democracia no
es discutida ahora ni en el Sur ni
en el Este de Europa. Sin
embargo en esta segunda región
mundial ha podido existir una
profunda desafección respecto de
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