El doctor Marañón ausculta los males de la universidad española JULIO AGUILAR RUIZ* E l mundo universitario constituye la gran pasión y preocupación del doctor Marañón. A él dedica muchas de sus páginas, lo mismo en sus prólogos a libros ajenos, que en artículos, discursos, ensayos e incluso biografías. Tiene con ella Marañón una relación no exactamente de amor-odio, pero sí muy parecida a la del amante que reprende al objeto de sus desvelos porque querría encontrarlo lo más exquisito posible. Desde este fresco surtidor * Profesor de Historia en el Instituto de Guernika -Lumo. han de entenderse sus críticas afiladas, que, aunque lo son, no dejan de aventar un polen constructivo, un afán reformador de lo caduco e inservible, para que esa institución pueda hacer frente a su decorosa misión de formación de los mejores. Él mismo lo va a expresar claramente, para que no haya lugar al equívoco, en el discurso pronunciado en noviembre 1950 con motivo del centenario del nacimiento de don Ramón Pelayo, marqués de Valdecilla: “La Universidad, en un país cualquiera, se puede discutir; pero se tiene necesariamente que respetar y que amar”(1). Se tiene, sí, que “respetar y que amar”, pero no con el amor ciego y atolondrado que no lo es. Antes bien, hay que huir del espíritu acomodaticio y tener el arresto de honradez suficiente, que muchas veces supone merma de las posibilidades de medro, para denunciar sus defectos. Así lo había hecho en 1937 en “Los amigos del padre Feijoo”, de Vida e Historia, al alabar la condición no universitaria del médico catalán del siglo XVIII Gaspar Casal, una de las figuras más admiradas por el doctor, y a quien considera en Las ideas biológicas del padre Feijoo nada menos que el valor médico español más firme de la centuria, en crítica afilada al ambiente teorizante de la Universidad de aquel tiempo (O C, IX, 143): “Gaspar Casal, catalán de origen, de Gerona, como ha averiguado recientemente el doctor Peyrí, tuvo la suerte de no ser universitario. Si lo hubiera sido, su innata capacidad para la observación se habría ahogado en el ambiente estúpidamente teórico de las aulas, como sin duda ocurrió con muchos otros hombres bien dotados de su tiempo”. Casi a renglón seguido, celebra la aparición de genuinos buscadores de la verdad en el ámbito tranquilo del campo o de las mismas pequeñas capitales de provincia, que quiere decir lo mismo que al margen de la Universidad, lo que lejos de ser un desdoro constituye una ventaja, piensa el doctor (O C, IX, 144): “En la vida sin prisa de la capital de provincia, o en la misma aldea, al margen de los centros oficiales, florecen, con frecuencia, ingenios sencillos, a veces cabezas geniales, sin contacto con la superficie aparatosa del saber actual, superficie hecha, frecuentemente, de momentáneas curiosidades; pero, en cambio, en conexión profunda con el eje eterno de la sabiduría, que se mueve allá dentro, con el mismo ritmo majestuoso de los mundos, indiferentes al ir y venir caprichoso de la moda”. Quienes han visto en Marañón una especie de prototipo de atildamiento y engolamiento, paradigma hispano de varón envarado e impartidor a manos llenas de irritantes dosis de moralina, adalid de un panfilismo trasnochado(2), encontrarán en el estudio de su concepción del magisterio información y demostración palpable de que su juicio, admítase al menos como posibilidad, puede ser injusto. Podrán resultarles antipáticas determinadas ideas políticas del personaje, concretas tomas de posición, si es que así puede llamárselas, pero no podrán negar la evidencia de la negación de esos defectos en su decidida actitud ante el mundo, que sí ve él envarado, en ocasiones, de la Universidad. Y, quizá, pocas veces se esté en presencia de un Marañón más audaz, y, desde luego, menos envarado, que el que translucen estas líneas sobre la pedagogía, que a fines del siglo XX pueden no suponer novedad, pero que insertas en el marco de siete décadas largas atrás dan(3), con exactitud fotográfica, su imagen más puntual de contestatario, y, por lo tanto, de hombre nada dispuesto a rendirse a ese antes citado espíritu acomodaticio (O C, III, 137): “Toda la pedagogía, con gloriosas excepciones, tiende a hacer del joven un ser gregario, sin esquinas ni asperezas, conforme con las ideas que transmite la tradición y con los modos psicológicos consagrados; pensando y sintiendo a la zaga de lo que piensan y sienten los viejos”. Tomando como excusa las reclamaciones a los médicos, aprovecha para volver sobre la responsabilidad de los malos enseñantes. Hay que aclarar que en su concepción del desarrollo del ejercicio médico entra la aceptación del error humano, como no podía ser de otra manera, pero aquí se refiere a equivocaciones de bulto; pues bien, el reproche del enfermo, y de la entera sociedad, señala Marañón en Vocación y ética, en 1935, que se dirige siempre hacia el médico, dejando libres de censura a quienes antes han abdicado de su cometido (O C, IX, 370)(4): “Pero el juez que ha de atender su reclamación cometerá la más atroz injusticia si condena de plano al médico que ignora los diagnósticos y los tratamientos elementales, y no a los profesores que le dieron el título, capacitándole para ejercer, con tan exiguo caudal de conocimientos, la Medicina”. Marañón recapacita sobre su más sentida vocación, la de enseñar, sin la cual, el profesor, que no maestro, queda rehén de la desgana rutinaria, que es como decir huérfano del sentido de responsabilidad inherente a su aristocrática misión. La pertinacia del doctor en el tratamiento de este problema informa de su existencia y del empeño, que puede a veces parecer excesivamente riguroso, en el cumplimiento del propio deber. Mas esa tenacidad hay que entenderla a la luz de su ideal aristocrático de vida, que le obliga, de buen grado, a una pauta de comportamiento ordenada en el canon de la seriedad del vivir, que algunos confunden, como dice él a veces, con la tristeza, y no tienen nada que ver. La ocasión para realizar esta reflexión acerca de su vocación de maestro se la brinda, en este caso, su discurso Mi amor a la Universidad, pronunciado en Oporto en 1946 (O C, II, 426)(5): “La enseñanza ha sido mi vocación de siempre, y la que espero que nunca me abandonará. Y esta enseñanza mía, que quisiera exhibir ante vosotros, no ha sido la profesional y protocolaria de ir a la cátedra a recitar mi lección. Sino la de procurar que cada palabra pronunciada o escrita y que cada gesto mío, en cada uno de mis días, estuviesen impregnados de las dos razones inequívocas del enseñar; es decir, del sentido de la responsabilidad, y del anhelo de la claridad”. El divorcio entre enseñanza y vida es el principal mal que acecha a la Universidad, y encuentra su causa, según piensa el doctor, en defectos como el burocratismo, el método oposicionista y el gremialismo. Por otro lado, se muestra intrépido en su concepción crítica de la adquisición del conocimiento, desde la atalaya de sus casi 66 años y en el marco asfixiante de un régimen nada proclive al ejercicio de esa digna facultad crítica, ni en la plaza pública ni en el ágora más refinada de la Universidad. Así lo hace, en efecto, en el artículo “La enseñanza en el mundo actual”, publicado en Gaceta Médica Española, el 3 de marzo de 1953 (O C, IV, 887): “Lo que importa es enseñar modos. Modos de conducta; modos de aprender, que no es recibir los hechos y prenderlos en la memoria, sino saber buscarlos por uno mismo, saber criticarlos, dudar de ellos cuando es preciso y acaso prescindir airosamente de lo que parecía verdad. Y junto con esto, lo que importa es salir de la Universidad con el alma definitivamente recta(6)”. Siguiendo con su artículo La enseñanza en el mundo actual, cree Marañón que la aparatosidad de los planes de enseñanza es nociva para el alumno. Lo que éste necesita es, tomando las palabras de un recurso expresivo del doctor madrileño, una prueba de concentración, y no de dilución(7) (O C, IV, 888): “Salvo las esenciales nociones que sirven de base común y eterna a toda cultura inicial y las que deben orientar el pensamiento de los estudiantes, la Universidad no puede pretender informar al joven del inmenso caudal de conocimientos que vanamente aspiran a abarcar los planes de enseñanza actuales(8)”. Sin salir del mismo artículo, piensa Marañón que la razón de ser de la Universidad es insuflar lo que él denomina “espíritu universitario”, que es la base para la adquisición autónoma del conocimiento y para la inserción del joven universitario en la corriente de la vida fecunda (O C, IV, 888): “La Universidad sólo debe enseñar un conjunto de actividades y de modos de ser, que fuera de ella son difíciles de adquirir y que constituyen el espíritu universitario, el cual consiste en amar a la verdad sobre todas las cosas y sin dogmatismos(9)”. Otra vez en La enseñanza en el mundo actual, y en consonancia con lo que se viene expresando, cabe destacar la poca importancia que concede Marañón al conocimiento de los contenidos concretos de cada asignatura. Su valor siempre aparece subordinado a la verdadera enseñanza, la de los modos. La cualidad del aristócrata de la enseñanza, que es el maestro genuino, es la de la ausencia de ese divorcio entre tarea educativa y vida, que es el sedimento que permanece en el tiempo, capaz de desafiar a la capa de olvido con que el paso de los años cubre las meras enseñanzas recibidas de tal o cual materia, de las que sólo queda un eco apagado, un residuo al fin y al cabo (O C, IV, 889): “Cualquiera de los que tenemos ya la vida hecha, si hacemos un riguroso examen de conciencia, comprobaremos invariablemente que en lo que sabemos ahora, en lo que es nuestra personalidad definitiva, en lo que nos ha hecho más o menos eficaces en la existencia, apenas hay más que remotos detritus del material directo del saber que nos enseñaron en la etapa universitaria. En cambio, si tuvimos la suerte de estar al lado de maestros que nos mostraron, con su palabra y con su ejemplo, las normas del espíritu universitario, a medida que el tiempo pasa, echamos de ver, en el callado pero perenne fructificar de la buena semilla, todo lo que les debemos(10)”. Es interesante destacar que la crítica, siempre positiva, del doctor Marañón a la realidad de una Universidad caduca, uno de cuyos vicios de raíz era la de la elección del profesorado por el inadecuado método de las oposiciones, es una constante de la que hay fe hasta el final de su vida, con una insistencia que es reflejo de su valiente actitud de protesta, incluso cuando la protesta era norma descartada del talante de la España oficial. La valiente crítica marañoniana al anquilosamiento de la Universidad, al espíritu gremial que la lastra, es, pues, una constante a lo largo de su obra. Vamos a destacar cuatro momentos de sus últimos años en los que prosigue en su denuncia. Y, además, interesa repetirlo, en un ambiente nada favorable a la manifestación de cualquier disconformidad con lo vigente. Así, el gremialismo, el espíritu endogámico y el burocratismo esterilizantes son denunciados, sin aspavientos pero con firmeza, con ocasión del artículo “Drogas nuevas”, aparecido en ABC, de Madrid, en 17 de septiembre de 1957 (O C, IV, 977): “La crisis universal de la Universidad sólo se puede conjurar por la incorporación de todo lo que no es propiamente universitario al corazón de la Universidad y, por lo tanto, por la desaparición de lo que corroe hoy a la Universidad, o sea privilegio pedagógico, el espíritu del cuerpo, el coto cerrado, el sentido exclusivo de la enseñanza y de la administración burocrática de los grados de la sabiduría”. En octubre de 1959, en el marco de una conferencia titulada “Sobre la enseñanza”, pronunciada en la sesión del cincuentenario del ICAI (Areneros), el diagnóstico de Marañón es particularmente interesante y, tal vez, contradictorio. Porque, a la vez que concede la cualidad de verdadera aristocracia al papel que ha desempeñado la institución universitaria en el pasado, muestra ahora la contraparte, el obstáculo que el espíritu aristocrático supone en un mundo en el que la enseñanza se derrama como aceite por todas las capas sociales (O C, III, 918): “Las universidades, mientras la vida del espíritu era una actividad reducida a grupos, cumplieron su papel con eficacia y con una categoría que la dio rango de verdadera aristocracia. Pero esto último lo convirtió en un valor minoritario y restringido, inexorablemente, limitado para el futuro”. Algo contradictorio, porque siempre que habla en su obra de verdadera aristocracia (o legítima, auténtica, genuina, espiritual, de la virtud personal) es para ensalzarla. No se entiende, por lo tanto, que suponga una limitación para el futuro el “rango de verdadera aristocracia” de la Universidad. A no ser que las maneras aristocráticas hayan pasado a ser una cáscara vacía de substancia. O, simplemente, quizá el empleo que hace en este caso de la palabra “verdadera” no es equivalente a “genuina, legítima”, sino que se trata de un mero recurso expresivo. Sigue diciendo en la misma página que “esta aristocracia, de (sic) la que no ha podido renunciar, la ha anquilosado ante la invasión de los claustros, en proporciones increíbles por las masas”(11). Es más, piensa Marañón que el reducto aristocrático de la Universidad es el único que ha resistido a las revoluciones: “Todas las aristocracias fueron desapareciendo o transformándose por los avances de la democracia evolutiva o por las revoluciones. Pero la Universidad, con apariencias distintas, se inmovilizó, con técnica de organización, y no la han podido transformar los ensayos más avanzados”(12). Continúa Marañón su reflexión destacando el aura de prestigio que acompaña al profesor universitario, el “aristocraticismo del profesor”, como dic e (O C, III, 91): “Ni en los gremios militares(13), ni en ninguno de los civiles, se guarda el empaque jerárquico del profesor, aunque pueda en muchos casos ser compatible con la más rigurosa modestia material. Es evidente que esta reciedumbre del espír itu universitario, que no hay que decir que tiene también aspectos eficaces, tiene, en general, consecuencias graves, y la fundamental es el que podemos llamar el empaque o el aristocraticismo del profesor, que muchas veces él mismo no advierte; y es, entonces, especialmente peligroso. El saber, hoy, es diametralmente opuesto al saber antiguo; porque, antes, el saber era, repitámoslo, una aristocracia y hoy es, en sus formas precisas y en sus aspiraciones, la auténtica y legítima democracia”. Pero en estas líneas la palabra equivale a “empaque”. Se hace complicado el análisis de esta conferencia, “Sobre la enseñanza”, porque el concepto de lo aristocrático parece zigzaguear a lo largo de sus líneas. Resulta ahora que ese aristocraticismo es un defecto, podría decirse con palabras actuales “una imagen”, conscientemente creada o, lo que es peor para el doctor madrileño, inducida en el profesor, que la lleva como algo tan natural que ni tan siquiera se da cuenta. La tercera ocasión se la brinda el artículo “Enseñanza y oposiciones”, publicado en Ya, de Madrid, el 22 de noviembre de 1959 (O C, IV, 1047): de lo que más amamos, de la Universidad española, estancada y falta de brío creador”. “Nuestra censura fundamental afecta a la Universidad oficial, a la que quiero con amor filial, que no debe excluir la censura. La Universidad actuó durante muchos siglos sobre minorías con un maravilloso espíritu de aristocracia. Pero esta misma aristocracia la anquilosó ante la invasión de los claustros por las masas. El universitario conservó un rasgo diferencial y una limitación frente a todo lo no universitario. Un caballero de Calatrava puede ser hoy un buen burgués, pero el joven de extracción más humilde, en cuanto ingresa en el claustro de una universidad, conserva esa diferenciación compatible a veces con la pobreza, pero intangible e inmodificable. El saber del hombre actual, la verdad es que no cabe en las universidades oficiales”. En definitiva, su crítica a los aspectos caducos de la Universidad viene inspirada por el anhelo de mejora, lejos, por lo tanto, del estéril polemismo. Sus consideraciones en este campo, tan sobradamente conocido para él, son llamadas a la estricta exigencia del deber, al alto sentido de la responsabilidad, que es característica del aristócrata de la virtud personal. Si la Universidad no sabe estar a la altura de su impagable misión, es porque, en una u otra medida, ese nervio aristocrático se bate en retirada. El resultado es el divorcio entre enseñanza y vida, con lo que aquélla degenera en la rutina gris e infecunda de unas clases asépticas impartidas por profesionales de la enseñanza, unas veces con conocimientos, otras incluso sin ellos, pero faltos en ambos casos de la impronta del maestro, que es savia tonificante que expande su fruto más allá del marco estático de las aulas. Pero esos profesores, a veces pedantes y fatuos, son, por lo menos parcialmente, una consecuencia dolorosa del mismo sistema de elección y del espíritu gremialista, y es en los claustros universitarios donde afirma el doctor que todavía se acomoda, en frase no menos audaz que dura, “el último reducto del clásico cacique español”. Y, más cerca aún del final, se publica en enero de 1960, en el Boletín del Instituto de Patología Médica, de Madrid, el artículo “El doctor Severo Ochoa, Premio Nobel”(14), en el que a la alegría por el hecho en sí de la obtención del premio por un compatriota, añade Marañón la guinda amarga de la atonía de la Universidad española, que hace buscar aires más propicios, más allá de las fronteras, a investigadores de la valía de Ochoa (O C, IV, 1051): “Nuestros lectores, como todos los médicos de España, han sido suficientemente informados, al detalle, de la trascendencia de los hallazgos de esta admirable pareja(15) de investigadores, que, sin duda, enriquecerán todavía, con nuevos hechos, nuestro conocimiento de la vida. Así como también las circunstancias en que se ha formado y triunfado Ochoa. Y esto es lo más importante, por lo que necesariamente sugiere de crítica *** Notas (1) (O C, II, 453): “Recuerdo al marqués de Valdecilla”, discurso pronunciado en el salón rectoral de la Universidad Central de Madrid, el 6 de noviembre de 1950, en el centenario del nacimiento del excelentísimo señor don Ramón Pelayo de la Torriente. Fue editado por la Fundación Valdecilla, bajo el título Homenaje al excelentísimo señor marqués de Valdecilla. (6) Aparece la misma idea en 1953: “Se discute en todo Imprenta C. Bermejo, 35 pp. el mundo sobre la enseñanza”, de Efemérides y comentarios, con una variante (O C, IX, 602): “(...) y, Se publicó también en diciembre de 1950, en la revista acaso, prescindir airosamente de lo que parecía verdad. Gaceta Médica Española, con el título “Ante el ‘La esencia entera de la educación —decía Diderot — centenario del marqués de Valdecilla”. consiste en provocar la duda y la interrogación’. Y junto con esto, lo que importa es salir de la Universidad con el (2) Laín Entralgo, en su fina Introducción a las Obras Completas de Gregorio Marañón ha alma definitivamente recta”. dejado convenientemente perfilada la cuestión (O C, I, (7) Desde hoy, se puede rendir homenaje a sus agudas LXXXVIII): “Erraría, sin embargo, quien de estos dotes de auscultación: este afán teórico de abarcarlo pensamientos dedujese que la moral de Marañón es todo, lo divino y lo humano, ha encontrado su más solemne y envarada, como la de cualquiera de esos que enojosa expresión en la actualidad, en la que los alumnos andan por el mundo disfrazados de apóstoles. (...). son fatigados por todo un rosario de asignaturas, con Comprender a los demás, descubrir la más o menos unos libros cada vez más voluminosos, por razones de amplia validez de la razón de ser de su persona y su mero negocio, en detrimento de esas primordiales conducta, dista mucho de la entrega habitual a un blando nociones que deben constituir el eje del carro de la panfilismo”. enseñanza. (3) la (8) Es lo mismo que se recoge, con ligerísimas variantes conferencia “El deber de las edades”, pronunciada por Efectivamente, porque forman parte de de estilo, que no afectan al contenido, en estas líneas de primera vez el julio de 1927, en el Ateneo Guipuzcoano. “1953: Se discute en todo el mundo sobre la enseñanza”, Segunda versión en la Residencia de Señoritas de de Efemérides y comentarios (O C, IX, 603): “Salvo las Madrid, en febrero de 1928. esenciales nociones que sirven de base común y eterna a toda cultura inicial, las cuales deben, claro es, seguir Se publicó íntegramente, con nuevas aportaciones, en orientando el pensamiento de los estudiantes, la Amor, conveniencia y eugenesia, en su tercera edición, Universidad no puede pretender informar al joven del en 1931 (O C, VIII, 439-466). inmenso caudal de conocimientos que vanamente aspiran a abarcar los planes actuales de enseñanza”. Se recoge también en (O C, IX, 235): Ensayos liberales. Madrid, 1946. (9) Puede leerse casi lo mismo en el ya citado “1953: Se discute en todo el mundo sobre la enseñanza”, de El pasaje citado aparece exactamente igual en las tres Efemérides y comentarios (O C, IX, 604): “La ocasiones. Universidad sólo debe enseñar un conjunto de nobles actividades y modos de ser, que fuera de ella son (4) La cita está tomada de Vocación y ética y otros difíciles de adquirir y que constituyen el espíritu ensayos, obra publicada en 1946, con la adición de tres universitario; el cual, precisando, consiste en amar a la nuevos ensayos. Pero el titulado La responsabilidad verdad sobre todas las cosas y sin dogmatismos.” social del médico, del que se ha tomado el párrafo, había aparecido ya en 1935. (10) Afirma lo mismo en “1953: Se discute en todo el mundo sobre la enseñanza”, de Efemérides y (5) Discurso pronunciado al ser nombrado doctor comentarios, con la única variación de que ése “perenne honoris causa por la Facultad de Medicina de Oporto, el fructificar de la buena semilla”, se convierte aquí (O C, 13 de noviembre de 1946. IX, 604) en “perenne fructificar de aquella buena semilla”. (11) (O C, III, 918): “Sobre la enseñanza”. Conferencia pronunciada en la sesión del cincuentenario del ICAI (Areneros), en octubre de 1959. (12) Ídem, pp. 918-919. (13) Del cuerpo de Artillería decía en Liberalismo y comunismo, de 1937, que era “el de mayor espíritu aristocrático”. Tal vez no sea una contradicción lo que afirma ahora, de un lado porque han pasado veintidós años, y de otra parte porque el que no se guarde “el empaque jerárquico del profesor” en los gremios militares, ni, como dice, tampoco en los civiles, no quiere decir que no exista en estos dos últimos, sino simplemente que tiene otra connotación o distinto grado. (14) Realiza una reflexión parecida en (O C, II, 607): “Severo Ochoa”, su penúltimo discurso: “Yo no quiero en estas breves palabras sino insistir una vez más, a propósito de Severo Ochoa, en dos cosas fundamentales para nuestro país. Estas dos cosas son: primero, la absoluta necesidad de que exista en España una ciencia experimental, que ahora, prácticamente, no existe. Y segundo, que esa ciencia experimental no puede crearse mandando los muchachos a la Universidad para que obtengan un certificado y al extranjero con unas becas de unos meses, para que vuelvan luego a España a hacer oposiciones a cátedra y a ganarse la vida como puedan”. (15) Se refiere también al colaborador de Severo Ochoa, el doctor Arthur Kornberg.