La estructuración social y la vida colectiva SALUSTIANO DEL CAMPO L a vasta obra de un pensador español como Julián Marías es forzoso que interesé a cuantos trabajamos intelectual-mente aquí, aunque sea en otras disciplinas, Creo que incluso a los que hacen Física o Biología, pero desde luego a los que cultivamos las Ciencias Sociales y de una manera muy especial a los sociólogos. No en vano una de sus obras más significativas es La estructura social, cuya oportuna reedición la pone al alcance de los estudiantes que ahora cursan carreras que, cuando Marías se licenció en Filosofía y Letras, eran solamente asignaturas, Es el único libro escrito en nuestro idioma con tal título y ofrece una manera integral de concebir la vida colectiva, que se encuadra inicialmente en una escuela filosófica —la de Madrid— que él tanto ha hecho por establecer y confirmar. La verdad es que en el arranque de las mejores sociologías hay siempre un impulso filosófico» aunque naturalmente aquéllas no se agotan en él. Menos aún si, como sucede en este caso, la obra puede ser considerada hasta exclusivamente desde la perspectiva de alguien que es un profesional de la sociología y que, con mejor o peor acierto y saber, utiliza la metodología corriente. El hecho de que esta última,reciba críticas no impide, por supuesto, que lo que a través de ella se conoce sea válido y, bastantes veces, relevante. Pero ningún sociólogo ejerciente puede, y me atrevería a decir que tampoco debe, hacer caso omiso de una visión general de la estructura social, tan completa, atractiva y sugerente, como la de Marías. Entre otras cosas, porque es frecuente que al leerla uno evoque ideas y conceptos de grandes sociólogos y antropólogos sociales, que parten de otras premisas y emplean otros enfoques. Así, determinados aspectos de La estructura social, de Marías, como de El hombre y la gente de Ortega, se sirven de conceptos paralelos a ios de libros tan famosos como Folkways (1905), de William S. Summer. Y lo mismo sucede con algunos análisis de Simmel, cuya obra capital fue traducida en la Editorial Revista de Occidente. Más de una vez, además, me he preguntado por las frecuentes semejanzas luminosas que se aprecian entre las partes más próximas a la sociología de la obra de Ortega y los escritos de Robert Ezra Park, que estudió en Alemania más o menos al mismo tiempo que aquél y cuya aportación fue decisiva para el desarrollo de la influyente Escuela de Chicago. Más recientemente, la defensa que hizo C. Wright Mills de la imagi-nación sociológica se apoya, por lo menos en parte, en motivos análogos a los que condujeron a Marías a proponer este mismo concepto. Lo que todo lo anterior significa es sencillamente que sin ser La estructura social obra de un sociólogo síricto sénsu, se puede perseguir en ella de un modo apasionado lo que la enmarca dentro de las coordenadas de un esfuerzo intelectual moderno, riguroso y bien informado. Y esto sobresale especialmente porque toda la producción, científica o no, de Marías posee un toque personal, de estilo y sustancia, que ése sí que es raro encontrar en los sociólogos contemporáneos. Por eso, a veces uno tropieza en él con logros y planteamientos que no solamente esclarecen sino qué abren vías originales de solución a problemas que uno está acostumbrado a abordar más penosamente y con menos esperanzas de verse recompensado intelectualmente. Glosemos algunas cuestiones claves. En 1955, cuando ve la luz La estructura social, en la sociología americana predominaba el funcionalismo y en la europea aún no había florecido el estructuralismo. Frente a ambas y, de un modo genérico, Marías parte de la insoslayable naturaleza histórica de las sociedades, de la sociedad, y frente al Comte afirma que es de por sí dinámica e inseparable de la historia, ya que "su modo de existir es existir históricamente", Algo así puede parecemos poco a primera vista, pero es mucho más y nada menos que una solución para el punto débil del funcionalismo, que era y sigue siendo su incapacidad para explicar el cambio social, así como una enmienda a la totalidad del estructuralismo francés, El método histórico de las generaciones, al que tanto ha aportado Marías en la estela de su maestro Ortega, lo convirtió él en su famoso libro de este título en una herramienta válida para articular situaciones que, de otro modo, nada más podrían estudiarse como sucesiones discretas de etapas sin un ensamblaje orgánico. Su concepción, más allá de Ortega y Mann-heim, pone el acento en el que podemos llamar relevo natural de las generaciones y centra el protagonismo de la vida social en los jóvenes, aunque presupone la continuidad de un número decisivo de vigencias. Tal vez este tras-fondo sea hoy» sin embargo, digno de reconsiderarse a la vista de la marginación que padece la juventud y, por tanto, de la discontinuidad desarticuladora de la sociedad a la que no son ajenos ni la generación en el poder, ni la entrada de las sociedades industriales avanzadas en una fase con demasiado paro estructural y en tránsito hacia una base económica de servicios. Que la teoría social de Marías no es m estática queda probado por su enfoque historicista, como lo queda también que no es conformista en su entendimiento de la llamada desviación social» de la cual la sociedad tiene obligadamente que defenderse, siempre que la violación de la norma que la causa no sea continua y general, porque entonces lo que realmente hay que cuestionarse es su modificación. El dinamismo de la sociedad obedece asimismo a la configuración de movimientos sociales, un concepto actual donde los haya. Éstos se constituyen sobre un proyecto colectivo que es invisible y del cual forman parte los hombres, Éstos, a su vez., lo hacen desempeñando papeles que integran un sistema porque se apoyan en las expectativas del comportamiento de los demás. Pero "nadie es una isla", como repetía Blake, ni hay dos hombres que sean idénticos en los papeles que desempeñan. A cada uno le corresponde su trama y cada cual ínpone su historia personal.A los papeles genéricos les llama Marías "novelas" y en torno a esta idea establece la relación entre la vida humana y la ficción, que tan profundamente analiza y sobre la que dice cosas tan bellas. Pero no quisiera salirme de esta exposición sin aludir a la forma tan ajustada como se trata el Estado en la La estructura social. Su justificación principal reside en el control de la disociación. "El Estado", escribió Ortega, "es el más fuerte disuasor para la sociedad. Es el superlativo de la realidad social; impone-al hombre'ciertas leyes y modelos de comportamiento, como hace también la sociedad» pero él los impone con tremenda fuerza y es menos tolerante con las desviaciones". El Estado es así, para Marías, instrumento y función de la sociedad; el subsistema político, según escribían los sociólogos funclonalis-tas. Su primer fin es hacer posible la vida y no decidir sobre su sentido último. La noción de que el individuo debe estar totalmente sometido a un Estado todopoderoso es propia de fascistas y comunistas y se cumple en la realidad mediante la usurpación de los poderes sociales. Cuando tal cosa acontece, la sociedad decae, se debilita, y la fortaleza de la democracia consiste en evitarlo. Está en la utilidad del entramado de grupos intermedios, vitales y activos, que son capaces de resistir al poder político y que no quieren verse suplantados por él en ninguna de sus formas. Al principio de la era constitucional la esfera política se circunscribía al Estado y en él no estaban comprendidos los partidos políticos, ni los grupos de presión, ni mucho menos los sindicatos o las organizaciones ' empresariales. Ahora ya sí, pero, además, a menudo el ámbito de ío político se ensancha también por la actuación de fuerzas que procuran disfrazar su verdadera naturaleza y que no pocas veces se sirven para lograrlo de la denominación de sociedad civil. Éste, dicho sea sin rodeos, es un concepto político y no sociológico. Pero para el individuo lo fundamental de la relación entre sociedad y Estado, entendido éste como instrumento político de aquélla, es la libertad o» según comenta Rodley, la "realización de las trayectorias individuales definidas por las pretensiones vigentes. Dicho con otras palabras, la falta de libertad aparece como contradicción interna de la sociedad que la padece*'. Las presiones para destruirla proceden a veces del Estado, o de la sociedad, o de nuestra propia intención. Incluso a partir de un resumen tan esquemático como el descrito, se siente tino tentado a plantear lo que en cuanto al fondo duradero de vigencias de nuestro tipo :de sociedades, las industriales avanzadas, suponen hechos de tanta envergadura como el derrumbamiento del comunismo, la longevidad ganada en el, siglo XX o las nuevas tecnologías. ¿Qué es lo que de verdad pasa cuando pasan tantas cosas? ¿Cómo encajar en un esquema histórico tal acumulación de acontecimientos? La sociología histórica de Julián Marías es un medio para lograrlo. Pero la riqueza de su libro, al que Robert K. Merton califica de multif acético y multidiscíplínarÍQ, no se encuadra dentro de los límites de una monografía, sino que desborda sus contribuciones, como el mismo sociólogo americano señala, al estudio de la opinión pública, que aquí no he podido comentar, de la sociología de la literatura, de ía cultura de masas, de la estratificación social, de la estructura de poder, de la sociología del género, de la investigación de las relaciones ínterpersonales y de la ética social. Todo ello en un libro escrito para esclarecer "qué es una estructura social y cuál es el método intelectual que permite el acceso a ella" y que le lleva a culminar su investigación de la estructura empírica de la vida humana en su Antropología metafísica, que, para no pocos, es su obra:más lograda. Como paso intermedio, La estructura social se ocupa de la estructura empírica de la vida colectiva y se sitúa, según el propio Marías, en un plano que no es el de la filosofía de la sociedad ni el de la sociología empírica, aunque, como creo haber patentizado, sirve a los cultivadores de esta última. Y dos asuntos más antes de concluir. La primera se refiere a la españolidad responsable de Marías, que no solamente estuvo dispuesto a permanecer entre nosotros en condiciones nada fáciles, sino que ha practicado con entereza la misión del intelectual Sin .alharacas también y con un desinterés y una constancia admirables. Ha hecho una de las mejores y más variadas obras ensayísticas de nuestro siglo en el idioma español, que tanto cuida y ama. Con una suma de estímulos menor que la ordinaria, en un país que es de por sí tacaño con la inteligencia. Y, tampoco^ ni aún a la altura dorada de sus ochenta años, con el reconocimiento oficial que tan liberataiente se otorga a persona de mérito muy inferior al suyo. Pese a todo y a todos, él sigue atento al discurrir de la vida política, social, cultural y moral de España, de la España real de la que se ocupa en sus bellos y profundos artículos periodísticos. Por él no quedará la tarea de hacer a España inteligible y, lo que es más importante, la de decir con serenidad lo que puede contribuir a enderezar lo que se insiste en hacer mal cuándo podría hacerse bien o al menos mejor, Hay que intentar, repite incansablemente, "la actuación sobre la mayoría de los españoles que no hayan perdido el uso de la razón, que están despiertos y viven en la realidad. Están solamente desorientados, porque casi nadie se ocupa en darles alguna claridad sobre las cosas, en justificarles las actitudes en que se puede anclar la vida; o, por el contrario, mostrarles cuáles: son aquellas sobre las que no se puede edificar nada sólido". Y termino, permítanmelo, con una nota personal. Conocí a Julián Marías, como tantos españoles, de mi generación, gracias al estudio de su Historia de la filosofía, cuando cursaba el séptimo año del Bachillerato que se modificó en 1951, y sólo lo he tratado personalmente en el marco de FUNDES durante algo más de una década. Mi admiración por él no se circunscribe ahora al ámbito intelectual, porque he podido observar y seguir su dedicación a promover obras de calidad, a crear y mantener la revista Cuenta y Razón, a elegir las mejores colaboraciones y a no caer ni en los anatemas ni en los favoritismos consabidos. Esto es lo que hace tan grato para mí la colaboración en este más que merecido homenaje.