Identidades juveniles en puerto rico: usos y consumos de los

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Título : identidades juveniles en puerto rico: usos y consumos de los jóvenes en
espacios urbanos
Nombre: Lily Dorothy Silva San Román
Master en Comunicaciones. Febrero de 1998.
Universidad de Puerto Rico. Recinto de Río Piedras.
Institución: Pontificia Universidad Católica del Perú - PUCP.
Cargo: Webmaster de la PUCP.
Resumen
La investigación abordó los usos y consumos de los grupos de jóvenes
puertorriqueños que acudían a la plaza San José las noches de los viernes y sábado.
A través de las prácticas de consumo estudiadas, se llegó a encontrar algunas
identidades efímeras que tanto los jóvenes como la plaza, adquirían durante dichas
noches.
Parámetros de la investigación
Esta pequeña investigación buscó realizar un acercamiento a los usos de los
espacios urbanos del Viejo San Juan que realizan los jóvenes puertorriqueños las
noches de los viernes y sábado. Dentro del contexto de los espacios públicos usados
para la recreación durante el tiempo libre, se estudió entre febrero y abril de 1997 el
caso concreto de la práctica juvenil de ir a la plaza San José. Se intentó ver qué
consumos específicos realizaban los jóvenes puertorriqueños en la plaza San José y
del espacio de la plaza San José.
Desde una mirada dinámica que reconoce la interacción social constante, se puede
decir que los espacios de la ciudad son tanto recipientes materiales (escenarios) en
donde se dan comunicaciones, como significantes que comunican en tanto vistos
como objetos simbólicos.
El reconocimiento de dicha dinámica permite ver a la cultura como un proceso
contínuo de interrelaciones e interacciones desde donde se negocia la producción,
actualización y transformación de significaciones (Geertz, 1995; Giménez, 1987;
Williams, 1985).
La ciudad es entonces entendida aquí como una red de relaciones, es decir, como un
conjunto de espacios interconectados por relaciones que construyen los actores que
la habitan y las instituciones que la organizan u ordenan (Reguillo, 1996). Desde esta
perspectiva, Reguillo propone considerar a la ciudad como proceso, práctica y
producto a la vez, donde se dan relaciones complejas de significado, espacio y
acción. De aquí se desprende la noción de espacio urbano como el espacio que provee
la ciudad donde los actores pueden actuar desde el lugar social que ocupan y con las
competencias que poseen para producir o reproducir los significados que las diferentes
instituciones y grupos proponen sobre la vida en la ciudad (Reguillo, 1992).
El reto, que autores como García Canclini (1990) y Martín Barbero (1993) reconocen
que plantea la transdisciplinariedad en los estudios de comunicación, es asumido en
este trabajo ya que se intentó construir algunas articulaciones, mediaciones e
intertextualidades que permitieran tener un mejor acercamiento tanto al objeto de
estudio (las prácticas de consumos en y de la Plaza San José), como a los sujetos de
estudio (los grupos de jóvenes puertorriqueños que acudían con frecuencia a dicho
espacio), a sus nuevas formas de sociabilidad, a sus nuevas maneras de juntarse y
de excluirse, de reconocerse y desconocerse. En líneas generales, se buscó abordar
la multiculturalidad (García Canclini, 1990) con las que los jóvenes puertorriqueños
enfrentan la heterogeneidad simbólica y la inabarcabilidad de su ciudad (Martín
Barbero, 1993). Esta opción de identificar y trabajar relaciones (Bourdieu, 1995) es
asumida aqui dentro del marco de la propuesta de Michell Maffesoli (1990), de
estudiar el actuar de los jóvenes como uno de los nuevos grupos sociales que se
caracterizan por situarse al margen de la oficialidad y el poder, de ver sus potencias,
resistencias y lo vital de su estar juntos en sociedad, desde las banalidades de la vida
cotidiana en las ciudades actuales.
La mirada comunicacional en este trabajo consistió en prestar atención a los sentidos
que los jóvenes puertorriqueños construían mediante las prácticas de consumo que
realizaban dentro de la plaza San José, apropiándose de este espacio para y en
donde divertirse, además de los espacios que la oficialidad les ofrece para dichos
fines. A través de dichos consumos, los jóvenes protagonistas de esta práctica,
podrían indicar el sentido que ellos le adjudican al espacio concreto de la plaza, a la
vez que también brindar pistas sobre cómo se definen ellos mismos, cómo usan,
viven y dicen su ciudad (Reguillo, 1995). Por ello, tanto las prácticas sociales como el
consumo son vistos aquí como procesos comunicativos.
En busca de una visión sociocultural, se realizó desde la comunicación un
acercamiento etnográfico a través de la observación no participante, el diario de
observaciones y la elaboración de entrevistas a algunos grupos de jóvenes entre 15 y
21 años que fueron identificados como frecuentes en el espacio de la Plaza San
José.
El análisis fue trabajado desde tres aspectos:
1. El uso del espacio de la plaza en tanto objeto, visto a través de los consumos e
interacciones que realizan los jóvenes.
2. Las identificaciones que estos jóvenes asumen en la plaza desde la apariencia o el
look que portan, así como desde los consumos que ahí realizan.
3. Las relaciones que en este espacio los jóvenes entablan con la oficialidad,
representada ésta en la policía.
En líneas generales, se intentó estudiar la producción y negociación que los jóvenes
hacen de su lugar en las ciudades a través de cómo ellos usan los espacios urbanos,
moviéndose dentro y fuera del orden. Más allá de una descripción de los usos de este
espacio por parte de los jóvenes, aquí se buscó detectar algunas rutinas y prácticas
de determinadas culturas juveniles urbanas de Puerto Rico.
Punto de partida
Puerto Rico es un territorio, un espacio con historias y culturas compartidas que unen y
dan sentido de pertenencia a los que habitaron y habitan en esta isla.
Las circunstancias históricas de Puerto Rico como Estado Libre Asociado a los Estados
Unidos, hacen posible relativizar la noción de estado-nación y apostar por las
identidades culturales. Carlos Pabón (1995) ve lo puertorriqueño como una formación
cultural sincrética, y a la cultura puertorriqueña como híbrida y globalizada a la vez,
donde lo tradicional y lo moderno conviven debido a la heterogeneidad multitemporal
que existe en la Isla. A la propuesta de este autor, se añade el factor de que las
prácticas de consumo cobran un papel relevante en la construcción y reproducción
de imaginarios e identidades de los puertorriqueños.
Puerto Rico tuvo a diferencia de otras islas del Caribe, un desarrollo urbano a partir
de la década del 40, que alteró radicalmente la manera como los puertorriqueños
imaginan, planean, financian, diseñan, construyen y habitan los espacios urbanos.
La aplicación del modelo de desarrollo urbano norteamericano en la Isla, con
zonificaciones de usos exclusivos (vivienda, comercio, industria, diversión, etc.),
separó y desparramó las actividades cotidianas de los puertorriqueños (Sepúlveda,
1996). Según Sepúlveda (1996), este tipo de urbanismo generó un proceso de olvido
en la memoria colectiva de lo que fue la convivencia en los espacios urbanos
tradicionales concebidos a escala humana.
Para la década del 50, lo urbano comenzó a ser el rostro predominante de Puerto
Rico, antes rural y agrícola. A partir de esa década, se definió un tipo de consumo
centrado en la adquisición de una vivienda y un auto debido a la necesidad de
moverse entre la casa y el trabajo. Así, la compra de bienes duraderos como carros,
casas y electrodomésticos, mediante el sistema de crédito, cumplió un rol relevante
en la implantación de dicha norma social de consumo. Estos nuevos consumos al
convertirse en nuevas necesidades, alteraron las formas de vida de diversos sectores
de la sociedad. (González y Vargas, 1989).
Actualmente (Censo, 1992), el 71% de la población de Puerto Rico vive en áreas
urbanas y hay 1'650, 709 automóviles que circulan por calles y carreteras, a razón de
470 autos por cada 1,000 puertorriqueños. Parte de la realidad urbana vigente de
Puerto Rico se deja ver en el cambio ocurrido a partir de la década del 60, con el
incremento masivo del uso del automóvil y el empobrecimiento del sistema de
transporte público.
Dicho fenómeno ha traído como consecuencia el que hoy en día se conciba la red de
espacios públicos dando prioridad a las necesidades del automóvil (Sepúlveda, 1996)
ya que los ciudadanos puertorriqueños se ven obligados a estar motorizados para
desplazarse y poder usar los espacios de esta isla-carretera, de escasas veredas o
áreas para un caminante o peatón. Puerto Rico entonces, es una isla que se achica y
agranda a la vez pues por un lado está interconectada completamente por carreteras,
y por otro está fraccionada y dividida en su estructura urbana (Sepúlveda, 1996).
En el Area Metropolitana de San Juan, capital de Puerto Rico, se observa con mayor
intensidad la modernización, lo urbano y el consumo pues ahí están concentrados los
principales servicios y las mejores condiciones de vida. Quienes habitan en esta
región metropolitana realizan en el día a día, prácticas sociales particulares que
reflejan las maneras en que conviven con lo moderno y lo tradicional, lo propio y lo
de afuera, el trabajo y el disfrute del tiempo libre, lo público y lo privado, lo legítimo y
lo ilegítimo.
La Zona Antigua e Histórica de San Juan (ICP, 1990), también conocida como el Viejo
San Juan, posee según Sepúlveda (1997)1, valores urbanos positivos al haber sido
diseñado arquitectónicamente a escala humana. Los lugares del Viejo San Juan están
hechos a distancias caminables, se puede ver o reconocer a una persona de un extremo
a otro de una de sus calles y los espacios públicos y privados están claramente
delimitados2. Las formas de los edificios están cuidadosamente hechas a escala para
provocar un envolvimiento, una sensación de ser parte del espacio que ocupa un edificio
o un conjunto de edificios (Bacon, 1980).
El Viejo San Juan está localizado en la Isleta de San Juan, ubicada en la porción centro
norte de la Isla de Puerto Rico. Dicha isleta posee una longitud de 5 kilómetros y una
1
2
Conversación sostenida con el Prof. Aníbal Sepúlveda, el 23 de enero de 1997.
Idem.
amplitud de entre 500 metros y 1 kilómetro, y está bordeada por las aguas del Océano
Atlántico en su porción norte y por la Bahía de San Juan en su porción sur (ICP, 1990).
Dentro del centro histórico, los sectores de turismo y de comercio son los de mayor
importancia, sin embargo, es una ciudad viva porque posee una población residente de
aproximadamente 3,961 personas (Sepúlveda, 1990). Esto diferencia al Viejo San Juan
de centros históricos de otras ciudades del mundo que están deshabitados (Sepúlveda,
1990).
Espacio legítimo de diversión para los jóvenes.
El ir al Viejo San Juan y en especial a la plaza San José “a ver qué pasa” una noche
de fin de semana es una práctica juvenil "clásica" dentro de los usos de los espacios
urbanos de esta ciudad (Quiles, 1990). Esta práctica juvenil data de al menos hace
dos décadas. Para muchos jóvenes puertorriqueños de principios de los 80s, la plaza
San José es uno de los lugares donde iniciaron su socialización nocturna. La plaza
fue escenario de sus encuentros grupales, celebraciones, de sus primeras
borracheras, entre otros acontecimientos.
La plaza San José de 20 x 25 metros aproximadamente, ubicada en el Viejo San
Juan, en esquina con las calles San Sebastián y Cristo, forma parte de las dinámicas
lúdicas protagonizadas por los jóvenes que acuden a las barras, pubs y restaurantes
que se encuentran localizados principalmente a lo largo de las dos primeras cuadras
de la calle San Sebastián.
La oficialidad reconoce el espacio de la calle San Sebastián con la plaza San José
incluída como un espacio legítimo de diversión pero disfuncional por la alta
concentración de personas y ruidos. Por ello, la cara del Viejo San Juan que generan
las actividades y dinámicas nocturnas que se dan en estos espacios durante los fines
de semana, es considerada como "antinatural" (ICP, 1990), ya que la cara más
“natural” es la que corresponde a la cara que presenta durante el horario comercial
laboral e institucional o gubernamental.
Un estudio de revitalización del centro histórico de San Juan (ICP, 1990) identificó
que en los fines de semana la actividad de los bares se desbordaba del interior de los
locales hacia el espacio público, en especial en torno a la plaza San José. Dichas
circunstancias, según este estudio, suponían la irrupción de usuarios y clientes,
conflictiva en algunos casos con el área residencial. Al tratar de resolver esta
situación, instituciones como la Oficina de Asuntos de la Juventud, el Municipio de
San Juan a través de la Policía y el Instituto de Cultura Puertorriqueña, impusieron
algunos controles dirigidos a limitar la acción de los jóvenes en este espacio. Sin
embargo, ellos se seguían concentrando ahí.
Para muchos jóvenes, hasta abril de 1997, momento en que se terminó el trabajo de
campo, las condiciones más favorables para divertirse un viernes o sábado por la
noche estaban dadas en la Calle de San Sebastián pues los negocios de esta calle
vendían alcohol a menores de edad y en especial en la plaza San José, la cual
ofrecía una cierta permeabilidad para tanto para el consumo de alcohol como de
marihuana o 'pasto'.
Mientras este espacio físico de la plaza San José es presentado por la oficialidad
como una atracción turística más del Viejo San Juan, los jóvenes le adjudicaban
poca importancia al valor cultural e histórico de dicho lugar. Esto se observa en que ni
siquiera el nombre de esta plaza, "San José", es relevante para ellos. En las
entrevistas se refieren a la plaza como "placita de San Juan" o "la plaza de la calle
San Sebastián". Para los jóvenes, la plaza era uno de los espacios de los cuales
disponían dentro de toda la ciudad donde acudir las noches de los fines de semana.
Los jóvenes veían en la plaza un lugar legítimo de diversión, en tanto validado
socialmente por ellos y no por el hecho de que la plaza sea un monumento histórico.
Una noche promedio de las noches observadas durante el período de trabajo de
campo, había un mínimo de 120 jóvenes en la plaza repartidos en diferentes grupos y
a veces podían llegar a haber alrededor de 300. En las entrevistas, los grupos de
jóvenes dejan en claro que el hecho de que la plaza esté dentro del centro histórico
de San Juan es algo circunstancial, que lo más importante es que era un sitio abierto,
público al cual ellos podían acceder para socializar.
Igualmente dentro de este contexto, los grupos de jóvenes podrían ser vistos como
grupos tribales (Maffesoli, 1990) y nómadas pues luego de que se iban de la plaza,
ésta se vaciaba y quedaba el espacio solo como si nunca hubiese pasado nada ni
nadie. Luego de ser limpiada y ordenada entre las 4 y 6 am de la mañana siguiente,
la plaza quedaba otra vez como un monumento histórico más de los visitados en el
Viejo San Juan.
Las identidades de la plaza San José
Desde las observaciones y las entrevistas, se identificó tres motivos por los cuales los
grupos de jóvenes acudían a la plaza San José: por ser un lugar donde ellos podían
pasarla bien casi gratis, porque era un lugar a donde los menores de edad no tenían
restricción de acceso y porque se daba un ambiente permeable para el consumo de
drogas. La riqueza de la simultaneidad de los diferentes tipos de interacciones y
consumos de los grupos de jóvenes en la plaza, radicaba en la jerarquía que cada
grupo establecía sobre cuál de dichos motivos tenía mayor importancia o valor para
ellos.
Durante esas noches, se establecía una dinámica en la primera cuadra de la calle
San Sebastián que podía observarse con mayor facilidad cuanto más llena de gente
estaba. Se trataba del borre o ablandamiento de las fronteras adentro-afuera que
separan los locales ubicados en esta calle, de la calle misma como espacio abierto y
público. En estas circunstancias, los locales llenos de gente albergaban a la vez
jóvenes en grupo que se situaban a la altura de estos pubs desbordados. La
oscuridad de la noche, el escaso alumbrado público, la gente en esas condiciones,
los carros estacionados en la calle que la hacen más estrecha de lo que es, creaban
una atmósfera propicia para sentir y vivir el espacio como abierto y cerrado a la vez.
Era como si se cerrara la calle durante algunas horas y se convirtiese en un gran bar
al aire libre, con pequeños cuartitos que eran los verdaderos bares o pubs de la calle
San Sebastián. Este fenómeno efímero de desborde hacía que la calle pasara a ser
un espacio cerrado mientras los bares devenían espacios abiertos.
El volumen y la intensidad de los movimientos espaciales, de las interacciones y las
comunicaciones son hoy en día tan extendidas que no es posible definir un lugar como
antes se hacía desde exclusivamente sus bordes y límites. Esto permite a Massey
(1993) hablar de la noción de espacio activo como una red espacial de enlaces y
actividades, de conexiones espaciales y de locaciones dentro de los que un
determinado actor o grupo de actores opera. Por ello, leída desde los jóvenes, la plaza
San José era un espacio activo pues se encontró que mediante las prácticas de
consumo que realizaban ahí, entablaban relaciones con otros lugares del Viejo San
Juan como ciertos bares de la calle San Sebastián, con el barrio de La Perla, así
como con las plazas Ballajá y de Armas, ambas cercanas a la plaza San José.
Las identidades, tanto la de los lugares como la de los actores que participan en
dichos espacios cargándolos y cargándose de sentido, son producto de imaginarios
y de relaciones concretas materiales como lo puede ser el consumo.
Durante el estar de los jóvenes en la plaza, en un mismo lapso de tiempo se podía
observar cómo de manera simultánea se marcaban diferentes tiempos debido a la
multiplicidad de interacciones y consumos que los jóvenes realizaban en este lugar.
Según el uso específico que los jóvenes hacían de la plaza, ésta podía adquirir una
identidad determinada: podía ser un fumadero, un bar al aire libre, un lugar para
conquistas o flirteos, un lugar de encuentro en general. Se ve como la plaza era un
lugar en tanto espacio concretizado temporalmente de una manera específica por
prácticas y relaciones también particulares (Massey, 1993). Este planteamiento permite
hablar de espacios fluídos, efímeros y decir que los actores que usan y consumen un
determinado espacio, construyen y producen la identidad del lugar a la vez que dicha
identidad, afecta las identidades de los mismos actores.
Surfers y rapers sueltos en plaza
La apariencia o look (Yonet, 1989) es un elemento importante en la construcción de
adscripciones identitarias. En la plaza se notó que la mayoría de los grupos de
jóvenes que acudían con frecuencia, o eran surfers o eran rapers.
Los grupos de look surfer tendían a ser tanto de hombres solos como de hombres y
mujeres. Generalmente eran muchachos blancos, con cabello largo rubio o castaño,
bronceados. Usaban tenis marca Airwalk y ropa de marcas del surfing como Billabon,
Bora, Quicksilver, entre otras. Era raro encontrar en este grupo, trigueños o morenos.
Los grupos de look raper eran generalmente sólo de hombres, compuestos tanto por
blancos como por trigueños o morenos. Los rapers observados en la plaza usaban el
cabello casi rapado y vestían ropas de marca Fila o Nike de unas cuatro tallas más
grandes de las que necesitaban. Los tenis que usaban eran generalmente de marca
Nike.
Paralelos a estos grupos estaban los grupos de muchachas solas, que en la plaza
podían presentar tanto un look "apretado" compuesto por pantalones de mezclilla o
mahones a la cadera pegados o en terminación bell bottom y camisetas cortas,
enseñando el ombligo, de tiritas y sin mangas y como un look "jiposo" o hindú
conformado por mahones o faldas largas, sandalias y blusas anchas. Desde lo
observado, las muchachas elegían en la plaza entre los grupos rapers y los surfers
por afinidad musical y de look, según los consumos que éstos realizaban.
A partir de las entrevistas, se constató cómo los rapers y surfers reproducían el
estereotipo que se maneja de ambos grupos en la sociedad puertorriqueña. Dentro
del imaginario puertorriqueño (y los jóvenes ciertamente lo comparten) se ve al joven
surfer como blanco, hijo de gente adinerada, que estudia en colegio privado, mientras
que al raper se lo asocia con la delincuencia, el tráfico de drogas, las escuelas
públicas y los residenciales. Los jóvenes manejaban esta idea a pesar de que en la
plaza tanto los surfers como los rapers pagaban lo mismo por la cerveza, los
paquetes de marihuana y demás drogas, y gastaban lo mismo en ropa, a juzgar por
las marcas.
Tanto los rapers como los surfers se reconocían en sus opuestos, en este caso,
ambos funcionan como el Otro entre sí. Ambos grupos le adjudicaban a la plaza San
José una identidad según el look del grupo contrario al que pertenecían. Los surfers
consideraban que la plaza estaba llena de "cacos", mientras los rapers creían que la
plaza estaba llena de “surferitos”. Esto implicaría el que los grupos de jóvenes veían
en la plaza un lugar de competencia, por conquistar y rescatar de la "presencia
mayoritaria" del grupo opuesto.
En el caso de los surfers, se encontró en las entrevistas cómo la plaza se volvía un
sitio amenazante e inseguro por la presencia algunas veces agresiva y desafiante de
los grupos de look raper. Por este motivo, los surfers experimentaban en la plaza un
conflicto de imaginarios pues mientras asociaban a la plaza como un lugar donde
podían divertirse, también lo consideraban un lugar peligroso.
Para algunos grupos, el look les permitía tener identidades múltiples y efímeras pues
para ellos no hay un compromiso las 24 horas del día con una sola imagen sino que
según al lugar que vayan se vestirán de una determinada manera. En las entrevistas
se evidencia la existencia de una negociación de looks que se da cuando los surfers
pueden ponerse un poco rapers para inspirar respeto, o cuando los rapers se
disfrazan de surfers para ser admitidos en algunos locales de moda de la ciudad.
Igualmente, a partir de las entrevistas quedó claro que tanto dentro de los grupos de
look raper como los de look surfer, están los que no son auténticos o verdaderos, es
decir, los que aparentan ser y no son, y éstos son calificados como "los wana be" 3 o
"los que se dan el guille"4.
También se podría decir que los jóvenes que portaban sus looks surfers y rapers en
la plaza efectuaban traslaciones territoriales (de California a San Juan o de New York
a San Juan) y mezclas con lo local. Esto tiene que ver con la hibridez de la cultura
puertorriqueña señalada por Pabón (1995), y con los cambios espacio-temporales o
compresiones de las que habla la globalización y que son visibles en el consumo a
través de las ofertas de los medios de comunicación, especialmente desde la
televisión por cable y la publicidad, dos elementos a los cuales los jóvenes
puertorriqueños están expuestos en su mayoría.
Las actividades principales que los jóvenes realizaban en la plaza eran: celebrar,
bromear, reir, tomar alcohol y fumar marihuana, o dicho en sus palabras, "relajar"5,
"joder"6 y "tripear"7.
Sin embargo, dentro de estas dinámicas que se daban entre los grupos de jóvenes
que acudían a la plaza, se observó que eran dos los consumos principales que estos
grupos realizaban: el beber alcohol y el fumar marihuana o "pasto". Desde las
entrevistas, se identificó que algunos de los grupos de jóvenes que frecuentaban la
plaza, definían sus identidades en este lugar a partir de la identificación con uno de
estos consumos pues lo que buscaban era "coger una buena nota”8 y “tripear”.
3
Frase derivada del inglés que los surfers usaban para definir a los que parecían pero no eran ya sea surfers o
rapers.
4
En la jerga puertorriqueña significa aparentar algo que no se es. Ser un guillú es ser un falso o altanero. Esta
frase era utilizada por los rapers.
5
Bromear, jugar, divertirse.
6
Molestar, fastidiar, hacer bulla, divertirse.
Aunque las ventas fuertes de droga se hacían en La Perla, donde los jóvenes acudían
a abastecerse, se podía ver algunas compras dentro de la plaza. Las entrevistas
revelaron que para los jóvenes no era tan importante comprar la droga en la plaza
como sí consumirla ahí.
Se pudo observar grupos de rapers y de surfers cuyo nexo o razón de ser - estar en
la plaza era el consumir marihuana. Este consumo específico provocaba el que las
diferencias irreconciliables entre los rapers y surfers en la plaza "se hicieran humo" y
se conformaran grupos de rapers y surfers mezclados. Así, dicho consumo quebraba
los estereotipos entre surfers y rapers.
Por otro lado, el consumo de marihuana generaba subdivisiones en el espacio de la
plaza debido a cómo los jóvenes usaban este espacio para fumar la hierba. Vistos
desde el eje público-privado, habían dentro de la misma plaza, zonas semi privadas,
zonas privadas y zonas públicas.
A esto hay que añadir el hecho de que durante los meses del trabajo de campo, el
alumbrado de la plaza era débil y el lado aludido como privado era uno de los más
oscuros, lo que propiciaba una sensación de privacidad en general, dentro de toda la
plaza.
Desde lo planteado por Calabrese (1989), sobre cómo la estética actual que él llama
neobarroca, implica el manejo de unas destrezas perceptivas dinámicas que
permiten el afloramiento del caos o fragmentación que la caracteriza, los jóvenes a
través de sus consumos de alcohol y marihuana en la plaza, podían vivir lo frenético,
la fragmentación, experimentar el exceso en este lugar. . Igualmente, García Canclini
7
8
Alucinar, volar, fantasear, estar bajos los efectos de alguna droga.
Emborracharse y/o drogarse.
(1995) propone que la sensibilidad que plantea el ritmo del videoclip es la más
adecuada para abordar el estudio de los procesos culturales que ocurren en las
ciudades actuales.
Vistos desde la idea de consumo productivo de Calabrese (1989), los jóvenes
producían una interpretación de la plaza que cambiaba la naturaleza misma de su
contenido “oficial” (ser un monumento histórico) a la vez que activaban determinadas
subjetividades en ellos mismos, producto de imaginarios también específicos e
identificaciones efímeras desprendidas de tales consumos. La plaza se volvería un
objeto caótico en su producción y recepción desde los jóvenes.
Los espacios de esta plaza eran modernos y posmodernos a la vez porque tenían
reglas y límites que se ablandaban, dispersaban y transformaban en el tiempo laxo
del espacio denso que vivían y producían los jóvenes durante su estar ahí.
Relaciones con la policía e identificaciones con ese otro Otro
Lo público y lo privado puede ser abordado además, desde la relación que los grupos
de jóvenes entablaban en la plaza San José con la policía. Esto se observa en cómo
los policías respetaban la "privacidad pública" de los grupos de jóvenes que se
encontraban dentro de la plaza ya que ellos vigilan desde el frente, en los arcos de
Ballajá, cruzando la calle Cristo, en esa esquina con la San Sebastián. La mayoría de
las veces, la policía se limitaba a "estar ahí" mientras los grupos ejercían sus
consumos en y de la plaza.
Sólo cuando los policías realizaban una revisión era que "invadían" la privacidad de
estos grupos de jóvenes. En estas circunstancias, los policías entraban en la plaza e
interferían las dinámicas y consumos de algunos grupos de jóvenes ahí reunidos.
Durante una media hora o más, se reducía la cantidad de gente en la plaza, muchos
se iban a dar una vuelta por otros lugares cercanos para darle tiempo a la plaza a que
restableciera su ambiente y poder volver. Otros grupos permanecían en la plaza
mirando de reojo, tratando de hacer como que no pasaba nada pero el ambiente se
ponía tenso.
En las entrevistas, los jóvenes dejaron en claro su percepción de que durante esos
momentos, se les estaba quitaba un espacio que se habían ganado y que habían
hecho suyo a través de su estar ahí y volver a estar cada fin de semana en él,
usándolo.
Para estos jóvenes, poco importaba el que ellos estuviesen realizando consumos
ilícitos en un espacio público, lo que tenía valor para ellos era el que en la plaza
disponían de un ambiente que por momentos era permeable y propicio para pasarla
bien y socializar con gente de sus edades.
Por otro lado, tanto desde las observaciones como desde las entrevistas, se notó que
es a partir de los enfrentamientos con la policía que algunos grupos de jóvenes,
ratificaban y validaban su estar en la plaza pues a pesar de tener algún altercado con
ellos, volvían a la plaza el siguiente fin de semana a intentar "volverla a pasar bien".
El cierre de algo abierto
El espacio puede ser visto como el contexto de una comunicación a la vez que como
uno de los elementos de la misma, o sea, uno de sus componentes (Fernández, 1991).
Si se cambia el espacio, la comunicación es otra o cada espacio propicia un
determinado tipo de comunicación.
Desde aproximadamente el mes de junio de 1997, la práctica juvenil estudiada
empezó a decaer para luego dejar de existir hacia finales de septiembre de ese
mismo año porque las condiciones de la plaza cambiaron. El nuevo Código de Orden
Público que entró en vigencia en octubre de 1997 dentro del Viejo San Juan,
establece entre otros aspectos, la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas en
la vía pública, obliga a los comerciantes a requerir identificación a los jóvenes antes
de venderles bebidas, y que los que hagan ruidos innecesarios que constituyan un
estorbo para la paz, serán multados en $ 500. Igualmente, la policía estatal y
municipal han aumentado la cantidad de efectivos en las áreas de mayor actividad
nocturna en el Viejo San Juan durante los fines de semana.
La plaza San José ha sido iluminada con luces potentes que han borrado todo tipo de
oscuridad o penumbra que poseía de noche. Esta plaza y las veredas de la calle San
Sebastián lucen ahora vacías las noches de los fines de semana. Los carros ya no
pueden circular durante esas noches, por las calles del área norte del Viejo San Juan
donde se encuentra la San Sebastián. Sin embargo, las playas de estacionamiento de
vehículos siguen llenas pues los jóvenes continúan acudiendo a discotecas ubicadas
en el Viejo San Juan como Lazer, New York y Hollywood.
En vías de combatir la criminalidad con "mano dura" y de brindar paz a los residentes
del centro histórico de San Juan, la oficialidad ha quitado a los jóvenes de 14 a 21
años la plaza San José, uno de los pocos espacios públicos del Area Metropolitana
de San Juan al cual podían acudir para socializar pero no les han ofrecido ni creado
otros espacios alternos. Esta política cultural juvenil policiaca, de no diálogo, de no
considerar el sentir de los jóvenes y de no promover su participación dentro de la
ciudad y de la sociedad puertorriqueña, podría tener limitados resultados a nivel de
duración y de alcances concretos. Tanto la Municipalidad de San Juan como la
Oficina de Asuntos de la Juventud (OAJ), carecen de programas de actividades
dirigidas a brindar alternativas de esparcimiento nocturno en espacios públicos
urbanos dentro del Area Metropolitana de San Juan (AMSJ). Hay una falta de
políticas culturales que tomen en cuenta el uso de la ciudad que hacen los jóvenes.
Los jóvenes en líneas generales, no son considerados como usuarios válidos de los
espacios públicos del Viejo San Juan por la municipalidad y desde la OAJ. Estas
instituciones no consideran a los jóvenes como ciudadanos, los ven sólo como
delincuentes o delincuentes potenciales o como estudiantes, deportistas o posibles
pequeños empresarios.
Dado este nuevo panorama de las noches de los fines de semana en el Viejo San
Juan provocado por la entrada en vigencia del mencionado Código de Orden Público,
surge la necesidad de investigar hacia dónde se están desplazando actualmente los
jóvenes durante los fines de semana, cuáles son los espacios urbanos alternativos
que han encontrado o que ellos mismos están creando para su disfrute y
esparcimiento.
Por otro lado, desde esta investigación de un uso específico que realizaban los
jóvenes de un espacio urbano, podrían surgir investigaciones que vean sus consumos
y usos en otros lugares del Area Metropolitana de San Juan, para estudiar su vivir y
actuar en la ciudad.
__________________
Bacon, E. (1980). Design of Cities. NY: Peguin Books.
Bourdieu, P., Wacquant, L. (1995) Respuestas. Por una antropología reflexiva.
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