CONCILIACION Y RELACIONES DE PODER

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Arguedas Ruano Javier. Conciliación y Relaciones de Poder. Conferencia para el Ciclo
de Conferencias de la Escuela Judicial. 2000.
Resumen
Desde un proceso reflexivo acerca del tema del poder y de cómo influye este en las
relaciones interpersonales, el autor nos permite concluir sobre varios temas vitales en un
proceso conciliatorio: 1. La importancia de la distinción entre admisibilidad y
conciliabilidad. 2. No siempre las partes están en condiciones de participar libre y
voluntariamente en el proceso conciliatorio. 3. Las relaciones interpersonales en donde ha
mediado la violencia, impiden la existencia de una relación de poder balanceada, por lo
que es imposible negociar entre las partes. Para ello, analiza dos vertientes básicas
explicativas del fenómeno del poder; por un lado, las teorías tradicionales que nacen a
partir del pensamiento weberiano, y la teoría posmoderna de Nikklas Lumann, exponiendo
cómo la primera forma de explicar y comprender el fenómeno social del poder, hace
“técnica y éticamente” inoperante la institución de la conciliación. Mientras que la
segunda, a través de la “comunicación simbólica”, logra potenciar el instituto como un
medio de solución de diferencias para todos aquellos casos, en donde las partes se
encuentren en capacidad y libertad de decidir sobre sus alternativas; es decir, cuando no
ha existido violencia en la relación y las partes se encuentran en una relación horizontal.
Guía de lectura
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El fenómeno del poder y su influencia en las relaciones interpersonales.
Pensamiento weberiano sobre el poder y su influencia en el institucio de la
conciliación.
Pensamiento de Nikklas Lumann sobre el fenómeno del poder, la “comunicación
simbólica” y las implicaciones de esta teorización para explicar las bondades de la
conciliación, así como la no conciliabilidad de asuntos, en donde median
relaciones interpersonales violentas.
"CONCILIACIÓN Y RELACIONES DE PODER:
UN ENFOQUE SISTÉMICO CIBERNÉTICO"
MSc Javier Arguedas Ruano
1.- Introducción
Uno de los temas fundamentales dentro de los procesos de conciliación es el
referido a la forma en que las personas se relacionan entre sí desde una determinada
situación de poder, más específicamente, interesa conocer cómo las relaciones de poder
pueden determinar la comunicación y los procesos de negociación asistida, y en particular
cómo estas relaciones inciden en los procesos de conciliación.
En razón de ello se hace inevitable un proceso de reflexión acerca del tema del
poder y de cómo influye este tema en las relaciones interpersonales. En este proceso nos
hemos dado cuenta y debemos reconocer que las tesis tradicionales sobre esta cuestión
resultan insuficientes para abordar la compleja dinámica de las relaciones interpersonales
y la influencia de las relaciones de poder entre las personas involucradas en conflictos
que se trasladan al ámbito de la conciliación.
Para justificar la anterior aseveración me permito una pequeña digresión para
destacar el nivel de complejidad al que me refiero.
Ya Aristóteles en su libro "La Política" se cuestionaba el tema del poder. Entendía
razonablemente para su época que era obvio que el esclavo debía obedecer a su amo, en
virtud de que el esclavo no era más que una cosa dispuesta para el servicio del amo. Sin
embargo se preguntaba por qué razón un ciudadano obedecía a un magistrado, pues
siendo ambos libres no había motivo evidente para tales comportamientos. Gracias a esa
pregunta y la reflexión que ella genera que nacen las ciencias políticas como ciencia
social que pretende dar respuesta a esta inquietud, entre otras muchas.
Como se aprecia, la cuestión tiene un origen muy remoto y ha sido abordada a lo
largo de la historia con una gran diversidad de propuestas ideológicas que han respondido
a intereses y necesidades sociales muy diversas.
Así las cosas, dada la diversidad existente, haremos un esfuerzo por aproximarnos
a la materia en dos sentidos básicamente: Por una parte las tesis que podríamos llamar
tradicionales, sustentadas en las teorías weberianas sobre el poder y una tesis
postmoderna, basada en el enfoque del autor alemán Nikklas Luhmann y su libro "Poder".
2.- Las tesis tradicionales sobre el poder
Tradicionalmente el poder ha sido concebido como la posibilidad de imponer la
propia voluntad a la conducta de otras personas, o como la capacidad de conseguir que
otros hagan lo que uno quiere.
Este tipo de definiciones tienen su sustento en la teoría weberiana de Poder,
concepto que fue definido por Weber como la posibilidad de que una persona o un
número de personas realicen su propia voluntad de una acción comunal, incluso contra la
resistencia de otros que participan en la acción.
El pensamiento weberiano establece básicamente una correlación entre los
conceptos de poder y fuerza, y así como una directa relación con las nociones de
autoridad y disciplina. Por ejemplo en el caso de la estructura de poder político Weber
hacía recaer el poder en la fuerza de la Nación, o en la fuerza del orden legal y planteaba
la necesidad de que la comunidad mantuviera la disciplina respecto de tal institucionalidad
que era asumida por una autoridad máxima que, a su vez representaba a la nación.
Dentro de este concepto entonces la posición social que ocupan los sujetos del
poder se enmarca dentro de una asimetría entre quien ostenta el poder dominante y los
que son titulares de la dominación, implicando ello además la negación de la racionalidad
y de la libertad del sujeto obligado o dominado.
Otra característica fundamental es que al entenderse el poder como imposición,
sometimiento y, en última instancia, fuerza bruta, correlativamente implicaría que entre los
sujetos de la relación existiría una ausencia de diálogo y comunicación.
Otras consecuencias prácticas respecto de las relaciones de poder entendidas
desde esta óptica, se encuentran en la dimensión psicológica, pues por un lado la
connotación de violencia y sometimiento que se asigna produce en los sujetos sometidos
el surgimiento de resentimientos e impotencia, y como resultado de ello, se produce un
resurgimiento de nuevas formas de violencia; este fenómeno es conocido como la espiral
de violencia.
La otra secuela psicológica es la referida a la negación del sujeto dominado, que lo
convierte en objeto, en la medida en que se le toma no como un fin en sí mismo sino
como un mero medio para fines extraños a su propia racionalidad. Esto implica la
devaluación propia y ajena de las capacidades del dominado, lo cual se une a una
correlativa sobreestimación propia y ajena del dominador, dando lugar en ocasiones a
mitos y estereotipos (como ejemplo de ello baste recordad el mito de la existencia de
razas o clases superiores).
Como podrá apreciarse este tipo de definiciones resultan totalmente inaplicables
en el caso de los procesos de conciliación, pues de utilizar esta teoría deberíamos
entonces aceptar que cualquier acto de fuerza o violencia en contra de una de las partes
de la relación que se presenta a conciliar es admisible, como una forma de manifestación
de la relación de poder.
Debemos partir de una premisa esencial para entender las razones por las que no
es aplicable este tipo de teorías y es que la conciliación es un proceso esencialmente
voluntario, donde las partes involucradas en el conflicto no pueden estar sometidas a
ningún tipo de presión para llegar a determinados acuerdos e incluso para aceptar la
posibilidad de asistir a la conciliación.
Esto significa que una característica fundamental de la conciliación es
precisamente la voluntariedad y la libertad de disposición de las partes, tanto en cuanto al
acuerdo en sí mismo, como a la posibilidad de asistir al proceso.
Para una adecuada comprensión de lo anteriormente dicho es importante
introducir dos conceptos centrales que sustentan los procesos de conciliación.
El primero de ellos es el referido a la admisibilidad, entendiendo por tal los
aspectos jurídico procesales que permiten que un caso pueda ser llevado a conciliación.
Por ejemplo, en materia penal el artículo 36 del Código Procesal Penal regula claramente
los aspectos que desde el punto de vista de la admisibilidad hacen que un asunto sea
conciliable, de igual forma el Código de la Niñez y la Adolescencia establece límites
legales de admisibilidad para que menores de edad participen en este tipo de procesos.
Por tanto el concepto de admisibilidad hace referencia a los aspectos que determinan las
leyes en cada materia y que permiten o imposibilitan que la conciliación se pueda realizar
dentro de un proceso judicial.
El otro concepto es el de conciliabilidad, que versa sobre los aspectos bio-psicosociales que hacen que un determinado asunto tenga las características para ser
conciliado. Este concepto engloba cuestiones tales como la capacidad de las partes para
actuar, la disponibilidad de las partes para participar en el proceso, los desbalances de
poder que planteen las partes entre sí, situaciones de violencia que eventualmente se
pudieran presentar, entre otros.
Como se podrá apreciar, este concepto alude necesariamente a las características
particulares de cada caso, de manera que no se puede hacer una valoración o
determinación a priori del concepto de conciliabilidad, sino que debe analizarse las
peculiaridades de cada asunto para determinar si es conciliable o no.
Esta distinción entre admisibilidad y conciliabilidad es importante pues a pesar de
que legalmente muchos asuntos son admisibles para ser conciliados no siempre serán
conciliables, es decir, no siempre estarán las partes en condiciones de participar libre y
voluntariamente en el proceso.
Es por ello que si aceptáramos la concepción weberiana de poder tendríamos que
admitir que el concepto de conciliabilidad no es útil, pues únicamente se requeriría que la
ley autorizara la conciliación para que el juez del proceso la permitiera sin entrar a valorar
los aspectos que engloba el concepto de conciliabilidad, entre ellos, como dije los
desbalances de poder entre las partes o la posibilidad de situaciones de amenaza o
violencia entre éstas.
Entonces, dada la inutilidad de este enfoque teórico se hace necesario otro tipo de
aproximación para abordar el tema y por ello hemos decidido asumir la propuesta teórica
sobre el poder que plantea Nikklas Luhmann.
2.- El Poder: Un enfoque sistémico cibernético
De Nikklas Luhman se debe empezar diciendo que es un autor alemán (abogado,
sociólogo y filósofo), probablemente poco conocido fuera de Europa, pero que es quizás
el escritor más importante de las actuales corrientes postmodernas que pretenden ofrecer
una explicación a las complejas relaciones sociales en las que nuestra sociedad se
encuentra inmersa. De él se ha dicho que es un autor peligroso y escandaloso, y si se
quiere, radical en términos de su teoría de sistemas sociales, pues para explicar el
funcionamiento de la sociedad se ha valido de instrumentos conceptuales tan diversos
como la teoría de la comunicación, la teoría de sistemas, la biogenética y la cibernética,
constituyéndose en un autor sumamente difícil y complejo.
No pretendo explicar la teoría de sistemas sociales de Luhmann pues no es el
objeto de esta reflexión, pero sí se hace necesaria esta alusión para destacar que su
teoría del poder se enmarca dentro de este tipo de instrumentos teóricos que brindan una
gran riqueza conceptual y que descubren un panorama totalmente distinto al presentado
tradicionalmente respecto del poder.
Así en Luhmann el poder se entiende como un mecanismo de comunicación por el
cual el subordinado tiene la posibilidad de elección de determinada conducta frente a una
alternativa de evitación.
Entonces a partir de este concepto, el poder se deja de concebir como una
propiedad o capacidad o facultad de uno de los involucrados en la relación sobre la otra u
otras personas involucradas, como sucede en la tradición weberiana; y se entiende más
bien como un mecanismo de comunicación simbólicamente generalizado. Comunicación
que es dirigida por códigos.
De esta forma, los mecanismos de comunicación simbólicamente generalizados
son mecanismos adicionales al lenguaje, es decir, un código de símbolos generalizados
que garantizan la transferencia de las selecciones en la medida apropiada. Algunos
ejemplos de estos serían el poder, el dinero y la religión.
La lógica de operación de las relaciones de poder, según esta teoría se explica de
la forma siguiente:
En primer término, el poderoso de la relación amenaza con recurrir, si es
necesario, a una alternativa desagradable, que preferiría evitar, pero que está dispuesto a
utilizar en caso de ser rechazado.
En este caso, el supuesto de la alternativa de evitación es que el subordinado
teme que la amenaza planteada en la alternativa desagradable se concrete.
Como segundo aspecto de esta lógica, el poderoso espera que el sometido desee,
aún más que él, evitar llegar a la utilización de la alternativa de evitación, pues solo así
funciona efectivamente el poder.
En caso contrario, el superior puede verse obligado a actuar haciendo uso de la
alternativa de evitación y con ello no conseguir la obediencia requerida, con lo que
quedaría patente su falta de poder respecto del subordinado que desobedece.
De manera que según lo explicado hasta ahora, el poder deja de ser una
imposición violenta de la voluntad sobre otros, para pasar a ser una forma de
comunicación en la que el poderoso utiliza diversas estrategias para ver cumplido sus
deseos. La esencia de esta propuesta radica precisamente en que el subordinado tiene la
posibilidad de no obedecer a lo deseado por el poderoso, caso en el cual soportaría el
cumplimiento de la amenaza por parte de éste.
Mas sin embargo, en caso de que el poderoso tuviera que cumplir su amenaza
estaría perdiendo su poder, pues no ha sido capaz de imponerse a través de la
comunicación simbólica sino a través de la fuerza.
Entonces las relaciones de poder se entienden como una relación de doble vía,
que es lo que Luhman, define como doble contingencia. Según esta idea, la efectividad
del poder depende tanto de la persona en que repercute, como de la habilidad con que se
ejerce.
Así, el poder supone la capacidad de disposición de otras alternativas de acción
por parte del subordinado, de manera que éste será mayor en la medida en que pueda
imponerse frente a las alternativas atractivas de acción o inacción que tiene el
subordinado.
Es por estas razones que a partir de esta propuesta, el poder debe ser distinguido
de la coerción y de la violencia.
Plantea el autor al respecto que la coerción conduce a la violencia física y con ella,
a la sustitución de la acción deseada y no conseguida del subordinado por la acción
violenta y no querida del superior. Y en tal sentido, el ejercicio de la violencia demuestra
incapacidad de poder.
Dentro de esta línea de ideas es importante destacar que el poder requiere
necesariamente de la libertad y la independencia del subordinado.
El subordinado debe estar capacitado para elegir su propio comportamiento, por lo
cual requiere necesariamente de la posibilidad de autodeterminación.
Por ello los medios de poder deben servir únicamente para dirigir al subordinado
en su decisión, más no para determinarlo por una selección específica.
De manera que cuando se postula un poder absoluto, se trata de un poder escaso
y limitado, porque entonces no hay situaciones de elección del subordinado en las que el
superior pueda influir.
Por lo tanto, el poder consiste en la posibilidad de influenciar la selección de las
acciones u omisiones, frente a otras posibilidades y éste es mayor si es capaz de
mantenerse incluso a pesar de las alternativas atractivas para la acción o inacción que
posea el subordinado, de forma tal que solo puede aumentar con la libertad de éste.
Desde esta perspectiva, habría entonces que destacar algunas características
importantes que desde esta propuesta teórica se le pueden asignar a las relaciones de
poder.
En primer término se parte de la premisa de que es posible que los sujetos
involucrados en la relación mantengan posiciones de simetría, pues como se dijo la
relación de poder radica en la habilidad que tengan las personas dentro del proceso
comunicacional. Esto otorga un carácter afirmativo y creativo a proceso de comunicación,
además de que lleva implícita, como se dijo la idea de libertad en su autonomía, de los
sujetos relacionados.
Una segunda característica está dirigida a resaltar que el concepto no supone la
idea de imposición ni de sometimiento, por lo que es posible afirmar la existencia de
diálogo y comunicación entre los involucrados.
Este aspecto tiene consecuencias importantes en el plano psicológico, en cuanto
que al existir ausencia de violencia existe también ausencia de resentimientos, y como
resultado, es posible esperar una progresiva pacificación estable, sin espiral de violencia.
Un último punto es el referido a la afirmación de los sujetos de la relación de poder
como tales sujetos, esto es, como fines en sí mismos, como propia y autónoma
racionalidad y, en consecuencia, reafirmación y reforzamiento de la dignidad de la
persona humana.
Como se puede apreciar, este planteamiento tiene consecuencias prácticas de
mucha importancia para los procesos de conciliación y para el rol que cumple el
conciliador dentro de estos.
Una primera consecuencia práctica es que entonces el poder siempre será relativo
y siempre será específico de la situación en debate.
Por lo tanto, no será posible afirmar que por ejemplo en una relación laboral el
patrono siempre será el poderoso de la relación por el hecho de tener los recursos
económicos y los instrumentos de trabajo, pues perfectamente podría ser que no tenga la
habilidad de hacer cumplir al trabajador (que tradicionalmente se entiende como el
subordinado) sus propuestas de acción o inacción. Si no que esta cuestión debería ser
analizada a partir de la forma en que las partes (patrono y trabajador) se comportan
dentro del proceso de comunicación, pues perfectamente el trabajador podría disponer,
utilizando el concepto de doble contingencia, de recursos de poder que le harían
comportarse como poderoso y no como subordinado.
Otra consecuencia de la aplicación de este marco teórico está referido al rol del
conciliador. Sobre este tema se debe recordar que su rol es esencialmente el de facilitar
la comunicación que establecen las partes dentro de la conciliación, siendo que su
participación es esencialmente imparcial. Esto es importante en cuanto a la función
asignada al conciliador de ser un instrumento para el balance del poder dentro del
proceso.
Entonces cuando se habla de que el conciliador debe equilibrar el poder, no
significa que deba ubicarse a favor de la parte más débil o con menos recursos de poder,
pues de actuar así el conciliador estaría incumpliendo su mandato de actuar
imparcialmente.
En este punto se hace necesario recordar que el proceso de conciliación se puede
dividir en dos grandes áreas. Una primera referida al proceso y la otra al contenido. El
proceso es la forma en la que se comunican las partes y en esto es el conciliador el que
define las pautas y el que controla el proceso. En tanto que el contenido es el aspecto
sustancial que se discute en la conciliación y de él son las partes quienes tienen el
control, de manera que el conciliador no puede intervenir en este punto, a no ser en el
momento de la homologación del acuerdo, en donde podría oponerse a tal acto por
considerar que el contenido perjudica a alguna de las partes o porque el mismo es ilegal.
Es por ello que la actuación de balanceador de poder está referida más bien a que
el conciliador, controlando el proceso y no el contenido de la conciliación, debe garantizar
el que las partes reconozcan la existencia de una relación de poder entre ellas que de
alguna forma impide o limita el proceso de comunicación, a fin de que tengan conciencia
de esa situación y sean las partes mismas de forma independiente quienes decidan si a
pesar de ello están en disposición y en condiciones de continuar dentro del proceso.
Esto significa entonces que otra función del conciliador dentro de este rol será la
de contextualizar la situación de manera realista, con el fin de impedir que las partes
establezcan acuerdos dictados exclusivamente por la relación de poder.
Sin embargo esta participación del conciliador no debe ser una inclusión directa
sobre el contenido de lo que las partes discuten, como se dijo anteriormente, sino que
para ello posee una serie de herramientas tales como las reuniones separadas con las
partes, el uso estratégico de técnicas de escucha, los reencuadres en cuanto a las reglas
del proceso, la igualdad de oportunidades en la creación de opciones y la utilización del
principio de realidad en cuanto al proceso y a la viabilidad de un acuerdo dictado con base
en un desbalance de poder.
Otra gran área de consecuencias que derivan de esta teoría sobre las relaciones
de poder es todo el aspecto concerniente a las situaciones de violencia en las que
permanecen algunas personas y cuyos conflictos son traídos a un proceso de
conciliación.
Se habla de que en las relaciones interpersonales las situaciones de violencia se
plantean en cuatro distintos niveles: La violencia física, la violencia emocional o
psicológica, la violencia sexual y la violencia patrimonial.
La investigadora norteamericana Elenor Walker ha establecido que es no solo
posible, sino común, que en las relaciones interpersonales se establezcan patrones o
ciclos de violencia. Esta autora ha logrado caracterizar dicho ciclo de violencia en cuatro
fases o niveles, como un ciclo definido de agresión que responde a una “dinámica del
agresor”, que es reiterativo, y que aumenta en intensidad y letalidad, por períodos que
varían en cada relación.
Un primer nivel lo denomina fase de acumulación de la tensión, caracterizado
como su nombre lo indica por la acumulación de tensiones en la relación que provocan
que el agresor se torne cada vez más hostil con su víctima al punto que la víctima pierde
el control sobre sus actuaciones, pues independientemente de ellas el agresor responde
con actos simbólicos de violencia.
La segunda fase o nivel es la referida a la explosión o incidente agudo de
violencia, en donde el agresor pasa de las amenazas a actos físicos de violencia sobre la
humanidad de la víctima que suelen ser más intensos y letales conforme el ciclo de
violencia se repite.
La tercera etapa o fase se denomina de distanciamiento y lo que sucede en esta
es que la víctima toma algún tipo de acción para tratar de cortar el ciclo, ya sea
separándose del agresor o buscando alguna ayuda en terceras personas o instancias. En
los casos de violencia doméstica es común que la víctima (normalmente la mujer) acuda a
instancias judiciales o a organizaciones de ayuda en busca de protección para su
integridad física y la de sus hijos.
Finalmente la última etapa que describe es la del arrepentimiento, en donde el
agresor aparentemente modifica su conducta, pide perdón y busca la reconciliación de la
víctima, quien por estar inmersa en este ciclo acepta tal arrepentimiento, para de nuevo
iniciar el ciclo de violencia.
Así se ha dicho que la víctima sumida en este tipo de violencia vive dentro de un
proceso de desesperanza aprendida, que es el estado que experimenta la persona
agredida al creer plenamente que no puede ejercer ningún control para defenderse de su
adversario y mucho menos tener alguna influencia en la situación en que está inmersa.
Quise hacer referencia a este ciclo de violencia para destacar las diferencias que
plantea la teoría luhmaniana sobre el poder, al considerar las relaciones de violencia
como una especie de esclavitud moderna, en donde la víctima no es libre y no tiene
alternativas de evitación, es decir, es incapaz por ella misma de hacer una selección de
acciones o inacciones diferente de la que plantea el agresor. Véase que no estamos
hablando de poderoso y subordinado, sino de agresor y víctima y en este sentido, no
estamos en presencia de una relación de poder sino dentro de un ciclo de violencia que
hacen inútiles los mecanismos de negociación asistida, en este caso la conciliación, como
una herramienta de solución de conflictos.
Para sostener la afirmación de que los mecanismos de resolución alternativa de
conflictos, especialmente la conciliación, son inútiles para abordar conflictos en los que las
partes se encuentran inmersos en ciclos de violencia se debe reiterar que la conciliación
es un proceso de negociación asistida que tiene como fundamento la capacidad de
negociación de las partes, siendo que en este tipo de situaciones no existen condiciones
para una negociación en términos horizontales, toda vez que no hay posiciones
equivalentes de poder. De manera que más bien el proceso de conciliación podría resultar
contraproducente y hasta peligroso para las personas afectadas.
Véase que las técnicas con las que cuenta el conciliador son útiles para atacar los
desbalances de poder, pero no para enfrentar la violencia, que en este tipo de procesos
podría producir o una situación de coerción hacia la víctima quien tendrá sobre sí la
amenaza de un castigo si hay un incumplimiento de lo deseado por el agresor; podría
producir también una situación de inducción, al plantear el agresor una promesa de una
recompensa en el caso de cumplimiento de lo deseado por este; o finalmente podría
producirse una situación de persuasión a través de la manipulación que puede utilizar el
agresor, dada la falta de alternativas de evitación que maneja la víctima.
Otro aspecto que se debe considerar es que dada la situación especial que se
presenta en este tipo de casos, es muy probable que el agresor deposite en la víctima la
responsabilidad sobre el resultado del proceso. Siendo ello así, no existiría una verdadera
viabilidad de lo acordado, aparte de que sería muy probable que se den acuerdos
totalmente desbalanceados que a su vez, en caso de incumplimientos, podría provocar
nuevos episodios de violencia.
Así las cosas, podemos concluir en que las soluciones para el problema de
violencia están en otro tipo de alternativas más integrales, que requieren de una
intervención terapéutica para los involucrados, siendo que la conciliación más bien podría
ser una fuente de revictimización y de generación de mayor violencia.
De manera que si se permite la implementación de un mecanismo como la
conciliación en casos de violencia, es factible que llegue a perder su valor como medio
para procurar la paz social y se convierta en una herramienta social de revictimización.
Aquí se deben reiterar los conceptos de admisibilidad y conciliabilidad para
destacar el hecho de que a pesar que la ley permita la conciliación en algunos casos de
violencia, es un deber ético del conciliador analizar la situación concreta con los criterios
de conciliabilidad para permitir o impedir la conciliación, según estemos o no en presencia
de situaciones de violencia.
Debemos recordar que una de las premisas sobre las que se sustenta la filosofía
de la resolución alternativa de conflictos es que se confía plenamente en la capacidad del
ser humano para resolver sus propios conflictos, pero ello siempre y cuando se den las
condiciones de igualdad y horizontalidad de los involucrados para resolver las situaciones
que les afectan personalmente.
4.- Conclusión
Concluyo esta reflexión diciendo que la conciliación es una noble profesión, pero
sobre todo es una profesión.
Con ello quiero expresar que el conciliador, como profesional que es, se enfrenta a
una serie de deberes éticos que lo obligan a impedir que el proceso de conciliación se
utilice como un instrumento para perjudicar a los involucrados en un conflicto y por ello
debe saber utilizar las herramientas que tiene a su disposición para promover estilos de
comunicación asertivos y cooperativos que fomenten la solución pacífica de conflictos y
sobre todo que ayuden en la construcción de una cultura de paz dentro de nuestra
sociedad.
Pero ello no podría ser así si no se reconoce cuando se está en presencia de
desbalances de poder que pueden ser corregidos dentro del proceso y cuando se está en
presencia de situaciones de violencia que requieren de intervenciones terapéuticas que
desde ningún punto de vista puede abordar el conciliador, por no es parte de su profesión
este tipo de abordajes.
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