32 la doctrina de la tribuna

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La doctrina de la tribuna
Hugo Perez Navarro
“La Nación será una tribuna de doctrina”
Epígrafe del diario La Nación
B
ajo el aura de una auto-referida “objetividad” periodística, los medios política y
económicamente comprometidos con la última dictadura (y algunos comprometidos
ex-post) insisten en escribir la historia como una tragedia ante la cual se asignan el
rol de “testigos preocupados por el devenir de los intereses de la República”.
Esta “preocupación” es real, pero no en lo que respecta a los intereses de la República
sino a los de las empresas o fracciones de capital que dichos medios representan. Y suele
ocultar, debajo de un estilo y una entonación que aparentan mesura y ecuanimidad, una
agitación casi frenética, que se manifiesta mediante un discurso que no sólo falla en la
construcción de una realidad-paralela (invariablemente trágica), sino en la mera
estructuración del propio discurso.
Sin embargo, detrás del triste intento de incidir sobre la vida política del país desde una
construcción verbal (a la sombra de la cual la “oposición” pretende existir como tal) y de
la precaria estructura lógica de semejante artilugio discursivo, hay una firme coherencia
en sus aspectos esenciales, algunos de los cuales han caracterizado históricamente a la
derecha argentina y se mantienen en la esfera de lo no dicho:
a) La certeza sobre cuáles son sus verdaderos intereses (cuestión en la que buena
parte de la llamada “clase media” zozobra de modo recurrente);
b) La imposibilidad de enunciar sus verdaderos propósitos, que invariablemente
remitiría a Videla-Martínez de Hoz o a Menem-Cavallo-De la Rúa y
c) El desprecio por las mayorías como protagonistas de procesos de transformación
más o menos profunda de la realidad.
En ese plano discursivo y estratégico se encuentran los verdaderos motivos que llevaron
al diario La Nación a publicar el curioso manifiesto de perverso-dadaísmo titulado “1933”
y en el que se pretendió advertir a la sociedad argentina bien pensante sobre el riesgo de
que el kirchnerismo derive rápidamente en una versión siglo XXI del nacional-socialismo.
Ello ocurrió en la edición del 27 de mayo de la “tribuna de doctrina”. Esto es: dos días
después del acto con el que el gobierno nacional aunó la celebración de la Revolución de
Mayo con la del décimo aniversario de la asunción de Néstor Kirchner, impulsor y primer
conductor del proyecto político que hoy gobierna a la Argentina. Un acto al que
concurrieron alrededor de 800.000 personas que desbordaron los límites de la Plaza de
Mayo, excediendo incluso las tres avenidas convergentes.
Se pueden ocultar las intenciones, los proyectos inconfesables, los intereses corporativos,
las intenciones últimas; pero lo que no puede soslayarse es la ideología. Porque la
ideología, en tanto sistema de ideas que definen y ordenan la realidad, es inevitable. Es
como una marca a fuego que des-cubre (es decir, que quita el velo, que dice la verdad)
sobre alguien, sea una persona, un grupo con intereses comunes, una clase social.
La ideología –como se desprende de lo anterior- no está presente tanto en la retórica o
en las estructuras discursivas, como en el método de acercarse a la realidad, de
1
ordenarla, de expresarla; en los procedimientos para elaborar y construir los enunciados
que pretenden definirla.
Lo ideológico no solo se exterioriza en las representaciones que los individuos tenemos
sobre la forma de organización social en la que estamos inmersos sino –y sobre todo– en
la realidad concreta y material: en lo vivido. Esa doble existencia de lo ideológico, como
representación y como concreción, es lo que permite una eficaz reproducción de las
relaciones sociales imperantes en determinado momento histórico. 1
En este caso la ideología se pone de manifiesto en un esquema de razonamiento muy
precario en su intención de forzar la realidad, pero que deja al descubierto la profunda
vena antipopular y antidemocrática de “la tribuna”, es decir, su esencia doctrinaria.
El esquema es el siguiente: ante la imposibilidad de negar la presencia de semejante
multitud –y el consenso que ella implica-, se debe cuestionar su capacidad política. Para
ello basta con encontrar una experiencia de masas de trayectoria infausta, que debería
restar validez y significado a la presencia de tanta gente en las calles. Así lo expresaba el
texto perverso-dadaísta:
“Hace 80 años el mundo fue testigo, silencioso y tolerante, de la gradual
desaparición de una república y, en pocos meses, de la instalación de una
dictadura con el apoyo entusiasta de la población y sus fuerzas vivas. La República
de Weimar fue reemplazada por un régimen totalitario que concentró en una
persona los tres poderes del Estado, eliminó los derechos individuales, controló la
justicia, suprimió la prensa independiente y, finalmente, ejecutó el terrible
Holocausto.”
Tal vez donde dice “testigo silencioso y tolerante” debería leerse cómplice, ya que en
gran medida el crecimiento de Hitler fue no sólo tolerado, sino auspiciado, promovido y
aún elogiado por muchos de los idolatrados adalides de “la libertad” y “la democracia” de
Occidente (es decir del colonialismo y del mercado libre para las metrópolis, etc.), tales
como el señor Chamberlain, cuyo célebre ataque de flojera en Munich lo llevó a ceder
graciosamente a las presiones del hitlerismo, y su posterior reemplazante, el señor
Churchill, quien no economizó, por esa época, elogios desmedidos para el Canciller
alemán nacido en Austria.
El método
Dice la “tribuna de doctrina”:
“Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la
actualidad argentina que nos obligan a mantenernos alerta.”
Aquí aparece el método discursivo: primero se enuncia la proposición y luego se pretende
demostrarla mediante saltos en el razonamiento (es decir, obviando las pruebas
argumentales), se hace como que la conclusión en un derivado que se desprende
lógicamente de la premisa, cuando en realidad son lo mismo. La repetición de la noconclusión, hace el resto.
1
Althusser define a la ideología como “la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones
materiales/reales de existencia[…] en esa representación imaginaria del mundo están reflejadas las condiciones
de existencia de los hombre, y por lo tanto su mundo real (concreto)”. Es en este último sentido que el
pensador francés le atribuye a lo ideológico una existencia material. La concreción de una ideología, en
determinado momento histórico, necesita de aparatos institucionales que la reproduzcan como legítima, como
ficción válida para el conjunto de la sociedad y las relaciones que en su interior se entablan. Louis Althusser:
Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan, Nueva Visión, Buenos Aires, pags. 3-4 y 20-27.
2
Este es el método discursivo preferido de los medios afines con el proyecto 1976-2001:
una combinación de falacias tales como petición de principio, argumentum ad populum,
argumentum ad hominem y tautologías varias, que desgarran los tobillos de la lógica con
una morbosa crueldad.
Por esta vía es imposible que se avance en el conocimiento de la realidad; por el
contrario: lo que se alimenta, sobre estas formas espurias de razonamiento, es la
construcción de una realidad paralela, ficticia, inexistente, en la que reside y se regocija
de su cuasi existencia la pseudo oposición.
No hay una sola demostración ni una sola conexión entre lo que la “tribuna de doctrina”
dice y lo que la realidad muestra.
Por el contrario, salta a la vista que en la Argentina de nuestros días –que es la Argentina
de los últimos diez años- los tres poderes funcionan como lo marca la Constitución
Nacional.
De lo contrario el propio presidente Kirchner se hubiera abstenido de llamar a audiencia
pública antes de proponer los nombres de los nuevos jueces de la Corte Suprema.
De lo contrario el voto “no positivo” con el que se manifestó una de las mayores
inmoralidades de toda nuestra historia, no hubiera sido posible o no se hubieran acatado
sus consecuencias.
De lo contrario la “tribuna de doctrina” no hubiera inaugurado el género ficción-editorial
con la nota que aquí se comenta.
De lo contrario no habría tanto escribidor o tele-agitador aplicando el método referido
para proferir todo tipo de infamias y estimular al insulto como práctica social, tal cual se
ve en prácticamente todos los medios.
De lo contrario, los argentinos no seríamos testigos de una etapa de inclusión efectiva y
de permanente ampliación y reconocimiento de derechos, no sólo de las mayorías
postergadas por la crisis económica y política dejada por los aliados de “la tribuna de
doctrina” sino –y de modo destacado- de las minorías marginadas y estigmatizadas
cultural e históricamente.
De lo contrario, el sistemático flujo de odio (carente de fundamentos políticos concretos)
que da forma a la realidad paralela que pretenden construir buena parte de los medios
argentinos no llegaría jamás a destino.
De lo contrario no se hubiera propuesto desde el Poder Ejecutivo Nacional, hace poco
más de dos meses, la reforma respecto a la Democratización del Poder Judicial.
Es verdad que el diario La Nación sostuvo frente al surgimiento y desarrollo del nacionalsocialismo y sus patéticas facetas una actitud primero cautelosa y luego severamente
crítica. Especialmente desde que el tan admirado imperio británico decidió enfrentarlo. 2
También es verdad que, sobre la finalización de la segunda guerra, entró en el juego de
identificar al nazismo con el proto-peronismo, de lo cual no se excusaron muchas fuerzas
“progresistas” de entonces.
Y también es verdad que, cuando la Argentina fue sometida por una dictadura que en
nada se diferenciaba del régimen nacional-socialista, lejos de cuestionarla en algún
2
A diferencia de lo que hicieron el diario Los Andes -decano de la prensa cuyana-, y el diario La Razón,
actualmente propiedad del Grupo Clarín, que no economizaron elogios al movimiento que “salvaría a Alemania”,
incurriendo en groseras manifestaciones antijudías. Cf. Gustavo Efron y Darío Brenman: “El impacto del
nazismo en los medios gráficos argentinos”, en www.bn.gov.ar/imagenes/investigacion/8.pdf‎
3
aspecto (como en su momento hizo La Prensa), se convirtió en el vocero oficioso del
poder ejecutivo, particularmente durante el período que encabezó Videla. A esto, hay que
sumar lo siguiente:
o
La dictadura hitlerista concentró en una sola persona la suma del poder público.
•
La última dictadura concentró en la llamada “Junta de Comandantes en Jefe” la suma
del poder público. Pero la “tribuna de doctrina” no dijo nada.
o
La dictadura hitlerista ejerció el terrorismo como política de Estado.
•
La última dictadura de la Argentina ejerció el terrorismo como política de Estado. Pero
la “tribuna de doctrina” no dijo nada.
o
La dictadura hitlerista desarrolló una política económica apoyada en los intereses de
los principales grupos económicos, industriales y financieros de Alemania.
•
La última dictadura de la Argentina desarrolló una política económica impulsada por
los intereses de los principales grupos económicos, terratenientes y principalmente
financieros. Inició el desguace del Estado y la liquidación de la industria nacional,
inaugurando y adoptando el discurso neoliberal que, por aquel entonces, sentaría las
bases del definitivo “vaciamiento” estatal sufrido durante el decenio de los 90. Pero la
“tribuna de doctrina”, una vez más, nada dijo. Se restringió a emitir elogios,
justificaciones y apoyo político y doctrinario.
En su terrible y lúcido libro sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt consigna una cita
de un libro titulado Bandera invisible (Unsichtbare Flagge), escrito por Peter Bamm,
médico militar alemán que no adhería al nazismo y que sirvió en el frente de Rusia: “Uno
de los refinamientos propios de los gobiernos totalitarios de nuestro siglo consiste en no
permitir que quienes a él se oponen mueran por sus convicciones, la grande y dramática
muerte del mártir (…) Los estados totalitarios se limitan a hacer desaparecer a sus
enemigos en el silencio del anonimato.” 3
Esto conduce a la siguiente comparación:
o
La dictadura hitlerista planificó consciente y deliberadamente, utilizando criterios de
planificación de tipo industrial la masacre de millones de personas: judíos, gitanos,
eslavos, homosexuales y opositores en general.
•
La última dictadura de la Argentina planificó consciente y deliberadamente, utilizando
criterios de planificación similares a los del nazismo, la masacre de miles de
opositores, introduciendo el método de la desaparición de personas como recurso
estratégico. Pero la “tribuna de doctrina” no dijo nada.
Estos son hechos objetivos, documentados. Para constatar la validez de lo dicho no hay
que buscar testigos: basta con consultar en los archivos del propio diario, ubicados en
Bouchard 557, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La doctrina
Se debe reconocer –como aquí se hace- la coherencia que históricamente ha exhibido La
Nación con los intereses económicos y políticos que representa. El único inconveniente es
que esa coherencia se vale de impostar el rol de “testigos preocupados por el devenir de
los intereses de la República”, describiendo una realidad que nadie vive y procurando
3
Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona, Lumen, 2001, p.
351.
4
edificar sobre los esfuerzos de las mayorías y a costa de ellas, un monumento discursivo
que permita encubrir sus intenciones, a fin de ocultar lo que en realidad ocurre.
No otro fue en su momento el propósito del fundador de la “tribuna de doctrina” cuando
se dedicó a escribir (y a fundar) una historia que no fue otra cosa que la fundamentación
del proyecto político y económico de su clase, y el suyo propio.
Preguntarse por la doctrina de la tribuna significará entonces encontrar que Bartolomé
Mitre, jefe del Partido Nacional, fue abanderado de una de la claudicación sistemática
ante el imperialismo inglés; que impuso lo que él entendía por liberalismo mediante una
de las más crueles y sistemáticas matanzas de opositores, que según Eduardo Duhalde,
en términos proporcionales no es menor que las de la última dictadura 4 ; que la tribuna
de doctrina no ha sido, a lo largo de 140 años, otra cosa que lo que se expresa en el
texto aquí comentado. Un texto y un medio que existen en dos planos: el de una realidad
presunta, ficticia, grandilocuente y cuidadosamente mendaz y el de una realidad dura, en
la que la defensa de los intereses económicos y políticos de clases y sectores de clase
muy reducidos, se enfrentan con las mayorías en torno a los criterios sobre cómo se
genera y cómo se distribuye el producto bruto.
En agosto de 1942, La Nación publicó parte de una declaración de la sección británica del
Congreso Judío Mundial, en la que se brindaban datos sobre la situación de los judíos en
los países ocupados por los nazis. El mismo documento, en otra parte de la misma
declaración decía:
“Cuando llegue el día del ajuste de cuentas, buscaremos a los criminales para que nos
rindan estrictas cuentas de sus actos. No pedimos venganza porque no queremos violar
nuestras propias elevadas tradiciones, pero pedimos justicia como requisito indispensable
para la implantación de una nueva y mejor ordenación de la sociedad humana.” 5
Hay sectores de la sociedad argentina que aún se preguntan cuáles son los límites de la
responsabilidad criminal de la dictadura, su núcleo y su entorno. Es razonable pensar que
tales responsabilidades difícilmente terminen en los responsables directos y visibles de
las acciones. Es muy posible que una reflexión ecuánime y objetiva tendría que derivar,
como mínimo, en la condena moral de actos, guiños, apoyos y complicidades de cuyas
consecuencias nuestro país no termina de sobreponerse.
Seguramente el debate podrá tener lugar cuando se agote la diatriba, se disuelva la
ficción y haya por lo menos dos razones para confrontar.
El autor agradece los aportes de la Lic. María Pía Castro Ruiz
4
5
Cf. Eduardo Luis Duhalde: Contra Mitre. Buenos Aires, Punto Crítico, 2005
Gustavo Efron y Darío Brenman: Op. Cit.
5
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