Presupuesto del curso 1. 2. 3. 4. 5. Puede suceder que, a lo largo del curso, ciertos contenidos resulten desconcertantes para algun@s alumn@s. Es normal que esto suceda cuando se va más allá de la catequesis (qué creemos los católicos) para pasar a la teología (por qué creemos eso y no otra cosa; qué repercusiones tienen esas afirmaciones y esa negaciones en la vida de las personas). O bien, cuando se descubren otros caminos para explicar el misterio cristiano, distintos a los habitualmente recorridos (cosa que ha pasado muchas veces a lo largo de la historia de la Iglesia). Al respecto podemos citar lo que Ignacio de Loyola (místico del s. XVI) sostiene como pre-supuesto para la realización de los Ejercicios Espirituales: “…se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla; y, si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende; y, si mal la entiende, corríjale con amor; y, si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve” (EE. EE. 22). Lo dicho sobre los Ejercicios se puede aplicar a nuestro curso: no apresurarnos a rechazar las afirmaciones que parecen separarse de nuestras convicciones iniciales, sino acogerlas y tratar de ‘salvar’ todo lo que en ellas haya de verdadero, bueno, bello. De la misma manera, esto vale para los cristianos, si el profesor y algunos alumnos están equivocados, existe el mandato insoslayable de Jesús de ayudarles a salir de su error, partiendo por decírselo (cf. Mt 18,12-17) (en lugar de ir a acusarlo al Decano, por ejemplo). El objetivo final del ejercicio de la teología no es salvar la ‘verdad’ sino ayudar a las personas. Sólo así es posible que todos crezcamos. En otras palabras, la propuesta consiste en suspender momentáneamente el juicio valorativo sobre lo dicho para buscar, lo más desprejuiciadamente posible, aquello que se está tratando de decir (cf. Mt 13,24-30: no hay que arrancar la cizaña antes de la cosecha). Al final llega el momento de esa necesaria, imprescindible, evaluación.1 Se trata, entonces, de una apertura crítica, abierta y no sospechosa ni ingenua, una confianza lúcida2. Sólo así se hace posible que este curso, y cualquier otro, ‘ayude y aproveche’, al alumno no más que a este profesor. Es decir, enriquezca a quienes participemos en él. Sobre esto, les cuento una experiencia personal, tal como se dio en un diálogo (por mail) con mi hermano Diego: [Diego:] “Una vez te escuché comentar que cuando estabas estudiando teología en la UC, en no sé qué curso con no sé qué profesor sobre no sé qué tema, tú experimentaste una sensación de mucha inseguridad porque el curso contradecía desde sus cimientos todo lo que tú creías tener seguro hasta entonces en asuntos bien fundamentales. Y que tu reacción fue algo así como “o llego hasta acá y me bajo de la micro, o confío que algo bueno habrá al final de esto y le echamos pa’ delante”. ¿Te suena? Te lo pregunto porque ahora último he estado dándole muchas vueltas a lo de la inseguridad y de tener la capacidad de vivirla en la confianza, y en eso me acordé de haberte escuchado algo por el estilo. ¡Ojalá tenga que ver contigo y me cuentas! [Rodrigo:] ”De lo que preguntas, no me acordaba, pero así es, y pasé de una sensación vaga de angustia a una de tranquilidad ‘madura’, no acrítica. Sigo sin acordarme del contexto inmediato, se me ocurre el curso con don Antonio Moreno (… daba unos cursos con los que todo el mundo perdía la fe) [nota: explicaba cómo se escribió ‘de veras’ la Biblia]. Quizá alguno de filosofía. Algo bien notable me pasó con Bentué: en una clase habló de Freud y sus tesis sobre el monoteísmo (indefendibles) y la Biblia quedaba por el suelo, útil sólo para evitar la cojera de la mesa. Y Bentué seguía tan creyente. Y aposté porque era posible la crítica, ya que él era capaz de ella y de creer. Quizá fue allí que experimenté lo que me recuerdas. A los alumnos les digo algo parecido, pero este ejemplo es mejor.” Hace algunos años, en un seminario de profesores en la Facultad de Teología, se discutió, brevísimamente, a partir de la pregunta: ¿hacemos Catecismo o hacemos Teología? La respuesta inmediata de casi todos fue: ¡¡Teología!! Y el mismo Bentué puso como ejemplo lo que sucede entre los alumnos cuando explica la religión desde la perspectiva de Freud (algo que viene sucediendo desde hace, al menos, 25 años). Y agregó: no podemos ahorrar a los alumnos la crisis que significa asumir el pensamiento moderno (o algo similar, pero en otros términos). 1 La “Fundación Para la Confianza” promueve precisamente esto: confianza lúcida: ni ingenua ni sospechosa. Fue fundada por José Andrés Murillo, una de las cuatro víctimas que denunciaron los abusos de Fernando Karadima. Es de destacar que Murillo ha sido capaz de convertir la rabia, legítima y necesaria, en creatividad, de manera que su experiencia negativa se puede transformar en un bien para otros, ha salido de su situación a través de la esperanza, que mira el porvenir, y no del escepticismo, que se cierra al mismo. 2 Presupuesto del curso 6. 7. 8. 9. 10. 11. 2 Perspectiva psicológica Otra aproximación al mismo hecho se puede hacer desde el psicoanálisis. Ricardo Capponi señala 4 posibles actitudes que una persona puede tener ante un desafío como el de este curso. 3 Ellas son: Actitud persecutoria (“perseguida”), paranoica: “en estos temas, yo ya he llegado a formarme una opinión clara y no estoy dispuesto a que venga un profesor, con cualquier argumento piadoso, o bien oscurantista, a moverme el piso y a poner en cuestión esas convicciones que he adquirido”. Actitud maníaca: “tengo claras mis ideas al respecto y no va a venir nadie con argumentos superficiales, dogmáticos, poco reflexionados, a decirme nada sobre estos puntos. Yo ya sé la verdad sobre estos temas, tengo claro que quien profesa alguna religión lo hace por inercia o por ignorancia. Yo ya superé esa etapa en la evolución de la Humanidad. A lo más, dejaré que el profesor hable, miraré por encima lo que dé para estudiar, y así lo dejaré tranquilo, con la ilusión de que su curso me dejó algo”. Actitud neurótica: “los temas que se han propuesto, las preguntas que ellos han motivado, son muy importantes, pero no creo estar en condiciones de resolverlos todos, para enfrentarlos y responderlos, porque también complican mucho la existencia. Así es que, mejor, retrocedo, me quedo con lo que tengo, y saco adelante el curso, sin dejarme tocar por nada que en él se plantee”. Actitud madura: “hacer este curso en serio puede significar revisar algunas convicciones y opiniones ya formadas, remover algunos prejuicios que tengo sobre estos temas. Hacer el curso en serio puede significar algunos riesgos. Y también la posibilidad de un intercambio fructífero entre lo que hasta ahora pienso y lo que el curso pueda plantear. Puedo, entonces, reformular, más matizada, más afinada, de lo que pienso y creo”4. ¿Qué pasa, mientras, con el curso, y su profesor? También es verdad que esos estados mentales son posibles en el profesor, de manera que quien puede sentirse en peligro, perseguido, es éste, frente a unos alumnos a quienes percibe como agresivos y contrarios a cualquier intento de propoponer una palabra para dar pié a una reflexión, una discusión. En una situación como la descrita, no es raro volverse sobre la propia trinchera, para entrar en una relación de defensa y ataque, que ve en el otro un adversario, un peligro, y no una fuente de enriquecimiento. Un peligro muy grande para el profesor consiste en cerrarse, refugiarse en ‘lo ya sabido’, entregar verdades ya armadas (en otro contexto, para otro público) y culpar a los alumnos de poca disposición, de estar prejuiciados, de no querer abrirse a las fascinantes verdades que se les quieren proponer. A este respecto, y termino, cito lo que afirma Juan Noemi al referirse a la formación de los presbíteros (los sacerdotes), que se aplica perfectamente a lo descrito: 2. Hay también un desafío cultural. Al parecer la formación que reciben los presbíteros los aproxima y les permite hacer suya una visión de mundo premoderna, pero los inhabilita a valorar, crítica y no sólo negativamente, el talante racional de la modernidad ilustrada y más tardía. De esta manera quedan condicionados a una actitud reaccionaria y meramente emocional, la cual, por una parte, fomenta un pesimismo indiscriminado ante la razón y el ejercicio de la libertad humana y, por otra, incentiva posturas voluntaristas que lindan en el fideísmo. Así las cosas, el discurso del presbítero más que una interpelación válida es percibido como una rareza, que pudo inspirar en otra época, pero que en la actual es incomprensible y, en consecuencia, irrelevante.5 12. Ideas recogidas fundamentalmente de Ricardo Capponi, “Desafíos de la psicología a la Teología”, Teología y vida, Teol. vida [online]. 2002, vol.43, n.1, pp. 21-32. http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0049-34492002000100003&script=sci_abstract 4 Aunque este párrafo es una paráfrasis del texto de Capponi, como ya está señalado en la nota anterior, copio su texto (con ligeras modificaciones), porque es mucho más claro al describir esta actitud: “La iniciativa de las autoridades de la Universidad de fomentar el diálogo interdisciplinario nos resulta sumamente atractiva, aunque estamos conscientes de las dificultades y riesgos a que nos exponemos. Pero nos damos cuenta que requerimos del intercambio crítico con estas otras fuentes del saber, que aunque cuestionen nuestras convicciones, nos enriquecen con los temas que estudian y nos acercan a reformular permanentemente nuestra disciplina en contacto con la realidad. Es cierto que esto nos expone a entrar en controversia con asuntos que tocan al manejo del poder eclesial, y nos podemos meter en aprietos, pero pensamos que no debemos eludir este tipo de desafíos si queremos construir una Iglesia sólida y acorde a los tiempos”, op.cit. §54. 5 Juan Noemi, “Sacerdotes de Cristo, hoy”; Mensaje, septiembre 2006, 24-26. 3